Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22. Mil años luz.

«La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado».

Gabriel García Márquez.

Abril, 2020

📍Nueva York, Estados Unidos.

Puede que esté loca al aceptar tan rápido el hecho de que estoy total y locamente enamorada de Arturo. Puede que sea muy pronto, puede que incluso sea algo pasajero, pero no me interesa. Ese hombre hace cosas con mi corazón como ningún otro ha hecho y eso que solo he tenido dos novios en total. Ese es mi primer dilema: el tiempo. Ni siquiera tenemos un mes saliendo, pero ya siento que lo conozco de toda la vida.

Sé que es más serio que cualquier otra persona que haya conocido, es cerrado como una ostra, es arrogante a no dar más y es poderoso hasta la médula. Y, lo más raro de todo, es que, en el fondo, él sabe que es todas esas cosas. Y aunque trata de disimularlo, no lo consigue. Ese es el Arturo King que el mundo conoce, al que ha tenido acceso (poco porque no le gusta dar de qué hablar) todos esos años. El empresario, el inversionista, el multimillonario.

El Arturo King que yo conozco, o que estoy empezando a conocer, es otro tipo.

Este Arturo es dulce, amable, sonríe cada vez que yo lo hago y le brillan lo ojos cada vez que me mira. Es el hombre desinteresado que cada fin de semana le envía una cifra desmesurada de dinero a la esposa de su mejor amigo para que se sienta mejor. Es el tipo que le da el día libre a su asistente para que acompañe a su esposa embarazada. Es el sujeto que me tomó de la mano en el cine mientras lloraba por el final de una película de princesas. El que me compró una cajita feliz porque sabía que me hacía ilusión. El que me dejó clarísimo que le pertenezco frente al muelle de Santa Mónica, para después darme un beso que puso mi universo al revés. Es el que, ahora mismo, sostiene mi mano mientras el Jet privado de su empresa espera aterrizar en el JFK.

Este Arturo King es el que me hizo volver a Nueva York a solo meses de haberme ido destrozada. Volví al lugar que me rompió el corazón de la mano del hombre lo volvió a reconstruir. Si esto no es estar enamorado, no sé lo que es.

—¿Estás bien? —cuestiona, sacándome de mis pensamientos.

Alejo la mirada de la ventana para poder verlo. Hoy está para comérselo. Tiene puesta una camisa tipo polo azul oscuro, unos jeans blancos y unos Speed Balenciaga negros. Dios, que ganas tengo de saltarle encima y besarlo hasta el cansancio.

—Estoy bien —aprieto su mano y le doy una pequeña sonrisa.

—¿En qué estás pensando? —levanta nuestras manos unidas y me acaricia la mejilla con los dedos.

Quiero decirle que cuando se comporta así de dulce no puedo pensar en nada más.

—En nada —sacudo la cabeza para distraerlo.

Entrecierra sus ojos en mi dirección.

—Dime —me da un toquecito en la nariz.

Dios, que hombre. Ya incluso sabe cuando le estoy mintiendo.

—Será extraño —subo los hombros.

—¿Extraño?

—Volver a Nueva York después de... —sin poder terminar de hablar, bajo la mirada—. No sé, será raro volver a la ciudad que me dio tanto y me causó tanto daño al mismo tiempo, ¿sabes? Eso es todo.

Me mira largo y tendido, me acaricia los nudillos con el pulgar y después me da besos en los dedos. El corazón se me acelera y no sé si es porque el avión está descendiendo o solo por la mirada en sus ojos.

—Míralo de esta manera —me suelta la mano solo para sujetar mi mandíbula, como hace siempre que quiere besarme. Lo veo inclinarse un poco sobre su asiento hacia mí—. Ahora estamos juntos —deja un suave beso en mi boca, pero no se aleja—. Y, si alguien intenta hacerte daño, se las tendrá que ver conmigo —casi me atraganto de la risa—. No te rías, hablo en serio.

—Por supuesto, Clark Kent —le doy una palmada en el pecho y me recuesto en mi asiento.

Arquea una ceja en mi dirección y vuelve a sujetar mi mano.

—¿Es por las gafas? —frunce el ceño.

—Y por esto —intento apartarle el mechón que le cae en la frente, pero es inútil, vuelve a quedar en su lugar.

—No me parezco a Superman —resopla.

—Oye, nunca dije que te parezcas a Superman —hice una mueca de ofensa—. Dije que te parecías a Clark Kent. Aún no te salen rayos láser de los ojos, amigo. No te emociones.

Suelta un bufido, pero no puede replicar a mi argumento porque la azafata se acerca a nosotros.

—Estamos a punto de aterrizar, por favor, abrochen sus cinturones de seguridad —parpadea varias veces hacia Arturo, ignorando completamente el hecho de que estoy presente—. ¿Necesita algo, señor King?

—No, Greta, muchas gracias —Arturo me mira—. ¿Quieres algo?

—No, estoy bien —sonrío hacia la pelirroja despampanante que me mira con desprecio disfrazado de educación—. Muchas gracias.

También me regala la sonrisa más falsa del planeta y se aleja, yendo hasta Brad que se encuentra sentado muchísimo más adelante. No paso por alto el pinchazo desagradable que se instala en mi pecho que me hace sentir enferma. ¿En serio estoy celosa? No puede ser. Yo jamás he sido celosa. Ni con mi ex novio de la escuela y mucho menos con Daniel.

Sacudo la cabeza para sacarme la sensación de encima, no funciona mucho, pero cuando Arturo me sujeta la mano después abrocharnos los cinturones y me sonríe, me siento mucho mejor. ¿Por eso siente la necesidad de anunciar lo nuestro públicamente? ¿Porque se siente celoso constantemente? Dios, esto es más impresionante de lo que pensé.

En los próximos quince minutos el Jet aterriza, todos bajamos del mismo luego de que Arturo le de las gracias al piloto por el vuelo. Los tres bajamos con nuestras respectivas maletas y Brad se adelanta.

—¿Quieres que te acerquemos? —le pregunta Arturo.

—No, está bien, tomaré un taxi —revisa su teléfono casi sin mirarnos y sacude la mano a modo de despedida—. Nos vemos mañana.

Y se va, casi con prisa.

—¿Qué mosca le picó? —cuestiono hacia Arturo.

—No lo sé —suspira y ambos nos acercamos hasta el Porsche blanco estacionado a unos metros del Jet—. Sé que su madre vive aquí y es una mujer muy... estricta.

—Guau —frunzo el ceño, dejando que Arturo guarde las dos maletas en la cajuela del auto—. ¿Tiene que ir a verla?

—No, pero sí es bastante quisquillosa —me abre la puerta del auto. Entro y espero a que él rodeé el auto y suba a su lugar—. La he visto un par de veces y, como ya te dije, es muy temperamental. Le gustan las cosas a su modo, y su modus operandi también aplica para la vida de sus hijos.

—O sea que, le gusta manipular —digo mientras pone el auto en marcha, ni siquiera se siente cuando va manejando—. Dios, amo estos autos.

—¿Te gustan? —me miró con una sonrisa que me derritió los ovarios.

—Sí, están geniales. ¿Por qué te gustan tanto los Porsche?

—Son seguros, tienen buena tecnología y, como ya dijiste, son geniales —asiente, saliendo del hangar privado del aeropuerto—. Y, respondiendo a tu primera afirmación sobre la madre de Brad, sí, le gusta manipular la vida de sus hijos.

—Vaya, eso es...

—Duro, sí.

Pisa el acelerador a fondo, pero, por supuesto, no se siente.

A medida que avanzamos por la ciudad de Nueva York, mis sentimientos se empiezan a revolver. El ayer y el hoy se mezclan y me hacen sentir mal. No sé cómo hacer para solucionar mis conflictos emocionales, pero debo hacer algo antes de que las emociones me coman a mí.

