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19. Es muy difícil ser solo amigos.

«Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción».

Joaquín Sabina.

Abril, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Edward conduce por los suburbios privados de Beverly Hills, buscando la vía rápida hacia la casa. Desde que subimos al auto, hemos estado en completo silencio. Adelinne está sumergida en sus pensamientos y yo no sé qué hacer para sentirme menos atraído hacia ella. Al principio, creí que estaba dormida, pero solo tenía sus ojos cerrados.

Una de sus manos está en su regazo, agarrando firmemente el pequeño bolso negro. Mientras que tiene un codo apoyado contra la ventanilla y la otra mano sobre sus ojos.

—¿Cómo te sientes? —cuestiono, queriendo oír su voz.

—Estoy bien, solo estoy mareada —suspira, bajando la mano y mirándome a través de la penumbra del auto—. No estoy acostumbrada a beber demasiado, creo que dos Bloody Mary⁷, tres shots de tequila y una cerveza no ayudan mucho con mi falta de vida social.

Fruncí el ceño.

—¿Bebiste todo eso en dos horas? —cuestiono incrédulo, mirando el Rolex en mi muñeca.

Faltan diez minutos para la una de la madrugada.

—Tres y media —carraspea—. Estoy bien, en serio.

No respondo a eso, solo la miro. Sus ojos azul claro me observan con un brillo incandescente, no sé que estará pensando y daría lo que fuera por saberlo. Esta mujer es un enigma ante mis ojos, y aún así, puedo leerla fácilmente. Sin embrago, justo ahora, después del largo y cansado día que hemos tenido los dos, no sé qué carajos pasa por su mente.

El auto empezó a inclinarse cuando Edward tomó la curva hacia la casa, a cien metros estaba el portón de madera. Edward se detuvo un instante para colocar la huella en el control de seguridad. El portón se corrió hacia la izquierda y dejó a la vista el amplio camino hacia la casa. A medida que el auto avanzaba por el camino de grava sabiendo hacia la casa, los ojos de Adelinne se ampliaban cada vez más.

No me sorprendía, usualmente no me gustaban las casas demasiado grandes, pero esta fue una buena inversión. Más con la tranquilidad que se respira y el poco contacto que se tiene con los vecinos. Cuando supe que el vecino más cercano estaba a muchísimos metros más abajo, acepté la oferta y la compré de inmediato. Y, bueno, una propiedad así en tan solo setenta mil dólares era una ganga total.

La casa es una propiedad contemporánea de 15,000 pies cuadrados, y las paredes de vidrio del techo al suelo daban la oportunidad de tener una vista completa del océano. Creo que era lo que hacía que cada centavo invertido valiera toda la pena. Eso, y ahora los ojos brillantes y asombrados de Adelinne.

El auto se detuvo en la escalinata y Edward bajó para abrirnos la puerta. Una vez abajo, miré a mi chófer y asentí en agradecimiento.

—Puedes irte a casa, Edward —le dije, mirando a Adelinne, que observaba todo con ojos maravillados—. No creo que necesitemos ir a ninguna parte en lo que queda de la noche.

—De acuerdo, señor. Si necesita algo más, estoy a una llamada de distancia. Buenas noches.

—Buenas noches.

Asintió y subió al auto de nuevo para estacionarlo y luego irse a casa. Su servicialidad y su compromiso con el trabajo es algo que realmente me deja asombrado, siempre está ahí cuando lo necesito. Nunca dice que no. Quizás debería subirle el sueldo solo por ser amable.

Sacudo la cabeza y me giro hacia la rubia.

—¿Lista? —le ofrezco la mano, esperando que está vez si me la de.

Inhala lentamente y asiente, tomando mi mano al final. Con cuidado subimos los cortos escalones que nos llevan hasta la puerta.

—Esto es enorme —la oigo decir cuando me acerco a abrir la puerta con la cerradura electrónica.

—Realmente lo es —afirmo, abro la puerta y me hago a un lado para que pase—. Adelante.

—Gracias.

El traqueteo de sus tacones resuena contra el piso de madera de nogal, sus ojos perciben todo, desde la decoración sobria hasta las paredes de piedra. Parpadea varias veces cuando pasamos por el amplio pasillo tipo galería que conecta con cada sala. La luz está graduada a un nivel tenue, por lo que no se ve nada con mucho brillo.

