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20. Con calma.

"Con amor y paciencia, nada es imposible».

Daisaku Ikeda

Abril, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Abro los ojos lentamente, sintiendo un dolor punzante atravesar mi cráneo y toda la línea de mis cejas. Suelto un quejido sollozante que me raspa la garganta seca y que aturde los oídos. Incluso mi propia respiración parece ser demasiado ruidosa a esta hora, es solo el dolor de cabeza bárbaro que no me deje pensar con claridad.

Me doy la vuelta en la cama, sintiendo que estoy en una nube de algodón. La habitación huele a limpio y un poco a lavanda, pero nada ayuda con el dolor de cabeza. Gruñó de nuevo, pero me obligué a sentarme aún y con la cabeza pesándome como una piedra. Me mareé, pero logré quitarme las sábanas de encima y poner los pies en el suelo. La peluda alfombra me hizo cosquillas en la planta de los pies, y todo mi cuerpo se estremeció por el frío.

—Ay, Dios —me puse las manos en los ojos y froté fuerte, intentando despertarme más.

Cuando pude abrir un poco los ojos, una leve claridad rodeó la habitación. La visión de todo a mi alrededor trajo consigo todos los recuerdos de la noche anterior. Daniel en L.A., el cementerio, Molly llorando en casa, la fabulosa idea que las dos tuvimos de irnos de fiesta, la discoteca, los tragos, la música muy alta y mi sensual baile con mi madrastra, Arturo en la discoteca y después llevándome a su casa. Y, por si fue poco, nada de eso me atormenta, sino el recuerdo de mí misma confesándole lo que siento.

¡Ay, Dios! No sé qué carajos pasa conmigo.

Lloriqueo y me froto la cara con las manos, suspiro y miro a mi alrededor un poquito más despierta. La habitación está medio iluminada porque las cortinas estaban corridas, sin embrago, a pesar de la mediana oscuridad, se sentía acogedor. Las paredes están pintadas de color azul plomo, los muebles son de color gris y los apliques por aquí y allá son de color azul oscuro. Incluso la cama King y las sábanas son de color azul oscuro, junto con las cortinas.

Un vago recuerdo de la vista de la fachada de la casa, tan grande, con paredes de vidrio, la piscina, la terraza y los jardines. Incluso a la luz de la luna, sabía que todo era gigantescamente hermoso. Como su dueño.

Ay, no. Sacudí la cabeza y me volví a marear, pero estiré la mano hacia la mesita de noche donde sabía que estaba una pastilla Advil y agua. Ingiero la pastilla y me bebo la mitad de la botella casi de un trago. No debería hacerlo, porque ahora todo me da vueltas y las náuseas se precipitan, pero no me permito vomitar. No puedo hacerlo, soy demasiado asquienta como para dejar que pase.

Me pongo de pie tambaleante, cierro los ojos y tomo una lenta respiración para poder enfocarme y serenarme. Cuando estoy lo suficientemente firme sobre mis pies, me acerco a mi bolso que está en la mesita de noche y saco mi teléfono. No hay mensajes salvo los que intercambié con Molly anoche. Solté el teléfono otra vez y fui al baño, mis pasos fueron inestables hasta el cuarto bien iluminado.

Cuando me miré en el espejo jadeé, tenía el pelo alborotado y estaba pálida como un fantasma. Con prisa utilicé el baño, me lavé la cara y me cepillé los dientes. Cuando estuve medio despierta, me recogí el cabello en una coleta con la liga que siempre llevaba en el bolso. Sin saber muy bien que hacer, volví a la habitación y me debatí entre fugarme o solo dar la cara. Me estaba muriendo de la vergüenza, pero no podía solo irme y no hablar con Arturo. Él se portó de los más caballeroso y dulce anoche, no podía dejarlo sin darle, al menos, las gracias.

Apreté los puños y me moví fuera de la habitación. La luz del pasillo me cegó momentáneamente, pero me recompuse cuando vi el paisaje a través de la pared de vidrio. Mi boca prácticamente se abrió al ver el océano desde aquí. El verde de las plantas, el azul del agua, el marrón de las casas, el brillo de los cristales de las ventanas. Era una obra de arte.

Carraspeo y vuelvo a hacer mi camino por el pasillo. Me topo con tres puertas más, y me pregunto si la habitación de Arturo es alguna de ellas, pero evito a toda costa pensar en eso. Sigo caminando despacio hasta el inicio de las escaleras de caracol. Mientras bajo, puedo escuchar una leve melodía venir de algún lado, pero no logro reconocerla, incluso cuando es una canción clásica y yo amo ese tipo de canciones. La música se pierde cuando toco el primer piso, y mi mandíbula vuelve a tocar el suelo. Anoche cuando llegamos, recuerdo vagamente las luces nocturnas de la cuidad y el vacío del mar a través del enorme ventanal, pero por mis ojos nublados no pude apreciar todo con claridad. Ahora todo es distinto.

Todo el paisaje parece más amplio, más limpio, más hermoso con esta luz. Dios, mis dedos pican con las ganas que me dan de pintarlo. Y eso no es todo, la decoración es tan rústica pero tan elegante al mismo tiempo, todo en colores dorados, marrones y azules. La mini sala parece tan sobria que podría ser utilizada para una sección de fotos.

—Buenos días —dice una voz cantarina a mis espaldas y el corazón se me sube a la garganta.

—Oh, por Dios —jadeo mientras me doy la vuelta precipitadamente—. Dios, que susto.

—Lo siento, cariño, no quería asustarte —dice la mujer de la voz suave.

Es una señora de unos cuarenta y tantos o cincuenta y pocos, es bajita, un poco más que yo, tiene el pelo castaño claro recogido una coleta baja y los ojos más verdes que jamás haya visto. Su mirada es gentil y el brillo en sus ojos hace que su piel blanca luzca más pálida aún. Va vestida con pantalones chinos azul oscuro, zapatillas bajas blancas y una camisa de seda azul claro.

—Lo siento, yo... —carraspeé, frotándome el pecho, donde mi corazón aún está frenético—. No sabía qué...

—Tranquila, cielo, yo tengo la culpa, debí anunciarme —me sonríe apenada, pero no luce avergonzada en lo absoluto—. Cuando Arturito me dijo que teníamos visita, quería comprobar que no me había mentido. A ese chico solo le gusta hacerme sufrir.

Se ríe y puedo ver lo risueña que es, sin embrago, el «teníamos» en plural llama mi atención.

—¡Oh! —abro mucho los ojos y me sobresalto, cruzando los brazos encima de mi pecho, sabiendo que estoy sin sujetador y que probablemente, si me agacho, se me van a ver las bragas—. Usted... ¿Es usted su madre?

—¿Su madre? —frunce el ceño—. ¿Te refieres a que si soy la madre de Arturo? ¡Oh, no, linda, no lo soy! Aunque cualquier mujer querría ser la madre de ese chico, es tan bueno y considerado —se acerca a mí y tiende una mano en mi dirección—. Soy Rose Adler, es un placer.

No es su madre, que alivio. Sería una vergüenza estar con tan poca ropa en su presencia.

—Es un placer —tartamudeo, estrechando su mano con delicadeza.

—El placer es todo mío, linda —me sonríe otra vez—. Como te decía, yo soy Rose, y aunque no soy la madre de Arturo, lo conozco por tanto tiempo que podría serlo fácilmente. Le ayudo con la casa, porque, incluso cuando lo enseñé a cocinar, es capaz de morirse de hambre con tal de no encender la estufa —es tan parlanchina y tan amable que la incomodidad abandona mi cuerpo rápidamente, sin embargo, aún me siento un poco cohibida—. Ya que aclaramos quién soy, eso nos lleva a ti de nuevo. Tú debes ser Adelinne, ¿cierto?

Asiento con las mejillas rojas.

—Sí, esa soy yo —me abrazo a mí misma.

—Que alegría conocerte al fin —chilla, dando una palmadita al aire.

Frunzo el ceño.

—¿Al fin?

—Bueno —se da un toque en el labio inferior con el dedo índice—, desde hace un tiempo he notado que a mi niño le brillan los ojitos y, cuando me dijo esta mañana que estabas aquí, ese brillo volvió —me guiñó un ojo—. Él cree que estoy vieja, pero puedo notarlo todo en el aire —vuelvo a sonrojarme con más fuerza por su afirmación y por el hecho de que sabe que Arturo está prendado de mí como yo de él. Ay, Dios. Ella se ríe ante mi expresión y sacude la cabeza—. ¿Cómo te sientes, querida? Arturo me dijo que tuvieron una noche larga. ¿Dormiste bien?

«... tuvieron una noche larga». Dios, esto solo empeora.

—Eh, yo... —carraspeo y me froto la sien—. No estoy acostumbrada a beber mucho, así que me duele un poco la cabeza. Pero del resto, estoy bien.

Y también avergonzada, pero eso mejor lo guardo para mí.

—Oh, cariño, que no te de pena —dice, como si me hubiera leído la mente—, yo también fui joven, ¿sabes? Y también me fui de fiesta muchas veces.

Eso me hace reír, pero un vistazo por mi visión periférica y toda la risa se me te atasca en la garganta. Un Arturo King vistiendo únicamente un short deportivo negro viene bajando las escaleras. Literalmente solo lleva eso, va descalzo y sin camiseta, ¡ni siquiera lleva sus anteojos! y a mí se me seca la boca. Tengo que disimular que no estuve apunto de tragarme mi propia lengua al ver sus hombros anchos, sus brazos musculosos y el six pack de sus abdominales, o sus piernas bien trabajadas o la maldita V demasiado bien marcada en su vientre bajo que, técnicamente, baja a un lugar muchísimo más feliz.

Oh, santo Cristo bendito. Es imposible que este hombre esté tan bueno.

—Veo que ya se conocieron —su voz ronca y baja resuena por toda la estancia, y la cadencia del sonido no ayuda para nada a la visión de su musculatura desnuda.

Pero eso no es todo, es el tatuaje de dragón que tiene el brazo izquierdo lo que me deja la mar de impresionada. El dragón está trazado en color negro desde su hombro, la cabeza descansa en su pectoral izquierdo y la cola termina rodeándole el bíceps. Está tan bien hecho y rodea tan bien sus músculos que es una maldita obra de arte. Y, aparte de eso, el tipo no tiene ni un vello en el pecho o los brazos o las piernas, y dudo mucho que sea de esos hombres que van a depilarse, sé que es demasiado reservado y masculino para eso. Lo que, por supuesto, lo hace aún más atractivo para mí.

¡Me voy a volver loca, Dios, ayúdame!

A medida que se acerca, mis mejillas se ponen más rojas que antes y no tengo el valor suficiente para sostenerle la mirada, así que miro el piso. Aprieto con fuerza la tela de la camiseta a la altura de mis costillas mientras él se detiene junto a Rose, que le sonríe encantada.

—¿Qué tal todo, Rose? Ya le dijiste que me haces la vida más fácil, ¿verdad? —su tono jocoso y amable me hace saber cuánto quiere a esta mujer.

—Oh, mi niño, todo el mundo sabe eso apenas me conocen —asegura ella, dándole una palmadita en la mejilla—. Además, Adelinne es demasiado amable como para acusarme de eso, ella misma se dará cuenta con él tiempo —dice con seguridad, guiñándome un ojo. Y, de nuevo, me da la sensación de que sabe algo que yo no—. Le estaba preguntando cómo se sentía. Creo que ambos necesitan un poco de café. Pensé en preparar tortillas con beicon y aguacate. ¿Les apetece?

—Estaría perfecto —dice Arturo, y soy consciente de qué me está mirando, pero yo solo veo a Rose, que tiene una expresión de excitación y diversión en la cara.

—¿Y a ti, cariño? —me pregunta, con una satisfacción implícita en sus ojos.

Dios; si me pongo más roja, explotaré.

—Claro, está bien —asiento con una sonrisita incómoda.

—¡De acuerdo! Me pondré a ello ya mismo —se acera y le da un besito a Arturo en la mejilla y le palmea el pecho antes de irse casi saltando de felicidad por el pasillo hacia la cocina.

Y nosotros nos quedamos ahí, en un incómodo silencio, al menos para mí. Por otra parte, Arturo tiene un brillo divertido en sus ojos que solo hace que mis mejillas revienten de lo calientes que están. Sus ojos azules sin anteojos son aún más intensos que de costumbre, incluso cuando yo lo había visto sin ellos varias veces en la oficina. Pero hoy, justo ahora, sin los cristales ante ellos, siento que no hay barreras para que sus ojos me perforen el alma. Y, bueno, el hecho de que me esté mirando fijamente no ayuda en nada.

—¿Cómo dormiste? —cuestiona, pasándose la pequeña toalla que no sabía que tenía en la mano por el pelo mojado.

—Bien, gracias —sonreí con los labios apretados, evitando mirar de más su cuerpo bien formado.

No mires su pecho musculoso, no mires sus abdominales bien definidos, no mires su cuerpo perfecto. No mires. ¡No mires!

—Que bien, ¿y la cabeza? ¿Qué tal está?

Noto su interés en su mirada y sé que de verdad se preocupa por esas cosas. Desde que se enteró que bajé siete kilos innecesarios, ha hecho de su prioridad darme de comer. Eso fue cuando éramos "amigos", no sé cómo será ahora después de... Bueno, después de lo de anoche.

—Está bien, me siento mejor —asiento, parpadeando varias veces cuando se sacude el cabello con la toalla.

—Bien, eso es bueno. Después de que comas algo te sentirás mucho mejor y...

—Tenemos que hablar —suelto sin aliento.

Uno: porque necesito aclarar todo lo que pasa entre nosotros, y dos: no puedo concentrarme en nada más mientras esté medio desnudo frente a mí.

Su ceja izquierda se levanta y sus comisuras tiemblan.

—¿Hablar?

—Sí.

—¿De anoche? —ladea la cabeza.

—Sí, de anoche —asiento.

—¿No prefieres hablar después de que hayas comido algo?

—No, no puedo esperar. Necesito que hablemos ahora, que aclaremos las cosas.

Se cruza de brazos y me mira con el ceño levemente fruncido.

—¿De qué quieres hablar exactamente? —cuestiona.

¿De qué? ¡De todo!

—De todo lo que pasó anoche —susurro, pasándome las manos por las mejillas—. De las cosas que ambos dijimos.

—Oh, claro —asiente, lo veo morderse el labio inferior un segundo antes de mirarme con algo más de convicción en sus ojos—. Sí, tienes razón, debemos hablar.

—Sí, exacto —asiento, tragando con fuerza cuando da un paso en mi dirección.

—¿Recuerdas todo lo que pasó anoche? —indaga, arqueando una ceja.

—Sí, todo —carraspeo—. Bueno, recuerdo lo que dijimos...

—Dijiste que estabas asustada —musita despacio—. Eso lo sé. También dijiste que no querías salir herida de nuevo, eso también lo sé —asiente, bajando la cabeza para mirarme firmemente a los ojos—. ¿Recuerdas lo que te dije después?

El corazón se me acelera. ¡Es obvio que lo recuerdo! De no ser por eso, no estaría aquí, intentando racionalizarlo con él.

—Sí, lo recuerdo —asiento, dándome cuenta que ha dado otros dos pasos en mi dirección.

Ahora estamos a un paso de distancia y su olor me llega como el dulce aroma del deseo. Es instintivo, excitante y... familiar.

—¿Qué fue lo que te dije exactamente? —cuestiona.

—Dijiste que... Emh —carraspeo, no puedo pestañar con él tan cerca, quiero admirar cada detalle de su rostro sin distraerme—. Dijiste que jamás me lastimarías conscientemente.

—Y también te dije que las palabras se las lleva el viento y que por eso no puedo hablar sin saber lo que pasará en el futuro, pero puedo prometer con toda honestidad que jamás te haría daño por gusto —asegura con tanta intensidad que me da un escalofrío, y en sus ojos hay tanta fuerza y sinceridad que le creo sin mucho esfuerzo—. Y eso es todo lo que necesitas saber. Ahora, anoche dijiste que yo te gusto. ¿Eso solo fue por la borrachera o lo decías en serio?

Sus palabras me toman desprevenida, pero me ofende muchísimo que dude de mí. Bueno, no es que sea la mejor disimulando mis sentimientos, pero el hecho de que piense que le confesé lo que siento por él solo por el alcohol, me jode y me enoja mucho. Sin embrago, reprimo el enojo, porque bueno, he sido yo la ha retrasado todo.

—Por supuesto que era en serio, no soy de las que miente solo por haber bebido un par de copas —bufo, incluso cuando no quiero parecer enojada, pero es inútil—. Tampoco voy por ahí mintiendo sobre eso. Te dije que me gustabas y también te dije que tenía miedo, pero no voy a dejar que el miedo me gane —suspiro y bajó la mirada al suelo, recordando las palabras de Oliver en el cementerio ayer—. No quería hacer nada por miedo, y aunque todavía lo tengo, no debo dejarme ahogar por él. El miedo te quita y te impide cosas. No quiero que mi vida se estanque porque tengo miedo.

Después de todo, ¿ese no fue el consejo médico que me dio para el corazón roto? ¿Un corazón que lo ayude a sanar?

—Bueno —lo oigo decir—, eso es todo lo que necesito saber.

¿Qué...?

Cuando levanto la mirada para ver qué carajos quiere decir eso, lo veo aventar la toalla a quien sabe dónde y después acortar la distancia entre nosotros. Sus manos grandes y cálidas me sujetan las mejillas y su boca suave cae sobre la mía, dominante y posesiva. Jadeo por sorpresa, pero no por disgusto. Por primera vez, en vez de sentirme asustada y cohibida, mi mente deja de pensar en el «qué pasará sí...» y se concentra en el «está pasando y vale toda la maldita pena del mundo». Suelto un suspiro en su boca y subo mis manos a su rostro, dejando que mi corazón le de rienda suelta a lo que sea que quiera.

Tengo miedo, sí, pero temo más perderme de esto.

Su boca es tan dulce y tan suave que mis piernas tiemblan, y la intensidad de su beso me acelera el corazón. Sus manos están firmemente ancladas a mis mejillas y las mías en su nuca, enredadas en su corto y húmedo cabello.

De pronto, arranca su boca de la mía y ambos respiramos con dificultad.

—No voy a hacerte daño, Addy —susurra contra mis labios y el hecho de que me haya llamado por mi diminutivo hace que mi corazón lata más rápido—. Mírame —abro los ojos y me topo con sus dos piscinas azules—. Sé que estás aterrada, lo sé, pero debes saber que yo jamás te traicionaría. Jamás. Yo... —traga con fuerza y aprieta la mandíbula al mismo tiempo que aprieta los dedos entorno a mi rostro—. Jamás he estado en una relación seria y mucho menos he encontrado a una mujer que valga la pena como para querer estar en una —confiesa, entrecruzando sus dedos en mi nuca, subiendo mi cara a la suya—, pero desde que te vi en esa recaudación de fondos, Adelinne Lewis, supe que serías la mujer que me pondría de rodillas y no me equivoqué —y de pronto una sonrisa rompe en sus labios. No es una sonrisa amable, o como las que me ha dado en los últimos días. No. Esta es diferente. Es genuina, auténtica. Una sonrisa dichosa y mi corazón busca la manera de grabarse esa sonrisa para siempre en el centro—. Soy muchas cosas, Adelinne y creo que lo has descubierto en el último mes. Soy arrogante, frío e incluso un imbécil la mayor parte del tiempo, pero no soy un traidor o un mentiroso. Y, si me das la oportunidad, te juro que la próxima vez que llores, será de felicidad.

No tiene ni que pedirlo otra vez, no hoy. Sus palabras cobran sentido cuando una lágrima traicionera baja por mi ojo izquierdo hasta su pulgar que corta el recorrido húmedo y lo limpia con ternura. Esa lágrima es de felicidad, como él dijo. Mi corazón se arruga en mi pecho de la emoción y, sin darle muchas vueltas al asunto, decido instantáneamente que voy a tirar el miedo por la ventana.

Por eso, me pongo de puntas y cubro su boca con la mía. Le doy un beso, luego dos y después empujo mi lengua dentro de su boca. Un gruñido satisfecho escapa de sus labios y sus manos dejan mi rostro para bajar a mi cintura y empujarme dos pasos hacia atrás. Mi trasero tropieza con el respaldo del sofá y de un movimiento me deja sentada sobre él. Abro las piernas para que su musculoso y alto cuerpo se acomode lo más cerca de mí.

—¿Eso es un sí? —sisea en mi boca, dándole suaves mordiscos a mi labio inferior.

—¿No es obvio? —jadeo viendo sus ojos relucientes.

—Necesito oírtelo decir —ordena, mordiéndome la punta de la nariz.

Suelto una risa idiota y por primera vez en meses, siento que mi cuerpo cobra vida en sentidos diferentes a lo común. Le sonrío con agradecimiento, por haber despertado mi corazón de la horrible depresión en la que se encontraba. Paso mis manos por sus mejillas tersas, y me deleito quitándole el mechón rebelde que le cae sobre la frente.

—Sí, es un sí —susurro, trazando su ceja gruesa y definida con mi pulgar—. Pero prométeme que iremos con calma.

—Lo prometo —presiona un beso rápido contra mis labios y en ojos veo la resolución de todo lo que ha pasado en cuestión de minutos. Lo acepta, lo entiende y se compromete de verdad. Y yo lo hago con él. Es imposible, pero no puedo evitarlo. No hay vuelta atrás—. No te voy a fallar, Adelinne, confía en mí.

Por muy precipitado que sea o por muy raro que pueda parecer, asiento con prisa y una sonrisa de oreja a oreja irrumpe en mi cara.

—Sí.

—Vale.

Vuelve a besarme, esta vez con más fervor. Su mano tira de mi coleta hacia atrás y me empuja la cabeza hacia arriba, dándole todo el acceso que quiere de mi boca. Su lengua baila junto a la mía y su otra mano se apoya en la parte baja de mi espalda, empujándome contra él. Suelto un gemido de sorpresa al sentir el bulto de su erección en sus shorts deportivos rozar contra mi centro y, por si fuera poco, un instinto animal se despierta en mi como nunca antes. Gimo desesperada y entierro una mano en su pelo y la otra la arrastro por su espalda, sintiendo sus músculos firmes flexionarse bajo mis dedos.

Oh, santísimo Dios. Su boca es tan adictiva y su olor es sumamente afrodisíaco. Mi cabeza palpita y todo mi ser ruega por él. ¡Se supone que íbamos a ir con calma! ¿Qué mierda me pasa? La verdad es que no tengo idea, pero no pienso dejar esto para después.

—Niños, dejen eso para después, el desayuno está listo —dice la voz divertida y risueña de Rose, haciéndome saltar sobre el respaldo del sofá.

Por poco termino en el suelo, de no ser porque Arturo me sujeta con fuerza. Mis mejillas se ponen calientes cuando escucho los pasos de Rose al volver a la cocina. Mis ojos vuelan a los de Arturo mientras yo me muero de verdadera vergüenza, pero él no. Él está la mar de contento y, si no estoy equivocada, está que se parte de la diversión.

—Que vergüenza —susurro en su dirección.

Él sonríe, mostrándome una sonrisa de un millón de dólares y mi corazón se derrite por él.

—Ella me hace la vida más sencilla, pero me la complica al mismo tiempo, eso no te lo dijo, ¿verdad? —sube los hombros con desinterés, pero sus ojos siguen brillantes de puro regocijo. Se divierte con mi vergüenza y no sé si sentirme halagada u ofenderme. Inclina la cabeza de nuevo sobre mí, rozando sus labios contra los míos, haciendo que olvidé todo lo demás a mí alrededor, excepto a nosotros—. Tendrás que acostumbrarte, Solecito, la verás muy seguido si vamos a hacer esto.

Yo y ustedes. Ustedes y yo:

AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH

Hola, pandas. Recuerden que tenemos canal de WhatsApp donde nos divertiremos un montón: tendremos adelantos exclusivos, imágenes, Edits y más. Si alguien lo quiere, puede enviarme un mensaje privado o buscar el link en mi perfil de Wattpad o mi perfil de Instagram: @valeryn_caceres2 ❤️

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