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38. Te quiero conmigo.

«Vení a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará».

Julio Cortázar.

Junio, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Existen muchas formas de satisfacción. Yo he experimentado unas cuantas. El cierre de un buen trato. El nacimiento de un nuevo proyecto. Una inversión bien hecha. La liberación del sexo. Pero ninguna de ellas se compara con ver sonreír a Adelinne Lewis. Su sonrisa es un rayo de luz atravesando mi oscuro corazón. Es como ver el sol después de varios días de lluvia. Muy pocas veces en mi vida he sido plenamente feliz, esta es una de esas veces.

Addy está junto a Rose en la cocina, mientras yo las observo desde mi lugar en la lista. Están lavando los platos después de la cena, en donde Rose le enseñó a Addy como preparar la salsa para el Chowder y ella no ha borrado la sonrisa de sus labios desde entonces. Tiene una sudadera con capucha que robó de mi armario, va descalza y su cabello recogido en lo alto de su cabeza. Parece brillar sin mucho esfuerzo, es perfecta incluso cuando no sabe que lo es. Es suficiente.

Levanto el teléfono cuando vibra silenciosamente.

Anthony: ¿Estás seguro de no querer llamar a la policía? Ese mensaje me parece muy específico.

Suspiro, arrastrando el pulgar por la pantalla.

Arturo: Quiero a Addy fuera de todo esto por ahora. Le pedí que se mudase conmigo.

Anthony: Wtf? ¿En serio? Estás loco. 🤣

Anthony: ¿Y qué dijo?

Arturo: Aún nada. Trataré convencerla.

Anthony: Entiendo que estés estresado, pero ¿no crees que todo esto es un poco precipitado? Es la primera vez que te veo tan enamorado de una mujer. ¿Crees que es prudente?

Era un buen punto, pero no sabía que otra cosa hacer.

Arturo: En momentos desesperados, se toman medidas desesperadas.

Anthony: Vale. Bueno, suerte, amigo. Ya me contarás qué tal todo.

Suerte. Necesito un poco de eso. Un poco de suerte para convencer a Addy y suerte para atrapar a quien me está volviendo loco. Esta mañana llegó un paquete a casa. Un sobre con una fotografía. La imagen de Adelinne yendo a KI, caminando en un día cualquiera, me golpeó con fuerza cuando miré la fotografía. Supe que había llegado demasiado lejos cuando noté que, quien quiera que sea, tenía a Addy en la mira también. Quizás soy descuidado un poco con mi propia seguridad, pero no lo sería con la de ella. Ya he perdido muchas cosas, no pienso perderla a ella también.

—¿Arturo? —la voz de Addy llama mi atención. Sigue al otro lado de la isla de la cocina, mirándome con un brillo de preocupación en los ojos. Parpadeo hacia ella y le doy una sonrisa tranquilizadora—. Rose ya se va a casa.

Miro a Rose, que tiene un Tupperware en la mano y una ceja arqueada en mi dirección. Las mujeres de mi vida me conocen mejor de lo que pensé.

—Claro, ya es tarde —digo, carraspeando.

La verdad es que apenas son las siete de la noche, pero no sé qué más decir.

—Bueno, nos vemos mañana, niños —Rose besa la mejilla de Addy y viene hacia mí para darme un beso también—. Pórtense bien. Buenas noches.

—Buenas noches, Rose —se despide Addy mientras la vemos desaparecer por el pasillo hacia el patio. Cuando oímos la puerta cerrarse, Addy me mira con el ceño fruncido—. ¿Vas a decirme qué te pasa?

Se cruza de brazos y pone una expresión de chica ruda. Dios, no engaña a nadie. Esta mujer no tiene ni una pizca de violencia en su cuerpo, lo cual amo con toda mi alma.

—No me pasa nada —reprimo una sonrisa.

Entrecierra los ojos.

—¿Crees que soy idiota? —sisea en voz baja.

Mierda.

—No, amor, claro que no —me levanto y rodeo la encimera para tomarla de los brazos y girarla hacia mí—. Todo está...

—No digas que todo está bien, porque sé que no es así —me espeta, sin apartarse de mí o intentar quitar mis manos de su cuerpo. Solo parece confusa y un poco molesta—. Te conozco. Sé que pasa algo. ¿Me dirás qué es? Porque has estado actuando raro desde hace unas semanas y no me gusta. Estás distraído, molesto, estresado —descruza los brazos para poner sus delicadas y suaves manos en mi rostro—. Dime qué es. Se supone que para eso estamos, ¿verdad? Dime qué puedo hacer para ayudar.

«Nada, nena. Esto va más allá de nosotros. No sé quién carajos está haciendo esto, pero no pienso involucrarte más de lo que ya lo estás. Solo quiero protegerte. Mantenerte lejos de todo lo que pueda lastimarte», estoy apunto de soltarle todo eso, pero sus ojos hermosos y brillantes no me dejan. No quiero quitarle la tranquilidad o el brillo de sus ojos.

Suspiro y pongo mis manos en su bonito rostro, me inclino y beso sus labios cortamente.

—No pasa nada, cariño —beso su frente, siendo receptor de su ceño fruncido—. Te lo prometo.

—No te creo —escupe con exasperación—. Me estás mintiendo.

Se me calienta el pecho al darme cuenta lo bien que me conoce.

—Tienes razón, me pasa algo —asiento, buscando una excusa rápida para salir de este embrollo. De hecho, mi excusa es perfecta, eso la mantendrá lejos del tema principal—. Me pasa algo. Me siento muy, muy mal por algo que has hecho.

Su rostro pierde color y su boca se abre.

—¡¿Qué?! ¿Yo? —se señala a sí misma—. ¿Y qué he hecho yo?

—No has respondido a mi propuesta —le digo a modo de reto y sus mejillas pasan del blanco pálido, al rojo carmesí en cuestión de segundos—. Múdate conmigo.

Mis palabras la golpean de nuevo, solo que esta vez tiene más convicción que hace unas horas atrás, cuando estaba siendo poseída por mí. Su boca se abre tres veces y vuelve a cerrarlas otra tres. Nada sale de ella, y su mirada solo detona asombroso.

—Pues... Yo, eh... Tú no... Pues... —balbucea y frunce el ceño al ver mi sonrisa—. ¡Tú no preguntaste! ¡Ay!

Grita cuando la levanto por la cintura y la siento en la isla de la cocina. Se agarra a mis hombros como si temiera caerse, pero preferiría cortarme una mano antes de dejarla caer o hacerse algún tipo de daño. Me meto entre sus muslos desnudos, apoyando mis puños sobre la encimera a cada lado de sus piernas.

—¿Por eso no has respondido? —incluso con ella subida al mesón, estamos a la misma altura. Trazo la punta de su nariz con la mía, sus pestañas revolotean y una sonrisa rompe mis labios—. ¿Quieres que te pregunte?

—¿Por qué? —indaga, algo ida.

—Por qué... ¿Qué?

—Que por qué quieres que me mude contigo —aclara.

¿Por qué? Por todo.

—¿No es obvio? Te quiero 24/7 conmigo, Adelinne —le recojo un mechón detrás de la oreja. Me mira aún sin comprender del todo mis palabras—. Te necesito, nena. En poco tiempo te has convertido el puto aire que respiro, ¿no es suficiente?

—Es suficiente —me pone una mano en la mejilla—. Por supuesto que es suficiente. Te amo. Tú también lo eres todo para mí. Es solo que...

Se queda callada, baja la mirada a mi pecho, sin quitar su mano de mi cara.

—¿Qué? —le pongo el índice bajo la barbilla para levantarle la cara.

—¿Por qué tan rápido? —pone su otra mano encima de mi tatuaje—. ¿Por qué ir tan deprisa?

Eso, King, dile porqué quieres ir tan rápido.

—Porque te amo —y no quiero que te pase nada—. Quiero tenerte aquí siempre, como todo el tiempo —y así puedo saber dónde estás todo el tiempo—. No quiero pasar ni un solo día más sin ti.

Es una excusa disfrazada de verdad. Tengo mis razones para pedirle que se mude conmigo, pero sí quiero vivir con ella. La quiero todo el tiempo.

Sus ojos se amplían y se le dilatan las pupilas, sus labios se entreabren y un lento suspiro se le escapa. Está siendo práctica. Sé que la lógica la está golpeando justo ahora, pero estoy dispuesto a ser persistente.

—Escucha —enmarco su rostro entre mis manos, sujetando sus mejillas con firmeza, subiendo su rostro hasta el mío—, no tienes que aceptar ya mismo. Podemos probar que tal nos va conviviendo juntos. Puedes quedarte todo un fin de semana, y después alternamos entre semana —inclino mi frente sobre la suya—. Te amo, nena, y quiero todo contigo. Sé que tú también lo quieres todo conmigo, no puedes mentirme —le doy una sonrisa torcida y sus mejillas se enrojecen —. Quiero intentarlo. Quiero ser tu todo, Addy, porque ya tú lo eres todo para mí.

Vuelve tomar otra lenta reparación y suspira, me pasa una mano por la nuca y me atrae hacia ella, apretando sus labios suaves y dulces contra los míos. Suelto un gemido ronco cuando irrumpe en mi boca con su ávida lengua. Mete sus dedos en mi pelo y tira, separando momentáneamente su boca de la mía.

