Capítulo 1.
En una noche de luna llena, una joven se hallaba sentada en una banca oculta en el jardín, deleitándose de la soledad y tranquilidad de la noche.
—Perdón, no sabía que había alguien más aquí —dijo el caballero que acababa de irrumpir.
—Oh, no se preocupe. Ya estaba por marcharme —respondió la joven apresuradamente, levantándose de su asiento y mirando a su alrededor.
No debería estar sola allí, y menos con un hombre. Ella solamente quería un poco de tranquilidad cuando fue a ese lugar. Jamás pensó que alguien aparecería allí.
—Por favor, no se vaya, mi lady. No era mi intención molestarla —dijo el hombre—. Usted llegó primero a este escondite, así que se lo concedo por hoy.
— ¿Me lo concede? ¿Acaso le pertenece, señor? —preguntó la joven con tono sarcástico, lo que hizo sonreír al hombre por su atrevimiento.
—Bueno... es mi escondite desde hace mucho tiempo. Así que podría decir que sí, me pertenece.
— ¡Qué arrogante es usted pretendiendo ser el dueño de este jardín!
—Mi lady, únicamente tomo lo que me pertenece —respondió el hombre, le dedicó una breve mirada, luego se giró para mirar la luna.
La joven observó al hombre, su altura imponente podría ser intimidante, pero, en cambio, no podía evitar sentirse atraída por la curiosidad que despertaba en ella. Su voz profunda y ronca hacía vibrar su corazón. Era como si hubiera algo magnético en él que la atraía hacia su persona.
— ¿De quién se esconde? —preguntó la joven, detallando el perfil del hombre.
— ¿Quién dice que me escondo? —respondió el hombre sin mirarla, permaneciendo en la misma posición, sereno y tranquilo como una estatua.
—Usted acaba de decir que este es su escondite.
—No debería estar aquí sola, y mucho menos en mi compañía —respondió el hombre, dándole una mirada que ella no supo interpretar.
— ¿Y por qué no? —preguntó la joven con curiosidad.
—Este no es el lugar más seguro para estar, mi lady. Es evidente que hay peligros que no puede ver. Es mejor que se vaya antes de que algo le suceda.
La joven se sintió un poco asustada por la advertencia, pero también intrigada. ¿Qué tipo de peligros podría haber en ese sitio?
Frunció el ceño ante sus palabras. Él tenía razón, no debía estar allí. Lo miró frunciendo los labios, sin saber qué decir. Entonces, él se giró para quedar frente a ella y observó su rostro con detenimiento. Ese simple acto hizo que su corazón se acelerara y eso la desconcertó por un instante. Se puso nerviosa ante su escrutinio, pero aun así le sostuvo la mirada.
Si el perfil de su rostro le había parecido interesante, de frente lo era aún más. Tenía el ceño ligeramente fruncido, adornado por gruesas cejas. Sus ojos de un azul oscuro, como debería ser el mar de noche, ahora estaban fijos en ella. Algunos mechones de su pelo caían sobre su frente y se movían libres con la suave brisa que los envolvía. La joven levantó su mano enguantada, ya que le había provocado acariciar esos mechones, pero se detuvo en el aire al darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer.
Con la respiración agitada y temerosa de lo que estaba sintiendo, dio un paso atrás. Se recompuso y decidió alejarse antes de que alguien más los viera allí.
Caminaba apresurada por el jardín cuando su dama de compañía la encontró.
— ¿Dónde estaba, niña? Si su madre se entera de que estaba sola en el jardín, es capaz de matarme —explicó Lolita con preocupación.
—Tranquila, nada más fui a tomar un poco de aire. Necesitaba alejarme un momento de Aurelio.
— ¿Por qué, niña? ¿Le hizo algo?
—No, Lolita, ya sabes que es muy respetuoso y educado, pero es que a veces... —hizo una pausa para encontrar las palabras adecuadas—, cuando habla de su trabajo con tanta pasión, me molesta hay cosas que no entiendo y me agobia eso es todo.
—En ese caso, prepárese porque su madre y el Marqués la están buscando.
Con un suspiro de resignación, la joven entró nuevamente al salón de baile. Había estado intentando escapar de la fiesta, pero sus intentos habían sido en vano. Se sentía abrumada por tanto alboroto. Apenas había tenido un momento de paz en el jardín hasta que apareció ese misterioso hombre, lejos de relajarse ahora estaba más alterada.
Una vez dentro, su hermano se acercó a ella con una sonrisa y le extendió la mano para invitarla a bailar. La joven aceptó agradecida y se dejó llevar por la música. Bailaron juntos en silencio durante un rato, disfrutando del movimiento y la cercanía. Finalmente, él habló.
— ¿Te está pasando algo, hermana? Pareces distraída.
—No es nada, solo un poco cansada —respondió la joven, tratando de sonreír.
— ¿Es por Aurelio? —preguntó el hermano, con una mirada de complicidad—, ¿O por la escapada a solas al jardín?
La joven se sonrojó ante las palabras de su hermano.
—No sé de qué estás hablando —respondió ella, tratando de parecer tranquila.
—No te preocupes, no le diré a nadie —dijo él con una sonrisa—. Pero tienes que ser más cuidadosa. No puedes pasear por allí sola, la gente empezará a hablar.
La joven asintió en silencio, sabiendo que su hermano tenía razón. Pero no pudo evitar recordar su encuentro clandestino con aquel misterioso hombre. Era como si hubiera algo en él que la hacía sentir viva y emocionada. Pero también sabía que no podía permitirse tener esos pensamientos, no cuando tenía un deber que cumplir. Con esa idea en mente, la joven se enfocó en el baile, tratando de olvidar sus preocupaciones y disfrutar del momento.
En otro lugar del salón.
—Buenas noches, mi lord, mi lady —saludó el Conde Roger Almain—. Tengo el honor de presentarle a un querido amigo que está de visita. Él es el Duque Lucien Meier.
Lucien hizo una reverencia al ser presentado.
—Buenas noches, mi lord, mi lady. Es un placer conocerlos —dijo con una voz suave y elegante.
—Ellos son el Conde Marco Antonio de Oberisel y su esposa, la Condesa Analí de Oberisel —continuó el Conde Roger Almain.
Lucien saludó a cada uno de los presentes con gracia y distinción. Su porte rígido como el de todos los aristócratas de la sala, pero su elegancia y pulcritud lo hacían destacar entre todos ellos.
De repente, Lucien se giró alertado por las risas de quienes se acercaban.
—Ellos son mis hijos, Ángelo y Anne Marie —comentó Marcos con orgullo, presentando a los recién llegados.
—Ángelo —saludó Lucien asintiendo, y el joven respondió de la misma forma. Luego, se giró hacia donde estaba Anne Marie y extendió su mano hacia ella—. Señorita, es un honor conocerla.
—Buenas noches, mi lord —respondió Anne con timidez al reconocer al caballero frente a ella. Extendió su mano y él la tomó entre las suyas, hizo una ligera reverencia y plantó un beso en el dorso. El gesto provocó que ella levantara la mirada, y cuando lo hizo, se perdió en el infinito mar azul que reflejaban los ojos de Lucien. En ese momento, todo a su alrededor dejó de existir, como si el salón se hubiese quedado vacío, a excepción de ellos dos que se miraban con curiosidad, sintiendo un anhelo y un calor en sus cuerpos. Era la segunda vez que ambos experimentaban esa sensación en una misma noche, sus ojos nunca dejaron los del otro y, como si se tratara de un hechizo, ambos quedaron prendados en ese momento.
— ¡Ejem, ejem! —carraspeó Roger para llamar la atención de Lucien, ya que todos los presentes observaban la escena con asombro—. Él es el Marqués Aurelio de Ávalos, prometido de la Señorita Anne Marie —explicó Roger a Lucien mientras señalaba al recién llegado.
Lucien sintió molestia al ser interrumpido y, sin tener más remedio, rompió la conexión con la joven y le dedicó una mirada de fastidio al Marqués.
—Buenas noches —saludó Lucien, dándole un apretón de manos más fuerte de lo necesario.
—Buenas noches —respondió Aurelio, frunciendo el ceño por el apretón.
—No debería dejar sola a su prometida, Marqués —mencionó Lucien con un tono de petulancia.
—No lo hago —soltó Aurelio, ofendido por sus palabras—. Atendía asuntos más importantes —explicó, señalando en dirección a la reina. Inmediatamente, se arrepintió de lo que dijo al ver la expresión en el rostro del Duque.
— ¿Más importantes? Ya veo... —respondió Lucien con una sonrisa engreída al ver el rostro descompuesto del Marqués—. Con permiso, iré a saludar a la reina.
Lucien se alejó con paso firme, dejando a Aurelio desconcertado y avergonzado por su respuesta. Los presentes observaron la escena con incomodidad, y Anne Marie se sintió incómoda por la tensión que se había creado. No sabía qué había pasado entre ellos, pero estaba segura de que no era nada bueno.
— ¿Tienes quince años, Lucien? —le reprendió Roger una vez que se alejaron del grupo.
—Lo siento, querido amigo, pero sabes que a veces no puedo resistirme —respondió juguetón, dándole una palmada en el hombro.
—Un día de estos nos meteremos en un gran problema por tu culpa.
—No te preocupes, amigo mío, siempre lo solucionamos todo —dijo Lucien con una sonrisa pícara.
Mientras tanto, Analí, la madre de Anne Marie, estaba visiblemente molesta por la actitud del Duque.
—Qué hombre tan grosero —comentó.
—Tranquila, mujer, no es para tanto —respondió su esposo, entregándole una copa de vino—. Vayan a bailar, muchachos, que la noche es joven.
Aurelio tomó la mano de su prometida y la llevó a la pista de baile, pero Anne Marie no podía dejar de sentir que algo estaba mal. Mientras bailaban, no podía evitar buscar con la mirada a Lucien, y al encontrarlo, se dio cuenta de que él no dejaba de mirarla. ¿Quién era Lucien Meier? ¿Y por qué la hacía sentir tan inquieta?
No había duda de que Lucien era un hombre atractivo y elegante, con un aire de misterio que lo hacía aún más interesante. Pero también había algo en él que la hacía sentir incómoda. Tal vez era su actitud arrogante y petulante, o tal vez era la forma en que la miraba, como si quisiera leer su mente y descubrir todos sus secretos.
Anne Marie trató de alejar esos pensamientos de su mente y se concentró en bailar con su prometido. Pero no pudo evitar sentir que algo estaba cambiando en ella. Sus ojos se encontraron de nuevo, y ella sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Mientras tanto, Lucien observaba a Anne Marie con fascinación. Había algo en ella que lo atraía, algo que no podía explicar. Tal vez era su belleza, o su timidez, o la manera en que se movía en la pista de baile. Había algo en ella que lo hacía sentir inquieto, algo que no podía definir.
Lucien sabía que debía mantenerse alejado, que no podía permitirse involucrarse con una mujer comprometida. Pero no podía evitar sentir curiosidad por ella.
La noche avanzó, y los invitados siguieron bailando y conversando. Pero Anne Marie y Lucien no podían dejar de pensar el uno en el otro, como si hubieran sido hechizados por un extraño encanto.
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