44 km
Recta final: Últimos capítulos
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A partir de la dolorosa punción que experimentó en su pecho luego de oír el anuncio del médico, Lila se encontró en un estado de desrealización permanente las horas siguientes. Recordaba vagamente a Green cayendo al piso, encogiéndose en sí mismo como si de esa forma pudiera atenuar el desgarro que amenazaba con destruir su corazón. Lo había abrazado y había llorado junto a él, pero su mente percibía aquello como un sinsentido.
Condujo hacia la clínica. La agobiante congoja había tomado posesión de su hermano, quien ocupó el asiento de acompañante, demostrándose demasiado débil como para hacer otra cosa que no fuera llorar con desconsuelo. Y a la chica eso también le parecía extraño.
Esa sensación de irrealidad, como si estuviera fuera de su cuerpo mientras todo aquello acontecía, no se despegó de ella aún cuando llamó a Kim y le comentó lo sucedido, ni cuando ésta y Luke aparecieron en la sala de espera, dispuestos a organizar los preparativos del cortejo fúnebre, notando el estado deplorable de los hermanos Porter.
Cortejo fúnebre.
Fue al oír esas dos palabras que la enfermera se desmoronó, sintiendo nuevamente la punzada en su corazón que extendía el dolor por todo su cuerpo. Se dejó caer en un asiento, su mirada perdida en el vacío, mientras escuchaba murmullos a su alrededor.
Apretó sus párpados con fuerza como si aquella negativa a ver pudiera también bloquear los sonidos de las voces que llegaban a sus oídos. Discernió que el funeral se realizaría en su antigua ciudad. Le darían sepultura en el cementerio de allí. A Brown Porter.
A su Brownie.
Un agudo sollozo abandonó su garganta, las lágrimas retenidas por sus ojos cerrados.
—Esto no es real— Susurró. —No es real. No es real. No es real— Repitió, mientras tiraba su cabeza hacia atrás y golpeaba levemente su nuca contra la pared, deseando que el impacto fuera lo suficientemente potente para dejarla inconsciente.
Una mano se deslizó sobre la suya, entrelazando sus dedos. Abrió los ojos de repente. Green se había sentado a su lado, su rostro hinchado y sus ojos rojizos habían transfigurado su rostro de tal forma que parecía un hombre mayor.
—Lil...— Sollozó, desesperado.
Él también buscaba escapar de esa situación. Esperaba despertar en su cama y enterarse que aquello había sido sólo un terrible sueño. La realidad es fatídica al punto de hacerte preferir una pesadilla.
Ellos se abrazaron, aferrándose uno al otro con brío.
Volvieron a su ciudad natal esa misma tarde. Luke conducía lentamente detrás de un largo coche negro que Lila se esforzaba por ignorar, evadiendo caer en cuenta de los hechos. Iba en el asiento trasero junto con su hermano, quien aún no había dejado de abrazarla, como si separarse fuera a hacer que se perdieran a sí mismos por completo.
La sensación ilusoria seguía aferrada a la chica. Observaba el interior del vehículo, a Kim y a Luke en los asientos delanteros, con semblantes tristes. Examinaba el tablero del auto, la caja de velocidades, el tapizado de cuero, el sol escondiéndose en el horizonte a través de la ventanilla. Ni siquiera esos detalles le parecían reales, su alrededor se había transformado en algo quimérico. Guardaba aún la esperanza de estar atrapada en una cruel fantasía.
Llegaron a la casa donde transcurrió su niñez cuando la noche ya había oscurecido el panorama. La madre de Brown estaba allí, esperando. Su pecho subía y bajaba mientras el llanto la asaltaba al ver llegar el coche negro. Lila apartó la mirada de ella al escuchar el sonido agónico que profirió. Fue desgarrador.
Descendió y se encaminó directo a esa joven, cuya vida desastrosa había tomado un rumbo acertado luego del nacimiento de su hijo. Había luchado por dejar atrás su errático pasado y darle a Brown lo mejor de ella. Lo había hechos, lo había logrado. Eso fue lo que Lila le dijo al oído mientras la abrazaba.
Los encargados del cortejo se dedicaron a contactar al cementerio central para ultimar detalles del funeral, el cual se llevaría a cabo por la mañana.
La menor de los Porter estaba segura de no poder dormir esa noche. Se sentó en el suelo de su antiguo dormitorio, mirando alrededor. Una cama colmada de peluches, regalos de Derek, un escritorio lleno de libros, un armario repleto de viejas prendas. Fotografías en los estantes de los amigos que había cosechado allí, de su novio, diplomas y menciones honoríficas de la Universidad en la pared. Lo percibía todo vacío.
Alguien ingresó de repente al cuarto, provocando que la enfermera se girara al recién llegado. Green cerró la puerta tras él y se tambaleó como un moribundo hacia su hermana. Tomó asiento en el piso, al lado de ésta y dejó que su peso se recargara en la chica, quien lo estrechó entre sus brazos. Comenzaron a mecerse lentamente, mientras el sonido de sus sollozos se mezclaban en el aire.
—Lila, no puedo... No puedo soportarlo. Va a matarme— Gimoteó él.
La muchacha se percató que la posición en que se encontraban era la misma que adoptaban cuando eran niños y sus padres comenzaban una pelea. El caos que producían y el modo en que ellos levantaban muros imaginarios para dejarlo afuera, elevando sus voces en un coro para acallar el penoso sonido del exterior.
—Una vez escuché una canción— Entonó ella, en forma débil. —Y la melodía me dijo que bailara. Porque ya no me dolería el corazón. Al irse la noche y llegar la mañana...
El llanto de Green fue perdiendo potencia.
—Cuando volví a oír el DO-RE-DO— Continuó éste. —Antes de que las notas se acabaran...
—Por el horizonte se asomó el sol— Armonizaron juntos. —Y la tristeza susodicha ya no estaba.
Al concluir, se mantuvieron allí, abrazados e inmóviles, con miedo de romper la burbuja con algún movimiento.
La chica en el espejo tenía un aire taciturno nublando sus ojos. El color de su cara había sido absorbido por la tristeza, lo que resaltaba el negro oscuro de su vestido. Lila evitó hacer contacto visual con su reflejo mientras acomodaba los volantes de su falda.
—¿Lila?— Kim se asomó por la puerta de la habitación. —Tenemos que irnos— Anunció, su voz inusitadamente suave.
La aludido asintió y dejó que su amiga la guiara hacia el coche, el cual diez minutos después se detuvo frente al cementerio. Marcharon sobre el césped, que relucía su color verde, bordeando las tumbas del lugar. Llegaron hacia un ataúd, despiadadamente pequeño. Otra vez, la punción oprimió el pecho de la enfermera, provocando un quejido inaudible de su parte.
Green no pudo mantenerse de pie. Se mantuvo agachado a un lado del pozo recién cavado, encogido, mientras un hombre (quien prestaba la misa) hablaba sin que nadie lo oyera. Finalmente, el cajón fue puesto dentro de la fosa. Cuando la primera pala de tierra cayó en ésta, enterrando cualquier atisbo de sosiego, fue que la sensación de irrealidad abandonó a Lila.
De repente, era muy consciente de lo que sucedía. Su sobrino había muerto. Estaba siendo enterrado. Jamás lo volvería a ver, jamás le volvería a hablar, a arrullar, a besar sus mejillas sonrosadas o a aconsejar sobre carros de juguetes. Jamás podría volver a entregarle todo el amor que le tenía.
Se había ido.
El aire escapó de sus pulmones. Mientras más tierra había sobre el ataúd, más estrujado estaba su pecho. Sentía cada pala descargada sobre el hoyo como un disparo. Como si algo quisiera tomar su corazón cruelmente y arrancarlo de ella.
Gimió, golpeada por una pena inexplicable. Su entero ser se debilitaba, sus piernas empezaron a perder fuerza. Sus rodillas cedieron y estuvo a punto de caer al piso, pero en el momento justo unos fuertes brazos su enredaron en su cintura, manteniéndola de pie. Se aferró al cuerpo que en ese momento le proporcionaba firmeza. Parpadeó, haciendo que las lágrimas cayeran y limpiando la nebulosidad de su vista para dirigirla a quien la sostenía.
Sus ojos encontraron el perfil de Justin Bieber. Ejerciendo mayor presión, éste la estrechó aún más contra sí mismo. Ella dejó que la sujetara, apoyándose en él.
Por primera vez, no cargaba el peso sola.
-TatianaRomina
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