Capítulo 2
Una tarde, Anne Marie se encontraba en el parque con sus padres y su hermano Erick, quién era dos años menor que ella, pero mucho más alto y había desarrollado el cuerpo de un hombre, aunque su rostro todavía era el de un jovencito alegre e inquieto.
Ese día se llevaría a cabo la carrera de botes y Anne Marie estaba entusiasmada porque su hermano participaría este año. Dejó a sus padres atrás, cobijados por la sombra de un árbol, y buscó el mejor lugar para observar la carrera. Lolita estaba junto a ella y las dos gritaban como locas para apoyar a Erick. Estaba tan eufórica cuando empezó la carrera que no se percató de la presencia de Lucien hasta que estuvo cerca de ella.
— ¡Bissssssss! ¡Vamos muchachos, remen más rápido! —Lucien, a su lado, silbaba y gritaba para darles ánimo.
Anne se sorprendió tanto al verlo allí que casi pierde de vista la carrera. Volteó a mirar al lago en el momento justo en que el bote en el que iba su hermano pasaba a su contrincante y ganaba la carrera. Comenzó a saltar y gritar como loca, y corrió junto a Lolita hacia el muelle donde llegaría el bote. Quería ser la primera en felicitar a su hermano.
— ¡Ganamos, Anne, ganamos! —gritó Erick, levantándola del suelo y haciéndola girar con él. Entre risas, la soltó y fue a saludar a Lucien con un fuerte abrazo. Ambos sonreían radiantes y felices. Anne quedó perpleja al ver aquello; no tenía idea de que su hermano y Lucien tuvieran esa cercanía.
—Lucien fue nuestro patrocinador —explicó Erick regresando junto a Anne—, por eso tuvimos el bote más ligero y más rápido.
—No fue solo el bote, ustedes hicieron un gran trabajo —mencionó Lucien a los jóvenes que ahora estaban a su alrededor.
En un momento de júbilo, los muchachos comenzaron a aplaudir y gritar emocionados. Anne tropezó con una tabla y por poco cae al lago, de no ser por Lucien que la sujetó con fuerza y la atrajo hacia él, ahora estaría empapada. En el momento en que él la tocó, sintió lo mismo que la noche del baile: como si una burbuja los envolviera, silenciando todo a su alrededor. Rodeada por sus fuertes brazos, sintiendo la calidez de su cuerpo junto al suyo, levantó la cara y sus miradas se encontraron. Estaba a punto de sucumbir al deseo que bullía en su interior, que la animaba a que probara esos labios, cuando escuchó a su madre gritar:
— ¡Anne Marie!
Ella se asustó tanto al escucharla que miró hacia su madre y luego de nuevo a Lucien, quien parecía tan sorprendido como ella. Sintiendo que su corazón latía a mil por hora, trató de separarse rápidamente y cayó al lago, arrastrando a Lucien en el camino.
Erick y los demás muchachos corrieron en seguida hacia ellos para sacarlos. Una vez fuera, los abrigaron con mantas para protegerlos del frío.
— ¿Estás bien, mi amor? —preguntó su padre Marcos cuando estuvo junto a ella.
—Sí, papá. Solo tengo frío.
—Vamos a casa antes de que te resfríes.
Anne Marie asintió, todavía sintiéndose un poco aturdida por la caída al agua. Agradeció a los muchachos por su ayuda y luego se apoyó en su padre mientras caminaban hacia el carruaje.
Como era de esperarse, Anne Marie estuvo dos días en cama con altas temperaturas debido al resfriado. Se encontraba al cuidado de Lolita y su madre, quién no había mencionado nada sobre su comportamiento en el muelle. No sabía si era porque estaba enferma o porque había decidido dejarlo pasar.
Al tercer día, Anne Marie se sentía mejor, pero aún seguía en cama porque estaba débil. Se encontraba descansando mientras leía un libro cuando escuchó que tocaron a la puerta y entró Erick.
—Hola hermanita, ¿cómo te encuentras? —preguntó Erick, sentándose a su lado en la cama.
—Ya estoy mejor, pero Lolita y mamá no me dejan salir de la habitación. Me siento muy sola aquí encerrada. Tú y papá no me visitan —respondió, haciendo un mohín.
—Bueno... en ese caso, déjame decirte que alguien vino a visitarte —mencionó y se levantó para ir hasta la puerta.
—Buenas tardes, señorita Anne Marie —respondió Lucien entrando a la habitación.
—Buenas tardes, señor. No esperaba su visita —dijo avergonzada, mirando a su hermano.
—Disculpe por venir sin avisar. Su hermano me dijo que se encontraba indispuesta de salud y quise pasar para traerle algunas cosas que le hagan la recuperación más agradable.
—Muchas gracias, señor. No se hubiera molestado.
Anne Marie hizo señas a Lolita para que tomara la cesta que traía Lucien.
—No es molestia, señorita. Es todo un placer. Espero que se recupere pronto —ofreció y, como buen caballero, salió de la habitación con Erick para no importunar a la joven, que se le veía ruborizada por su repentina visita.
Una vez que se retiraron, Anne Marie y Lolita comenzaron a revisar la cesta que había traído Lucien. Tenía frutas cítricas, sales aromáticas de menta y eucalipto para un baño caliente, se decía que eran muy buenas y ayudaban con los resfriados, galletas de jengibre y algunos libros de poesía.
—El Duque es muy atento —comentó Lolita, examinando los libros.
—Sí, lo es —respondió Anne Marie, sonriendo.
Se detuvo un momento para pensar en la visita que acababa de recibir. Aunque había sido un poco sorpresiva, también le había gustado sobre todo por sus atenciones. Se preguntaba si él había venido solo o si su hermano lo había invitado.
— ¿Está pensando en el Duque, cierto? —preguntó Lolita, notando su expresión pensativa.
—Un poco —admitió Anne Marie, sonrojándose.
— ¿Le gusta? —inquirió Lolita con una sonrisa pícara.
— ¡No! —respondió Anne Marie, casi gritando, pero su reacción fue demasiado tardía para negar.
— ¡Ah! Qué atento Aurelio al enviar la canasta —dijo Analí con emoción al entrar a la habitación y ver a Anne revisando el contenido de la misma.
—Pues no, mamá. Te equivocas. Fue el Duque Meier quién la trajo. De Aurelio no he recibido ni una carta desde que la reina lo envió al norte.
—Pobre Aurelio, debe estar muy ocupado. Creí que había recibido mi carta donde le decía que te encontrabas convaleciente. Y ese Duque se está tomando demasiadas atenciones contigo, Anne Marie.
—Mamá, por favor, solo está siendo amable.
—He visto cómo te mira, Anne. Tú estás comprometida con el Marqués de Ávalos, él no debería acercarse a ti.
—Lo sé, mamá. Tú no me permites olvidarlo.
—Anne Marie, no seas grosera.
—Lo siento, mamá. Tienes razón, discúlpame. No tienes de qué preocuparte.
Anne Marie suspiró mientras su madre salía de la habitación. Sabía que para ella era importante mantener las apariencias y asegurarse de que su hija se casara con un hombre adecuado. Pero a veces se sentía como si estuviera atrapada en una jaula dorada, sin poder explorar sus propios sentimientos ni tomar sus propias decisiones. Se preguntaba si algún día sería capaz de escapar y vivir su vida como ella quería.
Los días pasaban y con Anne Marie recuperando su salud, retomó sus actividades diarias. Una mañana, mientras estaba de compras con Lolita, se encontró por casualidad con el Duque Meier. Él se ofreció amablemente a acompañarla y pasaron el rato entre risas y anécdotas.
Cuando la llevó a casa en su carruaje, se encontraron con el padre de Anne en la entrada, quien invitó al Duque a tomar un refrigerio en agradecimiento por haber escoltado a su hija a casa.
Estaban sentados en el salón conversando cuando se les unió Erick, que saludó con gran entusiasmo a Lucien. A la madre de Anne no le agradaba mucho la presencia de Lucien y no le parecía correcto que estuviera allí.
—Me gustaría invitarlos a quedarse en mi casa de campo este fin de semana para asistir a los juegos de verano —ofreció Lucien amablemente—. Señor, tengo buenas aves para la caza si gusta practicar ese deporte, y a Erick le vendría bien practicar en mis botes.
—Es usted muy amable por la invitación, pero estamos esperando la llegada del prometido de Anne Marie para ir a ese evento —explicó Analí, declinando la invitación y recordándole al Duque con sutileza el compromiso de su hija, a quien no dejaba de mirar fijamente.
—No hay problema, mi lady. Esta misma tarde le extenderé la invitación por escrito al Marqués —respondió Lucien, sin querer aceptar el rechazo.
Analí iba a replicar, pero su esposo se adelantó y dijo:
—Entonces será un honor aceptar su invitación, Duque.
—Muchas gracias, señor. Sé que no se arrepentirán —respondió Lucien con una sonrisa.
Anne Marie, estaba preocupada por la situación. Sabía que su madre tenía grandes expectativas sobre su compromiso con el Marqués de Ávalos y no quería decepcionarla. Pero también sentía una extraña atracción hacia Lucien, y no sabía cómo manejar sus sentimientos. Se preguntaba si aceptar la invitación de Lucien podría causar problemas y complicar aún más las cosas.
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