
12ª Parte: Riña de cuervos
—Adelante —la invitó a pasar el Rey.
Mangata entreabrió la puerta y ella y Lupina entraron en silencio en el estudio real. Una de las nietísima, siempre dispuestas, las despojó de sus capotes, y otra les ofreció una bebida caliente que ambas aceptaron con un gesto.
Mangata dio un sorbo a su taza mientras echaba un vistazo de reojo a la sala. Hacía tres años que no la veía, pero había cosas que no cambiaban; el desorden, la sobreabundancia de papel, la escasa luz, el aroma a humo. El sonido de los gritos de su madre mientras practicaba combate contra el estafermo era la música de aquella sala, aquel y el chirrido de la mecedora del Rey, acompasado con el traqueteo de sus agujas de punto.
—¿Que querías? —preguntó Justo, levantando la vista sin dejar su labor.
Lupina cayó respetuosamente de rodillas y Mangata la imitó a medias, con una rápida reverencia.
"He avanzado en la cacería que me encomendaste, padre" explicó "Necesito tu permiso para el siguiente paso".
Justo suspiró con amabilidad.
—Sabes bien que Cautela es el encargado de la administración de la guardia —la corrigió con suavidad—. ¿Por qué no acudes a él, mi niña?
"Prefiero saltarme su permiso, padre" respondió con solemnidad Mangata "Acelerar los trámites."
—Se que tú y tu hermano no os lleváis del todo bien —la corrigió Justo por enésima vez—, pero tenéis que hacer un esfuerzo. Una tonta rivalidad no puede entrometerse en vuestros deberes como...
—Deja que hable la niña, Justo —lo detuvo Hiem, entrando en la conversación mientras se enjugaba el sudor. Tomó la capa que una de las nietísimas le ofreció y se sentó a horcajadas en un asiento, al lado del Rey—. Son mayores para estas tonterías. Cautela tiene unos ochenta años.
—Nunca dejan de ser niños, a mis ojos —se lamentó el Rey—. Muy bien. Habla.
Mangata asintió, estiró las manos un poco, algo así como un carraspeo.
"La noche pasada con la colaboración de la Guardia de Cuervos, organice una emboscada, de acuerdo a cierta información obtenida que me hizo creer que podría producirse una reunión del Yok en algún lugar de la ciudad. Gracias al bravo esfuerzo de los Cuervos y la ayuda de la suerte, que siempre ayuda a la causa de nuestra ciudad, dicha reunión fue sorprendida, y los asistentes capturados, con vida.
Uno de ellos había ingerido alguna clase de veneno antes de su aprensión, y llegó muerto a manos de Festo, pero el otro ha sido puesto a su cuidado, bajo cuyos hábiles servicios, hemos obtenido cierta información interesante; ubicaciones de guaridas, información sobre la organización, planes de futuro, etc."
Un grito en los pasillos interrumpió la relación de Mangata, la voz de una nietísima rogando a alguien que se detuviese. Unos pasos acelerados fueron muestra evidente del fracaso de la mujer, seguidos por el estruendo de la puerta cuando Cautela entró como un torbellino.
—Su alteza, mi Rey, pido que todo cuanto haya pedido Comadreja sea puesto en detención hasta ser visto por mí —reclamó con imperativa rapidez.
—Tranquilo, Cautela —le apaciguó Justo—. Tu hermana aún no ha solicitado nada.
—¿No? —Cautela quedó sorprendido un momento, luego sus labios se curvaron en una sonrisa satisfecha—. Entonces pido que su causa sea desestimada y haya de presentarla ante mí, según es convencional y acuerdo a nuestra ley.
"Está es una reunión privada" señaló Mangata. "Solicitó que le sea negado el acceso a mi hermano hasta que haya terminado de exponer mi causa al Rey".
—Solo que no es al Rey a quien has de exponer tu causa ¿Verdad? —la corrigió Cautela, clavando en ella una mirada fulminante—. Si no ante el responsable de guarda y ciudad, yo.
"La tarea me fue encomendada por el Rey, así pues, sujeta a su jurisdicción"
—No sin cargo o real dispensa, como convenientemente has olvidado, hermana —bramó Cautela—. ¿Demasiado tiempo fuera de casa?
—¡Por favor! —los apaciguó Justo—. No pensaba que tuviese que sentar un caso en nuestro tribunal para delimitar a quien le toca qué. Sois hermanos, basta ya, dejaos de peleas estúpidas. —El Rey se frotó las sienes agotado, antes de volverse a su esposa—. Y tú, deja ya de reírte.
—Es que son tan monos —se disculpó la Malenterrada, sin poder esconder la sonrisa.
—A ver, vamos a resolver esto como una familia —anunció el Rey, al tiempo que volvía a tomar su labor—. Escucharemos todos a Mangata, y así será como si presentara su caso ante el rey y el cautela ¿De acuerdo?
—Protesto —se quejó Cautela.
—Vetada por regalía —gruñó Justo.
—Pero quiero que conste mi protesta.
—Nadie anota esta causa —lo acalló Justo—. Procede, Mangata.
"Yo también protestó"
La Malenterrada estalló en una carcajada desaforada mientras Justo se llevaba las manos a la cabeza.
—Vetada también —exclamó el Rey—. Vetada. Sigue.
"Mi Rey, tengo motivos para no querer que Cautela oiga esta historia, como los tenía para ignorar su jurisdicción. El asunto que nos concierne es secreto entre el rey y su comadreja, y no afecta al cargo del cautela."
—¡Protesto, mi Rey!
—¡Basta ya! —les interrumpió justo—. ¡Basta! Cautela, derecho de palabra denegado. Mangata, habla o te encauso por desacato.
—¿Te acuerdas cuando solo nos dedicábamos a cazar bandidos y poner guapo el bosque? —se burló la Malenterrada, entre risas apagadas.
—No ayudas, Hiem —reprochó el Rey—. Mangata.
Mangata asintió a regañadientes.
"Mi Rey, tenemos motivos para pensar que su cautela puede estar implicado con el Maske Yok"
Las risas se apagaron como si una racha helada hubiese entrado en la sala. El rostro de Cautela acuso aquel golpe, desencajado, fuera de sí.
—Eso... —balbuceó—. Eso es mentira, mi Rey. Eso ¡Una vil mentira, es lo que es! ¡Protesto! ¡mi Rey!
—Calla —le cortó Justo en tono seco—. ¿Qué pruebas tienes?
"Uno de los hombres capturados es Filoluso Carcer, teniente de cautela, un colaborador muy cercano a mi hermano. En la inspección de su casa fueron encontrados planos del laberinto bajo palacio, así como instrucciones para sortearlo, documentos no solo sin lugar en una vivienda privada, sino también fuera del rango de autoridad del dicho Filoluso"
Cautela contempló boquiabierto a su hermana, que le devolvió una mirada helada.
"Puesto bajo interrogatorio, el dicho Filoluso afirmó colaborar con el Yok desde hacía un tiempo, además de conocer algunos puntos de reunión e información sobre unos pocos miembros de la organización."
—No tiene sentido —Cautela se dejó caer en una silla, desconcertado—. ¿Por qué?
"Entre los documentos encontrados también se halló cartas en duate, promesas de rango y residencia en Toprak, y de algo llamado "ascensión"." Mangata tendió una mano hacía Lupina, quien le dio un pequeño legajo que la muchacha dio al Rey "Todas ellas sin firma, ni remitente."
—Mi Rey, no...
—Calla, Cautela —ordenó Justo, haciendo que el anciano se estremeciese—. ¿Has encontrado algo que implique de forma directa a tu hermano?
"De forma directa, no" admitió Mangata. "Pero las pruebas se acumulan en su contra. Filoluso había accedido a documentos por encima de sus posibilidades, lo cual sugiere la implicación de rangos más altos de nuestra ciudad. El premio de la "ascensión" parece referirse al proceso de deificación, y es evidente que Cautela ha estado experimentando con él..."
—¿Como? —Justo levantó la mirada de las cartas para hundirla en Cautela.
—Mi señor, yo...
—Tranquilízate, Justo —le apaciguó Hiem, poniendo una mano sobre su hombro—. Eso es un secreto a voces. Para ti son siempre niños, pero no hay ningún hombre de ochenta años que pueda mantener la vitalidad de Cautela.
"Además debo señalar que el dicho Cautela ha mostrado siempre gran interés por mi investigación, pidiendo para sí ocuparla, y obstaculizando cada paso que he dado con leyes y papeles" señaló Mangata. "También he de señalar que en dos días desde que se me entregara el caso he logrado avances que la guardia no había logrado en tres años de servicio bajo su mando, lo cual me hace sospechar su intervención en favor del Yok"
—¡Eso es una estupidez! ¡Mi señor, yo no...! —Cautela estalló de rabia, rabia y miedo—. ¡¿Estás acusándome de participar en la muerte de mi padrino?!
"La muerte del bufón fue fortuita, azar. Es muy posible..."
—¿Azar? ¡Tú le mataste! ¡Tú y tu... monstruo!
"Por lo que no sería necesario que Cautela estuviese implicado en ese crimen." resumió Mangata.
—¡Absurdo! ¡Esto es...!
"En vista de todo lo cual, había venido a solicitar de forma discreta que se apartase a Cautela de oficio público hasta que se averiguase la verdad de todo esto, y a pedir la cesión de su cargo de defensor de las llaves hasta que su lealtad no esté en entredicho" concluyó Mangata con una sonrisilla maléfica.
Le agrió un poco su buen humor ver a Cautela compuesto, serio y sereno. No era el rostro que esperaba contemplar.
—Padre, pido el turno para defender mi caso —suplicó con el anciano una leve reverencia.
—Habla.
Cautela asintió solemne. Se puso en pie con la misma presencia con que dirigía los tribunales.
—Mi señor, pido apartarme formalmente de mis cargos en la ciudad, hasta estar libre de cualquier sospecha, por circunstancial que sea —declaró con voz clara—. Así como confieso mi culpa en no saber ver la deslealtad de aquellos cercanos a mí. Pido asimismo una investigación de toda nuestra estructura de gobierno tan pronto como mi querida hermana termine con las actividades del Yok y la estabilidad lo permita.
Ahora fue el turno de Mangata de quedar boquiabierta, y el de Cautela de sonreír, una sonrisa serena, confiada.
—Confieso mi contacto con las llaves, pero solo como su guardián. En mis intentos por acrecentar la seguridad de su ubicación y evitar su contacto con el mundo, decidí ser el único que las llevase de un sitio a otro, por no confiar para tan crucial tarea en nadie más, y creo de ese modo haber sido tocado por su luz.
—Tiene sentido —admitió Justo—. Sigue.
—Quiero hacer una petición, una sola; que no se me aparte de la guarda de las llaves y se me deje seguir en ella hasta que la amenaza del Yok desaparezca.
"Mi Rey, ese es justo el último lugar en que queremos a alguien cuya lealtad está en entredicho"
—Calla, Mangata —ordenó Justo—. Cautela.
—Mi Rey. Pido esto a mayor beneficio de Lemuria. Durante años las he mantenido a salvo y defendido, he dispuesto las trampas que las guardan y preparado su seguridad hasta la locura.
"Trampas cuya ubicación obra en manos del enemigo".
—Mangata.
—Mi hermana dice bien, pero con todo, no creo prudente moverlas de su lugar ahora más que nunca, cuando está todo en juego. Un traslado, un cambio en la defensa, necesitaría tiempo, y ante el inminente ataque del Yok, no parece prudente...
—¿Inminente ataque?
—Oh, lo lamento —se disculpó con una sonrisilla Cautela—. ¿Mi hermana aún no os había contado nada? Entonces quizá deberíamos preguntarnos donde están esos planos de mi guarida que Mangata dice haber visto. Creo que aún no los ha presentado.
Mangata fulminó con la mirada a aquel grandísimo hijo de perra.
—¿Y bien, Mangata? —pidió Justo.
"Los tiene el Yok"
—¿Como? —Justo se levantó de su mecedora, se echó las manos a la cabeza mientras Hiem clavaba una mirada llena de preguntas en su hija—. ¿he oído bien?
"Deje que se los llevaran" admitió Mangata. "Me ayudó a descubrir una de sus guaridas, creo que la principal y..."
—¿Crees? —Justo repitió el gesto de Mangata—. ¿Esto quiere decir que no estás segura?
"Están presionados, mi Rey. Han sufrido un golpe, pero aún tienen la victoria al alcance. Cometerán errores, se precipitarán."
—¿Como que cometerán? ¿No has arrasado la guarida?
—Curioso —reflexionó divertido Cautela—. Pensaba que eso era lo que las comadrejas hacían.
Mangata se mordió el labio con fuerza. Esperaba haber sacado aquel plan de otra manera, a poder ser después de quitar a Cautela de la ecuación.
"Eso es justo lo que vamos a hacer. Un ataque coordinado; en cuanto entren a palacio..."
—¿En cuánto entren dónde? —exigió el Rey, perdiendo las formas de manera bastante literal.
—Siempre he encontrado este interés de Mangata por las llaves preocupante —aportó con actuada indiferencia Cautela—. Por no hablar de su amigo el prófugo; quizá no sea a mí a quien deba investigarse por traición.
—Cálmate de una vez, Justo —le recriminó Hiem, tirando de él hacia la silla—. Cautela, calladito. Mangata, explícate.
Mangata cogió aire. Tenía una oportunidad, pero aquello tenía que salir bien.
"Planeamos dejar acceder al Yok al palacio y darle caza aquí. Entrar en la madriguera, sin conocer el terreno, sería peligroso, lento y podría facilitar su escape. En su lugar, dejaremos que vengan ellos a nuestra madriguera. Emboscaremos a los guerreros aquí, bajo palacio, y mientras la guardia limpiara su guarida al tiempo que cierra la ciudad. Los decapitaremos en una sola noche."
—¿Y si consiguen las llaves? —preguntó Hiem.
"Es un riesgo controlado" aseguró Mangata. "No lo lograran, y además planeaba llevarlas a otro lugar hasta que pasara todo. Estaremos jugando en casa, podremos cazarlos como ratas en un tonel. Pero para eso necesitaba el control de la guarda, y autoridad indiscutida."
—Justo, puede funcionar —opinó la reina—. Si no les ofrecemos alguna chuchería, esconderán las cabezas y se enquistarán. Abandonarán los nidos, se esconderán entre el gentío y seguirán siendo una molestia.
—Hay que extirparlos de raíz, ya, ya —concedió el Rey—. Pero es una jugada de azar en un momento muy inoportuno. —Justo reflexionó un momento, mientras su cuerpo ceniciento volvía a asentarse—. Mangata, prepara tu trampa, pero la guarda de las llaves y el laberinto sigue en manos de Cautela. De ese modo, si alguno de vosotros me traiciona, al menos sabré que tengo un hijo leal allí abajo —razonó Justo—. Cautela mantendrá sus cargos, pero Mangata queda exenta de su autoridad, y hasta que todo esto se aclare, te recomiendo que tomes a pecho tu título, hijo mío, y muestres mesura.
—Mi Rey —agradeció Cautela con una formal reverencia.
—Eso es todo —anunció Justo—. Ahora marchaos.
Cautela salió primero, con paso humilde pero triunfal. Mangata un momento después, seguida por Lupina. La puerta se cerró a su espalda con suavidad, pero aun así sobresaltó a la molesta Mangata, empeoró aún más su mal humor.
—Bueno —resumió Lupina a su espalda—. Podría haber ido peor, supongo.
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