—Esto es... —susurra, acercándose a la pared de vidrio blindado—... es precioso. Debe ser bonito despertarse así todos los días.

Bonito sería despertarse contigo todos los días. Sacudo la cabeza una vez más, tratando de despejarme, me siento incapaz de pensar con claridad cuando estoy cerca de ella.

—¿Quieres agua? ¿Un Advil? —me aclaro la garganta.

Se da la vuelta y me mira, jugando con la cadena del bolso en su hombro.

—Estoy bien —traga y me mira con los ojos entornados—, pero el agua estaría genial.

—Vale, bien, agua —me giro, indicándole que me siga hasta la cocina. Voy directamente al refrigerador para sacar una botella de agua—. ¿Estás segura de que no quieres algo para el dolor de cabeza? Mañana no podrás ni abrir los ojos.

Cuando me vuelvo hacia ella, está de pie en la entrada de la cocina, mirando todo, pero centrada en mí. Me acerco hasta donde está y le doy la botella de agua.

—Gracias —dice y abre la botella, rodeando la boquilla con sus labios rojos. Cierra los ojos y bebe el líquido transparente casi con desesperación. Sin duda, es el momento más sexy que he presenciado. Su garganta se mueve a medida que traga y de su pecho brotan suaves gemidos de satisfacción que bajan directamente a mi entrepierna. Me zafo de la sensación cuando vuelve a abrir los ojos—. Gracias. Creo que me estaba deshidratando.

—Es lo que hace el alcohol —le brindo una sonrisa amable, no quiero que se sienta regañada o juzgada—. ¿Tienes hambre?

—La verdad es que mi estómago ahora mismo no puede recibir comida. Si como algo, lo más probable es que vomite sobre tus pisos relucientes —sonríe con torpeza—. Pero te acepto el Advil, eso ayudará para mañana.

—Advil llegando.

Sé que Rose guarda un botiquín con medicamentos en algún sitio de la cocina, no entiendo por qué aquí, pero debe ser algunas de sus cosas de señoras. Encuentro la pequeña caja roja en el segundo cajón superior, saco un Advil del sobre y después de guardar todo como estaba, vuelvo con Adelinne.

—Aquí tienes. ¿Necesitas más agua?

—No, así está bien —ingiere la pastilla con lo que queda en la botella y después me sonríe un poco—. Gracias.

Se mordisquea el labio inferior y tomó todo de mí no acercarme y besarla aquí mismo. Sin embrago, no tuve tiempo de pensar en nada más, porque había acortado la distancia entre nosotros, se puso de puntillas y apretó sus labios contra los míos.

Al principio me sorprendí, debo admitirlo, me quedé paralizado, sobretodo por su boca dulce y suave. Tendría que haber retrocedido, pero no pude. No cuando sus labios rozaron los mismos de forma sugerente. No cuando abrió la boca para mí y empujó su lengua entre mis labios hasta dar con la mía. No cuando tiró la botella al suelo y pasó sus pequeñas manos por mi nuca. No jodidamente cuando gimió y se derritió entre mis brazos.

Un rugido posesivo y animal resonó en mi pecho mientras la rodeaba entre mis brazos. Su frágil y delicada silueta se amoldó a mis bordes. Toda ella, delgada, bajita y delicada, pareció encajar perfectamente conmigo, dejándome aún más claro que debía tener a esta mujer.

Maldición, la deseaba tanto que dolía. Mi maldita polla dolía como el jodido infierno. Pero debía parar esto ahora. Cuando tuviera a esta mujer, ella debía tener sus cinco sentidos bien puestos.

Picoteé sus labios suavemente antes de alejar mi boca de la suya. Sostuve su perfecto rostro entre mis manos y apoyé mi frente contra la suya.

—Arturo... —jadea contra mi boca, tirando de mi nuca hacia abajo para poder besarme de nuevo.

—Ahora no, mi Sol —susurré—. Estás borracha.

—Pero, yo... —intentó acercarse más, pero la alejé.

