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Capítulo 11


Caminar por la espesa selva provocaba un sentimiento de adrenalina y nostalgia a Akane ya que allí había sido la persecución luego del asesinato de Zaai.

Se abrazó a sí misma cuando una ola de aire frío la cubrió, estaban cerca del centro de la selva. Allí la temperatura era más baja a causa de que las lluvias se intensificaban a medida que se adentraban en ella.

Comenzó a observar todo a su alrededor mientras seguía a sus compañeros por entre la abundante vegetación, percatándose de que era un paisaje muy hermoso y armonioso. Entre el espeso verde de las plantas y lianas, sobresalían el rosa y morado de las flores exóticas que solo en ese recóndito lugar se podían apreciar. Se agachó un momento y tomó entre sus manos una flor morada para observarla con fascinación, Lujak se acercó a ella y se la quitó de las manos para colocársela tras la oreja.

Le sonrió y ella miró como los ojos del niño se iluminaban. Le devolvió la sonrisa y fraternalmente le sacudió el cabello. Caminó hacia él para darle un suave empujón en la espalda, guiándolo tras los dos muchachos que se habían adelantado varios metros sin notar su ausencia. No podía perderlos de vista ya que la cabellera color nieve de Ahián y las rojas vestiduras de Kai resaltaban en el paisaje.

Akane y Lujak se sobresaltaron cuando oyeron el crujido de un par de hojas moverse tras suyo. Con el miedo latente en su cuerpo, ella se giró a ver pero no halló nada ni a nadie. Continuaron el camino ignorando lo sucedido, pero al cabo de unos instantes, algo saltó hacia ellos provocando un grito de pánico de parte de la muchacha. Lujak estaba igual de petrificado que ella. En ese momento, solo se pudo oír la carcajada de Kai y el leve sonido del agitar de la cola del pequeño mono azul que ahora se encontraba sentado sobre el hombro del asustado niño.

—Estos son amigables Lujak. — Kai se acercó a él y acarició la cabeza del mono. Lujak relajó los hombros y poco a poco el miedo que tenía fue disminuyendo y comenzó a acariciarlo.

—Hola monito —saludó con una sonrisa algo temerosa. El mono se acomodó en su hombro y emitió algunos sonidos propios de su origen animal—. Parece que tengo un nuevo amigo.

Akane, ya habiendo recuperado el aliento, le sonrió e hizo señas para continuar el camino.

—Ya casi llegamos —anunció Kai mientras retomaban la caminata hacia el lugar en donde se había entrenado con Farah.

Poco a poco la vegetación iba dejando ver más rayos de luz solar que apuntaban a pequeñas rocas blancas en el sueño, estas marcaban un sendero. Lo siguieron y a medida que iban acercándose al centro de la selva, las piedras se hacían más grandes y dispersas entre la vegetación, dejando ver un claro maravilloso a ojos de cualquiera.

Una luz opaca se reflejaba sobre una roca gigante color gris oscuro rodeado por dos sauces cuyas ramificaciones danzaban al son del suave viento que recorría el ambiente; allí terminaba el sendero. Junto a los sauces, flores azul oscuro daban una armoniosa visión de aquel claro. A los costados del sendero había circunferencias planas de tierra sobre el suelo donde, Akane supuso, Kai practicaba su poder de la naturaleza ya que en esos círculos la tierra parecía removida, como si una gran fuerza hubiera emergido de ella varias veces.

Al acercarse a la roca en la cual Kai había explicado que era el altar de Farah, él se arrodilló.

—Necesito que me dejen a solas para poder invocarla —pidió mientras alzaba las manos, alabando a su señora naturaleza.

Los demás asintieron y Ahián encabezó la marcha camino a la salida del claro. El mono azul continuaba en el hombro de Lujak, guardando silencio y atento a todo como un pequeño vigía.

—Ahián acompáñame a buscar algo para comer, el mono tiene hambre —dijo Lujak con un tono amable al que no podía negársele fácil. El muchacho lo pensó dos veces antes de responder y finalmente asintió.

—Me quedaré aquí a vigilar, por si acaso —murmuró Akane mientras sonreía por la escena que veía; Lujak arrastrando a Ahián hacia la selva con el mono en el hombro—. Quién lo diría, tu frialdad se borró de la faz de la tierra gracias a Lujak —murmuró para sí misma.

Mientras avanzaban por la espesa vegetación de la selva, Lujak contaba que jamás había visto un paisaje tan húmedo debido a su costumbre de vivir en el desierto y que estaba deseando que lloviera de una vez para así rememorar la sensación de agua cayendo sobre su cara.

A lo lejos escucharon unas voces y al instante, Ahián cubrió la boca del niño con su mano; el mono le gruñó al instante que lo hizo pero Lujak asintió para calmarlo y se escondieron tras un árbol alto y grueso.

Las voces eran raras y en un lenguaje que no conocían, lo que provocó que el muchacho se preparara para cualquier inconveniente. Se acostó boca abajo sobre las hierbas altas y el niño lo imitó, para así poder observar mejor a los dueños de aquellas voces extrañas. Divisaron a un grupo de cuatro hombres con vestiduras negras y rojas, parecidas a las que Kai usó la primera vez que lo vieron. Nada de la situación lograba que Ahián pudiera confiar en que la violencia no sería usada y comenzó a retroceder lentamente, haciendo señas de silencio y «quédate ahí» al niño.

Luego de unos metros de retroceder, intentó ponerse de pie pero una trampa lo hizo golpear contra el suelo y fue elevado en una red colgada entre los árboles. Lujak se escondió entre las frondosas raíces del árbol y las hierbas, y comenzó a buscar con la mirada algo para cortar las sogas pero todo fracasó en cuanto los extraños hombres se acercaron sin preocupación de que alguien escuchara sus fuertes tonos de voz.

Los hombres comenzaron a hablarle a Ahián pero al darse cuenta que este no comprendía ni una sola palabra, uno de ellos, cuya barba colorada llegaba a su pecho, se adelantó y con tono burlón pronunció con torpeza:

—¿Qué hace un albino como tú por estas tierras?

—¿Y por qué no podría estarlo? —escupió el aludido con enojo mientras su mente le recalcaba «debiste decirle a Lujak que el mono podía esperar».

—Curioso y atrevido, a la ama le gustará conocerte —respondió el barba roja mientras con ayuda de los demás bajaban la red—. Traigan la jaula, llevémoslo a casa.

Ahián, indignado por no poder usar su magia para cortar la red, comenzó a estirarla con fuerza, provocando las risas de sus captores al ver sus intentos fallidos.

En cuanto se alejaron de allí, Lujak aprovechó la oportunidad para volver con Akane y Kai a contarles lo ocurrido pero no recordaba el camino por el que había transitado con Ahián. Demoró un tiempo en llegar hasta la muchacha quien se hallaba sentada sobre una de las rocas blancas, admirando la lejanía de la selva con la mirada perdida.

En cuanto lo vio venir sonrió pero al percatarse de que venía solo, su rostro se tornó completamente preocupado.

—¿Qué pasó con Ahián? —preguntó alarmada en cuanto el niño se acercó a ella.

—Fue...capturado —respondió él entre jadeos.

Intentar contener la risa cuando Lujak contó lo sucedido con Ahián, había sido todo un reto para la chica.

—Akane, no es gracioso —reclamó el niño al ver que su amiga no podía controlar la tentación de reír. A pesar de que no le parecía bien que se riera de aquello, esbozó una pequeña sonrisa al verle de tal humor. Le dio un suave golpe en el hombro y ella con las mejillas coloradas lo miró preocupada.

—Lo siento, ya me calmé. — Se disculpó y bajó la cabeza.

Ambos se introdujeron en el claro en busca de Kai, temiendo a que Farah enfureciera por la tan atrevida interrupción y como si estuvieran unidos por lazos invisibles cual marionetas, ambos llevaron, al mismo tiempo, las manos hacia sus bocas conteniendo la admiración.

-Es...—intentó hablar ella pero no conseguía una palabra que coincidiera con lo que necesitaba decir— impresionante.

Farah se alzaba en el centro de aquel precioso claro, emanando un aura blanca. La cubría un delicado vestido cuyo color era igual al de una manzana verde que iba a juego con su larga y ondulada cabellera verde agua adornada con todo tipo de flores exóticas. Tenía sus brazos extendidos hacia el cielo, exponiendo su delicada piel pálida y verdosa.

Se encontraba de espaldas, obstruyendo la vista hacia el altar que anteriormente ambos habían apreciado. Rodearon a la hermosa ama de la naturaleza y vislumbraron a Kai en el otro extremo del claro, emanando un aura del mismo color que la de Farah. Al oír pasos en la suave hierba, el moreno abrió los ojos y dirigió su mirada hacia los muchachos intrusos que estaban embobados admirando lo que sucedía.

—Farah, mi señora —llamó con un alto tono de voz, Akane supuso que era para que pudiera escucharlo mejor aunque se replanteó que pudo haber sido para resaltar el "mi señora"—. Lamento sonar atrevido pero necesito un momento de descanso para hablar con mis compañeros.

Farah giró hacia los recién llegados y les regaló una tierna y brillante sonrisa. Miró a Kai y asintió.

—¿Qué sucede? —preguntó algo confundido mientras sacudía sus manos.

—Ahián fue capturado —informó Lujak sin dejar de ver a Farah. Luego volteó y continuó hablando—: en cuanto pude corrí hacia aquí para avisarles, debemos apurarnos antes de que sea tarde.

—Joder, justo cuando le había pedido que me enseñara el Thaleassi Avatar —se quejó indignado—. ¡Y estaba dispuesta a hacerlo!

—No estoy segura, pero probablemente sean tus captores quienes se llevaron a Ahián —interrumpió Akane luego de debatir en su mente aquella hipótesis.

—¿Qué? — Kai llevó las manos a su cintura, preocupado—. Entonces mejor nos damos prisa.

—¿Y tu entrenamiento? — Esta vez fue Lujak quién interrumpió. Kai volteó hacia Farah.

—Mi señora, estoy en total acuerdo si desea golpearme pero necesito interrumpir este entrenamiento. — Ella lo escuchaba atentamente, sin omitir palabra alguna. Akane no lograba descifrar la misteriosa mirada de aquella criatura de exagerada belleza. Farah asintió ante las palabras del moreno—. Agradezco su comprensión, prometo... espero no demorar demasiado en nuestra misión. As'shirá.

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