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21. ¿Oficial?

«Las cosas mas importantes se leen entre líneas y las cosas más bonitas se dicen entre besos».

Juan Vaquero.

Abril, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

El sol está en su punto máximo, y el calor es prácticamente insoportable. El meteorólogo que dijo que en abril llovería día sí y día también, debe estar escondido bajo la cama. Solo llovió tres días en las últimas dos semanas y, ciertamente, no ayudó en nada con las altas temperaturas. Deberían demandarlo, pero qué más da, ahora mismo el sol es todo cuánto tenemos.

—Sasha dice que no has salido con ella a recoger el asiento para autos del bebé —dice Anthony, tecleando algo en su teléfono—. Está diciendo que deben ir antes del parto.

—¿Por qué tengo que ir yo? —frunzo el ceño, dándole un sorbo a mi café frío.

—Supongo que para pagarlo —sube los hombros sin mucho interés—. ¿Cómo voy a saberlo?

—¿Por qué quiere que yo lo pague? ¿Para qué estás tú?

Tira el teléfono sobre la mesa y me mira furibundo.

—Escucha, amigo. He estado comprando cosas para bebés que cuestan más que mi salario de dos meses, ¿me entiendes? Sí ella quiere que vayas a comprar el asiento para bebés, es porque la maldita cosa vale más que el avión presidencial, ¿escuchas?

—Tiene sentido —asiento, incluso cuando no la entiendo del todo—. Tendremos que reunirnos a finales de la próxima semana, ya sabes que el sábado voy a Nueva York para la fiesta de aniversario de los Thompson. Por cierto, ¿por qué debo ir a esa fiesta?

—Porque te enviaron la invitación hace seis meses y aceptaste encantado, ¿te acuerdas? —hace una mueca de sabelotodo mientras sigue escribiéndole a su esposa—. Además, sabes que Jonas Thompson es uno de tus más grandes aliados, no puedes solo saltarte su aniversario de bodas. Y, por si se te olvida, tienes que aparecer de vez en cuando ante las cámaras para que la gente no hable de ti como si fueras un ermitaño cavernícola que no sale de su cueva, no más que para hacer negocios multimillonarios.

—No veo cuál es el problema —resoplo—. Soy la persona que menos polémicas tiene, no entiendo cuál la necesidad de aparecer frente a prensa todo el tiempo.

—Ya te dije porque, si no quieres saber la respuesta, no me preguntes de nuevo —apoya el teléfono en la mesa y me mira—. El Jet ya está listo para el sábado a las siete de la mañana, no entiendo por qué quieres viajar tan temprano, pero ya está hecho. Te esperarán en el JFK⁸ a las once el domingo para traerte de regreso.

—Bien —asiento—. ¿Te quedarás en casa con Sasha?

—Eso intentaré —frunce el ceño—. Aunque trataré de escaparme las veces que mi queridísima cuñada se ponga en plan soy-una-jodida-idiota-y-soy-mejor-que-tú. Tendré el teléfono encendido 24/7 por si me necesitas.

—De acuerdo. ¿Y el hotel?

—El Pendry Manhattan West está encantado de recibirte —sonríe—. Estoy seguro que el dueño querrá hablar contigo para futuros negocios.

Suspiro, no quiero hacer negocios cuando esté en Nueva York. Ni siquiera quiero ir a Nueva York.

—Te alquilé un Porsche para el día y medio que estés allá.

—Bien.

—Bueno, ya que estás tan emocionado por ir a Nueva York —se burla con sarcasmo—, dime qué te espera cuando vuelvas.

—¿A qué te refieres?

—Vamos, no te hagas el idiota conmigo —bufa y yo miro más allá de la playa en el muelle de Santa Mónica. El restaurante que Anthony encontró para un desayuno rápido no está nada mal. Incluso, el restaurante de al lado también se nota que es increíble—. Oye, mírame —chasquea los dedos para llamar mi atención. Sus ojos marrones me miran inquisitivos—. ¿Qué pasa?

Ahora soy yo quien frunce el ceño.

—No te hagas tú el idiota conmigo —resoplo—. Sabes perfectamente lo que pasa.

—¿Entonces? —trata de no reírse—. ¿Están juntos?

Más de lo que me esperaba.

—Sí, más o menos —desvío la mirada hacia el agua cristalina de la playa—. Es complicado. Vamos a ir con calma.

—¿Pero es bueno? ¿Verdad? —me mira con cautela.

¿Bueno? Es mejor que bueno. Las últimas dos semanas de mi vida no han sido más que maravillosas, lo cual es sorprendente, porque no me había sentido tan bien en mucho, muchísimo tiempo. Lo otro sorprendentemente raro, es que esa satisfacción es gracias a una mujer. Las mujeres para mí no eran más que un pasatiempo divertido y placentero, lo cual no era malo del todo, pero solo era sexo. Con Adelinne es diferente. Con ella no es aburrido hablar o solo pasar el rato. Con ella todo significa mucho más.

—Lo es, es muy bueno —asiento y una sonrisa estúpida se arrastra por mi cara—. Vamos lento, pero, es mejor que nada.

—Bueno, felicidades —él se ríe, pero noto en sus ojos la seriedad de sus palabras—. Me alegro por ti, amigo. Sé por lo que has pasado y ya era hora que esa mujer te diera una oportunidad. Porque, oye, hombre, eres un buen tipo en todos los sentidos —sonríe—. Cualquier mujer caería rendida en tus brazos.

—Supongo que eso la hace diferente a las demás, ¿no? Ella no me quiere por mi dinero o por todo lo demás.

—Entonces, es perfecta —asegura—. Me pasó lo mismo con Sasha y mira dónde estamos. Ella es fuerte e independiente y yo puedo ser lo que ella necesita, hemos llegado muy lejos. Y, siendo honesto, no pido nada más para ti, salvo eso. Sabes que le te lo mereces más que nadie.

Vale, eso no me lo esperaba, pero me alegra que quiera eso para mí. Normalmente, el único que entiende mis estupideces y no me echa la bronca por ello, es Anthony y que diga esas cosas significa mucho para mí. Sin embrago, ninguno de los dos está acostumbrado a eso.

—Bien, todo el sentimentalismo no me está gustando —gruño para él.

—Lo sé, lo siento —se carcajea.

—Pero gracias —termino diciendo.

—Vale, hombre —sonríe—. ¿Entonces? ¿Qué tal la vida de pareja?

—No creo que se trate de una vida de pareja aún, pero vamos bien, eso creo. Hemos salido un par de veces, así que, creo que todo va bien.

—Que bueno, eso me hace muy feliz —sonríe—. Al menos, tendré material para chismorrear con Sasha mientras tú no estás.

—Por supuesto —bufo—. Solo espero que dure más que con las anteriores.

Anthony se sacude como si mis palabras lo hubieran golpeado, después levanta una mano y hace un gesto de pregunta con ella.

—¿De verdad estás comparando a Adelinne con tus amiguitas?

—No la estoy comprando y no son mis amiguitas.

—Vale, pero, aclaremos una cosa primero, ¿bien? —se inclina para mirarme firmemente a los ojos—. Va a funcionar porque eres el mejor tipo que conozco. Quizá un poco idiota y arrogante a veces, pero eso no quita el hecho de que eres honesto y leal. Y, segundo, debes tener en cuenta que Adelinne no es como las otras. Tus anteriores amigas, no solo eran unas interesadas de lo peor, sino que no tenían otras aspiraciones más que sacarte una buena cifra de tu cuenta bancaria. Adelinne tiene su propio dinero, es una mujer centrada, honesta y responsable, los dos sabemos que la señorita no es más que una eminencia. Por eso va a funcionar, y espero que te lo metas en la cabeza.

Bien, eso no me lo esperaba, pero creo que me ha sentado mejor de lo que creía. Si bien jamás había estado en una relación seria y formal con una mujer, no era por falta de féminas, sino por falta de interés por mi parte hacia las mismas. Claramente, como había objetado Anthony, las mujeres solo se deslumbraban por mi aspecto físico y por la cuenta bancaria que estaba a mi nombre. Adelinne no era así. Eso era muchísimo más que obvio. Por eso y por múltiples razones, quería que funcionara con ella. Primero porque me gustaba más que cualquier otra mujer que haya conocido antes, incluso puedo afirmar que ya estoy más que enamorado de ella, y segundo, porque ella era diferente.

No era vanidosa, no le gustaban las cosas con demasiados pompos y rara vez la veía gastar dinero de más. No es como si no pudiera permitírselo, la mujer tenía una fortuna propia de alrededor de 10.5 millones de dólares y solo se preocupaba por comprar pinturas, lienzos y hacer donativos para la caridad. Ya sea organizaciones benéficas de animales, niños o personas enfermas. Eso sí, siempre que podía, entraba a una tienda de maquillaje y le compraba cosas a Molly, diciendo que le encantaría y que probablemente quisiera probarlas en ella más tarde. O a su padre, iba y le regalaba corbatas o gemelos nuevos.