Cierro los ojos y pienso en todo lo que pasé aquí. La soledad, las lágrimas, el cansancio, el estrés. La traición, la decepción, el miedo, la rabia... Dios, pasaron tantas cosas y todas me dolieron. ¿Cómo pasé tantos años aquí, pensando que vivía en un cuento de hadas, cuando en realidad estaba participando en una película de terror? Lo único bueno que saqué de este lugar fue mi arte, mi renombre en el mundo.

¿Después de irme? Llegó la paz, la tranquilidad. Nuevas oportunidades, nuevas personas, amigos... Arturo. Supongo que el pasado no es tan memorable como el presente.

—Oye —la voz de Arturo me hace abrir los ojos, lo encuentro mirándome de soslayo, tiene una sonrisa diminuta y dulce—. Todo estará bien, ¿vale?

—Lo sé —le sonrío.

Me da un apretón en el muslo y sigue conduciendo, sin quitar su mano de ahí. El calor de su mano a través de mi jean logra darme más tranquilidad. Suspiro y me dejo llevar. Él tiene razón. Estamos juntos. Eso debe ser lo único importante.

—¿Podemos encender la radio? —necesito llenar el vacío en mi cabeza.

—Nena, no tienes que preguntar.

Su respuesta distraída me calienta las mejillas. Es como si me diera rienda suelta a hacer lo que me plazca. Me inclino y enciendo la radio. Put Your Head on My Shoulder de Paul Anka empieza a sonar y mi día mejora.

—Oh, sí —sonrío y le subo un poco el volumen—. Me encanta esta canción —el ceño fruncido de Arturo hace evidente su sorpresa—. ¿A ti no?

—Me gusta —admite—, me sorprende que a ti te guste.

—Me siento ofendida —le recrimino, pero no puedo dejar de sonreír.

—Créeme, es un cumplido.

—Ah, pues gracias —me río y él suspira pesadamente, como si se estuviera conteniendo.

Yo me relajo, apoyando la cabeza en el respaldo, disfrutando de la lenta melodía y de la hermosa canción.

Pon tu cabeza sobre mi hombro

Sostenme en tus brazos, nena

Apriétame tan fuerte, muéstrame que también me amas.

Tarareo en voz muy bajita la letra de la canción y busco los ojos de Arturo. Nos miramos intensamente mientras conducimos por las calles de Nueva York.

Pon tus labios junto a los míos, querida

¿No me besarás una vez más, nena?

Solo un beso de buenas noches, quizás

Tú y yo nos enamoraremos.

Una sonrisa rompe sus labios y toma mi mano, me da un beso en la palma y mi corazón se agita en mi pecho.

—No tienes ni idea de lo que me haces, ¿verdad? —susurra contra mi piel.

—Supongo que lo mismo que le haces a todas las mujeres que te ven —lo molesto, sintiendo las mejillas arder.

—No —niega, parando en otro semáforo, me mira directo a los ojos y me da otro beso en la mano—. Lo que siento por ti va más allá de cualquier cosa insignificante que haya sentido antes.

El corazón se me acelera de tal forma que me da miedo que se me salga del pecho. Parpadeo varias veces para que mis ojos no se llenen de lágrimas.

—¿Cómo a mil años luz? —cuestiono, apretando sus dedos.

—Como a mil años luz —asiente y sonríe—. Solo tú, Addy.

Es tarde, estoy al borde de las lágrimas.

—Que raro —carraspeo una risita—. Para mi también eres tú.

Mi confesión hace que le brillen los ojos y quiero morirme ahí mismo. No dice nada, solo me besa los nudillos una vez más y después entrelaza nuestros dedos, pone nuestras manos unidas sobre la palanca de cambios y conduce a una velocidad constante y tranquila.

Si solo se necesita ser honesto con los sentimientos para sentir paz, no dudaría en gritar desde el edificio más alto que estoy enamorada de este hombre. Y, como dije antes, como a mil años luz.



Amar a Addy y Arturo es mi pasión.

......

¡Holaaaaaa! Recuerden que tenemos canal de WhatsApp. Si alguien lo quiere, pueden enviarme un mensaje al privado y solicitarlo, les enviaré el link con mucho gusto. También pueden buscarlo en mi perfil de Instagram:

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro