15. Corazón roto.
«Me gustaría ser una niña otra vez, porque las rodillas peladas son más fáciles de sanar que el corazón roto».
Julia Roberts.
Abril, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
Marzo pasó, llegó abril y con él un poco de lluvia, incluso cuando no estamos en temporada. No hacía nada de frío, pero claramente iba a llover muy a menudo. Con algo de suerte, podríamos usar abrigo de vez en cuando. No amo el frío, pero el calor es aberrante. Prefiero vivir abrigada que pasar tiempo en bikini. Tal vez estoy loca, pero es lo que hay. Jamás me oirán decir que el calor es mejor que el frío. Nunca. Prefiero morir congelada.
Como hoy, el primer viernes del mes. Por fin pude sacar mi gabardina blanca de gamuza, mis jeans negros ajustados y mi camisa de cuello alto y mangas largas. Lo único que me saca de mi fiebre de abrigo, son mis Converse blancas. Pero no me importa, me siento en pleno invierno.
—¿Qué se hará exactamente? —la pregunta de Arturo hacia el contratista me saca de mis pensamientos.
A él también parece haberle afectado los diez grados que azotaron a L.A. esta mañana. Sin perder su toque elegante, pero pareciendo de lo más casual con unos pantalones chinos negros, camisa de manga larga negra y una gabardina del mismo color, junto con unos sneakers blancos en sus pies. Si con su traje elegante se veía delicioso, ahora mismo luce total y absolutamente comestible.
Debo mantenerme serena para no hacer una locura, como lanzarme sobre él y besarlo hasta la saciedad delante de todo el mundo.
—Debemos demoler las dos paredes de las habitaciones de arriba —señala el contratista en el plano sobre la gran mesa que está en medio del salón—, después procederemos a levantarlas de nuevo. El estado de las paredes no es muy conservable, se nota que tienen unos cuantos años sin hacerle mantenimiento a la propiedad.
—¿Qué otra parte necesita mantenimiento? —cuestiono, tratando de concentrarme en el sujeto.
—La puerta principal, me dijeron que se iba a sustituir por unas puertas dobles.
—Así es —asiento.
—Perfecto, entonces. Luego debemos deshacernos del piso viejo e instalar el nuevo. Eso es en toda la propiedad —explica, haciendo un gesto hacia el suelo—. También vamos a remodelar los baños para que queden como nuevos. ¿Me dijeron que contratarán a una agencia de seguridad para que se encargue de la electricidad y los métodos preventivos antirrobos?
—Sí, de eso se encargará nuestra abogada —explica Arturo.
—Muy bien, finalmente, luego de que se instale todo el equipo de seguridad, procederemos a pintar todo el lugar de blanco.
—Eso estaría estupendo —sonrío—. ¿Cuánto tiempo se tardaría usted y su equipo en terminar?
El señor bajito, con bigotes blancos y calvo como un huevo frunce el ceño y hace cálculos mentales. El señor Finnegan y todo su equipo parecen profundamente competentes, y, bueno, deben valer cada centavo. Sasha los contactó de la agencia de construcción más importante de la ciudad.
—Trabajando duro, nos tomaría hasta finales de mayo o principios de junio —dice, poniendo sus manos en su cinturón lleno de herramientas—. No pasará de esa fecha aproximada.
—Excelente.
—Sí —digo—. Tómese su tiempo, en realidad no tenemos prisa, pero sí queremos un trabajo impecable.
—Lo tendrán, se lo aseguro.
Con un asentimiento y una sonrisa apretada se aleja hacia su personal, que están descargando herramientas y materiales de un camión estacionado en la acera.
—Dios, estoy tan emocionada —doy un brinquito en mi lugar, girándome hacia Arturo mientras me froto las manos—. No puedo esperar para verlo todo listo.
—Finnegan y su equipo han trabajado para muchas propiedades famosas en los últimos años —dice Arturo, caminando a mi lado cuando me acerco a las ventanas que dan a la parte trasera de la propiedad—. Se les recomienda por trabajar rápido y bien, son muy eficaces. Estoy seguro de que todo quedará tal cual como lo quieres.
—Eso sería un sueño —sonrío.
Una sonrisa rompe sus labios y mi corazón se detiene. No puedo con eso, con que me sonría como si yo fuera la única persona que merezca ese gesto de él. No lo he visto sonreír así cuando estamos en una reunión. Lo he visto asentir y quizás estirar las esquinas de su boca en una mueca educada, pero nada más. Bueno, he visto un brillo distinto en sus ojos cuando está con Anthony y Sasha, pero luego de eso, no he visto nada más.
Pero ahora, desde el martes, hace exactamente tres días, ha estado sonriéndome así y no sé cómo carajos manejarlo. Sin embrago, es mejor a que me ignore. ¿Es dependiente de mi parte? No lo creo así, pero, Dios, esto es tan... complicado.
—¿Quién crees que puede inaugurar la galería? —cuestiono para cambiar el tema.
Desde nuestro segundo gran beso, en el cual yo estuve muy, muy implicada, hemos sido amigos. Ninguno de los dos ha intentado volver a besar al otro, pero esa chispa, esa electricidad sigue más viva que nunca entre nosotros. Lo he pillado mirándome cuando cree que estoy distraída, y, bueno, también me gusta fingir que no sé qué lo hace solo para que lo siga haciendo.
Que raro.
—Pensaba que serías tú nuestra primer cliente —dice.
—¿Yo? —frunzo el ceño.
—Sí, ¿por qué no? —mete las manos en los bolsillos de su gabardina y mira por la ventana—. Tienes un nombre reconocido en el mundo artístico, y si todos tus fans son como Sasha, creo que tendremos un buen público para empezar.
Tiene un punto. Todas las exposiciones en las que he participado se han llenado a tope y mis cuadros se han vendido incluso antes de que acabe el día. No me considero la mejor artista del planeta, pero siento que he toca el corazón de muchas personas y eso puede ayudar con el negocio.
—Tienes razón —asiento, mirando también por la ventana—. Tengo un set de siete cuadros que aún no he puesto a la venta y un par que aún ni se han mostrado al público, podría exponerlos aquí y tal vez hacer unos cuantos más. ¿Crees que sería una buena idea?
—Lo sería —asiente y me mira—. Tú eres la artista, si las personas vienen, es por ti.
La profundidad de su mirada traspasa los cristales de sus anteojos y todo mi cuerpo se estremece en consecuencia. Remojo mis labios y sus ojos caen en esa parte de mi rostro, lo veo tomar una lenta respiración y cuando está por dar un paso en mi dirección, una voz nos paraliza a ambos.
—¿Addy? —escucho y todo mi cuerpo se tensa como la cuerda de un violín.
Mi cabeza se gira hacia atrás como la de la niña del exorcista, mis ojos se agrandan y el estómago me sube a la garganta. Es un malestar horrible el que se instala en mi pecho y la respiración se vuelve superficial en mis pulmones.
De pie junto a la puerta está Daniel York, mi ex novio. Vestido con un jean desgastado, una camiseta blanca, chaqueta americana negra y zapatos negros. Su pelo castaño claro está un poco alborotado y su tez blanca algo sonrojada. Sus ojos verdes me miran con anhelo y culpa, y esas dos cosas, viniendo de él, me causan náuseas.
—¿Daniel? —siseo, sintiendo mis manos temblar.
—Hola —da un paso en mi dirección, pero se detiene, sin saber qué hacer—. ¿Podemos hablar?
Hablar. Quiere hablar.
Maldito infeliz.
—Adelinne —siento una mano grande y caliente en mi hombro, apretando suavemente. Siento el calor del cuerpo de Arturo traspasar el mío cuando se acerca a mí—. ¿Estás bien?
No, obviamente no.
—Sí —carraspeo, pero no me atrevo a mirarlo para que no vea la ira y la desesperación en mis ojos—. Estoy bien, dame un minuto.
Suavemente me zafo de su agarre, y camino directamente hacia mi estúpido ex. Sé que parezco un toro furioso, pero me importa un carajo.
—Addy, yo... —dice cuando me acerco.
—Cierra la boca —lo agarro por la camisa y tiro de él hacia la salida.
