12. Nacieron nuevos colores.
«Un mundo nace cuando dos se besan».
Octavio Paz.
Marzo, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
Dos semanas pasaron, estamos a cuatro días de terminar el mes y las cosas no podrían ir mejor. Las cosas con papá van como la seda, Molly y yo nos hemos acercado aun más y de una manera que me impresiona muchísimo, como por arte de magia los mensajes de Daniel y Clara se han detenido y eso lo agradezco más que nada. Ah, y el proyecto va viento en popa. Jamás pensé decir esto, pero creo que encontré un buen lugar donde plantar nuevos cimientos.
Sí, esa es una buena palabra y por lo mismo, mi nueva obra se titula igual: «Cimiento». Y, por si fuera poco, ahora es compañero de «Claroscuro» en la pared de mi pequeño santuario en la casa de papá.
En dos semanas pasaron muchas cosas. Primero; encontramos la manera de juntar un nuevo equipo legal con el cual trabajaremos de ahora en adelante, y segundo, encajamos de una manera bastante peculiar.
Cuando le dije a Arturo que no tenía un abogado porque había despedido al anterior, no tardó mucho en conseguirme uno nuevo. Uno de sus viejos amigos de la universidad. Otro tipazo sexy con el que recrearse la vista. Brad Carter. Un abogado de artistas, un representante y mi nuevo manager.
Brad Carter es alto y musculoso, atlético, pero sin ser exagerado, de cabello castaño oscuro y de ojos verdes como las esmeraldas, con una barba de unos cuantos días y un perfume que hace que las mujeres se derritan. Si no estuviera luchando contra los pensamientos inapropiados que me produce otra persona, habría caído rendida a los pies de mi nuevo manager. Sin embrago, me di cuenta de que es un hombre serio y profesional. Tiene un léxico impecable y una actitud positiva, determinada y segura. El tipo es tan perfecto que te cagas. Es increíble.
Él se encargará de representarme a mí y a los primeros artistas que reclutemos, luego de que crezcamos, buscaremos a más personas para que pueden representar a nuestros clientes. Por otro lado, el papeleo intermediario entre Arturo y yo lo va a manejar Sasha, porque él no dudó en incluirla y la pelirroja está la mar de contenta con esa decisión. Pensábamos que no aceptaría por el tema del embarazo, pero acordamos que llevaríamos las cosas con calma, después de todo, no tenemos prisa. No obstante, el trabajo de las últimas dos semanas fue tan productivo que el abogado inmobiliario de KI nos había encontrado dos terrenos en donde podríamos construir la galería.
—Dios, estoy tan emocionada —dije mientras me removía ansiosa en el asiento trasero de la Range Rover de Arturo, quién iba sentado junto a mí mientras Edward conduce en completo silencio—. ¿Crees que este sí sea adecuado? Me parece que el anterior está muy deteriorado y necesita demasiado trabajo. ¿Tú qué opinas?
Miré hacia Arturo, que a su vez ya me estaba mirando. Sus ojos azules centelleantes bajo las gafas me miraban con tanta atención e intensidad que todo mi cuerpo se sacudió. Hoy se veía de lo más atractivo con ese traje gris claro, camisa blanca y zapatos negros como su cinturón. Su cabello negro seguía bien peinado, pero tenía un mechón rebelde cayendo sobre su frente y me ha costado tanto mantener mi mano quieta para no apartarlo de allí.
Y yo, por otra parte, por el calor tremendo que hace en L.A. me puse un short de jean azul oscuro, una camisa negra de mangas cortas y cuello alto y unas Converse negras. Si bien no parezco una loca, con él vestido tan elegante me siento como si fuera una universitaria inexperta.
—Era un buen lugar —dice, respondiendo a mi pregunta, sin quitarme los ojos de encima—, pero tienes razón, está muy dañado. Aunque no hay prisa, siempre podemos demolerlo y construirlo de nuevo.
—Tienes razón —bajo la mirada cuando siento el picor de su mirada por todas partes—. Veamos este y si está mejor, supongo que podemos sopesar la idea, ¿verdad?
—Me parece justo —asiente.
No hablamos más, pero nos miramos por unos largos minutos. No sé qué pasa por su mente cuando me mira, pero sí lo que pasa en la mía cuando lo veo. Pienso en tantas cosas y me cuestiono otras tantas. ¿Qué se sentiría sostener su mano por más de un mísero segundo? ¿Y si entrelazo mis dedos con los suyos? ¿Cómo sería estar entre sus brazos, ser abrazada por él? ¿Y sus labios, tendrían sabor al whisky que bebe dos veces al día? ¿Serían suaves, acolchonados y firmes como se ven?
Es obvio que no debía pensar en eso, pero no puedo evitarlo, es difícil, y más aún teniéndolo tan cerca.
Mi teléfono vibra y es por eso que rompo el contacto visual, lo saco de mi bolso y veo el montón de notificaciones que me llegan. Es una noticia de Instagram. Frunzo el ceño y abro el artículo.
ADELINNE LEWIS... ¿DESAPARECIDA?
Desde hace varias semanas los fanáticos de la aclamada artista y la hija favorita de la Galería Luceros ha estado fuera del radar. Muchos dicen que ya no trabaja para dicha galería, pero sus admiradores exigen una respuesta inmediata. Ellos necesitan saber el paradero de su artista favorita y por qué ha pasado tanto tiempo lejos del ojo público.
Varias personas han afirmado que hace varias semanas no sube contenido a su página de Instagram y mucho menos a su página web. Después de romper el récord al vender veinte cuadros en un día, la artista ha permanecido en las sombras.
También se supone que su relación amorosa con el abogado deportivo Daniel York ha terminado. ¿Será esa la razón por la cual Adelinne Lewis ha dejado las redes? ¿Hay un corazón roto a la vista? ¿Qué pasará con la artista y sus aclamadas obras?
—Mierda —gruño y apago el teléfono.
—¿Problemas? —cuestiona Arturo con el ceño fruncido.
—No —guardo el teléfono—. Creí que con el pasar de los días las cosas se quedarían donde estaban, pero al parecer, la prensa quiere hablar ahora.
—¿Qué sucedió? —indaga con interés y algo en su mirada me hace soltar la lengua.
Apoyo la espalda en el respaldo del asiento y me cruzo de brazos mientras miro por la ventana.
—Cuando viene a Nueva York lo hice sin tener un plan —suspiro—. Despedí a todo el mundo y hui porque me estaba ahogando. No supe que otra cosa hacer para sentirme libre. Los Ángeles fue la mejor opción.
—Aprecio que hayas tomado esa decisión, créeme —su afirmación me hace cosas en la panza y también me obliga a sonreír, su expresión se suaviza un poco, pero sigue frunciendo el ceño—. ¿Y cuál es el problema ahora?
—Que olvidé pedirle a mi antiguo abogado que enviara un comunicado de prensa para decirle al mundo que ya no trabajo para Nueva York —me cubrí los ojos con las manos y solté un gruñido quejumbroso—. Ahora todo internet está hablando de eso y yo quiero cerrar ese capítulo para siempre.
—Oye, calma —siento su mano en mi hombro, apretando suavemente. De alguna manera, logra reconfortarme. Bajo las manos y lo miro a través de mis ojos llorosos—. Todo estará bien ahora estás aquí. Estás bajo mi responsabilidad y créeme que nadie hablará de eso si no quieres —me asegura con tanta convicción que me estremezco—. Hablaremos con Brad mañana por la mañana y le pediremos que haga un comunicado de prensa, lo subirás a tus redes sociales y todo se calmará. Lo prometo.
Ahora su mano está sosteniendo la mía, apretando con fuerza, dándome consuelo y mi corazón no puede soportarlo. En sus ojos hay tanta ternura, tanto brillo y yo solo... Mierda, me estoy volviendo loca.
—Gracias —le sonrío con timidez, tratando de triturar a las mariposas que vuelan en mi estómago.
—Cuando quieras —no me suelta la mano, solo me sonríe y esa sonrisa lenta y ladeada me tambalea la vida completa.
En las últimas dos semanas, luego de conocer al nuevo equipo, de cerrar el trato, de la firma final del contrato y de todos los papeleos, luego de que todos se fueran, solo quedamos él y yo en su oficina. Comiendo sushi o comida italiana, hablando de planes a futuro, de cómo la galería cambiará vidas y demás... Y eso solo ha hecho que las estúpidas mariposas revivan dentro de mí y no sé qué hacer al respecto.
Ha pasado tan poco desde que me rompieron el corazón, no puede ser posible que este tipo, con una sola mirada de sus ojos azul cielo, esté devolviendo todos los pedazos a su lugar. Ni siquiera somos amigos, solo somos socios. ¿Qué tan loco suena eso?
—Hemos llegado —anuncia Edward y Arturo y yo nos soltamos como si tuviéramos lepra.
Nos miramos brevemente, él con el ceño fruncido y yo tragando con fuerza. No sé qué carajos acaba de pasar, pero claramente algo pasó. Decido no darle importancia y pongo mi mente en modo trabajo.
Cuando bajamos del auto, Amanda Cave, el abogado inmobiliario de Arturo, estaciona su auto detrás del Range Rover. La mujer morena y con cabello rizado baja vestida con un traje femenino de color morado oscuro y esa presencia empoderada que da miedo.
—Hola de nuevo —saluda otra vez con su iPad en la mano—. Esta propiedad es un poco diferente a la anterior, como pueden ver, está un poco retirada del centro. Síganme, les mostraré.
Arturo y yo vamos detrás de Amanda, corroborando lo que dice. Estamos a diez minutos en auto de Lewis Enterprise y a veinte minutos de KI, lo que nos deja un poco retirados del centro, sin embrago, sigue siendo un punto estratégico. Cruzamos una esquina y entramos a una calle concurrida, hay una biblioteca central, un Walmart, una cafetería y lo que parece ser una discoteca nueva.
—El terreno es ese —señala la siguiente esquina—. Antes era un taller de costura, pero los dueños cambiaron de residencia hace cuatro años —me detengo frente al recinto. Es de dos pisos, su fachada es de cemento y está pintada de color beige, pero el acabado está muy dañado—. El terreno mide diez metros por veinte, lo que equivale a doscientos metros cuadrados. Tiene dos pisos, un baño en cada uno. Un cuarto en cada planta que se utilizan para guardar cosas y un amplio pasillo, escaleras dobles y techos altos. ¿Pasamos a verlo?
—Por favor —la voz de Arturo retumba con fuerza a mi lado y solo por eso dejo de ver la fachada.
Amanda abre las puertas dobles de metal, que tiene cristales sucios que no dejan ver muy bien el interior. Cuando entro, juro que mi corazón se detiene. El espacio es tan amplio, tan luminosos. Tiene pisos de cerámica blanca que se pueden reemplazar, pero que queda bien, los techos son tan altos y tienen cristales que dejan entrar la luz del sol. Las paredes son altas y están pintadas de un color amarillo brillante que resulta incómodo a la vista, pero todo eso se puede cambiar.
—Te gusta —dice Arturo deteniéndose junto a mí.
—¿Qué? —frunzo el ceño, pero no dejo de visualizar todo en mi cabeza.
—El lugar —dice—, te gusta.
Me giro a verlo, tiene las manos en los bolsillos y sus ojos puestos en mí.
—Sí, me gusta —sonrío—. ¿Cómo lo sabes?
—Te brillan los ojos —camina hacia mí y se detiene a mi lado—. Me he dado cuenta que, cuando te gusta algo o estás muy emocionada, tus ojos se ponen brillantes.
Estoy boquiabierta por sus palabras y ciertamente, mi cara debe estar más roja que una manzana. Desvío la mirada y me muerdo el labio inferior.
—No digas esas cosas —le pido con una sonrisa.
—¿Por qué no? —siento su mirada quemar mi perfil.
Porque haces que sea imposible resistirse a ti, idiota, por eso.
—Solo no lo hagas —pongo los ojos en blanco, sin poder dejar de sonreír.
—De acuerdo, no digo nada —se aclara la garganta y se cruza de brazos—. ¿Qué te parece el lugar?
—Me encanta —camino un poco por el espacio vacío.
—¿Cómo te lo imaginas?
Eso es fácil.
—Todo de blanco, las paredes y el piso —señalo arriba—. El pasamos de las escaleras y el barandal en acero inoxidable y vidrio templado. Estanterías totales para exhibir las obras, y un juego de luces en las paredes para ambientar el lugar de acuerdo a la exhibición. Las ventanas del techo se quedan, sin lugar a dudas, le da un toque mágico con la luz del sol. Y luces blancas incrustadas en el techo —lo encaro una vez más y sonrío en grande—. Así me lo imagino.
Arturo me mira por un largo minuto en silencio, como si estuviera imaginando todo lo que le dije.
—Me agrada la idea —asiente y mira el lugar un momento antes de dirigirse a Amanda que está en una esquina concentrada en su iPad—. ¿Cuánto cuesta?
—En realidad, está relativamente barato —dice la mujer—. Ocho millones doscientos.
¡Ocho millones! Abro mucho los ojos, pero estoy demasiado escandalizada como para hablar. Ocho millones y ella dice que está barato, relativamente.
—Muy bien —Arturo asiente y me mira—. ¿Te gusta este lugar más que el anterior?
No dudo en responder. La luz, la amplitud, la centralización. Todo me enamoró de este sitio.
—Sí, lo amo.
—Excelente, entonces haz una oferta por siete millones quinientos al propietario —le dice a Amanda—. Coméntale que lo quiero para ayer, no dudará en tomar la oferta, créeme.
—Estoy de acuerdo —la morena asiente con seriedad—. Me pondré en eso ya mismo.
—Perfecto —él mira el Rolex en su muñeca—. Gracias por la visita guiada, Amanda.
—Siempre es un placer —los tres salimos y ella cierra, después se gira hacia nosotros—. Enviaré la propuesta esta misma noche, lo más probable es que tenga una respuesta para el mediodía. Te estaré informando entonces.
—Por supuesto.
—Gracias, Amanda —ella me sonríe antes de despedirse e ir a su auto.
Cuando el Volvo desaparece por la calle, Arturo me mira.
—Son casi las cinco, ¿tienes hambre? —cuestiona y la verdad es que no me sorprende la pregunta, lo ha estado haciendo desde hace unos días.
—La verdad es que sí —asiento.
—Conozco un buen lugar que está a unos veinte minutos, puede que consigamos una mesa —dice mirándome—. ¿Te apetece acompañarme?
Contrólate, Addy, mantén la calma.
¡Me está invitando a cenar! Espera, ¿me está invitando a cenar? No, seguramente se trata de una cena tardía entre socios. Sí, eso es.
Y, haciéndole caso a mi mente, asiento.
—Vale —sonrío, tratando de ocultar mis nervios.
¿Por qué carajos estoy nerviosa? Dios, me voy a volver loca. Una cosa es estar en su oficina, otra muy distinta es ir a cenar con él a quien sabe dónde. Lo único que me mantiene en el bote es que tal vez hablemos de trabajo, como lo hemos venido haciendo desde hace semanas. Ojalá mis palabras sean escuchadas por Dios o por quien sea, de lo contrario, no sé qué será de mí.
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—Dios, esto es increíble —suspiré al darle la última mordida a mi hamburguesa—. Es la mejor hamburguesa que he comido en mi vida.
—Te lo dije —Arturo le da un trago a su botella de cerveza.
—No, solo dijiste que conocías un buen lugar —lo acuse, limpiándome las manos con una servilleta—. No dijiste que conocías el mejor lugar del mundo. Después de esto —señalo mi plato vacío—, no volveré a comer en McDonald's nunca más.
—Eso está bien —sonríe detrás de la boquilla de su cerveza y yo me derrito.
El restaurante al que nos trajo Edward no es el típico sitio de hamburguesas. No, es mil veces más lujoso y elegante. El sitio es cerrado, con mesas redondas de madera y cómodas sillas acolchadas, música suave y un ambiente relajante. Está un poco lleno, pero por supuesto, eso no le impide a Arturo King tener una mesa especial para él.
Estamos sentados en la mesa del rincón, lejos de ojos y oídos inocentes, técnicamente en soledad total. Ambos pedimos una hamburguesa doble carne con queso cheddar y tocino. Y, jodido Cristo, no mentía cuando dije que es la mejor maldita hamburguesa que me comí en toda mi vida.
—No te veía como un hombre de hamburguesas —comenté, trazando círculos en la punta de mi botella de Coca-Cola.
—Ya te lo dije, hay demasiadas cosas que no sabes de mí —comentó, mirándome a través de esas suculentas gafas.
—Dijiste que, si aceptaba el trato, conocería todos tus secretos —me burlé con una sonrisita malvada.
—No me refería a ese trato —finaliza con voz profunda.
Sus palabras hacen que mi sonrisa se vaya apagando de a poco, dejando un par de manchas rojas en mi cara. Me muerdo el labio y miro la mesa porque no sé qué carajos hacer con el calor que me recorre el cuerpo entero.
«¿Qué clase de trato?», Quiero preguntar, pero me muerdo la lengua. No sé si estoy lista para conocer la respuesta a esa pregunta, así que desvío el tema.
—¿Por qué me trajiste aquí? —cuestiono en voz baja.
Sus hombros suben cuando toma una lenta respiración antes de responder.
—Dijiste que querías recuperar siete kilos perdidos innecesariamente —pone la botella de cerveza en la mesa y me mira—. Quiero ayudarte, así que estoy aportando mi granito de arena.
Su confesión me enternece y no sé cómo manejarlo. No debería mostrarse tan tierno, tan amable y dulce. El hecho de que se sienta responsable de ayudarme, hace cosas que no son actas para mí dolorido corazón.
—¿Tan mal me veo? —intento quitarle hierro al asunto con una sonrisa, pero sigue serio.
—Adelinne —apoya los codos en la mesa y se inclina hacia adelante—, podrías ponerte una bolsa encima y seguir siendo la mujer más hermosa que haya visto jamás.
Y ya está, mi alma quebrantada sana un poco más. ¿Cómo carajo lo hace? ¿Por qué tiene que hacerme sentir así? Es inútil ocultarlo, es estúpido tratar de hacerle entender a mi cerebro y a mí corazón que este hombre no puede ser tan perfecto.
—Gracias —sonrío con timidez—. Aprecio mucho que trates de ayudarme.
—Es parte de lo que hago —asegura, pero eso no le quita peso a sus acciones.
Estoy luchando en vano contra un tsunami. Estoy intentando detener el agua con las manos. Estoy tratando de proteger lo poquito de mi corazón que aún sigue intacto y estoy fallando como una campeona.
¿Quién lo iba a decir? Arturo King y sus lentes me están pidiendo de rodillas. Que locura.
—¿Quieres irte a casa? —cuestiona—. Tenemos que resolver cosas mañana temprano.
—Sí, claro —asiento.
Un pinchazo de decepción me aborda y es ilógico, sabiendo que estoy haciendo todo lo posible para dejar de sentir cosas, sin embargo, me habría encantado pasar más tiempo con él. Que idiota soy.
Pide la cuenta, y cuando estoy buscando mi billetera en mi bolso, una de sus cejas se arquea en mi dirección.
—¿Qué haces? —dice luego de darle la tarjeta de crédito al mesero, que se va sin darme la oportunidad de objetar.
—¿Intentaba pagar mi parte? —pregunto confundida.
—Ni lo sueñes —bufa—. Gracias por el ofrecimiento, pero no. Mientras salgamos juntos, la cuenta corre por mi parte.
«Salgamos juntos», no me dejo llevar por la calentura y frunzo el entrecejo.
—Es muy caballeroso de tu parte, pero la próxima pago yo —aclaro.
—Como quieras —su tono condescendiente me dice que está tratando de olvidar el tema.
No digo nada más, sabiendo que Arturo es más terco que una mula. Lo he descubierto desde hace un tiempo. Es mejor no llevarle la contraria.
Cuando el mesero vuelve y le entrega la tarjeta y el recibo, los dos nos ponemos de pie.
—Edward está buscando el auto —dice cuando salimos, mirando la pantalla de su teléfono antes de guardarlo en su bolsillo—. Tuvo que aparcar a dos cuadras.
—No hay problema —le sonreí, abrazándome a mí misma.
La brisa estaba fresca y la noche caía suavemente sobre la cuidad. Eran pasadas las seis y media y el contraste del morado, el ópalo y el naranja resaltaron en el cielo.
—¿No es raro? Los artistas pintamos lo que nunca antes se ha inventado y la obra de arte más grande de la historia es el cielo —lo miro, sus ojos azules fijos en mi rostro—. ¿No te parece el cielo la obra de arte más pura y perfecta que existe?
—No —niega, tomándome por sorpresa—. La obra de arte más pura y perfecta está justo frente a mí.
Mi corazón enmudece.
—¿Qué...?
—He tratado de contenerme, pero ya no aguanto más —dice.
Y, cuando estoy por preguntarle qué quiere decir, su boca está sobre la mía y todo lo que creía que eran los besos, se convierte en juegos de niños.
Todo él está sobre mí; una mano en mi cintura y la otra, en mi mejilla. Su cuerpo amoldado al mío, caliente, duro, fuerte. Y sus labios. Oh, Dios mío, sus labios. Son dulces, firmes, tersos. Sabe a cerveza, a calidez, a hombre... Sabe a Arturo. Y el tipo sabe besar. Usa todo a su favor. Su fuerza, su determinación, su poder.
Mi corazón está tartamudeando en mi pecho, mi cerebro está en shock y mi cuerpo en llamas. Estoy estática, paralizada, pero oh, tan conectada con él.
Sus labios ruedan suavemente sobre los míos, tan aterciopelados como la seda. Su lengua traza mi labio inferior y yo me derrito en sus brazos, apretando sus bíceps con fuerza entre mis manos. Y, cuando su lengua roza la mía, todo mi cuerpo entra en combustión.
Soy luz, oscuridad. Soy amarillo, rojo, naranja y azul. Y, por si fuera poco, con su boca en la mía, nacieron nuevos colores. El claroscuro muta y se convierte en pura luz, empujando la oscuridad hacia abajo junto con el frío, dejando solo fuego y calor.
Un sonido animal resuena en su pecho y un gemido sale del mío, justo cuando creía que me estaba acostumbrando. ¿No era esto lo que quería? ¿Un beso de este hombre? ¿Estar entre sus brazos?
¡No! Es tu socio, carajo. ¡No, no, no! Es tu compañero de trabajo. Esto está mal. ¡Muy mal!
Y, de repente, toda la cordura vuelve a mi cabeza, despertándome de mi letargo. Abro los ojos de golpe y pongo mis manos en su pecho para apartarlo de mí. Me llevo las manos a la boca y lo miro con sorpresa.
Tiene los labios hinchados, igual que los míos y me mira como si estuviera perdido.
—Ay, Dios —jadeo, dando un paso tambaleante hacia atrás.
Estoy temblando conmocionada.
—Adelinne —me mira horrorizado y trata de tocarme, pero lo esquivo—. Adelinne, por favor, yo...
—No, no, espera —levanto un dedo al aire—. Dame un segundo.
—Adelinne, lo lamento, yo...
—¡Shhh! Shhh —me llevo un dedo a la boca y sacudo la cabeza. Lo miro a los ojos y vuelvo a jadear—. ¿Qué hemos hecho?
—Escucha, Adelinne...
—No —lo detengo cuando da otro paso hacía mí—. Espera ahí. ¡Quieto! —advierto y su expresión se torna aún más aturdida, igualando la mía—. Dios mío, Arturo...
—Adelinne, déjame...
—Me iré en un taxi —retrocedo dos pasos con rapidez. Frunce el ceño y abre la boca para negarse, pero soy más rápida y hablo primero—. Me estoy conteniendo para no gritar y armar un drama ahora mismo, Arturo, no puedo irme en el mismo auto que tú —mi corazón galopa con fuerza dentro de mí cuerpo y la respiración me sale en jadeos temblorosos—. Necesito pensar, por favor.
Parece reacio a aceptar, con las manos en la cintura, la respiración agitada y aquel mechón de cabello cayendo sobre su frente. Parece tan sorprendido y anonadado como yo, pero se las arregla para asentir.
—Gracias —susurro, con la garganta seca y los labios hormigueantes.
—¿Me avisarás cuando llegues a tu casa? —cuestiona con cautela.
Mi alma se derrite, aún en contra de mi voluntad. Se supone que debo huir, de correr, de escapar y esconderme de él.
—Que seas tan caballeroso no ayuda en nada —musito en tono acusador.
—Solo avísame —ordena, con mandíbula apretada y todo.
—Lo haré —asiento, porque si no me voy ahora, no podré hacerlo después—. Lo prometo.
—Más te vale —gruñe, pasándose una mano por el pelo, irritado.
Me rio, y no sé por qué. Porque estoy loca seguramente. Me doy la vuelta después de darle una larga mirada, y me voy de ahí, con el corazón en la boca y con sentimientos que jamás pensé volver a sentir. Al menos, no con tanta intensidad y con tan pocas ganas de desterrarlos.
Dios mío. ¿Qué me ha hecho ese hombre?
¡Se besaron!
REPITO: ¡SE BESAROOOOON!
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