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Capítulo 12


Los tres jóvenes se encaminaron a la salida del claro a paso rápido y antes de salir, Akane giró para toparse con la extraña sorpresa de que Farah había desaparecido. La curiosidad le ganó, tenía tantas preguntas para hacerle a Kai... Suponía que hablar con el originario de un poder debía ser todo un honor y por un momento sintió una pizca de envidia por su compañero. Siempre había querido tener una charla, entrenamiento o lo que fuera con los Ancestro Sombríos, pero jamás lo había intentado y tampoco sabía cómo hacerlo. Ignoró aquel pensamiento y pensó con qué pregunta podría comenzar.

—¿Qué es As'shirá?

—Es un saludo de respeto que hacemos a quien nos otorga poder. — Para sorpresa de ella, fue Lujak quien respondió en lugar del moreno. Este último asintió.

—Es más común utilizarlo para despedirse, pero no es una despedida definitiva — La miró a los ojos—. Es más como un "Hasta el siguiente encuentro, gran señor". En mi caso, "gran señora".

—Ese saludo fue lo primero que aprendí de Killian —alegó orgulloso el niño, presumiendo una tierna sonrisa.

—¿Es muda o algo parecido? —interrogó la muchacha evitando desbordar una cascada de preguntas.

—¿Farah? —La muchacha asintió—. No, ella suele comunicarse solo con quien posee su poder. Nadie más puede oírla a menos que realmente lo desee. — Akane se quedó pensativa—. Por cierto, ¿qué le pasó a tu mono azul? —preguntó Kai al notar la ausencia del animal. El rostro de Lujak se llenó de preocupación y desesperación.

—¡Malí! —exclamó agarrándose la cabeza con ambas manos—. Qué pésima persona soy, lo olvidé por completo.

—¿Malí? —preguntó Kai, divertido.

—No quiero sonar insensible pero primero debemos hallar a Ahián —alegó Akane—. Luego buscaremos a tu mascota.

Le acarició el hombro al niño a modo de apoyo y continuaron el camino a paso veloz. La curiosidad había cesado en cuanto recordó el motivo por el que estaban dirigiéndose hacia un lugar que ella no conocía y temía de que su compañero, «más bien su amigo o ¿debería llamarle entrenador?», estuviera en peligro ya que no tenía ni idea acerca de aquellos extraños captores. No sabía nada más que los escasos datos que Kai le había proporcionado tiempo atrás. Aquellos hombres que lo habían apartado de su familia, que lo habían obligado a hacerse con el poder de la Naturaleza, los que lo habían enviado a buscarla a ella. ¿Quiénes eran en realidad?

—¿Qué magia dijiste que utilizaban? —preguntó temerosa.

—Fuego —respondió el muchacho con naturalidad. Una naturalidad forzada ya que en el fondo, sabía bien el gran temor que eso le causaba por el pasado.

Inconscientemente, pasó su mano derecha por el costado de su tórax en donde tenía una quemadura a causa de una rebeldía que hizo durante su estancia en aquella aldea de malhechores. Podía recordar exactamente cada segundo de su agonía de aquel día en que lo dejaron por horas tirado en el suelo, encerrado en su celda y sin poder colocarse agua o algo para que calmara y desinfectara su quemadura.

Y como si de una chispa de tratase, la sed de venganza que había estado oculta en el interior de su ser durante todo ese tiempo, se encendió provocándole una sonrisa.

—¡Agáchense! —susurró Lujak mientras se escondía entre la alta vegetación. A lo lejos pudo escuchar voces, las mismas que había oído anteriormente.

Kai trepó el árbol a una velocidad extraordinaria y se camufló entre las ramas mientras que Akane se ocultó tras un enorme helecho. Los tres estaban al acecho de esos hombres que se acercaban platicando en su extraño idioma. La muchacha lanzó una mirada al moreno, se lo veía tenso pero al mismo tiempo parecía estar planeando algo.

Luego de que aquellos sujetos se alejaran lo suficiente comenzaron a avanzar lentamente.

—Tengan cuidado por donde pisan, aquí fue donde Ahián cayó en la trampa —advirtió el niño mientras miraba el suelo atento en busca de alguna anomalía.

Así fue como poco a poco se acercaron a la aldea donde se encontraba el albino cautivo. Era una aldea no muy grande, quizás del tamaño de Nek'ha solo que las casas eran madera con techo de paja. El lugar parecía desierto con los senderos vacíos y las puertas abiertas.

Se adentraron un poco más con cautela, tratando de no emitir sonidos delatores. Al final del sendero por el que transitaban pudieron observar al muchacho, encerrado en una celda de ramas y rocas. Akane contuvo sus ganas de reírse, le parecía sumamente irónico que un hechicero tan poderoso como él no pudiera utilizar su magia para abrir una celda o romper una red pero la risa se apagaba cuando recordaba que ella tenía el mismo poder y que estaría igual de indignada en su lugar.

—Esto no me huele nada bien —confesó Kaize mientras avanzaban—. Hay demasiado silencio, estén a alerta.

Ahián permanecía acostado y con los ojos cerrados dentro de aquella prisión anti-magia, a su lado estaba Malí, el mono de Lujak, jugueteando con unas hojas gruesas que había en el suelo. El monito se había colado en la red para acompañar al albino en aquel lugar que tanto conocía.

El muchacho no comprendía a esas personas. Lo habían dejado allí a la deriva, solo y sin nada que comer o beber y tampoco le habían presentado a esa tal «ama» que quería conocerlo.

Jodido, esa era la palabra perfecta para describirlo en su estado actual.

En cuanto escuchó pasos, se levantó y observó a sus compañeros acercarse pero por el extraño silencio que había allí supuso que algo no andaba bien.

Oyó un fuerte ruido tras suyo y se giró para encontrarse con el hombre de la barba colorada que lucía una falsa sonrisa.

—Hasta que decidiste volver, ¡querido Kaize!

Akane retrocedió en cuanto aquel hombre, al que Kai había llamado Falric, lanzó una enorme bola de fuego en su dirección. Apenas había podido esquivarla. Buscó con la mirada a su compañero y lo halló al otro lado de la pequeña calle, olvidando por completo la presencia de Lujak.

Kai se perdió entre las casas y ella aprovechó para hacer lo mismo en dirección opuesta, contrariando a su mente que le decía que debía seguirlo para no estar sola en territorio desconocido. En cuanto giró una esquina, tropezó con una roca y cayó al suelo. Cualquiera, y hasta ella misma, diría que en ese momento perdió la cordura pero agradeció de mil maneras diferentes en su mente a la roca por haberla ayudado a esquivar aquella ráfaga de fuego que había pasado unos centímetros sobre ella. Se puso de pie rápidamente y se preparó para luchar.

Su adversario era un moreno de cabello muy corto y ropas similares a las que usaba Kai. Este se arremangó y se preparó para lanzar otro hechizo. Akane se agachó y levantó el muro de sombras, dejando salir del mismo a una silueta sombría que se posicionó a su lado. La sombra y ella levantaron un muro más grande del que salió otra silueta con el doble de tamaño de la muchacha.

Aquel hechicero comenzó a lanzar desenfrenadamente bolas de fuego hacia la silueta gigante, haciéndole huecos por donde atravesaba pero esta magia sombría era más fuerte y el moreno tuvo que gastar casi la mitad de sus energías para esfumarla. En cuanto lo hizo partió a buscar a Akane, quien había aprovechado para escapar por entre las casas.

Ella había encontrado el aserradero del lugar y se dispuso a controlar varios troncos de madera finos. Con su magia les hizo una pequeña punta afilada y se ocultó entre unos helechos a la espera de su atacante.

Kai había rodeado unas cuantas casas para volver al centro en donde se encontraba la jaula del ahora resignado Ahián. El albino seguía acostado mirando el techo de la pequeña prisión en la que estaba, con el mono azul a su lado.

En cuanto el moreno se acercó a la jaula, una bola de fuego casi lo incinera. Había levantado un muro de tierra con suficiente rapidez para protegerse.

—No te será fácil esta vez, Kaize —habló Falric mientras lucía una sonrisa retadora y se acercaba.

—Espero que no, hoy deseo divertirme un poco —refutó Kai acercándose a él hasta quedar a seis metros del otro. 

—¿Te atreverías a un duelo o aún eres un pequeño? —desafió peligroso el pelirrojo. Ahián se sentó sobre la pequeña litera y cruzó las manos sobre las piernas, la pregunta había llamado su atención. El moreno guardó silencio—. Parece que a alguien le comieron la lengua los ratones... Mejor dicho, al pequeño.

Kai le lanzó una mirada de odio, lo estaba provocando. Ahián se puso de pie y forzó los barrotes mágicos, sin resultados.

—¿Qué hay en juego? —preguntó Kaize intentando regular su tono de voz. Estaba nervioso, conocía las ambiciones de Falric y no era una persona con quien se pudiera negociar bien.

—A muerte —respondió indiferente su contrincante mientras acariciaba la punta de su barba.

—¡Eso está prohibido! —exclamó Ahián estupefacto ante la propuesta. El mono en su hombro imitaba sus acciones, ambos forzaban inútilmente la jaula.

—Esta es mi selva, puedo hacer lo que yo quiera —escupió Falric mirando con desdén a Ahián por su intromisión.

—Acepto —soltó Kai. El pelirrojo y el albino se giraron a mirarlo. El primero rio.

—No sabes en lo que te estás metiendo, niño —advirtió y con un chasquido esperó a que Kai lo imitara. En cuanto lo hizo, ambos desaparecieron. Dejando a Ahián atónico ante la escena.

—Espero que ese inútil sepa vencer a ese tal Falric —escupió mientras miraba al mono. Este último se encogió de hombros—. ¿Qué rayos hago hablándole a un mono?

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