
Capítulo 1: ¡Diablos, señorita!
El día que mi hermana murió, me encontraba sola en casa. Quizá no tan sola como creía.
El día que le robaron a mi madre la casa estaba vacía. O no tan vacía.
El día que intentaron apuñalar a mi hermano, todos dormían. Tal vez no todos.
El día que me secuestraron, yo tan solo iba de camino al colegio. ¿O puede que en verdad mi destino siempre haya sido otro?
***
Me levanté con la alarma de mi despertador, odiando completamente al que hubiese inventado ese maldito aparato. No podía entender por qué tenía yo que ir al colegio a las 8 de la mañana. ¿No se podían esperar un poco más a que llegáramos?
Después de odiar todo lo relacionado con el mundo en general, me levanté de la cama, lo único que no odiaba en ese momento, y me vestí.
Desayuné y salí de casa.
Al llegar al colegio entré en clase, tiré la mochila al lado de mi silla y me senté.
—Hola, Deb.—Ann me saludó y se sentó a mi lado.
—Hola.
Ann era una de mis mejores amigas, y, la verdad, ni yo sabía por qué. No nos parecíamos mucho: ella medía metro y medio y yo 1'60, ella tenía los ojos marrones y yo azules, yo era rubia con el pelo largo y ella tenía el pelo negro y corto...En cuanto a la personalidad sí que éramos un tanto parecidas, pero no éramos precisamente idénticas.
En ese momento entró en clase el pesado de mi profesor, es decir, lo que se puede considerar profesor a un tipo loco que se cree muy listo y que no para de hacer bromas malísimas de las que sólo él se ríe.
Lo peor de todo era que me daba matemáticas. Lo peor de todo era que nos tocaba matemáticas. Lo peor de todo era, sin duda alguna, que ese tipejo me odiaba de tal forma que sabía que haría lo que fuera para arruinarme la vida.
No es que yo le hubiese hecho nada malo. ¡En serio! Era una de las pocas personas del mundo a las que no les había hecho absolutamente nada, pero el tío me odiaba de todas formas.
En fin, que tocaba matemáticas. Y no me apetecía ni lo más mínimo, pero como me habían puesto en primera fila, tenía que fingir que me parecía muy interesante todo aquel estúpido tema.
Me distraje un mini segundo: había una mosca volando por la clase. Ya sé que suena un poco mal que me haya distraído con una mosca, pero en ese momento era lo más interesante que podía mirar.
—Deborah—El profesor me estaba mirando, enfadado—, ya que te parece un problema tan fácil, no te importará resolverlo en la pizarra, ¿verdad?
Maldita sea. Todos mis compañeros soltaban risitas mal disimuladas. Y me hubiese gustado pensar que era porque tenía que salir a la pizarra. Pero no. Era por mi maldito y horrible nombre. Lo odiaba con toda mi alma. Y lo peor era que el profesor acababa de hacerse con una nueva carta en la baraja. Una nueva arma que usar contra mi. Mi nombre.
A pesar de todo, lancé una mirada de advertencia hacia atrás, lo que provocó que por fin acabasen las risitas y me levanté. Le arranqué la tiza de la mano al energúmeno que me había llamado a resolver aquel problema y él se quedó mirándome mal. Yo, por mi parte, observé el problema unos instantes y lo resolví con suma facilidad. ¡Por favor!, ¿de verdad se creía que no podía resolver un problema tan fácil? Cómo me subestimaba, madre mía.
Lancé la tiza a su sitio y me senté. Le mantuve una mirada de odio al profesor, pero él fingió que no me veía y siguió con la clase como si nada. Cobarde.
Dos horas después salimos al recreo, un alivio, la verdad.
—¡Por fin!—Dije, acercándome a Ann.
Salimos de clase y fuimos a la clase de al lado a buscar a Chloe, mi otra mejor amiga. Si, tenía dos, ¿algún problema?
Con Chloe también me llevaba muy bien, aunque me parecía a ella aún menos de lo que me parecía a Ann. Ella era algo más alta que yo, tenía los ojos color miel, tenía el pelo castaño claro y muy largo y tenía la piel algo más morena que Ann y que yo.
Bajamos al recreo. Chloe estaba hablando, como siempre, pero no la estaba escuchando. No solía escuchar a partir de dos minutos hablando sin parar, pero lo importante era que eso ella no lo sabía.
Cuando terminó el recreo me encontré cara a cara con mi profesor de mates. Qué señor más pesado. Mantuvimos una mirada de odio puro y, de repente, me agarró del cuello. ¿Se había vuelto más loco todavía? No podía respirar. Me estaba asfixiando.
Pero ese señor loco tenía 40 años más que yo, y yo estaba bien entrenada.
Todavía sin comprender nada le agarré el brazo, me impulsé hacia delante y lo lancé con fuerza para que quedara enfrente de mí.
—Ugh—Soltó un gemido de dolor—¡Maldita niña...! Tú...¡TÚ Y TU CLAN DE DEMONIOS ESTÁIS MALDITOS!
Vale, definitivamente el pobre hombre estaba mal de la cabeza. El problema era que acababa de lanzarlo por los aires, y por muy inútil que fuese aquel profesor seguía siendo eso: mi profesor. No tardaron en llegar la directora y un par de profesores más.
—Señorita Boyce, ven a mi despacho cuando acaben las clases—La directora estaba mirándome entre enfadada y confundida. Claro, ella no sabía que había contratado a un loco que acababa de intentar asesinarme en medio de un colegio.
Seguramente os preguntareis: ¿y Ann y Chloe? Pero yo también me lo preguntaba. ¿Dónde demonios estaban cuando de verdad las necesitaba?
***
Ya habían acabado las clases pero, ¿me fui a mi casa? No. Me quedé allí y bajé por las escaleras hacia aquel despacho en el que ya había estado una o dos veces. Estaba muy indignada. Estaba muy confusa. ¿Qué le pasaba a ese tipo contra mí?
En fin, me senté en una silla en frente de la directora y del profesor de matemáticas. Por cierto, el profesor se llama...Bueno, en realidad solo recuerdo su apellido, lo llamaremos Señor Jones. Ese señor no merecía llevar el apellido de Indiana Jones.
—¡No me creo que haya lanzado al profesor George—Oh, así que ese era su nombre—por los aires!—La directora estaba que echaba humo—¿Cómo se llama tu madre, señorita? La voy a llamar esta tarde, infórmale de ello.
—Se llama Bridget, pero...¡No la llame, por favor! ¡No fue mi culpa!
La directora parecía enfadada, pero, aunque debería haberme importado, tenía otras cosas en mente. El tal George solo llevaba una triste tirita en la frente, mientras que yo corría el peligro de que me expulsaran unos días solo por defenderme. Qué asco. Estaba empezando a calentarme de verdad. Me subía la sangre por la cabeza y me palpitaba una vena en la frente.
Entonces, por algún motivo, Jones estalló.
—¡¡¡Esa niña...—Empezó, señalándome—...ESA NIÑA ME HA LANZADO POR LOS AIRES! ¡YO SOLO LE DIJE QUE ESTABAN EMPEORANDO SUS NOTAS Y ME LANZÓ!!!
—Claro, claro...—Contuve la calma todo lo que pude para soltar una ironía—Escuche, señor, creo que una mentira así no le va a servir de nada, esto es un centro escolar y eso de ahí—señalé a la directora—es tu jefa, la directora del centro en el que trabajas, una persona que, por si no lo sabías, puede ver mis notas ahora mismo si quiere, y le aseguro que verá que mis notas han subido últimamente.
La directora al escuchame tecleo ágilmente en su teclado se quedó mirando la pantalla.
—Es...cierto. Hace unas semanas tenía una media de 7, pero ahora ha subido a 8.—La directora se giró en redondo hacia Jones, que se estaba revolviendo en su silla. —¿Tiene algo que decir en su defensa?
No contestó. Ja. Había ganado.
—Bien—Dijo la directora—Siento el malentendido, señorita Boyce. La llamada con su madre queda cancelada. Puede irse.
George estaba pálido. Apuesto a que no sabía qué hacer. Apuesto a que ahora me odiaba más. Apuesto a que todo este tema no tenía nada que ver conmigo realmente.
Lo importante era que lo había dejado sin argumentos.
***
—¡No me puedo creer que hayas ido al despacho de la directora!—Mi madre daba vueltas por la habitación con las manos en la cabeza—¿Cómo se te ocurre?
Había parado de dar vueltas y estaba plantada delante de mí, con las manos en las caderas y con cara de "Diablos, señorita".
—Oye, ya te he contado la verdad, ¿porque sigues enfadada conmigo?—Pregunté, con una mueca confusa.
—Porque no te creo—Su tono hizo que pareciese obvio, pero me pareció fatal.
¿Ni siquiera mi propia madre me creía? Tampoco era una historia tan difícil de creer. Simplemente el profesor de matemáticas había decidido que me quería tanto como para regalarme un viaje al otro mundo, pero yo lo había rechazado amablemente. ¡No era tan difícil!
—Pero mamá...yo no hice nada, ya te he contado lo que pasó en ese despacho: ¡el profesor mintió y yo hice que la directora se diera cuenta! ¿Tan difícil es?
—Recuerdo lo que me contaste, pero no te creo. George es... amigo de...de tu padre...—Se quedó un rato parada al decir eso—Y no...no es ni un mentiroso ni mucho menos un asesino.—Recuperó la compostura—Y hasta que no se solucione este asunto, estás castigada sin tele, sin tablet y sin salir.
—¿P-pero qué? ¿De verdad, mamá? ¿No vas a creer ni una palabra de lo que te digo solo porque te niegas a aceptar que un amigo de tu ex-marido es un hipócrita?—Le llamé su "ex-marido" en vez de "papá" porque aunque fuera mi padre nunca le había visto. No le conocía. Ni siquiera sabía su nombre y su apellido. Mi madre nos había cambiado el apellido al suyo para que no llevásemos el de él.
—Exacto.
***
Sin tele. Sin tablet. Sin salir. Y mi madre había salido. Mis hermanos habían salido. Estaba sola en una casa en la que no podía hacer nada. ¿Que iba a hacer una niña de 15 años como yo sola en una casa? ¿Jugar al solitario? Lo siento, pero no. Así que fui a hacer una de las pocas cosas que no me habían prohibido hacer: comer.
Entré en la cocina y saqué unas galletas. Iba a coger un plato para colocarlas cuando me pareció oír un ruido en la habitación de mi hermano. Igual ya había vuelto, pero estaba sola en casa, así que cogí mi katana y me puse en posición de ataque antes de abrir la puerta...
Oh, no. Eso no podía ser. No. Yo estaba en el suelo, llorando. Se me había caído la katana. No podía creérmelo. En frente de mí, colgada de una soga del cuello, estaba Adele. Mi hermana mayor. La única hermana mayor que había tenido estaba delante de mí inerte.
No podía dejar de llorar. Simplemente no podía. Y, aunque me doliera su muerte, lo más doloroso era que yo era demasiado lista. Me había dado cuenta automáticamente que que aquello era un asesinato. Y el asesino formaba parte de mi familia.
***
Nunca hubiera pensado que me encontraría en el funeral de mi hermana. Vestida de negro. Rodeada de gente completamente apagada. El resto llevaban paraguas. Yo había decidido que me daba igual mojarme. Y me sentía demasiado vacía como para que me importase un poco de agua.
Volví a casa antes de los demás por tres razones:
1. No podía aguantar más allí.
2. No podría soportar una misa que hablara de la muerte de Adele.
3. Tenía que empezar a investigar antes de que hubiera más muertes.
Tenía 3 hermanos, ahora 2: Cameron (mi mellizo de 15 años) y Evelyn (mi hermana pequeña de 7 años).
Luego tenía a mis padres. Y luego estaba la prueba irrefutable de que alguno de ellos la había matado. ¿Queréis saberla?, bueno igual alguno ya lo sabe, esto es básico en cualquier caso de suicidio: no había ni una silla ni un taburete, ni nada en lo que apoyarse. Es imposible ahorcarse con una cuerda si esta queda demasiado alta, y mi hermana estaba a unos 40 centímetros del suelo, por lo que es imposible que haya sido un suicidio.
Luego teníamos una pregunta bastante confusa: ¿Qué estaba haciendo Adele en la habitación de Cameron antes de morir?
Digamos que alguien se estaba cargando a su propia familia. Pero os diré una cosa:
Solo los cobardes atacan por la espalda.
***
Días después de aquello mi estado mental empeoraba por momentos. No es que antes estuviera perfecto, pero había estado mejor. Mucho mejor.
Y el imbécil de Jones seguía atacando en cada clase de mates. ¿De verdad no tenía nada más que hacer que arruinarme la vida más de lo que ya lo estaba?
Estaba como en depresión. Intentaba pasar en mi casa el mínimo tiempo posible. No quería más muertes.
Pero no podía evitarlo. Era evidente que el hecho de que yo estuviera en casa o no no iba a impedir nada.
Era irremediable.
***
Cuando llegué de clase aquel día no hubo asesinatos. No hubo suicidios. Hubo un robo. Un robo bastante importante, la verdad. Entraron en casa y se llevaron el dinero, las joyas y todo lo de valor que encontraron. Lo extraño era que todo era de mi madre. ¿Sospechoso? Bastante. Aunque todavía no sabía por qué.
Lo primero que hice fue revisar la cerradura de la puerta principal. Y una vez más el delincuente era un delincuente sin aparente experiencia. No habían forzado la cerradura y no había marcas de ganzúa. Había sido desde dentro.
Y yo hablé con mi familia sobre eso. Les conté todo lo que pensaba acerca del robo y de la muerte de Adele. Pero lo malo de ser una detective de 15 años es que no me creyeron. En vez de eso llamaron a un psicólogo y acordaron un horario fijo. Perfecto. Nada me apetecía más que ir a hablar de mi vida con un completo desconocido que se hace llamar psicólogo.
—Debby, cariño, esto es muy duro, ya lo sabemos, pero no puedes decidir que ha sido uno de nosotros sin pruebas, ¿entiendes...?
—¡Pero es que sí que tengo pruebas!—La interrumpí, enfadada.
—Deborah Boyce vas a ir al psicólogo tanto si te gusta como si no. Al coche, vamos.
Vale, se nos había enfadado, la tía. Tendría que ir al sitio aquel, por mucho que lo odiase.
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