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31. ¿Celosa?

«El amor es fuerte como la muerte; los celos son crueles como la tumba».

Salomón.

Mayo, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

El mes de abril pasó y cuando mayo llegó, el calor se hizo presente. No recordaba a L.A. tan caluroso, menos en los primeros días del mes de mayo. La lluvia cesó y el sol tomó su puesto en el punto más alto del cielo. Ahora lo único que tenemos para refrescarnos, es la playa y darse tres duchas diarias como mínimo.

En las últimas semanas las cosas fueron como la seda. Papá y Molly estaban más acaramelados que nunca y eso a veces me daba náuseas. No por nada malo, sino que es raro ver a tu papá en modo novio. Y Molly tampoco ayudaba, siempre que me los topaba en algún lugar de la casa, estaban besándose. Creo que desde que llegué, sus actividades amorosas se habían visto refrenadas por mi culpa. Por eso, pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en El Santuario de Addy pintando las obras que exhibiría en la galería una vez que se inaugurara, o dividía mi atención con Arturo.

Por otro lado, en dos días era la graduación de Blue, por lo que yo estaba atenta a su respuesta. Esperaba que aceptara nuestra oferta, primero porque sería asombroso tenerla con nosotros, pero sobre todo, por el bienestar de ella y el de sus obras. No había tenido señales de ella en lo que restó del mes de abril, pero algo dentro de mí decía que ella diría que sí al trabajo. Estaba ansiosa por ello.

La galería estaba en proceso, Finnegan era un excelente trabajador y eso lo demostraba cada vez que íbamos a ver sus avances. Cada día toma más forma y es exactamente como me lo había imaginado, no podía esperar para verlo todo listo.

—Sabía que el pasamanos de acero y cristal templado le daría un toque magistral —dije con emoción—. Lo vi en una pequeña galería en Italia, fui a principios de mi carrera. Se veía casi mágico y aquí se ve igual.

—Tenías razón —la mano de Arturo aprieta la mía mientras caminamos por el muelle de Santa Mónica—. Sabía que no me equivocaba cuando te propuse nuestro trato.

Me reí y sacudí la cabeza, viéndolo besar mi mano. Lo solté solo para rodear su torso cubierto por una camisa almidonada azul cielo. Sus ojos resaltan cuando se viste de azul. Me encanta. Y hoy está para comérselo con esos jeans negros ajustados y la camisa de vestir. Parece sacado de una revista de moda.

—Eres un presumido —digo cuando salimos del muelle para llegar a la acera de enfrente.

—Pero te encanta —me da un beso en la frente y rodea mis hombros con su musculoso brazo.

—Bueno, no te equivocaste en eso —echo la cabeza para atrás para poder mirarlo a los ojos.

Parece brillar bajo la luz de la luna. Sus ojos azules son incandescentes para mí, hacen que mi pecho se sienta pesado y que mi corazón se acelere de pura dicha. ¿En tan poco tiempo este hombre se convirtió en tanto? Dios, ¿quién lo iba a decir?

Me sonríe, como si supiera exactamente lo que estoy pensando y se inclina para darme un beso rápido.

Seguimos caminando por la larga hilera de tiendas y restaurantes, buscando la mejor opción para cenar. Pasamos por una tienda de mascotas y casi me pongo a chillar al ver a un pequeño perrito peludo.

—¡Ay, amor, mira! —exclamé, acercándome al vidrio de la tienda—. Hola, bonito. Hola.

El perro es un Bobtail¹³ de unos tres años, más o menos, y de pequeño no tiene mucho, pero es de lo más tierno. Su pelaje negro con blanco es tan largo y espeso que le tapa los ojos. Está metido en una pequeña jaula situada sobre otras jaulas más. Los otros perros empiezan a ladrar cuando me ven, pero mi corazón está con el pequeño bebé de ojos marrones brillantes.

—¿No es precioso? —sonrío cuando se levanta sobre sus patas traseras y apoya las otras dos contra la malla de la jaula, junto al cristal—. Qué tierno.

—¿Te gusta? —Arturo juguetea con los mechones rubios que caen sobre mis hombros.

—Es súper lindo —me alejo del vidrio, mirando a Arturo que ya tenía sus ojos en mí—. Siempre quise tener un perro.

—¿Y por qué nunca lo tuviste? —me toma de la mano cuando seguimos con nuestro camino.

—Papá es alérgico a los perros, o eso dice —digo.

Entramos a un restaurante italiano demasiado elegante para estar en el muelle de Santa Mónica, pero no digo nada. Una mesera se acerca a nosotros y Arturo le pide una mesa para dos. Nos lleva a una que está cerca de la ventana y se va para buscar las cartas.

—¿No le crees a tu padre? —dice cuando tiene su carta en la mano.

—No es que no le crea, puede que solo no le gusten los perros o los animales en general, pero eso de las alergias... —sopeso la idea y niego—. Nah, no me lo trago. Creo que solo lo decía para que yo dejase de molestar. Cuando mamá enfermó, pocas veces íbamos a casa, siempre estábamos en el hospital con lo de las quimios y eso —suspiro, sin saber cómo llegó mi madre al tema—. No teníamos tiempo, y cuando ella murió... Bueno, supongo que ninguno de los tenía ánimos para cuidar de un perro.

Cuando levanto la mirada, los ojos de Arturo están fijos en los míos. Emboza una sonrisa gentil y pone su mano sobre la mía en la mesa. No quiero pensar en mamá ahora, siempre que lo hago, me dan ganas de llorar.

—¿Por qué no tuviste uno cuando te mudaste a Nueva York? —cuestiona, bajando la carta.

Parpadeo y ahuyento las lágrimas que llegaron rápidamente. Le agradezco con una sonrisa el hecho de que haya cambiado un poco el tema.

—No tenía tiempo —murmuro, apretando su mano—. Sé que muchos piensan que ser pintor es todo flores y corazones, pero no es así. Se puede pasar por bloqueo creativo, entregas inmediatas, poco tiempo para pensar, no saber cómo empezar a pintar algo... Es difícil, de muchas maneras. Y, siendo honesta, no podía tener un perro y simplemente darle atención cuando yo no estaba ocupada. No sería justo —suspiré y me encogí de hombros—. ¿Y tú? ¿Tuviste una mascota alguna vez?

Cuando iba a responder, la mesera llegó. Ambos pedimos pasta a la boloñesa y vino tinto. Cuando la chica se fue, Arturo volvió a tomar mis manos por sobre la mesa.

—Nunca tuvimos una mascota porque mi madre sí era alérgica al pelo de los animales —él sonrió—. Pero en la casa de mis abuelos paternos, había un gato. Nadie supo nunca cuando llegó, pero jamás se fue. Cuando íbamos de vacaciones a Quebec, solía pasarme horas y horas jugando con el gato. Tenía que bañarme durante horas antes de poder abrazar a mi madre.

Sonreí encantada, imaginándolo de niño con sus padres y sus abuelos. Dios, debió ser un niño precioso. Todo ojos azules, hoyuelos y sonrisa picarona.

—¿Sigues en contacto con tus abuelos? —indagué, frotando sus nudillos con mis dedos—. ¿Viven en Canadá desde hace mucho?

—Sí y sí —asiente, dándome una sonrisa—. Mis abuelos, Elsa y Charles King, viven en Quebec desde que nacieron y no piensan salir de ahí.

—¿Tienes más familiares? Aparte de tus abuelos, quiero decir.

—No —negó y frunció el ceño, lo vi tragar con fuerza y sus manos apretaron las mías—. Mi madre no tenía contacto con su familia y papá es hijo único, así que... —seguía con el ceño fruncido—. Solo éramos nosotros.

—Te molesta —afirmé cuando sus ojos azules se pusieron turbios—. El que tu madre no hablase con su familia.

Él sonríe, llevándose mis manos a la boca para darme un beso en el dorso.

—Me está dando miedo lo mucho que has aprendido a leerme —se ríe cuando pongo los ojos en blanco—. Sí, me molesta. Creo que siempre lo hará.

—¿Por qué?

—Mi madre me tuvo jovencita —confiesa—. Mamá y papá provenían de muy buenas familias, ya sabes, con estatus. Mamá se embarazó de mí a los dieciocho y papá ya tenía veintisiete años. Él ya estaba trabajando con mi abuelo en la empresa y mamá cursaba su último año escolar —bajó la mirada y respiró profundamente—. Podrás imaginar el caos que se desató. Normalmente, en estas familias grandes y tradicionales, un embarazo a temprana edad y fuera del matrimonio es algo...

—... mal visto —termino por él.

Me miró y asintió.

—Sí. Sus padres esperaron a que ella terminara su último año, pero le dieron la espalda una vez que me tuvo. Dijeron que no la querían porque había deshonrado su prestigioso apellido y la dejaron por su cuenta. Mis padres se amaban, eso sí, por lo que papá no puso reparos y se casó con ella una vez que estuvo fuera del alcance de su odiosa familia. Vivieron un tiempo en Canadá, pero la familia de mi madre seguía siendo un obstáculo. Siempre que se encontraban en una reunión o una fiesta, hacían sentir mal a mi madre y mi papá no lo toleró. Mis abuelos tampoco, ya que la querían muchísimo. Esperaron a que yo estuviera apto para viajar y el abuelo le dio a mi padre la presidencia de la sucursal de KI en Estados Unidos. El resto creo que puedes deducirlo. Mis padres tuvieron una mejor vida aquí y papá hizo crecer su imperio y todo fue bien hasta su muerte.

Le sonreí para mostrarle mi apoyo y apreté sus manos.

—Puedo imaginar cuánto los echas de menos —susurro—. Se oyen como unos padres maravillosos.

—Lo fueron —asintió—. Fui afortunado de tenerlos, aunque por poco tiempo.

—Fue un privilegio total, estoy segura.

—Te habrían adorado, de eso estoy seguro.

Se me aceleró el corazón y por poco me pongo a chillar ahí mismo. Pero no tuve la oportunidad de responderle, porque una voz vagamente familiar llamó mi atención.

—¿Arturo? —llamó la voz.

Los dos miramos hacia la derecha, de donde provenía el sonido. La misma morena de hace unos días estaba a unos metros de nuestra mesa. Era altísima, de piel aceitunada y cabello largo y ondulado. A diferencia de cuando la vi en la oficina de Arturo, hoy va vestida con un jean acampanado azul oscuro, un top blanco sin mangas y una chaqueta a juego. Unos tacones altos y un bolso que se veía que costaba más de mil dólares. La mujer era una maldita diva, eso es seguro.

Pero eso no me importaba. Ella podría ser la versión reencarnada de la mismísima Cleopatra, pero eso me valía un cuerno. Me importaba el hecho de que parecía querer comerse a mí novio con los ojos.

—Vaya, que alegría encontrarte aquí —dijo, acercándose para saludar mejor.

—Jossie, hola —la saludo él, sin soltar mi mano—. ¿Qué haces aquí?

—Vine a cenar con unas amigas —señaló a unas mujeres cerca de la puerta, tan elegantes como ella. Después, sonriendo con todos sus dientes, le puso una mano en el hombro a Arturo y mi vena del cuello empezó a palpitar—. Vi tu silueta desde lejos y supe de inmediato que eras tú. Te reconocería en cualquier parte.

¡¿Wtf?? Frunzo el ceño, sin poder creer lo que estoy escuchando.

—Ah, bien —Arturo carraspea y me mira, apretando un poco la mandíbula al mismo tiempo que afianza el agarre en mis manos—. ¿Te acuerdas de Addy? Mi novia.

La Srta. Perfección se digna a mirarme y me regala una sonrisa tensa.

—Oh, por supuesto. ¿Cómo estás, querida? —ni siquiera tengo la oportunidad de pensar en responder a su falso saludo, porque me ignora y mira a Arturo de nuevo—. Bueno, me dio una alegría saludarte. Espero verte pronto para nuestra reunión.

—Claro, nos vemos.

—Hasta pronto.

Se despide y se aleja, contoneando las caderas a cada paso. Cuando por fin la perdí de vista, miré a Arturo, que seguía acariciando mis dedos, pero ahora me estaba mirando fijamente.

—Ella te reconocería en cualquier parte —solté con más mordacidad de la que pretendía usar, pero no me disculpé.

El ceño se Arturo se profundizó cuando solté sus manos y las puse en mi regazo.

—Sí, ella... —pensó sus palabras—. Es extraña.

—Sí, ya lo noté —fruncí el ceño, mortificada.

Esa mujer era más que solo extraña. Era un puto polvo andante. Me imagino que todos quieren con ella, es difícil ignorar a una mujer así.

Permanecí en silencio hasta que nuestra cena llegó, podía sentir la mirada de Arturo en mi rostro todo el rato mientras comíamos. No sabía por qué carajos tenía un nudo en el estómago, pero la repentina incógnita de cómo se conocieron Arturo y Jossie me estaba carcomiendo por dentro.

—¿Cómo la conociste? —dije cuando terminé de comer, dándole un trago a mi copa de vino.

Arturo me miró con fijeza, supongo que tratando de descifrar lo que me pasaba. Le iba a sugerir que no lo hiciera, mis tripas están rugiendo por una rabia muy rara, casi inexplicable.

—¿A quién?

Puse los ojos en blanco. Se estaba haciendo el idiota.

—A tu amiga —solté con ironía la última palabra.

Sus cejas oscuras estaban casi juntas y me entraron unas ganas de darle un zape por fingir que no sabe a lo que me refiero.

—La conozco hace varios años, puede que haya tenido un par de interacciones con ella —explica rápidamente, intentando no darle importancia al tema. Como él dijo antes, había empezado a saber cómo leerlo, y ahora mismo no quería darme detalles—. No la veía desde hace unos tres o cuatro años, hasta que apareció en mi oficina hace unos días. Quiere negociar sobre algunos aspectos tecnológicos de su pequeña empresa. Nada del otro mundo.

Nada del otro mundo, decía. Tonto.

Dejé mi copa de vino cuando la mesera volvió por nuestros platos.

—¿Desean algo más? —cuestiona con amabilidad.

—Nena, ¿quieres algo? —la pregunta de Arturo me hizo volver mi atención a él, ya que había estado mirando por la ventana.

—No, estoy bien. La verdad es que ya quiero irme a casa, estoy cansada.

No vi su reacción porque miré a la ventana de nuevo.

—La cuenta, por favor —le dijo a la chica, que se alejó con prisa.

Nos quedamos en silencio una vez más, la chica volvió con la cuenta y un datafono portátil. Arturo le dio su Amex Black y cuando terminó de pagar, los dos nos pusimos de pie. Salimos del restaurante sin decir absolutamente nada y mientras buscamos el auto, mantuve una distancia prudente de él. No sé por qué demonios me sentía tan enferma, pero algo en mi interior no funcionaba bien. No tenía muy claro si se trataba solo porque esa mujer era la inseguridad de cualquier novia o porque obviamente Arturo y ella tenían un pasado en común.

Encontramos el Porsche y subimos a él. Cuando puso el auto en marcha, encendió la radio, supongo que para llenar el denso silencio que había entre los dos. A pesar del volumen bajo, podía escuchar Creep de Radiohead sonar por las bocinas.

Cuando estuviste aquí antes, no pude mirarte a los ojos

Eres como un ángel, tu piel me hace llorar

Flotas como una pluma en un mundo hermoso

Desearía ser especial

Miré por la ventana del auto y vislumbré las luces de Los Ángeles brillar como un relámpago.

Eres tan jodidamente especial

Pero soy un cretino, soy un bicho raro

¿Qué demonios estoy haciendo aquí?

Yo no pertenezco aquí

Dios, esa canción no estaba ayudando mucho tampoco, y siendo honesta, solo quería llegar a casa y meter la cabeza bajo la almohada para evitar pensar. No estaba muy segura de lo que me pasaba en realidad, pero el nudo en mi garganta era de lo más desagradable. ¿Por qué me sentía así? Él no me había dado motivos. Pero...

—¿Estás haciendo un voto de silencio o solo estás enfadada conmigo? —su voz me hizo dar un salto en el asiento.

Parpadeo una vez que consigo salir de mi ensimismamiento, viendo que estamos a las afueras de mi casa, ocultos por la oscuridad de Beverly Hills. Santo Dios, ¿en qué momento llegamos?

—¿Qué? —lo miro confundida, sin poder entender su pregunta del todo—. ¿Qué quieres decir con que estoy enfadada contigo?

—Bueno, dado que no has dicho una sola palabra en todo el trayecto, tengo dos hipótesis —dice, adoptando su tono de hombre de negocios—. A: estás cumpliendo con un voto silencioso, o B: estás molesta conmigo —se encogió de hombros y me miró fijamente—. Es tu turno de darme una respuesta.

Mierda, lo notó. Pero, no es sólo eso, sino que ahora está en modo negocios y sé que cuando está así, es difícil mentirle. ¿Debería decírselo? ¿Decirle que siento un nudo en la garganta y un ladrillo en la boca del estómago? Dios, esto es tan vergonzoso.

—Me siento extraña —frunzo el ceño, mirando la consola.

—¿Extraña? ¿Por qué?

—¿De qué conoces a esa mujer? —solté, mirándolo de reojo.

Realmente, esa era mi duda y necesitaba saberlo con certeza.

El ceño de Arturo también se frunció, claramente confundido por mi actitud y por mí pregunta.

—¿Te refieres a Jossie? ¿Por eso estás enfadada?

Apreté los dientes.

—Sí, me refiero a ella y no estoy enfada, solo tengo curiosidad.

—Vale, la conocí hace varios años, y sí, me acosté con ella, pero eso es todo —apaga el motor, se quita el cinturón y se gira para mirarme directo a los ojos—. No la volví a ver hasta hace un par de días y ahora en el restaurante. Creí haberte dicho que jamás había estado en una relación seria con ninguna mujer antes. Con ninguna.

En sus ojos pude ver la sinceridad de sus palabras y me sentí horrible de tan solo haber estado enfadada por algo que ocurrió hace años.

Solté un suspiro y dejé caer mi cara entre mis manos. Ciertamente, hasta ahora me doy cuenta de lo que me pasa. Simplemente estoy celosa. ¿Celosa? ¿Desde cuándo yo tengo celos?

—Hey, mírame —me quité las manos de la cara cuando apretó mi hombro. Parpadeé las lágrimas traicioneras que empañaron mis ojos—. ¿Qué pasa, nena?

—No lo sé —suspiro de manera temblorosa, incapaz de quitar mis ojos de los suyos—. Tengo una sensación extraña en el pecho y me duele el estómago —hice una mueca, pensando en que quizá me está dando un infarto—. Es raro, jamás lo había sentido.

Sus dedos me quitaron un mechón de la mejilla y después su boca se curvó en una pequeña y tierna sonrisa.

—Cariño, estás celosa —dice con voz suave.

—¿Tú crees? —parpadeo hacia él.

Él se ríe y se inclina un poco para darme un beso en la mejilla.

—Sí, creo que sí —roza sus labios en mi sien y suspira—. ¿Nunca lo habías sentido antes?

—No —niego—. Quizás por eso es que jamás sospeché de las infidelidades de mis ex novios —bajo la mirada—. Nunca creí que podría ser celosa.

—Bueno, eso me dice que te importo más de lo que alguna vez te importaron esos idiotas —me sonríe, orgulloso, y mi corazón salta de felicidad ante la satisfacción que cubre sus ojos azules—. Y, para que lo sepas, por muy tierna que me resultes estando celosa, no quiero que te sientas así —me acaricia la mejilla y me mira seriamente—. La próxima vez que la vea, le diré que no puedo trabajar con ella.

Los latidos de mi corazón tartamudearon ante sus palabras. ¿Él haría eso?

—¿Harías eso? —abro mucho los ojos.

—Si te hace sentir incómoda, lo haría sin dudarlo —asegura—. Y, para que conste, haría cualquier cosa por ti, Adelinne, ya es hora de que te vayas dando cuenta.

Se me aceleró el corazón y por poco me pongo a llorar. Arturo era tan dulce, tan considerado, tan malditamente maravilloso, que no sabía la suerte que tenía de haberlo conocido hasta ahora.

—Arturo, es eso... —suspiré, cerrando los ojos un segundo para aclararme las ideas. Normalmente, cuando lo veía a los ojos, no podía respirar correctamente—. Me encanta que me tengas en cuenta, en serio. Pero no puedes dejar de hacer negocios porque me siento incómoda.

—Puedo, y lo haré.

Suspiré y, sin pensarlo mucho, me quité el cinturón y me salté la palanca de cambios para subirme a su regazo. Me recibió con los brazos abiertos, haciendo su asiento para atrás para que así pudiera sentarme a horcajadas sobre él. Puse mis manos en su pecho y lo miré a los ojos.

—Eso es muy tóxico, Arturo, y no quiero que seamos esa clase de pareja —tracé círculos con mis pulgares encima de su garganta—. Quiero que seamos sanos y que nos contemos las cosas. Sí, me sentí un poco celosa, lo admito —mis mejilla se pusieron rojas y bajé la mirada, un poco avergonzada—. Pero es solo porque estoy enamorada de ti.

Arturo tomó una lenta respiración y presionó un beso en mi frente, quedándose ahí un minuto, solo estando... Me sentí plena por un instante, sintiendo sus brazos rodearme suavemente y sus labios dejar besos suaves por todo mi rostro.

—Mi Addy —susurra y mi corazón se derrite ante la ternura de su voz—. Estoy enamorado de ti desde el primer momento en que te vi, y si tengo que mover cielo y tierra para que seas feliz, entonces lo haré, sin titubeo alguno.

Volví a estremecerme de pura ternura. Este nombre puede conmigo y, honestamente, no quiero dudar de lo él siente por mí, porque yo jamás he dudado de lo que siento por él.

¹³) Bobtail: Perro Pastor Inglés Antiguo.

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