Eso, y que también era fanática de las cosas sin sentido, o cosas pequeñas y sin gracia que para ella parecían valer todo el oro del mundo. Hace menos de ocho días la llevé al cine, como nuestra primera cita oficial. Solo para nosotros, con calma. Por alguna extraña razón estaban pasando «Blancanieves y los siete enanos» en caricaturas y me obligó a verla con ella, alegando que tenía años sin verla. Luego de eso (y de verla llorar por el final más patético de una historia de Disney), me obligó (de nuevo) a ir a McDonald's por una cajita feliz y después de obtener lo que creo era una pequeñita figura de acción de uno de los enanos de Blancanieves, se la pasó agradeciéndome por haberle dado la mejor cita de su vida. Normalmente, esas no son cosas que yo haría en una cita, pero con tan solo ver la sonrisa y la felicidad que tenía plasmada en la cara, valió toda la pena del mundo.

Además, me bastó un beso demasiado intenso en la parte trasera de mi Porsche negro. Un beso que quedó solo en eso, un beso de despedida. En eso, y en una furiosa erección que tuve que arreglar por mí mismo en la ducha. Cosa que no ayudó mucho, si soy sincero.

Si eso no hace a Adelinne Lewis una mujer totalmente diferente y peculiar, no sabía que lo haría.

—Tienes razón, funcionará —admití, mirando a Anthony que tenía expresión de suficiencia—. Tiene que. Tengo que dejar de ser tan negativo.

—¡Hasta que por fin! —resopla exasperado—. Llevo años diciéndolo.

—Vale, pues hasta ahora sé que tienes razón —lo molesté.

—Infeliz —me enseñó el dedo medio y su teléfono sonó, como por arte de magia, él mío también—. Es Sasha.

—Es Adelinne —dije yo al mismo tiempo.

Anthony y yo nos miramos hasta que él estalló en carcajadas y contestó. Yo hice lo mismo.

—¿Addy?

—¡Hola! ¿Estás ocupado? —habló tan rápido que se enredó con las palabras—. Si estás ocupado, no pasa nada. Puedo llamarte más tarde. Solo quería comentar unas cosas contigo sobre la galería, pero si no tienes tiempo ahora, podemos hablar después...

—Oye, oye —la calmé—. Está bien. No estoy ocupado. Puedo hablar.

—Ah, vale, que bien —suelta un suspiro de alivio que me hace sonreír. Al otro lado de la mesa, Anthony (que sigue hablando por teléfono) me mira con una sonrisita que me hace fruncir el ceño—. Bueno, como te decía, se me ha ocurrido algo de último momento y me gustaría hablarlo contigo para que me des tu opinión. Es solo una idea, pero creo que podemos arrancar de ahí si estás de acuerdo conmigo.

—Bien, de acuerdo. ¿Estás libre?

—Estoy en casa, así que sí —se ríe—. ¿Podemos vernos para hablar?

—Sí, estoy en Santa Mónica. Enviaré a Edward por ti.

—No hace falta, puedo tomar un taxi.

—Edward está libre, puede recogerte sin problema.

Así sé que está segura y no tendré que preocuparme por ella.

—De acuerdo —se ríe—. Estaré lista en diez. Nos vemos.

—Adiós.

Colgué y le escribí un mensaje rápido a Edward.

—¿Y bien? —me preguntó Anthony, que ya había colgado.

—Adelinne quiere hablar, le dije a Edward que fuera por ella —expliqué—. ¿Y Sasha?

—Antojada de helado, pollo KFC, una pizza y quiere que le compre un nuevo peluche de león al bebé —suspira pesadamente y se levanta—. Tengo un largo camino por delante. ¿Te reunirás con Adelinne aquí?

—La esperaré en el muelle —digo.

—Ah, bueno —asiente y yo me levanto—. Yo tengo que recorrer media ciudad cumpliendo los mandatos de mi reina, tengo que irme.

—Vale, nos vemos —saco la tarjeta para acercarme al mostrador.

Una vez que pago y que Anthony se haya ido, salgo del restaurante y entro al camino de madera que lleva hasta el muelle. A pesar del sol caliente, la brisa es fresca, lo que ayuda un poco. La playa no está tan llena, lo cual es poco común, sin embrago, al ser un día laboral, supongo que hace más difícil el que las personas vengan.

Veinte minutos después me siento en una banca frente al muelle, cubierto por la sombra de unas palmeras. Veo a Edward estacionar el auto a unos cuantos metros del muelle, y entonces Adelinne baja. Caminando con prisa cuando Edward le señala donde estoy.

Se me seca la boca al verla. Tiene el cabello recogido en un moño en lo alto de la cabeza, unas gafas oscuras, redondas y grandes cubriendo sus ojos, un top blanco de mangas cortas y shorts de mezclilla que se aprieta con fuerza alrededor del inicio de sus muslos, y unas sandalias bajas doradas. Sin lugar a dudas, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Por lejos. Ninguna puede compararse con ella.

—Hola —me sonríe cuando se acerca, se inclina y presiona un beso en la comisura de mi boca. Un beso que no es para nada el que me esperaba, pero no tengo tiempo de corresponderlo porque se aleja y se sienta a mi lado—. Creí que estabas en KI cuando te llamé.

—Cerramos ayer un acuerdo, hoy solo quedaban unas llamadas por hacer y Anthony quiso que viniéramos aquí —explico con rapidez, viendo sus ojos azules resplandecer cuando se sube los lentes a la cabeza. Se me acelera el corazón cuando me sonríe—. ¿Cuál es esa idea que tienes tanta prisa por contarme?

Ella se hincha, sonriendo hasta que sus mejillas se ponen rojas. Saca su teléfono del bolsillo trasero de su short y teclea algo. Me pasa el teléfono y un montón de imágenes extrañas y demasiado oscuras aparecen en la pantalla.

—¿Qué es esto?

—Esto es Arte Oscuro —explica—. Arte Misterioso, Infernal, Siniestro... como quieras llamarlo —se encoje de hombros—. Este tipo de arte consiste en encontrar la belleza en el lado opuesto de las cosas, en el terror, en las anomalías, en lo oscuro, en lo inquietante y lo bizarro —me mira y se ríe de mí expresión—. Lo sé, no es para todo el mundo.

—¿No es para todo el mundo? —paso una fotografía—. ¿Esto qué es? ¿Un fantasma vomitando sangre? Es obvio que no es para todo el mundo.

—Lo sé, lo sé —asiente y sonríe—. Pero sí es para cierta cantidad de personas y, da la casualidad, de que el setenta por ciento de los jóvenes que aman estas obras en Estados Unidos, se encuentran aquí, en Los Ángeles.

Frunzo el ceño y asiento.

—¿Ajá?

—Y... —me quita el teléfono—. Hace unas semanas hablamos de que el equipo quería que yo fuera la primer cliente de Claroscuro, y estoy de acuerdo. Me encantaría inaugurar la galería con mi arte, pero...

—Ya sabía que había un pero —bufé.

—No, escucha —se ríe—. Puedo quedarme la primera semana, en serio. Eso nos daría, como el equipo dijo, una base para atraer a las personas. Sin embrago, queremos que la galería surja con nuevos talentos y, siendo sincera, yo ya estoy en el medio, no soy nueva.

—Y quieres traer a esta persona para que inaugure contigo —afirmo y ella asiente. Sus ojos brillaron con anhelo y amabilidad. Debo admitirlo, soy débil—. Vale, ¿y qué tienes en mente?

Dio una palmada al aire y chilló. Su felicidad me hinchó el corazón. Fue inevitable.

—Bueno, primero, tenemos que hablar con el equipo y con Brad para saber que piensan. Pero, conozco a esta artista y es estupenda —hace una pausa cuando arqueo una ceja—. Un poco rara, como ya lo has notado, pero además de eso, es increíble. Es súper versátil, talentosa, directa. Transmite muchas cosas y las personas que les gusta este tipo de arte, la amarán.

—¿Ella? —frunzo el ceño—. Estás diciéndome que, quien pinta estas cosas que dan miedo... ¿es una chica?

—Oh, sí —asiente, con tanta suficiencia en su voz que me da pánico—. La conozco en persona, está estudiando su último curso en la misma academia donde yo me formé. Vive en Nueva York. Claramente no es tan reconocida, pero en línea tiene más de tres millones de visitas con su página web y en Instagram tiene noventa mil seguidores, en Pinterest tiene siete millones y ya podrás imaginarte las demás redes sociales —mueve las manos para enfatizar su explicación y noto como está fascinada y emocionada por la idea—. No es sólo eso, en Amazon, es la número uno en Nueva York desde hace tres semanas en ventas artísticas. La necesitamos, créeme. Será un éxito total apenas sus fans vean que dará una exposición en vivo. Le han estado rogando para que se presente en alguna convención, pero nadie ha querido representarla. Y, bueno, siendo honesta, al trabajar sin un representante legal y un equipo completo, es difícil hacerse un hueco en el medio.

No es una mala idea, podríamos incluso romper récords en ventas en dos fines de semana si conseguimos atraer nuevas personas.

—Es un plan ambicioso —admito—. Es una buena idea. Podríamos hablar con Brad y ponernos de acuerdo para hacer una reunión con esta chica. Si es tan talentosa como dices, supongo que podemos correr el riesgo.

—¿En serio? —abre mucho los ojos y sonríe cuando asiento de nuevo—. Oh, gracias.

—No tienes que agradecer nada, para eso estamos aquí —le sonrío de vuelta y su expresión se hace aún más feliz.

Dios, ¿cómo voy a pasar dos días sin ver a esta mujer? Me parece imposible. Ojalá pudiera llevarla en la maleta conmigo. A no ser qué...

—Vale, podemos hacer esto —asiento, enderezándome—. ¿Dices que esta chica trabaja en Nueva York?

—Vive y estudia ahí, sí.

—Bien, si hablas con ella, puedes intentar conseguir una cita para el domingo por la mañana, ¿cierto? Hablaremos con Brad en el avión y evaluaremos las opciones para seguir después de eso.

—Por supuesto, puedo hablar con ella y preguntarle si... —se interrumpe a sí misma una vez que entiende mis palabras, intento no sonreír ante su expresión—. ¿Hablar con Brad? ¿En el avión?

—Sí, debo ir a Nueva York este fin de semana y pensaba volver el domingo temprano, pero viendo que podemos matar dos pájaros de un solo tiro, podemos quedarnos un poco más para hablar con este prospecto —asiento—. Tendrás que venir conmigo.

Tiene la boca abierta, los ojos confundidos y claramente no sabe que carajos me ha pasado. Yo tampoco sé que me ha pasado, aparte de que me estoy volviendo un jodido blandengue que no puede estar lejos de... ¿qué? ¿Casi novia? Ni siquiera es mi novia. Y, aún así, no quiero perderla de vista.

—Estás diciendo que... Quieres que yo... Quieres que nosotros...

—Sí —pongo mi mano sobre la suya—. Quiero que vengas conmigo a Nueva York.

Suelta una risa y se cubre el rostro con la otra mano.

—Dios, estás demente —resopla risita que me hace sonreír como idiota.

Aprieto sus dedos y me llevo su mano a la boca, besando sus nudillos.

—No estoy demente —hablo pegado a su piel, se le corta la respiración cuando me mira a los ojos—, solo estoy enamorado.

Inhala bruscamente y se muerde el labio inferior. Noto como su pecho sube y baja mientras su respiración se acelera.

Es una pérdida de tiempo mentir. Eso lo he aprendido a lo largo de los años, en mi vida personal y en mi trabajo. Cuando somos honestos, las cosas caminan mejor. Y también aprendí de mala manera que, si se ama a alguien, se le debe decir constantemente, porque algún día puede que sea demasiado tarde.

—Ven a Nueva York conmigo —le pido con más aprensión.

—Bueno —carraspea, parpadea para alejar las lágrimas que se asoman en sus ojos—, si ese es el motivo principal —sonríe y se desplaza por la banca, acercándose hasta que estamos a centímetros de distancia—, acepto.

Una rara y muy nueva sensación de júbilo se apodera de mí, y sin poder evitarlo, suelto su mano para poder atrapar su bonito rostro entre las mías y besar sus labios.

Si no puedo decirle lo que siento con palabras, espero que con besos sea suficiente.

La siento sonreír contra mi boca, pero no se aparta, sube las manos hasta mi nuca y me acerca con fuerza hacia ella. Es magnetismo puro. Es fuego. Entre nosotros hay chispas, electricidad, colores y una explosión inexplicable de sentimientos que jamás había sentido y sé que ella siente lo mismo.

—La verdad es que sí estás loco —susurra con su frente en la mía. Tiene los ojos azules brillantes—. Pero eso me gusta de ti.

—Me alegro —digo y se ríe, me retiro un poco para quitarle un mechón de la frente y se lo pongo detrás de la oreja—. Ya que es una locura total, podemos hacer esto oficial. Es la oportunidad perfecta.

—¿Oficial? —arruga la nariz.

Le acarició el lóbulo de la oreja con el índice y el pulgar.

—Lo nuestro —explico—. Adelinne, cuando obtengo lo que quiero, me esfuerzo con creces en demostrarle al mundo que eso me pertenece —entreabre los labios para respirar y sus pupilas se dilatan cuando le paso el pulgar por el labio inferior—. Eres mía, Adelinne Lewis. Lo eres desde ese sábado en mi casa y no sabes lo agradecido que estoy por eso. Pero el mundo debe saberlo —le doy un suave picotazo en los labios con los míos sin apartar los ojos de los suyos—. Vamos con calma, pero todos deben saber que me perteneces.

⁸) JFK: Aereopuerto John F. Kennedy de Nueva York.

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