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Capítulo 32

Alice hubiera deseado poder disfrutar mejor de la mañana en la que habían elegido las clases. Por supuesto, la elección había sido practicar disparando. Era poco cansado y se les daba bien a casi todos los del equipo, así que fue bastante relajada.

Pero no para ella. Seguía teniendo mareos de vez en cuando y odiaba que Max la obligara a dejarse revisar por el padre John cada vez que sucedía, pero esta vez no le quedó otra, porque el mareo era todavía peor que los anteriores. Dejó la pistola en su pequeña mesa y se tomó un momento para respirar. Casi al instante, notó que se le humedecía la parte baja de la nariz y se la tocó, confusa. Era sangre. Lo que le faltaba.

—Whoa —Trisha la miraba—. Oye, sangras.

—Gracias, no me había dado cuenta —murmuró ella tapándose la nariz con dos dedos.

—Bueno, solo informaba.

Alice vio que Rhett estaba ocupado aterrorizando un humano, así que suspiró.

—Dile que estoy con el padre John otra vez —le pidió a Trisha.

Ella asintió con la cabeza, intentando aumentar la velocidad con la que cargaba la pistola con una sola mano.

Alice se apresuró a marcharse sujetándose la nariz y fue directamente al hospital. Tina estaba sentada en una de las camas con el bebé en brazos. Le daba un biberón. Sonrió al ver aparecer a Alice, pero lo sustituyó con un suspiro cuando vio que estaba sangrando.

—Está ahí detrás —señaló al padre John con la cabeza.

Alice suspiró también y fue a la parte trasera del hospital, donde el padre John se había instalado. Alice vio que escribía algo en su libreta. Volvía a llevar las gafas puestas. Solo levantó la cabeza cuando notó que alguien se acercaba. No pareció muy sorprendido con la cara ensangrentada de Alice.

—Siéntate —señaló la cabeza que tenía delante con la cabeza.

Alice lo hizo y vio que él terminaba de escribir con toda la tranquilidad. Lo miró de reojo y enarcó una ceja.

—Te acuerdas de que estoy sangrando, ¿no?

—Perfectamente.

—¿Y qué apuntas? ¿De qué color es la sangre? Te daré una pista: no es amarilla.

El padre John suspiró y cerró la libreta, dedicándole una mirada cansada.

—Me gustabas más cuando no respondías. Nunca.

—No te estaba respondiendo. Te hacía preguntas —remarcó ella—. Ahora te estoy respondiendo.

Él decidió ignorarla y se puso de pie. Alice lo vio cojear hacia la estantería del fondo y volvió con un toalla y un pequeño bote azul. Dejó ambas delante de la mesa y volvió a sentarse.

Alice ya sabía cómo iba la cosa. Había pasado demasiadas veces esos días. Se limpió la sangre con la toalla y se tomó una de las pastillas blancas del bote azul. Su suplemento. Se lo tragó sin necesidad de agua y miró al padre John, que había vuelto a su libreta.

—¿Para eso sigues aquí? ¿Para darme una pastilla?

—Es una vitamina, no una pastilla.

—La primera pregunta no ha cambiado.

—A veces, Alice, me da la sensación de que eres la que menos se preocupa de tu salud —replicó sin mirarla.

Alice estuvo a punto de ponerse de pie y marcharse, pero se detuvo un momento, mirándolo con los ojos entrecerrados.

—¿Qué te pasó el pierna?

Él levantó la cabeza, confuso por un momento.

—¿Cómo?

—¿Por qué cojeas? ¿Qué te pasó en la pierna?

Por un momento, no dijo nada. Entonces, sacudió la cabeza y volvió a centrarse en su trabajo.

—Veo que sigues sin recordar nada —dijo, simplemente.

Alice supo al instante que esa sería toda la información que conseguiría sacarle. Se puso de pie y se acercó a Tina, que ahora hablaba con el bebé. Él le sonreía.

—¿Quieres sujetarlo? —preguntó al ver a Alice.

Ella sacudió la cabeza y se sentó a su lado. El niño parpadeó hacia Alice y abrió las manos en su dirección, como si quisiera que lo sujetara. Pero ella no hizo ningún ademán de hacerlo.

—¿Estás bien, cielo? —preguntó Tina.

—Sí. Es decir... no... no lo sé.

Tina la observó unos segundos, meciendo al bebé con una mano, como si lo hubiera hecho toda su vida. Fue entonces cuando Alice cayó en el hecho de lo hacía de forma demasiado natural.

—¿Has tenido hijos alguna vez? —le preguntó, curiosa.

Tina estaba mirándola con cierta preocupación, pero su expresión volvió a una sorprendida. Esbozó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza.

—No. No encontré a nadie con quien tenerlos. Pero quería, te lo aseguro. Por eso me hice pediatra... antes de todo esto.

—¿Periatra...? —repitió Alice con una mueca.

—Pediatra. Es un médico especializado en niños.

—¿Y para qué quieres especializarte en nada? ¿No es mejor tener un médico que sepa hacer de todo?

—Cielo, antes había tantos pacientes y médicos que podías especializarte en lo que quisieras. En el corazón, en los niños, en la piel, en los ojos, en los pies...

—¿Había un médico solo por los pies? —Alice arrugó la nariz.

—Sí —Tina sonrió con cierta nostalgia y miró al niño, que estaba empezando a bostezar—. Quizá algún día vuelva a ser así. Nunca se sabe.

—Quizá en la zona de humanos hay lugares así.

Tina se detuvo un momento, confusa. La miró.

—¿La qué?

—La zona de humanos —repitió Alice—. Cuando vivía aquí, nos explicaron que había una zona solo para androides, esta, una zona de humanos al otro lado del bosque y los rebeldes, que estaban en él.

