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44. Tú eres mi sueño hecho realidad.

«Sueño mi pintura y pinto mi sueño».

Vincent van Gogh.

Julio, 2020.

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Todo fue un caos total. La gente estaba encantada, había fotos, firma de autógrafos, sonrisas, abrazos y lágrimas. Fue una noche maravillosa. Todos reían, hablaban e incluso contaban anécdotas y recuerdos. En el aire se respiraba amor, paz, aceptación y éxito.

En total exhibí veintidós cuadros, todos a la venta excepto tres. El set Claroscuro solo adorna el lugar, pero la gente no paraba de hacerle fotos. El resto de los cuadros fueron un éxito total. Se vendieron doce de ellos, y me puse a pensar si debía pintar más para poder acabar la semana.

Entre abrazos, felicitaciones entre lágrimas y besos, entrevistas para la prensa local, fotos con los fanáticos y firmas inesperadas, no tuve tiempo de abrazar a Arturo hasta que dieron las ocho y treinta de la noche, cuando la marea de gente mermó un poco.

Sus brazos se ciñeron a mi alrededor con fuerza, hundía su rostro en mi cuerpo y me apretó con tanto ímpetu que mis pies apenas rozaron el piso. Cerré mis ojos y me dejé descansar en él. Acaricié su espalda y respiré su aroma. Mi corazón se llenó de felicidad y dicha absoluta. Casi me dan ganas de llorar otra vez.

—Gracias por todo —dije en un susurro, solo para nosotros.

Me dio un beso en el cuello, apretándome contra su pecho.

—Este era tu sueño, yo solo ayudé a hacerlo realidad.

—¿Y tu sueño?

Se alejó solo para mirarme a los ojos.

—Tú eres mi sueño hecho realidad —dijo—. No necesito nada más.

Se me apretó el pecho y se me cristalizaron los ojos.

—¿Te la vas a pasar toda la noche llorando? —se burló de mí, besándome la mejilla varias veces.

—Si me sigues diciendo esas cosas, sí —me sequé los lagrimales con la yema de los dedos—. Estoy sensible.

—De acuerdo, entonces —me puso una mano en la cadera y me apretó a su costado—. ¿Puedo decirte que te amo o eso también te hará llorar?

Le pellizqué el pecho, pero él solo sonrió.

—Sí, sí puedes decirlo.

—Te amo.

—Yo más.

Nos sonreímos como dos idiotas enamorados. Porque eso es exactamente lo que somos.

—¿Podemos interrumpir? —intervino una voz femenina con una acento inglés muy marcado.

Miré hacia mi lado izquierdo y vi a dos personas.

—Por supuesto —dijo Arturo, animándome a saludar—. Que bueno que hayan podido venir. Esperamos que todo haya sido de su agrado.

—Lo fue, por supuesto —dijo la mujer—. Solo queríamos conocer a la artista estrella.

—Claro que sí —mi novio asintió y me presentó como si fuera una estrella de cine. Se me aceleró el corazón—. Cariño, estos son Matthew Remington y su asistente ejecutiva, Astrid Emerson. Astrid, Matthew, mi novia, Adelinne Lewis.

—Hola, es un placer conocerlos a los dos —dije con la mandíbula prácticamente en el suelo.

Estas personas eran perfectas, literal y figurativamente.

La mujer es una rubia preciosa, alta y esbelta, con curvas impresionantes. Lleva un vestido negro de tirantes finos y ajustado hasta por debajo de las rodillas, un collar de perlas y su abundante y brillante pelo rubio caía prolijamente sobre uno de sus hombros, y tenía unos tacones altísimos negros. Y el tipo. Madre de Dios, el tipo era precioso. Aclaremos que me van los hombres de pelo negro, ojos azules y gafas. Pero, Jesucristo, Matthew Remington era el mismísimo Zeus caminando entre los mortales. Alto, mínimo rozando el metro noventa, fornido y musculoso, ojos azules, cabello rubio arenoso, corto a los lados y algo largo arriba, mandíbula cincelada con un fino rastrojo de barba cubriendo su quijada y su mentón fuerte. El traje negro que tenía puesto se aferraba a cada músculo duro y atlético, y la camisa rojo carmesí hacia que su piel dorada y bronceada luciera aún más. En fin, tengo que cerrar la boca porque... Bueno, porque tengo que cerrar la boca y ya.

