Capítulo 15
Cuando Alice vio que los coches desaparecían, estuvo unos segundos embobada, mirando el horizonte. Entonces, Max se acercó a ella y se obligó a parpadear para volver a centrarse.
La expresión de Max no era muy amigable.
—Creía que íbamos a seguir el plan al pie de la letra —replicó—. No recuerdo haber dicho nada de más androides o humanos.
Ella tragó saliva, algo nerviosa.
—Yo... sentí que tenía que hacerlo.
Pasaron unos segundos sin que ninguno dijera nada. Entonces, Alice suspiró y agachó la cabeza.
—Lo siento —murmuró.
La volvió a levantar, extrañada, cuando notó que Max le ponía una mano en el hombro. Ya no estaba serio. Tampoco sonreía, pero había cierto brillo en sus ojos... orgullo.
—Cualquiera puede seguir las normas, pero solo un verdadero líder sabe cuándo romperlas. No lo sientas. No ha sido un error.
Cuando se alejó de ella para ir hacia la puerta, estaba tan atónita que tardó unos momentos en darse la vuelta y apresurarse a seguirlo.
Todo el mundo seguía en el interior del edificio cuando volvieron a entrar. Lo habían oído todo, claro. Max llevaba el dispositivo de escucha. Sin embargo, parecían contener la felicidad.
Alice lo podía entender. Después de tanto tiempo habiendo estado controlados por Ciudad Capital, de haber perdido a sus amigos y familiares, de haber tenido que abandonar sus hogares, de huir durante meses... no era fácil creer que hubieran ganado algo. Ni siquiera ella se lo terminaba de creer.
Entonces, se escuchó a alguien vitoreando de fondo. Alguien se le sumó. Otro grito. Y otro. Y, entonces, todo el mundo gritaba y aplaudía. Todos se habían preparado, en cierto modo, para pelear esa noche. El alivio era obvio.
Alice seguía sin creérselo cuando la marea de gente empezó a empujarla con los demás a la cafetería, donde toda la gente que no había podido salir con ellos esperaba. Jake, Blaise y Kilian estaban solos en una mesa del fondo, pero se giraron enseguida. Había tanta gente que Alice los perdió de vista mientras intentaba sonreír a todos los que le daban apretones en el hombro, le decían algo positivo, o se limitaban a gritarle algo en la cara, completamente felices.
Y pensar que, dos días antes, la odiaban...
Y, justo en ese momento, fue cuando Charles se puso de pie en una mesa y abrió una botella de alcohol, dando inicio a lo que harían todos los demás momentos más tarde. Todo el mundo se quedó callado, mirándolo.
—¡Por vuestro nuevo hogar! —gritó, levantando la botella. Alice vio que, a su alrededor, todo el mundo levantaba una bebida distinta a la vez. No lo entendió muy bien. ¿Eso era un brindis de esos?—. ¡Esos cabrones no volverán a molestaros en mucho tiempo! ¡Y todo gracias a uno de los suyos! ¡Gracias a una androide! ¡Ja! ¡Que se jodan! ¡Por Alice!
Alice se encogió cuando todo el mundo empezó a gritar y a beber a la vez. Ni siquiera sabía de dónde habían sacado todo eso. Notó que Max le daba una palmadita en el hombro, un poco divertido al verla tan abrumada por ser el foco de atención.
Por fin, la gente empezó a dispersarse para tomar asiento en cualquier lado de la cafetería. Las botellas de alcohol, los refrescos, la comida basura... todo lo que normalmente era un lujo en ese momento estaba yendo de un lado a otro por la sala . Era una noche de celebración. Probablemente, no tendrían muchas más noches para celebrar algo tan bueno como eso.
Alice sintió que podía volver a respirar cuando pudo mover los brazos sin chocarse con nadie. Entonces, notó que alguien la abrazaba por la cintura. Blaise. Casi cayó al suelo de culo cuando Jake se unió al abrazo, estrujando a Blaise entre ellos. Alice sonrió, un poco conmovida, y les puso una mano en la cabeza a ambos.
Hubiera deseado poder decir algo, pero había tanto ruido... en el momento en que se separaron, Blaise contuvo la respiración. Había visto la comida basura en la barra.
—¡MILKY WAY! —chilló, y se olvidó por completo de Alice para salir corriendo a quedarse con una de las barras de chocolate.
—Oh, no —Jake puso los ojos en blanco y se apresuró a seguirla para que la gente no la atropellara por el camino. Siendo tan pequeña...
Alice negó con la cabeza viendo como se metían todas las que podían en los bolsillos. Al menos, ahora podía oír todos sus pensamientos. Y... se había quedado sola. Max estaba hablando con Tina en un rincón. Charles bebía y se reía, todavía encima de la mesa. Y los demás... ni se molestó en buscarlos. Había demasiada gente. Nunca había visto la cafetería tan llena.
Entonces, como si le hubiera leído el pensamiento, notó que alguien se detenía a su lado. Rhett. Le dedicó una sonrisa de lado.
—¿Lo he hecho bien? —preguntó en voz baja—. Porque sigo sin creerme que se hayan ido.
—Pues se han ido —él parecía divertido—. Y bastante escocidos.
—¿Esco... cidos?
—Es una expresión.
—Cada vez que creo que entiendo todas vuestras expresiones, me decís una nueva —protestó ella.
Rhett sacudió la cabeza, pasándole un brazo por encima del hombro para acercarla y plantarle un beso en los labios. Alice no se lo esperaba. En general, nunca se esperaba muestras de afecto de Rhett. Y menos tan intensas. Cuando la soltó, tuvo que sujetarse a su brazo para no caerse de culo.
—Has pasado a ser la más odiada de la ciudad a ser la más querida en menos de veinticuatro horas —le dijo, divertido—. ¿Qué se siente?
—Cansancio —confesó.
Él dudó un momento, mirándola.
—¿Está mal que me haya calentado un poco oírte amenazar a alguien?
Ella empezó a reírse, un poco avergonzada. Rhett le puso una mano en la nuca.
—Lo has hecho bien —le aseguró en voz baja—. Ahora, a disfrutar de la victoria.
Los dos se abrieron paso entre la gente hasta llegar a una de las últimas mesas, donde Jake, Blaise y Kilian se hinchaban a comer todo lo que habían conseguido robar. Alice agarró una botella de algo que no conocía cuando alguien se la dio, felicitándola. Miró a Rhett en busca de información. Él la entendió sin necesidad de decir nada.
—Es cerveza —dijo él—. Dudo mucho que te guste.
Ella le dio un sorbo y puso cara de asco. Los demás empezaron a reírse. En ese momento, Charles apareció con una gran sonrisa.
—¡La heroína de la noche! —anunció, mirando a Alice—. Y pensar que, cuando te conocí, apenas sabías usar un arma.
—La sabía usar —dijo ella, confusa.
—No arruines el momento emotivo.
Charles se sentó entre ella y Rhett y les pasó un brazo por encima del hombro a ambos.
—¿No os gustaría celebrarlo de una forma más divertida? —preguntó él alegremente.
Rhett puso los ojos en blanco y lo apartó de un manotazo, sentándose junto a Blaise.
—Nunca me habían rechazado así de mal —Charles fingió que le había ofendido, llevándose una mano en el corazón.
—Seguro que lo superarás.
—La verdad es que sí —Charles sonreía. Se giró hacia Alice—. Ah, por cierto, hay alguien que te está buscando.
—¿Tina? —era la única a la que no había tenido la oportunidad de abrazar.
—No. Trisha. Está por ahí.
Alice dudó un momento. La cosa con Trisha había sido un poco fría esos días. Siguió la dirección que señalaba. Efectivamente, vio a Trisha buscando entre la gente, junto a la barra de la cocina. Sin saber muy bien por qué, se abrió paso de nuevo hasta llegar junto a ella. La rubia se detuvo en seco cuando la vio.
—¿Me buscabas? —preguntó Alice.
Trisha dudó un momento. Era obvio que le resultaba difícil tener que lidiar con una situación así.
—Has estado muy bien ahí fuera —le dijo Trisha.
—Gracias —Alice le dedicó una pequeña sonrisa.
—Yo... eh... —ella suspiró, incómoda—. Mira, no debí votar en tu contra.
—Lo hiciste pensando en todos. Ya no es para tanto.
—No —ella negó con la cabeza—. Pensaba en lo mejor para mí misma.
