42. El comienzo de nuestra historia.
«¡Qué poco ruido hacen los verdaderos milagros! Que simples son los acontecimientos esenciales».
Antoine de Saint-Exupéry.
Junio, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
Adelinne por fin dejó de torturarme y aceptó mudarse conmigo por completo. Ambos sabíamos que una mudanza a pocos días de la inauguración de la galería sería un completo caos, pero cuando me dijo que quería vivir conmigo oficialmente una noche después de una jornada de sexo alucinante, no dudé en mover mis influencias. Un miércoles tenía un camión de mudanza en la puerta de la casa de Elliot Lewis. A las ocho de la mañana llegó el camión y las doce del mediodía estaba en mi casa.
El resto de la semana nos ocupamos de organizar todo, de poner sus cosas en el lado izquierdo de mi clóset, hasta sus herramientas de trabajo en su nuevo estudio. Debíamos agradecer a nuestros amigos y familiares por ayudar. Rose estaba prácticamente saltando en un solo pie cuando Addy se mudó, ella se encargó de acondicionar todo para ella. Blue con su timidez apareció un día y ayudó a Addy a arreglar todo en su nuevo estudio. Sasha y Anthony se pasaron una tarde a un almuerzo tardío y a conocer a Kaiser, que estaba loco con tanta gente dándole afecto. Molly y Elliot llegaron una noche a cenar y se quedaron para ofrecer su ayuda. Incluso la chica nueva, Hedwig —que nombre tan extraño, debo decir—, vino para ayudar a Addy en lo que pudiera.
Addy tenía más cosas de trabajo que cosas personales, pero debía admitir que la mujer colecciona peluches como para llenar el mundo. Pero tenerla en mi espacio, rodeándome, con su olor por todas partes, con sus colores vivos y llamativos, con su personalidad arrolladora y su dulzura, hace que todo valga la pena.
En cuanto a nuestro nuevo integrante de la familia no hay mucho que decir. Kaiser es un caos andante. Tiene una constante pelea con Rose porque le daña las plantas, pero nadie es capaz de regañarlo lo suficiente porque es el perro más adorable del mundo. Ayer encontré a Edward dándole una vuelta a la manzana en el auto. Addy lo adora y ver el brillo en sus ojos cuando juega con él es la mayor recompensa del mundo. Adelinne es una madre aplicada y firme, en tan solo una semana Kaiser ya sabe darse la vuelta, sentarse y dar la pata. También le encanta ir de compras para él. Si antes decía que Adelinne odiaba el centro comercial, me equivoqué. Le compró una cama, juguetes y comida. Una tarde llegó con una mini sudadera con capucha para el perro. Me reí el resto de la noche durante la cena.
Molly y Sasha amaban al maldito perro, Elliot jugó con él un par de veces y creo todos descubrimos que no tenía alergias. Addy no comentó nada y yo tampoco dije algo al respecto. Kaiser se orinó los zapatos de ochocientos dólares de Anthony, pero eso no hizo que odiara al perro, de hecho, le cae mejor, porque esos zapatos se los regaló su cuñada.
Pero, aunque todo sea color de rosa en ese aspecto, Kaiser no deja que nadie haga nada. Al perro le encanta llamar la atención y que lo estén mimando 24/7. Como ahora, luego de una larga tarde organizando las cosas de Adelinne, por fin nos tomamos un descanso.
La tomé por debajo de los muslos y me la eché al hombro. Gritó y se rio, pero nada me detuvo de llevármela a la habitación. Me quité la camisa por la cabeza y los jeans una vez que la tiré a la cama. Ella se despojó de su ropa excepto del sujetador y las bragas antes de que me subiera encima de ella. Me recibió con un beso caliente y un gemido cuando mi polla ansiosa rozó su húmedo centro. Todo iba bien, hasta que recordé algo.
Mi error: dejar la puerta entreabierta.
Kaiser entró como un tornado y de un puto salto se subió a la cama.
—Maldita sea —gruñí, empujándolo suavemente hasta la orilla, pero el infeliz me esquivó y se acercó otra vez—. Puta vida.
—Arturo, no —Addy se rio cuando Kaiser se metió entre nosotros y se frotó contra su cuello y mi pecho—. ¡Kaiser, abajo!
Fuimos ignorados por nuestro maldito perro.
—No se irá —resollé, rodando del cuerpo de Addy y dejándome caer de espaldas sobre el colchón.
—Kaiser, por favor —Adelinne me lo quitó de encima cuando vino a lamerme la cara—. Vamos, tu padre no está humor para tus juegos.
La miré mal mientras se bajaba de la cama.
—Nada como que un perro te bloqueé la polla.
La escuché reírse de mi dramatismo mientras caminaba hacia la puerta. Besó a Kaiser y lo dejó en el suelo del pasillo, cerró la puerta y le puso pestillo. Caminó hacia la cama despacio, con toda la sensualidad del mundo. Mi miembro se crispó de nuevo.
—Yo no la veo bloqueada para nada —se subió a la cama y se metió entre mis piernas. Se sentó sobre sus talones y arrastró sus suaves manos por mis abdominales—. De hecho, yo la veo bastante despierta.
—No es una sorpresa cuando estás tan cerca de ella —apreté los dientes cuando enganchó los dedos en el elástico del bóxer y empezó a bajarlo hasta quitarlo.
—Bueno, la quiero aún más cerca —el fuego no se disipa de sus ojos, y la luz de la tarde bañando su piel con un brillo dorado hace que el negro de su ropa interior de encaje resalte con fuerza—. La quiero en mi boca.
Maldito infierno.
—Es toda tuya, nena. No me estoy quejando.
Ella se ríe, sujetando mi polla con sus pequeñas y suaves manos. Mierda.
—Eres tan grande —pasó su lengua por la punta, haciendo que todo mi cuerpo se pusiera rígido—. Estás tan duro.
Se me pusieron todos los pelos de punta cuando se lanzó por mí. Chupando, raspando, lamiendo. Su cabeza rubia empezó a subir y bajar sobre mí, llevándome tan profundo como podía. Le aparté el pelo de la cara para encontrarme sus ojos cerrados y una expresión de satisfacción que por poco me manda a la lona. De repente empecé a balancearme con ella, manteniendo firmemente su cabeza donde la quería, mientras ella me llevaba a su garganta con movimientos precisos y fluidos.
Mi cuerpo estaba tenso, duro. Apreté los dientes y traté de acompasar mi respiración, pero los gemidos salieron de mi garganta de igual forma. Su boca era suave, cálida. Era irresistible. Estuve apunto de correrme, pero quería hacerlo dentro de ella. Como siempre.
La alejé con cuidado de mí, arrastrando su cuerpo por la cama. Me subí encima de ella y enganché una de sus piernas en el pliegue de mi codo, abriéndola para mí. Le quité las bragas de un tirón antes de acomodarme en su entrada.
—¡Oh, Dios! —se arqueó bajo mi cuerpo cuando la penetré de golpe—. Arturo...
Sus paredes internas me apretaron con fuerza y mi cuerpo sucumbió a sus exigencias. Bajé mi mano libre a su clítoris y tracé círculos rápidos sobre él. Addy se sacudió bajo mi cuerpo, tan cerca del éxtasis como yo. Me moví con embestidas duras y largas, sintiendo como todo mi cuerpo anhelaba la liberación. Pero necesitaba la suya primero. Así que me esforcé. La empotré contra el colchón y no me detuve hasta que su cuerpo tembló, sus uñas se clavaron en mi espalda y mis brazos mientras mi nombre salió entre gemidos y gritos de sus labios.
Me vine justo después que ella. Me desplomé sobre ella, con la cabeza hundida en su cuello unos minutos hasta que volví a respirar de nuevo. Me acosté a su lado y la arrastré a mis brazos sin demora. Ella seguía con los ojos cerrados y la respiración agitada, pero parecía saciada y feliz. Entonces supe que mi trabajo estaba hecho.
—¿Estás bien? —pasé mi mano por su espalda para quitarle el sujetador. No me respondió, solo respiró con los ojos entrecerrados—. Háblame, nena, ¿estás bien?
—Creo que me reacomodaste las ideas —dijo con voz jadeante.
Me reí. Fue imposible no hacerlo.
—Estoy dispuesto a hacerlo de nuevo otro día —besé su frente.
—Te dejaría hacerlo las veces que quieras —seguía aturdida y agitada.
De verdad me preocupé.
—¿En serio estás bien? —le aparté el pelo de la frente sudorosa.
—Dame un minuto, ¿de acuerdo? Casi me partes en dos —apoya una mano en mi pecho—. Necesito recordar cómo era todo antes de tu asalto sexual.
Sonreí, como el puto arrogante que soy.
—De acuerdo —la abracé con fuerza.
Nos quedamos ahí, uno al lado del otro, mis brazos a su alrededor, su brazo y pierna encima de mí, entrelazados. Podía pasarme la vida así y no tener suficiente de ella. De pronto su cuerpo dejó de estar flácido y su respiración volvió a la normalidad.
—Me gusta esto —dice, trazando círculos sobre mi tatuaje—. Estar aquí contigo.
—A mí también me gusta, nena —beso su frente.
—No, me refiero a vivir juntos —levanta un poco la cabeza para verme—. Verte prepararte para ir al trabajo, despedirte con un beso y luego verte llegar por la tarde. Es diferente. Parece casi mágico. Me gusta estar ahí para ti.
No lo había puesto así, pero sí, ella tenía un punto. Si bien ya habíamos pasado una que otra noche juntos, despertar y dormir con ella ahora sentía diferente, como si, de algún modo, todo estuviera en su lugar.
—Tienes razón —la estrecho más cerca—. A mí también me gusta tenerte aquí, aunque hayas acaparado todas mis habitaciones con tus peluches.
Me dio una palmada en el pecho, pero sonrió.
—Me gustan, eso es todo —apoyó la mejilla en mi pectoral—. Mi padre me llenaba de peluches cuando era pequeña. Creo que quería compensar la falta de tiempo que todos teníamos en ese entonces —suspira, arrastrando sus dedos por las ondulaciones de mi torso—. Con mamá en el hospital y las pocas veces que nos veíamos, los días eran tristes y solitarios. Cada vez que venía a casa para ducharse o para buscar más cosas de mamá, traía un peluche con él. Eso me hacía sonreír. Eso, y que me llevase a ver a mamá.
—¿Te llevaba muy seguido? —le acaricio la curva de la oreja con los dedos.
Casi nunca habla de su madre, pero estos pequeños momentos me muestran más de la mujer que es hoy. La versión pequeña de Addy es valiente y fuerte, pero tuvo que pasar por el fuego para poder llegar hasta donde está hoy.
—Más o menos —suspira—. Mamá decía que los hospitales no eran un lugar adecuado para niños. Hay bacterias, gérmenes y muchas enfermedades en el aire. A mí no me importaba en ese entonces, yo solo quería ver a mi mamá. Habían días en los que fingía estar dormida para me dejasen quedar con ella en su habitación. Esas veces fueron los últimos días —su cuerpo tembló y se le puso la piel de gallina—. Nadie tuvo el valor de decirme que me fuera.
—¿Cuándo pasó?
—Llegó un punto en el que mamá ya no podía abrir los ojos, pero ese día me apretó la mano y me dijo que fuera a tomar una ducha y que volviera más tarde para que le contara un cuento —dijo con la voz quebrada—. Me sentía tan contenta de que hubiera hablado que habría hecho lo que ella quisiese sin cuestionar nada. Frank me llevó a casa y papá que quedó con ella. Estaba tan emocionada que por poco me caigo en la ducha de lo rápido que andaba. Me vestí y preparé un bolso, metiendo un par de libros de cuentos infantiles. Cuando iba bajando las escaleras más tarde esa noche, papá había vuelto a casa —tomó una lenta respiración y dejó la mano inmóvil sobre mi abdomen—. No sabía que pasaba, pero algo en su rostro... Dios, puedo recordarlo si cierro los ojos —dijo, apretando los párpados—. Se veía mal. El brillo de sus ojos había desaparecido, se le notaba cansado, demacrado y muy triste. Era como si le hubieran arrancado el alma del cuerpo. Fue una visión muy dura para una niña de diez años, pero no había otra manera. ¿Quién más me lo iba a decir? —echó la cabeza hacia atrás y me miró, con los ojos cristalizados por las lágrimas no derramadas—. ¿Quién puede decirle a una niña de diez años que su madre murió? Papá no lo dijo. Él solo se acercó, me abrazó y me dijo al oído: «ahora solo somos tú y yo, pequeña». Hasta el sol de hoy, ningunas palabras me han dolido tanto como esas.
Se me apretó el pecho de tan solo imaginarla. La abracé con más fuerza.
—Lo siento, nena —beso su frente—. Lo siento mucho.
—Está bien —sonríe, como la gran guerrera que es—. La vida es así, Arturo. Hay cosas buenas y cosas malas, dolor, amor y tristeza, felicidad y esperanza —me mira y me sonríe—. El dolor y la muerte son dos cosas inevitables. Sin embargo, podemos evitar que rodeen nuestras vidas. ¿Sabes cómo?
—¿Cómo?
—Llenándonos de amor, de personas y actividades que nos hagan felices —sonríe en grande—. La familia, los amigos y el arte. Las pinturas, los colores, las mascotas y los peluches. Y el amor. Que no se nos olvide nunca, nunca el amor —se incorporó y me dio un beso—. El amor es el primer escalón de una gran historia.
—Y este es el comienzo de nuestra historia de amor.
—¡La mejor jodida historia del maldito mundo! —se ríe.
Fingí estar sorprendido.
—Señorita, debe enjuagarse esa boca con jabón —le pellizco el costado.
—Es la verdad —me abrazó—. Esta es nuestra historia, amor. Todo colores, alegrías, tristeza, dolor, felicidad y esperanza. Ni mi cuadro Claroscuro pudo definirlo mejor.
Alguien que me explique como dejar de amar a estos dos, please, porque no puedo. 🥺😭
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro