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14. Amigos.

«La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea».

Alberto Moravia.

Marzo, 2020

📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.

Pocas veces en mi vida me he arrepentido de las cosas que he hecho, quizás me sienta decepcionada en algunas ocasiones con las decisiones que he tomado, pero jamás me he arrepentido en sí. Pero, como cosa rara, desde que llegué a Los Ángeles, he tenido muchas primeras veces.

Hoy, es una de esas primeras veces.

Estamos reunidos con el equipo de marketing de IK para buscar ideas de nombres para la galería. Hasta ahora, ninguno nos ha cautivado. El equipo se conforma por Stella Evander y Colton Fox, según me había contado Sasha —que también está con nosotros en la reunión—, entre ellos hay más que una relación profesional, cosa que no han demostrado en lo absoluto. Parecen tan serios y profesionales en su trabajo que dudo mucho que tengan sentimientos en común, pero puede que ellos sepan muy bien separar la vida laboral con la personal.

Al contrario de mí, claramente.

—Si logramos que el nombre de la galería sea memorable y predominante, tendremos muchas más probabilidades de ganar fácilmente la atención y aceptación del público, lo cual es esencial para mantenernos vigentes a largo plazo —dice Stella.

Ella es una mujer altísima y esbelta, con cabello negro y corto a la altura de la barbilla, ojos grises y grandes, una sonrisa tan blanca y brillante que hasta podría salir en un comercial de crema dental. Va vestida con un traje formal y femenino de color fucsia chillón que logra resaltar su piel morena y en sus pies hay un par de Jimmy Choo de ocho centímetros de color verde menta. La mujer está llena de joyas: pulsera y collar de diamantes, pendientes dorados y un anillo inmenso bañado en oro. Pero, sobre cualquier otra cosa, su personalidad es intimidante. Es seria, concisa y clara. Es obvio que le encanta tener el control de la situación.

—El nombre de la empresa, más que una etiqueta, es un símbolo, que resume los atributos físicos, el comportamiento y otras características distintivas de su dueño —explica Colton—. En otros términos, los nombres son, en última instancia, los portadores de la reputación de las empresas. En este caso, la marca de la galería.

Colton, por otra parte, es más relajado pero tiene ese aire de galán de telenovela que arrasa con todas las mujeres a su alrededor, sin embargo, parece estar más que satisfecho con solo brindarle su atención a Stella. Colton es alto también, mucho más que Stella, casi rozando el metro noventa. Moreno, ojos verdes como las aceitunas, sonrisa de dientes blancos y rectos y cabello castaño oscuro. Va tan formal como cualquier hombre de negocios, con un traje azul oscuro y una camisa blanca. El tipo tiene tal porte que parece sacado de una revista de moda.

Debo admitirlo, KI trajo los mejores para manejar este negocio. No quiero ni saber cuánto costó reunir a este equipo tan magistral.

—Necesitamos un nombre atractivo, fácil de recordar y que transmita los valores y la identidad de la marca de manera efectiva —dice el responsable de todo—. Si conseguimos encontrar el nombre adecuado, con todo el trabajo que hemos invertido, estoy seguro de seremos un éxito.

Los ojos azules de Arturo King se topan con los míos un breve segundo antes de desviarse una vez más. Luego de eso, vuelvo al tema de mis primeras veces, sobre todo, el arrepentimiento.

Sabía que el beso que compartí con Arturo había sido una mala idea, en especial porque me había gustado más de lo que debía. Pero, a pesar de eso, fue una mala, malísima idea decirle que no podía pasar de nuevo. Porque no podía pasar de nuevo, o eso quería creer. Y, luego de nuestra conversación el sábado, Arturo ha estado evitándome de la manera más evasiva posible, valga la redundancia.

Él parecía entender mis puntos, los cuales eran los siguientes. A: estaba recién salida de una relación insana y tenía el corazón magullado. B: no podía involucrarme de más con mi compañero de trabajo. C: Arturo y yo habíamos forjado una especie de vínculo silencioso de aliados que no pensaba romper. Y D: no quería enamorarme de él, porque si lo hacía, sabía que iba a quedar destrozada una vez que todo acabara, incluso más que con Daniel.

Arturo es un hombre ágil, inteligente, seguro de sí mismo, arrogante e íntegro. No lo conocía lo suficiente, pero por lo poco que sabía, sé que es demasiado fácil caer a sus pies. Ciertamente no es un hombre implicado en seducir, pero es obvio que, su ignorancia en el tema lo hacía más atractivo que nunca. Su apariencia, su porte, su seguridad y la manera que tiene de hacer que todas las personas se sientan importantes son factores que lo convierten en el hombre ideal.

No estoy lista para eso. No todavía.

Por eso hablé con él el sábado, por esa razón le dije que podíamos ser amigos y nada más. Y, aunque él parecía estar de acuerdo con eso, se pasó el término amigos por el culo, ignorándome a propósito.

«La verdad es que hemos llegado muy lejos y no solo en el negocio, y ciertamente, no quiero arruinar las cosas por darle importancia a un estúpido beso que no debió ocurrir. Fue un error. Y, con toda honestidad, te aseguro que jamás volverá a ocurrir». Sus palabras me dolieron, debo ser honesta, sobre todo cuando dijo que el beso había sido un estúpido error. Sin embrago, no podía objetar nada, dado que yo había iniciado la conversación con «... la verdad es que me agradas y no quiero arruinarlo haciendo cosas poco... profesionales».

Fui quién puso el tema sobre la mesa y ahora era yo la arrepentida. Porque sí, estoy arrepentida con mayúsculas. Debo admitir que me duele, porque desde el sábado no hemos hablado más que monosílabos y ya ni siquiera me envía mensaje, aunque sean de trabajo. Me siento excluida e ignorada, y es como si me hubieran arrancando una parte del cuerpo.

¿Es estúpido? ¿Soy yo una estúpida por sentirme así? Sé que no llevo mucho con él, pero siento que lo conozco de toda la vida. Quizás sí, soy una estúpida a la que le gusta su socio comercial. De todos los hombres que existen en el universo, me viene a gustar alguien a quien no puedo tener.

Genial.

—Tengo una idea —la voz de Sasha logra sacarme de mis pensamientos, devolviéndome a la realidad. La pelirroja tiene una sonrisa en la cara y apoya sus manos sobre su abultado vientre de ahora ocho meses—. La imagen de la galería será Adelinne, por lo tanto, la mayoría de las veces la veremos de cara al público. También será la que reclute a los nuevos artistas, sabemos que tendrá ayuda con Brad —señala al castaño a su lado— y el resto del equipo de agentes que se unirán a nosotros en el futuro. Sin embrago, debemos tener en cuenta que los artistas vendrán a trabajar con nosotros por ella —me sonríe—. Su nombre siempre tiene importancia en el medio artístico y más aún cuando ha sido galardonada con el premio del Mejor Pintor Profesional del país dos años consecutivos. Sugiero que, para darle un renombre que ponga en la cima de inmediato a la galería, empecemos con darles a los críticos y a los fanáticos del arte, algo que puedan halagar.

Todos me miran. Todos en la maldita mesa me miran, y yo solo tengo ojos para Arturo King. El sujeto tiene la mirada más intensa y penetrante que haya visto y eso solo consigue que me ponga más roja de lo normal.

—Es una buena idea —comenta Stella—. He visto muchos museos y galerías que se llaman como grandes artistas. También podemos colocarle un nombre a la primera galería y a las sucursales colorarles otro, siempre que sea congruente con la marca que queremos mostrar.

—¿Tendría que llevar mi nombre? —cuestiono con una mueca.

—Es una buena idea —alega Colton—. ¿Propones otra cosa?

—La verdad es que preferiría que no llevase mi nombre —suspiro, jugando mis dedos en mi regazo—. Sé que hemos estado aquí toda la mañana, pero ¿no podemos pensar en otra cosa? Sé que podemos hacer alusión que estoy involucrada colocando otro nombre que no sea el mío.

Mi punto parece rodar por la mesa mientras Stella y Colton hacen una lluvia de ideas con mi nombre. Yo, por otro lado, le doy golpes a la mesa larga de la sala de juntas con el pulgar, sin poder mantenerme quieta.

—Según internet, muchas galerías o centros de exposiciones se llaman como una obra en específico de su artista —señala Stella, apretando el botón en un extremo de su bolígrafo—. ¿Cuál es tu obra más importante, Adelinne?

—Claroscuro —respondo sin pensarlo dos veces y Arturo y Sasha responden conmigo al unísono.

Los dos están tan sorprendidos como yo al notar que los tres hablamos al mismo tiempo, sin titubeos o dudas. Que Sasha lo sepa no es una sorpresa, es claro que es mi fan número uno. Pero que Arturo esté tan seguro de su afirmación, hace que mi estómago se volteé con fuerza.

—Bueno, guau —Stella se ríe y mira a Colton—. Creo que el nombre ya estaba listo y nosotros no lo sabíamos. ¿Dices que es tu obra más importante y conocida?

—Es la que me puso en medio de todo —respondo con orgullo y algo de nostalgia—. Gané mi primer premio al Mejor Pintor Profesional de Estados Unidos gracias a esa pintura. Soy quien soy por Claroscuro.

Stella me mira fijamente por un largo segundo en silencio, como si estuviera analizándome a fondo. Después sonríe y asiente.

—Bueno, creo que ya no hay nada más que pensar —se endereza en su silla y chasquea los dedos—. Claroscuro será.

🎨🎨🎨🎨🎨

Antes de que la reunión terminara, Stella y Colton nos hicieron propuestas de todo tipo para generar más publicidad una vez que la marca esté lista para salir a la luz. Desde la creación de la página web, un blog, páginas de Instagram, Facebook, Twitter y YouTube. También se habló del marketing físico como repartir volantes e instalar vallas publicitarias en puntos estratégicos de la ciudad. Todo parecía viable y me gustaba, sentía que todo iba por buen camino.

—¿Cómo te sientes? —le pregunto a Sasha una vez que salimos de la sala de juntas.

—Ah, hastiada de tanto vomitar —gruñe, pasándose las manos por su panza de embarazada. Se le ve preciosa con el vestido vino tinto por encima de las rodillas—. Me dijeron que las náuseas desaparecerían luego de los primeros meses, pero me mintieron.

—No puedo ni imaginar lo difícil que es —le digo.

—¿Quieres hijos? —cuestiona cuando nos detenemos frente al escritorio de su esposo, que está junto a Arturo, Stella y Colton cerca del ascensor.

—Sí, algún día —sonrío con melancolía—. No he pensado mucho en eso, pero sí quiero una familia. Ya sabes, el esposo, la casa, los hijos —me río cuando ella suspira soñadora—. En el futuro, por ahora, estoy bien así.

—Eso es lindo —me dice—. Yo antes estaba de parte de esas mujeres que dicen que ser madre o simplemente sentar cabeza no me haría feliz, pero estaba tan equivocada. Cuando este niño me pateó por primera vez —apoya su mano en su vientre y emboza una sonrisa de dicha absoluta—, sentí que todo mi mundo encajaba en su lugar. El nivel de felicidad que sentí no se compara con tener mil millones en el banco o tener el mejor puesto de abogada en una empresa. Esto va más allá, no todas estamos hechas para experimentar algo así —me guiña un ojo—. Pero siento que tú y yo sí.

—Que lindo que pienses así —no puedo evitar sonrojarme.

La verdad es que jamás he ideado un plan para mí futuro, pero sí quiero una familia llena de amor, de eso estoy segura.

—Por cierto, una vez que nazca el bebé —digo—, ¿podrás trabajar bien?

Suspira pesadamente y pone los ojos en blanco.

—Sé que será difícil y muy cansado, pero estoy segura de que encontraré un buen tiempo libre para ayudar —asegura—. Desde que me embaracé, Thony se puso histérico. Trabajé en un par de inversiones con Arturo, pero cuando entré al segundo trimestre, dijo que me quedaría en casa —se acerca para susurrarme—. No puedo mentirte, amé el tiempo para holgazanear, pero me gusta trabajar así que aquí estoy —me guiña un ojo—. No te preocupes, estaré lista una vez que llevemos todo al siguiente nivel.

—Es bueno escucharlo —me río ante su descaro.

—Lamento cortar la conversación, pero tengo que irme a una clase de pre-mamá —gruñe y resopla—. Las odio, pero son necesarias.

—Vale —sonrío y le doy un abrazo—. Ya nos veremos por ahí.

—Eso espero, linda.

Me da un beso en la mejilla y después la veo alejarse hacia su esposo. Le da un beso cuando el elevador abre sus puertas y se despide de Arturo antes de subir junto con Stella y Colton. El teléfono de Arturo suena y él contesta antes de que pueda siquiera pensar en acercarme a él.

Anthony es quien sonríe y camina hacia su escritorio.

—¿Todo en orden en la reunión? —cuestiona, mientras organiza un par de cosas sobre su mesa de caoba marrón.

—Todo excelente —asiento con una sonrisa—. Es gratificante ver que todo vaya sobre la marcha.

—Tienes razón —asiente—. Me alegra oírlo, sé que el proyecto será un éxito.

—Eso espero, gracias —sonrío.

Anthony mira por encima de mi hombro y señala detrás de mí.

—Si quieres hablar con él, ve antes de que se ponga modo imbécil —pide con sus ojos sobre los míos. Miro por encima de mi hombro y veo a Arturo pasar de nosotros con el teléfono en la oreja—. Ha estado más irritable de normal.

Mierda.