Alice no supo qué decirle. Estaba demasiado acostumbrada a la Trisha dura e implacable, no a la arrepentida. No le gustaba verla así.
—No pasa nada —aseguró Alice—. Lo entiendo.
—Pero...
—Ya nos hemos librado de ellos. Al menos, por un tiempo. ¿Qué más da lo que votáramos en ese momento?
Trisha le dedicó una sonrisa afectiva. Entonces, también por primera vez en su vida, extendió su único brazo hacia Alice y la atrajo hacia sí misma para abrazarla con fuerza. Alice se lo devolvió enseguida. A pesar de todo, la había echado de menos. La quería como a una mejor amiga.
En cuanto se separaron, una mirada bastó para pactar en silencio no volver a hablar del tema jamás.
—¿Te gusta la cerveza? —preguntó Alice.
—¿Eh?
—Me han dado una y está asquerosa.
—Serás rarita.
—¡Está asquerosa!
—Dame eso. La cerveza se merece a alguien que sepa apreciarla.
Trisha se la llevó a los labios y le dio un buen trago, suspirando.
—Hacía mucho que no bebía algo así —aseguró en voz baja—. Creo que desde una de mis primeras navidades en Ciudad Central.
—Dudo que nadie de aquí hubiera bebido algo que no fuera agua en mucho tiempo... descartando a Charles y a los suyos, claro.
—Sí, esos se lo pasan mejor que nosotros.
—Y nosotros siempre tenemos más bajas —añadió Alice.
—Creo que nos hemos equivocado de estilo de vida.
Las dos sonrieron.
Estuvieron un buen rato hablando, pero Alice se despidió de ella al ver que Kai había llegado a la cafetería. Él se mantenía al margen, como de costumbre. Para los demás, seguía siendo el chico raro de la Unión. Nadie sabía lo que había hecho por ellos. Alice se detuvo a su lado con dos vasos de agua. Le ofreció uno a él, que lo aceptó.
—Ah, gracias —le dijo Kai al verla.
—No has dormido mucho —observó Alice. Había estado más de doce horas seguidas con la máquina.
—Ese trasto... era un caos. Menos mal que la hemos conseguido arreglar a tiempo.
—Tú las has arreglado a tiempo —replicó Alice—. Tú solo, Kai. Nosotros solo hemos hecho el trabajo fácil.
Él pareció agradecido al recibir, aunque fuera un poco, apoyo de alguien.
—Prefiero que no me digan nada y sigan sin saber nada de la máquina —dijo, como si pudiera leerle los pensamientos.
—El padre John ya sabe que la tenemos —le dijo Alice, pensativa—. No podremos volver a usar ese truco.
—Sí, pero también sabe que, si quiere volver a crear un androide en su vida, más le vale estar mucho tiempo alejado de nosotros.
Hubo una pequeña pausa. Ella tuvo la sensación de que Kai quería decirle algo más.
—Lo que has hecho al final... lo de los androides... —Kai asintió con la cabeza—. Nunca pensé que vería a alguien luchando por la vida de un androide.
—Es justo que el primero sea un androide, ¿no? —bromeó ella.
—Sí —Kai sonrió un poco—. Quizá, algún día, no haga falta que los defiendas para que la gente vea que no son tan distintos.
Él asintió una vez con la cabeza y desapreció por el pasillo. Alice no entendió el por qué hasta que vio que Tina se acercaba a ella dramáticamente. La fundió en un abrazo que casi la dobló, pero que la hizo sonreír.
Pasó el resto de la noche con los de siempre. Jake había sacado una baraja de cartas y estaba jugando con Blaise y Rhett. Trisha y Kai se habían unido a ellos. Alice optó por no jugar. Prefería asomarse por encima del hombro de Rhett y susurrarle lo que tenía que hacer. Jake se ponía de los nervios cada vez que la veía.
—¡No puedes ayudarlo! —le chillaba él—. ¡Es trampa!
—¿Y quién lo dice? —Rhett le sonrió, burlón.
—¡Lo digo yo!
—Que yo sepa, no está escrito en ningún lugar.
—¡Porque ya no hay nada escrito sobre juegos de mesa!
—Pues qué pena. Oh, vaya, parece que vuelvo a ganar la ronda.
Él y Alice chocaron sus manos, divertidos, mientras todos los demás se ponían a protestar a la vez. Especialmente Jake, que se ponía rojo cuando se indignaba. Cuando perdió la partida por culpa de la ayuda de Alice a Rhett, se puso escarlata.
Alice nunca pensó que esa sería una de las mejores noches que tendría en mucho tiempo. Sin embargo, se había reído, había probado la comida basura, había hecho las paces con Trisha, había pasado tiempo con sus amigos y, en definitiva, se había olvidado de cualquiera de sus problemas durante una noche.
Todos subieron a sus habitaciones cuando Max empezó a perder la paciencia, diciendo que tenían que estar descansados para el día siguiente. Alice siguió a los demás por la escalera, todavía recibiendo algunas felicitaciones. Iba la última. Cuando llegó al pasillo de las habitaciones, todo el mundo había desaparecido menos Rhett, que bostezaba, abriendo su puerta.
—Una noche intensa, ¿eh? —bromeó Alice, deteniéndose a su lado.
—Nunca creí que Jake daría más miedo que tu padre.
—Ahora ya sabes cómo se pone cuando pierde jugando a cartas.
—Es que soy un ganador...
—...que no habría ganado nada sin mi ayuda —Alice enarcó una ceja.
—Tu ayuda solo ha sido un extra. Ya estaba ganando la partida.
—¡Venga ya!
—¡Es verdad!
—¡No es verdad!
—¡Que sí!
—¡Que no!
—¡Que sí, cabezota!
—¡Que no, pesado!
Hubo un momento de silencio en que los dos sonrieron, mirándose el uno al otro. Entonces, Alice sintió el impulso de acercarse a él sin saber muy bien por qué. No se reprimió y se acercó, juntando sus labios. Rhett no se apartó.
Cuando Alice se separó, le dio la sensación de que la miraba con gesto burlón.
—¿Primero discutes conmigo y luego me besas? Me tienes un poco perdido.
Él dejó de sonreír burlonamente cuando vio su expresión. Frunció el ceño, confuso.
—¿Qué?
Alice no dijo nada, pero volvió a acercarse, esta vez agarrándole la cara con ambas manos y dándole un beso más profundo. Rhett soltó inconscientemente la puerta para sujetarla de la cintura, algo sorprendido.
No hizo falta decir nada más. Se volvieron a mirar el uno al otro y Alice esbozó una pequeña sonrisa. A Rhett le brillaban los ojos. Dio un paso dentro de la habitación, tirando de su brazo hacia su interior. Alice volvió a besarlo, cerrando los ojos, mientras él cerraba la puerta.
***
Los preparativos para la llegada de nuevos androides fueron mucho más sencillos que los de defensa de la ciudad. Fue ya por la tarde cuando Alice vio los coches blancos acercándose por el bosque. Todo el mundo salió al patio a recibirlos. Abrieron las puertas para que los coches entraran. Alice dudó por un momento, tensa por si salía alguien armado de ese coche, pero... no.
El padre John había cumplido con su palabra.
Se quedó apartada junto a Max, Rhett, Jake y Tina cuando los androides empezaron a bajar de los coches. Y no solo androides. Ellos iban en bata de hospital, pero los que iban con ropa vieja y rasgada eran humanos. Humanos que tenían intenciones de matar y usar para convertir en androides.
Entonces, Alice escuchó un grito agudo a su lado y vio que Blaise salía corriendo hacia una mujer en bata que acababa de bajar de su coche. Su madre, Camille, se puso a llorar cuando vio a su hija pequeña. Se tiró al suelo de rodillas y la abrazó con fuerza mientras Blaise le hablaba frenéticamente en francés, sollozando. Alice esbozó una pequeña sonrisa.
Al menos, eso había servido para algo.
Blaise no era la única que había encontrado a alguien. Mucha gente había perdido a gente que habían transformado en androides. Alice empezó a ver que casi todo el mundo encontraba a alguien que conocía. Los recién llegados parecían confusos y fuera de lugar, como si no pudieran creerse lo que estaba pasando.
Y, fue en ese momento de felicidad, cuando Alice vio a una chica rubia, baja y con la nariz puntiaguda bajando de uno de los coches con una bata de hospital y aspecto asustado. Su corazón se aceleró. 42. Su compañera. La que había creído muerta al abandonar su zona un año antes.
Y ahí estaba, más viva que nunca.
Empezó a andar sin pensar. 42 miraba a su alrededor con admiración. Entonces, Alice se detuvo a unos metros de ella con el corazón acelerado. Se miraron la una a la otra en completo silencio.
Durante unos segundos, se sostuvieron la mirada la una a la otra. Alice estaba a punto de llorar. 42 parecía estupefacta, mirándola de arriba a abajo como si no pudiera creerse que esa fuera Alice.
Entonces, 42 empezó a lloriquear y a correr hacia ella. Alice cerró los ojos con fuerza, devolviéndole el abrazo con todas sus fuerzas. No se podía creer que siguiera viva. Después de lo que habían tenido que pasar juntas... todavía le venían recuerdos oscuros de esa noche.
—Creía que ya estarías muerta —murmuró 42 sobre su hombro—. Creía que... que...
—Pues me siento bastante viva —Alice se separó y la miró de nuevo.
42 la miró de arriba a abajo.
—No pareces la misma —murmuró—. Estás tan... diferente.
—No me siento la misma, 42.
—Anya —la corrigió ella—. Ahora me llaman así.
—Anya —se corrigió Alice enseguida, orgullosa porque hubiera adquirido un nombre humano—. Te he echado de menos, Anya.
—Y yo a ti.
Y eso que el noventa por ciento de sus conversaciones habían sido acerca del precioso tiempo que hacía cuando vivían con los padres y los madres en esa zona. Sin embargo, vivir algo tan traumático como la muerte de sus compañeros las había unido profundamente. Anya volvió a adelantarse y pareció dudar antes de ponerle una mano en el brazo a Alice.
—No me puedo creer que nos hayas salvado —murmuró.
—Yo no os he salvado. Hemos sido todos.
Anya se limpió una lágrima con el dorso de la mano.
— Ven, quiero presentarte a unos amigos —le dijo Alice, agarrándola del brazo.
—¿Unos amigos?
—Sí, mis amigos. Les he hablado miles de veces de ti.
Jake, Tina, Trisha, Rhett y Max seguían en el mismo lugar. Eran los únicos que no tenían a nadie con quien reencontrarse.
—¿Esos son tus amigos? —preguntó Anya en voz baja—. Dan miedo.
—Ya te acostumbrarás —murmuró Alice, completamente feliz.
Estaba tan emocionada con que estuviera con ella, a salvo... casi se sentía como si hubiera enmendado un error del pasado.
—Chicos —los llamó, atrayendo su atención—. Os presento a Anya, la androide que escapó conmigo de esta ciudad hace un año.
Anya pareció un poco nerviosa cuando todos clavaron su mirada en ella. Seguía teniendo cierta actitud pasiva de androide.
Alice se esperaba alguna muestra de afecto de parte de ellos, aunque fuera pequeña, pero no oyó nada, así que volvió a girarse. Estaba todavía más confusa cuando vio a Rhett con la boca entreabierta y a Max sin color en la cara.
—¿Emma? —preguntó Max en voz baja.
Anya parpadeó, confusa.
—¿Yo? —preguntó, sin entender, mirando a Alice en busca de ayuda.
Pero Alice miraba a Max con el ceño fruncido.
¿La había llamado Emma? ¿Emma... como su hija?
Max la miró de arriba a abajo, estupefacto. Alice nunca lo había visto así. Como si... hubiera visto un fantasma. Tenía los labios blancos. Rhett, a su lado, tenía una expresión similar. Trisha y Jake intercambiaron una mirada al instante.
—¿Emma? —repitió Alice, mirando a Tina, que era la única que parecía mantener la compostura pese a su sorpresa.
—Me llamo Anya —seguía diciendo ella, sin entender nada—. ¿Quién es Emma?
—Yo... —Alice no sabía qué decir. Los miró a todos, en busca de ayuda.
Entonces, Max apartó la mirada. Tomó una bocanada de aire, recuperando sus sentidos. Rhett seguía mirándola con la boca entreabierta.
—Max... —Tina lo miró, preocupada.
Pero él no dijo nada. Se dio la vuelta y prácticamente salió corriendo hacia el edificio sin mirar atrás. Alice miró a Anya. ¿Ella...? ¿Ella había sido la hija de Max en otra vida? No podía ser. Lo sabría, ¿no? ¿No reconocería a Max? Ella había reconocido a Jake. O, más bien, había sentido que ya lo conocía de antes.
Pero Anya parecía completamente perdida.
—Es increíble —Jake dio un paso hacia ella, fascinado—. Es exactamente igual.
—¿Igual? —Anya frunció el ceño—. Alice, ¿qué pasa?
Alice seguía mirando el camino por el que había desaparecido Max. Sabía perfectamente que estaría en su despacho. Dudó. ¿Querría estar solo? Conociéndolo, era lo más seguro. Pero... no quería dejarlo solo. Pobre Max.
Miró a Rhett entonces. Él ahora tenía los ojos clavados en el suelo. Anya era la prueba viviente de que la hija de Max había muerto en una exploración organizada por él.
—Alice... —Anya la llamó al ver que hacía un ademán de marcharse.
—Yo... tengo que irme —le dijo—. Estarás bien. Tina cuidará de ti.
Se dio la vuelta y avanzó rápidamente entre la gente. Le daba igual que Max fuera un cascarrabias, estaba segura de que necesitaba hablar con alguien en esos momentos.
Iba tan decidida que se chocó con varias personas, pero no tuve que detenerse hasta chocar con una chica junto a la puerta. La sujetó de los hombros inconscientemente para que no se cayera. La chica consiguió mantenerse de pie torpemente.
—Ay... vaya, gracias.
Alice estaba a punto de soltarla, pero se quedó mirándola un momento.
¿Qué...?
Su mente empezó a funcionar a toda velocidad. Ese pelo rubio, esa cara perfecta, esos ojos azules... la conocía. La conocía demasiado bien.
Los recuerdos empezaron a acumularse en su mente. Alicia en el instituto siendo acosada por una chica rubia con los ojos azules. Alicia encontrando a Jake con una rubia con los ojos azules cuidándolo. Alicia enamorándose de la rubia con los ojos azules... Jake llorando... Alicia muriendo...
La chica del pelo rubio y los ojos azules huyendo.
Charlotte.
La soltó al instante, dando un paso hacia atrás. Su corazón se había detenido.
Charlotte pareció llegar a la misma conclusión, porque su cara pasó de la curiosidad al horror en pocos segundos.
—¿Alicia? —preguntó en voz baja, casi asustada.
Alice no dijo nada. No podía hablar. Tenía un nudo en la garganta.
La imagen de ella huyendo se repetía una y otra vez en su cabeza. Casi podía sentir la decepción, furia y tristeza de Alicia sumergiéndose en su piel. Le temblaban las manos y no podía controlarlo. Charlotte hizo un ademán de acercarse a ella, pero se detuvo, confusa.
—Te... te convirtieron —murmuró Charlotte.
En el momento en que estiró la mano para tocarla, Alice se dio la vuelta y abrió la puerta de un empujón, andando tan rápido como pudo en dirección a las escaleras. Tenía la respiración agitada. Las subió sin ser consciente de lo que hacía. No se detuvo hasta llegar al despacho de Max. Lo encontró sentado en el suelo con la espalda apoyada en la ventana. Se cubría la cara con una mano.
Alice se sentó a su lado, con el corazón acelerado, y colocó exactamente igual, abrazándose las rodillas. El corazón salía latiéndole a toda velocidad. No podía ser. No podía ser ella.
Estuvieron unos segundos en silencio absoluto. Alice solo podía ver a Charlotte huyendo mientras Alicia agonizaba y Jake lloraba. Abandonándolos a una muerte segura.
—Esa chica era mi hija —murmuró Max en voz baja.
Alice tragó saliva, cerrando los ojos por un momento. Por fin, encontró su voz.
—Esa otra chica era la que abandonó a Alicia y a Jake.
Max la miró de reojo, pero no dijo nada. Ella agradeció el silencio. Sentía que era lo único que necesitaba en esos momentos.
Sin pensarlo, apoyó la cabeza en el hombro de Max y se quedaron los dos mirando un punto fijo sin ver realmente nada.
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