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28. Nunca cambies.

«Lo esencial es invisible a los ojos».

Antoine de Saint-Exupéry.

Abril, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Eric Collins nació el jueves 23 de abril, o sea, ayer. Hoy tenía un día de nacido y era el bebé más hermoso que había visto hasta la fecha. Era diminuto, pero precioso. Su parecido con su padre era inconfundible. Su cabellera rubia blanquecina lo delataba como hijo legítimo de Anthony Collins. Pero sus ojos. Oh, sus feroces ojos marrones, eran los ojos de su madre.

—Es divino, Sasha —dije mientras le acaricio la mejilla con el dorso de mi índice al bebé.

—Lo es —aseguró la mamá orgullosa.

Estaba sentada en la cama del hospital, con el cabello rojo recogido en una trenza y tenía una bata de maternidad de color rosa pastel. Supongo que su hermana, Sannie, le había traído ropa ayer por la noche. No había conocido a la mujer hasta ahora, pero parecía más severa de lo que aparentaba. Tenía un constante ceño fruncido y parecía detestar a Anthony, pero nadie le prestó atención. Todos estábamos contentos por el nacimiento de Eric. Sin embargo, no pasé por alto la mirada acusadora que nos lanzaba a todos la hermana de Sasha. No sabía por qué, pero decidí pasarlo por alto.

—¿Cómo te sientes? —le pregunto—. ¿El bebé y tú están completamente bien?

—Me siento bien, gracias —me sonríe—. Y sí, el bebé y yo estamos bien. Si todo sale como el médico lo quiere, nos iremos a casa mañana temprano.

—Que bueno, me alegro muchísimo —le sonrío, pero ella solo tiene ojos para su pequeño y no la culpo, es un bebé hermoso.

—¿Quieres sostenerlo? —cuestiona de pronto.

Mis ojos se abren a tope.

—No, yo... Oh... —no sé que decir.

Ella se ríe y sacude la cabeza.

—Anda, ven, cárgalo —me hace un gesto con la cabeza y me acerco a la cama, despacio me hace un hueco junto a ella y me siento a su lado. Después me pone al bebé en los brazos—. Ya está.

Se me acelera el corazón al sostener a un personita tan pequeña. Es una sensación magistral. Es tener vida entre los brazos. Se me pinta una sonrisa en la cara. No puedo evitarlo.

—Esto es perfecto, Sasha —digo.

—Lo es, ¿verdad? —responde—. Cuando me sentaba a pensar en lo que iba a sentir cuando lo tuviera en mis brazos, no llegaba a imaginarlo hasta estos extremos —explica—. Es una plenitud y una dicha absoluta. Es como encontrar la felicidad completa al fin. Solo llevo veinticuatro horas con él y ya siento que no puedo vivir en un mundo donde él no esté.

—Eso es hermoso —me acerqué al pequeño y le di un besito de pluma en la frente—. Bienvenido, Eric. Todos vamos a cuidarte mucho y serás el niño más consentido del mundo.

Sasha se ríe.

—No lo dudo —dice ella con una sonrisa encantadora—. Con esas bolsas llenas de ropa ya estás como el tío Arturo, hoy le trajo el peluche más grande de la historia.

Señaló el peluche de elefante más grande que haya visto, acomodado en un rincón de la habitación con un enorme moño azul en el cuello. Recordé el fin de semana pasado en Nueva York y la caja gigante en la cama del hotel.

—A él le gustan las cosas así —digo con una sonrisita—. Solo está feliz porque ahora tiene un sobrino nuevo.

—Sí, supongo que eso es así —asiente y ambas miramos hacia Arturo, que está sentado junto a Anthony en los sofás de visitas, hablando animadamente—. Ayer estuvo increíble. Se mantuvo tan fuerte y sereno, no sé qué habría hecho sin él.

Se me hincha el corazón de amor, y me estremezco cuando sus ojos azules se topan con los míos. Me regala una sonrisa de esas que me matan y después sigue hablando con Anthony.

—Él te quiere, Sasha —murmuró—. A los dos. Y ahora que este pequeñín nació, los adora aún más.

—¿Adorar? —ella se ríe, bajando la voz—. Él nos ama, Addy. Anthony ha sido su familia desde que nacieron y yo solo entré al grupo cuando Anthony me arrastró con él aquí, a Estados Unidos. A Arturo se le dificulta mucho encariñarse con las personas por...

—Lo que le pasó a sus padres —termino por ella.

—¿Te lo dijo? —abrió mucho los ojos.

Me sonrojo y asiento.

—Sí, cuando fuimos a Nueva York —explico.

—Ah —asiente—. Bueno, sí, es verdad. Por lo que le pasó a sus padres, él trata de no formar lazos con nadie. Pero es difícil con nosotros, ya que siempre estamos ahí. Creo que se ha dado cuenta que no nos iremos a ningún sitio —sonríe hacia nuestros chicos—. Por eso siempre lo molestamos. ¿Ves como siempre le pedimos que le dé un aumento a Anthony? —asiento—. Ni falta que hace. Siempre está haciendo transferencias a mi cuenta. Y desde que supo que estaba embarazada, me depositaba incluso más —sonríe con cariño—. Está solo desde que sus padres murieron y no sabe cómo demostrar su cariño, y esta es la única forma en la puede. Así que, no te sorprendas si te compra un caballo o un avión, esa es su manera de decirte que te quiere.

«Me quiere». Es demasiado pronto para pensar en eso, pero Sasha tiene razón, Arturo tiene una manera muy peculiar de demostrar interés o incluso afecto. Sus palabras siempre son especiales y me hacen sentir en el quinto cielo, pero más allá de eso, es su actitud la que me hace pensar que sus sentimientos por mí van más allá que la atracción sexual o el interés romántico. Y espero realmente que sea así, porque en serio yo siento muchas cosas por él. Es solo que me parece muy precipitado darle nombre.

—Lo sé —susurro hacia Sasha, que me mira con suspicacia—. Vamos paso a paso, no queremos apresurar las cosas. Ya sabes, ha pasado poco tiempo.

—Eso no importa —le restó importancia con la mano—. Para el amor no hay edad, tiempo o diferencias. Creo que lo sabes.

Sí, lo sé. Por eso me da tanto pánico apresurarme.

—Creo que ya está bien de visitas, ¿no? —refunfuñó la hermana de Sasha, sorprendiéndonos a todos.

—¡Sannie, por Dios! —gruñe Sasha—. No son visitas, son familiares.

La mujer sube los hombros con desinterés.

—Solo digo, tienes que descansar —sisea.

—Sannie...

—Está bien —intervine yo para romper la tensión. Le di el bebé a Sasha y me bajé de la camilla—. Tiene razón. Debes dormir y dejar que ese pequeño se alimente. Debes estar fuerte para él.

—No tienen que irse —Anthony mira a su cuñada como si quisiera arrancarle los ojos—. Estamos felices de que hayan venido.

—Lo sabemos, pero es cierto —Arturo se puso de pie y le dio una palmada en el hombro a su amigo—. Ambos deben dormir y dejar descansar a Eric. Pueden llamarnos inmediatamente si necesitan algo. Estaremos al pendiente.

—Gracias, hombre —se dieron un abrazo rápido y Arturo se acercó para besar la mejilla de Sasha y acariciar la cabecita de Eric.

—Adiós, chicos —me despedí y ambos salimos de la habitación tomados de la mano—. La hermana de Sasha es...

—Una ogra, lo sé —asiente y caminamos fuera del hospital—. Anthony la detesta.

—Ya veo porque —pongo los ojos en blanco y le sonrío a Edward cuando me abre la puerta—. Gracias, Edward.

Él asiente, contentísimo de verme. En las últimas semanas nos hemos acercado bastante.

Arturo se une conmigo en el asiento trasero y me pasa un brazo por los hombros, acercándome a él.

—¿Quieres cenar? —me pregunta, mirándome a los ojos—. Rose ya debe estar preparando la cena.

—Por supuesto —asentí, ansiosa por pasar tiempo con él.

—A la casa, Edward, por favor —dijo en voz alta.

—Sí, señor.

Edward arranca y se pierde en el tráfico ameno de Los Ángeles. Son cerca de las cinco y treinta de la tarde, lo cual indica que aún no es hora pico, por eso podemos tomarnos el tiempo que queramos.

—¿Cómo estuvo tu día? —Arturo me acaricia la cara con las puntas de sus dedos.

Se me cierran los ojos cuando la caricia se vuelve de lo más tierna.

—Mmh, estuvo bien —suspiro, dejándome caer en su pecho—. Acompañé a Molly a ver unos ramilletes para su boda.

—¿Qué tal van los preparativos? —arrastra su nariz por mi mejilla, haciendo que mis poros se ericen cuando arrastra sus labios por mi cuello.

—Excelente —apoyo una mano en su muslo y aprieto las uñas con fuerza, sintiéndolo gruñir en mi oído.

—No hagas eso —me muerde la oreja.

—No me vuelvas loca —replico, volviendo a apretar las uñas en su carne.

—De acuerdo —deja de besarme el cuello, pero no me suelta.

Nos miramos a los ojos en medio de la penumbra del auto, pero ninguno de los dos dice nada.

—Te eché de menos ayer —confiesa, pasándome los dedos por el hombro.

—Y yo a ti —sonreí—. Me contaron acerca de tus hazañas heroicas —acaricio su mentón firme y suave entre mis dedos—. Estás actuando más como Superman y menos como Clark Kent. Me estas asustando.

—Tú has estado diciendo que aún no soy Superman —me pellizca el costado, haciéndome reír y saltar entre sus brazos. Sonríe y acerca su nariz a la mía—. Voy a terminar tomándolo en serio.

—Solo falta que vueles, los rayos láser y la superfuerza.

—Estoy seguro que Superman tiene muchos más poderes.

—Sí, pero ya tú puedes transformar las cosas —digo.

—¿Superman hace eso?

—Sí, puede convertir un trozo de carbón en un diamante solo estrujándolo en su mano —trazo el contorno de su labio inferior con el pulgar—. Tú transformas cosas. Las cosas dañadas las puedes convertir en algo maravilloso.

—¿Cómo mi empresa? —traza círculos con su nariz en la mía.

Como mi corazón —acaricio el lóbulo de su oreja mientras lo miro a los ojos. Mi confesión lo toma por sorpresa y sus pupilas se dilatan—. Tomaste en tus manos mi corazón roto y dañado y lo reconstruiste, lo transformaste en algo magnífico.

Me mira por un segundo en completo silencio, después se inclina y besa mi frente. Lo siento respirar hondo contra mi cabello, luego me besa entre las cejas, la nariz y los labios.

—Estoy tratando de hacerte un cumplido —le digo, frotando su pecho en círculos.

—Lo sé —no dice nada más, solo sigue besando mi rostro con aprensión.

—No te gustan los cumplidos —afirmo, pero él no dice nada.

Suspiro y paso mis brazos alrededor de su torso, abrazándolo con fuerza.

—Eres maravilloso, Arturo King —digo con la boca pegada a su oreja—. Nunca cambies.

🎨🎨🎨🎨🎨

Cuando llegamos a su casa, empezó a llover. El cielo resonó con un trueno que casi hizo vibrar la tierra. Arturo envió a Edward a casa porque ya no íbamos a necesitarlo, el mensaje estaba implícito así que sabía que iba a quedarme con él esta noche. No puse quejas, la verdad, ansiaba estar con él.

Como había predicho, Rose ya había hecho la cena. Un delicioso bistec marinado en vino tinto y hierbas, acompañado con pasta con salsa blanca y verduras. Arturo se tomó una copa de vino y yo opté por una Coca-Cola, las cuales Rose había comprado exclusivamente para mí. Sus palabras, no las mías. Nos sentamos en la barra de la cocina y vimos a Rose pasearse por el lugar con una naturaleza espontánea. Se nota que la cocina es su lugar favorito.

—Rose, deberías irte a casa, está diluviando —le dijo Arturo, mirándola.

—Ay, cielo, unas cuantas gotas de agua no son nada —le restó importancia y terminó de limpiar algunas cosas.

—Yo terminaré de limpiar lo demás, Rose, de verdad —salté, encantada de ayudar—. Arturo tiene razón, debes irte a casa pronto. Afuera llueve mucho y odiaría que te enfermes por nuestra culpa.

—¡No, no! —sacudió las manos con dramatismo y negó—. No te dejaré limpiar, señorita. No, señor.

Me reí y negué, como ya había terminado, me levanté.

—Anda, anda —me acerqué a ella y le quité el delantal y el trapo que tenía en la mano—. Puedo lavar un par de platos, tú debes ir a casa. Anda.

—Ve, Rose, no te enfermarás por nada —le dijo Arturo.

Rose resopló, disgustada, pero se removió fuera de la cocina.

—Ustedes, niños, no saben lo que dicen —bufa, pero se acerca a mí y me da un beso rápido en la mejilla—. Hasta pronto, niñita linda.

—Adiós, Rose —le sonreí.

Mi sonrisa se hizo más grande cuando se acercó a Arturo y lo apretujó entre sus brazos y él se dejó hacer.

—Hasta mañana, niños —se despidió y se fue hacia la parte trasera de la casa.

—La próxima vez, yo podría cocinar algo y así Rose no tendrá que quedarse tan tarde —me reí mientras recogía mi plato y lo llevaba al fregadero, lo lavé y después lo puse en el lavavajillas. Cuando me giré hacia Arturo, me estaba mirando con intensidad. El calor en sus ojos hizo que mis mejillas se calentaran—. ¿Qué?

—Nada —murmuró en voz baja, pero su expresión no delató nada.

—¿Terminaste? —señalé el plato, él asintió. Lo tomé y volví al fregadero—. ¿Por qué no llamaste a Edward? Él podía llevar a Rose a su casa.

—Porque Rose vive en la casa del conserje —respondió, sorprendiéndome—. Con Edward.

Casi se me salen los ojos cuando me giré a verlo.

—¿Edward y Rose... están juntos? —cuestioné en voz baja.

A Arturo se le formó una sonrisa en la cara y yo me puse más roja mientras soltaba una risita.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Cómo?

—Rose fue mi niñera desde que nací —explica—. Trabajaba con su madre en nuestra casa. Ella tenía veintidós años cuando mi madre me tuvo. Prácticamente me cuidó desde entonces. Cuando mis padres murieron, me quedé solo con ella en la mansión —suspiró, recordando—. Cuando cumplí los veinte y la madre de Rose murió, decidí que era tiempo de irnos de esa casa. Vendí la mansión y compré esta, y Rose vino conmigo. Unos meses después, necesitaba un jefe de seguridad para la casa y también un chófer a tiempo completo. Edward era el más calificado. Ex Navy SEAL¹², fue guardaespaldas personal y también ha trabajando en seguridad tecnológica, así que no dudé en contratarlo. Lo suyo con Rose fue casi instantáneo. Así que, cuando me dijeron que estaban juntos y que se iban a casar, no dudé en remodelar la casa del conserje para ellos. Por eso Rose se fue hacía allá —señaló por el pasillo hacia el patio—. Tenemos un camino privado que lleva hasta la casita, así que solo se mojará un poco.

Miré a mi guapo y gentil novio, ese que pensaba que no tenía la mínima pizca de amabilidad en su interior, y ahí estaba, dándoles un lugar en su hogar y en su familia a sus empleados. Ese hombre podría aparentar ser una piedra, dura y sólida, pero por dentro era un diamante en bruto. Uno que quería conservar solo para mí.

Notó que lo miraba raro, así que frunció el ceño.

—¿Qué? —fue su turno de preguntar.

—Nada —subí los hombros y terminé de cargar el lavavajillas. Sequé todo y puse todo en su lugar—. Ya todo está listo y...

No terminé de hablar porque un trueno resonó con fuerza por todo el lugar y de pronto las luces se apagaron. Solté un grito agudo de puro terror que hizo reír a Arturo.

—¿Le tienes miedo a la oscuridad? —preguntó y casi pude sentir la sonrisa en su voz.

—¿Qué... pasó? —siseé con miedo.

Todo estaba oscuro, no quería moverme porque temía tropezarme con algo.

—Tuvo que ser el transformador —dijo y después una luz se encendió. Era la linterna de su teléfono—. ¿Estás bien?

—Sí —dije temblorosa.

—Ven aquí.

Caminé con lentitud pero a paso firme alrededor de la barra y casi me lancé hacia Arturo cuando logré tocar su mano. Me refugio en su pecho y dejo que sus brazos me rodeen.

—No te gusta la oscuridad —no era una pregunta.

—No cuando está tan oscuro —respondí de todas formas—. No me gusta dormir con luz, pero sé que hay resplandor en algún lugar. Ahora está muy oscuro.

—Tranquila —me besó el pelo—. Volverá en cualquier momento.

—Vale.

Nos quedamos abrazados como por diez minutos hasta que el teléfono de Arturo sonó.

—¿Edward? —contestó con la boca enterrada en mi pelo. Escuché a Edward decir algo, pero no entendí—. ¿Y cuándo lo arreglarán? Entiendo. Bien, de acuerdo. Hasta mañana.

Colgó y volvió a abrazarme.

—¿Qué pasó?

—Una torre de luz explotó en el centro de L.A. y no podrán arreglarlo por la lluvia. Deberán esperar hasta mañana —se alejó un poco solo para darme un beso en la nariz—. Debemos dormir a oscuras, señorita.

—De acuerdo.

Nos separamos, Arturo se levantó de la silla y me tomó de la mano luego de agarrar su teléfono.

—Te voy a mostrar algo —me dijo.

Lo seguí a ciegas, literalmente, por todo el pasillo hasta las escaleras. Me soltó de la mano solo para perderse dentro del armario del segundo piso y sacar una manta, después volvió a tomar mi mano y me llevó más allá del pasillo del segundo piso hacia unas pequeñas escaleras con pocos escalones. Subimos y descubrí que la casa era más grande de lo que pensé. En el tercer piso estaba la bodega privada, la sala de televisión, la terraza al aire libre y la piscina infinita.

Arturo me llevó más allá de la piscina y me acercó a una de las tumbonas. Pero eso no me atrapó en lo absoluto, fue la vista desde aquí. Me solté de la mano de Arturo para acercarme a la barandilla y ver con más claridad todo. A lo lejos, se podían apreciar varias luces centelleantes de la ciudad, pero otra parte está totalmente oscura. La lluvia era una cortina espesa que cubría la casa y más allá de la ciudad, las nubes en el cielo hacían que la oscuridad del mismo pareciera gris claro. Los relámpagos adornaron la noche y un sentimiento de pertenencia me invadió por completo.

Di un brinquito cuando Arturo me rodeó desde atrás con la manta gruesa. Me sentí calentita casi de inmediato. Supongo que la elección de mi vestido verde menta corto de esta mañana no va acorde con el clima. Cerré los ojos en incliné a la cabeza hacia un lado cuando su boca cayó en mi cuello.

—Puede verse todo desde aquí —suspiro sintiendo sus labios bailar contra mi piel.

—Cuando no está lloviendo, las estrellas se pueden ver también —susurra, respirando profundamente contra el punto bajo de mi oreja—. Y las luces de la ciudad iluminan todo.

Sonreí, imaginándolo viniendo aquí para buscar algo de luz.

—La luz se encuentra en los matices del alma —susurro de vuelta.

—Entonces, tú llegaste para iluminar todos mis matices.

Se me atascó el corazón en la tráquea y por poco me caigo de culo si él no estuviera abrazándome. Sus palabras significan más que cualquier otra cosa. El sentimiento en ellas, la intensidad y la honestidad que las impregna indudablemente me calientan el alma.

Me giré entre sus brazos, levanté la cabeza y busqué sus ojos en medio de la oscuridad. El azul intenso me miró de vuelta, poniendo mi piel de gallina.

—Tú llegaste a iluminar mi vida —dije con la voz quebrada.

Era impresionante, como en tan poco tiempo se podía llegar a necesitar a una persona. Arturo King se metió bajo mi piel, y si algún intentara salir, creo que sufriría como nunca antes lo había hecho.

Arturo no dice nada, solo agarró mi mandíbula con su mano e inclinó mi cabeza hacia atrás y me besó con ardor. Soltó un gruñido cuando su lengua tocó la mía y gemí. Me zafé de la manta y me puse de puntas de pie para pasarle los brazos por el cuello y profundizar el beso.

Sus manos bajaron lentamente por mi espalda hasta el dobladillo de mi vestido, que fue subiendo suavemente hasta sacarlo sobre mi cabeza. Cuando me alejé para tirar la tela al suelo, tomé aire antes de volver a besarlo. Tiré de su corbata ya floja y la dejé caer sobre el suelo, seguido de su camisa. Arrastré mis uñas por su fuerte y esculpido pecho haciéndolo gruñir.

—Me vuelves loco —gimió contra mis labios antes de hundir la lengua en mi boca.

—Y tú a mí —deslicé mis pulgares por encima de su abdomen, bajando lentamente hasta llegar al botón de sus pantalones. Le mordí el labio inferior y lo miré a los ojos—. Quiero que me folles.

Sus pupilas se dilataron, su respiración se hizo más profunda.

—Jamás pensé que mi dulce Solecito tuviera esas palabras en su vocabulario —se burló, quitando sus anteojos y dejándolos caer en el bolsillo de su pantalón. Sonreí como idiota, sintiendo sus manos subir por mi columna hasta el broche de mi sujetador—. ¿Dónde quedó mi dulce, dulce Addy?

—Tu dulce, dulce Addy se desata cuando se encuentra con su Rey Arturo —le susurré en la boca, pasando mi lengua por su labio inferior.

Tomó una lenta respiración antes de quitarme el sujetador y bajarme las bragas por las piernas.

—Eres preciosa —me echó el cabello hacia atrás y pasó sus manos por mis hombros, acariciando suavemente hasta llegar a mis pechos. Apretó suavemente y mi cabeza cayó hacia atrás mientras gemía—. Te quiero entera. Toda tú.

—Soy tuya —jadeé cuando apretó mis pezones con algo de fuerza. Levanté la cabeza con esfuerzo y lo miré a los ojos—. Todo de mí.

Lo vi apretar la mandíbula y después tiró de mí hacia su pecho. Su boca volvió a caer sobre la mía mientras me acariciaba la espalda y el culo. Su tacto era suave y caliente, y me hacía temblar con un solo roce. Me apretó con fuerza y me levantó, haciendo que lo rodeara con las piernas. Jalé su cabello negro y suave entre mis dedos cuando lo sentí caminar conmigo en sus brazos. Después me dejó caer suavemente sobre la tumbona acolchada, tan grande y cómoda que podía quedarme acostada aquí para siempre. Lo vi erguido y de pie al final de la tumbona, mirándome embelesado. Incluso en la oscuridad, la poca claridad de la luna a través de las nubes grises acariciaba su piel pálida y suave.

Este hombre era una viva obra de arte. Tan duro, tan perfecto, tan único, que solo un poder superior podría haberlo creado. Es imposible ser tan sexy, hermoso y masculino, todo al mismo tiempo.

Lo vi desnudarse a una velocidad tortuosa, recorrí cada ángulo duro de su cuerpo con la mirada y cuando estuvo totalmente desnudo, su polla saltó dura y sólida orgullosamente. Me removí inquieta, sintiendo una punzada de placer en mi núcleo de tan solo verlo.

—¿Ansiosa? —cuestiona, subiéndose sobre mi cuerpo con un condón en la mano.

—Desesperada —confesé.

Me sentía demasiado caliente y expectante como para mentir. Y, la sonrisa que me gané de su parte por mis palabras, iluminó todo Los Ángeles.

—Me encanta tu honestidad —me besó, abriendo mis piernas con sus rodillas.

Le pasé las manos por el cuello y bajé por su espalda, trazando los músculos que se flexionan a medida que se acomoda sobre mí. Nos besamos por un largo rato, nuestras lenguas se entrelazan suavemente mientras su pene erecto y firme roza mi centro húmedo. Nos besamos tanto tiempo que estoy gimiendo cuando arrastra sus labios por mi cuerpo. Su lengua traza círculos alrededor de mi pezón antes de morderlo suavemente. Baja y baja, hasta que se topa con mi ombligo, muerde la piel de alrededor hasta que decide bajar un poco más y todo mi cuerpo se pone rígido al darme cuenta de lo que quiere hacer.

Y, como el genio que es, se da cuenta de que algo pasa.

—¿Qué ocurre? —dice levantado la cabeza.

Bajo la mirada y la vista de él entre mis piernas me hace sonrojar.

—Nada, es que...

—Dime —me besa en el vientre y mi cuerpo se relaja un poquito.

—Es que yo jamás... —tragué y lo miré a los ojos con las mejillas ardiendo.

Él lo dedujo y frunció el ceño.

—¿El imbécil de tu ex jamás...? —no terminó la frase, porque parecía demasiado conmocionado. Negué ante su mirada curiosa y sorprendida—. ¿Por qué?

—No lo sé —solté una risita—. Nunca le pregunté. Creí que no era necesario y yo solo...

Arturo vuelve a subir sobre mí y me mira a los ojos, me pasa una mano por la mejilla y se inclina para besarme.

—Voy a tomarme mi tiempo para adorar cada parte de tu cuerpo, Adelinne —susurra en mi boca, mirándome con los ojos brillantes—. Y cuando termine, volveré a comenzar. Una y otra vez. Y no tendrás que preocuparte, porque te va a encantar cada segundo.

Tragué duro, sintiendo mi cuerpo sacudirse de puro placer.

—Empieza entonces —susurré de vuelta.

Una sonrisa torcida rompió sus labios.

—Será un placer —me dio un pico en los labios antes de bajar su boca por mi cuello.

Me besó los hombros, las clavículas, los pechos, el abdomen y el vientre. Temblé cuando bajó a mi sexo. Un lugar al que nadie había bajado de esta manera, y no entiendo por qué carajos no había pasado antes. Sentí que subía al mismísimo cielo cuando sus labios tocaron mi parte más sensible. Su boca besó, mordió y lamió, haciendo que se me curven los dedos de los pies. Metí una mano en el pelo de Arturo y con la otra me sujeté de la tumbona, moviendo las caderas al encuentro de su boca. Pero supongo que no le gustaba, porque me pone una mano en el vientre y con la otro me penetra con dos dedos de un solo golpe.

—¡Arturo! —grité, poniendo los ojos en blanco—. ¡Oh, por Dios!

Tararea contra mi carne sensible, succionando mi clítoris entre sus labios. Hunde sus dedos en mi interior y los curva hacia arriba, acariciando mi punto G de la manera más placentera posible y todo mi cuerpo empieza a temblar.

—Oh, Dios. Oh, Dios —jadeo y grito después de que me embista dos veces más, entonces exploto.

Me sacudo con fuerza, sintiendo los espasmos del orgasmo recorrer mi cuerpo. Es una sensación de excitación que me remueve cada fibra. Todo mi ser convulsiona de placer y ahora entiendo sus palabras. Es el mejor orgasmo de mi vida. Aunque ya haya dicho eso muchas veces.

Me siento sudorosa y adormilada, pero me las arreglo para recibirlo entre mis brazos cuando sube por mi cuerpo. Me besa suavemente en los labios y puedo saborearme a mí misma en él. Suspiro y él sonríe contra mi boca.

—No te duermas que aún no termino contigo —me besa los párpados—. Ese es solo el primer orgasmo.

—¿Y cuántos piensas darme? —jadeé con los ojos entreabiertos.

—Cinco, como mínimo —me da un picotazo en los labios y me sonríe—. Tachemos el primero de la lista, vayamos por el segundo.

—De acuerdo.

No tuve que hacer nada más, pues él se encargó de todo. De besarme desde el cabello hasta los pies, y de mantener encendida la llama en mi corazón. Eso último, supongo que fue un bono extra.

¹²) Navy SEAL: Los Equipos Tierra, Mar y Aire de la Armada de los Estados Unidos. 

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Mood del Capítulo de hoy:

¡Holaaaaaa! Recuerden que tenemos canal de WhatsApp. Si alguien lo quiere, pueden enviarme un mensaje al privado y solicitarlo, les enviaré el link con mucho gusto. También pueden buscarlo en mi perfil de Instagram: @Valeryn_caceres2❤️

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