Capítulo 27
Mini-maratón 1/2
Alice había intentado subir a desayunar con los demás al día siguiente, pero Tina no tardó en engancharla de la oreja y devolverla a la cama. Por mucho que se quejó, no le quedó otra que tumbarse y cruzarse de brazos para demostrar su enfado. Y el bebé empezó a reírse. Alice se lo hubiera creído si alguien le hubiera dicho que se reía de ella.
Ya no estaba cansada en absoluto. Se había pasado casi veinte horas dormida. Solo quería ir a entrenar. Estaba aburrida. Pero Tina no le dejaba. Decía que tenía que reposar y empeoraría. Claro está que Alice no le hizo demasiado caso.
Tenía controlados sus descansos y sus horas de comidas. Así que, cuando Tina desaparecía, llegaba su momento de levantarse de la cama y hacer estiramientos. No quería ni imaginarse lo que le haría Rhett si se enteraba de que no había hecho nada en días. Iba a matarla a base de dar vueltas al campo.
Pensó que las cosas mejorarían de esa forma, pero el destino no parecía estar de su parte. La primera semana fue bastante llevadera. Especialmente porque Tina dejaba que estuviera con el bebé y Alice había descubierto qué hacer exactamente si se reía, si lloraba, si abría y cerraba los puñitos y si ponía muecas. Pero se sentía muy sola. Tina no dejaba que los demás bajaran a verla, aunque no entendía por qué. Solo Rhett y Max. Y, de ellos dos, solo venía el primero. No había sabido nada de Max desde la tarde en que se había despertado después de perder la memoria temporalmente.
Alice estaba sola con el bebé y Tina en el hospital. Las únicas personas que iban eran los heridos por algún entrenamiento o las personas con algún tipo de problema que buscaban medicamento. Solo ellos. Y, claro, no hablaban con Alice. Tina les tiraría de la oreja si se enteraba de que habían inclumplido sus normas. Alice suspiraba sonoramente durante las visitas para intentar hacerse notar, pero no servía de mucho.
Y, por si no fuera suficiente, solo podía comer de ese estúpido puré de hospital que no sabía a nada. Lo odiaba. En realidad, odiaba todo lo relacionado con estar ahí tumbada.
Pero no fue hasta la segunda semana que las cosas empezaron a complicarse.
Como cada mañana, intentó ir a ver al bebé para pasar el tiempo, pero se sorprendió cuando una de sus piernas no respondió. Se cayó al suelo con un golpe sordo y sintió un dolor punzante en el codo y la rodilla. Bajó la mirada, extrañada, y consiguió mover la pierna otra vez. ¿Por qué no le había hecho caso a la primera? Se puso de pie de nuevo y siguió con su camino, un poco más tensa.
Sin embargo, ese fue el principio del fin.
Volvió a caerse dos veces ese día por el mismo motivo. Al menos, había conseguido evadir a Tina. A saber lo que haría si se enteraba de que casi no podía andar. Se dio la vuelta, extrañada, y se miró la pierna en cuestión. La revisó con los ojos, pero no parecía pasarle nada.
Entonces, sus mirada se detuvo en su pie. La piel blanca estaba azulada en la parte de los dedos. Alice se estiró y los tocó. Apenas podía sentirlos. Frunció el ceño e intentó moverlos, pero fue inútil. Tocó la zona azulada con la punta de un dedo y se volvió blanca por un momento antes de volver al tono azulado.
—¡Alice! —Tina la acababa de descubrir en el suelo y se acercó rápidamente—. ¿Qué pasa, cielo? ¿No te encuentras bien?
—Yo... estoy bien, solo... eh... —mintió, mirándose el pie cuando la ayudó a sentarse en la cama.
Pero Tina no tardó en darse cuenta de que era mentira. Unos días más tarde, Alice vio que el azul había ascendido hasta su tobillo. Tina también lo había notado, obviamente. Ahora, la obligaba a pasearse por el pequeño hospital con una muleta. Alice se sentía ridícula, pero al menos no la veía nadie. Literalmente. Porque nadie había vuelto a verla. Ni siquiera Rhett.
Preguntó a Tina en varias ocasiones sobre el tema y ella le confesó que no sabía qué estaba pasando, pero Rhett y Max habían estado discutiendo mucho últimamente. Alice le pidió que le preguntara a Rhett si tenía intención de volver a verla, pero no volvió con muy buenas noticias. Al parecer, estaban preparando unas pruebas o algo así y no tenía tiempo. Alice intentó que eso no la afectara, pero no podía evitar guardarle cierto rencor a Rhett. Ella se hubiera deshecho de las pruebas esas en dos días y habría bajado a verlo.
Además, Alice había seguido empeorando. Ahora, tenía partes azules en casi todo el cuerpo. Parecían moretones. Los tenía en la cara interior de las rodillas, los muslos, los brazos y la espalda. Pero las peores partes eran los dedos. Tina ya no la dejaba pasearse por la habitación, así que se quedaba sentada en la cama la mayor parte del tiempo, entreteniéndose mediante intentar mover los dedos, que cada vez era más complicado.
Lo único bueno era que no había vuelto a perder la memoria. Casi lo hubiera preferido. Se sentía completamente abandonada. Como si no le importara a nadie.
A la tercera semana, nadie había aparecido a verla, incrementando su aburrimiento y rencor. Estaba jugueteando de un hilo suelto de su bata cuando escuchó pasos acercándose. Levantó la cabeza, ilusionada, pero solo era Charlotte.
Pero ver a alguien, aunque fuera ella, era un alivio. Se incorporó apoyándose en los codos para mirarla.
—Hey —le dijo Charlotte, deteniéndose a los pies de su cama.
—Tina está en la otra habitación —le dijo, volviendo a tumbarse y a centrarse en el hilo de su camiseta.
—No... yo... —Charlotte sacudió la cabeza—. Solo quería verte. Me dijeron que estabas mal.
—Estoy bien.
—No es lo que he oído.
—Pues estoy bien. Ya puedes volver a irte.
Charlotte suspiró y se dio la vuelta para marcharse. Alice levantó la mirada cuando le dio la espalda. Era curioso, pero apenas podía sentir ya nada de Alicia. Ahora, solo estaba su propia rabia. Ya ni siquiera veía a Charlotte atractiva. Solo... una traidora.
Ella, sin embargo, se detuvo en seco y volvió a girarse.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir tratándome mal por lo que pasó? —Charlotte se acercó con el ceño fruncido.
Alice tardó un momento en procesar lo que acababa de decir.
—¿Es una broma?
—No, no lo es. Desde que llegué, no has hecho otra cosa que echármelo en cara. ¿Cuándo se te olvidará de una vez?
—Nunca se me olvidará —le dijo Alice lentamente—. Nunca. Abandonaste a mi hermano pequeño. Para que muriera.
—No... no era...
—Sí, lo hiciste —siguió Alice con un tono de voz calmado. Estaba agotada incluso para gritar—. Y no solo a él. Dejaste que la persona que se suponía que amabas se muriera sola. De no haber sido por Max, Jake habría terminado igual. O peor.
—Pero... ¡está vivo! Deberíamos poder olvidarlo y...!
—¡No quiero olvidarlo! ¿Es que no te das cuenta de lo que hiciste?
—Lo sé, pero...
—¡Deja de decir pero! ¡Hace más de un mes que estás aquí y ni siquiera te has molestado en pedirme disculpas! ¿Qué clase de persona te hace eso?
—Lo siento —dijo Charlotte, acercándose—. Lo siento, ¿vale? Me asusté. Y huí. Lo sé. Pero... me arrepentí. Te juro que lo hice. Y volví corriendo. Pero... solo estaba... ella... o tú... bueno... Alicia. Muerta. No había rastro de Jake. Pensé que se lo habrían llevado y... y desistí.
—Desististe —repitió Alice, apretando los labios—. Yo no habría desistido nunca.
—Pero... ¡Jake sobrevivió! Tú... tú también, de alguna forma.
—No gracias a ti, ¿verdad? —Alice apartó la mirada—. No sé qué buscas aquí, pero no puedo ser tu amiga, Charlotte. Nunca podré volver a serlo. No después de lo que pasó.
Hubo un momento de silencio. Alice volvió a tumbarse —ni siquiera se había dado cuenta de haberse incorporado—, dando por zanjada la conversación. Charlotte tragó saliva y agachó la mirada.
—Tú y yo no éramos amigas —le recordó en voz baja antes de marcharse.
Alice la siguió con la mirada con los dientes apretados, pero se detuvo cuando vio que casi se chocaba con Jake, Trisha, Charles y Kilian, que acababan de entrar. Los cuatro la siguieron con la mirada sin disimular y se acercaron a la cama de Alice.
Ella estaba tan sorprendida que tardó un momento en asegurarse de que Tina no andaba cerca.
—¿Hemos interrumpido un momento de Romea y Julieta? —sonrió Charles, sentándose en su cama sin ninguna vergüenza.
—Esa chica me da de todo menos confianza —Trisha puso una mueca y se sentó en el otro lado.
—¿No deberíais no sentaros? —sugirió Jake, viendo como Alice tenía que encoger las piernas para dejarles espacio—. Hasta donde yo sé, Alice es la enferma.
—El androide con Alzheimer —canturreó Charles—. Justo cuando creíamos que la cosa no podía ir a peor.
Pareció que esperaban a que dijera algo. Alice no fue capaz de hacerlo hasta pasados unos segundos.
—¿Dónde está Rhett?
—Ah, muchas gracias —Trisha enarcó una ceja—. Venimos todos a verte y lo primero que haces es preguntar por el idiota.
—Oh... yo... eh... quiero decir...
—Discutía con Max —dijo Jake, salvándola del apuro—. Así que dale una hora o eso para que se calme antes de bajar.
—Y otra para esquivar a la doctora muerte —Charles señaló la habitación de Tina con la cabeza.
—¿Discutían otra vez? —Alice se había quedado con lo primero—. ¿Por qué?
—¿Desde cuando necesitan motivos para discutir? —Trisha arrugó la nariz.
—Bueno —Charles se apoyó con el codo en la cama, mirando a Alice—. La cosa es que te mueres, ¿no?
—Eres muy sutil —ella sonrió irónicamente.
—Es para ir aclarándome.
—¡Si estabas aquí cuando Tina me lo dijo!
—Sí, pero cuando alguien se pone a hablar, y hablar, y hablar... desconecto y pienso en mis cosas —sonrió ampliamente—. Si necesitas una última juerga antes de irte al hoyo, puedes llamarme, ¿eh? Siempre tengo material de emergencia.
—Gracias, pero estoy bien.
Ella esbozó una sonrisa que se borró cuando vio que Jake había clavado la mirada en sus dedos azulados. Por un momento, con el humor de Charles, se había olvidado de lo que sucedía. Tragó saliva.
—Jake...
—Así que... es verdad —la miró—. Te... te mueres.
—Jake, todo el mundo está destinado a morir en algún momento.
—Pero... no así. No tan... pronto. No es justo.
—Pero no es seguro —le recordó Trisha, que había dejado de sonreír—. Siempre... bueno, Tina siempre encuentra la solución, ¿verdad? Es su trabajo. Y es buena en ello.
—Y, en el peor de los casos —Charles sonrió ampliamente—, solo está mutando a Pitufo.
—Sería Pitufina —le recordó Trisha.
—¿Pitufina? El Pitufo Olvidadizo.
—O el Pitufo...
—¿De qué demonios habláis? —preguntó Alice.
—Vale, déjalo —Trisha volvió a centrarse—. La cosa es que Tina encontrará una solución, como siempre.
—Exacto —Alice sonrió—. Solo tiene que aprender un poco más de and...
Todos se giraron hacia ella cuando se quedó en completo silencio, abriendo los ojos de golpe.
—¿Le ha dado algo? —Charles chasqueó los dedos delante de su cara—. ¿Hola? ¿Sigues con nosotros? ¿Llamamos a la doctora muerte?
—Soy estúpida —masculló Alice, quitándose la sábana de encima de un tirón que hizo que le doliera el brazo—. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes...?
Los cuatro se quedaron mirándola cuando intentó ponerse de pie y sus piernas fallaron, mandándola al suelo. Se apoyó torpemente en él con las palmas de las manos.
—¡Alice! —se alarmó Jake, acercándose.
Entre Kilian y él, la pusieron de pie. Ella se apoyó en el hombro de Kilian y en la cama. Apenas sentía las piernas.
—Casi no puedo andar —murmuró, mirándose las manos. Volvía a tener las uñas y los dedos azulados.
—¿Puedo preguntar dónde se supone que quieres ir? —Trisha enarcó una ceja.
—He tenido una idea —masculló Alice, apoyando todo su peso en la cama. Miró a su alrededor, pensando a toda velocidad—. Tina volverá de su descanso en cinco minutos y necesito haberme ido ya para entonces.
—¿Irte? —repitió ella, sorprendida.
—Alice, no sé si es la mejor idea del mun... —empezó Jake.
—Tú —Alice señaló a Charles—, déjame subirme encima de ti.
Él levantó las cejas.
—Bueno, hacía mucho que esperaba que me lo pidieras, pero tenía en mente algo más íntimo.
—Eso no —Alice puso los ojos en blanco—. Déjame subirme a tu espalda.
—¿Eh?
—¡Hazlo ya!
—Vale, vale —Charles se giró y se agachó un poco—. Querida, esperaba una proposición más romántica.
Alice lo ignoró y se subió a su espalda. Charles la sujetó de las piernas y suspiró.
—Bueno, ¿ahora qué? ¿Una carrera? ¿La rubita se sube encima del mudito?
—Ahora, llévame al último piso.
—¿Al últim...? ¿Quién te crees que soy? ¿Hulk? ¡Vas a destrozarme la espalda!
—¡Yo no peso tanto!
—Estoy replanteándome todas las decisiones de mi vida que me han llevado a este momento —murmuró Trisha, mirándolos.
Charles suspiró largamente.
—Pues nada. Habrá que ser el caballo de la señorita —empezó a andar—. ¿Lo pillas? Caballo. Es que es una droga y yo soy...
—Céntrate —lo cortó Alice con mala cara.
—Últimamente te noto un poquitín amargada, querida.
—Quizá sea porque hace tres semanas que estoy sola en una maldita cama —murmuró ella.
—Intentamos venir —dijo Jake—, pero Tina no nos dejaba.
—Oye, preciosa —Charles siguió andando tranquilamente, mirándola por encima del hombro—, sabes que estoy aquí para más cosas que para transportarte al último peso, ¿no? Servicios veinticuatro horas de satisfacción de...
—Estoy cubierta en ese aspecto, gracias.
—No necesitaba saber eso —Jake puso mala cara.
—Vigilad que no nos vea nadie —los urgió Alice cuando llegaron a la primera puerta.
Ella y Charles esperaron pacientemente cuando ellos salieron. Alice escuchó a Jake hablando con alguien y supuso que lo estaba convenciendo para que se marchara. Eso podía llevar un rato.
—Oye, Charles.
—Dime, querida mía.
—Querida mía —Alice negó con la cabeza, riendo para no llorar—. ¿Dónde tienes tu marca?
Él la miró por encima del hombro, extrañado.
—¿Mi marca?
—El año pasado encontraste la mía en mi muñeca, ¿te acuerdas? Me dijiste que algún día me dirías donde está la tuya.
Hubo un momento de silencio. Charles contuvo una risotada.
—¿Qué? —preguntó Alice sin entender.
—Nada. Creo que dejaremos la marca para un momento menos... eh... concurrido.
—¿Por qué?
—Porque aquí, en medio de una misión suicida y contigo enganchada a mi espalda, no quiero bajarme los pant...
—Ya no sé si quiero verla.
—Yo creo que no —le aseguró él—. Solo la ve la gente privilegiada. Y soy muy selectivo.
—Despejado —anunció Trisha.
Volvieron a avanzar. Charles recorrió en unas pocas zancadas el vestíbulo y empezaron a subir las escaleras. Trisha y Jake se habían adelantado para vigilar, mientras que Kilian se había rezagado por las mismas razones. Iban por el segundo piso cuando se encontraron a un alumno volviendo a los dormitorios. Se escondieron rápidamente y terminaron de subir cuando él desapareció. Charles bajó a Alice, que se apoyó en la pared y se acercó a la puerta que buscaba.
—Y yo que pensaba que veníamos a hacer una visita al bueno de Max —murmuró Trisha.
—¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Jake, curioso.
Alice los ignoró y alcanzó la puerta. Revisó el pasillo antes de volver a meterse en ella. Por suerte, la sala estaba vacía y solo estaba la máquina de la memoria con la camilla. Alice sonrió y se apoyó en la máquina porque sus piernas apenas funcionaban.
Escuchó a los demás entrando y les indicó que cerraran la puerta. Todos empezaron a hacer preguntas mientras revisaban la máquina. Charles lo hizo sentado en la camilla, que era más cómodo.
—¿Qué es esto? —preguntó Trisha con una mueca.
—Parece sacada de una película del futuro —Jake sonrió, entusiasmado.
—Es una máquina de memoria o algo así —murmuró Alice—. No lo recordaba, pero aquí está la mem...
—¿Qué hacéis?
Alice casi se cayó de culo al suelo cuando escuchó la voz de Max. De hecho, todo el mundo dio un respingo. Él estaba de pie en la puerta, de brazos cruzados. Y mortalmente serio.
Oh, oh.
—Eh... —Jake intentó improvisar, pero se calló al ver que Max solo miraba a Alice.
—Creí que había dejado claro que la existencia de esta máquina debía ser un secreto.
—Somos de confianza —Trisha le quitó importancia con un gesto.
Max le clavó una mirada que dejó claro el humor del que estaba. Incluso Charles apartó los ojos.
—Esto no es un juego de niños —replicó Max, enfadado—. Es una máquina muy importante. La única que tenemos. Si la perdemos, no podremos conseguir otra. Y si se entera quien no debe de que está aquí, justo aquí, nos arriesgamos mucho. No solo nosotros, sino toda la ciudad. ¿Podéis entender eso?
Silencio. Nadie parecía querer mirarlo.
—La próxima vez que tengáis la idea de hacer una tontería así, id al gimnasio y entrenad hasta que se os borre de la cabeza —Max se acercó y cerró la máquina que Alice había encendido—. Y tú deberías estar en la cama. Déjate de chorradas y vuelve a ella.
Alice se quedó mirándolo un momento antes de fruncir el ceño, pero Max la interrumpió al intentar decir algo.
—Y ya me dirás en qué momento se te ha ocurrido venir aquí para...
—¡Aquí tenemos toda la información sobre creación de androides! —protestó ella, señalando la máquina—. No necesitamos nada más.
Se decepcionó un poco al ver que Max no reaccionaba tan positivamente como esperaba.
—Si consigo meterme esto en la cabeza —siguió Alice, señalándose—, podré tener toda la información para intentar...
—Precisamente esa máquina fue la que te dejó como estás —le recordó Max frívolamente.
—¡Pero puedo solucionarlo! ¡Solo necesito...!
—No voy a dejar que vuelvas a entrar ahí, así que ya puedes ir quitándotelo de la cabeza.
—Pero...
—He dicho que no.
—¡Max, está todo aquí! ¡Justo aquí! ¡Puede que solo sea información de creación, pero seguro que haya algo que pueda servirnos!
—Ya estás demasiado débil. Y solo entraste una vez. No va a haber segunda.
—¡Max, vamos, no seas...!
—¿Tengo que repetirte que no lo harás?
—¡Podríamos encontrar otro androide que...!
—No hay otro androide que sepa de esto. O que quiera arriesgarse.
—¡Podríamos intentar...!
—No.
Hubo un momento de silencio en que ella suspiró pesadamente. Entonces, levantó la cabeza cuando alguien se adelantó.
—Yo podría hacerlo —dijo Charles.
Alice clavó los ojos en él, perpleja. Todo el mundo se giró en seco.
—¿Eres...? —Trisha entreabrió los labios.
—Sí, soy androide. Pero que sea un secreto, ¿eh? —Charles sonrió—. Podría hacerlo yo. Tampoco es para tanto.
—Podrías morir —le recordó Max.
—Me arriesgaré por el bien de mi querida —sonrió ampliamente, señalando a Alice con la cabeza.
Alice no estaba segura de quién estaba más sorprendido en la sala. Seguramente, era ella. No se esperaba una muestra así de Charles.
—No —dijo Max, sin embargo.
Ella se giró en redondo.
—¿No?
—No. Ya me arriesgué metiéndote a ti. No haré lo mismo con Charles.
—¡Pues deja que lo haga yo otra vez!
—He dicho que no. Marchaos. Los cuatro.
Ellos intercambiaron miradas confusas.
—¿No me habéis oído? —preguntó Max lentamente.
Al final, tras unas cuantas miradas de apiado hacia Alice, los dejaron solos. Max la miró.
—Y tú vas a volver a tu habitación y no volver a desobedecer a Tina cuando te diga lo que tienes que hacer, ¿está claro?
Alice frunció el ceño.
—¿Y por qué tengo que hacer lo que tú digas? Es mi vida, no la tuya.
—Alice... —advirtió.
—¡No es justo que decidas tú! ¡Tengo derecho a elegir si quiero arriesgar mi vida! ¡Y a elegir el por qué! ¡No soy una niña!
—¡Pues deja de comportarte como tal! ¿Qué te crees que conseguirás metiéndote ahí otra vez? ¡Te matarás! ¡O matarás a otro, como a Charles!
—¡Al menos, yo intento solucionarlo!
—Oh, ¿y yo no?
—¡No! —Alice explotó—. ¡No has intentado solucionar nada en tres semanas! ¡Nada! ¡Ni siquiera has tenido el detalle de venir a verme, de preguntar a Tina o de preguntarme a mí si estaba bien! ¡Ni tú, ni Rhett! ¡Me habéis ignorado cuando me acaban de decir que me voy a morir!
—Soy el alcalde de la ciudad, Alice, ¿te crees que tengo tiempo para hacer todo lo que qui...?
—¡Me estoy muriendo! —repitió ella, a punto de llorar de rabia—. ¿Es que no te importa? ¿Te da igual?
Max abrió los labios y los cerró.
—Las cosas no son tan sencillas como eso.
—¡Sí, son muy sencillas! ¡Voy a meterme en esa máquina y voy a arreglar este desastre porque, al parecer, soy la única que parece querer hacerlo!
—No, de eso nada —Max perdió la paciencia al ver que arrancaba la máquina y la agarró del brazo, arrastrándola a la puerta—. Tú te vas a tu cama. Ahora.
—¡Suéltame!
—¡Empieza a comportarte y te soltaré!
—¡No me digas que me comporte! ¡No eres nadie para hacerlo! ¡No eres mi padre!
Max se detuvo en seco y Alice libró su brazo de un tirón que casi la tiró al suelo. Se apoyó en la pared, ignorando la expresión de Max, y se empezó a arrastrar por el pasillo hacia las escaleras. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta y empezó a detenerse. Se estaba mareando otra vez. Le fallaron las rodillas y se cayó al suelo. Cuando apoyó las manos en él, no pudo más y empezó a llorar.
Era como si todo lo que hubiera pasado esos interminables días se reuniera en ese momento. Agachó la cabeza para cubrírsela con el pelo, avergonzada, y siguió llorando. No podía parar. Nunca había llorado de esa forma. Le dolía el pecho y la garganta.
Entonces, notó una mano en su hombro y no necesitó levantar la cabeza para ver que Max se había acuclillado delante de ella.
—Lo siento —murmuró ella con voz ahogada.
—No pasa nada.
—No... no quería d-decir eso... yo...
—Lo sé. No pasa nada.
Alice se pasó las manos por la cara, pero no se atrevió a mirarlo. Estaba demasiado avergonzada. No le gustaba llorar de esa forma.
—Venga, tienes que volver a tu cama —Max se puso de pie y le ofreció una mano.
Alice negó con la cabeza.
—Alice, no empieces otra vez —advirtió.
—No es eso...
—Entonces, ¿qué es?
Ella notó que las mejillas se le teñían de rojo por la vergüenza.
—N-no puedo... no puedo mover las piernas.
Max dudó un momento antes de agacharse y ayudarla a ponerse de pie. Entonces, la enganchó de las rodillas y de los hombros y la levantó. Alice suspiró. Odiaba que tuvieran que transportarla de un lado a otro. Lo odiaba mucho.
No dijeron nada en todo el camino. Max era un transporte considerablemente más estable que Charles. Al menos, no saltitos al caminar. Al llegar al hospital, Alice agachó la cabeza al ver que Tina los esperaba con los brazos en jarras y el ceño fruncido.
—¡¿Se puede saber dónde te habías metido?! ¡¿Tienes la menor idea de lo preocupada que estaba, jovencita?!
—Yo me encargo —le dijo Max, para sorpresa de Alice.
—¡¿Que tú te...?!
—Tina, yo me encargo.
Ella no pareció en absoluto de acuerdo, pero se dio media vuelta y se alejó para cuidar del bebé. Alice vio que le daba lo que parecía un biberón, quejándose en voz baja de jovencitas desobedientes mientras él bebía ávidamente.
Max la dejó en la cama y Alice puso una mueca al volver a cubrirse con las sábanas y a ponerse todos los cables. Se cruzó de brazos y suspiró pesadamente.
—Otra vez aquí —murmuró.
Max se giró y alcanzó la bandeja de la cena que no se había comido. Se la dejó encima mientras daba la vuelta a la cama y revisaba las máquinas con los ojos.
—Come —le dijo sin mirarla.
—No tengo hambre —ella lo apartó con una mueca—. Esto no sabe a nada.
—Es lo que hay, así que come.
—¡Quiero algo que no sea puré insípido!
—Que comas y dejes de quejarte. No voy a repetirlo.
Le puso mala cara, pero agarró la cuchara y se metió una cucharada de puré en la boca. Suspiró otra vez. Estaba harta de puré. Y de estar tumbada. Y de todo.
Max pareció conformarse con lo que veía, porque dio la vuelta a la cama y se sentó en la silla que había permanecido vacía durante tantos días. Alice lo miró de reojo cuando él enarcó una ceja, esperando que siguiera comiendo. Se tomó otra cucharada con cara de asco.
—Pon la cara que quieras —le dijo Max, cruzándose de brazos—, vas a terminarte eso.
—Ya me gustaría verte a ti teniendo que comértelo —murmuró ella.
—Hay gente que no tiene nada para comer.
—Te odio —masculló Alice con la boca llena y cara de asco.
—Genial, pero come.
Dio otra cucharada grande. Solo quería terminárselo rápido para poder lanzar el plato a un lado y no volver a pensar en ello hasta el día siguiente.
—Esta mañana, los salvajes han cruzado la ciudad —comentó Max—. Supongo que recordarás el trato que hiciste con ellos.
—¿Ha funcionado? —preguntó Alice, un poco sorprendida por el cambio de tema.
—Eso parece. Habrá que esperar para ver si lo de que las ciudades serán seguras para nosotros también es cierto.
—Bueno... —Alice dejó la cuchara a un lado—, es un pequeño triunfo, ¿no?
—Sí, podrías llamarlo así —Max repiqueteó los dedos en su brazo, pensativo—. Los alumnos también han avanzado mucho. Especialmente los androides. Aprenden rápido.
—Pues claro, ¿no me viste a mí?
—Haberte visto a ti hacía que tuviera pocas expectativas en ellos. Me han sorprendido.
Alice le puso mala cara.
—Come —Max señaló el plato.
—¡Está asqueroso, cómetelo tú!
—Yo no estoy enfermo. Come.
—¿Sabes que eres insoportable? —masculló Alice, volviendo a meterse una cucharada en la boca—. ¿Por qué está tan malo?
—Eres una exagerada.
Ella removió el puré cuando llevaba ya la mitad, pensativa.
—¿Está Anya entre los alumnos que ascenderéis? —preguntó, al final.
Max pareció tensarse un poco al oír ese nombre, pero mantuvo su expresión vacía.
—Sí, probablemente.
—Debes estar... orgulloso.
Él enarcó una ceja.
—No más que de los demás.
—Pero... es tu hija, después de todo.
Max lo consideró un momento. Alice lo observó intentando adivinar lo que pensaba, pero era inútil. Nunca lo conseguiría. Ya había llegado a esa conclusión.
—Ella no me recuerda —dijo Max, al final, encogiéndose de hombros—. En cierto modo, hace las cosas más sencillas.
—¿No has hablado con ella?
—No.
—A lo mejor, si hablas con ella, lo recordaría.
—Yo no quiero que lo recuerde, Alice.
Ella parpadeó, sorprendida.
—¿No?
—¿Recuerdas lo confundida que estabas tú mientras te obligaban a recordar toda la vida de Alicia? —preguntó Max, mirándola—. ¿Recuerdas lo doloroso que fue revivirlo todo?
—Sí, pero quería descubrirlo.
—Porque tú sabías que había algo por descubrir. Ella no lo sabe. No voy a obligarla a enfrentarse a ello si no es completa y absolutamente necesario. Además, no es Emma.
—Sí lo es.
—No. Igual que tú no eres Alicia, ella no es Emma.
Vale, en eso tenía razón. Alice no se consideraba a sí misma la misma persona que Alicia. En cierto modo, nunca lo había hecho.
—¿No te apena que no te recuerde? —preguntó lentamente.
Max suspiró, desdoblando los brazos para apoyar los codos en sus rodillas.
—Sí... y no. Depende del momento —miró a Alice—. Si hubiera ocurrido hace unos años, cuando su muerte era más reciente... sí, hubiera intentado que me recordara. Por todos los medios. Pero no ahora. Me he acostumbrado a vivir sin ella, y sería muy egoísta por mi parte hacer que esa chica sufriera solo para acordarse de mí.
—Pero... es tu familia.
—Sí. Y Tina, y tú, y Rhett. Todos somos una gran familia, en el fondo.
—Pero nosotros no compartimos sangre. Tú y ella, sí.
—No necesitas compartir la sangre con alguien para que sea tu familia, Alice.
Ella estaba genuinamente sorprendida. Agachó la cabeza hacia su puré y Max vio que fruncía el ceño.
—¿Qué te pasa?
—Es que... no sé si yo podría hacer eso. Si Rhett, o Jake, o tú mismo... si os olvidarais de mí, no podría evitar ser egoísta y obligaros a recordarme de nuevo.
Max lo consideró un momento.
—Eres muy joven. Necesitas ser egoísta. Ya tendrás tiempo para dejárselo a los demás.
—¿Lo tendré? —preguntó Alice tristemente.
—Sí.
La respuesta rotunda de Max la sorprendió. Levantó la cabeza y lo miró.
—¿Sí?
—Sí —repitió—. No voy a dejar que te mueras tan fácilmente, Alice.
—Pero... antes...
—Antes tenía que evitar que mataras a alguien con esa máquina —replicó Max lentamente—. Intento tener siempre un plan de emergencia.
—¿Un... plan de emergencia?
Él se puso de pie.
—Sí. Te aseguro que vamos a intentar que no te mueras tan fácilmente.
—¿Lo prometes?
—Sí, pero... —se detuvo y puso una mueca confusa—. ¿Qué demonios haces?
Alice le enseñaba el meñique. Frunció el ceño.
—Jake hace las promesas así.
—¿Así?
—Tienes que enganchar con el mío.
—Sí, claro.
—¡Venga, hazlo!
—¿Te crees que tengo diez años? Soy mayorcito para...
—Sé que eres un viejo. ¡Hazlo!
—Vale, para empezar, yo no soy un viejo y...
—¡Solo hazlo!
Max puso los ojos en blanco y lo hizo. Alice sonrió ampliamente.
—Lo prometo —dijo él, soltándola después—. ¿Puedo irme ya?
—Sí. Tienes mi permiso.
—Muy bien. Termínate eso antes de que vuelva a hacer mi ronda o te haré comerte dos más.
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