27. Eric Collins.
«Hay un solo niño bello en el mundo y cada madre lo tiene».
José Martí.
Abril, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
Una tormenta, eso se avecina en Los Ángeles. Ciertamente no es una tormenta puramente dicha, pero las lluvias que han sido anunciadas parecen más fuertes de lo esperado. Como hoy, por ejemplo, la ciudad está revuelta y el tráfico es horrible, tengo como responsabilidad cuidar a Sasha mientras compramos el asiento para autos del bebé. Hoy el sol decidió brillar por su ausencia y las nubes negras adornan el cielo.
Hemos ido a tres tiendas para bebés y a Sasha no le gusta nada. Lo único que hemos hecho es comer. Bueno, ella ha comido y yo he pagado por todo. Ahora estamos en una fila para comprar un helado de McDonald 's.
—¿Por qué no me habías dicho que estabas enamorado de Adelinne? —dice cuando obtiene su cono.
—¿Enamorado? —la miro mientras caminamos por el centro comercial.
Sabía que esta conversación llegaría pronto, ella solo estaba siendo prudente, creo. Aunque, si soy honesto, Sasha jamás ha sido prudente. Quizás toda la comida la ha vuelto olvidadiza.
—Vamos —lame su helado—. Para ser muy serio no sabes para nada disimular tus emociones. Y, siendo sincera, eras demasiado obvio. Sabía que te gustaba, pero está clarísimo que ahora estás enamorado de ella... ¡Oh, mira! Ese asiento me gusta —señala una vitrina y me agarra de la mano para tirar de mí hacia el almacén—. ¡Disculpe, señorita! ¿Nos puede decir cuánto cuesta este asiento?
Una chica castaña con una camisa rosada y pantalones caquis se acerca a nosotros prácticamente corriendo.
—¿Este asiento? —señala la cosa monstruosa color gris con azul cielo—. Este cuesta novecientos cincuenta dólares.
—¿En serio? —arqueo una ceja hacia la vendedora—. ¿Qué hace? ¿Vuela hasta la luna?
La chica se sonroja, pero mira disimuladamente hacia Sasha que se ríe detrás de su helado.
—Es que viene con adicionales —tartamudea—. Portavasos y bolsas de aire incluida. También puede acoplarse a cualquier vehículo y en cualquier posición que se desee. ¿Su esposo que tipo de auto tiene? Tenemos una persona que se encarga de instalarlos por si...
Sasha casi escupe el helado.
—¿Esposo? —me señala y después se ríe cuando la vendedora me mira—. ¡¿Crees que él es mi esposo?!
A mí también me entra la risa, pero me controlo más que Sasha.
—No, no es mi esposo —niega, pero entrelaza su brazo con el mío—. Es mi Sugar Daddy.
A la vendedora casi se le salen los ojos de las órbitas y, ahora recuerdo exactamente porque me encanta salir con Sasha. El término está bien dicho, excepto por la parte sexual y todo, pero técnicamente soy su Sugar Daddy.
—De... De acuerdo —chilla la pobre chica—. Van... ¿Van a... comprarlo?
—Sí, lo queremos —asiente la pelirroja a mi lado.
La chica corretea por toda la tienda mientras nos atiende, termina de explicarnos los beneficios del asiento para autos y al final nos dicen que nos lo enviarán mañana por la mañana. No entiendo muy bien porque no nos lo dan ahora, pero ya se encargarán Sasha y Anthony de eso. Luego de firmar la garantía y de que Sasha eligiera un peluche gigante en forma de mono, pagamos y salimos de la tienda con una enorme bolsa.
—¿Quieres almorzar? —cuestiono, dejando que me agarre del brazo para poder ir más cómoda.
—Sí, pollo está bien —asiente—. ¿Entonces? ¿Tú y Adelinne...?
—Sí, estamos juntos —asiento y la miro.
Ella está que no cabe en sí misma de la felicidad. Prácticamente está dando brinquitos mientras camina. Me gusta ver feliz a Sasha, sobre todo en su estado, a veces se la pasa llorando y deprimida, como me dice Anthony. Y saber que está feliz por mí, me alegra en cierta medida. Ella es lo más cercano que tengo a una hermana, o a una mejor amiga.
—Dios, no saben cómo me encanta eso —dice con una sonrisa—. Dos de mis cuatro personas favoritas en todo el mundo están juntas.
—¿Cuatro?
—Sí, cuatro —asiente—. Anthony, Adelinne, Eric y tú. Mis cuatro personas favoritas.
—Pero acabas de conocer a Adelinne —le recuerdo—. Incluso aunque seas fanática de su trabajo, no puedes incluirla en tus personas favoritas.
—Eso no impidió que te enamorases de ella, ¿a que no? —me miró con picardía.
Vale, me ganó.
Sasha: 1
Arturo: 0
Le sonrío.
—Tienes razón —asiento.
—Lo sé, yo siempre tengo razón —sube los hombros con suficiencia—. En todo caso, Adelinne es una persona fantástica y extremadamente dulce, es difícil no amarla.
Tiene otra vez razón, no tengo excusas. Enamorarme de Addy fue casi una obligación por mi parte.
—Además, creemos que hacen una pareja hermosa.
—¿Creemos? —frunzo el ceño.
—Sí, yo y las otras 1.328 personas que siguen el Shipp en Instagram de Arlinne.
—¿Arlinne?
—Sí, es la combinación de sus nombres. Ya sabes, Arturo y Adelinne, es igual a Arlinne —chilla otra vez de felicidad—. Pero ese no es el tema.
—¿Y cuál es el tema?
—El hecho de que ustedes dos se enamoraron el uno del otro entre todas las personas del mundo —sacude su mano al aire—. Me fascina todo, pero necesito saberlo. ¿Qué sientes por ella?
Que pregunta. Tan difícil y tan fácil de responder.
—No lo sé, Sasha —sacudo la cabeza—. Es raro. Jamás en mi vida había sentido esto por alguien. Es aterrador y me da esperanza de mucho más. Estar con ella es... catártico. Es éxtasis total.
—Guau —suspira con los ojos brillantes—. Qué hermoso. Acabas de describir lo que sentí cuando me topé con Anthony la primera vez.
Le sonrío.
—Lo sé, estuve ahí, ¿recuerdas?
—¡Claro que sí! Sabía que tenía que formar parte de ustedes apenas los vi —asiente con rapidez y una sonrisa grande—. Me alegro de haber venido con ustedes. En serio. Y también me alegra que hayas encontrado en alguien lo que yo tengo con Anthony. Además, que manera de escoger. Te has llevado el premio gordo —me guiña un ojo y después se detiene abruptamente sobre sus pies. Sus ojos se abren desmesuradamente y se precipita hacia adelante y se apoya la mano en el vientre—. Ay, Dios...
Una alarma silenciosa se enciende en mi cabeza.
—¿Qué? —me detengo a su lado, apoyando la mano en su hombro. Ella no responde, solo se queda quieta con las manos en su abultada barriga—. Sasha, ¿qué pasa? —nada, no responde, así que la sacudí—. ¡Sasha, por el amor de Dios, dime qué pasa!
—Creo que... creo que rompí fuente —se inclina hacia adelante y se toca los leggings—. Sí, rompí fuente.
Me pongo frenético al instante, buscando a mi alrededor qué carajos voy a hacer, pero nada. La gente parece no darse cuenta que una mujer está por dar a luz aquí mismo, y yo me encuentro perdido. Pero decido concentrarme en Sasha, ella es lo único que importa.
—Carajo —aprieto los dientes y me desespero, pero cuando veo sus ojos y el miedo en ellos, sé que debo ponerme los pantalones de niño grande y ayudarla—. Muy bien, Sasha. Soy nuevo en esto, ¿vale? Tienes que decirme qué debo hacer y como hacerlo.
Se le llenan los ojos de lágrimas y asiente.
—Debemos... ir al... hospital —dice despacio—. Al hospital central... Ahí está todo listo.
—Bien, al hospital central —asiento—. Estamos cerca, déjame llamar a Edward —me saco el teléfono del bolsillo sin dejar de sostener su mano, marco el número y lo pongo en altavoz—. ¿Edward?
—Sí, señor.
—¿Puedes mover el auto a la entrada trasera del centro comercial? Sasha está en trabajo de parto y necesitamos ir al hospital de inmediato.
—Copiado. Ya estoy encendiendo el auto. Los espero.
Cuelga y me da tiempo de ver a Sasha que tiene los ojos cerrados y la mano apoyada en su bajo vientre.
—¿Estás bien? —cuestiono, frotando su hombro.
—Sí, pero las contracciones ya empezaron —susurra—. Llama a Anthony, por favor.
—Lo haré, lo haré —asiento—. Pero vamos hacia las escaleras, bajaremos más rápido así.
—Sí, vamos.
Entrelaza sus dedos con los míos y caminamos lentamente mientras yo llamo a Anthony.
—¿Qué pasa? ¿Ya te vaciaron la cuenta bancaria? —responde burlón.
—Sasha rompió fuente —espeto, deteniéndome cuando Sasha se encorva de dolor.
—¡¿Qué?! ¿Dónde están? ¿Está bien? ¿Le duele mucho? ¿Cuándo pasó? ¡Ya voy para allá!
—¡Escucha, escucha! —lo llamo, llevando a Sasha al inicio de las escaleras eléctricas—. Cálmate, yo estoy aquí, ¿vale? Será un viaje perdido que vengas al centro comercial, ve directamente al hospital, Edward ya nos está esperando en la salida.
—Vale, vale —dice apresurado y se le oye agitado—. Voy corriendo, tomaré un taxi y no sé cuánto trataré de llegar al hospital. No sé si la lluvia me dejará moverme muy rápido, pero, cuídala, ¿sí?
Miro a Sasha, que tiene la cara hundida en mi brazo y sus manos apretando la mía. Esta mujer hace feliz a mi mejor amigo, por supuesto que la voy a cuidar.
—Con mi vida —digo, más seguro que en toda mi vida—. Te esperamos.
—Nos vemos.
Cuelgo y guardo el teléfono. Me vuelvo hacia Sasha y la estrecho entre mis brazos mientras froto su espalda.
—Calma, estarás bien —le digo con aprensión.
No sé si estoy tratando de calmarla a ella o a mí, el corazón se me va a salir del pecho, pero debo ser fuerte. Por ella. Y por ese bebé que viene en camino.
—Vamos —la ayudo a bajar de las escaleras, pero nos toma más tiempo del necesario.
—¿Podrías ir más rápido? —escupe un imbécil detrás de nosotros.
Levantó la mirada y me topo con un listillo de unos veinte años, gorra de béisbol y un conjunto deportivo.
—Necesitamos un momento, es una emergencia —le digo con los dientes apretados, intentando no darle más estrés a Sasha que tiene otra contracción.
—Pues que la emergencia se solucione rápido —espeta.
La vena de mi cuello palpita y mis manos se aprietan en puños.
—Escucha, idiota —siseo hacia él, sin soltar a Sasha—. Es mejor que cierres la maldita boca y jodidamente esperes, si no quieres que te arranque la puta la lengua. ¿Entendiste?
Abre los ojos a tope, pero cierra la boca. Bien por él.
—Ya estoy bien —susurra Sasha, jadeando un poco.
Da pasitos de tortuga hacia la salida, y yo la respaldo como un buen guardaespaldas, ignorando a todos los que parecen correr impacientes a nuestro lado. Qué se vayan al jodido infierno, no pienso forzar a Sasha para nada. Cuando llegamos a la puerta trasera, Edward está estacionado esperándonos ya con la puerta abierta. Le doy el maldito peluche y él lo empuja dentro del asiento del copiloto, mientras yo me subo atrás con Sasha.
—Al hospital central, Edward —le digo—. Vuela, estamos cortos de tiempo.
—Eso haré —y pisa el acelerador a fondo.
Yo me giré hacia Sasha, que tenía los ojos firmemente cerrados. Tomé su mano y no tardó en apretarme los dedos con una fuerza casi bestial.
—Ay, jodido Dios —gruñó entre dientes—. ¿Por qué carajos esto duele tanto? ¡Ay!
—Hey, mírame —la insté a mirarme, ella lo hizo un segundo después con los ojos vidriosos—. Respira conmigo, ¿de acuerdo? Respira profundo. Estoy aquí, ¿bien?
—Sí —asintió rápidamente, apretando mi mano.
Respiró conmigo un par de minutos, hasta que su cuerpo se dobló otra vez hacia adelante mientras siseaba de dolor.
—No, no puedo con esto —sacude la cabeza—. Esto es horrible. Es demasiado horrible. ¿Dónde esta Anthony?
Como por arte de magia, el teléfono sonó.
—Aquí está —puse el altavoz—. Háblame, Anthony. Sasha también te escucha.
—¡¿Amor?! —chilló al otro lado de la línea—. Estoy buscando un taxi, cariño. Nadie quiere parar, está lloviendo demasiado —habló fuerte—. ¿Cómo estás? ¿Te duele mucho? Háblame, por favor.
—Estoy bien —habló la pelirroja con voz temblorosa—, pero duele... demasiado. ¿Vas al... hospital? Nosotros estamos... de camino.
—Sí, mi amor. Estoy corriendo hacia allá, buscando un taxi. Nos veremos allá, ¿sí? Estaré ahí para sostener a nuestro bebé, ¿sí? Lo prometo.
—No te apures —le dijo Sasha, apretando otra vez mi mano cuando una contracción la abordó—. No quiero... preocuparme por ti. Ten cuidado.
—Lo tendré. Arturo está contigo, él no te dejará. Iré tan rápido como pueda. Te amo.
—Y yo a ti —resopló y las lágrimas cayeron.
Entonces me puse en plan mandón.
—Yo la tengo, amigo, no te preocupes —no le di tiempo de hablar, colgué y guardé el teléfono, centrándome totalmente en la mujer a mi lado—. Mírame, Sasha. Estamos juntos en esto. Si tenemos que traer a este niño al mundo solo nosotros dos, lo haremos, ¿me oyes?
Ella sintió, me sonrió y volvió a chillar de dolor.
—Edward, necesito que volemos.
—Ya casi llegamos, estamos a la vuelta de la esquina.
El problema es que el cielo se estaba cayendo y el tráfico era horrible. Tres minutos después, una Sasha sollozante y yo todo preocupado llegamos al hospital. Saqué a Sasha despacio del auto y traté por todos los medios que no se mojara con la lluvia. Un par de enfermeras salieron a nuestro encuentro con una silla de ruedas. Una vez que estuvimos dentro del hospital, la enfermera Dos vino hacia mí.
—¿Usted es el padre? —me preguntó.
—No, soy su mejor amigo —respondí rápidamente.
—Entonces, espere aquí...
—No, no —negué—. Usted no ha entendido —le hablé despacio viendo cómo se llevaron a Sasha por un largo pasillo—. Mi mejor amigo, que sí es el padre del bebé, está de camino pero la lluvia lo está retrasando. Mientras tanto, el responsable soy yo. ¿Me oye? A donde ella vaya, iré yo.
Los ojos de Dos se ampliaron con sorpresa, pero asintió.
—De acuerdo, entonces, señor...
—Arturo King.
—Bien, señor King, acompáñeme —dijo y la seguí por el pasillo.
Caminamos cinco minutos, zigzagueando entre los pasillos hasta que encontramos la habitación de maternidad. Sasha estaba sentada a la orilla de la camilla con una bata azul claro. Tenía los ojos rojos y las mejillas llenas de lágrimas mientras la enfermera Uno le ponía una intravenosa. Apenas la pelirroja me vio, el alivio inundó su mirada.
Me acerqué a ella con rapidez y sostuve su mano.
—¿Cada cuánto son las contracciones? —pregunta Uno.
—Cada cuatro minutos, tal vez menos —susurra Sasha.
—Bien, te puse solución salina para hidratarte, ya que rompiste fuente —dijo—. El doctor está atendiendo a una paciente ahora mismo, pero vendrá de inmediato, ¿bien?
—Me duele demasiado —sollozó Sasha, temblando como una hoja.
Uno sonrió, asintiendo en comprensión.
—Lo comprendo, es normal —dijo con suavidad—. El doctor vendrá apenas pueda...
—Dígale al doctor que lo estamos esperando en este momento —siseé.
No intentaba ser grosero, pero no iba a permitir que Sasha soportara más dolor.
Dos intervino cuando Uno estaba por replicarme.
—Lo buscaremos de inmediato, señor King —asegura Dos y ambas salen con rapidez de la habitación.
Sasha vuelve a sollozar con otra contracción y yo no sé qué otra cosa hacer, más que abrazarla.
—Maldito infierno, no volveré a embarazarme nunca —llora en mi camisa, apretando mis brazos—. Ojalá Thony encuentre un taxi pronto.
—Lo hará —acaricio su espalda en círculos lentos—, pero si no, yo estoy aquí y no te soltaré.
—Lo sé —asiente y en ese momento el doctor llega.
Es un tipo alto, de unos cincuenta y tantos, pelo canoso y gafas de media luna. Casi parece sacado de un libro de ciencias.
—Hola, Sasha, ¿cómo estás? —caminó mirando el historial de Sasha—. Me dijeron que rompiste fuente.
—Hola, Dr. Bradley. Sí, eso parece.
El doctor levanta la mirada y me mira confuso.
—¿Nuevo papá?
—Casi —responde Sasha—. Es mi hermano.
Casi me ahogo con sus palabras, pero permanecí impasible. No tenía tiempo para sentimentalismo ahora mismo.
—De acuerdo, vamos a revisarte —dice—. Recuéstate y sube las piernas.
Me enderezo con incomodidad.
—¿Quieres que...? —Sasha niega.
—No me dejes —me apretó la mano.
Un instinto animal sumamente protector me invadió al ver el miedo en sus ojos, así que asentí y me planté junto a ella, con su mano firmemente en la mía.
Vi al doctor acercar un banco alto a la camilla mientras revisaba a Sasha. Su ceño se frunció y Sasha se tensó. Yo también lo hice al ver la cara del doctor.
—¿Qué sucede? —cuestioné.
—Tenemos un inconveniente —dijo—. El bebé viene de nalgas, por eso te duele tanto, está empujando en vano. Así no saldrá.
—¡¿Qué?! —chilló la pelirroja—. ¿Pero...?
—Calma, Sasha, relájate —dijo el doctor—. Sé que en la última ecografía dijimos que venía normal, pero pudo girarse en los últimos días.
—¿Y qué hará ahora? —intervine yo—. Tiene que haber una manera de sacarlo.
—La hay —asiente—. Podemos programar una cesárea para dentro de veinte minutos. Tenemos que sacarlo antes de que suponga un riesgo para alguno de los dos.
Sasha me mira con los ojos horrorizados y empieza a balbucear, sin embargo, no la dejo y miro al doctor.
—Hágalo —ordeno, viéndolo como se pone en marcha.
—Arturo, no... —no la dejo hablar.
—Escucha, no pienso poner la vida de ninguno de los dos en peligro. Así que, si tenemos que sacarlo por tu garganta, lo hacemos —espeto—. Ahora, vas a calmarte y dejarás que el doctor haga lo que tenga que hacer.
—¿Vas a entrar conmigo? —traga con los ojos abiertos de par en par—. No puedes dejarme. Si Anthony no está...
—Estaré a tu lado siempre, ¿de acuerdo?
—Sí.
Lo siguiente que pasó, fue como una nube de humo ante mis ojos. Estaba en un trance mientras veía como preparaban a Sasha para llevarla al quirófano. Nunca me aparté de su lado en ningún momento, Anthony me había enviado un mensaje diciendo que por fin había conseguido un taxi, pero que por culpa del tráfico y de la lluvia, apenas y había avanzado una cuadra. Le dije que le iban a hacer una cesárea a Sasha y que yo me haría cargo. No pude ver que respondió a eso, porque me dijeron que debía ponerme una bata quirúrgica por encima de la ropa para poder entrar. Fue el único momento en donde solté la mano de Sasha. Mientras me ponía el horrible mantel y a ella la llevaban a quirófano.
Cuando entré al cuarto del fondo, me estremecí por el frío que hacía. Me acerqué a Sasha y tomé su mano una vez más. Estaba más adormilada ahora por la anestesia, pero seguía consciente. Mirándome de vez en cuando y apretando mi mano cada tanto. Mientras el médico hacia su trabajo, yo evité mirar hacia la operación. No estaba preparado para eso. En su lugar, mantuve mi atención en Sasha, que seguía mirándome con lágrimas en los ojos.
Traté de enviarle calma a través de mis ojos, pero ni siquiera yo sabía cómo estaba tan tranquilo ahora. Jamás pensé que esto pasaría. Creí que, cuando Sasha diera a luz a su hijo, Anthony estaría aquí para verlo, para acompañarla. Pero la vida es tan rara y mira dónde estamos. Si por algo debo estar aquí, entonces tenía que dar lo mejor de mí.
En algún momento, el tiempo se detuvo y un llanto enojado e irritado irrumpió el silencio. Levanté la mirada y vi como el doctor sostenía un pequeño cuerpo humano en sus manos. De pronto las enfermeras se movían por todo el lugar, limpiando y cortando cosas.
—Aquí está —dijo el doctor, levantando la mirada—. ¿Quieres verlo, mamá?
—Sí —dijo Sasha de inmediato, sollozando, luego me miró—. Sostenlo, Arturo, por favor.
Se me hizo un nudo en la garganta, pero hice lo que me pidió. Solté su mano y me acerqué al doctor, que estaba envolviendo el cuerpo del bebé en una pequeña manta azul. Cuando me lo puso en las manos, sentí que el mundo se hacía pequeño. Tenía un minúsculo ser humano entre mis manos. Y, aunque estaba cubierto de sangre y otras cosas que no supe identificar, pude ver el parecido que tenía el pequeño bebé con Anthony. Tenía una espesa mata de cabello rubio, una nariz pequeña de botón y la boca roja y fruncida mientras lloraba con ganas.
El corazón se me aceleró y me acerqué con cuidado hacia Sasha, que estaba esperando expectante por mí. Le acerqué a su hijo y ella no tardó en besarle la mejilla.
—Hola, amor —sollozó, sin importarle que el bebé llorase con fuerza—. Hola, Eric, soy mamá.
No supe qué más hacer, así que solo miré la escena. Miré a Sasha conocer a su hijo en mis manos, la felicidad y la dicha absoluta en su mirada. Entonces volvió sus ojos hacia los míos y me dio una sonrisa que me hizo empañar los ojos.
—Gracias —susurró.
Esa pequeña palabra significó para mí el mundo entero.
💸💸💸💸💸
Anthony llegó veinte minutos después de que Sasha saliera de quirófano y la pusieran en la habitación. Lo vi correr por el pasillo, empapado de pies a cabeza, con el saco en una mano y el teléfono en la otra. Tenía el pecho agitado y la preocupación marcada en la cara. En cuanto me vio, casi le fallan las rodillas.
Se detuvo frente a mí y me miró con los ojos bien abiertos.
—¿Cómo está? —su voz temblaba tanto como su cuerpo.
Le sonreí.
—Felicidades, papá —dije.
Sus ojos se empañaron en lágrimas y casi me saltó encima. Me abrazó con fuerza y, por primera vez, dejé que fuera el blandengue sentimental que sabía que era. Le di dos palmadas en la espalda, sabiendo que necesitaba apoyo.
—Gracias —me dijo, aún sin soltarme—. Gracias por estar aquí. Gracias por sostenerla. Gracias por cuidarla. Gracias por cuidar de mi familia.
El nudo en mi garganta se convirtió en un puto ladrillo y mis ojos escuecen. Lo solté y lo miré, apretando su hombro.
—Ustedes son mi familia —le recordé—. No hay nada que no haría por ustedes.
Asintió con las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Gracias.
—Ve —señalé la puerta abierta—. Ve a ver a tu hijo.
—Gracias —dijo una vez más antes de correr hacia la habitación.
Lo vi entrar y caminar despacio cuando vio a Sasha sentada en la cama con pequeño Eric Collins en sus brazos. Me apoyé contra el marco de la puerta para verlos. Fue una maldita película de las que les gustaban a Addy.
Anthony se acercó y una Sasha resplandeciente le sonrió en grande. Él se inclinó y la besó un instante antes de mirar a su hijo. Como el sentimental que es, sollozó y se inclinó para besar a su hijo en la frente. Fue jodidamente tierno. Y, por primera vez en mi vida, me pregunté si yo también tendría eso algún día.
Lo primero que se me vino a la mente fue el rostro de Adelinne y todo mi cuerpo se sacudió ante la imagen.
—¿Arturo? —la voz suave de Sasha me sacó de mis pensamientos.
—¿Sí? —la miré, estaba sonriendo.
—Anthony y yo nos preguntamos qué te parece la idea de estrechar los lazos familiares —se burló, pero no le entendí.
—¿A qué te refieres?
—Que si quieres ser el padrino de Eric —soltó Anthony.
El mundo se volvió a sacudir bajo mis pies. Los miro a los dos como si tuvieran tres cabezas. Tengo un zumbido en los oídos. Pero solo puedo recordar al pequeño niño en mis manos hace tan solo unos minutos atrás.
No tuve que pensar mucho la respuesta.
—Sería un honor.
¡HABEMUS BABY!
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