25. Somos un caos perfecto.
«A la vida hay que hacerle el amor, sin drama, con locura y pasión».
Federico Moura.
Abril, 2020
📍Nueva York, Estados Unidos.
Cuando llegamos al hotel, invité amablemente a Arturo. Pero no debo malinterpretar mi decisión de invitarlo. Yo solo quiero pasar más tiempo con él. Vale, acabamos de proclamarnos novios sin siquiera pedirlo formalmente. Y el tipo me gusta. Me gusta más de lo que cualquier otra persona me haya gustado alguna vez. Y, después de ver a Clara hoy, no quería estar sola con mis pensamientos.
Entonces, cuando le dije que me acompañara a ver una película, él aceptó sin pensarlo dos veces. Pedimos palomitas y nos acostamos en mi enorme cama. Arturo se quitó los zapatos, los calcetines, el saco y la corbata. Yo me quité los tacones y me recogí el cabello en una coleta.
Pusimos Armageddon, pero ninguno de los dos le prestó verdadera atención a la dichosa película, porque nos pusimos a hablar de cualquier cosa.
—¿Película favorita? —le pregunté mientras me desmaquillaba sentada en la cama.
—Mmh, no sé —se encoje de hombros, un brazo bajo la cabeza y la otra sobre el abdomen. Como tiene los primeros tres botones de la camisa desabrochado, puedo ver el inicio de su tatuaje. Debo admitirlo, verlo tan relajado a mi lado está haciendo estragos en mi cuerpo—. No veía mucha televisión de niño, y ahora mismo no me interesa mucho. Normalmente hago ejercicio, salgo con Anthony o con Sasha. Pero, si tengo que elegir una, supongo que me iría por Rocky. Son bastante entretenidas.
—Ni hablar de lo romántico que es Rocky —suspiré soñadora y él sonrió.
—¿Y tú? ¿Película favorita? —atacó.
No lo pensé mucho.
—Me gustan las películas románticas. Cualquiera, siempre que tenga un final feliz —guardé todo en mi neceser y boté las motas de algodón sucias en la papelera junto a la cama. Me levanté para lavarme la cara y volví con una toallita para secarme—. También me gustan las princesas, sobre todo Anastasia. Es súper increíble esa película. Oh, y los superhéroes.
—¿Superhéroe favorito? —arqueó una ceja.
—Te lo he estado diciendo desde esta mañana, bueno, ayer —corrijo, viendo que son las dos de la madrugada—. Superman, obviamente. Aunque admito que los superhéroes de Marvel también me gustan mucho. ¿Y el tuyo?
—El superhéroe favorito de todo niño, Spiderman.
—Buena elección —asiento—. ¿Qué hubieras estudiado si no tuvieras tu carrera en negocios?
Se queda en silencio un instante, pensando en su respuesta.
—No lo sé, siempre estuve rodeado de hombres de negocios —suspira, luego me mira y emboza una sonrisa—. También creo que mis padres me agradecen que haya seguido con el negocio familiar. De no ser así, no sé dónde estaría la empresa ahora.
Eso es nuevo, nunca habla de sus padres. La curiosidad me está carcomiendo y ciertamente no sé cómo formular bien la pregunta.
Me acuesto sobre mi estómago, hundo los codos en el colchón y apoyo mi barbilla en mis manos. Él me observa fijamente, algo me dice que sabe lo que estoy pensando.
—¿Puedo preguntarte algo personal? —cuestiono lentamente.
Él sonríe, saca el brazo debajo de su cabeza y acomoda la almohada para estar más cómodo, después me acaricia la mejilla.
—Sabes que puedes preguntarme lo que quieras, Solecito.
Mis mejillas se encienden y mi corazón se acelera.
—Solo quiero que sepas que, si no quieres responder, no estás obligado a hacerlo —le recuerdo rápidamente.
—Addy, desde que me contaste lo que te hizo el imbécil de tu ex, me prometí a mí mismo que jamás te mentiría —me dice, jugando con un mechón de mi pelo que se sale de mi moño—. Prefiero decirte la verdad que inventar algo solo para mi conveniencia. Pregunta lo que quieras, nena, siempre seré honesto contigo.
Sus palabras dieron directo en mi corazón y no supe que responder a eso, solo le sonreí y sacudí la cabeza. Luego me puse seria una vez más, intentando pensar como hacer la pregunta.
—¿Por qué nunca hablas de tus padres? —pregunto en voz baja.
Miro su reacción a mi indiscreta pregunta, pienso que se va a enojar o algo por el estilo. Pero no. Solo respira lentamente y juega con mi pelo.
—Murieron cuando cumplí los dieciocho años —responde finalmente y siento como el pecho se me aprieta—. Un accidente de auto.
—Oh —estiro la mano y la pongo en su pecho, intentando darle consuelo—. Lo lamento mucho.
—Está bien —emboza una sonrisa triste, pero no llega a sus ojos—. Fue hace mucho tiempo.
—¿Tu padre era el presidente de KI? —cuestiono.
—Lo era —me apretó la mano y miró el techo, como si estuviera recordando aquellos años—. Mi padre, Arturo King I era mi ídolo. La persona que más admiraba en este mundo. Podrás pensar que al ser un hombre tan importante y profesional era igual en casa, pero no lo fue. Era atento, cariñoso, siempre me ayudaba con mis tareas de la escuela. Le encantaba que fuera tan listo —sonríe para sí mismo y es un gesto que jamás había visto, es extremadamente entrañable—. Siempre buscaba el tiempo para estar conmigo, incluso cuando el trabajo era demasiado.
—¿Y tu madre? —cuestiono.
—Oh, mi madre era encantadora, su nombre era Ava —su corazón se acelera un poco, pero se recompone con rapidez—. La mejor madre del mundo.
Escucharlo hablar así de sus padres me está removiendo la fibra sensible y me están dando ganas de llorar.
—¿Cómo pasó? —le acaricio el pecho con los dedos, despacio.
—Estaba en la universidad cuando me llamaron —traga con fuerza—. Eran las cuatro de la tarde, el oficial dijo que mis padres habían tenido un accidente en la autopista. Creí que era algo leve, ya sabes, un choque, un par de rasguños. Ni siquiera le pregunté cómo estaban, solo pedí la dirección y fui directo al hospital —toma una lenta respiración y cierra los ojos un segundo—. Cuando llegué, me dijeron que habían muerto en el acto. Un camión los sacó del camino y los hizo rodar colina abajo. No pude siquiera reconocerlos cuando los vi en la morgue. De no ser por el ADN y la ropa, jamás habría dado por hecho que eran ellos.
Se me saltaron las lágrimas, fue imposible contenerme. Tan solo imaginarme a un chico de dieciocho años, recién empezando su vida, perdiendo a sus padres en un accidente tan trágico.
—Dios, Arturo, lo siento tanto.
Me lancé hacia él, apretándome a su costado, ocultando la cara en su cuello. Pasó un brazo alrededor de mi cuerpo para estrecharme contra él.
—No, nena, no llores —sonrió contra mi frente, dándome un beso rápido—. Está bien.
—Lo entiendo, ¿sabes? —susurro, secándome las lágrimas con el dorso de la mano—. Sé lo que es perder a un ser tan importante a tan temprana edad.
—Tu mamá.
—Sí —suspiré, pero traté de no pensar mucho en eso, porque entonces sí iba a llorar de verdad—. ¿Y qué pasó después?
—Papá ya había estipulado todo lo que quería en su testamento. Me dejó todo, su fortuna inmensa, sus mansiones, los terrenos en construcción y la empresa. Todo pasó a ser mío y fue un shock tremendo —me acarició la espalda de manera distraída—. La junta directiva no estaba para nada contenta con eso. Un niño inmaduro que apenas iba a la universidad se hace cargo de la empresa más costosa de Estados Unidos. Parece un chiste, ¿no? Ellos no contaban con que papá me había estado entrenando para eso desde el día que nací. Conocía el manejo de la empresa desde la A hasta la Z, y el encargado de la junta directiva, Craig, era el mejor amigo de mi papá, por lo que tomó su última voluntad como algo sagrado. Me hice con el puesto trabajando lado a lado con él, hasta que cumplí los veinte y él quería retirarse, entonces me ayudó a eliminar la junta directiva y dejarme a mí totalmente a cargo. Tengo mi equipo, ya sabes, me ayudan a tomar decisiones puntuales, pero el jefe soy yo y estoy mejor así.
—Guau —dije respirando hondo—. ¿Cómo llegó Anthony a la ecuación?
Su pecho vibra bajo mi mejilla cuando se ríe.
—Anthony estuvo en la ecuación desde que ambos nacimos, nuestras madres eran mejores amigas y pasaron la tradición hasta nosotros. Estamos juntos desde entonces. Es listo y sorprendentemente logra soportar todos mis cambios de humor durante toda la jornada laboral, eso lo hace indispensable —dice.
—Lo quieres —digo sonriendo.
—Sí, pero no se lo digas, se le subirán más los humos y querrá un aumento.
Me reí, trazando círculos imaginarios en su pecho.
—¿Y en la universidad? ¿Por eso no salías con nadie? ¿Por qué no te daba tiempo?
—Por eso, y porque todo el país se enteró de que era el chico más joven con más dinero en Estados Unidos, lo cual me puso en el ojo público. Todos en la universidad lo sabían, incluyendo a las chicas —suspira pesadamente—. Todas querían algo conmigo por el dinero. No voy a negarlo, obtuve ciertos favores haciendo uso de ese nuevo estatus, pero nada era lo suficientemente serio o extraordinario como para darlo todo y salir al ruedo —pasa su palma por toda mi espalda, haciendo que me diera un placentero escalofrío—. Todos estos años, las mujeres fueron un pasatiempo divertido y caliente, pero nada pasaba de ahí. Luego de un par de palabras, todas sacaban a relucir lo increíble que era ser tan importante como yo. Eso me quitaba el interés rápidamente. Menos mal que no le hice caso a ninguna de ellas, de ser así, no te habría conocido —me dio golpecitos en la nuca con el pulgar, haciendo que levantara la cabeza para mirarlo—. A ti no te deslumbra el dinero, te gusta lo que el dinero puede hacer en la vida de las personas que realmente necesitan ayuda. Mira en lo que estamos trabajando. Buscamos hacer crecer a nuevas personas como ya lo hemos hecho nosotros —me acarició el hombro mientras me miraba profundamente a los ojos—. Eso fue lo que me gustó de ti. Tu humildad, tu sencillez y el hecho de que quieres estar conmigo por mí y no por lo que tengo. Eres asombrosa.
Tenía el corazón acelerado y estaba apunto de llorar otra vez. En vez de eso, me apoyé en un codo para poder verlo a los ojos antes de inclinarme y darle un suave beso en los labios.
—No, Arturo —tracé mi boca sobre la suya—. El asombroso eres tú.
Levantó la mano y la apoyó en mi mejilla.
—Gracias por darme la oportunidad de encontrarte —susurra con los ojos centelleantes.
—Gracias a ti por sanar mi corazón —dije de vuelta.
Volví a besarlo y caí contra él cuando sus brazos se cerraron a mi alrededor, abrazándome fuerte mientras él profundizaba nuestro beso. Cuando pude salir a tomar aire estaba vibrando, jadeé un poco en su boca. Toqué sus labios con mis dedos, mirándolo a los ojos.
—Deberíamos ir a dormir —me apartó un mechón de pelo de la cara.
—Sí —repasé sus labios con mi pulgar.
—¿Tienes sueño? —arrastró sus dedos por mi espalda y metió su pulgar bajo la cremallera del vestido.
—Un poquito —desabroché el cuatro botón de su camisa—. ¿Y tú?
—Un poco —bajó la cremallera con un sonido sordo y silencioso, sin quitarme los ojos de encima—. Pero, lo cierto es que, preferiría besarte la noche entera en vez de irme a mi habitación.
Se me paró el corazón, y, siendo sincera, todo mi cuerpo quería probar sus palabras.
—Entonces, bésame —solté y todo sucedió muy rápido después de eso.
Levantó la cabeza y me dio el mejor beso de mi vida. Sujetó mi rostro entre sus manos mientras se sentaba en la cama y yo me subía a horcajadas sobre él. En cuanto mis rodillas tocaron el colchón a cada lado de su cuerpo, mi centro entró en contacto con su entrepierna. Por el bulto que generaba la furiosa erección en sus pantalones supe que no era para nada pequeño. Entre besos y tirones de pelo, logré arrancar mi boca de la suya.
—Ha pasado tiempo —susurré, pero volví a besarlo.
—¿Cuánto tiempo? —apretó sus manos sobre mí trasero y me apretó contra su polla dura, arrancándome un gemido.
—Más de cinco meses —dije la verdad, dejándolo que me besara el cuello.
—Tendré cuidado —prometió, pero ciertamente, yo no quería que tuviera cuidado.
Tiré de su pelo hacia atrás y lo miré a los ojos. No tenía sus anteojos, por lo que podía ver el brillo perverso en su mirada. Dios, quería morir mirando sus ojos.
—Fóllame —siseé.
Me miró por un largo segundo y un rugido posesivo y animal salió de sus labios. Metió sus manos en mi cabello y me bajó otra vez hasta su boca, saciando el hambre de su lengua contra la mía. Fue un beso furioso, duro, maltratador. Me mordió los labios con ahínco y me apretó contra su entrepierna con fuerza, y después nos giró sobre la cama. Sin dejar de besarme, tiro de la tela de mi vestido hasta enrollarlo alrededor de mi cintura, tanteó la costura fina de mis bragas de encaje. Gemí en su boca y subí las caderas hacia sus dedos presionando contra mi centro húmedo y necesitado.
—Ya estás lista, Addy —gruñó en mi boca, sumergiendo su dedo en mi interior—. Tan apretada y húmeda para mí.
—Sí —tracé círculos con la pelvis, sintiendo que todo mi cuerpo se estremecía. Estaba apunto de estallar—. Por favor...
—Dime lo que necesitas —me mordió el labio inferior con fuerza.
—A ti. Dentro de mí. Ahora.
Busqué rápidamente el botón de sus pantalones y tiré de la cremallera hacia abajo, con mis dedos deslizándose por la cinturilla de sus bóxers negros, rodeando la circunferencia perfecta de su polla. Dios, no era grande, era más que eso. No me dejé amedrentar por su tamaño o su grosor, seguí deleitándome con la suavidad de su piel, con las venas marcándose alrededor de su eje.
Los párpados de Arturo cayeron de placer, tracé la punta de su erección con mi pulgar, sintiendo la humedad pre-seminal lubricando su cabeza. Mi boca buscó la suya y una de sus manos se apoyó a un lado de mi cabeza, sosteniendo mi mejilla con fuerza. Se comió mi boca con desesperación, moviendo sus dedos dentro de mí mientras mi mano se movía sobre él.
—Te quiero dentro, ya —le pedí con verdadera necesidad, lloriqueando de placer—. Arturo, por favor...
—Me matas, maldición —espetó en mis labios y hundió sus dedos hasta el fondo, grité inevitablemente cuando el primer orgasmo me golpeó. Temblé bajo su cuerpo y grité su nombre sin tapujos, intentando apretar las piernas, pero fue imposible con él sobre mi cuerpo. Cuando bajé de mi nube de placer, lo encontré viéndome fijamente—. Ver cómo te corres ha sido un auténtico privilegio.