Tina la contempló unos segundos, completamente descolocada.

—Cielo... no... ¿quién te dijo eso?

—Los padres y las madres. Siempre lo decían.

—Pues... no es verdad —murmuró Tina—. Los únicos humanos vivos que encontrarás aquí son los que conoces como rebeldes.

Hubo un momento de silencio. Alice parpadeó.

—Espera, ¿qué?

—La zona de esclavistas desapareció hace muchos años —le dijo Tina—. Quizá te refieras a los humanos que rescataban a otros de las peores zonas del mundo y los usaban para su beneficio personal.

Alice recordaba a Alicia con el pelo cortado, atendiendo las necesidades de una casa sin poder elegir si quería hacerlo o no. Tragó saliva.

—¿Ya no existen?

—No. Ya te lo he dicho, desaparecieron hace años.

—Pero...

¡El padre John le había dicho que tenía que llegar a ellos por el este! ¡Y que tuviera cuidado con los rebeldes! ¡Lo recordaba perfectamente!

Alice miró el otro lado de la habitación, donde él seguía escribiendo. Otra mentira. El objetivo desde el principio había sido que formara parte de los rebeldes. Quizá hubiera ido a por él en otra ocasión, pero en esta, por algún motivo, solo se quedó en su lugar, mirándolo fijamente.

—Mira, no sé qué te pasa estos días —le dijo Tina suavemente—, pero te noto muy distraída. ¿Estás segura de que estás bien? Puedes hablar conmigo.

Alice volvió a la realidad y sacudió la cabeza, centrándose en Tina.

—Estoy bien —le aseguró.

—Bueno... si algún día no lo estás, no dudes en decírmelo.

—Lo haré.

Alice miró al bebé, que se había dormido en los brazos de Tina, y se puso de pie.

—Debería volver a clase.

—Cuídate, Alice.

Ella subió las escaleras con una mueca. Casi podía ir directamente a la cafetería. Solo quedaban dos minutos de clase —y eso según sus cálculos, quizá ya había terminado—. Se subió los pantalones que seguían cayéndose un poco y fue a la puerta principal.

Sin embargo, se detuvo en seco cuando vio, por el rabillo del ojo, a tres de los humanos nuevos en uno de los pasillos vacíos, hablando en voz baja. No la habían visto. Alice miró la puerta principal y los volvió a mirar.

La decisión estaba clara.

Se ocultó al principio del pasillo sin hacer un solo ruido. Tragó saliva y se apoyó en la pared sin atreverse a asomarse para que no la vieran. Agudizó el oído y escuchó atentamente todo lo que pudo captar, que fue poco porque estaban susurrando.

—...no podéis decírselo a nadie —dijo uno.

—Eso estaba claro —murmuró otro.

Alice frunció un poco el ceño. ¿Decir qué?

—¿Y si algo no sale...? —dejó la frase al aire.

Escuchó un suspiro y tuvo la tentación de asomarse, pero se detuvo. No. Tenía que seguir oculta.

—No pasará eso —dijo el primero.

—Pero...

—Si cada uno hace lo que debe, no pasará.

—¿A qué hora?

—En dos horas. La habitación número tres. Tenemos que estar todos ahí o...

—¿Qué haces?

Alice dio tal respingo que creyó que iba a salírsele el corazón por la boca cuando vio a Kai a su lado, comiendo una chocolatina. Él también dio un respingo al ver que la había asustado.

—¡No te acerques a mí como si quisieras matarme sin hacer ruido! —le espetó Alice, irritada.

—¡Si llevo llamándote desde que he salido de la cafetería!

Alice levantó la barbilla de todos modos, muy digna.

—¿Qué hacías? —preguntó Kai.

—Nada.

—Parecía algo.

—No era nada, ¿vale?

—Pues parecía algo.

—Oye, ¿tú no tienes trabajo que hacer? ¿No eres un guardián?

—También tengo vida, ¿sabes?

—¿Y qué haces en esa genial vida, Kai?

Él lo pensó un momento y se puso colorado al levantar su chocolatina.

—No es que haya muchas en el mundo ahora mismo —aclaró—. Tuve que cambiársela a uno de las caravanas por tres auriculares. Y creo que salí perdiendo igual, porque sabe raro.

Alice se asomó al pasillo mientras él hablaba y puso una mueca al ver que los humanos se habían ido. Suspiró. Kai la miraba muy serio con la cara manchada de chocolate.

—¿Te pasa algo, Alice?

—Sí, me pasa algo —masculló.

—¿Algo que...?

—Tengo que hablar con Rhett —masculló, pasando por su lado.

—Vale —dijo Kai a sus espaldas—. No hables conmigo, claro. No te preguntaba para que me lo contaras.

Alice suspiró y se apresuró a ir al gimnasio. Se cruzó con el resto de alumnos, que iban en dirección contraria para almorzar. Alice entró en el gimnasio empujando la puerta y se encontró a Jake, Trisha, Kilian y Rhett de pie junto a los paneles de disparo. Rhett fue el primero en verla.

—¿Estás mejor? —le preguntó.

—Sí, no era nada —ella se dio la vuelta para asegurarse de que no había nadie—. Tengo que hablar con vosotros sobre algo importante.

Hubo un momento de silencio. Todos intercambiaron miradas. Rhett entrecerró los ojos.

—¿Cómo de importante?

—Muy importante. Creo... creo que dentro de dos horas va a pasar algo muy malo.

—¿Va a venir Kenneth? —preguntó Jake.

Hubo sonrisitas, pero Alice no fue una de sus partícipes. Sacudió la cabeza con urgencia.

—He estado observando a los humanos nuevos y... —empezó.

—Oh, no... —Rhett suspiró.

—¡Traman algo! —insistió Alice—. ¡Los he escuchado en una conversación privada!

—Eso está muy feo, jovencita —le dijo Trisha, poco impresionada.

—¡No es eso! ¡Estaban hablando de reunirse todos en dos horas en la habitación tres o algo así! ¡Y parecía algo malo!

Alice vio que Kilian le hacía gestos y sacudió la cabeza.

—¡No tiene nada de malo que vayan a una habitación! —le respondió—. ¡Lo malo es lo demás!

—¿Y qué es lo demás, señora inspectora? —le preguntó Trisha.

—¿Han dicho que fueran a hacer algo malo? —preguntó Jake.

Rhett seguía mirándola con la cabeza ladeada. Alice tragó saliva.

—No... bueno, no directamente, pero... creo... yo...

—Alice —Rhett atrajo su atención—, quizá solo es una reunión de amigos.

—¡No lo es!

—¿Y cómo lo sabes?

Ella dudó un momento.

—Yo... tengo un mal presentimiento.

Otro momento de silencio. La primera en suspirar fue Trisha, que además puso los ojos en blanco.

—Un mal presentimiento —repitió.

—¡Es verdad!

—¿Y no has pensado que quizá solo sea eso? —sugirió Rhett—. ¿Un presentimiento?

—Es... ¡es complicado, sé que suena raro, pero...!

—Sí, la verdad es que suena raro —coincidió Jake.

Alice se detuvo y los miró, algo decepcionada.

—¿No me creéis?

—No es cuestión de no creerte —aclaró Rhett—. Es cuestión de que... no podemos guiarnos siempre por el instinto, Alice.

—¡Nunca me he equivocado!

—Yo nunca había perdido un combate —replicó Trisha—. Y ahora no ganaría ninguno. Hay una primera vez para todo. En fin, yo me voy a comer. Haced lo que queráis.

Pasó por su lado y Jake le dedicó a Alice una sonrisa de disculpa.

—Un mal presentimiento no es un gran sustento —se encogió de hombros antes de seguir a Trisha.

Kilian le siguió sin decir nada. Alice vio que Rhett iba a hacer lo mismo y se acercó a él con urgencia. Él tenía que creerla. Tenía que hacerlo. Rhett vio venir sus intenciones y suspiró.

—No puedo hacer nada —le dijo antes de que hiciera ninguna pregunta.

—¡Sabes que soy buena en esto!

—Lo que sé es que has estado mucho tiempo encerrada en un hospital. Y es normal volverse un poco paranoico después de eso, porque...

—No estoy paranoica —dijo, ofendida.

—No es...

—¡No lo estoy! ¿Por qué nadie me cree?

Rhett suspiró y tardó un momento en mirarla.

—Tengo mucho trabajo que hacer.

Ella se quedó mirándolo un momento, irritada, antes de asentir una sola vez con la cabeza.

—Muy bien. Gracias por nada.

—Alice... —murmuró Rhett cuando empezó a marcharse.

—No te molestes. Estás muy ocupado y yo estoy muy paranoica.

Salió del gimnasio, pero no fue a la cafetería. Cuando se enfadaba dejaba de tener hambre. Suspiró y se quedó de pie en el pasillo, sin saber muy bien qué hacer.

Fue entonces cuando captó, por el rabillo del ojo, que Anya pasaba por su lado con otros dos androides. La saludó con la mano, pero Alice se apresuró a detenerla.

—Oye, Anya.

Ella se detuvo y los demás las dejaron solas. Anya la miraba con curiosidad.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—La verdad es que sí. ¿Puedo preguntarte algo?

—Sí, claro.

—Tú... ¿conoces a los nuevos?

Hubo un momento de silencio. Anya parpadeó.

—Bueno, son tan nuevos como yo.

—No. Me refiero a los humanos nuevos. Solo a ellos.

—No vivíamos en el mismo lugar, Alice.

—Entonces, no los conoces.

—Bueno... no, la verdad es que no —Anya frunció un poco el ceño, confusa—. ¿Te pasa algo?

—No. Tengo que irme. Gracias por la ayuda.

Alice empezaba a tener sospechas de que no estaba tan paranoica como creía Rhett. Entró en la cafetería y buscó con la mirada. Encontró a Charlotte en la barra, haciendo cola para ir a por su bandeja. Estaba sola. Bien. Alice fue directa a ella, que no levantó la cabeza hasta que la tuvo al lado. Y pareció perpleja.

—Ho-hola...

—¿Qué ibas a decirme el otro día? —le preguntó Alice directamente.

Charlotte entreabrió los labios y miró a su alrededor. Después, volvió a mirar a Alice y tragó saliva.

—Nada importante —dijo, al final.

—Me da igual que no fuera importante. ¿Qué era?

—Nada.

—¿Qué era, Charlotte? —insistió Alice, frustrada, señalando con la cabeza al grupo de humanos nuevos—. ¿Tenía algo que ver con ellos?

Charlotte volvió a intentar decir algo, pero se calló y negó con la cabeza. Alice estaba a punto de volver a insistir cuando notó que alguien se detenía a su lado. Uno de esos humanos. La miraba fijamente.

—¿Te está molestando, Charlotte? —le preguntó él sin despegar los ojos de Alice.

Pero ella no necesito responder, porque Alice lo hizo por ella.

—Ya hemos terminado —masculló de mala gana.

Pasó junto al humano dándole a propósito con el hombro y salió de nuevo de la cafetería. El corazón le iba a toda velocidad. Nunca había tenido tan mal presentimiento sobre algo. Fue directa donde le indicaron los guardias del pasillo y se encontró a Max en el patio trasero del edificio principal, revisando el muro con otros guardias. Parecían realmente enfrascados en una conversación interesante cuando Alice se acercó, claramente agitada. El guardia se detuvo, mirándola, y Max hizo lo mismo. Levantó las cejas.

—¿Alice? —frunció un poco el ceño—. ¿Por qué no estás en la cafetería?

Ella echó una ojeada a los guardias y tragó saliva.

—¿Podemos hablar a solas?

Para su sorpresa, Max no se negó. Hizo un gesto a los guardias, que volvieron a acercarse al muro, y se acercó a Alice. Era un alivio que por fin alguien fuera a escucharla.

—¿Va todo bien? —preguntó Max.

—No. La verdad es que no.

Al ver que no seguía, Max enarcó una ceja.

—Voy a necesitar que seas un poco más específica.

—Yo... tengo un mal presentimiento. Sé que suena a... no sé, a tontería, pero lo digo en serio. Creo que va a pasar algo malo.

—¿Algo malo? —no pareció muy convencido—. ¿Como qué?

—Algo malo con los humanos nuevos.

Hubo un momento de silencio. Max cerró los ojos un instante y, al abrirlos, parecía ligeramente irritado.

—Alice, ahora mismo tengo muchísimo trabajo —le dijo lentamente—. No puedo involucrarme en problemas entre los alumnos.

—¡No es un problema entre alumnos cualquiera!

—¿Y se puede saber qué han hecho?

—Pues... ¡todavía nada!

—¿Todavía? —repitió.

—Esta tarde van a reunirse en una habitación.

—No sabía que eso estuviera fuera de las normas. Y, hasta donde yo sé, yo pongo las normas. Así que supongo que pueden hacerlo.

—¡No es eso, Max, van a hacer algo malo, lo sé!

—Alice, no tengo tiempo para esto —replicó, empezando a marcharse.

—Pero... ¡hay muchas cosas que no encajan! —insistió Alice, siguiéndolo—. ¿Por qué no se relacionan con casi nadie de la ciudad? ¿Por qué los androides no los conocen? ¿Por qué el padre John sigue aquí?

—Sabes las respuestas a todas esas preguntas, Alice.

—¡No, no las sé! ¡Y tú tampoco!

—Mira —Max se detuvo en seco y la miró—, es la primera vez en el meses que hemos conseguido llegar a una mínima estabilidad en esta ciudad. No puedo dejar que la destroces solo porque pagas tus frustraciones con John en ellos.

—Yo no pago...

—Sí, sí lo haces. Hasta que no hagan algo realmente malo, no quiero oír hablar de esto. Y ni se te ocurra hacer algo en su reunión, Alice.

—¡Pero...!

—Nada —repitió Max, señalándola—. No es una maldita petición.

Alice le sostuvo la mirada, enfadada, y cada uno se fue en dirección opuesta. Ella se dirigió al edificio principal mascullando palabrotas. Y eso que no le gustaba decirlas. ¿Por qué nadie la creía? Necesitaba pruebas. Sí, claro que iría a esa reunión.

De hecho, estuvo esperando las pocas horas que faltaban yendo de un lado a otro en su habitación. Tenía la suerte de no tener clase por la tarde ese día. Se mordisqueó una uña mientras esperaba al final del pasillo, donde podía ocultarse de ser necesario. Se asomó al otro lado y vio que había dos chicos esperando a los demás, pero por ahora no estaban haciendo nada del otro mundo.

Ella siguió esperando y suspiró cuando fueron las cinco y no apareció nadie. ¿Quizá se había confundido de habitación? Estuvo a punto de asomarse para ver si se había equivocado, pero se detuvo en seco cuando vio un grupo de chicos acercándose a la puerta. Intercambiaron unas palabras en voz baja con los otros dos les dejaron entrar. Alice frunció un poco el ceño cuando ellos también entraron.

Avanzó sin hacer un solo ruido por el pasillo y se detuvo en la puerta, asegurándose de que nadie la había seguido. Tragó saliva y se apoyó en ella con la oreja, escuchando atentamente. Hubo murmullos, pero nada que pudiera sacar en claro. Puso una mueca y se pegó un poco más, atenta.

—¿Os ha seguido alguien?

—No.

—¿Estáis seguros?

—Sí. Definitivamente.

—Bien. Porque si se entera de esto...

¿Quién no tenía que enterarse? ¿Y por qué? Alice frunció un poco más el ceño, atenta.

—...sabemos qué pasará —dijo el otro.

Hubo un momento de silencio.

—¿Lo hacemos ahora? —preguntó uno en voz baja.

—Sí. Todo el mundo está en la cafetería o en la biblioteca.

—¿Y dónde vamos primero?

—En la cafetería hay más gente...

La frase quedó en el aire por unos segundos. Alice entreabrió los labios. ¿Por qué querían un lugar lleno de gente? ¿Y que nadie se enterara de qué iban a hacer? ¿Por qué hablaban de esa forma?

Sin darse cuenta, puso una mano en su propio cinturón, donde estaba la pistola que Max le había dado.

—¿La tienes? —preguntó uno.

—¿El qué?

—El arma, idiota.

Vale, eso era todo. Alice había estado intentando buscar alguna explicación alternativa, pero estaba claro que no la había. No podía haberla. Agudizó el oído y ya no pudo aguantarlo más cuando escuchó el inconfundible ruido de un arma siendo cargada.

—Vamos a ello, entonces —dijo el otro.

Pero no llegaron a tocar la puerta. Alice agarró su propia pistola y abrió de una patada, asustada y nerviosa por partes iguales.

En cuanto la puerta estuvo abierta, apuntó al primer chico que vio. Y coincidió en ser el que, precisamente, llevaba la pistola. Él dio un salto hacia atrás del susto y esta cayó al suelo, junto a los pies de Alice. Ella la pisó al instante, tragando saliva.

—¿Qué haces? —preguntó otro chico. Eran tres. Alice seguía apuntando al que estaba en medio, ahora sentado en la cama.

—Lo he oído todo.

—¿Eh...? —esta vez, el chico perdió el color de la cara.

—Que lo he oído todo —replicó Alice—. Y estoy segura de que a Max le va a encantar oírlo tamb...

—¿Estáis listos?

Alice se giró de golpe hacia la voz que venía de detrás de ella. Una humana nueva se quedó de piedra al ver que la apuntaban con una pistola.

—Whoa, ¿q-qué...?

—Creo que te estás equivocando —le dijo el chico de la cama.

—¡Cállate! —le espetó Alice, sin saber a quién apuntar—. ¿Quién más va armado?

—¡Nadie!

—¡Sacad ahora mismo...!

—¡Era un regalo!

Alice se detuvo y se giró hacia el chico que tenía de pie al lado. Él tenía las manos levantadas. Le temblaban.

—¿Qué era un regalo? —preguntó de mal humor.

—La pistola. Es... es un regalo. Es el cumpleaños de un amigo nuestro.

—Sí, claro. Y yo tengo noventa años.

—¡Es verdad! —insistió la chica de la puerta.

—No intentéis engañ...

—¡Ya tenemos la tarta!

Alice bajó la pistola inconscientemente cuando otra chica apareció con una pequeña tarta que debió costarle una fortuna en la cocina. Se quedó mirando la situación, sorprendida.

—¿Va todo bien?

Alice entreabrió los labios y bajó la mirada a la pistola que estaba pisando. Tenía un pequeño lazo de tela roja. Dejó de pisarla y tragó saliva.

Oh, no.

Ese oh, no se transformó en unas mejillas rojas cuando tuvo que sentarse en el despacho de Max, esperando a que, básicamente fuera a decirle de todo menos guapa. Alice se pasó las manos por la cara, frustrada, pero dejó de hacerlo al instante en que la puerta se abrió...

...con demasiada fuerza. Oh, no.

No se atrevió a levantar la cabeza cuando Max apartó una silla y se sentó delante de ella. Irradiaba enfado por cada poro de su cuerpo. Alice tragó saliva. Volvieron a teñírsele las mejillas de rojo cuando se quedaron en completo silencio. Uno muy incómodo.

—Yo... —empezó, atreviéndose a mirarlo.

—Tú, ¿qué? —preguntó él de malas maneras.

Alice volvió a agachar la cabeza al instante, roja de vergüenza.

—¿Qué, Alice? —insistió bruscamente—. ¿Puedes explicarme por qué tengo a diez alumnos aterrorizados porque has entrado de repente en su habitación amenazándolos con una pistola?

—Yo... —repitió, avergonzada—. Pensé... pensé que...

—Pensaste algo que no era —la cortó Max—. Como te dije esta mañana. Como te dijo Rhett. Como te dijimos todos.

Alice levantó la cabeza, sorprendida.

—¿Has hablado con ellos...?

—Hace veinte minutos que hablo con cada maldito miembro de esta ciudad porque nadie entiendo por qué has hecho lo que has hecho. Y cada vez que creo que puedo encontrar un solo motivo que lo justifique, me preguntan por qué demonios te dejo ir por la ciudad con una pistola cuando no eres guardiana.

—Pero...

—No. He. Terminado.

Alice tragó saliva. Nunca lo había visto tan enfadado. Ni siquiera el día de la máquina. Se miró las manos.

—Te lo dije —replicó Max—. Te dije que no hicieras nada. Que te mantuvieras al margen. Lo único que has conseguido con toda esta tontería de los humanos nuevos es que la poca paz que había en la ciudad se esfume.

—No quería hacer eso...

—No importa lo que quisieras hacer. Lo que importa es que ahora mismo yo soy el único culpable.

Ella dudó un momento antes de mirarlo de reojo.

—¿Tú? —repitió, confusa.

—Sí. Yo. Por fiarme de ti tanto como para confiarte una pistola. Está claro que no es lo que te mereces.

Alice tardó unos segundos en entender lo que estaba diciendo. Cuando lo hizo, empezó a negar con la cabeza.

—No puedes quitármela —le suplicó con los ojos.

—No me digas lo que puedo o no hacer, Alice —le advirtió—. He estado dos horas metido en un buen problema por tu culpa. Y te mereces un castigo.

—P-pero... tú me la diste y yo...

—Y ahora te la quito. Dámela ahora mismo. Todo el cinturón.

Ella dudó, mirándose la cintura, donde su pistola estaba en la funda. Negó con la cabeza. No quería perderlo todo de repente otra vez.

—Alice, solo voy a decirlo una vez más —advirtió él en voz baja—. La próxima vez que hable, el castigo será mucho peor. Así que te aconsejo que me des el maldito cinturón ahora mismo.

Alice sacudió la cabeza. Le entraban ganas de llorar de impotencia. Al final, se desabrochó el cinturón y se lo puso en la mesa a Max. Él agarró la pistola y se la metió en la funda vacía que tenía en el cinturón. Ella tragó saliva al verlo. Se sentía como si le hubiera quitado su valentía. Se sentía desprotegida.

—Vas a disculparte con esos chicos —le indicó Max, enfadado—. Y vas a hacerlo de verdad, Alice. Quiero que se lo crean. Nada de tus tonterías.

Ella asintió una vez con la cabeza sin mirarlo.

—Y más te vale no meterte en un lío otra vez, porque empiezo a estar harto de que hagas lo que quieras sin pensar en las consecuencias que puedes causar en los demás.

—No... creí que... mi intuición...

—Mantén tu intuición en las clases de Rhett —la cortó—. Y para nada más. Ahora, vete de aquí y no vuelvas a molestarme en todo el día.

Alice tragó saliva y se puso de pie. Fue directa a la puerta con un nudo en la garganta y la abrió con más suavidad de la que sentía posible. En cuanto la cerró, bajó las escaleras a más velocidad. No sabía muy bien dónde ir. No quería ir a la habitación. No quería estar sola. Quería encontrar a los demás.

Y lo hizo. Cruzó el pasillo del vestíbulo con varias miradas sobre ella. Todo lo que había conseguido en sus días como líder había quedado opacado otra vez. Ahora, solo tenía miradas de desprecio. Pero no le importaron.

Sin embargo, sí que le importó cuando se encontró a Jake, Trisha y Kilian sentados en las escaleras del sótano, hablando entre ellos. Los tres se quedaron en silencio en cuanto la vieron llegar y Alice no necesitó mucho más para saber qué pensaban.

De hecho, no tenía ganas de hablar. Sin decir nada, se dio la vuelta y fue directa al gimnasio. Necesitaba a la única persona en el mundo que la entendía de verdad. La única persona que la apoyaría en esto. Necesitaba a Rhett.

Efectivamente, estaba en el gimnasio, clasificando los paquetes de balas. Estaba centrado en su trabajo, pero levantó la vista cuando Alice se acercó a él.

Alice casi sintió que el corazón se le caía a los pies cuando él apartó la mirada otra vez y suspiró.

—¿Has hablado con Max? —le preguntó directamente.

Ella sacudió la cabeza, conteniendo una sonrisa amarga.

—¿Tú también estás enfadado conmigo?

—Te dije que no te metieras en eso, Alice.

—¿Y qué? ¿Nunca te has equivocado?

—Mira, todos te lo dijimos. No nos...

—Ahórratelo —lo cortó Alice, dándose la vuelta otra vez.

Notó la mirada de Rhett clavada en su nuca en el viaje a la puerta del gimnasio. ¿Él también? Era la única persona que creyó que iba a apoyarla. Pero no. En ese momento, solo quería huir y hacerse pequeñita hasta desaparecer.

Y el único lugar que se le ocurrió fueron las caravanas.

Entró en el círculo de caravanas y vio que varias caras se giraban hacia ella. Al menos, ellos no la miraban con desprecio. De hecho, le sonreían como si nada hubiera pasado. Era agradable, para variar. Pero ella se dirigió a la caravana que reconocía perfectamente y se detuvo en la puerta. Tragó saliva y llamó con los nudillos.

Esperó pacientemente y frunció un poco el ceño cuando escuchó pasos dentro. Estuvo a punto de marcharse cuando la puerta se abrió y apareció una chica de las caravanas que se abrochaba el botón de los pantalones. Alice levantó las cejas cuando pasó por su lado, volviendo a su lugar. Le dedicó una pequeña sonrisa que ella no pudo corresponder por la sorpresa.

Entonces, Charles apareció. Se apoyó en el marco de la puerta de la caravana con una sonrisa amplia.

—Hola, querida. Qué sorpresa.

—Eh... ¿estabas ocupado?

—Siempre tengo tiempo para mi pequeño androide favorito. ¿Quieres entrar?

Alice dudó un momento antes de entrar a la caravana. La revisó con los ojos y estuvo a punto de ir a sentarse en el pequeño sofá cuando captó movimiento en la cama de la caravana. Genial, ¿otra chica?

Pero se quedó parada cuando vio que dos chicos —uno se ponía la camiseta— se ponían de pie y les saludaban con la cabeza antes de abandonar la caravana. Alice los siguió con la mirada, perpleja, antes de girarse hacia Charles. Él estaba en el pequeño sillón, fumándose algo. Cuando vio la mirada juzgadora, puso una mueca.

—¿Qué? No me cierro a ningún tipo de placer.

—¿Con cuánta gente...?

—No quieres saberlo —le aseguró, riendo.

Alice sacudió la cabeza, quitándose la imagen de la mente, y se sentó en el sofá. Apoyó las manos en la mesa que tenía delante y suspiró Charles la miraba desde el otro lado de la mesa, curioso.

—¿Has venido por algo en concreto o solo a observar mi cara perfecta?

—Por nada en concreto —murmuró—. No sabía dónde ir.

—Sí, ya he oído que eres la apestada de la ciudad —sonrió él—. ¿Te ha reñido papi Max?

—¿Puedes no llamarlo así?

—Uy, alguien está escocida —Charles sujetó lo que fuera que fumaba entre los labios y se estiró para alcanzar dos vasos pequeños y una botella con líquido que apestaba a alcohol—. ¿Has matado a uno de los nuevos o algo así?

—No. Solo... los he apuntado con la pistola.

—¿Y te la han quitado? —preguntó Charles, empujando un vasito lleno hacia ella.

Alice lo recogió y lo olió antes de poner una mueca.

—Sí. El cinturón entero.

—Joder. Max es estricto. Aquí, no hay ni un solo día en que alguien no apunte a otro con una pistola. No es para tanto. Es el ciclo de la vida.

—¿Qué es esto? —preguntó Alice con una mueca.

—Whisky, querida. Sirve para olvidarte de tus problemas.

—Dudo que tengas nada que pueda hacer que me olvide de mis problemas, Charles.

Él pareció que iba a decir algo, pero se detuvo y pareció que se le había ocurrido algo. Alice enarcó una ceja.

—¿Qué?

—Mira, querida, yo te considero mi amor imposible...

—¿Eh?

—...por eso, creo que puedo hacerte un pequeño favor —la ignoró—. Y te voy a dejar gratis lo que normalmente doy a los... mhm... alumnos frustrados que necesitan un pequeño chute de energía. ¿Me entiendes?

Alice parpadeó.