—El placer es nuestro totalmente —la mujer me tiende la mano y su piel es suave y fría—. Todo estuvo estupendo.

—Me alegra que les haya gustado.

El hombre también me ofreció la mano y la suya casi engulle la mía de lo grande que es.

—Matthew Remington, encantado.

—Igualmente —sonreí amablemente.

—Estuviste en Londres hace unos años, ¿verdad? —cuestiona Astrid, acercándose un poco más.

—Sí, lo estuve, hace dos años, creo —hice una mueca, recordando—. Solo pude exhibir dos de mis cuadros.

—Matthew me regaló uno de ellos por mi cumpleaños —dijo ella, sonriendo un poco—. El «Mar profundo».

Oh, amé pintar ese cuadro. Que felicidad que lo tengas.

—No pudimos verte en ese entonces —se lamentó—. Por eso debía venir a conocerte. Estamos en el país por negocios —señala a Arturo—. Fue una idea absolutamente genial.

Me reí de su expresión de suficiencia mientras miraba a su jefe, y me pregunté brevemente si entre ellos había algo, pero en los ojos de Matthew no encontré cariño amoroso, sino fraternal, muy escondido en la oscuridad de sus ojos azules.

—¿Todo bien con los negocios? —indagué para cambiar un poco de tema—. Arturo me contó que era fabricante de autos, Sr. Remington.

—Solo Matthew, por favor —dijo él, metiendo una de sus manos en el bolsillo de su pantalón—. Sí, soy CEO¹⁵ de Remington Industries. Y sí, todo va bien con los negocios.

—Que bien. He visto fotos de sus vehículos, son geniales.

—Te lo agradezco.

Me puse alerta cuando el brazo de Arturo se tensó en mi cintura. Busqué su rostro para saber que pasaba, pero sus ojos están fijos en la entrada. Fruncí el ceño y miré también hacia allá. Mi cuerpo también se puso duro. Mi estómago se revolvió y casi salgo disparada en dirección contraria de no ser por el agarre de hierro de Arturo en mi cintura.

Clara estaba de pie junto a la puerta, vestida con unos jeans desgastados, una camisa azul oscuro brillante y unos tacones de aguja plateados. Su pelo castaño estaba impecable, como siempre, y parecía radiante, de no ser porque yo la conocía —o eso creía—, y en sus ojos marrones había una tristeza pura y cruda. Y también parecía que había perdido peso. Lo noto en sus pómulos afilados y sus clavículas prominentes.

Apreté la mandíbula cuando sus ojos buscaron entre las pocas personas que quedaban y se encontró conmigo. Embozó una sonrisa cansada y agotada y tuve que reprimir todo de mí para no gruñir. Traté de calmarme, respiré profundo dos veces y sonreí a las dos personas frente a nosotros.

—¿Me disculpan un segundo? Tengo que hablar con alguien —miré a Arturo, este me frunció el ceño, pero lo ignoré—. Con permiso.

Me zafé del agarré de Arturo con delicadeza, dándole un apretón en la mano para que supiera que estaba bien. O, al menos, intentaba estarlo. Caminé rápidamente hacia Clara, que me miraba con interés y algo parecido al anhelo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —solté apenas me detuve frente a ella.

Tragó duro, se remojó los labios y levantó la boleta de la galería.

—Vine a ver tu exhibición —dice con voz ronca y algo temblorosa. Mira todo en el interior de la Galería y sonríe—. Es igual a tu idea. Siempre quisiste una galería con paredes blancas y pasamos de cristal y acero.

—Sí, bueno —carraspeo—. Cuando se tiene el equipo adecuado, los proyectos quedan perfectos. Supe que estaba en el lugar correcto cuando me sentí como prioridad y no como una opción.

Su frente se arruga y sé que está conteniendo las lágrimas.

—Sí, tienes razón en eso —baja la mirada a sus manos—. ¿Podemos hablar afuera?

—No creo que tengamos muchas cosas que decir, Clara.

Inhaló fuerte.

—Lo sé, solo... —metió el trozo de papel en su pequeño bolso de mano—. Quisiera decirte algo, si no te importa. No te quitaré mucho tiempo. Por favor.

No quería ceder, pero culpo a la parte buena de mi corazón cuando asentí.

—Bien.

La seguí afuera, tomándome mi tiempo cuando nos detuvo justo en el lugar donde discutí con Daniel hace tantos meses atrás.

—Aquí mismo me enteré que estuviste acostándote con Daniel durante un año completo, ¿sabes? —mis palabras la golpearon con fuerza, sus ojos se ampliaron y su expresión de dolor casi, casi logra sacudir algo en mi interior. No lo hizo—. Es irónico que ahora estés aquí, solo que con varios meses de diferencia...

—Daniel se acostó con otra mujer —me interrumpió con la voz ahogada. Me callé abruptamente, un poco sorprendida, la verdad. Ella sonrió en medio de las lágrimas que comenzaron a salir de sus ojos—. Mmh, supongo que ya sé lo que sentiste. Ya sabes, lo encontré en el sofá de su sala follando con otra mujer.

Solté una risita nasal, pero no pude reír realmente. Pero sí me crucé de brazos para retener la sorpresa, supongo.

—Diría que me alegro, pero no puedo. Eso de ser una perra solo me sale con las palabras, pero no puedo alegrarme del mal ajeno —la miré a los ojos—. No sé si soy muy buena o muy idiota. Cualquiera que sea el caso, lo siento. Sé que es un dolor terrible ver a la persona que supuestamente te ama traicionarte.

—No eres idiota, eres muy buena —asintió y se secó la mejilla con la palma de la mano—. Siempre fuiste la más buena de las dos. Y no eres una perra, estás herida y molesta. Ahora te entiendo.

—Ya no estoy molesta, y la herida ya está más que cicatrizada. Encontré una buena manera de sanar mi corazón —dije—. Espero que tú también encuentres lo mismo algún día.

—Eso espero, porque el dolor que siento aquí —apunta su pecho—, es insoportable y me siento como una mierda porque cuando me dan ganas de llorar, sé que no debería porque conseguí a Daniel de la misma manera en la que me lo quitaron. Entonces, cuando me acuesto en mi cama y las lágrimas salen, me las limpio sabiendo que tú también pasaste por lo mismo por mi culpa, entonces...

Se quedó callada cuando la abracé, contuvo la respiración un segundo y después empezó a sollozar con verdadera agonía. Su cuerpo atlético y firme ahora era delgado y frágil. Se sentía fría, diferente. Recuerdo todas las veces que ella me abrazó cuando algo me salía mal, cuando recibía alguna crítica en redes sociales o un cuadro no gustaba. Ella siempre estuvo ahí y sus abrazos fueron cálidos. Ahora se siente diferente. Sé que debería repudiarla, pero mi corazón de pollo no me lo permite.

—Lo siento —jadea cuando la suelto—. Sé que no debes hacer esto. Ni siquiera debí venir hoy. Es tu día especial, tu sueño se ha hecho realidad. No quiero arruinar tu felicidad más de lo que ya lo he hecho —sigue hipando, pero se seca las lágrimas o lo intenta—. Solo quería disculparme como es debido, sin tanto rollo, sin gente haciendo presión. Quiero que sepas que te quiero como una hermana, y que, aunque ya no seamos más amigas, siempre te querré. Lamento mucho haber arruinado nuestra amistad por un momento de lujuria. La cagué y lo siento mucho —respira hondo y me sonríe melancólica—. Espero que algún día puedas perdonarme.

Dio un paso atrás, luego se giró e intentó marcharse, pero las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensarlo dos veces.

—Ya te perdoné, Clara —dije en voz alta. Ella detuvo su paso y se volvió hacia mí—. Te perdoné el día que me di cuenta de que amaba a Arturo. Te perdoné porque no tenía caso odiar a nadie cuando necesitaba todo mi corazón para amar al hombre de mi vida. Saqué todo el resentimiento que les tenía a Daniel y a ti porque debía llenarme de amor. Quería ser feliz con Arturo y no podía seguir amarrada al pasado —suspiré—. No te preocupes ya por mí, lo que ambas pasamos, ya quedó atrás. Olvídate de eso. No es sano, lo sé. Tómalo por consejo, ¿vale? —me acerqué a ella y tomo su mano—. Aléjate de Daniel. Hombres como él no son más que un lastre. Le gusta el sexo, pero no el resto de implicaciones. Eres una mujer fuerte, preparada, inteligente. No dejes que esto te hunda. Yo estuve ahí, me sentí miserable y quería dejar todo y tirarlo a la basura. Rodéate de personas que te quieran, que te hagan sentir feliz y que te llenen de sabiduría, amor y apoyo —la solté y ella se sorbió la nariz—. No puedo decir que todo será como antes, pero siéntete libre de saber que yo no te odio. Sé feliz, Clara, eso sería suficiente para mí.

Traga duro y asiente, me mira como si jamás lo hubiera hecho. Veo en sus ojos que no reconoce a la mujer que tiene enfrente, y siendo sincera, yo tampoco me reconozco en mis oídos. Soy la misma mujer que la tildó de zorra y la mandó a la mierda, pero al mismo tiempo, ya no lo soy. No tengo tiempo para odiar, estoy demasiado ocupada amando y siendo feliz.

—Gracias, Addy —me sonrió. Se secó el resto de sus lágrimas antes de sacudir su mano en mi dirección—. Adiós.

—Adiós, Clara.

La vi marcharse en un taxi, más entera que cuando llegó. Y yo sentí que toda una vida de dolor y traición se había ido por fin. Mi mente estaba sorprendentemente más tranquila, mi corazón más grande e hinchado, mi cuerpo más ligero y en paz.

Enderezo mis hombros y me doy la vuelta para entrar a la galería otra vez, pero me encuentro con Arturo esperándome a unos pasos de la puerta.

Tenía el ceño fruncido y estaba realmente preocupado. Se me apretó el corazón y me apresuré a acercarme a él. No se merecía tanto suspenso.

—¿Todo en orden?

Tomé sus manos y le sonreí.

—Todo en orden, tranquilo —me acerco a él y lo miro a los ojos—. Todo está bien ahora, lo prometo.

Ahora más que nunca me doy cuenta de la recompensa que tengo por haber salido del lugar más tóxico del mundo. Vine a Los Ángeles sin muchas esperanzas, y ahora soy la persona con más fe en el planeta. Tengo todo lo que quiero. Un trabajo que amo, una familia preciosa, unos amigos estupendos y unos colegas maravillosos. Ah, que no se me olvide, tengo al hombre más increíble, guapo, dulce, sensible y honesto a mi lado.

—Estoy tan, tan orgulloso de usted, Srta. Lewis —me pasa un mechón de pelo detrás de la oreja y me mira con adoración—. El amor que siento por ti no me cabe en el pecho. Cada día que pasa te amo más.

—Uff, no estás ni de cerca, amigo mío —le doy una palmadita en la mejilla y sonrío con diversión—. Te amo más que nada. Eres todo lo que siempre soñé y muchísimo más. Te amo con toda mi alma.

Se ríe y me suelta las manos para rodearme con sus brazos.

—Me ganaste esta vez —me mira desde su altura.

—Cuando se trate de amor, jamás me daré por vencida —toco su nariz con la mía—. Menos si es contigo.

—Más te vale, porque yo jamás me rendiré contigo.

—Eso espero.

¹⁵) CEO: Director ejecutivo. 

•••••

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