—Ya no aguanto más —jadeé, lo necesito dentro de mí ahora o voy a morir.
Su expresión cambió a una totalmente salvaje, se inclinó y me besó de nuevo. Me acarició el clítoris con suavidad y me estremecí con fuerza.
—Condón —musité cuando me quitó la mano de su erección.
Se arrodilló entre mis piernas y se sacó la billetera del bolsillo del pantalón, sacó un condón y lo abrió. Me apoyé en mis codos para verlo cubrirse con él, después volvió a inclinarse y acarició mi boca con la suya cuando me arrancó las bragas y las tiró al suelo. Empecé a tirar de su camisa hasta que logré sacársela por la cabeza, su pecho esculpido fue receptor de mis manos. Le rodeé el torso con las manos hasta llegar a su firme trasero cuando apoyó la cabeza de su polla contra mi entrada. Me desplomo sobre la cama y aprieto su culo cuando se estrella contra mí en una embestida poderosa.
Solté un grito ahogado en sus labios cuando se quedó enterrado en lo más profundo de mi cuerpo. Me arqueé contra él, echando la cabeza para atrás mientras se movía suavemente en mi interior.
—¿Estás bien? —se acomodó sobre mí y me rodeó el rostro con las manos.
—Sí —subí mis manos por su espalda y enterré mis uñas en su piel—. Más fuerte, Arturo. Por favor.
Me estaba volviendo loca, y, por primera vez en mi vida no quería ir lento. Quería todo de él. Desde su corazón hasta su cuerpo. Y me lo dio todo. Se retiró solo para volver a entrar. Una embestida tras otra, cada golpe duro, comedido y delicioso me arrancaron un gemido más fuerte que el anterior. La habitación se llenó de calor, el sonido de piel contra piel, los gemidos, los gruñidos, el sonido chirriante de nuestra respiración agitada.
Tiró del escote de mi vestido y expuso mi pecho ante él. Besó mi mejilla, mi barbilla y mi cuello antes de saltar directamente a mi pezón erecto. El mordisco que le dio a mi montículo de carne sensible fue jodidamente erótico y envío punzadas placenteras a mi sexo. Tiré de su pelo entre mis dedos y gemí con fuerza su nombre. De pronto sus embestidas se volvieron erráticas y poco medidas, se retiraba rápidamente solo para volver a entrar con más fuerza.
Me empotró contra el colchón con fuerza, besó mis labios con ardor y cuando retorció mi pezón con sus dedos, exploté otra vez en mil fragmentos distintos. El amor carnal entre nosotros inventó nuevos colores. Y, honestamente, no pude controlar a mi cuerpo cuando sucumbió a sus órdenes. Me vine tan fuerte que mis piernas temblaron y el mejor orgasmo de mi vida me sacudió de adentro hacia afuera.
Arturo siguió moviéndose por sobre mi orgasmo, buscando su propia liberación. Incluso con el preservativo, pude sentir la fuerza de su orgasmo en mi interior cuando se vino. Gimió y se desplomó sobre mí con el sudor cubriendo nuestros cuerpos. Nuestros corazones acelerados solo le dieron rienda suelta al éxtasis postcoital que vino después.
Éramos respiración agitada, sudor, brazos y piernas entrelazados, corazones acelerados y ropa enrollándose por todos lados. Somos un caos perfecto.
Cerré los ojos y dejé que hundiera la cabeza en mi cuello. Lo acaricié desde los hombros hasta el culo, sintiendo como sus músculos se relajan bajo mis manos. Lo respiré profundamente, enterrando mi nariz en su pelo negro, besando su sien un segundo después.
—¿Qué hacemos ahora? —susurré con la voz ronca.
—Nos quitamos el resto de la ropa y lo repetimos todo de nuevo —soltó contra mi piel, luego de darme un beso en el pulso.
Sonreí. Eso sonó como un buen plan.
*procede a gritar como una perr4 loca*
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