—¿Todo está en orden? —cuestiono mirando de nuevo al rubio.

—Meh, normal, sí —se encoje de hombros—. Pero si puedes hacer que saque la cabeza de su culo, te estaré agradecido por el resto de mi vida.

Frunzo el ceño y ladeo la cabeza.

—¿Tengo que saber cómo quitarle lo idiota? —indago con sorpresa.

Anthony sonríe y me guiña un ojo.

—Creo que estás por descubrirlo —asegura y después se va por el pasillo a quien sabe dónde.

Yo, sin embrago, estoy más que anonadada. No estoy segura de cómo tomarme las palabras de Anthony, pero antes de poder pensar mucho más en eso, salí disparada hacia la oficina de Arturo.

Toqué dos veces y su potente voz al otro lado de la puerta me hizo saltar en mi sitio. Tragué con fuerza y entre con cautela, encontrándolo escribiendo algo en su MacBook. Verlo todo imponente con su traje negro y su camisa del mismo color me hacía sentir pequeña. Él era tan elegante y yo estaba aquí con mis jeans ajustados, camiseta blanca, americana oversize azul claro y unos botines negros de tacón bajo.

Y no es sólo eso, porque, aunque él tuviera razón y solo fuera «una cara bonita» había más en él que me hacía temblar de pies a cabeza. Pero no era eso lo que venía a hablar, sino de su grosera manera de ignorarme.

—¿Puedo ayudarte en algo, Adelinne? —mi nombre es su voz seguía siendo una delicia para mis oídos, pero su maldita manera de seguir viendo la pantalla de su laptop y no a mí lograba ponerme a hervir de rabia.

¿Y este qué se cree?

—La verdad es que sí —me crucé de brazos y fruncí el ceño—. Quiero saber cuándo piensas dejar de ignorarme.

Mis palabras consiguen el efecto deseado, porque sus dedos se paralizan sobre el teclado y sus ojos azules se posan en mí. Su mirada es aún más aguda detrás de esos sexys anteojos. Maldita sea, se supone que no debo pensar en él siendo sexy, aunque claramente lo sea.

—No te estoy ignorando —declara con voz neutra, sin expresión y sin ganas de mostrar más que indiferencia.

—Por supuesto y las vacas vuelan —repliqué.

Una ruptura en su coraza se hizo presente cuando una de sus cejas se arqueó.

—¿Qué te hace pensar que te estoy ignorando? —cuestiona, dándole golpes al escritorio con los dedos.

—Bueno, no sé —finjo pensar mirando el techo—. Quizás el hecho de que solo me has dirigido la palabra siete veces en los últimos tres días. O tal vez que en esas veces solo me has dicho monosílabos —seguí cuando intento hablar—. O puede ser que pareces no soportar mirarme por más de cinco segundos —levanté la barbilla y fruncí el ceño hacia él—. Esas pueden ser unas señales bastante válidas, pero no estoy segura. Dime tú, ¿estoy equivocada o solo son imaginaciones mías?

Se queda estático al escuchar mi larga letanía de reproches, y también sé que está sorprendido porque en sus ojos hay un brillo intenso y malicioso.

—Tienes bastante genio, ¿verdad? —se frota el labio inferior con el pulgar.

No mires ahí, no pienses en esa boca, no recuerdes esos labios.

—No, es que detesto que me traten como si fuera idiota —se queda a medio camino cuando se levanta de su silla.

Frunce el ceño y rodea el escritorio hasta detenerse frente a mí.

—Jamás he dicho que seas idiota —espeta con algo de enojo.

—Bueno, entonces el idiota eres tú por ignorarme como lo haces —espeto de vuelta, descruzándome de brazos, pero sin bajar la cabeza.

—Dijiste que querías mantener nuestro vínculo estrictamente profesional —sisea en voz baja y un torrente de calor se expande por toda mi piel. No debería, pero lo hace. Más si me mira con esos condenados ojos hipnóticos—. Estoy haciendo exactamente lo que me pediste.

Ah, conque soy la culpable. Bueno, en cierta forma lo soy.

—No, te dije que no quería que esto se pusiera incómodo y que podíamos ser amigos —aprieto los dientes, dando un paso en su dirección—. Te dije que no estoy lista para volver a caer a los pies de nadie y que por eso lo del viernes no podía volver a pasar. No te dije que fueras un idiota conmigo.

—No, dijiste que querías que fuéramos amigos —dice la última palabra como si fuera asquerosa.

Mi corazón vuelve a golpear con fuerza de ira cuando esta vez él da un paso hacía mí.

Oh, no, esta vez ganaré yo.

—Bueno, si tanto te ofendió que sugiriera que podíamos ser amigos y llevar la fiesta en paz, lo lamento —levanto las manos para dar más énfasis en mis palabras. Me acercó yo esta vez, levantando la cabeza para poder mirarlo a los ojos—. Por si lo olvidas, el que dijo que nuestro beso fue un estúpido e impulsivo error fuiste tú. Así que ahora no te hagas la víctima conmigo cuando eres el que piensa que yo...

No puedo seguir hablando, porque su boca está atascada sobre la mía.

Y ahí estamos.

Él, besándome.

Yo, besándolo.

Nosotros, besándonos.

Y, ha diferencia del viernes, esta vez soy yo quien lo atrae hacia mí con fuerza. Con sus manos en mi cara, llevo las mías hacia él, rodeando su nuca y tirando de su pelo negro entre mis dedos. Abro la boca para él y dejo que su lengua ataque la mía con fervor. Suelto un gemido y fundó mi cuerpo con el suyo, dejándome llevar por todo el calor, la electricidad y la emoción que me recorre por completo.

Puedo oler el cítrico de la mandarina, lo dulce de la vainilla y lo masculino del cuero en su aroma. Me pica la nariz y me enciende de una manera singular. Es fuerte, es potente, es visceral. Todo mi cuerpo vibra y se sacude contra el suyo. Es como si todas mis defensas bajaran y me convirtiera en masilla en sus manos. Siento que mi piel arde, que mi corazón grita y que mi mente se apaga.

Solo está él. Sus labios, sus manos, su cuerpo. Todo él. Y me encanta.

Maldita sea, me encanta y no sé cómo diablos parar.

—No tienes ni puta idea de lo que me haces —gruñe contra mis labios. Una de sus manos tira de mi cabeza hacia atrás y sus dientes entran en contacto con mi cuello. Me sacudo de placer y cierro los ojos, dejándome hacer. Chupa, muerde, lame, besa y soy de gelatina. Me empuja dos pasos hacia atrás y me estampa contra la puerta, apretando su cuerpo grande, duro y caliente sobre el mío—. Me estás volviendo jodidamente loco y no sé cómo carajos alejarme de ti.

Gimo y tiro de su cabello entre mis dedos, subo su rostro al mío y pego mis labios otra vez a los suyos. Sabe a whisky caliente, a menta, a fuego y a Arturo. Es una mezcla embriagadora y quiero beberla hasta saciarme. Sus manos bajan por mi espalda y van directamente a mi trasero. Me aprieta con fuerza y me atrae hacia su cuerpo. Su pelvis choca contra la mía y ahí lo siento. Está duro, listo, tan excitado como yo. Tiemblo de pies a cabeza cuando una alarma silenciosa se enciende en mi cabeza.

Me alejo de su boca, pero me quedo tan pegada a él como puedo.

—Arturo —jadeo, intentando darle algo de coherencia a mi cerebro, pero no lo consigo—. Yo...

—Lo sé —suspira con fuerza, apoya su frente contra la mía y cierra los ojos, respirando con agitación—. Lo siento...

—No —lo besó otra vez, porque su boca me hace sentir y hace tanto que no siento. Es vida, son colores, son matices oscuros y otros brillantes. Es jodidamente claroscuro y mi corazón no sabe qué hacer con tanto. Sus labios son lentos y dulces sobre los míos hasta que nos alejamos otra vez para respirar—. Seamos amigos, por favor —no sé por qué mierda estoy suplicando por eso, pero lo necesito. Si no lo acepta, estoy segura que me pondré a llorar ahora mismo. Lo beso una vez más, casto y rápido—. Sé mi amigo. Por favor.

Él está tenso, respirando forzosamente, pero no me suelta. Puedo sentir su corazón igual de acelerado que el mío, puedo sentir su cuerpo vibrar. Suspira, me rodea la cintura con los brazos y me besa una última vez antes de decir:

—De acuerdo —asiente, con su frente pegada a la mía.

—Prométeme que seremos amigos.

Lo piensa un instante, pero termina por aceptarlo. Veo que le cuesta, que le fastidia decirme que sí, pero por fin lo entiende y dice que sí.

—Lo prometo.

Puede que no esté lista, pero este hombre ha hecho que mi corazón se despierte del letárgico y horriblemente largo sueño en el que estaba. Y, aunque estoy muerta de miedo, su amistad parece ser más importante para mí ahora mismo que cualquier otra cosa.

¡Feliz año nuevo!

¿Cómo estuvo su final e inicio de año?

AAAAAAAAAAAHHHHHHHHH

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