—No, cariño, estás ebria —volví a darle un beso breve que pareció reconfortarla por el momento—. Estás borracha y no pienso tocarte así. Cuando lo haga, recordarás cada instante, Addy, lo prometo. No seré el recuerdo efímero de una noche de borrachera.

Eso pareció ser suficiente por un segundo, sus pupilas dilatadas por el asombro y su piel sonrojada por la excitación. Su cuerpo está vibrando, puedo sentirlo contra el mío. Pero el efecto de mis palabras no duró demasiado, porque se zafó de mis brazos con más fuerza de la necesaria.

—¿Por qué haces esto? —frunció el ceño, dando un paso hacía atrás.

—¿Hacer qué? —arrugué el rostro, confundido.

—¡Esto! ¡Actuar así! —nos señaló a ambos—. ¡Deja de hacerlo! Deja. Jodidamente. De. Hacerlo. ¡Ya basta!

Estaba jadeando, tenía los ojos ligeramente enrojecidos y parecía estar temblando. Quería acercarme, abrazarla y consolarla, pero también tenía que saber qué le pasaba.

—¿Qué hago que te disgusta tanto? ¿Qué ocurrió? —quise saber.

—¡Eso! —me señaló otra vez—. Deja de ser tan dulce, tan amable y caballeroso. Deja de serlo —podía jurar que estaba apunto de llorar—. Deja de ser gentil conmigo, deja de darme espacio, deja de ser tan bueno —sisea despacio, entreabriendo los labios para poder respirar—. Es muy difícil ser solo amigos cuando te comportas así. No quiero enamorarme de ti tan rápido y tú solo lo haces demasiado complicado.

Su confesión más que sorprenderme me dejó pasmado, anonadado. Sentí que todos los poros de mi cuerpo se erizaban bajo el hechizo de esta preciosa y cautivadora mujer. Por un momento quise ponerme de rodillas a sus pies y gritarle que yo me había enamorado de ella en el mismo instante en que la vi por primera vez. Quería decirle que era mi sirena y que seguiría su canto hasta la eternidad. También quería decirle que, por primera vez en mi maldita vida, había hecho latir mi corazón para algo más que solo mantenerme vivo. Y que ella, entre todas las mujeres del mundo, había sido la única que fue capaz de despertar mi alma.

Pero ella no estaba lista para eso y lo sabía. No esta noche, al menos. Por lo tanto, en lugar de cumplir mis caprichos de loco psicópata, cavernícola y troglodita enamorado, decidí darle más tiempo para adaptarse a todo esto.

—No pienso dejar de hacer eso —me acerqué a ella con cautela, despacio para no asustarla—. Ya sé que es complicado, Solecito, pero si ser un caballero de brillante armadura hace que caigas a mis pies más rápido, lo haré más seguido.

Se atragantó con su propia respiración y negó con la cabeza.

—Eres un idiota —refunfuña, mientras me apuñala el pecho con el dedo—. Todo tú. Dijiste que seríamos amigos. Lo prometiste.

—Lo prometí, tienes razón, pero también tomé la decisión de darte el espacio que necesitas para poner en orden tus ideas y darte cuenta que estás tan loca por mí como yo por ti —confesé a medias.

Jadeó, casi indignada por mi afirmación. Su expresión me hizo sonreír, pero a ella no parecía divertirle en lo absoluto.

—¡No te burles de mí! —me dio un empujón tan débil como su voz—. Esto es complicado. Demasiado complicado y tú solo... no dejas de seguirme, sonreírme y ser tan tierno y tan... y tan... —sus ojos bajan a mi boca y se le dilatan aún más las pupilas—. Solo quiero ir despacio porque...

—Porque no estás lista, lo sé —le pasé un mechón grueso y sedoso detrás de la oreja, acariciando su mejilla con mis nudillos—. No hay prisa, nena. Vamos a tomárnoslo con calma, ¿vale?

Sus labios forman un mohín y sus ojos brillan, luego asiente, aceptando la tregua. Sonrío y me acerco para darle un beso en la frente. Ella suspira, apoyándose en mí.

—Vamos —la rodeo con los brazos y la levanto para llevarla a la habitación—. Ha sido un día largo, necesitas dormir.

—Todo esto pudo hacerlo Molly en casa —escondió el rostro en el pliegue de mi cuello—, no tenías que hacer esto.

—Lo sé, pero quería —hundí la nariz en su pelo, dejando que su dulce —extremadamente dulce— aroma me rodeara—. Además, Molly no soy yo.

Una risa nasal escapó de ella mientras me rodeaba el cuello con los brazos. Se sentía tan bien tenerla entre mis brazos, sintiendo su peso. Dios, daría lo que fuera por tenerla así las veinticuatro horas del día.

Salgo de la cocina y subo la escalera escultórica en forma de caracol hacia el segundo piso. Con cuidado y haciendo malabares con Adelinne entre mis brazos consigo abrir una de las habitaciones de invitados que está un poco oscura. Dejo a Adelinne sobre sus pies y la sostengo cuando se tambalea un poco.

—¿Estás bien? —cuestiono, quitándole el cabello de la mejilla.

—Sí, solo... —cierra los ojos y hace una mueca de disgusto—. Creo que voy a vomitar.

Mierda.

—Ese es el baño —señalo la puerta del fondo—. Ahí vas a encontrar lo que necesites. Date una ducha, te traeré algo de ropa.

Adelinne camina hacia el baño con rapidez pero sin hacer mucho esfuerzo, la puerta se cierra detrás de ella, suelto un suspiro. Me paso las manos por la cara y por el pelo, intentando despejarme un poco. Decido moverme y subir la intensidad de la luz, cierro las persianas para que mañana no se despierte con el sol. Salgo de la habitación y voy a la mía para buscar algo que le sirva. Adelinne es pequeña, y aún así no puedo evitar imaginármela con mi ropa puesta.

Basta, King, deja de pensar en eso.

Haciendo caso omiso a mis pensamientos busco entre los cajones de mi vestidor, saco una camiseta negra y unos shorts deportivos del mismo color. Eso debería ser suficiente por ahora.

El teléfono vibró en mi bolsillo y lo saqué.

Anthony: ¿Cómo va la cosa con la Srta. Lewis?

Arturo: Todo bien. Está un poco borracha, pero nada que no pueda manejar. ¿Llevaste a Molly a casa?

Anthony: Me alegro por ti. No hagas nada que yo no haría. Sí, Molly está sana y salva en su hogar. Ya estoy en casa.

Arturo: ¿Cómo está todo con Sasha y tu adorada cuñada?

Anthony: Sasha está bien, dormida. Mi adorada-odiada cuñada está más insoportable que nunca. Te cuento después. Buenas noches.

Arturo: Me muero por oír tus desgracias. Buenas noches.

Vuelvo a guardar el teléfono en mi bolsillo y salgo hacia la habitación de invitados. Cuando entro, Adelinne está saliendo del baño con una toalla envolviendo su cuerpo, un moño semihúmedo en lo alto de la cabeza y los ojos entrecerrados. Puedo ver las gotitas de agua brillar por sus hombros y sus pestañas perladas. Ya no tiene maquillaje, y su rostro limpio es lo más hermoso que he visto jamás.

Dios, es perfecta.

—¿Cómo te sientes? —cuestiono, colocando la ropa sobre la cama.

—La ducha ayudó, gracias —me dio una sonrisa cansada—. Solo sigo un poco mareada.

—¿Estás segura que no quieres comer algo? —le pregunto, viéndola acercarse a la cama, observando la ropa que le traje—. Creo que servirán para que duermas.

—Está bien, gracias —me sonríe otra vez—. Y creo que pasaré de la comida. No vomité, pero si como, lo haré.

—De acuerdo —nos miramos a los ojos un instante.

Tengo que apretar las manos para no acercarme y arrancarle la toalla.

—Iré a buscarte otra botella de agua, estoy seguro de que la vas a necesitar.

—Claro, gracias —asiente.

Prácticamente salgo patinando de la habitación, estoy sudando y es cuando me doy cuenta que todavía tengo la gabardina puesta. Me la quito cuando voy bajando por las escaleras y la aviento sobre el sofá. Muevo el cuello de un lado al otro, quitando la tensión. Mañana tendré que hacer dos horas más ejercicio para poder quitarme el peso de los hombros.

Esa mujer va a matarme.

Busco con rapidez una botella de agua y un Advil por si lo necesita. Me tomo mi tiempo subiendo las escaleras, estoy loco por verla, pero no quiero parecer desesperado. Toco la puerta dos veces y su suave voz me permite el paso. La encuentro de pie junto a la mesita de noche, con el teléfono en la mano. Solo tiene puesta la camiseta, que le llega más allá de los muslos, sobre las rodillas.

Se me seca la boca mientras la miro de pies a cabeza, el color negro de la camiseta hace resaltar su piel blanca hasta el punto de hacerla brillar. Su cabello está espolvoreado por sus hombros en mechones sueltos, pareciendo un halo alrededor de su cabeza. La camiseta le queda tan grande que un hombro le sobresale por el cuello, haciéndola lucir de lo más adorable. Pero eso no es todo, es lo natural que se ve lo que la hace la mujer más sexy del mundo. Incluso a la poca luz puedo notar sus pezones endurecidos a través de la tela oscura y sus mejillas sonrojadas cuando sus ojos se topan con los míos.

—Molly ya está en casa —dijo sentándose en el borde de la cama.

—Lo sé, Anthony acaba de avisarme —me acerqué y dejé la pastilla y la botella en la mesita de noche—. ¿Ya te sientes mejor?

—Estoy bien, de verdad —se río, un poquito somnolienta.

—Estás cansada —dije, abriendo el cubrecama para ella—. Ven aquí.

Se arrastró por la cama y se metió bajo las sábanas, se recostó y pude subir la sabana hasta su barbilla. Me miró con los párpados caídos por el cansancio, y sin embrago, con los ojos brillantes hasta no dar más. Me senté en la orilla, quitándole el cabello de las mejillas y dejándolo sobre la almohada. Toda ella resaltó por encima del color azul oscuro de las sábanas, parecía un ángel entre los mortales.

—Gracias —dijo, agarrando mi mano que estaba en su mejilla—. Es muy dulce de tu parte todo esto.

—No es nada —sonreí, acariciando sus nudillos con el pulgar—. Me gusta que me dejes ayudarte.

—Lo sé —sonríe también, apretando mi mano—. No tenías que hacerlo.

—Pero quería —repetí.

Ella se ríe y mi pecho se calienta.

—Eres muy mandón —me acusa.

—Solo con la gente testaruda —le aprieto la mano y ella arquea una ceja.

—¿Me estás diciendo testaruda? —se indigna, pero después sonríe y se responde ella misma—. Sé que lo soy, pero no es mi intención. De verdad, solo es...

—Complicado.

—Un poquito.

Sus dedos siguen jugando con los míos, mirándome fijamente.

—Me gustas —confiesa en un susurro.

Mi corazón empieza a retumbar con fuerza en mi pecho.

—Tú también me gusta, Adelinne —le aprieto la mano.

—Tengo miedo —dice suavemente—. No quiero salir herida de nuevo.

La vulnerabilidad en su voz solo me da ganas de abrazarla y no soltarla nunca. Quisiera meterla en una burbuja y tenerla a salvo para siempre.

—Las palabras se las lleva el viento, Addy, eso lo sé —me incliné hacia ella para que pudiera ver la sinceridad en mis ojos—, pero debes creerme cuando te digo que jamás habría algo para lastimarte intencionalmente.

En sus ojos vi la resolución de su mente, supe de inmediato que me creía, que confiaba en mí.

En sus labios se formó una pequeña sonrisa y se apoyó en sus codos, con su rostro a centímetros del mío.

—Gracias, Arturo —susurra y presiona un beso rápido en mis labios antes de volver a costarse.

—¿Por qué? —digo aturdido por su extraña muestra de afecto.

—Por sostenerme —suspira con los ojos cerrados.

Me había dicho esas mismas palabras hoy en la mañana y mi corazón se hizo añicos por eso. Ella ya sabía la respuesta, y mi corazón también, sin embrago, no está demás decirlo de nuevo.

Y, mientras la miro caer dormida, sostuve su mano y la apreté suavemente antes de decir:

Siempre.

⁷) Bloody Mary: Cóctel de fama mundial. 

MI SUPER MOOD:

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