—Te amo —me mira con los ojos brillantes y rebosantes de amor—. Te amo tanto que no puedo respirar bien si no estoy contigo —me besa brevemente, dándole algo de calma a mi corazón—. Te amo. Sí. Sí quiero vivir contigo. Sí. Por supuesto que sí. Te amo.

Vuelve a besarme, levantando las piernas para rodearme la cintura con ellas. Gruño en aceptación, captando el mensaje. Me ama. Vivirá conmigo. Me necesita. Soy su todo. Rodeo sus muslos con mis manos y la levanto del mesón, rodeándola con mis brazos mientras camino hacia las escaleras, subo los escalones de dos en dos, afianzando mi agarre en ella, prácticamente corriendo hacia mi habitación. Corrección: Nuestra habitación.

Addy me besa sin descanso, rodeándome el cuello con los brazos, saqueando mi boca hasta la saciedad. Cuando nota que no tiene suficiente, se esmera más en el beso. La dejo ser. Yo estoy eufórico. La sangre bombea con fuerza por mis venas. No podría describir lo que siento con palabras, pero podría intentarlo: felicidad. Sí, eso es. Estoy feliz. Soy feliz. Adelinne Lewis me hace feliz. Fin.

Llego al final de la cama y la dejo sobre sus pies. Sus manos se deslizan de mi cabello hasta mis hombros, arrastra sus dedos por mi pecho y zafa el nudo de mi short deportivo y mete sus dedos por la cintura elástica.

La miro fijamente, trazando el contorno de su labio inferior hinchado por el rudo mordisco que le di hace unas horas. Ya fui brusco con ella, es hora de hacer el amor.

—Te hice daño. ¿Estás dolorida?

—Me duele un poco, pero nada que no pueda manejar —su mirada se oscureció y el deseo la hace brillar—. Me duele más que no me toques —me baja el short por las piernas y cuando cae a mis pies, lo echo a un lado de una patada. Sus ojos están expectantes bajo la escasa luz de la habitación. Lleva las manos al final de la sudadera y se la quita por la cabeza. Su piel brilla en la penumbra y sus pezones rosados se ponen duros ante el frío de la noche, engancha sus pulgares en sus bragas blancas de algodón y las baja por sus esbeltas y largas piernas. Está desnuda frente a mí y es como la primera vez. Catártico. Me pican los dedos por tocarla. Es magnetismo puro—. Me gusta cuando eres suave, cuando eres rudo —da un paso adelante y me pone las manos en los abdominales. El calor de su cuerpo me rodea. La llama de su alma envuelve la mía—. Me encanta cuando me follas y cuando me haces el amor —se pone de puntas de pie y queda a un centímetro de mis labios—. Me gusta porque es contigo —me besa—. Te amo, Arturo King.

Suelto un profundo suspiro y me lanzo sobre su boca. La beso despacio, con premura y amor. La rodeo con mis brazos y la subo a la cama. Me apoyo entre sus piernas abiertas para mí, y mi polla palpitante roza el calor de su núcleo. La sensación de su piel sedosa contra la mía es un placer único e inigualable. Nada antes de ella tuvo sentido. Ni las mujeres, ni el sexo. Con Addy todo es más. Mucho, muchísimo más.

Paso mi antebrazo por su nuca y la mantengo firme con mi mano en su hombro. Me alineo con su entrada y me pierdo en su interior despacio. Nuestras miradas permanecen unidas mientras la lleno con cada centímetro de mí. Me clava las uñas en el hombro y su otra mano se aprieta en mi columna. Le acaricio la mejilla con mi mano libre, viendo sus párpados caer de placer.

—Mi preciosa chica —susurré, dándole un beso encima de la ceja—. No sabes lo que significas para mí.

—Mmmm —ronronea cuando salgo y empujo de nuevo dentro de ella—. Sí sé. Sí lo sé —me raspa la nuca con sus uñas cortas—. Porque también significas el mundo para mí.

Sonreí, besando su mejilla, su mandíbula y su cuello. Todas mis terminaciones nerviosas temblaron ante la estrechez y la calidez de su cuerpo. Sus tobillos se cruzaron en mi espalda baja, empujado hasta la empuñadura en su interior. Sostuve el aire y lo solté entre los dientes. La beso. Beso sus párpados cerrados, sus cejas, su frente y su nariz, después arrastro mis labios por los suyos. Suave. Lento.

—Dime que aceptas —empujo hacia adelante despacio.

—Acepto —gime.

—Dime que vivirás conmigo.

—Viviré contigo.

—Dime que me amas.

—Te amo con toda mi alma.

Es todo lo que necesito saber.

AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH

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