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Día 5: Mermaid AU (Superbat)

5. Vacaciones de primavera / Playa / Mermaid AU. 

La cola de Kal-El solía ser de un azul brillante con visos rojos adornando sus costados y, a veces, algunas escamas doradas tintineaban a la luz del sol. Sin embargo, desde que había sido capturado y recluido en el sótano, sus colores se habían marchitado y apagado. Ni siquiera tenía espacio por donde moverse, el acuario era demasiado pequeño incluso para permitirle estirarse en todo su tamaño, lo único que se veía capaz de hacer era sentarse en el fondo que ya estaba mohoso por lo poco y nada que lo habían limpiado y esperar que las cadenas que rodeaban su cola no se hicieran tan pesadas hasta entumirlo por horas.

La puerta se abrió. Kal-El se agazapó en el rincón del acuario lo más que pudo, envolviendo su rostro con sus brazos y su propio cuerpo con su cola lo más que se le permitía. El hombre que lo había capturado entró a la habitación, Kal-El no pudo evitar esconder su cola con su brazo, allí donde la cicatriz del arpón había dejado una marca fea que aún dolía en su memoria. Sin embargo, no estaba solo, por eso levantó su cabeza y, aún escondido entre su propio abrazo, se fijó en el acompañante: Era otro de esos hombres en traje, parecido a los que se habían llevado a sus otros compañeros de cautiverio, aunque este parecía más joven.

—¿Es esto lo que buscaba, Sr. Wayne?

El Sr. Wayne se acercó. se inclinó hacia la pecera sucia y frunció el ceño mientras tocaba en un ritmo de «tak tak» con su dedo índice el vidrio. Kal-El le siseó, le mostró sus dientes afilados y el tal Wayne se retiró; había que ver lo poco que los humanos sabían sobre lo molesto que era el ruidito aquel en el agua, sobre todo cuando sus sensibles oídos eran capaces de captarlo todo.

—¿Cuánto quieres por él?

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Kal-El odiaba que lo engañaran, pero siempre que se trataba de comida caía en la misma trampa. No era la primera vez que el cazador le ponía algo en ella para dormirlo y poder moverlo con tranquilidad y exhibirlo entre sus socios para intentar subastarlo, tampoco era la primera vez que lo rentaba para alguna fiesta humana clandestina. A pesar de haber pasado tan solo unos cuentos meses, seguía sorprendido de la cantidad de fiestas que los humanos podían llegar a organizar con tanta frecuencia, por eso su mundo no avanzaba como Krypton o Atlantis o muchos de los reinos de las profundidades: Ellos no se la pasaban en fiestas y mucho menos molestando a otras especies libres del océano.

Aunque, a diferencia de otras veces, esta vez no había ruido en la fiesta.

No quería abrir los ojos, prefería quedarse quieto en el fondo sin hacer nada, como una estatua, sabía que eso molestaba a los humanos que querían verlo hacer piruetas, acercarse a los vidrios y de más. Sin embargo, cuando no sintió las cadenas a las que estaba ya tan acostumbrado y sintió su cola estirada a todo su tamaño, los abrió. Estaba en un acuario gigantesco, la altura cuadruplicaba su tamaño y el ancho no podía medirlo exactamente; hacía tanto tiempo que no tenía tanto espacio que su primera reacción fue dar vueltas como loco sobre el mismo sitio donde estaba y nadar en línea recta hasta que chocó con el vidrio que delimitaba el lugar.

—¿Estás bien?

La voz distorsionada atravesó el vidrio. El Sr. Wayne, al otro lado, en lo que parecía una sala humana acogedora, lo miraba preocupado. Kal-El miró a su alrededor ¡Bien! Seguía atrapado, aunque en un estanque más grande, en todo el centro de una sala de un humano desconocido que a saber qué quería de él. No lo miró, sino que nadó hacia arriba, por lo general había una rejilla que impedía que sacara la cabeza o saltara fuera de la pecera, pero cuán grande fue su sorpresa cuando no encontró nada y pudo dar un salto fuera del agua, sintiendo el viento y, por primera vez en varias semanas, el sol caliente sobre sus escamas.

