55. Por usted, Srta. Lewis, lo que sea.
«A ti te veo en todos mis planes, incluso en los que pensé que no invitaría a nadie».
Andrés Ixtepan
Agosto, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
La boda de Molly y Elliot Lewis se celebraría el sábado veintinueve de agosto, o sea hoy, en la enorme casa de mi suegro. Desde que despertamos ha sido un no parar, desayunamos rápidamente antes de que llegasen los decoradores para terminar lo que habían iniciado el día de ayer. A eso de las dos de la tarde y luego de un almuerzo rápido por parte de Serena, la cocinera y Nana de Addy, todos nos fuimos a arreglar.
Observo la serie de fotos que colgaban de las paredes rosas de la habitación de Addy mientras me abotonaba la camisa blanca. Habían fotos con sus padres, muchas con su madre y de ella cuando estaba en la escuela. Addy era todo coletas rubias, sonrisas con pocos dientes y mejillas rojas y gorditas. Era preciosa. Se me vino a la mente una imagen de pequeños niños con el cabello negro, ojos azules y mejillas sonrojadas, corriendo detrás de un enorme Kaiser en nuestro patio trasero.
Fue una visión extraña y algo aterradora, pero también sentí un anhelo indescriptible en mi pecho. La puerta se abrió de repente y eso consiguió sacudirme la rara sensación que tenía en el cuerpo.
Addy entró vestida con una bata de seda color marfil, unas pantuflas blancas en los pies y un gran bolso de maquillaje en la mano. Levantó la cabeza y me sonrió, cerrando la puerta detrás de sí.
—Hola —dejó la bolsa en el tocador.
—Hola, hermosa —le sonreí, viéndola revisar su maquillaje en el espejo—. Te ves preciosa.
—¿Tú crees?
Se giró hacia mí. Noté que se había maquillado ya. Se veía sencilla, pero su maquillaje dorado en sus ojos, junto con el delineador negro y los labios rojos y brillantes como las cerezas, la hacían parecer una princesa. Además, tenía el cabello suelto y prolijo en hondas gruesas sobre sus hombros, con horquillas de plástico reteniendo lo que creo son las hondas principales.
—Estás perfectamente hermosa, amor —terminé de abrocharme la camisa.
—Gracias —me sonrió con cariño, después se puso seria—. ¿Te aplicaste la crema para la cicatriz?
—Sí.
—¿Y te tomaste los analgésicos?
—Claro.
—¿Y los antibióticos? Te tocan a las cinco y cuarto.
—Hecho, jefa —le guiñé un ojo, palpando el bolsillo de mi pantalón, donde había guardado las pastillas—. ¿Me ayudas con la corbata?
—Claro.
Vino a mí entusiasmada, sabía lo mucho que le gustaba hacerme el nudo de la corbata.
Se acercó y me puso la corbata de color verde esmeralda. La miré de cerca y sus labios tentadores me llamaban a besarlos, pero sabía que se iba a poner en plan gruñón si le arruino el maquillaje. Y, bueno, ahora mismo no quería cabrearla, no cuando tenía tantas cosas en mente. La necesito lista y receptiva para todo lo que tengo planeado para ella.
—Ya está —dice con una sonrisa orgullosa—. Ahora iré a ponerme mi vestido.
—Adelante —asentí hacia ella, que se fue dando saltos hasta el vestidor.
Busqué el saco y me lo puse, me pasé las manos por el pelo. Revisé mi teléfono para ver si habían noticias del detective Hoffman, pero nada. Me había comentado hace unos días que estaba siguiendo la pista de algunos números telefónicos, pero que no había llegado a nada todavía. Esperaba que algo saliera a la luz, lo que fuera... Solo quería que atraparan al loco que me está haciendo la vida imposible.
—Ya estoy lista —dijo Addy saliendo del vestidor, ya con el vestido puesto y los tacones en la mano. Deja los zapatos dorados en el suelo y se miró en el espejo, quitándose las horquillas del cabello—. Bebé, ¿me ayudas con los tacones?
No tuvo que pedirlo dos veces, me acerqué a ella y me senté en la cama, tomé el tacón dorado brillante y ella metió el pie suavemente, para que yo pudiera ponerle la correa alrededor del tobillo. Hice lo mismo con el otro y dejé su pie en el suelo, trazando su tersa piel con mis dedos.
—Gracias, amor —me aventó un beso y se terminó de arreglar en el espejo.
Se veía preciosa con el vestido verde esmeralda, justo a su cuerpo esbelto y con una abertura desde el muslo hasta el suelo. No había visto el vestido antes, solo conocía el color. Y ella tenía razón, le quedaba como un guante.
—Eres lo más hermoso que he visto en mi vida, lo sabes, ¿verdad? —le dije mientras la veía aplicarse perfume.
Me lanzó una mirada por encima del hombro y sonrió, haciendo un mohín al final.
—Lo sé —dice, deja el perfume en el tocador y vino hacia mí—. Tú también eres lo más hermoso de mi vida.
Quería besarla, Dios, pero sabía que se enfadaría.
—Me muero por besarte —dije en tono desesperado.
—Lo harás después de las fotos —acercó su boca a la mía y me dio un beso al aire.
Que oliera tan bien tampoco ayudaba mucho.
—Tengo algo para ti —dije para distraerme.
—¿Una sorpresa? —le brillaron los ojos cuando me acerqué a mi maleta.
—Algo así —le guiñé un ojo.
—Amo las sorpresas —suspiró cuando volví a ella con una mano oculta en la espalda—. ¿Qué es?
—Lo compré cuando me dijiste el color de tu vestido —saqué un estuche cuadrado de terciopelo negro de Tiffany's—. Creo que es perfecto para la ocasión.
Ladeó la cabeza y sonrió curiosa, pero cuando levantó la tapa del estuche, soltó un jadeo y se llevó las manos a la boca por la sorpresa.
—Arturo —tocó el collar aún en el estuche—, es precioso.
El collar era una delicada esmeralda en forma ovalada, con apliques ornamentales dorados alrededor y una fina cadena de oro.
—¿Te gusta?
—Me encanta —sonríe con los ojos empañados—. Sabes que no tienes que comprarme cosas tan costosas.
—Ya lo sé —saqué el collar del estuche y tiré la caja sobre la cama—, pero el dinero es vacío cuando no se gasta con las personas que uno ama. Date vuelta para ponértelo —obedece y se retira el cabello del cuello para que pueda abrocharlo. Le doy un beso en la nuca y la respiro. Dios, la amo tanto—. Ya está.
Se giró y trazó el contorno del collar con sus dedos delicados.
—Siempre me dejas sin palabras —dijo con una sonrisa.
—Puedes darme las gracias y decirme que te encantó el collar.
—Me encantó el collar —se acerca y me pone las manos en las mejillas—. Gracias. Eres el mejor.
—Por usted, Srta. Lewis, lo que sea.
Se rio y después me plantó tal beso que me importó una mierda el mundo a nuestro alrededor. Solté un profundo gruñido y la rodeé con mis brazos, apretando su culito respingón con mis manos. Sus brazos rodean mi cuello y ladea la cabeza para darme más acceso a su boca. Sabía a fresas, vainilla y a Addy. Mi sabor favorito en todo el mundo.
—Creí que no podía besarte hasta después de las fotos —dije después de que ambos estuvimos en pleno fogueo.
—Por usted, Sr. King, lo que sea —jadeó contra mi boca, con los ojos cerrados y la respiración agitada.
Mi corazón se apretó en mi pecho viendo lo hermosa que era. Se alejó solo un poco para mirarme, se rio y me quitó el labial que había pasado de sus labios a los míos. El de ella está corrido, pero aún así es preciosa. Se aleja para volver a arreglarse y tomados de la mano, salimos de su habitación. Cuando bajamos, los organizadores corrían de un lado para el otro.
—Ve a sentarte, ¿sí? —Addy me miró—. Te veré después de la ceremonia.
—Vale —le doy un beso rápido en la mejilla y la veo desaparecer por el pasillo.
Caminé al lado contrario del pasillo, viendo lo bien decorado que estaba todo. Y, a través de las puertas corredizas se veía el patio igual de arreglado. Me encontré con el Elliot en la pequeña salita de estar en la parte trasera de la casa. Se estaba sirviendo un trago.
—¿Nervioso? —le pregunté con una sonrisa amable.
—Ah, un poco —le dio un trago a su vaso de whisky—. Pero son nervios buenos. Es más la emoción.
—Me lo imagino.
—¿Quieres un trago?
—No, gracias —negué—. Todavía estoy con los antibióticos, y si tu hija me ve con un vaso de licor en la mano, me armará una gigante.
Se echó a reír.
—Es bastante mandona, ¿verdad?
—Un poco, quizás muchísimo —me reí esta vez.
—Y es solo el principio —sonrío—. Me alegra verte bien. ¿Qué tal la herida?
—Sanando. Fue una agonía tener que cuidar los puntos —me pasé una mano por el costado—. Es bueno que los hayan quitado. Además, Addy está menos preocupada. Un poco, pero algo es algo. No quiero que se retraiga, suficiente tiene con todo lo que está pasando.
Él asintió.
—Te entiendo. Y lamento mucho que todo esto esté ocurriendo. De verdad que no puedo imaginarme cómo debes sentirte.
—Es complicado —admito—. De verdad que es difícil, pero quiero creer que esto es solo un loco en busca de dinero y espero que la policía lo atrape pronto.
—¿Crees que puede ser algo más? —me mira—. ¿Algún ajuste de cuentas?
Fruncí el ceño.
—Como ¿algún ex trabajador descontento?
—Sí, a eso me refiero.
Lo pensé. Nunca había tenido ningún desacuerdo con alguno de mis empleados. Mi padre me había enseñado —el poco tiempo que estuvo conmigo— a ser un buen jefe. Justo, firme y generoso. Puse en práctica todos esos consejos y siempre puse por delante el bienestar de mis empleados y de mi empresa. Todos en el trabajo me respetaban y estaban felices con el trato que recibían de mi parte. Tampoco había despedido a nadie nunca solo por capricho y cuando se solicitaba la renuncia de alguien, siempre se pedía con tres meses de antelación para darles tiempo de buscar otro empleo.
—No que yo sepa —dije con sinceridad—. Nunca he tenido problemas con mis empleados.
—¿Prospectos de socios? ¿Alguien que quería trabajar contigo? ¿Nada? —cuestiona con el ceño fruncido.
—No se me ocurre nada ahora mismo —respondí.
—Bueno, en ese caso, solo debemos esperar hasta que la policía encuentre algo —se bebió lo último de su whisky y dejó el vaso en su lugar—. No queremos que nadie más salga afectado por esto. Es bueno lo que has hecho, eso de reforzar la seguridad, sobre todo ahora...
No terminó de hablar porque una de las planificadoras nos interrumpió.
—¿Sr. Lewis? Es hora.
—¿Ya? —Elliot se pasó las manos por su pelo rubio canoso y se acomodó el esmoquin—. Demonios. Creo que sí estoy nervioso.
Me reí y le tendí la mano.
—Lo harás bien, eres un dios en los negocios, esto será pan comido.
—Espero que sí —me estrechó la mano—. Deséame suerte.
—No la necesitas.
Me dio una última sonrisa antes de seguir a la chica. Yo me quedé ahí un momento más, intentando darles forma a sus palabras en mi mente. ¿Un trabajador descontento? No lo creo, me habría dado cuenta o al menos tuviera un indicio. ¿Un prospecto de cliente? Tampoco lo creo, últimamente los trabajos que he aceptado son de viejos conocidos y... A menos que...
¿Podría ser...? No, no lo creo. No puedo creer que su locura haya llegado tan lejos, pero... ¿y si...? Dios, sería una auténtica locura.
Sacudí la cabeza, anotando mentalmente que debía ponerme al día con eso y que tenía informar también al detective Hoffman sobre lo que tenía en mente.
Caminé hacia el patio trasero y me encontré con Anthony y Sasha en el lugar correspondiente.
—Hey, amigo, ¿qué tal? —Anthony se levantó para darme un rápido abrazo.
—Todo en orden —le di una palmada en la espalda—. ¿Y ustedes?
—Encantados de estar aquí —dijo Sasha con una sonrisa.
Se veía preciosa con su vestido azul oscuro de gamuza y su pelo rojo resaltando contra su piel pálida.
Me incliné para darle un beso en la mejilla y saludar al pequeño Eric que tenía puesto un diminuto traje negro como el su padre.
—¿Y este pequeño? —me senté junto a ella y toqué la manito de Eric, que me sonrió con el chupete en la boca—. ¿Qué tal estás, amiguito?
—Tu ahijado está de maravilla —murmura Sasha—. ¿Quieres sostenerlo?
—Claro.
Lo tomé con cuidado y Eric vino contento, mirándome a los ojos con una sonrisa desdentada. Lo acomodé despacio en el hueco de mi brazo izquierdo y él se quedó tranquilo ahí, como si estuviera a gusto.
—¿Qué tal todo con...? Ya sabes —mis dos amigos me miraron.
—Nada aún. La policía está trabajando en ello, pero no tienen nada en concreto —suspiro, viendo a Eric apretar sus dos manitos alrededor de mi dedo índice—. A veces, creo que me lo estoy imaginando y que todo se trata de un maldito robo.
—Pero no se robaron nada, lo que indica claramente que no es solo eso —objetó Anthony—. Pero no te preocupes por eso ahora mismo. La policía está buscando pistas, pronto saldrá algo a la luz.
—Eso espero —suspiré.
Diez minutos más tarde empezó a sonar una suave melodía que no era la típica marcha nupcial. Todos nos pusimos de pie y me apoyé a un medio dormido Eric en el pecho, apoyando su pequeño trasero en pañales en el antebrazo. Sorprendentemente, su peso me hacía sentir mejor. Es pequeño, suave y huele bien. Me hacía recordar a Addy, porque lo que no pensaba soltarlo hasta que mi novia estuviera de nuevo conmigo.
Ahora mismo, mi pequeño ahijado era todo lo que tenía y no podía sentirme de lo más afortunado, podría sobrevivir a la ceremonia en la ausencia de Addy, sobre todo ahora que mi alma la anhelaba más que nunca.
Arturo como tío me da MIL años de vida.
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