5. Caja de Pandora.
«En la vida, en la seducción y en todo lo que se os ocurra, lo real, sincero y natural es lo que realmente resulta atractivo».
Egoland.
Marzo, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
El arte no es lo mío, pero claramente este cuadro tiene algo que me llamó demasiado la atención. La obra se titula «Claroscuro». En un cuadro pequeño, pero la pintura en sí es... extraña. Hay dos siluetas; un hombre y una mujer, pintadas de negro. El color gris abarca el fondo, pero unos centímetros alrededor de las siluetas, una paleta de colores llamativos y brillantes los entrelaza el uno al otro, deslizándose de ellos.
Es crudo, vivo, visceral.
No sé por qué carajos lo compré, pero estoy seguro de que vale cada maldito dólar.
—¿Treinta mil dólares? —exhala Anthony, sentando a mi lado—. ¿En serio?
—Es una gran pieza —digo, dándole un trago a la copa de champagne.
—Hombre, ni siquiera sabes quién pintó ese cuadro —se ríe, mirando por encima de su hombro—. ¿Dónde estará Sasha?
—Vomitando, seguramente —digo.
—Mmm, no creo —niega—. Hoy se ha sentido mejor, creo que tenías razón.
—Siempre la tengo —me acomodo en la silla—. Pero, ¿en qué esta vez?
—En lo de la fiesta, cambiar de aires y esas cosas. Apenas le dije lo de la recaudación de fondos, su semblante cambió. Hizo parecer que no la saco ni a la esquina.
—Te lo dije —me encojo de hombros.
—¡Miren a quien me encontré! —exclama la voz chillona de Sasha, haciendo saltar a su marido en la silla—. Sabía que no era mi imaginación, conocería a esta mujer incluso en la oscuridad.
Subo la mirada para encontrarme a Sasha junto a una mujer. No, no cualquier mujer. A la mujer más hermosa que han visto mis ojos.
Solo hace falta un repaso para saber que es la misma a la atrapé mirándome hace unos minutos atrás. Pero, de cerca, no es ni la mitad de hermosa que pensé que sería. Es deslumbrante.
Con el vestido negro pegado a todas y cada una de las curvas de su esbelto cuerpo. Los tacones en sus pies hacen que sus piernas parezcan kilométricas, incluso cuando no sobrepasa el metro con setenta y ocho de altura. Su cabello rubio brilla bajo la luz de los pequeños focos led y su rostro no le hace competencia al de las modelos más bellas del mundo. Ojos de un azul eléctrico grandes y ligeramente rasgados, pestañas largas, cejas delgadas y definidas, la nariz más respingada y natural que he visto y los labios más tentadores de la puta Tierra.
Sí, obviamente no hay mujer más hermosa que ella.
—Mierda, Sasha, secuestraste a una chica —se queja Anthony.
—¿Qué? ¡No! —se queja la pelirroja—. Esta es Adelinne Lewis, Thony. ¡Es ella!
Adelinne.
Mierda, incluso su nombre es hermoso.
—¿En serio? —Anthony abrió mucho los ojos, pero le tendió la mano la mano a la rubia—. Es un placer conocerte. Aunque, pensándolo bien, te conozco mejor que nadie gracias a Sasha. Es tu fan.
—Sí, ya me enteré —y sonríe, y en sus mejillas se forman los dos hoyuelos más tiernos del mundo.
«¿Ternura?». ¿Desde cuando esa palabra está en mi vocabulario.
—Ven, siéntate con nosotros.
Sasha tira de ella y le ofrece la única silla disponible en la mesa, entre la pelirroja y yo. Gracias a mi espacialidad en leer a las personas, veo cómo Adelinne se debate en si declinar o no la oferta. Al final cede, le sonríe a Sasha y se acerca a la silla. No sé qué me pasa, pero mi lado caballeroso sale a flote solo por ella y sin darme cuenta me estoy poniendo de pie para apartarle la silla.
Sus ojos se amplían un poco al ver mi gesto, y creo que está tan sorprendida como yo, pero lo oculta con una sonrisa educada. No importa de qué tipo sea, la sangre empieza a correr más rápido por mis venas al solo ver su sonrisa.
—Gracias —dijo y su voz sonó más aterciopelada de lo que esperaba.
No respondí, solo acerqué su silla a la mesa y ocupé mi lugar a su lado.
—Ese es Arturo King —Sasha me señala—. Él fue quien compró el cuadro, que, por cierto, yo quería. ¿Por qué lo compraste?
Sí, eso. ¿Por qué lo compré?
La rubia brillante parece estar tan interesada en la respuesta como Sasha.
—Me pareció interesante —es todo lo que digo, porque nada más sale de mi boca.
Es como si mi cerebro no pudiese coordinarse con mi boca. ¿Qué carajos me pasa?
—Patrañas —Sasha movió la mano para restarle importancia—. Amo ese cuadro, lo he estado buscando por todos lados. Ella lo pintó, Arturo, por si no lo sabías. Ella es la artista.
—Es un placer —dijo ella y estiró su mano hacia mí.
Miré su mano extendida por unos largos segundos, sin saber si tomarla o no, algo en el fondo de mi cerebro gritaba en alerta máxima. No sé, pero algo me decía que, una vez que estrechase su mano, nada volvería a ser igual. Pero, como soy un hombre de lógica y no de señales y mucho menos de presentimientos, tomé su mano.
Grave. Error.
Su piel es suave, como el terciopelo, pero tiene líneas rugosas que se hacen tangibles. Tiene un tatuaje minimalista en la muñeca derecha, una paleta de pintura y un pincel. Tiene otro en la parte interna del codo del mismo brazo, que parece un corazón, pero es un torso femenino que se abraza así mismo. Y, en su hombro derecho tiene una mariposa. Todo minimalista y muy diminuto.
Aparte de eso, de la suavidad y los dibujos en su piel, el calor abrazador de su mano sube por todo mi brazo y se expande por mi garganta, formando un nudo que me impide respirar. El corazón —ese que casi no funciona— se me acelera de una manera peligrosa y un rugido emerge en la parte interna de mis oídos.
Pero. Qué. Mierda.
—Adelinne Lewis —su voz me saca de mi ensoñación.
—Arturo King —consigo decir, carraspeando—. El placer es mío.
Me sonríe esta vez con más amabilidad y cuando suelto su mano aprieto los puños en mi regazo, sintiendo como el fuego sigue corriendo por mis venas. Y ella sigue mirándome, no sé sí porque le pasa lo mismo o por otra cosa.
—Que alegría haberte encontrado aquí —Sasha interrumpe nuestro raro momento, arrancando la atención de Adelinne de mí—. Definitivamente estoy viviendo un sueño.
—Gracias —ella se ríe y ese fino sonido, igual que el cristal siendo azotado por el viento, baja directamente a mi entrepierna—. Me hace feliz que hayas adquirido el cuadro, aparte de que el dinero recaudo vaya a los niños del albergue, sé que lo sabrás apreciar de verdad.
—¿Bromeas? Tus cuadros son mis tesoros —suspira—. Sobretodo el que compró Arturo —los ojos marrones de Sasha vinieron a los míos, grandes y suplicantes—. ¿Me lo regalarías?
Observé su puchero de pena.
—No —dije rotundamente—. Ya te dije, me pareció interesante. Me lo quedo.
Sentía los ojos de Adelinne sobre mí, pero sabía que si la miraba, el asunto en mis pantalones se pondría peor.
—¿Hablas de Claroscuro? —intervino la rubia.
—Sí, lo he perseguido por años —chilla Sasha—. Es una obra maestra.
—El original lo tengo conmigo —dice Adelinne, envolviéndose aún más en el chal de pelo blanco, haciendo que sus finos y tentadores hombros se vean más elegantes—. Esas son réplicas que me han pedido a lo largo de los años. Si quieres, puedo hacer uno para ti.
Sasha casi se cae de la silla.
—¿De verdad?
—Sí —Adelinne se ríe—. Por supuesto, no sería un problema. Lo he pintado mil veces desde la primera vez.
—Vaya, eso sería estupendo —esta vez habló Anthony, mirándome de reojo de una manera muy peculiar—. ¿Y cuánto nos costaría?
—¿Viendo la reacción de Sasha? —sonríe con ternura, inclinando la cabeza—. Ese es un pago suficiente.
Otro. Grave. Error.
Entonces, no es sólo hermosa, sino caritativa y amable.
Mierda.
—¿En serio? —a la pelirroja se le llenan los ojos de lágrimas.
—Sí, pero no llores —le ruega Adelinne.
—Lo siento, es el embarazo —se excusa, recibiendo el pañuelo que le da su esposo. Se seca las lágrimas y estira su mano hacia Adelinne, que la toma de inmediato—. Eres aún más asombrosa en persona que en las revistas y en la televisión.
—La prensa solo dice lo que quiere para vender historias —asegura—. No les hagas caso.
—Gracias, de verdad —hipea Sasha, como si acabaran de concederle un deseo—. Es el mejor regalo de la historia.
—No es nada —Adelinne vuelve a sonreír.
Ya está. Estoy duro como un puta piedra. ¿Qué mierdas es esto? Ninguna maldita mujer había logrado excitarme con una sonrisa. ¿Y Adelinne Lewis, sonríe y mi polla decide hacer una tienda de campaña en mis pantalones? Hay que joderse.
Aprieto los puños otra vez, ahora con más fuerza, intentando no pensar en esta desconocida como si fuera un trozo de carne. Eso es difícil, por supuesto, teniéndola tan cerca.
—¿Qué haces en Los Ángeles, Adelinne? —cuestiona Anthony—. Sasha dijo que vivías en Nueva York. ¿Es cierto?
—Oh, sí, solía vivir allí —se pasa un mechón rubio por encima del hombro y levanta barbilla. Su anguloso cuello queda a la vista y su garganta se mueve cuando traga con fuerza—. Ahora estoy aquí en casa de mi padre y su prometida, de hecho, vine con ellos —gira la cabeza por encima de su hombro, pero después vuelve a mirar hacia nosotros. Sonríe y sube los hombros—. Deben estar por ahí en algún lado.
—Espera —interrumpe el rubio—, ¿eres la hija de Elliot Lewis?
Adelinne frunce el ceño y ladea la cabeza.
—Sí, ¿lo conoces?
—Yo lo conozco —intervengo, ganándome otra mirada intensa de su parte—. Hago negocios con él.
—Oh, entiendo —asiente.
Ahora entiendo el parecido, el cabello claro y los ojos azules, aunque los de Elliot son más claros. Pero los hoyuelos, esa inclinación de cabeza y el apellido están ahí.
—¡Que pequeño es el mundo! —Sasha se ríe—. Gracias por invitarnos a venir, Arturo, de no ser así, no habría conocido a mi artista favorita —me guiña un ojo—. ¿Me regalarías una foto más tarde? Es que mis colegas no me creerán cuando se enteren de que te conocí.
—Sí, claro. ¿Trabajas con mi padre también?
—Oh, no —la pelirroja sacudió la cabeza—. Solo Arturo, y Thony que es su asistente. Yo soy abogada.
—Vaya, genial —asiente—. Cuando nos tomemos la foto, puedes darme tu número, así me pongo en contacto contigo para lo del cuadro. Si quieres que le agregue algo o...
—No, no, no, lo quiero tal cuál y como es —se apresura a decir—. Es perfecto así.
—Vale.
—Sé que lo estoy repitiendo mucho, pero es que no puedo creer que te esté conociendo —Sasha no para de chillar como una loca y eso no está ayudando con mi situación de estrés y exasperación—. Eres la mejor.
—¿Eres así de famosa? —no sé por qué la pregunta salió en tono duro, pero no pude evitarlo.
Anthony me dio una mirada anonadada cuando Adelinne me miró.
—No, pues...
—¡Claro que sí! Es la Van Gogh del siglo XXI —aseguró Sasha de inmediato.
—Bueno —Adelinne se ríe y sus mejillas se ponen rojas, y esos sexys hoyuelos resaltan aún más—. Yo no lo creo así, pero gracias.
No sonrías más así, por favor. Me está matando.
No puedo soportar más esto, es demasiado y no lo entiendo. Mi cuerpo y mi mente jamás actúan por encima de mi control y, claramente, no van en contra de mi razonamiento y mi cerebro. No sé qué mierda me pasa esta noche. Pero de algo estoy seguro, y es que es culpa de esta mujer.
—Veo que ya conocen a mi flamante hija —dice la voz ronca de Elliot, que llega con su prometida del brazo—. Arturo.
—Elliot —estrecho su mano—. Que bueno verte otra vez.
—Lo mismo —se estira para estrechar la mano de Anthony—. Hola, Sasha, ¿qué tal estás?
—Excelente, Elliot, es un placer verte —asiente la pelirroja—. Hola, Molly.
—Hola, Sasha —la pelinegra se acerca y le da un beso rápido en la mejilla—. Te ves encantadora.
—Gracias, tú igual. ¿Quieren sentarte con nosotros?
—Si no es mucha molestia, claro —se excusó la mujer Elliot.
—¡Para nada! Solo hay que poner más sillas —y sin prestarle mucha atención, vi como Sasha se encargó de llamar a un mesero para que pusiera dos sillas más en la mesa.
Yo no podía quitarle los ojos de encima a Adelinne Lewis, en como le sonrió a su ¿madrastra? Ella no podía tener más años que Molly Andrews. También noté como apretaba la mano de su padre que estaba en su hombro y este después le acariciaba la mejilla antes de sentarse en medio de ella y de su prometida. En todo momento, tuve la mirada fija en el perfil perfecto de Adelinne. Ninguna persona podía tener un perfil así de perfecto y asimétrico. Las mujeres gastaban millones en tratar de replicar una belleza así y aquí está esta mujer, luciendo más hermosa que cualquiera y sin ningún retoque quirúrgico en su cuerpo. Eso podía afirmarlo. Ella es natural de pies a cabeza, estoy segurísimo.
—No puedo creer que mi marido estuvo tan cerca del padre de mi artista favorita y yo no lo sabía —dice Sasha para romper el silencio—. ¿Por qué nunca me dijiste que tu hija es Adelinne Lewis, Elliot?
Elliot Lewis, el hombre correcto y serio, se remueve incómodo en su silla, mientras se acomoda la corbata.
—Es que nunca surgió el tema —y con esas sencillas palabras y el tono comedido de su voz, sé que hay más detrás de esa simple afirmación—. Además, Sasha, jamás me dijiste que te gustaba el arte de mi hija. Te lo habría dicho de inmediato.
—Ah, no te preocupes —la pelirroja vuelve a sonreír—. Esta noche está siendo una de las mejores de mi vida.
Adelinne estaba más sonrojada que antes y se movía en su silla sin parar, en uno de esos movimientos, sus ojos volvieron a encontrar los míos y una pequeña sonrisa cruzó sus labios. Fue efímera, antes de que su padre llamara nuestra atención.
—¿Compraste el cuadro de Addy, Arturo? —pregunta.
—Sí, lo adquirí hace unos minutos —carraspeo, frunciendo el ceño—. No sabía que tenías una hija tan talentosa.
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera procesarlas, pero no me arrepentía. Pocas veces decía cosas que no quería, pero algo sí tenía, y es que sabía apreciar lo bueno de los demás. En poco segundos, he descubierto que Adelinne Lewis no es sólo una mujer hermosa, sino que también, una excelente artista. Eso debo reconocerlo.
—Lo es —Elliot aprieta el hombro de su hija, sonriéndole—. Es una artista estupenda. Mi más grande orgullo.
Su hija le sonrió de vuelta, con más cariño del que creí.
—Me parece estupendo que se conozcan —dice él—. Arturo y yo hemos estado haciendo negocios juntos.
—Eso me dijeron —asiente ella.
—El lunes espero y podamos cerrar el trato para la inversión de Nepal —Elliot levantó su copa hacía mí.
—Así va a ser —asiento.
No me gustaba hablar del trabajo cuando no estaba en una oficina, pero debía decirlo, el trato está en la bolsa. El tipo de Nepal aceptó ir cincuenta y cincuenta, dándonos la ventaja de poder ocupar el resto del dinero en el otro envío.
—¿Qué tipo de inversión? —la voz suave y firme de Adelinne llamó mi atención.
—Intentamos llevar tecnología a Nepal, cariño —le explicó su padre—. En varias ciudades de ese país es muy escaso el acceso a internet para los niños y las escuelas, por el bajo presupuesto del estado. Hemos decidido enviar tabletas inalámbricas y añadir red WiFi por medio de satélites.
—Vaya, eso suena genial —la resolución brilló en sus ojos—. Espero que vaya bien. Es una muy buena idea lo de ayudar a los niños y a las escuelas de bajos recursos.
—Además que es un buen negocio —intervino su padre—. Estoy seguro que cuando vean los beneficios que trae para la sociedad y el desarrollo de los niños todo este proyecto, muchos países estarán interesados.
—Eso espero, de verdad —la firmeza y el anhelo en la voz de Adelinne puso toda mi atención en ella—. Como van las cosas en el mundo de hoy, la educación y la protección de los niños lo es todo. Que gran idea la de llevar tecnología a los niños de Nepal, es tan amable y generoso. Me alegro que están trabajando en eso.
Nos dio una sonrisa a ambos, y algo pasó como un rayo por mi cerebro, sin embrago, me aferré a eso. La personalidad altruista y generosa de Adelinne Lewis no pasó desapercibida para mí, porque rara vez veía eso en las personas. Tal vez una que otra cualidad, pero no todas. Una persona así no se encuentra en cualquier esquina y una necesidad extraña me invadió. Quería saber todo a cerca de esta mujer. Todos sus secretos, incluso si estos venían con sorpresa incluida.
Claramente, su talento no es sólo pintar, porque cautivar a las personas sin darse cuenta, parece ser algo con lo que nació. La señorita Adelinne Lewis es una caja de Pandora y estoy deseando descubrir todo lo que tiene oculto.
¿Qué les parece este primer encuentro?
¿Qué tal Addy y Arturo?
Los leo en los comentarios.
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