Capítulo 40
Penúltimo capítulo D:
Alice sintió que le zumbaba la mente cuando bajó de nuevo la mano. Todavía notaba la pistola ligeramente caliente por el disparo cuando se dio la vuelta y la recargó sin decir absolutamente nada sobre lo que acababa de pasar.
Charles, a su lado, la miraba en silencio.
—Vámonos —murmuró Alice.
Él la siguió fuera de la sala y cerró la puerta tras él, pero detuvo a Alice del brazo antes de seguir avanzado.
—Oye, querida... siento que hayas tenido que...
—Ni se te ocurra —advirtió Alice—. No me siento mal por ello. En absoluto. Debería haberlo hecho hace mucho tiempo.
Charles dudó antes de seguir hablando, y ella agradeció que cambiara de tema.
—Sé que ahora la tensión está un poco alta como para pensar, pero no sé si te acuerdas del pequeño detalle de que estamos rodeados de gente que quiere matarnos.
—No se me ha olvidado.
—¿Y puedo preguntar si hay algún plan? —él soltó una risita nerviosa—. ¿O solo... iremos improvisando sobre la marcha?
—Lo de improvisar me gusta.
—A mí me causa un poco de ansiedad, pero si es tu plan no voy a quejarme.
—Tranquilo, no es mi único plan. Ven conmigo.
—¿Dónde?
Alice no respondió. Le quitó una de las pistolas de la mano y se la guardó en la funda vacía del cinturón. Charles se quedó con las otras dos, aunque todavía parecía un poco entumecido como para usarlas.
Ella cruzó el pasillo entero y subió las escaleras principales, cosa que pareció aumentar considerablemente el nivel de estrés de Charles.
—¿Cuál es la estrategia? ¿Ir por la ciudad como si nada hubiera pasado para escapar?
Alice le dirigió una mirada de soslayo, cruzando un pasillo vacío.
—No vamos a escapar.
—Ah, clar... espera, ¿qué?
—Ya me has oído.
—Sí, pero espero que eso no implique que todo esto sea un plan suicida.
—Todos mis planes son un poco suicidas.
Ella volvió a subir unas escaleras sin molestarse en asegurarse de que no hubiera nadie. Él la seguía, mirando cada rincón que cruzaban en busca de guardias.
—¿Puedo preguntar, al menos, dónde vamos?
—Un piso más arriba.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo.
Él le puso mala cara.
—Qué mal te está sentando la viudedad.
Alice lo ignoró categóricamente y sacó la pistola del cinturón cuando escuchó pasos al otro lado de la puerta de las escaleras. Sin embargo, los pasos se alejaron rápidamente y la abrió. Fue directa al pasillo sin salida y Charles la siguió dócilmente. Incluso cuando abrió la última puerta y llegaron a la sala vacía con la ventana rota. Se quedaron los dos ahí de pie un momento.
—Bueno, no es que muy tenga buenos recuerdos de este rincón particular del maravilloso mundo —murmuró Charles.
—Yo tampoco, por si te consuela.
—Sigo acordándome de que soy el chico más guapo que has visto.
—Muy bien. Quieto.
—¿Eh?
Él frunció ligeramente el ceño cuando Alice se apoyó en su hombro bruscamente para saltar por la ventana y quedarse de pie en el tejado. Charles asomó la cabeza, confuso.
—¿Vas a tirarte por un tejado después de salvarme?
—No.
Alice entrecerró los ojos en dirección a la gran puerta cerrada de la muralla. Justo cuando empezó a sacar la ventana, se dio cuenta de que Charles estaba a su lado y la detenía.
—Hemos tenido suerte de que no nos escucharan abajo —le dijo torpemente—, pero no vamos a tener la misma si disparas aquí.
Alice lo miró durante unos segundos.
—Lo sé.
—¿Que lo sabes? ¡Van a venir corriendo todos los guardias!
—Lo sé.
Charles puso una mueca confusa.
—Mira, entiendo que tu concepto de diversión sea un poco extremo, pero el mío es estar sentado en un sofá con una cerveza en la mano. ¿No podemos volver directamente?
—No. Tápate los oídos.
—¿Por qué?
Ella levantó el brazo y apuntó durante unos segundos, sujetando el arma con ambos brazos para que no temblara. Apuntó directamente al pequeño poste de electricidad que tenían a unos treinta metros. Casi se acordaba de haber hecho lo mismo en La Unión. Separó un poco mejor los pies y, cuando estuvo segura de que apuntaba al lugar correcto, disparó.
Al instante en que la bala entró en contacto con el panel del poste, hubo una pequeña explosión que hizo que saltaran chispas al aire. Todos los guardias que había alrededor se apartaron, asustados. Charles también dio un paso atrás, confuso.
—¿Qué...? ¿Estás intentando cortarles la electricidad?
—No. Siguen teniéndola.
—Vale, creo que es un buen momento para que me aclares unas cuantas cosas. ¿Sabes que van a abrir esa puerta en cualquier momento y van a venir corr...? ¡Oye!
—Ven conmigo y cállate, Charles.
Él resopló, pero lo hizo. Alice bajó de un salto al tejado del piso inferior y entró por la ventana, aterrizando en el pasillo vacío. Charles aterrizo a su lado pocos segundos después y empezó a seguirla. No entendió nada hasta que vio que se estaban acercando a una puerta abierta.
—¿Nos vamos? —preguntó, casi dando saltos de alegría.
—No exactamente.
Alice se detuvo en medio del pasillo sin llegar a la puerta y Charles vio que giraba la pistola y golpeaba algo con fuerza en la pared. Él dio un respingo.
—¿Qué es eso?
—El control de esa puerta —murmuró—. Ya no pueden cerrarla.
—¿Y qué más da si la cierran?
—Tengo unos amigos que tienen que llegar todavía. No querría que se encontraran una puerta cerrada.
—¿Amigos? ¿Qué amigos? ¿Max?
Alice negó ligeramente con la cabeza.
Ella vio que Charles entreabría los labios al mirar la puerta abierta.
—¿Salvajes? —preguntó en voz baja.
Efectivamente, un gran número de ellos estaba cruzando la puerta en ese momento. Estaban encabezados con el hombre con el que Alice y Rhett habían hablado una vez. Su líder. Él hizo un gesto de reconocimiento a Alice antes de empezar a avanzar por el edificio. Charles, a su lado, los miraba fijamente, sin poder dar crédito.
—¿Qué...?
—Me debían un favor —explicó ella en voz baja—. Una vez los dejamos cruzar la ciudad.
—¿Lo de antes, lo de la electricidad, era una señal para que entraran?
Alice asintió con la cabeza. Charles se llevó una mano al corazón.
—¿No podías habérmelo dicho? Empezaba a pensar que se te había ido la olla.
—Se me fue hace mucho —replicó Alice.
—Vale, ¿y qué van a hacer? ¿Matar a todo el mundo?
—Se encargarán de los guardias. Y tienen órdenes de no atacar a nadie que decida rendirse.
Ella se cruzó de brazos y lo miró. Charles retrocedió un paso, intimidado por la seriedad de su mirada.
—¿Quieres irte ahora o quedarte conmigo a resolver unas cuantas cosas?
Él dudó. Alice enarcó una ceja.
—No me enfadaré si te vas, pero vas a tener que decidirlo ya.
—N-no... bueno, yo me quedo contigo, querida.
—Bien. Pues vamos a desactivar la alarma.
—¿Qué alarma?
—La que lleva sonando desde que he disparado, Charles.
—Oh... ni siquiera me había dado cuenta.
Ella puso los ojos en blanco y se metió entre la manada de salvajes que seguían entrando en el edificio. Realmente eran muchos más que los guardias. Ella no se esperaba a tanta gente.
Todavía recordaba haberse ido precipitadamente de la zona de Max para ir a una de las ciudades libres. Se había quedado en una de las casas durante casi una hora hasta que por fin apareció uno de ellos. Le había pedido hablar con su líder y, gracias al pacto de neutralidad al que habían llegado, a él no le quedó más remedio que escucharla. Convencerlo de que tenía que devolverle el favor por dejarles cruzar la ciudad había sido sorprendentemente fácil. Aunque Alice sospechaba que había accedido a invadir la ciudad con ella solo porque odiaba a esos científicos tanto como ellos odiaban a los salvajes.
Cruzó entre la gente hasta llegar a las escaleras. Escuchó gritos y unos pocos disparos, pero los ignoró mientras iba directamente a la sala de control a la que habían ido ese día. Pasó la tarjeta del padre John por la zona, pero fue inútil. La pantalla táctil se iluminó de rojo. Intentó abrir con el pomo, pero también fue inútil.
—Está bloqueada por alguien —le dijo Charles—. Creo que vamos a tener que ser un poco más bruscos.
—¿Tienes alguna idea?
—Unas cuantas.
Alice se apartó y vio que él sacaba la pistola y disparaba directamente a la cerradura de la puerta. Parte de ella voló por los aires, pero con una patada fue suficiente como para abrirla.
Los dos tenían las pistolas en la mano cuando entraron, alerta, pero no parecía haber nadie.
No lo parecía... pero Alice sabía que sí lo había.
Se giró instintivamente hacia la zona que escondían unos cuantos ordenadores y escuchó a Charles detrás de ella, cubriéndola mientras se acercaba bajo la mesa. Tensó la mano entorno a la pistola antes de bajar la mirada y encontrarse directamente con un guardia escondido y aterrado.
Y no cualquier guardia. Era el que la había molestado el otro día.
Él también la reconoció al instante. Alice pudo ver que sus ojos pasaban de la incertidumbre y el miedo al terror más absoluto.
—Vaya, mira a quién tenemos aquí —ella esbozó media sonrisa malvada—. No te imaginas cómo me alegro de volver a verte.
—Oh, mierda —murmuró él.
—De pie. Vas a ayudarnos.
—¿Yo...?
—¿Te acuerdas de lo que te hice la última vez que perdí la paciencia contigo?
Él tragó saliva y asintió con la cabeza rápidamente. Alice le enseñó a pistola.
—Bueno, pues lo hice sin estar armada. Así que te recomiendo que hagas lo que te pida. Ya. Ponte de pie.
Él intentó hacerlo tan rápido que se dio un cabezazo sonoro contra la mesa. Alice puso los ojos en blanco cuando Charles soltó una risita a su espalda.
Finalmente, él estuvo de pie delante de ella con la cabeza agachada.
—Oye, lo que pasó... eh... si hubiera sabido que me estabas entendiendo no...
—Me da igual, así que cállate. ¿Cómo te llamas?
—Milo.
—¿Milo? —Charles puso una mueca—. Eso es nombre de perro.
Él enrojeció hasta la raíz del pelo.
—¡Es un nombre original! —protestó.
—Bueno, Milo —Alice volvió al tema—, voy a necesitar que nos ayudes en unas cuantas cosas, así que te recomiendo que empieces a sentarte delante de ese ordenador.
***
Jake se estaba poniendo el cinturón a toda velocidad y muy torpemente mientras corría como un loco por el pasillo. Ya estaba jadeando cuando llegó a la altura de Max. Él puso los ojos en blanco, crispado.
—No puedes venir —le dijo bruscamente—. Te lo he dicho muchas veces, Jake.
—¡Es mi hermana! ¡Tengo derecho a ir a por ella!
Max lo ignoró y se dio la vuelta. Algunos miembros de la ciudad se habían ofrecido voluntarios para acompañarlo y todos iban armados hasta los dientes. Trisha estaba entre ellos, aunque solo pudiera usar un brazo.
Jake los siguió de todas formas, enfurruñado, hacia la puerta principal. Justo cuando iba a abrir la boca para protestar, vio que Max se detenía de golpe, deteniendo también al grupo. Se giró, confuso, y vio a un Kai tembloroso y rojo bloqueando la puerta con los brazos estirados.
—Aparta —le advirtió Max en voz baja.
—Y-yo... no puedo hacerlo, lo siento. Se lo prometí a Alice.
—¿Le prometiste qué?
—Que... ejem... no te diría que le había dado la información del padre John. Y que no te dejaría salir de la ciudad. La primera no se ha cumplido muy bien, así que todavía me queda la segunda.
Jake se apiadó del pobre Kai cuando Max se inclinó hacia él, dirigiéndole una mirada glacial.
—Aparta. Es la segunda vez que te lo advierto.
—¡Se lo prometí a Alice! ¡Tengo que esperar a su señal!
—¿Qué señal?
Él sacó torpemente un aparato de su bolsillo. Parecía un pequeño altavoz.
—Me dijo que me hablaría en cuanto pudiera.
Max cerró los ojos un momento.
—No va a hablarte. Se ha ido a una ciudad enemiga completamente sola y lo más probable es que termine como Rhett y Charles si no hacemos algo, ¿no lo ves?
—P-pero...
—Es la tercera y última vez que te lo pido, chico; apártate.
Kai dudó visiblemente. Estaba temblando de pies a cabeza.
Finalmente, cuando Max hizo un gesto de apartarlo él mismo, el aparato que tenía en la mano emitió un zumbido extraño y Jake clavó los ojos en él, confuso.
—¿Kai? —la voz de Alice inundó la sala, completamente silenciosa—. ¿Estás ahí?
Kai estaba tan nervioso que su sonrisita de triunfo ante la perplejidad de Max tembló visiblemente. Él pulsó un botón y se acercó el aparato a la boca.
—E-estoy aquí.
Pasaron unos cuantos segundos antes de que Alice volviera a hablar.
—¿Estás tartamudeando porque Max está contigo?
Como si acabara de reaccionar, él le arrancó el aparato de la mano y se lo llevó a la boca, furioso.
—¿Se puede saber qué te crees que estás haciendo? —le espetó a Alice.
—Sí, yo también me alegro de oír tu voz —murmuró ella.
—No estoy de humor, Alice. No lo estoy en absoluto. Más te vale no tener pensado ir a esa ciudad tú sola.
Jake vio que el ceño fruncido de Max se hacía más profundo cuando ella soltó una risa un poco seca.
—No sé qué es tan gracioso —masculló de mala gana.
—Lo gracioso es que ya estoy en ella —replicó Alice.
Jake abrió mucho los ojos y miró a Trisha, que a su lado parecía tan sorprendida como él. Max les dio la espalda y tardó unos instantes en responder. Demasiados. Alice se adelantó.
—Bueno, solo os quería comunicar que está todo bajo control.
—¿Bajo cont...?
—Volveré esta noche si todo va bien. Oh, y Charles está vivo. Adiós.
Y, sin más, dejó de escucharse el zumbido. Había desconectado el aparato.
Todo el mundo se quedó en silencio, confuso.
***
Alice esquivó a otro salvaje cuando siguió guiando a Milo por los pasillos. Finalmente, llegaron al último piso y él se detuvo delante de una de las múltiples puertas.
—Es... es aquí —murmuró en voz baja.
Alice seguía apuntándolo en la espalda con una pistola, pero dejó de hacerlo cuando Charles la sustituyó. Sacó la tarjeta de su bolsillo y enarcó una ceja en dirección al guardia.
—Espero que no me estés mintiendo, Milito.
—No me llames Milito, por favor... —masculló, enrojeciendo.
—Repito: espero que no me estés mintiendo.
—¡No lo hago! —le aseguró enseguida.
—Más te vale. Charles, vigílalo.
—Muy bien, jefa.
Ellos se apartaron y Alice se situó delante de la puerta. Pasó la tarjeta por el panel, que se iluminó de un verde un poco apagado antes de escuchar un click.
Al abrirse, vio una sala parecida a la celda que había ocupado ella durante lo que había parecido una eternidad en su primera vez en esa ciudad. Sin embargo, esa era individual. Y más lujosa.
Entró con la pistola en la mano, guardando la tarjeta sin molestarse en cerrar la puerta. Barrió la habitación con los ojos hasta que encontró lo que deseaba. Giulia.
Ella estaba sentada en la cama, con la espalda apoyada en la pared. No parecía muy sorprendida de verla. De hecho, se limitó a soltar una risa entre dientes y a negar con la cabeza.
—En cuanto he escuchado disparos he supuesto que pronto me tocaría a mí —murmuró.
Alice no la apuntó con la pistola, pero tampoco la guardó. Se acercó a Giulia y se quedó de pie delante de ella, mirándola fijamente.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Giulia, curiosa—. ¿Invadirás nuestra ciudad tú sola?
—No tengo ningún interés en vuestra ciudad —replicó Alice frívolamente—. Y te aseguro que no estoy sola.
—Tampoco te veo muy acompañada.
—No necesitaba a nadie para ocuparme de ti.
Se miraron fijamente durante unos segundos. Alice había querido que sonara amenaza. Le hervía la sangre solo con verla. Solo podía pensar en que había sido ella la que había apretado el gatillo contra Rhett. Todo ese infierno había empezado por su culpa. E iba a encargarse de que tuviera algo a cambio. Algo poco agradable.
Vio venir el golpe. Giulia intentó darle una patada y pasar por su lado a la puerta abierta, pero Alice fue más rápida. Le sujetó el tobillo y le barrió el pie que tenía en el suelo con una pierna. Giulia cayó al suelo con un golpe sordo y Alice clavó un pie en su cuello, inmovilizándola. Justo como había hecho Giulia cuando se había llevado al bebé.
Tenía tantas ganas de apretar el gatillo y acabar con eso que casi se le olvidó que tenía cosas pendientes antes de ello.
Giulia soltó una risa entre dientes cuando intentó zafarse y fue incapaz de hacerlo.
—La pequeña androide tiene habilidad —murmuró irónicamente.
—Más que tú, pequeña humana.
Giulia suspiró y dejó de luchar, mirándola todavía con una sonrisa egocéntrica.
—No sabes lo que te hará el líder cuando se entere de que lo has traicionado, chica —replicó ella—. Vas a arrepentirte del día en que te crearon.
—Lo dudo mucho.
—Oh, ¿en serio?
—Sí. Porque he matado a tu querido líder.
Por primera vez desde que la conocía, Giulia borró toda expresión de altivez por completo. En su lugar, se quedó mirándola con ingenua sorpresa.
—¿Cómo?
—Ya me has oído —replicó Alice sin inmutarse.
Durante unos segundos, la mujer no dijo nada. Sin embargo, terminó obligándose a reaccionar.
—¿Y qué quieres de mí? Porque me necesitas para algo, ¿no? Si no, ya tendría una bala en el cerebro.
—Dime dónde guardáis las máquinas para crear androides.
Giulia volvió a su sonrisa socarrona.
—¿Para qué quieres eso, pequeña androide?
—Eso no es asunto tuyo. Habla.
Alice había sacado la pistola para apuntarla en la cabeza y que hablara antes. Sin embargo, no puedo evitar una mueca confusa cuando Giulia empezó a reírse.
—Debería haberte disparado a ti en lugar de a tu novio.
Alice sintió que sus dedos se apretaban entorno a su arma. El corazón empezó a latirle con fuerza. Y con rabia. Giulia seguía sonriendo.
—Le dije a tu querido padre que no te creara. Que era un error. Nunca me escuchó. Estaba obsesionado con tener a su querida familia para siempre.
—Los androides no viven para siempre.
—No, pero se mantienen. Tú nunca envejecerás, chica. No por fuera, al menos. Pero tu esperanza de vida es la misma que de un humano. Entonces, tu núcleo empezará a apagarse.
Alice sacudió la cabeza. Esa conversación le daba absolutamente igual en ese momento.
—Dime dónde están las máquinas.
—¿Cuántas veces estuviste a punto de morir antes de llegar aquí? —Giulia sonrió, ignorándola—. Y papi siempre venía a salvarte. Incluso esa vez que tuvo que venir a vuestra estúpida ciudad para quitarte eso de dentro.
—¿Quitarme eso de dentro? No me quitó nada. Había usado la máquina de memoria demasiado tiempo y...
—Oh, por favor, dime que no sigues creyéndote esa mentira.
Alice frunció ligeramente el ceño.
—¿Cómo?
—La máquina no puede hacerte daño, idiota —le espetó Giulia, apartándole el pie de su cuello—. Absolutamente todo lo que tienes en el cuerpo menos una pequeña parte del cerebro y el núcleo de tu estómago es humano. Puedes tener algunas enfermedades humanas, pero te aseguro que no hay enfermedades de androides.
Alice estaba tan sorprendida que permitió que se sentada con la espalda apoyada en la pared. Incluso bajó el arma sin darse cuenta, pero Giulia no parecía tener ninguna intención de irse. De hecho, solo se acomodó, mirándola fijamente.
—Él me curó —aclaró Alice—. Tenía una falta de... algo... y él me curó.
—No tenías una falta de nada, idiota. Solo se ocupó de que lo que habías hecho no te matara.
—¿Y qué había hecho?
—Tener relaciones sexuales, querida.
Alice enarcó una ceja.
—Eso no tiene por qué afectar a nada.
—Eso no, pero en el momento en que te dejan embarazada, sí afecta bastante.
Alice sintió que su mente se quedaba en blanco. Se quedó mirando a Giulia fijamente, incapaz de reaccionar. Sin darse cuenta, dio un paso atrás.
—¿Em... embarazada?
—Sí, querida, despierta. Lo que tenías no era ninguna falta de nada. Era un embarazo. Tuvo que terminarlo para que no te matara.
—P-pero... las androides no... no pueden...
—Tu amiguita Eve debería ser un buen ejemplo de que sí pueden quedarse embarazadas —replicó Giulia, enarcando una ceja—. La diferencia es que a ella la modificaron para que pudiera soportarlo. E incluso así no sirvió para que sobreviviera. A ti no. Te habría matado, querida.
Alice seguía mirándola fijamente. Le daba la sensación de que le zumbaban los oídos.
—Pero no te preocupes —añadió Giulia con una sonrisa—, te modificó para que no pueda volver a suceder. Enhorabuena, eres oficialmente estéril. Ya no puedes traer a ningún pobre niño a este mundo de mierda.
Como Alice seguía sin reaccionar, Giulia suspiró y cerró brevemente los ojos.
—Si te consuela, no eres la única a la que ha engañado —murmuró—. Es lo que hizo conmigo desde que nos conocimos. Para que hiciera lo que me decía sin pensar. De no haber sido mi líder, le habría disparado hace mucho tiempo.
Alice por fin se obligó a sí misma a volver a la realidad, aunque la cabeza le daba vueltas. No sabía qué pensar. No sabía qué sentir. No sabía qué hacer.
Así que se limitó a volver a apuntar a Giulia.
—Las máquinas —repitió—. ¿Dónde están?
—No lo sé, idiota —Giulia puso los ojos en blanco—. ¿Te crees que a mí me enseñaba algo de eso? Ese hombre no confiaba en nadie. Solo servía para manipular.
—Si tanto le odiabas, ¿por qué demonios has estado a su lado tanto tiempo?
—Porque no tenía alternativa y quería sobrevivir —replicó Giulia amargamente—. Como todos, mi pequeña androide.
—Yo no soy así.
—Tú eres exactamente igual, chica.
—No los soy.
—Cuando vivías en la zona de los androides sabías perfectamente lo injusto que era el trato con vosotros, que vivíais en una dictadura y que, en cuanto dijerais algo inapropiado, os castigarían. Y nunca hiciste nada para cambiarlo. Ni siquiera te hubieras marchado de no haber sido por lo que pasó.
Alice apretó los labios en una dura línea.
—No entraré a hablar de eso —murmuró—. Dime dónde puedo encontrar las máquinas o...
—¿No has pensado que no va a servirte de mucho encontrarlas sin saber usarlas?
—Tengo la información para crear androides.
—Oh, ¿en serio? ¿Y no crees que necesitarías todo lo demás?
Alice se quedó callada un momento, intentando no dejar ver que creía que tenía razón.
—No.
—Es una lástima que hayas matado al padre John tan precipitadamente, chica. Ahora no podrás llevar a cabo tus experimentos.
Giulia soltó una risita burlona cuando vio que el pecho de Alice subía y bajaba a toda velocidad.
—Oh, no te alteres tanto. Seguro que encuentras una solución.
—Cállate.
—De hecho, yo podría tenerla aquí mismo.
Alice enarcó una ceja, todavía un poco tensa, cuando ella se llevó una mano a la espalda. Enseguida adoptó una posición defensiva, pero Giulia solo sacó dos tarjetitas negras de su bolsillo. Las extendió hacia Alice.
Ella la miró fijamente, cautelosa.
—¿Qué es?
—Dos cosas que el líder no quería que llegaran a ti, obviamente. ¿Te crees en serio que me encerró aquí por lo de tu novio? Oh, por favor. Solo me encerró para que me ocupara de guardar esto. Pero... sinceramente, ya está muerto. Así que me da igual.
Alice seguía mirándola con desconfianza.
—¿Qué es?
—La primera, es la información completa de la cabecita del padre John acerca de los androides. Muy útil, la verdad. Y la segunda... bueno, son mis recuerdos sobre lo que pasó.
—¿Lo que pasó...?
—La noche en que tú estabas amnésica y vinieron a buscarte tus amiguitos. No te acuerdas, ¿no? Pues está todo aquí.
Alice miró las dos tarjetas sin bajar la pistola.
—¿Y qué ganas tú dándome esto?
—¿Yo? —Giulia empezó a reírse amargamente—. Nada. Solo quiero que todo esto se termine de una maldita vez.
Alice le arrancó las tarjetitas de las manos y se las metió en el bolsillo.
—Si no son lo que tú dices que son...
—¿Qué crees que ganaría mintiéndote a estas alturas?
—Por lo que he visto sobre ti, nuca te faltan intenciones de mentir.
—Siento decirte, entonces, que esto no es ninguna mentira.
Alice dudó, mirándola fijamente. Sopesó el arma entre sus dedos y quitó el seguro. Giulia ni siquiera parpadeó.
—No puedo dejarte vivir después de lo que hiciste —le dijo en voz baja—. Aunque me ayudaras a arrasar la ciudad, no podría.
—Oh, qué pena —Giulia puso los ojos en blanco—. Y todo por disparar a tu maldito novio.
—Por dispararlo con ese veneno en la bala.
—¿Y qué más te da si tenía veneno o no la bala?
—El veneno es letal para los humanos —Alice apretó los dedos—. Si hubiera sido en un brazo, o en una pierna, o donde fuera... pero no. Tuvo que ser en el estómago.
—En realidad, apunté a la cadera, ¿sabes?
—Me da igual. No me importa. Le disparaste.
—¿Y qué? ¿Se acaba el mundo por eso?
—Sí. Se acaba en el momento en que mi novio muere por tu culpa.
—¿Muere? Chica, ese veneno solo mata a humanos.
Alice apretó los labios.
—Precisamente por eso.
Giulia la estaba mirando fijamente con expresión extraña. Alice frunció el ceño.
—¿Unas últimas pal...?
—No lo sabes —murmuró Giulia, casi asombrada.
Alice entrecerró los ojos en su dirección.
—¿Saber el qué?
—Lo de tu novio.
Ella sintió que su pecho empezaba a palpitar con fuerza y no supo por qué.
—¿Qué pasa con él? —preguntó en voz baja.
Giulia sonrió ampliamente, asombrada.
—No te lo dijo, ¿verdad? El líder no te lo dijo. Te ha hecho creer que estaba muerto.
Alice sintió que todo el mundo se detenía a su alrededor. Absolutamente todo.
—¿Qué? —preguntó en un hilo de voz.
—¿Para eso querías las máquinas? ¿Para transformarlo? —Giulia se puso de pie, mirándola—. ¿Creías que era humano?
—Rhett... Rhett es...
—Él es un androide, chica. Y el veneno no puede matar a un androide.
Alice no se había dado cuenta de que había dejado de apuntarla. De hecho, podría haber explotado algo a su lado y tampoco se habría dado cuenta. Solo podía mirar fijamente a Giulia, respirando agitadamente.
—¿Está vivo? —preguntó finalmente, y la respuesta la aterró.
—¿Que si está vivo? Está en la maldita celda de al lado.
Alice ni siquiera lo pensó. Salió precipitadamente de la habitación y Charles cerró a su espalda, todavía sujetando al guardia. Le temblaba todo el cuerpo cuando se detuvo delante de la puerta blanca que había visto viniendo, pero a la que no había prestado atención. Sintió que su corazón se aceleraba al sacar la tarjeta.
—¿Qué haces, querida? —preguntó Charles.
Pero Alice no pudo responder. Solo fue capaz de pasar torpemente, temblando, la tarjeta por el lector. La pantalla se iluminó y escuchó un leve click.
Una parte de ella sabía que Giulia podía haber mentido. Que era muy probable. Pero no quería creerlo. Había estado tan centrada en convencerse a sí misma que de había muerto que no se había molestado en considerar la posibilidad de que no fuera así.
Con una mano temblorosa, empujó la puerta y no se molestó en levantar la pistola. Solo dio un paso hacia el interior de la habitación y la registró con los ojos con la cabeza zumbándole.
Y, entonces, sus ojos se clavaron en el chico que se había puesto de pie nada más verla, paralizado.
Sintió que su corazón se detenía un breve momento y su mano se abría automáticamente, haciendo que la pistola cayera al suelo. Su cuerpo entero se quedó helado en su lugar.
Rhett estaba vivo. Y estaba delante de ella.
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