Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

19ª Parte: La rata


Las ratas del viejo fuerte habían vivido allí mucho más que cualquiera de sus habitantes. Habían visto los tiempos de Gracia y Milesia, el nacimiento del imperio, el abandono atropellado del cataclismo, la soledad del imperio de los gigantes y los primeros pasos de los nervitas en aquel lugar.

Habían perdido el miedo a la humanidad; gordas y curiosas, vagaban por las mazmorras como dueñas y señoras, se burlaban de los presos con sus naricillas levantadas y sus paseos acelerados.

Aquella rata en concreto era especialmente gorda y grande. Correteó desde la puerta de su madriguera hasta el centro del pasillo, un par de ojillos brillantes en la oscuridad. Había olido el aroma delicioso de la carne asada, y estaba dispuesta a hacerse con un trozo. Correteó cuidadosa, husmeando el aire, hasta llegar al pedazo de asado junto a la reja, todavía humeante, y aún tuvo tiempo de probar uno de los dedos del guardia calcinado antes de que Jenny se arrojase sobre ella.

Con furia hambrienta, la mujer aferró a la rata pese a los chillidos y mordiscos y la golpeó contra el suelo hasta que la bestezuela dejó de retorcerse. Luego se apartó hasta un rincón oscuro de la celda, donde rompió con un crujido la apestosa carne y hundió sus dientes decolorados en aquel humilde bocado, musitando satisfecha con cada bocado de carne caliente.

Tal como Gracia, como el Imperio, el reinado de Quinto llegaba a su prematuro fin. Monstruos de pesadilla, hechos de humo negro, hierro y fuego, cruzaban los pasillos dando caza a los nervitas, consumiendo los esfuerzos de Quinto en un infierno con olor a pollo. A Jenny no podía preocuparla menos; ya encontraría la manera de salir, de momento aquellos fantasmas habían ignorado a los presos.

El hombre en la jaula de enfrente empezó de nuevo a sollozar, aterrado, y Jenny le arrojó un hueso de rata para hacerlo callar. Solo consiguió que sollozase un poco más bajo, pero la Nana no era exigente; aquello era un principio.

Retorció otro pedazo del animal con deleite, feliz de oír el sonido de la carne al romperse, de las vísceras al brotar con un borboteo sanguinolento. Sus últimos sueños habían estado plagados por el recuerdo del Aprendiz, y Jenny no veía el momento de volver a verlo.

El sonido de unos pasos la sacó de su burbuja de felicidad, erizó su lomo como si fuese un animal. Con cuidado, Jenny se escondió por completo en las sombras, masticando despacio. No eran pasos a la carrera, ni tentativos, sino el caminar firme de alguien sin miedo, unido para más inri al sonido despreocupado de una voz.

—Menuda historia —rio el paseante, levantando ecos en los estrechos corredores—. Algo parecido ocurre en mi caso, aunque yo era el pequeño. Tendrías que haberme visto hace unos años, un mocoso inútil y llorón, siempre tras las faldas de Munjoi.

La voz se acercó con los pasos, y él imbécil de la otra celda empezó a lloriquear. Jenny lo fulminó con la mirada, lo único que se atrevía a hacer dadas las circunstancias.

—Eso es bonito —continuó el hombre. Era una voz de hombre, sin duda, no muy grave, fría y cortés—. En mi caso estaba claro que yo nunca sería él, pero intenté ayudarle en lo que se le daba mal. Ahora nosotros traeremos el Sol, y el será rey.

La silueta del caminante llegó ante la reja, iluminada solo por la tenue luz del fuego de su espectral acompañante. Jenny había visto pasar a media docena, aullantes como huracanes, terribles como pesadillas, pero aquel era el primero que podía contemplar con tranquilidad. Las nubes que formaban su cuerpo refulgían con vetas de llamas, su figura casi humana se distorsionaba más allá de la cintura. Solo la cabeza permanecía compuesta, oculta bajo una máscara de hierro, enlazada con los grilletes que atrapaban sus manos difusas con cadenas oxidadas.

El hombre se detuvo junto al cadáver del guardia y tomó su espada con gesto tentativo, la blandió un par de veces, pasó el dedo por el filo y la desechó molesto. El estrépito del acero sobre la piedra arrancó un gemido de miedo al otro prisionero, y llamó la atención de los recién llegados sobre su jaula.

—Fíjate Auro, el primer preso que vemos. Le han azotado parece —señaló el hombre, mientras se apoyaba en la verja—. ¡Eh, tú! ¿Puedes entenderme?

El preso se limitó a acurrucarse más sobre sí mismo, gimotear más fuerte. El hombre se volvió hacia el espectro y se encogió de hombros, y por una decima de segundo, Jenny pudo ver sus facciones a la luz de la llama. Luego el hombre se volvió de nuevo hacia la celda y habló con frialdad.

—Quizá necesite un poco de ayuda para hablar —sugirió—. Quizá podamos darle un pequeño empujón.

—No vale la pena —le interrumpió Jenny, dando un paso fuera de las sombras—. La muerte es demasiado buena para una basura como él.

El hombre se volvió hacia ella, sorprendido al principio, divertido en cuanto la reconoció.

—Jenny Dientes Verdes —susurró con cierta burla velada—. Por supuesto.

—Caballero de la Bréche —le correspondió Jenny, más nerviosa de lo que aparentaba—. Ese hombre abusó de una niña. Tan repulsivo como pueda ser Quinto, al menos es justo en sus penas. Deja que muera ahí entre horribles sufrimientos.

Roncefier dejó la celda del llorón y se acercó a la de Jenny, lo que hizo que la muchacha retrocediese un paso. No había duda de que aquel era el caballero Roncefier de la Bréche, pero sus facciones, el brillo del fuego en su mirada, escondían una locura que antes no había visto.

—Parecéis una persona con mucho conocimiento en materia de justicia —señaló con frialdad el noble—. Quizá vos podáis ayudarme ¿Cuál es el castigo que corresponde a la traición, Jenny Dientes Verdes?

—Ojo por ojo —respondió Jenny sin amilanarse—. Al traidor se le traiciona; aquí me ves, pagando mi pena.

—Poca pena me parece.

—Bueno, solo soy una traidora a medias —indicó la Nana con suavidad—. Pero estaré encantada de ponerte en el camino al verdadero traidor, si a cambio me sacas de esta jaula.

—¿El verdadero traidor?

—El hombre que me vendió. El hombre que planeó tu muerte. —Jenny abarcó su celda con un gesto—. Como podrás imaginar, no siento mucho aprecio por él, ahora mismo.

—Tan tentador como eso pueda sonar, Jenny, no soy un hombre vengativo —hizo notar de la Bréche—. Al fin y al cabo, quien fuese que me condenó, también me puso en bandeja esto —señaló mostrando a la Nana una llave de piedra.

Jenny observó el círculo de piedra brillante, y por un segundo dudó si aquello también había sido parte del plan de Trilero. Al fin y al cabo, aquel enano hijo de perra trabajaba para la Orden, se suponía que buscaba aquellas cosas. Había tenido aquella sensación varias veces los últimos días, la sensación de que todos eran marionetas bailando al son del estafador, cumpliendo todavía su gran plan.

—¿Y qué te hace pensar que él no sepa dónde está la siguiente? —apuntó Jenny, desechando aquellas ideas—. Si te ha llevado a una, bien puede llevarte a la otra.

Roncefier suspiró. Quizá imaginaba que aquello era un farol, pero no podía permitirse descartarlo tan deprisa. Así sería como Jenny saldría de allí; con una oferta que el noble no podía rechazar. Justo como lo había liado Trilero la primera vez.

—Bien —concedió Roncefier con paciente cansancio—. Te escucho.

—Es un hombre de la Orden, uno que trabaja para la condesa. No se ensucia las manos, deja que otros lo hagan por él y luego cosecha los frutos.

—Astuto —reflexionó Roncefier—. Eso está bien.

—Sí, astuto y rastrero.

—Si es como dices ¿Por qué trataría de preparar una trampa para mí y mis hombres?

—Quien sabe —mintió Jenny sin parpadear—. ¿Quizá para sacar la llave a la luz, después de tu fiasco? —sugirió la Nana—. Solo él sabe que le pasa por la cabeza.

—¿Y Fuerte Rosa le ayudó, a un hombre, sin saber que se proponía?

—Trabaja para la condesa —se defendió Jenny—. Y tendrías que verlo, no parece un hombre, solo un guiñapo pequeño y maltrecho.

—¿Y de dónde dices que venía?

—¿Cómo?

—¿De dónde venía cuando llegó a Nyx?

Jenny palideció de sorpresa, y dudó por un momento. Aquella pregunta era extraña, la hizo dudar de cuanto sabía en realidad Roncefier de aquel asunto. Por un momento, contempló la posibilidad de que el noble se estuviese burlando de ella, de que supiese todo aquello y hubiese estado trabajando con Trilero. Aquel maldito charlatán había traicionado a Fuerte Rosa por Quinto, bien podía haber traicionado a Quinto con Roncefier.

—De Koster —respondió con sinceridad, barajando a toda velocidad las posibilidades—. Llegó a Fuerte Rosa desde Koster.

—Koster ¿eh? —Una sonrisa inquietante se formó en el rostro del caballero—. ¡Y tu que pensabas que no sacaríamos nada de todo esto! —recriminó a la sombra que flotaba junto a él—. ¿Has visto como siempre vale la pena preguntar?

Las vetas ígneas de la sombra resplandecieron por unos segundos, su cuerpo etéreo se arremolinó mientras la horrenda máscara se hundía en Jenny, un burdo rostro de hierro tachonado con agudos clavos.

—Solo una posibilidad, sí —admitió Roncefier—. Pero una que mantendrá contento a ese cretino de hierro. Viene de Koster, es huidizo y traicionero, trabaja para la Orden... El perfil cuadra.

Otro suave destello, como un pálpito. Otro susurro de humo en movimiento.

—Nos la llevaremos —afirmó Roncefier—. Sabe más de lo que cuenta y conoce la cara de aquel al que buscamos. Aún puede sernos útil.

El espectro avanzó hacia los barrotes y Jenny retrocedió por instinto, lista para saltar. El humo de la criatura calcinó los restos abrasados del guardia cuanto pasó sobre él, hizo temblar el aire a su alrededor cuando aferró la reja de hierro. El metal se quejó a medida que el calor lo hacía resplandecer, chirrió mientras la criatura lo doblaba a su voluntad, desgajaba el hierro como si fuese mantequilla, blanda en sus manos, hasta que abrió un boquete en la sólida reja.

Luego se apartó para cederle el paso, sin dejar de observarla con sus ojos de hierro, atravesados por clavos. Jenny dudó un momento, mientras el silbido del metal se apagaba en la oscuridad de las celdas. Luego, con mucho cuidado de no tocar los bordes, atravesó el boquete.

El caballero la observaba con el fuego reflejado en su mirada helada. Jenny tragó saliva y se obligó a serenarse. No pensaba dejar que Roncefier supiese hasta qué punto la intimidaba.

—Entonces ¿Nos vamos o qué?

—Sí, supongo que hemos terminado aquí —concedió Roncefier. Dio un paso, pero se detuvo al segundo, intranquilo—. Por cierto: no sabrás dónde pueda estar Quinto, o mi espada negra ¿No?

—Traté de fugarme demasiadas veces y al final me arrojaron a esta mazmorra —confesó con pena Jenny—. No he visto nada desde entonces.

—Los criados dicen que se fue a Deitronos y no ha vuelto ¿Quizá has oído algo distinto?

—Si eso dicen los criados, ellos sabrán más.

—Ya —Roncefier cayó en un silencio taciturno, torció el gesto y volvió a ponerse en movimiento—. Auro, nos adelantamos.

"NOS VEREMOS ARRIBA, MI SEÑOR" murmulló una voz de fuego, el arrullo tronante de una gran hoguera.

Jenny volvió la mirada a uno y otro lado, sin lograr ubicar la fuente de aquel sonido que parecía tener eco solo en su mente. Roncefier la tomó por el hombro y la invitó a adelantarle, mientras la figura de humo se expandía y deshilachaba como una tormenta de fuego.

Para cuando alcanzaron la escalera de caracol, el humo cubría la mitad de la mazmorra, ahogaba en su oscuridad los aullidos de horror de los presos. Jenny se detuvo al pie de la escalera y contempló con fascinado horror aquella nube infernal, hasta que Roncefier la empujó hacía las escaleras.

—Sigue adelante —le indicó—. No quieres estar aquí abajo cuando él termine de expandirse.

—¿Él?

—Auro.

—¿Esa... cosa tiene nombre?

Roncefier rio divertido, una risa hueca que retumbó en la estrechez de la escalera.

—¿Por qué no debería? No es tan distinto de nosotros dos, solo un tanto más viejo y difuso.

—Te llamó señor.

—El respeto de los ancianos, supongo. —Había una sonrisa bailando en la voz de Roncefier, algo parecido al aprecio—. No puedo odiar a tu traidor; me arrebató mi compañía y mi espada, pero a cambio y por su obra tengo a mi disposición a las legiones del abismo.

—Esas cosas ¿Te obedecen?

—En absoluto. Pero me escuchan. Compartimos una causa común, al fin y al cabo: el regreso del Sol.

La luz iluminó sus pasos a medida que abandonaban las mazmorras y se acercaban al exterior, pero no era la pálida y amable luz de la Luna, sino una luz roja, bailarina, inquieta.

—Les llamaron herejes por ello, les encerraron en una cripta por defender al dios que Nyx odia —continuó Roncefier—. Ahora son libres por y para la voluntad de alguien más, pero es difícil olvidar los viejos rencores ¿No crees?

Jenny gruñó por lo bajo. El viento empezó a morder su piel a medida que ascendían, un viento cálido, opresivo, pero aún mucho mejor que la quietud de los calabozos. Jenny aceleró el paso en cuanto vio la salida a su alcance, trepó los escalones de tres en tres, ansiosa por una bocanada de aire libre, por algo de luz.

Lo que la recibió arriba fue una panorámica del infierno. La pequeña ciudad de Quinto ardía a sus pies, el fuerte ardía tras ella, y aquellos espectros de humo y llama campaban a sus anchas por el paisaje encarnado. El viento que lamió su piel tenía la fuerza y la consistencia de una llamarada, y una lluvia negra de ceniza empezó a cubrir su cabello, sus ropas manchadas.

Un lunático acorazado aullaba en medio del caos, embestía con furia las casas, los carros, el suelo mismo, y cuanto quedaba a su paso eran cenizas y polvo. Ya no había gritos, nada vivo se movía entre las ruinas, solo el hollín y el fuego.

—Tiene cierta belleza ¿No es cierto? —comentó Roncefier llegando junto a ella—. El fuego.

Un estallido brutal resonó a sus espaldas y la entrada al calabozo se derrumbó sobre si misma con gran estruendo. Luego sobrevino un horrendo silencio, solo roto por el tintineo fúnebre de la máscara y sus grilletes, a medida que trepaban por el humo negro de la explosión.

Roncefier ni se inmutó; su vista estaba perdida en el paisaje en llamas, como si contemplase con arrobo a una hermosa mujer o la más bella de las pinturas. No reaccionó cuando un segundo estallido hizo derrumbarse parte de los muros del fuerte, ni cuando aquel espanto fumífero se reformó junto a él.

Jenny observó toda la escena con mirada desorbitada. Notó el temblor del miedo apoderarse de su cuerpo, la boca seca, la respiración pesada, mientras el mismo fuego del espectro brillaba en la mirada de Roncefier, perdida en la lejanía.

Cerró los ojos con fuerza, respiró despacio, dejó que la calma la inundase. Como tantas otras noches en la espesura, convocó sus viejos recuerdos, la caricia amable de su madre, la estrechez del tonel, el olor acre de un aliento repulsivo, el dolor, el miedo, la humillación, el fuego.

Abrió los ojos con determinación, y los horrores del mundo parecieron palidecer en comparación con los de su alma.

—Sí que es hermoso —concedió a Roncefier con una sonrisa afilada—, y se me ocurren un par de sitios que necesitan este embellecimiento.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro