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59. Nuestra boda.

«El matrimonio es la perfección a la que el enamoramiento aspiraba».

Ralph Waldo Emerson.

Septiembre, 2020

📍 Honolulu, Hawái, Estados Unidos.

Miré mi anillo de compromiso como si fuera la roca más hermosa del mundo. Porque, bueno, es la roca más hermosa del mundo. Estoy enamorada de mi anillo. Y también estoy enamorada del hombre que me lo dio.

Estoy comprometida. Dios, estoy comprometida con el amor de mi vida. ¡Santo cielo! Es increíblemente excitante, de una manera diferente a lo sexual. Siento que estoy flotando, dando vueltas en el aire. Mi estómago está revuelto, en el buen sentido. Quiero gritar, chillar, saltar. Diablos, siento que puedo volar. Es catártico. La felicidad que siento no puedo compararla con nada que haya experimentado nunca.

—¿Te gusta? —cuestiona mi prometido.

Mi prometido. Que bien suena eso.

—Me encanta —le sonrío.

—Me alegra que te guste —me da un beso en la mejilla.

—Es el mejor anillo del mundo —le devolví el beso—. ¿Cuándo planeaste todo esto?

—En la boda de tu padre —entrelaza nuestros dedos y me besa el dorso—. Me di cuenta que no podía estar un día más sin ti, mucho menos una vida completa. Decidí que ya era tiempo.

—¿Tiempo de pedirte matrimonio?

—Tiempo de ponerte mi apellido y quedarme contigo para siempre.

La intensidad en sus palabras y sus ojos me desgarra por dentro. Mi alma entera le pertenece, de eso estoy segura y por eso apoyo esta locura.

El amor es así, ¿no? Locura, caos y buenos momentos.

—Cuando le envié la foto del anillo a Molly no se lo podía creer —le cuento—. Está muy emocionada, dijo que se lo diría a papá. ¿Qué crees que diga?

Arturo sube los hombros con desinterés.

—Supongo que pensará que es un poco precipitado, pero seguro lo aceptará —me acuna la mejilla en su gran mano—. Tu padre sabe que mi único motivo y propósito es hacerte feliz. Eso es suficiente para él, lo sé.

Le sonreí con ternura.

—Lo sé. Dios, no veo la hora de contárselo a todos —digo emocionada, pero después frunzo la nariz—. Por cierto, ¿por qué nos estamos demorando tanto?

—Había mal clima en Francia, creo que había muchas nubes en el radar —explica con lentitud, mirándome a los ojos—. Vamos despacio, pero seguros.

—¿Y cuándo llegaremos? —pregunto emocionada—. Quiero decírselo a las chicas.

—Se lo dirás cuando las veas, tranquila —me da un beso en la frente—. Llegaremos pronto. Ya es lunes en Estados Unidos —dice—. Buen inicio de semana, ¿eh?

—Sí que lo es.

Dios, no puedo con la emoción. Prácticamente estoy dando saltos en mi asiento para cuando ya vamos a aterrizar, Arturo me mira con una sonrisa y me ayuda a quitarme el cinturón porque me tiemblan las manos.

—¿Emocionada?

—¡Súper sí! —asiento como loca.

—De acuerdo. Vamos —se levanta y me toma de la mano para llevarme por el pasillo angosto del avión.

Cuando la puerta del Jet se abre, el sol caliente nos recibe. Yo me quedo estática en la puerta del Jet.

Un minuto. Esto no es Los Ángeles. Hay palmeras por todos lados, un ligero aroma a sal marina el aire, y el calor es tremendo. ¿Qué es esto?

Giro la cabeza por encima de mi hombro y miro a prometido, que tiene una sonrisa en la cara.

—¿Dónde estamos?

—Hawái —responde como si nada.

Se me abren los ojos hasta el tope.

—¿Hawái?

—Honolulu, si soy más preciso.

—¡Honolulu! —exclamó y por poco me caigo de las escaleras si no es porque él me agarra de la cintura—. ¡¿Qué hacemos en Honolulu?!

—Sorpresa —dice en mi oído y me bese la sien—. Vamos. Tenemos mucho por delante.

No digo nada, estoy entumecida y con la boca abierta. Sé que estamos en el HNL¹⁹ por un letrero que veo en algún sitio, pero no tengo la certeza de nada hasta que nos subimos a otra Ranger Rover de color negro. Marcus sigue conduciendo, sin decir absolutamente nada. Puede que sean cerca de las 10 u 11 de la mañana, pero no estoy segura, y tampoco pregunto. Estoy demasiado sorprendida como para formular una oración completa en mi cabeza o decirla en voz alta, si vamos al caso.

—Amor, cálmate —Arturo se ríe con los labios en mi pelo, poniéndome una mano en el pecho—. Se te va a salir el corazón.

—Tu culpa —acuso, mirando por la ventana.

Se ríe de nuevo, después envuelve mi mandíbula con su gran mano y me besa. Cierro los ojos y suspiro. Su beso en duro y tranquilizador al mismo tiempo. Me importa un comino que Marcus esté conduciendo, solo dejo que Arturo me bese con ganas. Su lengua barre suavemente el interior de mi boca. Lentamente. Con ternura. Cuando nos separamos, estoy jadeando y él tiene los labios húmedos y rojizos. Sus besos me dan mareo. Pero un mareo del bueno.

—Dijiste que te gustaban mis sorpresas.

—Lo hacen —mi pecho sube y baja agitado—. Pero después de lo de París...

—¿No te gustó mi sorpresa de París? —inquiere con una ceja arqueada.

Se me ve tan sexy y mi corazón está tan acelerado por sus besos, y ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos pusimos las manos encima que... Dios, tengo que reprimir las ganas que tengo de lanzarme sobre él.

Carraspeo y trato de recomponerme.

—Me gustó. Me encantó, en realidad —lo miro—. Amé tu sorpresa de París, solo digo que... Por el amor de Dios, Arturo, estamos en Hawái. ¿Qué demonios hacemos en Hawái?

Se ríe de mí expresión consternada.

—Ya verás.

Me guiña un ojo y mis ovarios se derriten. Es una locura el efecto que tiene este hombre sobre mí.

—Mira, espera que lleguemos a nuestro destino y ya podrás decidir si te gusta o no mi sorpresa. ¿De acuerdo?

No tuve que pensarlo. Confiaba en él. También estoy segura de que su sorpresa solo hará que mi cabeza vuele. Además, ya estamos aquí, no haré que nos devolvamos solo porque estoy ansiosa.

—De acuerdo.

Él sonríe, me rodea con los brazos y apoya su mejilla en mi cabeza. Sigo dando tumbos en el asiento, retorciendo mis manos entre sí, mirando la playa a la orilla de la carretera por la ventana del auto. Todo en Hawái parece brillar, incluso las personas con sus camisetas de flores y sí, no es solo en las películas, con collares de flores guindando del cuello. Es asombroso. Puedo sentir como la tensión se va poco a poco de cuerpo cuando me voy aclimatando con Honolulu y sus alrededores.

—Que bonito —le digo a mí novio.

—Ya, y no has visto nada —señala por el parabrisas.

Miro hacia adelante y mi boca cae abierta cuando entramos a un camino arenoso directo hacia la playa. Más de 5,000 pies cuadrados pertenecen la propiedad, las palmeras rodean una enorme casa de dos pisos, bordeada en madera marrón claro y techos altos. Marcus condujo el resto del camino y estaciona frente a la casa.

—Ven.

Arturo baja del auto y me saca también, dejando ver la casa en todo su esplendor, descansando de forma segura en el centro de la propiedad, envuelta en una exuberante vegetación, con metros y metros de playa alrededor.

—Dios, esto es...

—¿Bonito? —se burla de mí.

—Maravilloso —le sonrío en medio de mi aturdimiento—. Gracias por traerme, es una hermosa sorpresa.

—Déjame mostrarte la verdadera sorpresa —me besa la frente y me toma de la mano, arrastrándome hacia la casa.

Me quedo muda.

—¿La verdadera sorpresa? —le pregunto confundida—. ¿A qué te refie...?

—¡Sorpresa!

La exclamación de un grupo de personas me deja paralizada justo en la puerta de la casa. La sala hermosamente decorada con muebles de madera fina y los pisos de mármol pulido no me llaman la atención cuando mi familia está acoplada frente a nosotros.

Molly y papá, Hedwig, Blue y Brad, Sasha, Anthony y el bebé Eric, Rose, Edward, Serena, Frank y Jess, su nueva novia, incluso está Ronny sosteniendo a un inquieto Kaiser. Mi familia. Mi caótica y hermosa familia está aquí.

—Oh, por Dios —me cubro el rostro con las manos cuando las lágrimas de felicidad corren libre por mis mejillas.

Mi pecho tiembla, mis hombros se sacuden.

—Oh, no, bebé —unos brazos delgados me rodean, el perfume de Molly se impregna en el aire—. No, linda, no llores.

La rodeo con mis brazos y sollozo en su cuello, abrumada por tantas emociones. Por encima de su hombro veo a los demás abrazar y felicitar a Arturo, que sonríe abiertamente y con orgullo. Santo cielo, lo amo. Lo amo y amo a toda esta gente.

—Ya no llores —Molly se aleja y me quita las lágrimas con suaves toques de sus dedos—. Se supone que debes estar feliz. Vas a casarte con el amor de tu vida, eso es fantástico.

—Lo sé —me sorbo la nariz y sacudo la cabeza aún llorando—. Solo estoy tan sorprendida y feliz que es... Demonios, es catártico. Me duele el pecho de lo fuerte que va mi corazón.

Ella sonríe, con su hermoso cabello oscuro sujeto en un moño alto y con un maquillaje sutil que va acorde con su vestido playero blanco y largo.

—Cariño, la felicidad debe ser abrumadora y constante, así de simple —me pasa el pelo detrás de las orejas y me abraza de nuevo—. Estoy tan contenta y feliz por ti. Felicidades.

—Gracias, mamá —le digo cuando se aparta y sus ojos se llenan de lagrimas.

—Oh, cariño —me besa las mejillas y la frente.

—Basta de llorar, chicas, es hora de ser feliz —papá nos interrumpe con una sonrisa. Abre sus brazos para mí y me refugio en ellos de inmediato—. Oh, nena. Felicidades.

—Gracias, papi —le doy un beso en la mejilla—. ¿Tú los sabías?

—Arturo necesitaba mi bendición —me guiña un ojo.

Después se hace a un lado y deja que una efusiva Hedwig se acerque para darme un fuerte abrazo que por poco me asfixia.

—¡Felicidades, chica! Te lo mereces un montón —me besa la mejilla—. Ya tienes a tu galán en la bolsa. ¿Qué más puedes pedir?

Suelto una carcajada.

—Gracias, Hed. Pronto llegará tu galán también, ya lo verás.

Ella de encoje de hombros y me sonríe, guiñándome un ojo.

Blue me sonríe y se acerca para darme un abrazo rápido.

—Felicidades, Addy —me dice con timidez.

—Gracias, Blue. Que bueno que estés aquí.

Se aleja con una sonrisa. Sasha y Anthony se acercan, riendo con el bebé Eric en los brazos de su padre.

—¡No puedo creerlo! ¡Te vas a casar! —Sasha me rodea con sus brazos y me da un apretón que por poco me saca los ojos—. Ya era hora, Eric necesita una madrina nueva. Mi hermana no es que sea la mejor.

Me guiña un ojo y mi corazón se acelera.

—Sería un honor —digo con el corazón en la mano.

—Y para nosotros también —interviene Anthony, cuchicheando—. Que no se note que me gustas más tú que mi cuñada.

—¡Thony! —su mujer le da un manotazo en el brazo, pero sonríe.

Yo me rio y dejo que el hombre me abrace. Después le doy un beso en la mejilla a Eric, que mira a todos con el ceño fruncido y una sonrisa destentada.

Serena es la siguiente en la fila, con los ojos llenos de lágrimas y un pañuelo blanco en la mano.

—Mi niña linda —me abraza—. Tu madre está orgullosa de ti en el cielo, lo sé.

Se me arruga el alma.

—Gracias, Nana —la beso en la mejilla—. Gracias por todo.

Ella le resta importancia, sin hablar, porque entonces lloraría más, lo sé. Frank se acerca después, sin sonrisa y con la mirada dura, pero me abraza y eso me hace llorar.

—Oh, Frank —me alejo para mirarlo—. Eres el mejor.

—Felicidades, Addy —me acaricia la mejilla y señala a la hermosa mujer de unos cuarenta y tantos a su lado—. Ya conoces a Jess.

Es alta como él, con el cabello oscuro corto a la altura del mentón y unos grandes ojos verdes. Va vestida con un vestido blanco hasta las rodillas y unas sandalias plateadas bajas.

—Es un gusto verte de nuevo, Adelinne —ella me sonríe—. Felicidades por tu compromiso.

—Gracias. También es un gusto verte otra vez. Y sólo Addy, por favor.

Después, Rose y Edward vienen hacia mí.

—Oh, nena —Rose me abraza con fuerza—. Que alegría me has dado. No sabes cuánto le he pedido a Dios un pilar para mi niño. No pudo enviar al ángel más hermoso a nuestra familia.

Se me saltan las lágrimas otra vez.

—Gracias, Rose. Te quiero un montón.

—Y nosotros a ti, niñita bonita. Y nosotros a ti.

Edward me da un rápido abrazo y una sonrisa. Luego de todos los abrazos y los besos, mi novio... Ah, no. Mi prometido. Eso está mejor. En fin, luego de todo, mi prometido vino y me abrazó.

—¿Contenta? —cuestiona, dándome un beso en el pelo.

—Extasiada —le sonrío—. Gracias por todo.

Él negó, sonriendo, besándome la frente.

—¿Entonces? —pinchó Anthony, haciendo rebotar a Eric en sus brazos—. ¿Ya estamos listos?

Mi ceño se frunce ante la mirada que le lanza a Arturo.

—¿Listos? —mi pregunta suena muy confundida—. ¿Listos para qué?

Miro alrededor, a nuestra familia, y todos tienen una sonrisa secreta en la cara. ¿Qué diablos sucede?

—¿Pasa algo? —cuestiono hacia Arturo, que también sonríe—. ¿Qué ocurre?

—Ocurre que ya está todo listo, cariño —me besa la frente otra vez.

—¿Listos? ¿Qué? —arrugo la nariz—. ¿Para qué estamos listos?

—Para nuestra boda.

¹⁹) HNL: Aereopuerto internacional Honolulu.

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