Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4


CAPÍTULO 4

ALTHEA


Althea despertó en una habitación desconocida. Se incorporó tan rápido como pudo y un dolor palpitante arrasó en su cabeza. Llevando la mano a la zona se quejó en silencio y se fijó en su cuerpo. Alguien había estado curándola. Sus piernas estaban limpias de tierra, las heridas de sus pies tratadas y envueltas en vendas. No pudo evitar pensar en la noche anterior y sentir ganas de vomitar.

Recordaba sus ojos amenazantes, sus gruñidos, el bosque temblando como si le respondiera. Recordaba la sangre de Eric, y luego la oscuridad. Había pensado que moriría. Primero con el secuaz de Max, y luego en las fauces de él. Con una última esperanza de sobrevivir y creer en la mente perturbada de su madre había gritado como una loca el nombre de Rex sin saber si era real. Tal vez esperando que el lobo respondiera igual que en una película de fantasía, o la matara ahí mismo.

¿Qué ocurrió después? No lo sabía.

La habitación en la que se encontraba era pequeña. Cuatro paredes de madera, una cómoda con un jarrón y flores silvestres, un armario empotrado del mismo material que las paredes y una alfombra redonda en tonalidades verdes. Frente a ella estaba la cama en la que Althea permanecía sentada. Era un cuarto acogedor, cálido con olor a madera y tierra y algo más peligroso...

Se levantó despacio y en el momento en el que la punta de sus pies tocaron el suelo, la puerta se abrió produciendo un sonido chirriante. La primera persona que vio fue una mujer. Iba cargada con una bandeja de comida. Era asiática, con el cabello castaño y largo recogido en un elegante moño, los ojos rasgados y oscuros y labios rojos. Llevaba un vestido blanco de flores amarillas ceñido a su cintura y suelto en la falda que acababa sobre la mitad de sus muslos, y usaba un par de zapatillas de estar por casa decoradas con líneas negras.

La desconocida la miró sorprendida, luego sonrió.

—Al fin despiertas. Estaba empezando a preocuparme.

—¿Dónde...dónde estoy? —Althea tartamudeó—¿Y quién eres tú?

—Soy Iki —dijo en un tono burbujeante—. Soy la que te ha curado las heridas.

—¿Tú me has curado?

—Sí, ¿te duele algo? ¿Te sientes mal?

—La cabeza me da vueltas.

—Tengo un poco de medicina para eso. Te la daré una vez que hayas comido. Me han dicho que no tuviste una noche fácil.

Era de día, ¿cuánto tiempo llevaba dormida?

Ella dejó la bandeja de comida en la mesita de noche. Su barriga rugió de hambre.

—Puedes atacar, cariño. La han hecho en especial para ti.

Althea la miró de reojo. Se moría de hambre, ni quisiera recordaba haber comido algo decente en estos últimos días.

—¿No estará... envenenada?

Iki soltó una risotada.

—Por la diosa, no. Es un estofado de carne normal y corriente. No envenenamos a nuestros invitados.

¿Invitados? Entonces, era bien recibida.

Althea miró de nuevo a su alrededor.

—No me has dicho aún dónde estoy.

—Estás en el campamento.

Hubo una pausa silenciosa.

—¿Qué campamento? —preguntó al final.

Iki sostuvo su mirada durante unos segundos y se acercó a ella dudando.

—¿Recuerdas lo que pasó anoche?

¿Cómo podría olvidarlo?

—¿Qué tiene que ver eso? —respondió en su lugar—. Dime dónde estoy, ¿me habéis secuestrado?

Iki colocó una mano sobre la cama y sonrió divertida.

—Cariño —dijo suave—, nadie te ha secuestrado, estás justo dónde tú pediste ir.

Althea forzó su mente, una arruga apareció en su frente y deseó desmayarse y perder el conocimiento de nuevo.

—No...yo, no...no... –Althea se levantó de la camilla llevándose una mano a la cabeza.

No.

Dio una vuelta sobre sí misma y volvió a negar con la cabeza.

—¿El Clan de la Sombra? ¿Esto es...? ¿Tú eres...?

De todo lo que podrían haberle dicho, de todos los sitios en los que podría haber llegado a parar, estaba en el peor.

—¿Por qué no te sientas? Acabo de vendar tu pie y vas a necesitar unos días de reposo.

Althea se giró hacia ella.

—Dime que no es verdad.

—¿No es verdad el qué?

—¡Esto! —exclamó y un zumbido llegó a su cabeza.

Poco le importó segundos después. Iki seguía mirándola como a un acertijo imposible de averiguar, y Althea se precipitó hacia la puerta para poder verlo con sus propios ojos.

No fue el exterior, sino el hombre plantado frente a ella el que hizo que los cimientos construidos de su mundo se desplomaran de golpe.

Tenía el cabello negro, ondulado y largo hasta los hombros. Sus ojos eran verdes, de piel bronceada, barba incipiente, alto y grande y ancho como un armario. Althea no pudo quitar los ojos de su cara, sintiéndose pálida al darse cuenta de que una inmensa herida dividía su rostro en dos.

El hombre de la cicatriz en la cara. El lobo de la cicatriz en la cara. Rex. Así lo había llamado su madre.

—¿Tratas de escapar? —Su voz no era humana.

Althea negó con la cabeza. Era lo único que podía hacer.

—¿A dónde ibas?

De su garganta salió un graznido parecido al de una gallina.

El hombre vestía unos vaqueros desgastados y rotos a la altura de las rodillas, y una camiseta blanca de manga corta. Mantenía sus brazos cruzados sobre su torso.

—¿No sabes hablar? —inclinó su cabeza.

Althea apretó los dientes.

—Por supuesto que hablo —respondió finalmente subiendo los ojos hacia él.

El aire se tornó espeso en ese momento, y sus pulmones dieron una especie de vuelco, como si temblaran y ansiaran buscar un oxígeno que no existía. Apartó la mirada y aquella extraña sensación desapareció al instante.

Respiró profundo.

El hombre moreno dio un gruñido en respuesta y Althea se negó a creerlo, pero ahí estaba. Era él.

Tragó saliva, o lo intentó.

—Rex —Iki lo llamó por su nombre desde el marco de la puerta y él desvió su atención.

Althea pudo ver cómo la expresión de su rostro cambiaba, cómo por segundos sus facciones se suavizaron y un brillo extraño apareció en sus ojos mientras miraba a la mujer.

—Siéntate, cielo —Iki la sujetó de los hombros y Althea escapó cómo pudo de su agarre tragándose un quejido cuando su pie golpeó la madera.

—¡No quiero! ¿Quiénes sois? ¿Qué sois? —corrigió al final.

Se negaba a creerlo aún. Nada de esto podía ser cierto.

—La pregunta no es quiénes somos nosotros —habló Rex, su voz volvía a ser amenazante y a Althea se le secó la boca—. ¿Quién eres tú, niña? ¿Qué hacías en mi bosque? ¿Por qué me buscas? ¿Qué quieres?

¿Qué quería? No lo sabía. Volver a ver a su madre. Regresar al pasado.

Rex dio un paso hacia ella.

—¿Quién cojones eres y por qué sabes de nosotros?

Althea apartó los ojos.

Su madre le había dicho que confiara en ellos, que Rex y el Clan de la Sombra le protegería, pero... ¿y si era mentira? ¿Y si la traicionaban de nuevo? ¿Y si también querían hacerle daño?

—Dime tu nombre —le rugió el hombre de la cicatriz en la cara.

—Rex, está asustada —Iki se acercó y sostuvo a Rex del brazo.

—Me da igual. ¿Cómo te llaman?

Althea cuadró los hombros, o lo intentó.

—No lo sé.

—¿No lo sabes? ¿No recuerdas tu nombre? ¿Tan fuerte te golpearon anoche? —Rex no lo dijo con preocupación, más bien se burlaba de ella y de lo que había sufrido y Althea escuchó chirriar sus dientes—. Tienes una hora para recordarlo, y decirme qué demonios estabas haciendo aquí. La próxima vez que venga, no seré amable, humana —escupió eso último antes de salir.

—Perdonale. No acostumbra a tratar con gente cómo tú.

—Gente cómo yo... —susurró en sus adentros Althea—. Humanos, ¿verdad?

Parecía estar en una cabaña de madera, era grande, con un largo pasillo lleno de puertas, una cocina que alcanzaba a ver desde dónde estaba y un salón con dos sofás en tonos fucsia. Las ventanas abiertas estaban cubiertas por cortinas por las que entraba el cálido aire de verano, y sonidos que le recordaban a un patio de colegio.

Iki no respondió a eso, cerró la puerta de la habitación y guió a Althea a la cama. Esta vez, Althea sí que dejó que la tocara.

—Toma asiento, cielo, y come un poco.

—No tengo hambre.

Pero Althea se encontró obedeciéndola. Se sentó en cama, cogió la bandeja de comida y el estofado y lo devoró en apenas segundos con la mirada perdida. Masticó la última cucharada y bebió del vaso de agua que Iki le ofreció.

—¿Te encuentras mejor?

No.

Sostuvo el vaso entre sus manos.

Iki arrastró una silla frente a ella, apartó los platos de sus rodillas y se sentó.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Ella asintió sin mirarla.

—¿Qué sabes sobre nosotros?

Pellizcó uno de sus dedos.

—Sé lo que sois. Mi madre...mi madre me lo ha contado todo.

—¿Y qué es? No voy a poder ayudarte con Rex si no me lo dices.

Alzó la cabeza. Incluso aquella mujer de rostro suave tenía una mirada animal.

—Sé que sois lobos. Hombres lobo. Qué teneis una especie de manada que se llama Clan de la Sombra. Que el hombre de la cicatriz es vuestro líder, y que...— Althea tuvo que parar con voz temblorosa.

Estaba aterrorizada hasta los huesos. Su madre había jurado que el mundo de los lobos era real y Althea no había hecho otra cosa que tomarla como una loca, una enferma, una persona que necesitaba tratamiento, pastillas, medicación para ver la realidad y ahora... el mundo que creía que era una mentira salida de la imaginación perturbada de su madre, era verdad.

No podía haber peor hija.

Se sintió como una basura.

La mano de Iki se colocó sobre la suya.

—¿Cómo sabe tu madre todo eso? —Iki le preguntó y Althea tuvo ganas de llorar aún sabiendo que eso no arreglaría nada ni le devolvería a su madre.

Negó con la cabeza. Quería confíar en esa mujer. Quería confíar en el hombre de la cicatriz en la cara, pero no podía.

—La secuestraron, tengo que encontrarla, tengo que ir a por ella.

Iki la detuvo antes de que saliera de la cama.

—¿Quién lo hizo? ¿Por qué? Podemos ayudarte, pero necesitamos saber quién eres. No podemos dejarte salir de aquí, entiéndelo.

—¿No podéis? ¿Qué estás diciendo? ¿Me vais a encerrar?

—No. Bueno, sí. No quiero mentirte, cielo.

—No me llames cielo —ladró Althea.

—Intento no asustarte más.

Althea sintió una risa agria atravesar su garganta.

—¿No crees que es un poco tarde para eso? Anoche se llevaron a mi madre, casi me matan y ahora... me secuestra una manada de hombres lobo —Althea lo dijo en voz alta y de nuevo una oleada de culpabilidad la atravesó.

—No te estamos secuestrando. Pero entiende que el mundo de los humanos no está preparado para saber de nosotros, por eso nos escondemos. Rex cuida de la manada, hasta que no sepamos quién eres o qué haces aquí, no podemos dejarte marchar.

—¿Y cuando lo sepáis? ¿Qué haréis conmigo? ¿Me dejaréis ir?

Iki no respondió y eso fue suficiente para que la voz en su cabeza aumentara.

¿Por qué tenía que pasarle esto a ella? ¿Por qué? Althea no se consideraba una mala persona, siempre intentaba hacer las cosas lo mejor posible. Era educada, ayudaba a la gente. Nunca se había metido en peleas, ni robado. Lo único que ella quería era ser feliz con su madre. ¿Por qué el destino se lo estaba poniendo tan difícil?

Althea negó con la cabeza.

—No me quedaré aquí —dijo Althea tratando de pasar por su lado.

Iki la agarró de la muñeca. No dolió, pero fue suficientemente firme cómo para que Althea tragara saliva y la mirara con una súplica en sus ojos.

—No te haremos daño —pronunció Iki, pero Althea sabía que mentía—. Hazme caso, por favor. Acuéstate en la cama y descansa por ahora.

Althea no pudo decir nada. Iki salió de la habitación y Althea se derrumbó sobre el suelo completamente atemorizada.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro