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Capítulo 34

Max estaba mirando unos papeles cuando Alice asomó la cabeza por la puerta. Tenía una sonrisa inocente en los labios.

—Hoooola.

—¿Qué quieres?

—Saludar a mi alcalde favorito del mundo mundial.

—Si no has venido a devolver el cinturón, puedes volver a cerrar la puerta.

Alice le puso mala cara y entró en el despacho. Él ni siquiera había levantado la cabeza. Seguía revisando algo con el ceño fruncido.

—Tienes que sonreír más a menudo, Max.

—No me gusta sonreír.

—Eso ya lo veo.

Ella se dejó caer en la silla que tenía al lado y, tras suspirar, le tendió el cinturón de nuevo. Max levantó la cabeza un momento, solo para quitárselo y ponerle mala cara.

—Espero que la próxima vez que te pelees con alguien, lo afrontes de forma más madura.

—¿Y qué hice inmaduro? —preguntó, irritada.

—¿A parte de recurrir a los métodos de Charles?

Ella enrojeció y se encogió de hombros.

—Estaba enfadada.

—Todos estamos enfadados continuamente. Supéralo.

—Gracias por tu comprensión continua, Max. Es muy reconfortante.

—Con todas las cosas que podías aprender del ser humano, ¿lo primero que se te ocurrió fue aprender ironía?

Ella se encogió de hombros.

—La ironía es divertida.

Se quedó mirando un momento sus papeles y vio un montón de números que no entendió. No era su punto fuerte. Prefería las letras.

—¿Qué haces? —preguntó, curiosa.

—Cuentas.

—¿De qué?

—De los gastos de la ciudad —replicó, algo molesto.

Alice repiqueteó un dedo en la mesa.

—¿Y puedo ayudarte?

—Sí. Callándote me ayudarías mucho.

—Vamos, puedo ser útil cuando quiero.

Max suspiró y quitó la hoja que tenía delante para sustituirla por otra que se veía todavía más complicada..

—¿Por qué no vas a molestar a Jake? —le preguntó.

—Hemos quedado en vernos a la hora del desayuno.

—¿Y con Rhett?

—Está enfadado porque esta mañana nos han interrumpido un montón de veces cuando intentábamos...

—...no necesito tantos detalles, la verdad.

Alice vio que soltaba la hoja y la miraba.

—No vas a irte hasta que tengas algo que hacer, ¿no?

—Creo que los dos sabemos que no, Max.

—Pues muy bien —él suspiró y se puso de pie—. Tenía que ir a ver a Charles y Tina. Puedes venir. Si te callas.

Ella sonrió ampliamente y lo siguió por el pasillo. Max bajó las escaleras sin mucha prisa y lo detuvieron tres veces en que Alice se limitó a mirar a su alrededor, sin tener la menor idea de qué le hablaban. Al final, empezaron a cruzar el patio delantero en dirección a las caravanas.

—Oye, Max.

Él la miró, pero no dijo nada. Tan simpático como de costumbre.

—¿Tú qué eras antes de todo esto?

—¿Qué era? —repitió, confuso.

—Tina dijo que era pertiatra...

—Pediatra —él puso los ojos en blanco.

—...y Rhett estudiante. ¿Tú qué eras?

—Ah, eso —él sacudió la cabeza—. A ver si lo adivinas.

—¿Alcalde?

—No.

—¿Líder de una ciudad de rebeldes?

—Alice, no había reb...

—¿Científico?

—No, mira...

—¿Líder de caraanas?

—Mira, déjalo —él negó con la cabeza—. Era policía.

Ella lo miró de reojo, un poco perdida.

—¿Qué es eso?

—Es... bueno, era un grupo de gente que se encargaba de asegurarse de que las personas cumplieran la ley.

—¿Qué es la ley?

—Las normas.

—¿Y matabais a los que no lo hacían?

—¿Qué? No, claro que no. No podíamos disparar a zonas donde pudiéramos herir de muerte.

—¿Por qué no?

—Porque, básicamente, Alice, morirían.

—¿Y qué? ¿No son malos? Que se mueran.

—Me preocupa un poco esa violencia que has adquirido. Te recuerdo que cuando nos conocimos no sabías ni qué era golpear.

—Pero he cambiado.

—A peor.

—¡A mejor!

—Definitivamente, a peor.

—Bueno, ¿me vas a decir por qué no matabais a los malos?

—Alice, en el mundo no todo es bueno o malo. Nunca sabes lo que está pasando otra persona. Imagínate a un chico de diecisiete años robando comida porque sus padres no tienen dinero y sus hermanos pequeños tienen hambre. Está incumpliendo la ley, pero, ¿tú le dispararías?

—No —ella frunció el ceño—. Pero también hay gente mala.

—Bueno, siempre ha habido gente mala. Y siempre la habrá. Y no solo en un bando, sino en todos.

Él hizo un gesto hacia las caravanas.

—Charles no es que sea lo mejor que puedes encontrarte, por ejemplo.

—Pero Charles es bueno cuando quiere —replicó ella.

—¿Estás defendiendo a Charles? ¿Te encuentras bien?

—¿No puede caerme bien?

—Hasta hace un momento, creía que no. Ahora veo que sí.

Alice sonrió divertida mientras entraban en el círculo de caravanas. Se puso roja de nuevo cuando todo el mundo la saludó —la recordaban por la fiesta de la noche anterior— y Max la miró con cierto reproche.

Sin embargo, se olvidó cuando los dos se detuvieron delante de la caravana de Charles. Max llamó con los nudillos y esperaron pacientemente. Pasaron unos segundos sin que recibieran respuesta.

—Puede que no esté —murmuró Max.

—Oh, claro que está —Alice suspiró y golpeó la puerta con más fuerza—. ¡CHARLES, ABRE!

Al instante, se escucharon pasos acelerados de un lado a otro de la caravana. La puerta se abrió y tres chicas se quedaron mirando a Max y Alice. Las tres —despeinadas— se apresuraron a salir de ella. Un chico las siguió, dedicándoles una sonrisa. Por fin, Charles apareció sin camiseta y con una gran sonrisa.

—¿Sigues queriendo un poco de diversión ma...?

Se detuvo en seco cuando vio a Max y puso una mueca.

—Oh, vaya. Eres tú.

—Sí, yo también me alegro de verte, Charles.

Él bajó los escalones de la caravana y se detuvo a su lado, solo con unos pantalones. Sonrió a Alice y luego miró a Max.

—No te ofendas, Maxy, pero no eres la visita que esperaba.

—¿Y qué te esperabas exactamente? —él enarcó una ceja.

—Mejor no te lo digo. No quiero mancillar la imagen que tienes de tu hijita postiza.

Alice puso los ojos en blanco y Max lo miró un momento. Charles estaba sonriendo ampliamente, pero se detuvo cuando Max le dedicó una sonrisa irónica y le dio una "palmadita" en la espalda que casi lo mandó volando al otro lado de la ciudad.

—Qué gracioso es —masculló.

Charles puso una mueca mientras se acariciaba la espalda. Max lo ignoró completamente.

—Tenemos que hablar.

—Sí, eso ya lo suponía —murmuró Charles—. ¿Queréis entrar?

—No va a hacer falta.

Y empezaron a hablar de cuentas, armas y otras cosas que, honestamente, a Alice le importaban un bledo. Ella miró a su alrededor un rato, viendo que los de las caravanas no estaban muy activos por las mañanas. Su punto fuerte era la noche. Suspiró y se giró hacia Max cuando volvió con ella. Emprendieron juntos el camino hacia el edificio principal.

—¿Ha ido bien? —preguntó ella.

—Estabas literalmente al lado, Alice.

—Cuando te pones a hablar de cosas serias, desconecto.

—Es un gran incentivo para que te haga líder en el futuro.

—Como si fueras a elegirme a mí —Alice puso los ojos en blanco.

—Algún día tendré que jubilarme.

—¿Qué es eso?

—Para ser una androide de información, tienes muy pocos datos.

—Tengo datos de historia clásica —ella sonrió ampliamente—. Puedo decirte qué batallas tuvieron lugar en cada añ...

—Eso es muy interesante, pero mejor lo dejamos para otro día.

—Vale, pero, ¿qué es jubilarse?

—Cuando una persona es muy mayor para seguir trabajando. Suele hacerse a los sesenta.

—¡Me dijiste que tienes cuarenta!

—Alice, aquí nadie vive tanto como para llegar al los sesenta años. Voy a tener que dejar las cosas a alguien.

Ella lo miró de reojo. Parecía haberse quedado pensativo.

—¿Vas a dejárselo a Rhett?

Max la miró con curiosidad.

—¿Por qué preguntas eso?

—Es el que mejor se entera de todo. Ha estado contigo desde que... bueno, desde que todo empezó. Y sabe cómo funciona, ¿no?

—Sí.

Pero había algo que no le estaba contando. Alice se detuvo y él hizo lo mismo, mirándola.

—¿Qué pasa?

—No creo que Rhett quiera pasarse tanto tiempo de su vida siendo líder, Alice —replicó él, pensativo—. No le gusta el exceso de responsabilidad.

—Es instructor. Tiene responsabilidad.

—No es lo mismo. No es una ciudad entera. No puedes dejar que cualquier persona se ponga al mando. Además, los dos sabemos cuál es el puesto que Rhett siempre ha querido recuperar.

Alice asintió con la cabeza.

—El de jefe de exploradores —murmuró.

Max también asintió, apartando la mirada. Pareció pensar algo, pero no lo dijo en voz alta.

Alice todavía recordaba la historia. Después de que Rhett estuviera a cargo de la exploración en la que la hija de Max murió, lo renegó al puesto de instructor. Y, desde entonces, no había vuelto a ser explorador.

Alice nunca lo había hablado con él. ¿Querría volver a serlo? Lo cierto era que parecía gustarle el puesto que tenía ahora, pero Rhett era tan difícil de leer...

—¿En qué piensas tanto? —Max enarcó una ceja.

—En nada importante —Alice reemprendió la marcha y él se colocó a su lado—. En lo mucho que las cosas cambiarían si nos hubiéramos conocido antes de todo esto.

—Bueno, no te ofendas, pero tú no existirías si todo esto no hubiera ocurrido.

—Ya me entiendes —Alice le puso mala cara—. Sería aburrido no poder disparar a la gente.

—Dijo la chica de paz —él hizo un amago de sonrisa.

—Podríamos vivir todos en una misma casa.

—¿Todos?

—Tú, yo, Tina, Jake, Rhett, Kilian, Trisha... ya sabes.

—Eso es mucha gente.

—Bueno, en una casa grande.

—No es mi futuro ideal.

—Y Rhett y yo podríamos ir a uno de esos... cines de los que tanto habla.

—Y le obligaría a traerte a casa antes de las diez —añadió él enarcando una ceja—. Y a dormir en otra habitación.

—...o ir a un concierto —Alice lo miró con curiosidad—. ¿Alguna vez has ido a un concierto?

—¿Yo? Sí, a algunos.

—¿En serio? ¿Cuándo? ¿Cuando no eras un viejo? —ella sonrió.

Max le dedicó una mirada agria.

—Sí, cuando era más joven.

—¿Y te gustaron?

—Mucho. Me gustaba mucho la música. Conocí a la madre de mi hija gracias a ella.

Hubo un momento de silencio. Nunca le había oído mencionarla. Jamás. De hecho, si Anya no hubiera llegado a la ciudad hacía un tiempo, probablemente tampoco habría hablado nunca de su hija.

Alice lo miró de reojo.

—¿Cómo se llamaba?

Max se había quedado con los labios apretados un momento, pero reaccionó enseguida.

—Eso no importa. Cuando pasó lo de las bombas, ya no estábamos juntos desde hacía mucho tiempo.

—Oh, vamos, dime algo más.

—¿Por qué quieres saberlo?

—¡Tengo curiosidad! Nunca me hablas de ti mismo.

Max suspiró y miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los espiaba. La curiosidad de Alice aumentó.

—Esto no lo sabe nadie —replicó Max en voz baja.

—¡No lo contaré! ¡Lo prometo!

—Más te vale. O no te devolveré el cinturón.

Ella se llevó una mano al corazón a modo de juramento.

Entonces, para su sorpresa, él agarró la manga de su camiseta y la subió hasta su hombro. Alice parpadeó, acercándose. Había una frase en negro ahí, con letras pequeñas y con una pequeña calavera y un corazón encima.

—¿Qué es eso?

—Un tatuaje. Y no, no puedo quitármelo.

—¡¿En serio?! ¡¿Como mi número?! —preguntó ella, entusiasmada.

—Algo así, sí.

Ella se inclinó para leerlo. Tocaremos con todas nuestras energías para todos los que no quieran escuchar. ¿Qué significaba eso?

—Es una frase de una canción —murmuró Max, volviendo a taparse el tatuaje y adivinando su pregunta—. Nos conocimos con ella. Y nos hicimos el mismo tatuaje.

—¿Ella también tenía uno así?

—Sí. En la espalda —Max suspiró—. El peor error de mi vida. Ojalá pudiera quitármelo.

—A mí me gusta. No está tan mal.

Ella decidió dejar el tema para no hacer que se sintiera incómodo. Lo pensó un momento.

—¿De quién era el concierto al que fuiste?

—¿El último? De Red Hot Chili Peppers.

Alice se detuvo en seco y él la miró, confuso.

—¡Esa es la banda de la que Rhett habla siempre!

Max esbozó media sonrisa. A ella casi le dio un infarto de la impresión. Seguía sin acostumbrarse a que Max sornriera.

—Ah, ¿sí?

—¡Sí! Me los enseñó en una de nuestras clases. Es decir... eh... antes de que empezara, ¿eh? Tampoco perdíamos tanto el tiempo. Fue el día de la colina. Y... y tenía un iPod lleno de canciones suyas. Y de... de Oasis, y Guns N' Roses, y...

—...y de los Rolling Stones —terminó él.

—¡Sí, exacto!

—Y Scorpions. Y Eagles.

—¡Sí, tam...! Un momento, ¿cómo lo sabes?

Max sacudió la cabeza, casi divertido.

—Ya te he dicho que conocí a la madre de mi hija gracias a la música. Teníamos la costumbre de hacernos listas de reproducción el uno al otro. Y nos las regalábamos. Con el tiempo, dejé de escucharlas y le di los iPods a Rhett porque parecía que los disfrutaba más que yo.

Alice lo miró, sorprendida. Él tenía una expresión extraña en los ojos.

—¿Tú hiciste esas listas?

—Sí.

—¿Y cuáles eran tus canciones favoritas? —preguntó. No quería terminar la conversación tan rápido.

—Todas lo eran.

—Venga ya. Solo puedes decir una.

Max volvió a emprender el camino.

—Todas lo eran.

—¡Deja de decir eso y di un nombre!

—No.

Alice le puso mala cara.

—Pues a mí me gusta Don't Cry.

—No está mal.

—Y Winds of change.

Max sacudió la cabeza y, para su sorpresa, le puso una mano en el hombro.

—Si algún día encontramos un tocadiscos, te enseñaré mi colección.

—¿Qué es eso?

—Tengo unos discos de vinilo guardados por alguna parte. No quise deshacerme de ellos. Sirven para escuchar música. Todos tienen muchas canciones dentro.

—Oh —ella no lo había entendido muy bien, pero asintió con la cabeza—. Pues buscaré alguno.

—Sí, claro, como si pudieras encontrarlos bajo las piedras.

—Si no los buscamos, Maxy, nunca los encontraremos.

Él movió la mano de su hombro a su nuca y apretó un poco en señal de aviso. Alice sonrió, divertida.

—Ten cuidado con lo de Maxy —le recordó, enarcando una ceja.

—Perdón.

La soltó y siguieron el recorrido.

Alice estaba tarareando una de las canciones que había mencionado cuando Max se detuvo de nuevo. Lo miró, confusa. ¿Qué había hecho ahora? Sin embargo, él tenía la mirada clavada en una parte del muro. Alice lo inspeccionó con los ojos, curiosa, pero no vio nada fuera de lo normal.

—¿Qué...?

—Sht —la chistó bruscamente Max.

Ella se calló, aunque seguía sin entender muy bien por qué. Volvió a revisar el muro sin encontrar nada reseñable en él.

—Max, ¿qué...?

Se detuvo cuando él dio un paso atrás y la empujó con su propio cuerpo, tirándola al suelo. Alice sintió un pinchazo de dolor en el culo y puso una mueca.

—¿Qué...?

Y, entonces, escuchó lo que había estado observando Max. El disparo. Vio la bala volando justo por la zona en la que ella había estado de pie. De no haberla empujado Max, le habría dado directamente en la cabeza. Contuvo la respiración. Un francotirador.

No pude pensar lo que estaba pasando porque escuchó gritos en las caravanas. Se giró para ver qué pasaba, pero Max la agarró del brazo y la puso de pie de un tirón. Ya había sacado la pistola.

—A la cafetería, ahora —le ordenó.

—¿Qué? No pienso...

—Ahora, Alice —le dijo bruscamente.

—¡No! ¡Vamos a por mi pistola!

Max miró por encima de su hombro y Alice hizo lo mismo. Vio que Charles y los suyos ya se estaban defendiendo de lo que fuera que les estaba atacando. También vio a los guardias de la ciudad corriendo hacia ellos. Su jefe se detuvo delante de Max.

—¿Dónde...?

—Cubrid el muro por el este y por la puerta principal —le dijo Max bruscamente—. Y asegúrate de tener a alguien a cargo de la gente de la cafetería.

—Sí, señor.

Max agarró a Alice del brazo y la arrastró entre los guardias, que estaban recibiendo las órdenes pertinentes. Ella vio que cada uno iba a su lugar correspondiente con eficiencia y se preguntó dónde estarían Rhett, Jake, Trisha y los demás.

—El cinturón está en tu despacho —le recordó ella a Max.

—Lo sé.

Sin embargo, giró por el pasillo del hospital y no se detuvo hasta que llegó a él. Había dos guardias y varios pacientes ahí reunidos. Entre ellos, Tina y el bebé los miraban. Tina pareció inmensamente aliviada.

—¡Max, Alice! Oh, menos mal... —murmuró.

Alice miró a Max con confusión.

—¿Qué...?

—Que no se vaya de aquí —le dijo a Tina, señalándola con la cabeza.

—Muy bien —le concedió ella.

—¿Cómo? —chilló Alice al ver que se iba—. ¡Max, espera, no...!

—No estorbes —le advirtió él antes de pasar entre los guardias.

Ella los miró con mala cara, pero estaba claro que no iban a dejar que pasara. Soltó una palabrota muy poco común en ella y se dio la vuelta. El bebé, en los brazos de Tina, la observaba con curiosidad.

—¿Quieres sujetarlo? —sugirió Tina.

—¡No! —bufó Alice, de mal humor.

Durante lo que pareció una eternidad, no pudo hacer otra cosa que ir de un lado a otro del hospital mirando a los guardias con desprecio aunque ellos solo hicieran su trabajo. Tina dejó al niño durmiendo en la cuna y se ocupó de sus pacientes como si no pasara nada, pero estaba claro que algo pasaba.

Alice se había detenido varias veces en la pared para escuchar mejor. El ruido de pasos, disparos y gritos era inconfundible, pero estaba claro que no era tan grave como la última vez que los habían invadido. La única pregunta era... ¿quiénes eran? Porque no podían ser miembros del padre John. Él estaba...

Alice se detuvo en seco y miró encima de su hombro. Buscó con la mirada frenéticamente y su corazón se aceleró cuando se dio cuenta de que él no estaba ahí.

No estaba ahí.

Se acercó directamente a Tina.

—¿Dónde está? —preguntó atropelladamente.

—¿Quién, cielo?

—El padre John, ¿dónde demonios está?

Ella pareció confusa.

—Supongo que estará en la cafetería, o en...

—¡No! ¡Dime dónde lo viste por última vez!

—Alice, cielo, tienes que...

—¡Tina!

—¡Aquí, hace una hora! —dijo ella, sorprendida—. O... quizá un poco más, no lo sé. ¿Por qué?

Pero Alice ya se había alejado de ella e iba directa hacia los guardias de la puerta. Ellos la miraron con cansancio propio de haberle dicho diez veces que se detuviera.

—Necesito pasar —les dijo, muy seria.

—Sí, como antes.

—Lo digo en serio.

—Pasarás cuando Max nos dé permiso.

—¡Necesito pasar ahora mismo, par de idiotas!

—Niña, vete a dormir un poco.

—¡No! ¡Tengo información muy importante para Max! ¿Queréis ser vosotros quienes le digan después que no la ha podido recibir a tiempo por vuestra culpa?

Hubo un momento de silencio. Ellos intercambiaron una mirada.

—¿Qué información? —preguntó uno, al final.

—Una que obviamente no voy a contaros a vosotros.

—Entonces, no pasas.

—Entonces, buena suerte hablando con Max más tarde. O con Rhett, que os recuerdo que es mi novio. O conmigo cuando me devuelvan mi maldita pistola.

Ambos dieron un respingo, esta vez más convencidos.

—Solo puedes pasar tú —dijo uno.

—¡Abrid de una vez!

El otro no parecía muy convencido, pero se apartó y el primero quitó el candado de la puerta, abriendo solo una rendija para que Alice pudiera pasar. Ella suspiró aliviada y se acercó, decidida.

Sin embargo, apenas había tocado la puerta cuando ésta se abrió de golpe. Ella cayó hacia atrás y se arrastró varios metros por el suelo del impacto con su hombro, que le dolió casi instantáneamente.

Alice parpadeó, mirando el techo e intentando respirar. Escuchó los gritos casi como ecos porque su corazón latía a tanta velocidad que le vibraban las orejas.

Entonces, captó algo por el rabillo del ojo. Tres hombres vestidos de negro. Con fusiles en las manos. Estaban apuntando a Tina. Ella gritó algo y uno de ellos la apartó bruscamente, lanzándola contra una de las camillas y haciendo que se cayera al suelo.

Alice tardó, pero finalmente lo entendió. Vio que esos tres hombres se acercaban a la cuna del bebé, cuyo llanto podía oír perfectamente. Se le cortó la respiración y se intentó poner de pie con la adrenalina recorriendo sus venas a toda velocidad. No. Eso no. Eso no.

Y, justo cuando se ponía de pie, volvió a caer al suelo con fuerza, haciendo que le vibraran los huesos de la espalda. Bajó la mirada y vio que tenía una bota clavada encima del corazón, apretándola contra el suelo. Intentó quitársela de encima retorciéndose, pero era imposible. Y más cuando la bota subió y le pisó el cuello. Alice intentó moverse, empezando a notar que le resultaba difícil respirar.

Entonces, levantó la mirada y vio que la bota pertenecía a una mujer que conocía ya demasiado bien pese a las pocas veces que había hablado con ella. Giulia, la principal seguidora del padre John.

Ella sonreía ampliamente, como si eso fuera divertido.

—Mira a quién tenemos aquí —dijo alegremente—. El perrito favorito de Max. No me esperaba que fuera a dejarte tan desprotegida. Qué agradable sorpresa.

Ella la ignoró, intentando ver qué pasaba con el bebé, pero Giulia apretó todavía más su cuello. Alice notó la presión en su cara a medida que se ponía roja. Le vibraban los ojos.

—¿De verdad te creías que John iba a ayudarte a cambio de nada, querida?

Alice intentaba respirar como podía. Agarró a Giulia del tobillo e intentó clavarle las uñas, pero era imposible hacerlo a través de la bota. Y ella seguía hablando.

—¿De verdad te creías que ganarías un maldito chantaje contra nosotros? Pobre e inocente Alice...

Entonces, Giulia dejó de apretarle el cuello y Alice empezó a toser secamente, llevándose una mano al cuello. Había empezado a verlo todo negro. Su cerebro todavía temblaba cuando Giulia la empujó con la bota y le dio la vuelta, haciendo que quedara boca abajo. Ella estaba tan ocupada intentando volver a respirar que no pudo hacer nada para impedirlo. Ni siquiera cuando Giulia le pisó la cabeza con suficiente presión como para asustarla, apretando su mejilla contra el suelo.

—¿No te resultan familiares esas caras?

Alice parpadeó intentando enfocar y vio que uno de los hombres estaba levantando el bebé. Intentó moverse y notó el frío cañón de un fusil en su nuca. Pese a eso, no pudo hacer otra cosa que intentar retorcerse inútilmente. El bebé no. El bebé no, por favor.

Pero en ese momento algo le llamó la atención. Y fue la persona que sujetaba el bebé. Alice había visto antes esa cara. Apretó las manos contra el suelo, intentando ubicarla...

...para darse cuenta de que era uno de los humanos nuevos.

Igual que los otros.

El chico pasó el bebé a otro y Alice vio que Kenneth, enfundado en un traje negro, lo sujetaba con una mueca. Kenneth captó su mirada y le dedicó una sonrisa de lado.

Alice no despegó la mirada furiosa de él cuando Giulia se inclinó hacia delante sin quitar la bota de su cabeza.

—Veo que ya les recuerdas. ¿Sabes quiénes son?

Alice no respondió, pero ella no lo necesitó para seguir hablando.

—¿Te acuerdas de tu llegada a la Unión, querida? ¿Ese grupo tan especial del que te habló Kai? ¿Ese grupo de gente con más habilidad de los demás? ¿Te acuerdas de que él mencionó que los dos primeros habían sido aniquilados? Bueno, pues resulta que era una pequeña mentira.

Así que era eso. Los nuevos habían sido, en todo momento, espías. Y formaban los dos primeros equipos especiales de la Unión. Alice estuvo a punto de llorar de la rabia cuando le vino a la mente la imagen de...

El bebé pasó a una chica. Precisamente, la chica en la que Alice estaba pensando. Charlotte.

Ella también había sido parte de eso. Desde el principio.

Charlotte encontró su mirada y la apartó, avergonzada, sujetando el bebé en su pecho con mucho más cuidado que Kenneth.

—¿Sabes lo que has conseguido con tu intento de chantaje? —le preguntó Giulia en voz baja—. Que recuperemos todo lo que nos pertenece. Incluido lo que tienes que pertenece a John, querida.

—Dejadlo en paz —murmuró ella una y otra vez como pudo e ignorando sus palabras, viendo que el bebé seguía llorando inconsolablemente—. Dejadlo en paz. Él no tiene la culpa de nada.

—Claro que no, si es solo un bebé. Pero los inocentes también mueren en las guerras. Es su parte negativa, supongo.

Giulia suspiró y Alice notó que le quitaba el cañón del fusil de la nuca.

—Es una pena que no tenga órdenes de matarte todavía. Supongo que tendremos que esperar a nuestro próximo encuentro, pequeña Alice.

Ella intentó volver a retorcerse, pero era inútil.

—Hasta entonces... pásalo bien pensando en tus decisiones.

Y, justo en ese instante, Giulia quitó la bota. Alice intentó aprovechar para ponerse de pie, pero notó que le inyectaban algo en el cuello y se quedó dormida al instante, escuchando los llantos del pequeño bebé.

***

Alice abrió los ojos lentamente. La cabeza le daba vueltas.

Tenía algo frío y húmedo en la mejilla. Bajó la mirada y vio un charco de sangre. El brazo le ardió cuando se tocó la frente y notó la pequeña herida en ella. Estaba pegajosa. Le dolía.

Levantó la cabeza lentamente, gruñendo. Sentía que cada músculo de su cuerpo estaba dormido o dolorido. Consiguió quedarse de rodillas y miró a su alrededor, intentando enfocar lo que veía. Era todo borroso y confuso.

Entonces, captó algo. A gente. Gente llorando. Parpadeó, confusa, sin poder escuchar nada, y miró a su otro lado. Vio a Tina... también llorando. Ella estaba apoyada en... ¿qué era eso? ¿La cuna? ¿El bebé? ¿Le hab...?

Alice contuvo la respiración cuando los recuerdos de lo que había pasado la golpearon directamente.

El bebé.

Se puso de pie tan rápido que casi se resbaló con el charco de su propia sangre. Se acercó corriendo a la cuna y el mundo se detuvo cuando vio que estaba vacía. TIna seguía llorando desconsoladamente.

—Se... se lo llevaron... —gimoteó Tina. Alice jamás la había visto así—. Dijeron... dijeron que se llevarían todo lo que es suyo.

Alice se dio la vuelta y miró a su alrededor, dándose cuenta del pequeño detalle de que todos los que había a su alrededor eran humanos. Y, la última vez que había mirado, también había androides.

Inconscientemente, fue directa a la puerta, pasando por encima de los cuerpos de los guardias tirados en el suelo. Ni siquiera podía centrarse en eso. O en las marcas de balas en las paredes de los pasillos. Se apoyó en la pared con una mano, todavía mareada, y cruzó el pasillo hacia el vestíbulo. Estaba hecho un completo desastre. La cabeza le dio otra punzada de dolor cuando se obligó a sí misma a caminar hacia la cafetería, donde había gente reunida. Su gente. Ningún androide.

—¿Alice?

Ella se detuvo de golpe y se giró hacia Rhett, que había aparecido de la nada. Él tenía sangre en la mejilla y en los brazos, pero no parecía herido. Ella notó que se le llenaban los ojos de lágrimas solo con verlo.

Había subido solo para buscarlo. Aunque no quisiera admitirlo, era la verdad.

Él no necesitó más. Se acercó en dos zancadas y le dio un abrazo con fuerza. Alice se lo devolvió, aunque un poco dolorida, escondiendo la cara en su cuello. Durante unos segundos, ninguno de los dos dijo nada.

Entonces, ella se dio cuenta del pequeño detalle de que él estaba temblando.

—Cuando... cuando vi que se habían llevado a todos los androides creí que... que tú...

Rhett se separó, respirando hondo, y le sujetó la cara con ambas manos. Alice no fue capaz de decir nada cuando se inclinó hacia delante y presionó sus labios sobre los de ella.

—¿Dónde demonios estabas? —le increpó entonces.

—En... en el hospital.

—¿Y qué...? ¿Por qué demonios estabas ahí? ¿Sabes lo jodidamente preocupado que estaba?

—Yo...

—Te he estado buscando por todos los malditos rincones de la jodida ciudad, Alice, no vuelvas a hacerme esto. Nunca. Nunca más. ¿Me oyes?

Pareció que iba a decir algo, pero se detuvo al ver que a ella se le llenaban los ojos de lágrimas.

—¿Qué?

—Yo... intenté... —ella no podía ni hablar por el nudo en su garganta—. El bebé, Rhett... se lo llevaron.

Él entreabrió los labios.

—¿Qué? —preguntó en voz baja.

—Se lo llevaron y no... no pude hacer nada... lo intenté, pero... pero...

—Alice, lo instentaste —murmuró, obligándola a mirarle—. Estoy seguro de que hiciste lo que pudiste y más.

—Pero no fue suficiente.

—Vamos a rescatar a ese bebé como sea, así que ni se te ocurra llorar.

Ella estuvo a punto de sonreír con los ojos llenos de lágrimas.

—Siempre tan sensible —murmuró.

—Ya me conoces —él esbozó media sonrisa, aunque un poco amarga.

Volvió a inclinarse hacia delante y la besó con más ganas. Como si realmente lo hubiera estado deseando. Alice cerró los ojos y se dejó llevar por unos momentos antes de que él se viera obligado a separarse.

—Tenemos que ayudar a los demás —le dijo.

—Sí, yo...

Alice se detuvo un momento, mirándolo. Él frunció el ceño.

—¿Qué?

Las palabras de Tina retumbaron en su cabeza. Giulia había dicho que se llevarían todo lo que les perteneciera.

Todo lo que les perteneciera.

Durante un instante, sintió que el mundo entero se detenía a su alrededor. Entró en un trance que solo Rhett pudo romper, sujetándole la cara con una mano.

—¿Qué pasa? Estás pálida.

—¿Dónde está Jake?

Rhett pareció confuso por un momento, antes de abrir los labios en señal de alarma.

Alice se separó bruscamente y, por instinto, fue directa a las escaleras. Escuchó los pasos de Rhett siguiéndola de cerca, pero no se detuvo en ningún momento. De hecho, aceleró tanto que estuvo a punto de caerse varias veces de camino a los dormitorios que les habían asignado.

Su cabeza zumbaba cuando se detuvo ante le puerta que estaba buscando y vio que estaba un poco abierta. No se atrevió a empujarla por varios segundos, pero su instinto de protección era mayor que su miedo. Mucho mayor.

Empujó la puerta sin pensar y casi se le paró el corazón cuando vio un charco de sangre en el suelo.

Kilian estaba tumbado boca arriba con los ojos cerrados. Tenía un disparo en el estómago y marcas de agarrones en el cuello y los brazos. Alice se quedó paralizada en la puerta, pero Rhett fue corriendo hacia él y se agachó a su lado, manchándose las rodillas con el charco de sangre. Ella vio que le ponía dos dedos en el cuello.

Durante unos segundos, la tensión en el ambiente fue tanta que Alice sintió que iba a desmayarse.

—Tiene pulso —murmuró Rhett.

Pero ella seguía sin poder respirar. Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas porque ya lo sabía perfectamente. Lo había sabido desde el momento en que había despertado en el suelo del hospital.

Se lo habían llevado. Se habían llevado a Jake.

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