29. Vía libre.
«Y cuando me besa, sostiene mi cara con ambas manos como si fuese la luna».
Ron Israel.
Abril, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
La luz del día me despertó, cuando abrí los ojos descubrí que estábamos en la terraza del tercer piso. Las puertas dobles de vidrio estaban entreabiertas y por eso la brisa fría de la mañana nos acariciaba. El día estaba gris, por lo que el sol tampoco nos hacía compañía hoy. Supongo que por eso Adelinne sigue dormida. Por eso, o porque está de cara a mí con la manta cubriéndola hasta sus mejillas.
Su respiración me hace cosquillas en el cuello, y su calor corporal me da ganas de seguir durmiendo, pero ya debería estar levantado, aunque sea sábado. Suspiré y con desgana me alejé de Adelinne para levantarme de la tumbona, recogí los bóxers del suelo y me los puse una vez que me levanté. Reuní todas las prendas regadas en el suelo y las dejé sobre otra tumbona para poder recogerlas después. Me volví hacia Addy que no había notado mi ausencia, me incliné sobre ella y la envolví bien con la manta para después levantarla en mis brazos. Se removió y refunfuñó un poco, pero enterró la cabeza en mi pecho y siguió durmiendo. Bajé las cortas escaleras hasta el segundo piso y fui a mi habitación para dejarla suavemente en la cama. La luz no había llegado, así que la dejé solo con la manta cubriendo su cuerpo. Me incliné sobre ella y besé su mejilla y su frente antes de ir al baño.
Para cuando salgo del baño Addy está acostada boca abajo, apretujando la mejilla contra mi almohada. El simple hecho de saber que incluso dormida me busca, hace cosas dentro de mí que no sabía que podían pasarme. Con un suspiro camino hacia el vestidor y busco un short deportivo, me lo pongo y salgo de la habitación directo a la cocina para buscar una botella de agua.
Me detengo frente al mostrador bajo el arco de la cocina y recojo el correo que tiene días ahí. Rose me dijo que se había amontonado, pero no le presté atención. Revisé rápidamente entre los recibos y los estados de cuenta de la casa, era lo único que llegaba por correo a esta dirección. Lo demás, solo se enviaba a la oficina. No encontré nada importante hasta que vi un sobre amarillo pequeño. Fruncí el ceño y lo abrí. Para mi sorpresa, decía lo mismo que el mensaje del domingo.
Tic Tac. Tu tiempo se estaba acabando, King. Disfruta mientras puedas.
Mi ceño se profundiza aún más y tengo que sostenerme de la encimera con fuerza para poder mantener el control. ¿Qué cojones es esto? ¿Qué demonios significa eso? Siento la ira empezar a hacer de las suyas en mi sistema y mi cabeza empieza a trabajar contra reloj. ¿Quién está haciendo esto? Quizás se trata de una broma o algo por el estilo.
Reviso con rapidez el sobre y le doy vuelta a la nota. No hay remitente. Ni dirección. Mucho menos alguna estampilla. Nada.
Tendría que hablar con Anthony y buscarle la explicación a todo este asunto.
Con los dientes apretados guardo la nota en el sobre y lo meto en el bolsillo de mi short, saco una botella de agua de la nevera y subo al gimnasio. Necesito pensar. O, mejor aún, necesito no pensar. Subo las escaleras de dos en dos y entro en el gimnasio, saco una toalla del estante y la dejo caer en el suelo junto con la botella de agua mientras me siento en el banco de pesas. Muevo las manos y los brazos para estirar los músculos antes de recostarme en el banquillo. Separo las manos sobre el tubo y levanto las pesas.
Mi cabeza no se despeja, sigo pensando en esa maldita nota mientras levanto las pesas. Uno, dos, tres... ¿Quién será? Nadie tiene mi dirección, a excepción de unos cuantos socios, pero eso no es relevante. Siete, ocho, nueve... La prensa desconoce mi ubicación, solo tienen en la mira a KI, dudo mucho que lo hayan descubierto. ¿O sí? Trece, catorce, quince... ¿Y el mensaje? Debe ser la misma persona, ese «tic, tac» al inicio. Veinte, veintiuno, veintidós... treinta, treinta y tres... Me arden los músculos, aprieto los dientes por el esfuerzo, pero sigo. Cuarenta y siete, cuarenta y ocho, cuarenta y nueve... Necesito saber quién carajos envió ese mensaje y esa nota. Quien quiera que sea, no le agrado, eso es seguro. Cincuenta, cincuenta y uno, cincuenta y dos...
—Deberías descansar —esa voz suave hace que suelte las pesas en el soporte.
Suspiro y aprieto los puños, sintiendo mis brazos palpitar. Aún recostado en el banquillo veo a Addy de pie junto a la puerta entreabierta. Tiene el cabello recogido en un moño desordenado en lo alto de la cabeza, pero varios mechones le caen por el rostro. Tiene los ojos recién despiertos y las mejillas sonrojadas. Y se ha puesto una camiseta mía negra que le queda grande, pero deja a la vista esas preciosas y largas piernas. Es un bocadillo tentador a la vista. Es preciosa.
Se me forma una sonrisa en la cara, es inevitable cuando ella está cerca. No respondo a su sugerencia, pero me siento recto en el banquillo. Recojo la toalla del suelo y empiezo a quitarme el sudor de la cara y del pelo, pero unas manos más pequeñas que las mías me quitan la toalla y se encargan de frotar mi pelo en movimientos lentos y suaves.
—¿Estás bien? —levanto la cabeza y miro sus ojos azules y la preocupación pintada en su tierna expresión—. Tienes un brillo extraño en los ojos.
—Estoy bien —le paso las manos por la parte posterior de los muslos, tirando de ella hacia mí. Se deja hacer, pasando una pierna por encima de las mías para sentarse a horcajadas sobre mi regazo. Suelta una risa nasal cuando le acaricio los muslos con lentitud—. Son solo preocupaciones de un empresario promedio.
Levanta la nariz con arrogancia, pasando sus manos por mis hombros.
—Usted de promedio no tiene nada, señor King —refunfuña con diversión.
—¿Ah, no? —mis manos se pierden bajo la camiseta que cubre su cuerpo y encuentro su piel suave y caliente.
—Noup —niega, suelta la toalla en el suelo y sostiene mi rostro—. Una persona promedio es una persona absolutamente normal, y tú eres todo lo contrario a eso.
En sus ojos hay un brillo cegador y es inevitable para mí no darme cuenta de lo que hace. Ella me mira como si quisiera grabarme en la cabeza que soy más de lo pienso. No es una mala tarea, pero es en vano. No soy ni la mitad del hombre de lo que era antes de ella. Quizás eso sí pueda valer la pena demostrarlo.
Me inclino hacia adelante para darle un beso casto, uno que ella profundiza inmediatamente y el cual yo no dudó en seguir. Le doy un apretón en el trasero y me levanto con ella entre mis brazos, acercándome a la puerta.
—¿Qué estás... haciendo? —pregunta entre mis labios cuando cierro la puerta con pestillo.
—Rose no vendrá hasta las diez, pero es capaz de subir a ver cómo estamos —le beso la barbilla y el cuello, retrocediendo hasta que doy con la colchoneta bajo mis pies—. No queremos espectadores.
Me inclino hacia adelante y la dejo sobre la colchoneta antes de meterme entre sus piernas. Se ríe a carcajadas cuando le muerdo la barbilla y bajo por su garganta. Me tira del pelo con fuerza cuando le pellizco un pezón por encima de la camisa.
—¡Arturo! —se ríe, retorciéndose entre mis brazos.
Sonrío y vuelvo a su boca, hundiendo mi lengua entre sus labios. Un suspiro escapa de ella y se derrite entre mis brazos. Flexiona las piernas a mis costados y me pasa las manos por la espalda, tirando de mí más cerca. Después baja sus suaves manos por mi columna, trazando con sus dedos las líneas de mis músculos hasta llegar a mi trasero. Le muerdo el labio inferior con fuerza cuando me clava las uñas en el culo. Tira con sus dedos desesperados la cintura elástica del short deportivo, así que la ayudo con la tarea. Cuando estoy completamente desnudo tanteo bajo la camisa, y me doy cuenta que no lleva bragas. Perfecto. Paso mis dedos por su centro, encontrándola húmeda y lista para mí. Suelta un grito ahogado cuando la penetro con dos dedos, gruñendo en su boca al sentir su interior contraerse con fuerza a mi alrededor.
—Oh, por Dios —jadea, tirando la cabeza para atrás, agarrándome por el pelo con fuerza—. Oh, por favor, sí... No pares —menea las caderas contra mi mano y cierra los ojos con la boca formando una O perfecta. Es preciosa—. Oh, sí, sí... ¡No! —se queja cuando saco los dedos de su calor y nos doy una vuelta rápida. La dejo encima de mí, sentada a horcajadas. El rodete de su pelo está deshecho, y los mechones rubios caen sueltos por todas partes—. ¿Qué...?
—Quítate la camiseta —ordeno en voz baja.
Ella traga con fuerza y se quita la camiseta por encima de la cabeza. Sus pechos quedan a la vista, con sus pezones rosados endureciéndose por el frío. Se muerde el labio inferior y me mira fijamente a los ojos.
—Eres preciosa —bajo la mano por su vientre plano y empiezo a trazar círculos encima de su clítoris. Tiembla y cierra los ojos un segundo—. Tú arriba. Quiero verte.
Sus ojos se abren de par en par, pero se muerde el labio inferior y oculta una sonrisa bajando la cabeza. Apoya una de sus manos sobre mí pecho y se inclina hacia adelante, buscando mi polla con su otra mano para llevarme a su entrada. Entonces lo recuerdo.
—El condón —digo con los dientes apretados.
Ella me mira, sin dejar de deslizar la punta de mi erección por su húmedo canal. Dios, me va a volver loco.
—Ya empecé con las inyecciones —jadea y se agacha un centímetro.
—¿Cuándo empezaste? —aprieto sus caderas y la ayudo a bajar por completo sobre mí—. Oh, mierda.
Su calor es demasiado, es casi insoportable. Todo mi cuerpo está tenso y el suyo está temblando. Incluso su interior ya tiene espasmos. Jesucristo. Es demasiado, demasiado bueno. Puedo sentir su interior comprimiéndome por completo.
—Empecé... ¡Ah! —me clava las uñas en el pecho, pero vale la pena del dolor—. Empecé antes de... irnos a Nueva York.
—Que bueno —aprieto los dientes, moviendo sus caderas de adelante hacia atrás, hundiendo los dedos en su piel—, porque no pienso usar condones nunca más.
Ella se ríe, pero después grita cuando acarició su clítoris con mi pulgar. Se estremece entera, pero su cuerpo se desata. Se apoya en las rodillas y sube las caderas, casi dejándome fuera, pero después baja de golpe, y todo el aire abandona mis pulmones. Gime y sus ojos van al cielo. Repite el proceso una vez. Asciende despacio y cae de golpe. Lo hace una y otra y otra vez hasta que está gritando, golpeando su cuerpo contra el mío. Su cuerpo está cubierto por una fina capa de sudor, su pelo rubio brilla ante la luz que traspasa los cristales de la pared, sus ojos están cerrados y tiene el labio inferior entre los dientes. Podría morir ahora mismo y lo haría feliz.
—Ay, por Dios —gime y sus movimientos se vuelven erráticos.
—Mierda, eres hermosa —le aprieto el pezón con el pulgar y el índice, frotando su clítoris con la otra mano—. ¿Estás cerca?
—¡Sí! —grita y sube y baja sin parar.
No me muevo, quiero que ella lo haga sola. Y, sin embargo, yo también estoy al borde del precipicio. Su calor, su fuerza interna, la presión de sus músculos. Toda ella me está comprimiendo y me está volviendo loco.
—Oh, por Dios, me voy a correr —jadea y me aprieta el bíceps a la altura del tatuaje.
—¿Sí? —subo las caderas para encontrar el punto cuando ella baja.
—¡Sí, sí, sí! —cierra los ojos y asiente—. ¡Arturo!
—Córrete —siseo cuando el hilo se rompe para mí también.
Y entonces sucede, su cuerpo se contorsiona sobre el mío y un grito agudo escapa de su garganta. Su interior me aprieta con fuerza y estalla en mil pedazos. Aprieto los dientes y cierro mis manos en sus caderas cuando encuentro mi propia liberación.
Su cuerpo cae exhausto sobre mí, su mejilla en mi hombro y su pecho agitado sobre el mío. Suelta un suspiro profundo y ambos acompasamos la respiración del otro a medida que pasan los minutos. Trazo el contorno de su espina dorsal con mis dedos, acariciando su piel perlada por el sudor.
Cierro los ojos y giro la cabeza para rozar su mejilla suave con mis labios. Una risita rompe el cómodo silencio.
—¿Qué? —me retiro un poco para verla.
Tiene los ojos cerrados y una sonrisa en los labios.
—Que he tenido más sexo contigo en una semana que con mis últimos novios —suelta sin dejar de sonreír.
Sonrío de vuelta, aunque las palabras «sexo» y «novios» saliendo de su boca cuando no me incluye a mí no me guste mucho, pero me resulta divertido.
—Me alegra estar poniendo el listón alto —le doy un beso encima de la ceja.
—No, eso es lo bueno —levanta la cabeza y me mira, sus ojos brillando a la luz de la mañana—. No hay listón. Tú te encargaste de superar todas las marcas.
Cuando dice esas cosas y me mira como si fuera lo más impresionante que haya visto, mi corazón gestiona emociones demasiado fuertes para su comprensión. Le doy una sonrisa, de esas que usaba para las mujeres antes que ella llegara, para distraerla y lo consigo, sus ojos se adormecen y sonríe con ternura. Sostengo su rostro entre mis manos y beso sus labios, trazando el contorno hinchado de su labio inferior.
—Eres preciosa —gruño en su boca.
—Tú eres precioso —jadea y después se desplaza por mi pecho, apoyando su barbilla en sus manos. Me mira con los ojos resplandecientes y me sonríe—. Tengo noticias.
—¿Noticias? —le acaricio la mejilla, asiente—. Vale, cuéntame.
—Hablé con papá ayer —traza las líneas de mi tatuaje—. En realidad, él me preguntó a donde iba y yo le dije que iría a ver a Sasha y al bebé al hospital, luego indagó un poco sobre si estarías ahí —hizo una mueca divertida—. No es muy bueno con las palabras y mucho menos con eso de los novios. No tiene tanta experiencia, así que no lo culpo.
Frunzo el ceño y le acaricio la cima del cabello.
—¿No le has llevado algún novio a casa?
—No —niega.
—¿Por qué?
—No lo sé —sube los hombros—. Mi primer novio fue un chico de la escuela, teníamos diecisiete y en ese entonces mi papá viajaba mucho, así que no se percató de que había tenido mi primer novio durante un mes, hasta que el romance terminó.
—¿Por qué terminó?
—¿Quién sabe? Cosas de adolescentes, supongo. El día de mi baile de graduación perdí mi virginidad con él y el día de la ceremonia él ya tenía otra novia. No vi la necesidad de contarle nada de eso a mi papá. Y, bueno, a el imbécil de Daniel nunca lo conoció en persona, cosa que agradezco.
—Pero sabía que era tu novio.
—Sí, lo sabía, lo vio una que otra vez por Skype, pero nada más de ahí —se encoje de hombros y cierra los ojos—. En fin, el caso es que ya sabe de nosotros y, si te soy sincera, parecía aliviado. Siento que, después de enterarse de lo que me hizo Daniel, supongo que apuesta más por ti.
¿Elliot Lewis apuesta por mí para ser novio de su hija? No estoy seguro, pero lo averiguaré.
—Le gustas —dice ella con una sonrisa—. Creo que le caes mejor de lo que piensas. Supongo que es bueno.
—Me imagino que sí —le paso el cabello detrás de la oreja.
—Además, ya que papá sabe, tenemos vía libre —dice emocionada.
—¿Vía libre? —asiente—. Pensé que ya me habías dado vía libre.
—Sí, claro que tienes vía libre, pero ahora que papá lo sabe, supongo que puedo estar más tranquila —explica con una sonrisa de sabelotodo—. Me gusta que lo sepa, así no tengo que preocuparme por él.
—Si tú lo dices —le sonrío, pellizcando su mejilla con mis dedos.
Ella se ríe y se acerca para besarme, cuando quiero profundizar el beso, un toque rápido en la puerta rompe el hechizo. Addy se queja en mis labios, tirando de mi rostro hacia el suyo cuando trato de alejarme.
—¿Arturo? —dice la voz de Rose desde el pasillo—. ¿Mi niño, estás ahí?
—Sí, aquí estoy —le respondo, dándole un último beso a Addy antes de quitarla de encima. Hace un mohín con sus labios cuando la levanto y la dejo sobre sus pies—. Salgo en un minuto.
—De acuerdo, solo quería decirte que Edward llamó de nuevo a las personas que se encargan de la electricidad y dijeron que la luz vendrá en cualquier momento.
—Claro, Rose, gracias —escucho sus pasos al alejarse y me centro de nuevo en Addy, que sigue desnuda frente a mí—. Ponte la camiseta, anda.
Se queja toda refunfuñada, pero hace lo que le digo. Se inclina y se pone la camisa por la cabeza una vez que yo me pongo el bóxer y los shorts.
—Mira, se te cayó —me giro para verla con el sobre amarillo en la mano. Se me detiene el corazón un segundo, pero ella me lo entrega sin mucho interés—. ¿Es importante?
—Un recibo de la empresa —lo guardo en el bolsillo otra vez, viendo los ojos curiosos de Addy sobre mí—. No es nada, se lo entregaré a Anthony cuando vaya a la oficina.
—Debes asegurarlo, así se te puede perder —me molesta.
—Lo haré —le paso un brazo alrededor de cuello y beso sus labios—. Vamos. Te llevaré a desayunar fuera.
—Vale.
Ambos salimos del gimnasio tomados de la mano, pero puedo sentir el peso del papel en mi bolsillo. Necesito saber de qué carajos va todo eso para entonces así tener vía libre con mi chica.
Yo, despues de escribir este capítulo:
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