Cuando volvió a sacar la cabeza en la superficie después de tan agradable salto, se dio cuenta que estaba en una especie de patio. Lo que vio abajo y donde estaba construida la pecera debió de ser un piso bajo el suelo, pero la superficie de la pecera estaba afuera, en lo que supuso era una piscina, donde el sol y los árboles y más cosas de esas que los humanos ponían cerca de la playa estaban adornando el lugar, pero lo que más lo alegró, fue ver al fondo, más allá de los arbustos, la arena y una amplia parcela de tierra, el océano. Sí, sí, sí. Tenía que salir de allí ya mismo.

Nadó hacia atrás en la ancha piscina, impulsándose luego hacia la orilla para saltar fuera del agua y de los márgenes de esta. El golpe contra el césped artificial lo obligó a soltar un gemido. Para su suerte, unas mano secas y molestas lo tocaron por detrás.

—¡Pero por Dios! ¿Estás bien? ¡Cómo se te ocurre saltar fuera del agua! ¿Eres idiota?

Kal-El se giró con dificultad en el césped falso, miró mal al tal Sr. Wayne y, en su defensa porque sus deseos estaban siendo movidos por la desesperación, levantó su cola y le dio con esta al hombre que se alejó un par de pasos con las manos arriba en señal de rendición.

—Vale, vale. No eres idiota. Lo siento.

Lo miró con la poca dignidad que le quedaba y se fue rodando por el césped hasta meterse de nuevo en la piscina, después, nadó hacia el fondo, sin querer que la vista del Sr. Wayne lo alcanzara.

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Algo le decía a Kal-El que no regresaría al sótano de su captor. Habían pasado muchos días y seguía teniendo la oportunidad de nadar en la gran piscina-acurio de la casa del Sr. Wayne. No solo eso, había sido agasajado con comida decente que podía llamar realmente comida -y no como esas hojuelas prefabricadas insípidas que solían lanzarle por encima del agua-; además, pudo recibir el sol todas las mañanas y su cola había vuelto a retomar el color original. Aunque, ver el océano desde la piscina del Sr. Wayne, como un sueño cerca, pero lejos, lo torturaba siempre.

—Puedes volver allí. —Kal-El giró a ver al hombre. Siempre que Kal-El nadaba por la superficie se proponía a incordiarlo. Estuvo a punto de hundirse de nuevo, pero el hombre levantó las manos en señal de rendición y volvió a ofrecerle el sueño. —Te puedo llevar al océano, si me haces un favor.

Frunció el ceño. Todo tenía un precio para los humanos y a Kal-El no le sonaba muy divertido.

—No es nada malo, solo un favor... ¿Puedes escucharlo y decidirlo?

Se alejó de la orilla cuando Wayne se acercó y se acuclilló cerca. Chapoteó con la cola en el agua, mojándolo en el proceso para que se alejara. Lo consiguió.

—Vale, no me acerco, pero, ¿Quieres saber qué es?

Kal-El se hundió, dio vueltas sobre sí. Podía hacerle lo que sea que quisiera y volver a su amado océano o podía caer en una trampa, aunque siempre podía escuchar, nunca era malo escuchar. Salió de nuevo, solo sacando sus ojos y mirando con desconfianza a Wayne, pero asintió, chapoteando en al agua.

El Sr. Wayne se levantó y se alejó.

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Kal-El abrió los ojos cuando sintió algo en el agua. Nadó a la superficie, pero siseó y le mostró los dientes al Sr. Wayne cuando lo vio metiéndose en la piscina. Se alejó lo más que pudo, dispuesto a hundirse y a hundirlo -porque el Sr. Wayne era idiota y no recordaba que el agua era su medio- , pero llevaba algo en brazos, algo con escamas azules, verdes y rojas.

—No te vayas, espera.

No lo vio acercarse más, pero, desde donde estaba, dejó que lo que llevaba en sus brazos flotara un poco por la superficie: Un bebé sirena. Parecía dormido, incapaz de flotar por su propia cuenta, solo en la superficie porque los brazos del humano lo mantenían allí, por un momento tuvo miedo de que no estuviera vivo, pero verlo rodar y al Sr. Wayne luchar por mantenerlo entre sus brazos lo calmó.

—Lo encontré cerca de la playa, habían cazado a sus padres. —El Sr. Wayne despegó sus ojos del bebé y miró hacia Kal-El. —Quería devolverlo, pero no sabía cómo, ni dónde, pensé que si encontraba a alguien de su especie podría ayudarlo a volver o encontrar a su familia o, al menos, devolverlo con los suyos.

Kal-El lo miró con desconfianza, podría ser una trampa, pero decidió creerle. Nadó con lentitud hacia el Sr. Wayne hasta estar demasiado cerca y poder ver el bebé, que sí, en efecto, era un bebé. Lo tomó y lo jaló con él, sin despegarle la mirada al humano, viendo como este le soltaba el pequeño y dejaba que lo mirara.

—¿Podrías llevarlo? Si lo haces y prometes buscar a alguien que lo cuide, te llevaré al océano.

Kal-El miró hacia atrás, a su hogar, miró al bebé entre sus brazos. Podría llevárselo, no sería un problema.

—Puedo.

—Oh, ¿Hablas?

Kal-El se hundió con el bebé, lo puso en el fondo, nada le pasaría. Volvió a la superficie. El Sr. Wayne seguía atónito por haberlo escuchado, parecía un pececillo fuera del agua, asustado y expectante. Kal-El lo rodeó un par de veces, pringándolo con su cola y disfrutando como era él el que se sacudía para evitar el agua.

—Hablo. Sí.

Puso sus manos en los hombros de Wayne. Era lindo, hubiera sido mejor si el hombre tuviese una cola, si fuera uno de ellos. Se inclinó, lo besó y, cuando el humano estuvo suficientemente idiotizado con el beso, lo hundió debajo del agua.

.

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El Sr. Wayne tosía como si la vida le fuese en ello, sus ojos rojos, furibundos, aún miraban a Kal-El con desconfianza. Su mayordomo, que tal parece llevaba por nombre Alfred, intentaba secarle el pelo y ayudándolo a recuperar el aire con un par de palmaditas.

—Debería dejarte encerrados aquí para siempre.

Kal-El se hundió casi todo en el agua, dejando solo los ojos afuera, sin perder de vista al humano idiota que olvidaba que las sirenas eran conocidas por ahogar guapos especímenes de hombres.

—Señor —intervino Alfred. —Usted invadió su espacio.

—¡Devuélveme a Dickie!

Kal-El negó. El idiota Sr. Wayne se acercó a la orilla, manoteando en el agua y haciendo que vibrara.

—Devuélvemelo.

Kal-El se hundió, volvió a salir por la orilla, justo frente donde estaba el Sr. Wayne, lo agarró de la muñeca y lo empujó de nuevo en el agua.

.

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—Vamos, Kal ¡Vamos!

Dickie, de unos cuatro años, jaló a Kal-El por todo el arrecife. Este lo siguió hasta que llegaron a la superficie, donde el calor del sol y el sonido de las gaviotas los recibieron. Cerca de unas rocas, por allá en la playa, había un yate negro anclado. Ambos nadaron hacia allí hasta acercarse por la popa. Dick fue el primero en poner sus manos sobre la madera y empujarse, haciendo su cola chapotear en el agua llamando al humano que siempre solía pasarse por esos lares.

—Hola, Dickie.

El Sr. Wayne, que se llamaba en realidad Bruce, salió. Se inclinó hacia el pequeño y pasó una mano por su pelo mojado, después, miró con desdén a Kal-El quien le devolvió la misma mirada de desprecio.

—Kal.

—Wayne.

Bruce llevó a Dick adentro, a la pequeña piscina del barco que había montado especialmente para poder pasar tiempo juntos. Regresó por Kal, inclinándose hacia él.

—¿Vas a venir o prefieres solo mirar de lejos?

Kal asintió, estirándose, emocionado por recibir el toque de su humano favorito. Tomó la mano de Bruce, dejó que se inclinara y, como estaba acostumbrado, lo besó. Cuando el idiota humano estaba distraído perdido en sus labios húmedos, lo tiró al agua.

—¡Kal!

Había cosas que nunca pensaba cambiar, como, por ejemplo, tirarlo al agua, besarlo y dejar que cayera en la misma trampa siempre.

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