Lo jalo con todas las fuerzas de mi cuerpo, importándome un pepino si parezco una loca neurótica. Lo llevo directamente al rincón más alejado afuera de la galería, pero no paso por alto las miradas furtivas que nos lanzan los trabajadores de Finnegan. Lo suelto y me cruzo de brazos, dándole la espalda al camión.
—¿Qué haces aquí? —lo miro con el ceño fruncido.
—Vine a hablar —se pasa una mano por el pelo.
—Bueno, yo no quiero hablar, así que... —subo los hombros—. Otra vez, ¿qué haces aquí?
—Ya te lo dije —gruñe ahora—. Te he escrito mil mensajes y no has respondido a ninguno de ellos. Te he llamado, escrito por redes sociales e incluso te envié aún correo electrónico a tu cuenta Gmail. Tomé el primer vuelo que conseguí a Los Ángeles para poder hablar contigo —dice enfurruñado—. ¿No pudiste contestar a alguna de mis llamadas? ¿Qué mierdas, Adelinne?
Mi boca se abre por sorpresa, la ira me corroe y siento que las venas del cerebro me van a explotar.
—¡No seas tan descarado! —le doy un empujón en el brazo—. ¿Qué mierdas yo? ¡¿Qué mierdas tú, Daniel!? —exclamo, sintiendo las venas de mi cuello palpitar—. ¿Con qué cara vienes aquí y me preguntas qué carajos me sucede? ¡Esa no es la maldita pregunta correcta, Daniel! ¿Qué carajos te pasó a ti hace dos o tres meses? ¡¿Qué putas mierdas te pasó por la cabeza a ti cuando te acostaste con mi mejor amiga a mis espaldas?!
Sé que estoy armando un escándalo, que estoy gritando y que estoy llamando la atención de varias personas y de los trabajadores. Pero no me importa. No me importa cuando la herida en mi alma se está abriendo de nuevo, sangrando con más fuerza, con más dolor.
La cara de Daniel se pone roja, pero más que vergüenza veo culpa. ¿Se siente culpable? Ya era hora. No necesito que se haga la víctima ahora mismo. Si lo hace, lo voy a matar.
—Addy, escucha —da un paso hacía mí, pero retrocedo con las manos en alto, haciendo que se paralice—. Lo siento. Lo siento muchísimo. Sé que todo parece un desastre, pero las cosas no son así, yo...
—¿Las cosas no son así? ¿Qué cosas no son así, eh, Daniel? ¿No te acostaste con Clara? —aprieto los dientes y la fuerza hace que se me salgan las lágrimas—. ¿Qué cosas no son así? ¡Te follaste a mi mejor amiga en tu departamento! ¡Te vi con ella, maldita sea! ¡Te vi! —lo empujo por el pecho, viendo la vergüenza en su rostro—. Yo te vi con ella. A los dos. ¿Con qué derecho vienes aquí y me dices que las cosas no son como pienso? ¡¿Eh?! ¡Dime!
—¡Sí, lo hice! ¡Lo hice! —suelta con rabia esta vez, metiéndose las manos en el pelo y tirando de los mechones con sus dedos—. Lo hice y no lo pensé, Addy. No sé cuándo carajos pasó, no sé en qué momento sucedió todo. Pero las cosas con Clara se dieron de la manera más fácil posible y ninguno pudo hacer nada para evitarlo —con cada palabra que sale de su boca mi corazón se astilla un poco más—. Nunca quise que pasara, jamás había previsto que me sucediera eso a mí. Y tú nunca estabas y Clara...
—¡No estaba porque estaba trabajando, Daniel! —sollozo, apuñalando su pecho con mi dedo—. ¡Estaba trabajando! Día y noche, era eso lo que hacía. ¡Lo hacía porque era mi sueño! Y tú siempre me empujaste a seguirlos, ¿no? Supongo que al apoyarme con mis metas te dejaba mucho tiempo libre para ti y tu amante, ¿no es así? —Daniel traga con fuerza y baja la mirada—. Ni siquiera puedes mirarme, cobarde. ¿Durante cuánto tiempo?
Levanta la cabeza y me mira alarmado.
—Addy, no es...
—¡¿Cuánto tiempo llevas tirándote a Clara?! ¿Cuánto? —estallo—. ¿Dos meses? ¿Cinco, tal vez? ¡Habla!
—Un año —dice y es como si me diera una patada directamente en los pulmones.
Mi mano vuela antes de que pueda detenerla, estrellándose con tanta fuerza contra la mejilla de Daniel que el contacto resuena con ecos. Mi mano palpita cuando veo la marca de mis dedos en su piel pálida. Me empieza arder la palma, pero no tanto como el corazón.
La mentira, el engaño, la traición. Todo duele. Todo rompe. No sé qué es real y qué es mentira. Parece que el mundo está de cabeza, que la vida se pone gris.
—No puedo creerlo —me abrazo a mí misma, tratando de mirarlo a través de mis lágrimas. Su mejilla izquierda se ha puesto roja por la bofetada, pero, incluso en medio del dolor, no puedo sentirme culpable—. Un año. Un año de traiciones. ¿Eso era lo que hacías cuando yo trabajaba? ¿Te ibas con ella cuando me cancelabas las citas? ¿Eso hacías? —me tiembla el labio inferior y tengo que morderlo para poder hablar—. Te lo di todo, Daniel. Te di todo de mí y mira como me pagaste.
—Addy, cariño, lo siento —susurra, caminando lentamente hacia mí—. Perdóname, por favor.
—No me toques. ¡No me toques! —me sacudo cuando intenta tomarme de las manos—. Eres un maldito idiota. ¿Cómo puedes ser tan estúpido? ¡¿Cómo pudiste?!
—Nunca pensé que las cosas acabarían así, Addy —se excusa.
En sus ojos se forman lágrimas. Lágrimas falsas y de cocodrilo. Lágrimas que no valen ni la mitad que las mías.
—No pensaste que me daría cuenta, querrás decir —recrimino con asco—. Te desconozco. ¿Dónde dejaste al tipo honesto que me rogó un mes completo que le aceptara una cita? ¿Dónde está el sujeto que me llevó a conocer a su mamá porque era la novia más importante que había tenido? ¿Dónde quedó el hombre que hizo planes conmigo sobre casarnos, tener hijos y una familia? ¡¿Dónde carajos lo dejaste?! —lo empujo mientras sus ojos se cristalizan aún más—. Supongo que todo fue mentira, ¿no? Un vil y cruel engaño. Y yo soy la estúpida que te creyó todo.
—Nunca quise hacerte daño —se lamenta.
—Pero terminaste destrozándome el corazón —suspiro con cansancio, con decepción—. Vete, Daniel. Ya no tienes nada que hacer aquí.
—Addy, por favor, solo déjame explicar...
—¡No tienes nada que explicarme! ¡Me engañaste con mi mejor amiga! ¡Me traicionaste! ¡Te reíste de mí con ella a mis espaldas! ¡Me destrozaste! ¡No tienes ningún derecho de explicarme nada, infeliz! —resuello, echándome para atrás cuando trata de tocarme—. ¡No me toques!
Consigue agarrarme por la muñeca, pero tiro de ella con tanta fuerza que me hago daño a mi misma, tropezando con mis propios pies hacia atrás. No me caigo porque unos brazos fuertes me rodean desde atrás, enrollándose protectoramente alrededor de mi cintura. Esos brazos reconfortantes me mantienen erguida cuando lo que quiero es desmoronarme ahí mismo.
Los ojos de Daniel nos barren a los dos, quedándose un par de segundos de más en Arturo detrás de mí.
—Addy, por favor...
—Ya vete, Daniel —le pido con desgana, agitada y hastiada de todo—. Si alguna vez me quisiste de verdad, vete y déjame en paz.
Nos miramos a los ojos por lo que parece una eternidad, pero finalmente aprieta la mandíbula, suspira con resignación y asiente.
—Lo siento —dice y da dos pasos en reversa, me mira una última vez y se da la vuelta.
Lo veo caminar hacia la otra esquina y parar un taxi, subir a él e irse. Y el buque se rompe. Los sollozos que salen de mí me desgarran la garganta, mi corazón se sacude sin descanso contra mis costillas y mis piernas se aflojan. De no ser por Arturo que me voltea y me aprieta contra su cuerpo, habría terminado en el suelo.
—Tranquila, tranquila —me pasa una mano por el pelo y me apoya la cabeza contra su hombro—. Está bien.
Me aferro a sus brazos, apretando mis dedos sobre su gabardina a la altura de sus bíceps mientras lloro y dejo salir toda mi agonía. Lo más irónico de todo es que no estoy llorando por Daniel en sí, si no por su engaño y por los cuatro años que pasé con una persona tan mentirosa y traicionera.
La confianza rota, las ilusiones, los planes. Eso es lo que me duele. Haberle dado todo a alguien y que esa persona botara mis esperanzas a la basura. Eso es lo que me duele, sinceramente, Daniel puede irse a la mierda y seguir follándose a Clara por el resto de su vida. Yo no tengo porque derramar lágrimas por personas que no pensaron en mí, que me traicionaron sin importar nada.
—Lo siento —di un paso atrás, secándome las lágrimas con los dedos.
Soy consiente que estoy hipando, y que lo más probable es que esté toda hinchada y roja, pero ahora mismo no me importa. Solo quiero salir corriendo y alejarme del mundo.
—Está bien —asiente y me acuna la mejilla con su mano. La calidez de su piel logra que mis sentimientos se serenen un poco. Cuando nuestros ojos se encuentran, su pulgar se arrastra por mi mejilla suavemente y yo tiemblo—. ¿Estás bien?
Sí. No.
—Lo estaré —pongo mi mano sobre la suya y la aprieto, después la alejo y le sonrío—. Gracias.
—No tienes que agradecer nada —me aprieta más, dándole una caricia a mis nudillos.
Su alto cuerpo está elevado sobre el mío y puedo sentir la protección que emana de él. Me pican los dedos de deseo de tocarlo, de deslizarme por su cuerpo y abrazarlo otra vez, pero no puedo hacer esto ahora. Necesito respirar, necesito mucho aire en mis pulmones, necesito oxígeno en mi cerebro.
Suelto su mano y doy un paso atrás, secándome el resto de las lágrimas.
—¿Puedes encargarte de todo por aquí? —cuestiono sorbiéndome la nariz.
—Sí, claro que sí —se apresura a decir, frunciendo el ceño un segundo después—. ¿Adónde irás?
No lo sé. Ojalá tuviera una respuesta para eso.
—A casa —digo, porque es más fácil de explicar—. Necesito dormir mil horas.
Arturo me mira como si no pudiera creer en mis palabras, no lo culpo, la verdad.
—De acuerdo —dice con sospecha—. Deja que Edward te lleve.
—No, está bien —sacudo la cabeza—. Puedes necesitarlo aquí.
—No te preocupes por eso...
—Está bien, puedo tomar un taxi —me precipito hacia él y niego cuando va a reprochar—. Por favor, estaré bien. Lo prometo.
—Me enviarás un mensaje cuando llegues a casa —me ordena, pero es más una necesidad que una petición obligatoria, lo puedo oír en su voz.
Mis ojos se vuelven a llenar de lágrimas ante su preocupación y mis ganas de abrazarlo solo aumentan. No obstante, me conformo con ponerme de puntillas y besar su mejilla lisa y suave. Su rostro se inclina hacia mí cuando pongo mis labios contra su oído.
—Gracias por sostenerme —puedo sentir su estremecimiento contra mi cuerpo—. Significa mucho para mí.
Lo siento suspirar, coloca su mano en mi cintura y aprieta suavemente. El contacto es breve, pero se queda conmigo por más tiempo del necesario.
—Siempre.
La simple afirmación me da ganas de llorar. Me alejo cuando ya no puedo soportarlo y le doy una sonrisa tensa, me doy la vuelta y casi corro por la acera. Levanto la mano hacia la carretera y espero a que un taxi se detenga. Un auto amarillo frena y yo prácticamente me lanzo al asiento trasero.
—¿Adónde, señorita? —dice el tipo.
Es una buena pregunta. ¿Adónde carajo debo ir? Estoy tan perdida.
—Solo conduzca.
Y lo hace, mientras yo me dejo llevar por mí dolor y mi corazón roto.
Levanten la mano (🙋🏻♀️) los que quieren abrazar a Addy.
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