3.
CAPÍTULO 3:
KAY
Le había agujereado la garganta, desgarrado y abierto en canal. El cuerpo del humano yacía en el suelo como una especie de muñeco de trapo con los miembros apuntando hacia diferentes direcciones formando un ángulo extraño. No había disfrutado. No le gustaba herir humanos y mucho menos matarlos, pero...
El furioso animal miró a la joven. Habían entrado en su territorio como si fuera su casa, corriendo uno detrás de otro, gritando y molestando. Al principio, el lobo creía que era una pareja de amantes que como otras muchas venían al bosque hacer manitas. Pensaba darle un mordisco en el culo al humano y gruñir hasta que se marcharan con el rabo entre las piernas, pero la situación había sido otra. La chica chillaba como una loca, el humano se reía de ella, la arrastraba y la intentaba estrangular.
Los conflictos de los mundanos eran de ellos. No le pertenecían al lobo, y debió de haberse quedado quieto, o mejor, debió haber dado media vuelta y haberse marchado para evitar cualquier conflicto con ellos. De haber sido listo, el lobo no hubiese tenido ningún problema y su vida hubiese sido igual de normal y rutinaria como hasta ahora.
Pero había quedado claro que la bestia era de todo menos inteligente. Había matado a un humano, y ahora gruñía y amenazaba a la joven con sus colmillos y hocico manchados de sangre.
La quería fuera. La quería fuera de su hogar cuanto antes, y la iba a echar entre amenazas hasta que sus ojos oscuros se fijaron en ella por primera vez. La humana lloraba, sangraba por la nariz, y su rostro era un amasijo de pavor. Estaba sentada sobre la tierra o mejor dicho, acurrucada contra su cuerpo, abrazándolo, con las rodillas pegadas a su pecho y los brazos rodeándolas. Parecía un pequeño animal herido, y lo estaba.
El lobo la revisó como lo haría con cualquier miembro de su manada. Habían cortes en sus pies, en sus piernas, manos y pómulos, y no dejaba de temblar. Temblaba tanto que pensó en alejarse un poco de ella hasta que un olor entró directo y sin pedir permiso en sus fosas nasales.
El lobo inhaló fuerte, sus pulmones doliendo, las aletas de su nariz abiertas. Dobló un poco la cabeza y sus ojos se entrecerraron.
Era dulce. Dulce como el chocolate, como el caramelo, como la vainilla. Suave, tierno, y tan delicioso que lo hizo salivar como si estuviera delante de una inmensa pieza de carne.
Quería hincar sus dientes, y comerse al ciervo, o mejor dicho a la cervatilla asustada. Lo iba hacer. Estaba gruñendo, acercándose, y amenazándola y ella no se movía. No corría como el resto de su especie de vuelta a casa.
Ella lo miraba con los ojos húmedos, con el cabello negro, tan malditamente oscuro y tan brillante que iba a cegarlo por completo.
Entonces, ella abrió sus labios y preguntó en un susurro tembloroso:
—¿R...Rex?
El lobo se detuvo.
—Rex. Busco a Rex. Busco a Rex —ella repetía una y otra vez, primero llorosa, luego negando la cabeza— Busco a Rex... —acabó con un hilo de voz— Rex. Clan de la Sombra.
El lobo sostuvo su mirada, esta vez sin gruñidos, intentando descifrar sus palabras.
—Rex —musito débil—. Me han dicho...mi madre ha dicho...
El cuerpo de la chica cayó al suelo, quizá demasiado agotada para continuar, respirando de forma lenta, y con la cabeza torcida sobre una rama gruesa.
Se acercó sin cuidado esta vez, pisando fuerte con sus garras, arañando la tierra y abriendo las fauces en un intento de respirar todo el aroma dulce que aquella humana tan extraña desprendía. Un sonido salió desde el fondo de su garganta y aunque estaban en plena ola de calor sintió frío en su piel cuando su cuerpo empezó a cambiar.
Los crujidos y chasquidos resonaron en todo el bosque. El lobo se retorcía, aullaba de dolor mientras que sus huesos se adaptaban a otra forma muy diferente de la de un animal.
Un humano.
Un humano de ojos negros y cabello color del fuego.
Se acuclilló frente a ella y levantó un mechón de su pelo que había caído encima del rostro.
¿Qué te ha pasado? ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Por qué ese hombre quería hacerte daño? ¿Cómo sabes del Clan de la Sombra? ¿Y de Rex?
Quería hacerle tantas preguntas que con gusto la hubiese sacudido hasta despertarla, pero si lo hacía, el lobo no estaba seguro de si podría mantener sus dientes alejados de ella. Por la diosa... la chica estaba revuelta en tierra, hojas y sangre, y aún así era un jodido manjar de dulces.
Al lobo le gustaban los dulces. Quizá demasiado.
Dio una última bocanada tan fuerte que sus costillas dolieron mientras la repasaba con los ojos completamente negros y brillantes. Era preciosa, más que preciosa. Parecía creada por la propia luna. Tenía la piel pálida, pómulos que se elevaban hasta sus pestañas, y labios manchados de sangre. Su mejilla estaba amoratada.
Se tensó y un músculo se movió en su frente realmente molesto.
En su Clan veneraban a las mujeres. Ellas tenían el don de traer vida a la tierra y a su manada, y por ello, era impensable maltratar o golpear a una. Pero los humanos... esas criaturas eran estúpidas. Se mataban entre ellos, vivían en guerra constante y maltrataban a sus mujeres o jugaban con ellas como si fueran niños de patio de colegio.
Tan tontos.
Se concentró en el cuerpo de la chica vestido con una simple camiseta de tirantes y unos pantalones cortos que dejaban a la vista una gran porción de piel de sus muslos. Parecían suaves. Ella parecía ser toda suave. Deslizó la vista por sus increíbles piernas y pies decorados por heridas, rojeces y cortes con sangre.
Había sido arrastrada por el bosque, y las ramas se habían encargado de cortar su piel. Aún así, se veía espléndida como una guerrera recién abatida en batalla. Como alguien de su propia manada.
El lobo frunció el ceño ante ese pensamiento.
Era humana. No era una guerrera, y por supuesto que no era una loba de su clan.
Pensó en las últimas palabras que ella había pronunciado. El nombre de Rex y el de su clan. ¿Cómo era posible que los conociera? Su manada tenía mucho cuidado con los humanos. Se escondían en lo más profundo del bosque bajo la tapadera de un camping, siendo discretos cada vez que tenían que viajar al pueblo a por medicina o previsiones. En realidad, esta era la primera vez que el lobo se encontraba en esta situación.
Nunca un humano había entrado en su manada. Él se encargaba de que así fuera. Era el guardián. Era su trabajo. Pero ella... ella tenía el pelo negro, tan negro como la noche y él sabía su significado. Había gritado el nombre de su líder, de su clan...
El lobo pasó un brazo bajó sus muslos y otro rodeó su cintura. La levantó con toda la delicadeza que un hombre como él podría tener y la cabeza de la chica dio un giro antes de quedar apoyada en el pectoral del lobo.
Sentía que sus manos ardían, que la zona de su torso en la que dormía, quemaba, y que su corazón latía tan rápido que parecía que iba a echarse una carrera por el bosque. No despegó los ojos de su rostro herido en todo el camino. Esquivaba las ramas, saltaba las piedras y cambiaba de camino de memoria mientras la veía dormir plácidamente entre sus brazos.
Sus pestañas estaban húmedas de llorar e imaginaba sus ojos rojos tras ellas. Quería lamerlas, limpiar su rastro en un instinto primario de curarla, y lo hizo.
La elevó un poco en sus brazos y agachó la cabeza, sacó la lengua, humedeciendo su labio inferior y barrió sus lágrimas saladas encerradas en las pestañas. Saboreó el manjar y se relamió.
Por la luna...¿Qué clase de criatura era ella?
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