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Capítulo 4

Apenas comenzaba a salir el sol cuando Analí entró en la habitación de su hija. Siempre había inculcado en ella la importancia de estar presentable para cuando su futuro marido despertara. Al acercarse a la cama, llamó a su hija suavemente para no asustarla, pero se sorprendió al encontrarla despierta, con los ojos enrojecidos e hinchados.

Anne había despertado hacía mucho rato, sintiéndose confundida y angustiada, sin saber cómo enfrentar la situación o cómo mirar a Lucien a los ojos después de lo que había sucedido. Se arrepintió de haber cedido a la pasión y de haber traicionado la confianza de Aurelio, su prometido. Se sentía atrapada entre su amor por Aurelio y la atracción que sentía por Lucien, sin saber qué hacer.

Después de llorar en silencio, su madre había entrado en la habitación y la encontró en ese estado. Analí se acercó a su hija y la abrazó con ternura, sintiendo su tristeza y angustia.

—Anne, mi amor, ¿qué tienes? ¿Estás enferma? —preguntó su madre angustiada al verla en ese estado.

—Mamá, quiero irme de aquí. Vamos a casa de la tía Amelia, por favor. —Anne se deshizo en lágrimas y abrazó a su madre con fuerza.

— ¿Qué sucede, Anne? Me estás asustando. ¿Pasó algo?

—No, mamá, no pasó nada. Simplemente, no quiero estar aquí. Por favor, vámonos ahora mismo.

—Está bien, cariño. Iré a avisar a tu padre.

—No, déjalo aquí con Erick. Deja que se diviertan. Vamos solas tú y yo a casa de la tía, como cuando era pequeña. ¿Recuerdas?

— ¿Estás segura de que estás bien? —preguntó su madre inquieta—. Sabes que puedes confiar en mí y contarme lo que sea.

Anne asintió de manera suplicante y su madre decidió no insistir. De todas formas, era lo mejor. El Marqués le había informado que debía marcharse temprano, así que lo mejor era estar lejos del Duque.

—Está bien, mi amor. Le avisaré a Lolita que prepare todo para partir de inmediato.

Afortunadamente, el Duque no apareció e insistió en que se quedaran. Lolita preparó una canasta con algo de comida por si se les antojaba algo en el camino, ya que Anne no quiso desayunar. Fue mejor así, porque pudieron partir de inmediato.

Mientras se alejaban, Anne se sintió aliviada de estar lejos de Lucien. Sabía que tenía que enfrentar las consecuencias de sus acciones y contarle la verdad a Aurelio, pero por ahora solo necesitaba a estar sola y lejos de ambos hombres.

Con prisas, Lucien regresó a la casa buscando desesperadamente a Anne Marie por todas partes, pero no la encontró. Preguntó a los criados y finalmente se enteró de que ella se había marchado con su madre bien temprano esa mañana.

Sintió un nudo en la garganta mientras subía las escaleras para ver con sus propios ojos lo que le habían dicho. Al llegar a la puerta de su habitación, entró sin tocar y la encontró vacía.

El padre de Anne Marie y Erick, que se encontraban tomando el desayuno, le informaron que las mujeres se habían marchado bien temprano debido a un problema familiar que había surgido con su cuñada. Esa era la excusa que le había dado Analí a su esposo, Marcos, y él la había aceptado sin decir nada. Ya conocía a su mujer y sabía cuándo necesitaba espacio, así que las dejó marchar sin oponer resistencia.

Por suerte, el Marqués también se había marchado. Al menos Lucien no tendría que soportar su presencia, así que decidió dejar su angustia por el momento y se dedicó a atender a sus invitados.

Sin embargo, en el fondo, Lucien sabía que no podría esconder sus sentimientos por Anne Marie por mucho tiempo. Había descubierto que la amaba y que no podía imaginarse su vida sin ella. Enfrentaría las consecuencias de sus acciones y lucharía por ella de ser necesario, pero, por el momento, decidió mantener sus sentimientos ocultos y esperar a que Anne Marie regresara para hablar con ella.

En Villa Encantada, Analí y Anne Marie fueron recibidas con los brazos abiertos por una alegre y encantadora mujer, Amelia, hermana de Analí.

— ¡Hola! Me alegra tanto tenerlas aquí —les dijo, abrazándolas cuando bajaron del carruaje.

—Querida hermana, ¿cómo has estado? —dijo Analí feliz de verla.

—Muy bien. Ya sabes que la vida aquí es bastante tranquila —respondió con voz serena. Al ver la cara de su sobrina, decidió dejarlo pasar y hablar con ella en privado—. Vamos, entren por favor. Deben estar agotadas por el viaje. Las habitaciones están listas. Vayan a refrescarse y ya hablaremos en el almuerzo.

Analí y Anne Marie agradecieron a Amelia y se dirigieron a sus habitaciones para descansar después del agotador viaje.

Amelia pasó por la habitación de Anne y la encontró llorando sobre la cama.

—Mi niña, ¿qué sucede? —preguntó con ternura.

—Tía... Hice algo horrible —le dijo entre sollozos.

—Toma este té que te he traído y cuéntame qué ha pasado.

—Estuve a solas con un hombre.

—Está bien, a veces sucede, mi niña —dijo Amelia tratando de tranquilizarla.

—No tía, no entiendes. Le entregué mi cuerpo a un hombre, me besó y le correspondí y... bueno... —se tapó la cara avergonzada.

Amelia se quedó en silencio unos momentos, procesando la información que acababa de recibir. Sabía que Anne Marie era joven e inexperta en cuestiones amorosas, pero no se esperaba algo así.

—Mi niña, ¿estás segura de que era lo que querías hacer? ¿No te forzó u obligó?—preguntó Amelia con voz suave.

—No me obligó a nada, tía. Pero todo sucedió tan rápido que ahora me siento tan perdida y avergonzada.

— ¡Oh! Entiendo —respondió Amalia, tratando de comprender la situación.

—Tía, me siento horrible, no sé qué pasó. No me detuve a pensar en nada y ahora no sé qué hacer —dijo Anne Marie entre lágrimas.

—Bueno, lo más correcto es que te cases con él —dijo Amalia, intentando encontrar una solución.

—No puedo, tía. Estoy comprometida con el Marqués.

—Espera un momento, ¿qué? —Preguntó Amalia, sorprendida por la revelación de su sobrina—. Me estás diciendo que el hombre que te tocó no es tu prometido.

—No, tía. Fue el Duque Meier.

—Ese infeliz, ¿cómo se atrevió? Ah, pero espera que le ponga las manos encima, se va a enterar. Cree que puede ir por la vida saltando de cama en cama, pues no. Se le acabaron sus jueguitos de seductor, tendrá que casarse contigo.

—No, tía... Por favor, no digas nada —rogó Anne Marie, llorando nuevamente—. Mamá ni nadie puede enterarse. Tía, por favor, prométeme que no dirás nada.

—Pero, mi amor, esto no puede quedar así. El Duque debe casarse contigo. Te ha deshonrado y debe responder —explicó Amalia, pero Anne Marie rompió a llorar aún más fuerte, abrazándose a sus rodillas. Su tía quién había estado caminando por toda la habitación molesta se acercó a ella y la abrazó para consolarla.

—No quiero que se case conmigo por obligación, tía. Él no me obligó a nada. No quiero que me odie por atarlo a una mujer que no ama. No quiero vivir de esa forma, no quiero esa vida, tía.

—Pero, mi amor, es lo correcto —dijo Amalia, tratando de convencerla.

—Tú tampoco te casaste y aquí estás feliz con tu vida —dijo Anne Marie, recordando la soltería de su tía.

—Es diferente, Anne.

—Prométeme que no dirás nada —Amalia asintió—. ¿Puedo quedarme una temporada aquí contigo?

—Claro que sí, mi niña. El tiempo que desees.

Después de dos días, la madre de Anne regresó a su casa en la ciudad, dejando a la joven con su hermana. Consideraba que era lo mejor, ya que el Duque había estado rondando a Anne Marie y con el Marqués estando lejos, esto sería lo más conveniente. Analí le había dicho a su esposo que Anne se había quedado a cuidar a su hermana Amelia, puesto que se encontraba un poco enferma, y el hombre había quedado satisfecho con la noticia.

El Duque había visitado la casa Oberisel con la excusa de ver a Anne Marie, pero no había tenido suerte. Su madre se había mostrado renuente a darle algún tipo de información y ni siquiera lo recibía. Solo Erick y su padre lo atendían. Desde el principio, notó que no era bien visto por Analí, pero eso no le iba a impedir acercarse a Anne Marie. Necesitaban hablar sobre lo que había sucedido entre ellos.

De repente, un día, el Duque recibió una carta de Anne Marie pidiéndole que no la buscara más. Le explicaba que estaba comprometida con el Marqués y que no había vuelta atrás. El Duque se sintió desesperado y triste al leer la carta. Sabía que se había equivocado al involucrarse con Anne Marie, pero había sido inevitable enamorarse de ella.

Decidió que lo mejor era alejarse y dejarla en paz. Lo más importante era que ella siguiera con su vida y fuera feliz aunque no fuera a su lado. El Duque aceptó su destino y decidió enfocarse en su trabajo y en sus responsabilidades como noble. Aunque el recuerdo de Anne Marie lo seguiría acompañando por siempre.

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