—¿Vas a darme ánimos o algo así?

—Algo así.

Charles se agachó y buscó algo bajo el sillón. Alice parpadeó cuando sacó una pequeña bolsa con pastillas blancas diminutas. Sacó una y la miró detenidamente antes de dejarla en la mesa, mirando a Alice.

—Créeme, esto es oro puro.

—¿Y qué es esto, exactamente?

—Ya te lo he dicho. Solo son ánimos.

—No sé...

—¿Qué más te da? Si te mareas, puedes quedarte. Soy inofensivo.

Alice puso los ojos en blanco y agarró la pequeña pastilla, mirándola fijamente. No parecía tener nada del otro mundo. Y no olía a nada en particular.

—Max se enfadará aún más de mí si me tomo esto.

—No lo hará si no se entera. Además, ¿no crees que te mereces un pequeño respiro?

Hubo un momento de silencio. Ella puso una mueca.

—A la mierda.

Se metió la pastilla en la boca y la dejó sobre su lengua antes de agarrar el vaso de alcohol y apurarlo, tragándose ambas cosas. Volvió a dejar el vaso vacío en la mesa y puso una mueca de disgusto. Charles aplaudía, divertido.

—¡Ese es el espíritu!

—No siento nada —murmuró Alice.

—Eso dímelo en un rato —él empezó a reírse.

Alice esperó unos segundos, pero seguía sin sentir nada. Suspiró y se encogió de hombros.

—Creo que estaba caducado, Charles —dijo—. Voy a volver a mi habitaci...

Se detuvo abruptamente cuando estuvo de pie. Su corazón se detuvo un momento y parpadeó varias veces, como si le resultara difícil poder enfocar algo. No se había dado cuenta de que estaba apoyada con una mano en la mesa. Miró a Charles con la respiración agitada. Él sonreía.

—Ahí está —la señaló—. Eso se llama subidón, querida.

Y Alice podía sentirlo. Podía sentir la sangre fluyendo más rápidamente por sus venas, su cerebro funcionando a toda velocidad y su corazón aporreándole el pecho. La sensación más cercana que encontró fue la primera vez que Rhett la había besado.

Pero era mucho intenso. Era... incontrolable. De pronto, solo quería ir a correr. Miró a Charles, entusiasmada.

—¡Creo que lo noto!

—Pues vete a volar, pequeño pajarito —Charles suspiró—. Me gusta emborracharme solo.

Alice sonrió ampliamente y salió de la caravana. De pronto, todo parecía más colorido. Incluso la mugre de las caravanas parecía tener una carita sonriente que le daba ánimos a hacer lo que fuera que quisiera hacer. Saludó a todo el mundo que se cruzó con ella y los de las caravanas la saludaron de la misma forma.

¿Qué hora era? Levantó la cabeza. No era tarde. Quería hablar... ¿con quién? ¿Qué más daba? ¡Con quien fuera!

Entró dando saltitos de felicidad al edificio principal y lo primero que captó fue que los guardias de la puerta dejaban de hablar al ver los saludaba agitando la mano como una histérica. Alice ni siquiera se dio cuenta y siguió andando.

Las paredes, los techos, los suelos... todo brillaba. ¿Lo habían limpiado? Ni siquiera se había enterado? Incluso podía lamer el suelo y no pasaría nada. ¿Y si lo hacía? Solo para comprobarlo. Para saber qué pasaría.

Estaba a punto de agacharse cuando le pareció escuchar su nombre como en otro planeta. Se dio la vuelta y vio que Rhett se alejaba de un grupo de iniciados para acercarse a ella con el ceño fruncido.

—¿Estás bien? —preguntó, extrañado—. Te veo muy...

—¡Estoy genial! —exclamó ella, con el pecho subiéndole y bajándole a toda velocidad.

Rhett enarcó una ceja, confuso, mirándola de arriba abajo.

—No te has dado un golpe en la cabeza, ¿no?

Alice soltó una risa tan repentina que él dio un respingo hacia atrás. Ella aprovechó el momento para —literalmente— lanzarse sobre él con los brazos alrededor de su cuello. Rhett tuvo que dar un paso atrás para sujetarla y no caerse los dos al suelo.

—Pero, ¿qué...?

—¡¿Sabes qué?!

—Alice, ¿puedes bajar...?

—¡Ya sé qué pasaría si los conejitos blancos nos invadieran!

Él siguió intentando librarse del abrazo porque todo el mundo los estaba mirando, pero Alice aprovechó y lo rodeó también con las piernas, entusiasmada.

—¿De qué demonios estás hablando?

—¡De lo que dijo Jake!

—Lo dices como si alguna vez escuchara lo que dice Jake.

—¡Pues dice cosas muy interesantes!

—Genial, ¿puedes bajarte?

—¿Por qué? ¿Tu hosco honor se ve afectado porque tu novia te esté dando abracitos?

Rhett le puso mala cara, pero Alice no se movió de su lugar. De hecho, sonrió ampliamente.

—¿Sabes qué?

—No, no lo sé.

—¡Pues pregúntamelo!

—¡Es que no quiero saberlo! ¡¿Te quieres bajar?!

—¡Es verdad! —Alice se bajó de un salto y lo enganchó de la mano—. ¡Ven, vamos!

Ella dio un tirón con todas sus fuerzas cuando empezó a corretear por el pasillo, obligando a Rhett a seguirla.

—¿Qué...? ¡Ten cuidado, bruta, que me arrancas un brazo!

—Uy, que flojito es el instructor más duro de Max —ella soltó una risita.

—¿Se puede saber qué demonios te ha pas...?

Rhett estuvo a punto de chocarse con ella cuando se detuvo de golpe, girándose en redondo hacia él. Pareció que iba a decir algo, pero Alice sintió el impulso de besarlo y... eso hizo.

Lo agarró por las mejillas con ambas manos y lo atrajo bruscamente hacia ella. Rhett estaba tan sorprendido que, al menos, no se separó. De hecho, ni siquiera se movió del todo. Pero Alice lo hizo por él. Y cuando pareció que por fin iba a reaccionar, ella se separó y volvió a arrastrarlo por el pasillo.

—Whoa, ¿qué...? —lo escuchó musitar a sus espaldas—. ¡No había terminado!

—¡Pues yo sí!

—¿Y desde cuándo eliges tú en esta relación?

—Desde siempre, Rhett, asúmelo.

—No quiero.

—Además, ¿ya no te preocupa la gente o qué?

—¿Qué gente? Ni me acordaba de su existencia.

Alice lo ignoró estaba demasiado acelerado. Se detuvo en la puerta de la biblioteca y la abrió de una patada. Todo el mundo la miró. Rhett soltó un suspiro.

—Muy bien —murmuró—. La discreción es lo más importante.

Ella avanzó por los pasillos de la biblioteca hasta que encontró la mesa ocupada por Jake, Kilian y Trisha. Jake y Kilian leían un libro de medicina mientras que Trisha se limitaba a comer y a mirarlos con desprecio, como de costumbre.

Los tres levantaron las cabezas de golpe cuando Alice apartó una silla de malas maneras y se sentó justo delante de Jake, que parecía confuso.

—Menudo sust...

—¡Ya sé qué pasaría si nos invadieran los conejitos blancos!

Hubo un momento de silencio. Jake puso una mueca.

—¿Qué?

—¡Lo que dijiste! ¡Sé que pasaría! ¿No te acuerdas?

—Pues...

—Si nos invadieran, habría dos opiniones extremas al respecto —le explicó Alice a toda velocidad bajo su mirada confusa—. Los primeros serían los que los aceptarían. Llamémoslos pro-conejitos. Los demás, serían los anti-conejitos. Pero lo que deberíamos preguntarnos en realidad es cuál de los dos bandos tiene la razón.

»Para empezar, los anti-conejitos no aceptarían una forma de vida que toda su existencia han considerado como inferior, así que una invasión por su parte debatiría sus delirios de grandeza, haciendo que se replantearan su orgullo y poder como seres humanos y capitanes de la escala evolutiva tal y como la conocemos hoy en día.

»Por otra parte, los pro-conejitos podrían argumentar que deberían ser considerados como iguales porque si han tenido la capacidad de invadirnos es que tienen algún tipo de inteligencia sí o sí. ¿Y qué diferencia a los humanos de los animales? ¡Pues muchas cosas! Pero una de ellas es la inteligencia. Entonces, tendríamos que conseguir que las dos especies se adaptaran una a otra y sería un proceso largo y costoso.

»Pero, ¿y si los conejitos fueran demasiado inteligentes para nosotros? ¿Y si quisieran venganza por todos los años que hemos pasado ignorándolos, tratándolos como seres inferiores o degradándolos. Si pudieran invadirnos, ¿por qué no podrían hacernos lo que ellos quisieran? Entonces, ¿cómo elegirían a su líder y cómo organizarían la invasión? ¿Se comunicarían entre ellos? ¿Nos dejarían vivos para ponernos en jaulas como ellos han estado recluidos por años y años, cobrando así su venganza? Bueno, ¿tú qué crees? ¿Moriríamos o no?

Silencio.

Alice sentía su cuerpo agitándose a toda velocidad por la emoción, pero... ¿por qué nadie más parecía emocionado? ¿Por qué la miraban como si estuviera loca?

Por fin, Trisha habló, pero le habló a Rhett.

—¿Está fumada?

—No lo sé, pero la verdad es que empiezo a sospecharlo.

—¡Tengo que ir a atender otros asuntos! —Alice se puso de pie precipitadamente, señalando a Jake—. ¡Piensa en la invasión de los conejitos!

—Eh...

No esperó una respuesta. Volvió a salir corriendo y escuchó a Rhett llamándola mientras la perseguía. Eso solo hizo que quisiera correr aún más, divertida. Estaba casi sudando cuando dobló una de las esquinas del pasillo y se dio de bruces con alguien alto. Cayó al suelo de culo y, al instante siguiente, Rhett estaba de pie a su lado, jadeando.

—Ya era hora de que dejaras de correr —masculló.

Alice lo ignoró y se puso de pie mirando Max, con quien había chocado.

Él parecía un poco precavido, así que no se movió. Así que lo hizo Alice...

...dándole un abrazo.

—¡Alice! —le chistó Rhett entre dientes, paralizado.

—¡Ay, Maxy, Maxy, Max! —exclamó Alice apretujándolo entre sus brazos.

—Vale, no sé que te pasa. Pero te doy cinco segundos para soltarme —le dijo él sin mucha compasión.

—¿Y por qué me castigarás? ¿Por un abrazo? ¿Ahora un abrazo es un delito?

—Alice —le advirtió él, completamente incómodo—, tengo que hablar con Rhett.

—¿Ahora? —él suspiró.

—Ahora —Max la miró—. Fuera.

—Qué suave eres siempre conmigo.

Alice suspiró y empezó a alejarse de ellos. Max le daba la espalda y decía algo a Rhett, que encontró la mirada de Alice por encima de su hombro. Frunció un poco el ceño cuando vio que estaba sonriendo maliciosamente, como si le preguntaba por qué estaba tan contenta.

Alice aumentó su sonrisa y levantó su cinturón, el que acababa de robar de la cintura de Max.

Rhett abrió los ojos como platos, pero ella no le dejó tiempo para responder, porque enseguida volvió a salir felizmente corriendo.

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