52. Un futuro incierto.
«La vida es muy simple, pero insistimos en complicarla».
Confucio.
Agosto, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
El alta fue dada el lunes por la mañana, a Rose y a mí nos pareció extraño que dejarán ir a casa a Arturo tan pronto, pero el doctor nos aseguró que todo estaba en orden. La herida estaba cicatrizando a la perfección y las laceraciones del hígado casi eran cosas del pasado. El doctor dijo que Arturo tenía muy buena resistencia al dolor y que, como pocas personas en el mundo, sanaba bastante rápido. Yo aún no estaba convencida, pero decidí no discutir.
Salir del hospital fue una completa odisea, porque los periodistas estaban acampando afuera, a la espera de obtener más información sobre Arturo y su estado de salud. Decidimos sacarlo por la parte trasera, pero uno que otro periodista nos siguió hasta que Edward, con voz monótona, dejó en claro que no teníamos tiempo ni disposición para responder preguntas ahora mismo. Subimos al auto y nos marchamos.
Cuando llegamos a casa, teníamos una pequeña reunión de bienvenida para él. Vinieron Anthony, Sasha y el bebé, Brad y Blue, Hedwig —que quería echarle un vistazo a la casa de mi novio el millonario—, unos abogados de la empresa, Noah Paxton y Jasper Greyson, llegaron para saludar y no se quedaron mucho tiempo, por lo que se marcharon rápidamente, Edward, Rose, Kaiser y yo. Almorzamos y pasamos un rato agradable hasta que Arturo se sintió cansado por los analgésicos que le di y lo llevé a nuestra habitación.
—Dios, esto es una mierda —se quejó cuando lo ayudé a recostarse en la cama.
Sonreí y le quité los zapatos, la camiseta y después los anteojos. Lo cubrí con la manta y le acaricié el cabello cuando cerró los ojos.
—Pasará pronto —le digo—. Solo debes dormir un poco para que los analgésicos hagan efecto, ¿vale?
—Mmh —murmuró, suspirando—. Recuéstate conmigo.
—Ahora mismo no puedo, cielo.
—¿Por qué diablos no?
Tenía los ojos cerrados y el ceño fruncido. Se veía de los más divertido y adorable.
—Porque tengo que despedir a nuestros amigos y agradecerles por haber venido —le recuerdo, acomodando un par de cosas en la habitación—. Pero volveré después, ¿de acuerdo?
—Mmh —refunfuñó.
Vi a Kaiser hacerse una bolita al lado de Arturo, apoyando su cabecita en el pecho de él.
—¿Quieres que lo saque?
—No, déjalo aquí —Arturo lo acarició detrás de las orejas—. Me hará compañía.
—De acuerdo —sonreí y me acerqué para darle un beso rápido, pero aún con los ojos cerrados, me puso una mano en la parte trasera de la cabeza y me apretó contra su boca. Me reí en su beso, acariciándole la mejilla con la mano—. Vendré luego. Ahora duerme.
No dijo nada, solo se apretó contra la almohada y abrazó más a Kaiser con su brazo en su lado sano.
Se me aceleró el corazón. Mi preciosa pequeña familia. Quise hacerle una foto, pero preferí dejarle dormir.
Cuando bajé las escaleras, Anthony, Sasha y Eric ya estaban por irse.
—Gracias por venir —los abracé—. Le hicieron muy feliz, estaba ansioso por verlos a los tres.
—No es nada —dijo Sasha, meciendo al pequeño Eric en sus brazos—. Haríamos lo que fuera por él. Además, es una alegría verlo despierto. Volveremos en unos días cuando esté bien descansado.
—Los estaremos esperando.
Cuando nos despedimos, fui hacia Brad y Blue, que también me abrazaron.
—Fue bueno verlo, aunque es raro que esté tan ido.
—Son los medicamentos —le dije a Brad con una risita, él asintió. Miré a Blue, que estaba un poco retraída—. ¿Estás bien?
—Sí, ya sabes —carraspeó y miró el suelo—. Un lugar nuevo.
—Oh, entiendo, no te preocupes —le di un beso en la mejilla—. Me dio gusto verte.
—Igual.
Se fueron y Hedwig se quedó para darme un gran abrazo.
—Te ves del asco, nena —me reí—. Aunque tienes mejor aspecto ahora que tienes a tu galán en casa.
Me encogí de hombros.
—Bueno, todo es mejor cuando estamos juntos —ella sonríe con ternura—. Además, el aspecto se me quita con una siesta de veintiocho horas.
Ella se carcajea.
—Ajá, lo que tú digas.
—¿Qué hay de tu galán? —contrataqué.
Ella suspiró, dejando caer la cabeza.
—Aun nada, pero de alguna manera conquistaré a ese hombre.
—Bueno, suerte con tu plan.
—Gracias, la necesitaré.
Se marchó después de eso, no sin antes volver a decirme que su plan maestro estaba en marcha. Está loca, de eso no cabe duda, pero es una loca amigable.
—¿Quieres una copa, cariño? —me preguntó Rose cuando me senté junto a la barra de la cocina—. Parece que necesitas relajarte.
—Sería genial, gracias.
Rose me sirvió una copa generosa de Romanée Conti del 45, el vino que Arturo y yo pedimos en nuestra primera cena de negocios. Nos quedó como una tradición y Arturo pasó un mes haciendo llamadas para que le consiguieran una caja completa. Es un vino bastante difícil de encontrar, pero el sabor y el valor sentimental hace valga toda la pena del mundo.
—Aquí tienes, cielo —puso la copa frente a mí.
Le di un trago y suspiré.
—Gracias, Rose.
—De nada, cariño —me sonrió y me pasó los dedos por la mejilla—. No te he agradecido por cuidar de mi niño cómo lo hiciste —murmuró y vi que se le llenaron los ojos de lágrimas—. Arturo... Él ha estado solo durante mucho tiempo, se refugió tanto en el trabajo y en Anthony y Sasha que, a veces, pensaba que no iba a abrirse nunca con nadie más. Fue duro, ¿sabes? Cuando murieron sus padres —dijo, y la escuché atentamente—. Ellos eran todo su mundo. Unos padres comprensivos, presentes y amorosos, todo lo que cualquier hijo pudiera pedir. Y cuando Arturo los perdió, se metió dentro su coraza que, con el pasar de los años, se hacía más inaccesible y fue muy doloroso verlo. Pero entonces, llegaste tú —me sonrió y se me arrugó el corazón—. Todo lo cambiaste, mi niña. Le diste un propósito, un rumbo, y él lo agradece, y yo también.
Me dieron ganas de llorar y realmente no pude retener las lágrimas. Estiré la mano y la puse sobre la suya.
—¿Sabes por qué te quiero tanto, Rose?
—¿Por qué, mi cielo?
—Porque tienes el nombre de mi madre —le apreté la mano y sus lágrimas cayeron—. Y el mío también. Pero, aparte de eso, porque cada vez que te veo, cada vez que me abrazas, cada vez que estás ahí cuando más lo necesito... Todas esas veces, la veo a ella en ti. Tienes ese aire maternal que es difícil no adorar y sé que Arturo también lo siente y lo percibe. Por eso te ama y te necesita tanto. Puede que sus padres ya no estén aquí para acompañarlo, y sé que, con el corazón que tiene, jamás los olvidará. Pero tú estás aquí, estás con él. Lo amas, lo cuidad y lo atesoras tanto que eres indispensable para él —Rose está llorando a mares, pero tengo que sacarlo todo—. Entiendo porque me lo agradeces, Arturo es frío a veces y también un poco tosco, pero yo estoy segura de que, quién más ama y aprecia de todos nosotros, es él.
Rose hace un mohín y rodea el mostrador para rodearme con sus brazos.
—Oh, mi niña, somos tan afortunados de tenerte —dice ella.
Se me apretó el corazón, pero de puro amor, dicha y gratitud. Estaba agradecida por haber encontrado una familia tan hermosa.
Cuando nos soltamos y dejamos de llorar, terminé mi copa de vino y Rose dijo que había que recuperar fuerzas. Ella prometió irse a casa para dormir un rato y yo hice lo mismo. Subí las escaleras y corrí a nuestra habitación. Arturo estaba noqueado totalmente, pero Kaiser levantó la cabeza para verme. Me puse un dedo en los labios para indicarle que hiciera silencio, y como si me entendiera, solo se quedó mirándome. Me quité la ropa velozmente, me puse una de las camisetas deportivas de Arturo y me solté el cabello. Después me metí en la cama junto a él. Me acurruqué lo más cerca que pude, dejando una distancia mínima entre nosotros para que Kaiser también estuviera cómodo, el cual no dudó en volver a bajar la cabeza y seguir durmiendo. Miré a Arturo dormir durante unos minutos, su rostro relajado y tranquilo. Sin embargo, ahí, en medio de sus cejas, un ceño empezaba a formarse.
Me incliné hacia adelante y besé el punto entre tus cejas.
—Te amo —murmuré en voz baja.
Él se removió un poco y suspiró.
—Addy... —sonreí cuando entreabrió los labios y soltó un pequeño ronquido.
Está preocupado, me lo dejó bastante claro el sábado en el hospital. Incluso cuando seguía un poco molesta con él por no decirme antes lo que está pasando, en el fondo, sabía que no podía resentirlo. Este hombre hace todo lo que está en sus manos para protegerme y es increíble lo mucho que lo amo más por eso. Pero tengo miedo. Mucho miedo. Saber que esto no solo fue un atentado para llamar la atención o para buscar dinero... En mi interior sé que no lo es. Esos mensajes, esas notas... Es obvio que hay mucho más detrás.
El miedo sigue latente en mi corazón, porque, con un futuro incierto, cualquier cosa puede pasar. Y me aterra que, si esto le ocurrió a Arturo —siendo solo el principio—, no quiero saber que podrá pasar después.
Solo espero que, lo que sea vaya a pasar, no nos deje tan quebrantados. Unir los pedazos rotos siempre es una lucha eterna.
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