Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

6ª Parte: Lejos de las hogueras



La cama estaba tibia y el tenderete de pieles le mantenía caliente. El mundo parecía en paz. Aldric dormitaba cuando el capitán Oleg entró en la sala, trayendo consigo el frío de Koster. Discutía con las encargadas de la casa de salud, a lo lejos, muy lejos, reñían en aquella lengua desconocida y gorjeante mientras el silbido del viento helado se imponía al resto de sonidos, mientras la sangre se le helaba en las venas y el mundo se difuminaba en sombras blancas que lo acechaban. Más y más cerca.

Despertó con un empujón de Bohdan, y el veterano rastreador le advirtió algo en un susurro ronco. "Nada de dormir", sin duda, Trilero había insistido mucho en aquello. Una cabezada a destiempo y se podía dar por muerto. Un muerto feliz, eso sí, moriría con una sonrisa helada.

Pensar en el pequeño ébrida le causaba una desazón aterrada. El muchacho había sido el único capaz de interpretar para Aldric las palabras de los castríes, ahora que no estaba, no tenía manera de entenderlos.

Se removió en el sitio sin hacer ruido, tratando de mantener el calor, cada pequeño movimiento seguido por los ojos atentos de sus acompañantes. La tormenta arreciaba alrededor del pequeño abrigo rocoso, dejándolos ciegos y sordos, ateridos y asustados en aquel refugio improvisado, a merced de los elementos y del cazador.

Hubo un pequeño intercambio de palabras entre sus acompañantes. Hablaban con frase cortas y en susurros, asustados. El miedo brillaba en los ojos de cada hombre, la única parte de sus cuerpos al descubierto, en cada pequeño gesto, en el temblor de las voces. Bohdan los hizo callar con un gruñido áspero, pero ni siquiera el avezado veterano era inmune al miedo.

Aldric era el único que no tenía miedo. Solo sueño.

Sus ojos se cerraron y el noble achés tuvo que hacer un esfuerzo para abrirlos de nuevo. Cada pequeño movimiento era una tortura para su piel helada, y la nieve que cubría su abrigo se filtraba poco a poco hasta su piel, provocándole escalofríos incontrolables.

De nuevo, uno de los castríes preocupados volvió a preguntar algo, y de nuevo Bohdan le hizo callar. El hombre había tomado el mando del grupo a la muerte de Oleg, hacía solo unas horas. Era el más veterano del grupo, y el que más sabía sobre supervivencia en el hielo, así que había sido algo natural.

La muerte de Oleg. Diez descansos después de salir de Nizkygrad. El tiempo en Koster era extraño, la Luna casi nunca era visible y la transición del día a la noche era un puro formalismo, pues la oscuridad nunca cedía del todo el firmamento. Alla en las llanuras heladas, era incluso menos importante. La Luna apenas iluminaba aquel desierto blanco y la ligera calidez del astro no podía combatir con el frío letal del hielo. Las horas transcurrían entre caminatas y descansos, y los días y las noches se confundían.

Quizá había sido en el duodécimo descanso. Trilero y Oleg peleaban, de eso no había duda. Siempre peleaban, aquellos dos, otra vez algo que ver con la enfermera Lyuba. Pero aquella vez se había salido de madre.

Oleg había sacado el acero de su vaina y había amenazado al ébrida, que le había escupido en la cara. Seguía febril, Trilero; la mitad del tiempo no sabía qué hacía.

El sable subió y el sable cayó cuando una flecha le destrozó el pecho al joven capitán, mientras todos miraban y ninguno entendía.

Luego fueron los gritos, el caos. El segundo capitán, Kosmas, los llamó a las armas, pero sus voces se perdieron entre los gorgoteos de su garganta asaetada. Otro soldado cayó a diez pasos de Aldric, en plena carrera, con el astil de un dardo hundido en plena columna.

Recordaba la confusión, recordaba el miedo, la desesperación de no ver al tirador, de temer ser el siguiente sin siquiera la oportunidad de defenderse. Recordaba el rostro de Trilero, tendido en la nieve boca arriba, la mirada perdida, su cuerpo helado en el rictus de la muerte.

Otro empujón de Bohdan lo devolvió al presente, y le hizo saber que sus esfuerzos contra el sueño estaban siendo un fracaso.

La tormenta había seguido a la masacre, como si otra flecha hubiese perforado el cielo, soltando todos los vientos de aquella tierra maldita. Atrapados y perdidos en medio de la tempestad, los soldados habían quedado dispersos, perdidos.

Aldric había vagado en busca de los demás, en busca de algún superviviente, de algún enemigo, de alguna maldita forma distinguible en medio del viento y el snieg. Había encontrado varias.

Soldados alanceados, el sonido de cascos de caballos, apenas durante un segundo, y luego nada. Siluetas en la nieve, gritos de terror. O quizá solo el rugido agudo del viento. Era imposible saberlo en medio de aquel vendaval.

Tropezó con el grupo de Bohdan tras darse por muerto una decena de veces. Por suerte, sus piernas no entendían de lo que su cabeza pensaba, y habían seguido andando mucho después de que él se rindiese.

Aquello era lo que quedaba de los treinta hombres que habían salido de Nizkygrad: cinco soldados ateridos, dos espadas entre todos, una bolsa de tasajo y un excedente de terror.

El soldado asustado volvió a hacer su pregunta. Einar, se llamaba, si la memoria no le fallaba a Aldric. Había desarrollado buena memoria para los nombres y las caras, demasiadas veces se había humillado por no saber quién era quién. Recibió la misma respuesta breve y seca, y volvió a preguntar esta vez en voz alta.

Estaba ciego de miedo, tanto que ni percibió la flecha que le rompió el esternón hasta haber terminado de gritar su pregunta.

Bohdan masculló una maldición y se agachó contra el suelo, mientras indicaba al resto que lo imitaran. Salieron del abrigo a rastras y se internaron en el snieg, siguiendo el perfil de las rocas.

Había que dejar atrás aquella posición, perderse de nuevo en la inmensidad blanca. La tormenta les acogió en su abrazo como una madre amorosa, envolviéndolos en la calidez de su vacío, ahogando los gritos del compañero que abandonaban moribundo.

Costaba avanzar contra el viento, incluso agazapados y con la ayuda de las rocas, así que avanzaban en hilera, con la vista clavada en el hombre de delante, la única certeza en medio de aquella nada.

Estaba helado hasta los huesos, el hielo le rompía la piel. Pero siguió adelante, un paso tras otro. Su bota se atoró en el snieg y tropezó cayendo sobre el manto helado. Con pesadez, con dolor, se incorporó y siguió adelante. El aire helado le ahogaba, el embozo, el abrigo, le ahogaban. Un paso, luego otro. Vio a un soldado caído, uno de sus compañeros. Había tropezado en el snieg, trataba de levantarse, pero no tenía fuerzas.

Lo pasó de largo, igual que habían hecho los demás. Un paso tras otro, la piedad no tenía sentido cuando no había fuerzas. Lo piadoso era abandonarlo.

Pronto la figura caída fue solo un recuerdo irreal más entre el hielo. La marcha siguió, un tiempo eterno, indefinido, un paso tras otro, sin espacio para más pensamiento que aquel, sin lugar para nada más que la tozudez de la supervivencia.

En aquel momento fuera del tiempo, la tormenta se abrió y el mundo recuperó sus formas. Durante un segundo, un solo segundo antes de que la sangre del hombre ante él le cerrase los ojos.

Aldric maldijo, incapaz de abrir los ojos. Buscó con sus manos insensibles la empuñadura de una espada que no estaba allí, maldiciendo entre dientes, llorando de rabia sin lágrimas. Se enjugó con furia la sangre, cubriendo de snieg sus ojos, y entreabrió como pudo la mirada, tan aterrado de lo que pudiese ver como de no verlo.

El cuarto soldado yacía en el suelo, tiñendo de rosa el snieg, con la cabeza destrozada.

Un destino parecido al de Bohdan. El bravo veterano peleaba contra la muerte en la punta de una lanza, sostenido a dos metros del suelo. Pataleaba y gruñía mientras su vida resbalaba por el asta del arma, derramándose gota a gota en el suelo.

Aturdido, Aldric contempló los rostros pétreos de los lunáticos. Eran horripilantemente hermosos, tres orgullosos caballeros, como surgidos de alguna miniatura, tocados con bellísimos mantos y armaduras decoradas, portando armas de una elegancia imposible, decoradas y puras como el hielo.

Pero no tenían rostros, solos unas máscaras espejadas, con expresiones tan trabajadas como artificiales, vacías. El caballero ante él lo observó desde su apabullante altura mientras limpiaba con gesto elegante la sangre y los huesos de su espada. A su derecha, un arquero vestido de blanco, le observaba con curiosidad, con una flecha de plata apoyada en un arco hecho de flores de escarcha. El tercero, un jinete montado en un corcel de plata, se deshizo del cadáver de Bohdan y bajó su noble y vacía mirada hacia él, enfilándolo con la punta manchada de su lanza.

La tormenta aullaba en torno a ellos, pero el viento no se atrevía a traspasar el espacio en torno a los caballeros, el snieg no había tocado sus repujadas armaduras.

Aldric miró a izquierda y derecha, valoró la situación y no vio salida. El arquero lo abatiría antes de que diese dos pasos, no había huida posible. Solo quedaba morir luchando.

Levantó los puños ante él y apretó los dietes, en un desafío mudo a aquellas criaturas de pesadilla. La sangre se le heló en las venas cuando oyó una voz a su espalda.

—Levanta las manos, imbécil. De rodillas, o morirás.

Aldric tragó saliva.

Inspiró hondo.

Obedeció.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro