4ª Parte: Jaulas de grillos
No hubo ni media muestra de consideración para con la debilitada Annora. De una patada la empujaron a su nueva prisión y cerraron la puerta tras ella, con una palabra incomprensible y una risotada. Agotada, se había arrastrado sobre el suelo de piedra hasta apoyarse en la pared, y allí había descansado su embotada cabeza contra la fría piedra.
Aturdir a aquel lunático de la armadura por segunda vez en un solo día había sido más trabajo del que había hecho en toda su vida. Estaba rota, dolorida y con la garganta seca, y la cabeza aún le zumbaba por la resaca. Para colmo había perdido a Edda en la noche, así que a todas sus penas se sumaba la soledad. Durante el poco tiempo que habían sido señora y sirvienta, había desarrollado autentico afecto por aquella muchacha un pelín deslenguada.
Un rugido cargado de malas intenciones le recordó que su soledad, por desgracia, solo era relativa. Había llegado en un estado lamentable, pero lo que fuese que hervía dentro de aquel muchacho no entendía lo que era el dolor. En el nicho de enfrente, Aldric sacudía la reja con furia, cualquier resto de flema y contención perdido en aquella segunda prisión.
Su carcelero, un hombretón enorme con una venda en la cabeza, rio ante su desesperación, antes de lanzar un golpe contra los dedos del reo, que le obligó a soltar los barrotes. Se marchó riendo, dejando a sus prisioneros en la oscuridad con su marcha.
En cuanto la puerta se cerró Aldric empezó a escupir cada insulto que conocía contra aquel hombre, su raza y el mundo en general.
—Cielos, cállate ya —suplicó en un susurró ronco la dama—. Vas a hacer que me estalle la cabeza.
Aldric detuvo sus amenazas y se volvió hacia la mujer, con cara de pocos amigos. Ella le devolvió la mirada más digna que logró componer, dado lo penoso de su estado.
—Eso te pasa por andar emborrachándote —le imprecó el ruidoso noble.
—Lo necesitaba... —respondió lacónica Annora. Estaba tan cansada que los ojos se le cerraban solos.
—Por supuesto. He oído eso cientos de veces.
—Con tu carácter, no me extraña —soltó entre dientes la dama. Se rio sin fuerzas de su propio chiste, hasta que Aldric arrancó un chirrido a la roca que la hizo gemir de dolor.
—Divertido ¿Eh? —Aquel pequeño acto de maldad pareció calmarlo un poco. Se sentó también con la espalda apoyada en la pared y en tono casi neutro se dirigió a Annora—. Ahora hay que pensar cómo salir de aquí. Cuando vuelva el guardia, podría degollarlo y robarle la llave, solo necesito que tú...
—Oh, para ya, bobo—escupió la dama con cansancio—. No eres Roncefier, solo un crio impaciente.
Se mordió la lengua en cuanto acabó. Aquella resaca interminable hacía que ella misma no pudiese pensar con claridad, no debería haber ofendido a alguien tan volátil. La sonora respuesta no se hizo de rogar.
—¡Y dale con el maldito Roncefier! ¿Qué pasa con Roncefier, si se puede saber?
—Preferiría tenerle a él en esa celda, antes que a ti. —Todo resto de paciencia que quedase en Annora se lo había llevado su mal humor. Nunca había sido una persona diplomática, no iba a empezar en aquella celda.
—Pues te enmierdas, no está. A la mierda todos, Roncefier el primero.
—¡Ya ni siquiera sabes lo que estás diciendo!
—¡Porque soy un jodido imbécil!
—¡Sí! ¡Exacto!
Aldric no respondió a aquella provocación. Se limitó a caer en un bendito silencio hosco. Por desgracia no por mucho tiempo.
—Hiciste algo en Clípea...
Annora soltó un grito de frustración, que le dolió más a ella misma de lo que afectó a su compañero.
—Por favor, por favor... —suplicó—. Solo diez minutos. Cierra la boca solo diez minutos.
—Hiciste algo en Clípea... —siguió el noble, ignorando su desesperación—. Con esa... esa cosa. Y en el carro también. —No podía verlo con los ojos cerrados, pero notaba en su voz como el muy desgraciado iba animándose—. Cuando la criada cayó. Hiciste algo con las manos y esa cosa se quedó quieta.
—¡Si! —exclamó ella a la desesperada—. Sí, hice magia ¿Vale? Fue magia.
—Magia ¿eh?
—¿Pero te lo estas tomando en serio?
—¿Por qué no? Todo el mundo sabe que en el Rygge sois brujas.
Annora refunfuño por lo bajo y trató de taparse los oídos, pero el muchacho se negaba a dejarla en paz.
—¿Cómo funciona?
—¿Qué?
—Cómo funciona la magia.
—Oh, por amor de... —Annora se rindió y trató de acomodarse cuanto pudo. Al menos el chico había dejado de gritar—. Es como un aturdimiento ¿vale? Puedo meterme en sus cabezas y dejarlos en blanco.
—¡Bien! Podemos usar eso para salir de aquí.
—¿Tienes licor?
Annora esperó paciente mientras el noble buscaba con la vista por su estrecha prisión.
—No —respondió al fin.
—Entonces no hay magia que valga.
—¿Necesitas estar borracha para hacer magia? —replicó Aldric con escepticismo.
—Tal que así.
—Pues vaya bruja de segunda...
Más dolida en su amor propio de lo que jamás admitiría, Annora chasqueó la lengua y refunfuñó.
—Mira —se explicó—, cuando me pongo a hacer magia, lo oigo todo, todas las mentes que haya a mi alrededor. Te puedo asegurar que es caótico y muy desconcertante, así que para poder centrarme en una sola cabeza y anularla por la fuerza, necesito algo que amortigüe las interferencias. Así que, como decía, sin licor no hay magia.
—Espera, espera ¿Puedes leer mentes?
—No exactamente, es más como... —Annora lo meditó un segundo. No tenía ganas de pensar—. Más como sentimientos, supongo.
—¿Lees sentimientos?
—Algo así.
—Pues vaya. —concluyó Aldric, reflexivo—. ¿No tienes algún otro tipo de magia?
—No. Uno por bruja, es lo que hay.
—Pues vaya.
Un silencio incomodo flotó en las mazmorras, para alivio de la dama. Ya había logrado cerrar los ojos y dar media cabezada cuando Aldric volvió a la carga.
—¿Y sí...?
Annora se levantó con un bramido. El dolor de la resaca se había atenuado bastante, pero seguía con los nervios a flor de piel, y aquel idiota no estaba ayudando.
—Y si nada ¿Entendido? —rugió con expresión iracunda—. Estamos aquí atrapados, y punto. ¡Ellos deben ser cientos, por amor del cielo! Y nosotros solo dos. Se acabó ¿Esta claro? Se acabó...
—Es mejor morir de pie, que...
—¡No! ¡Morir es una mierda! ¡De pie, de rodillas o haciendo el pino!
—Y-y... ¿Y entonces qué? ¿Esperamos a que vengan a matarnos?
—Oye, mira, déjame ser clara —el tono de la bruja se volvió helado con cada silaba—. No eres más que un bueno para nada en un mundo demasiado difícil para ti. Cuanto antes lo aceptes, mejor.
Aldric no respondió. Se limitó a respirar con lentitud, temblando de pura ira. Annora le sostuvo la mirada, poco dispuesta a perder aquel choque, clavando sus ojos de halcón en el rabioso muchacho.
Entonces Aldric rompió a llorar. No fue un llanto ruidoso, solo lágrimas amargas rodando por sus mejillas temblorosas. Aquello desconcertó a la orgullosa dama, que perdió fuelle a toda velocidad.
—Oye... yo no...
—No —la detuvo Aldric con voz temblorosa—. Esta bien. Tienes razón, es lo que hay. La mancha de su estirpe, la vergüenza de los Belclair...
—No, oye...
—Nada más que un imbécil que no debió ni nacer. El señor de Belclair lo dejó claro a menudo.
—Oye —intentó Annora, más calmada—. No me vengas ahora de víctima ¿eh? El Rygge tampoco es un lecho de rosas...
—¿Has visto alguna vez el desprecio y la decepción en el rostro de toda tu familia? —escupió el muchacho con mal contenida rabia. Aquella rabia era muy distinta a la de antes, oscura y dolorosa, Annora empezó a sentirse mal con solo estar cerca—. Cada acción, cada respiración, cada minuto de mi vida ha sido reprobable, insuficiente, indigno.
—Cálmate, por favor... —suplicó la bruja con un hilo de voz.
—¿Sabes? Cuando me dijeron que me uniría a la Orden del Candil, casi llegue a tener un minuto de alegría. —El noble rio sin humor, pero su respiración se entrecortaba por el dolor—. Enseguida entendí que un hijo muerto en nombre de la Orden le valía mucho más a mi familia de lo que le valía el mismo inútil vivo.
—Seguro que no... —intentó la bruja sin fuerzas, pero Aldric no la escuchaba.
—¡Me lo dijo él mismo, por amor del cielo! ¡Y ni eso he conseguido hacer bien! —siguió Aldric con una risa desganada—. ¡No es tronchante! Y lo mejor de todo... es que tenían razón.
Con un suspiro desganado, Aldric le dio la espalda y se tumbó a dormir. No podía verle en la oscuridad, pero seguía sintiéndole temblar de rabia y dolor. En su jaula, Annora se tumbó también con cansancio. Una vez quemada la rabia y el embotamiento del alcohol, se sentía perdida e indefensa.
Se obligó a contener las lágrimas e intentar dormir.
Necesitaba con urgencia un buen copazo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro