Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14

—No, sigo sin saber muy bien como va... —masculló Kai—. Es decir, puedo intentar quitar información, pero ponerla... es un lío de...

—Lo necesitamos para mañana —le dijo Max.

Kai siempre se ponía nervioso cuando Max le hablaba. Empezaba a ponerse rojo por la presión y movía las manos como un loco para gesticular al hablar.

—A ver, podría intentarlo, pero... —miró la linternita plateada—. Van a ser muchas horas de trabajo y... dudo que pueda dormir...

—Pues cuanto antes empieces, mejor —le dijo Max—. Tranquilo, te lo compensaremos cuando todo esto pase.

Kai suspiró y asintió una vez con la cabeza.

—Vale, pues... dejadme solo, supongo.

—Lo que necesites —Alice le sonrió un poco.

Cuando salieron de la sala, ella miró a Max de reojo.

—¿Y si no sale bien el plan? —preguntó—. ¿Cómo le recompensarás?

—Si no sale bien, moriremos todos y no reclamará ninguna recompensa —dijo él, tan tranquilo como si hubiera dicho que iba a llover.

Alice se apresuró a seguirlo por el pasillo. Max siempre andaba a pasos agigantados y, además, tenía las piernas más largas que ella. Se detuvo junto a una de las ventanas que daban al patio, tocándose el cinturón con las armas instintivamente.

—La nieve se está empezando a fundir —murmuró, casi para sí mismo.

—¿Y eso es bueno?

—Charles y los suyos podrán irse y, si todo va bien, podremos volver a iniciar las exploraciones.

Alice asintió, mirando por la ventana. Sin embargo, volvió a girarse hacia él cuando notó que la miraba.

—¿Estás entrenando con Rhett?

—Cada día.

—¿Estos cinco últimos días?

—Más intensivamente todavía.

—¿Cuántas horas?

—Unas... cuatro o cinco. Por día.

—Pues que sean el doble.

Ella suspiró disimuladamente.

—Créeme, Rhett hace lo que puede y más para que pueda defenderme llegado el momento.

—Me parece perfecto. Pero vas a entrenar el doble. Hasta que no puedas más. Y céntrate en la parte de disparar y correr.

—Sí, capitán.

—Alice —advirtió, enarcando una ceja.

—Capitán es un apelativo precioso —protestó.

—Intentaré ignorar eso.

—¿Y por qué no puedo centrarme en la parte de luchar? —preguntó ella, confusa.

—He visto cómo peleas —Max enarcó una ceja—. Intenta salir viva disparando o corriendo. Tendrás más posibilidades.

—Menos mal que te tengo a ti para animarme...

—La ironía es una forma muy baja de ingenio —replicó—. ¿Tienes arma propia?

—¿Arma propia? —ella estuvo a punto de reírse—. Creo que no he tenido arma propia en mi vida. Lo más cercano a eso fue el revólver que ese chalado de ahí fuera me dio hace un año.

—¿Chalado?

—Jake lo usa mucho —se encogió de hombros.

—Chalado —repitió Max, y le pareció que ponía los ojos en blanco—. A estas alturas, deberías tener arma propia.

—Tampoco es que usara demasiado el revólver.

—Al final, te salvó la vida —le dijo Max, mirándola—. Tener un arma encima siempre es muy importante, Alice.

—Bueno, puedo ir a la armería a ver si hay alguna que pueda...

—Sígueme.

Ella suspiró. Nunca dejaba que terminara de hablar. Max bajó al gimnasio y entró en la sala de armas, que todavía estaban desordenadas porque nadie se había molestado en separarlas por grupos.

—¿Puedo elegir la que quiera? —preguntó, ilusionada, haciendo una inspección visual a su alrededor.

—No.

Max la cortó, tan serio como siempre. Ella le puso mala cara.

Entraron en la sala contigua, la de tiro. Max acercó uno de los muñecos sin cambiar su expresión y lo dejó a unos ocho metros de distancia.

—¿Vas a hacerme una prueba de habilidades para ir a avanzados? —bromeó ella.

—¿En qué momento has pasado de vagar por los pasillos como un alma en pena a hacer bromas a cada cosa que te digo?

—Tener un plan me pone de buen humor —Alice sonrió ampliamente—. Me hace sentir menos inútil.

—No te llames a ti misma inútil —le ordenó él.

Alice suspiró y vio, de reojo, que Max se sacaba una pistola del cinturón. La sospesó un momento y luego se la dio a ella.

—Pruébala.

La agarró, cautelosa. Era más ligera que las que había solido usar. Y el diseño era mejor. Era evidente que era mejor que las de clase. Y apenas estaba usada. Miró el cargador y levantó las cejas.

—Quince balas —murmuró, sorprendida.

—¿Qué tipo de balas?

—Mhm... ¿9mm?

—¿Me lo preguntas o me lo dices?

—9mm.

—Muy bien. Cárgala.

Alice hizo lo que le decía con una práctica sorprendente. Recargar la pistola le recordaba a ese tiempo lejano en que daba clases con Rhett y se ponía de buen humor.

Se colocó con los pies y los hombros correctamente y apuntó al objetivo, intentando equilibrarse. Parecía que hacía años que no hacía eso. Últimamente, se había dedicado a disparar sin más, sin apuntar... aunque tampoco le había ido mal.

Cuando apretó el gatillo, notó que el arma apenas tenía retroceso. Sí que era de buena calidad. Hacía que disparar fuera más sencillo, incluso. El muñeco tenía un agujero perfecto entre ambos ojos.

—No está mal —murmuró Max—. Puedes vaciarlo. Intenta no darle dos veces a la misma zona.

Alice sonrió y le dio de lleno en la entrepierna. Después, en el corazón.

—¿Me has dado tu pistola? —preguntó ella, disparando en la rodilla—. Porque es una pasada.

—¿Te gusta?

—Dudo que a alguien no le guste, la verdad.

—Solo la he usado una vez.

—Entonces, ¿es tuya?

—No.

—¿Y de quién es?

—Iba ser de mi hija.

Alice se quedó apuntando un momento, paralizada. Max nunca le había hablado de su hija. Tardó un momento en seguir disparando como si no hubiera pasado nada. Sabía que a Max no le gustaría que intentara decir algo para reconfortarlo. De hecho, probablemente se enfadaría.

Seguro que ni siquiera había cambiado su expresión. Aunque Alice estaba empezando a pensar que era solo una máscara para ocultar lo que sentía de verdad.

—¿De Emma? —preguntó Alice en tono casual.

—Sí.

—¿Y la usaste tú?

—Una vez. Para probarla.

—¿Y...? —ella tuvo que aclararse la garganta para que no se notara que estaba nerviosa—. ¿Estás seguro de que quieres que me la quede?

—Sí.

—Pero... si iba a ser suya...

—Dudo mucho que te la pida, la verdad.

Alice se detuvo y lo miró, sorprendida. ¿Así hacía bromas Max? Tenía un sentido del humor muy negro.

Pero tampoco estaba sonriendo. Alice miró la pistola.

—Yo no... —Alice la bajó, como si ardiera—. No sé si deberías dármela, yo...

—Ya te la he dado —la interrumpió, mirándose el reloj—. Practica todo lo que puedas hasta que te canses. Y ponte un cinturón para llevarla. Yo tengo cosas que hacer.

—Pero... ¡Max!

—Cállate y dispara.

No esperó una respuesta. Se marchó sin siquiera mirar atrás. Alice miró la pistola de nuevo y apuntó de nuevo al objetivo.

***

Alice se pasó la tarde entera en esa sala. No estaba segura de si era porque quería desahogarse disparando a algo o porque quería estar sola, pero se sintió mucho mejor cuando fue a la cafetería. Charles estaba sentado ahí con Blaise, Jake y Kilian.

—...así que, queridos niños —estaba diciendo Charles tranquilamente cuando Alice se sentó a su lado—, la lección de hoy es que no os metáis con una persona más grande que vosotros a no ser que tengáis un buen cuchillo.

—O sepáis correr rápido —añadió Rhett, sentándose al otro lado de Alice.

Jake negó con la cabeza.

—Trisha venció a Kenneth y es más pequeña que él.

—Pero Kenneth no es una persona, es un orangután —masculló Rhett.

Alice le dio un manotazo en el brazo mientras Blaise y él se reían con crueldad.

—¿Habéis visto las defensas? —preguntó Jake, cambiando de tema—. Rodean todo el edificio.

Era difícil no verlas. Alice había pasado parte de la mañana ayudando a construirlas. Eran bloques de madera, sacos o cualquier cosa que sirviera para ocultarse y disparar a quien entrara por la puerta del muro. Además, habían preparado material para tapiar ventanas y puertas si era necesario.

—Son necesarias —le dijo Rhett.

—¿Podremos salir con vosotros a pelear? —preguntó Blaise, ilusionada.

Alice la miró un momento. Blaise solo quería matar al padre John porque lo culpaba de que su madre estuviera desaparecida. Pero, era tan pequeña...

—Vosotros estaréis aquí, en la cafetería —dijo Rhett, comiendo sin siquiera mirarlos.

—¿Por qué no podemos ir? —a Jake le salió la voz aguda por la indignación.

—Porque sois unos críos.

—La sensibilidad personificada —Charles sonrió, divertido.

—¡No somos críos! —protestó Jake.

—Lo sois. Y si os ponéis en medio de una pelea, seréis un estorbo —le dijo Rhett sin inmutarse—. Ya os cansaréis de pelear cuando seáis mayores.

—Esto no es justo.

—La vida no es justa.

—¡Tengo derecho a proteger a Alice tanto como tú!

Ella no pudo evitar dedicarle una sonrisa triste. Rhett suspiró, dejó la cuchara y miró fijamente a Jake.

—¿Quieres saber qué pasará si alguno de vosotros sale ahí fuera mañana a pelear?

—Rhett... —Alice conocía esas preguntas de Rhett cuyas respuestas nunca te gustaban.

De hecho, le había dedicado unas cuantas y, aunque todas eran ciertas, siempre la habían dejado peor de lo que ya estaba.

—No —él no despegó la mirada de los dos—. Tienen derecho a saberlo.

—Muy bien —Blaise entrecerró los ojos—, ¿qué pasará?

—En caso de que tengamos que dispararnos los unos a los otros, cosa que no está muy clara, vais a ser los primeros en asustarse porque no tenéis conocimiento suficiente sobre armas o sobre defensa. Sois demasiado pequeños. Así que intentaréis entrar, pero las puertas estarán cerradas por el ataque. Lo más seguro es que os dé un ataque de pánico en medio de la pelea. Y, claro, Alice será la primera en acudir a ayudaros. El problema es que ella puede defenderse a sí misma, pero en el momento en que la distraigáis, ellos lo usarán en su contra. Lo más seguro es que terminen consiguiendo arrastrarla con ellos y, después de eso, nos terminen matando a todos.

Hizo una pausa, enarcando una ceja.

—¿Tengo que repetir que vosotros os quedaréis aquí o ya lo tenéis claro?

Blaise y Jake intercambiaron una mirada antes de asentir lentamente con la cabeza.

—Bien —Rhett se giró hacia Alice y su expresión volvió a ser la de siempre—. Oye, ¿te vas a comer eso?

***

Ya sabía que no podría dormirse mucho antes de meterse en la cama. Se duchó, se puso su pijama improvisado y, tras media hora en la oscuridad, encendió la luz y salió de esa habitación, llamando con los nudillos a la de al lado.

Rhett le abrió la puerta y la miró con una pequeña sonrisa.

—¿Tanto te ha gustado rememorar las clases que también quieres rememorar esto de presentarte aquí en medio de la noche?

—Algo así —ella pasó por debajo de su brazo.

Su habitación era una copia de la otra. Alice no esperó que la invitara y se sentó de piernas cruzadas en su cama, mirando por la ventana. Escuchó a Rhett cerrando la puerta y acercándose para sentarse delante de ella, con un hombro apoyado en la pared.

Estuvieron un rato en silencio. Le gustaba estar así con Rhett, sin decir nada. A veces, sentía que estar con él era como un calmante. Uno muy agradable.

—¿En qué piensas? —le preguntó él al cabo de unos minutos.

—Todo el mundo actúa como si nada... —ella negó con la cabeza—. Pero mañana podríamos... terminar muy mal.

—Tú y Max tenéis un plan, ¿no?

Max había decidido que solo ellos dos supieran los detalles, pero Rhett y Tina sabían de su existencia. Eran los únicos en la ciudad.

—Sí, pero... ¿y si sale mal?

—Si quieres un consejo, no te pongas nerviosa hasta que sea necesario.

—Últimamente, siempre es necesario.

—Ahora no lo es —él ladeó la cabeza—. Yo no veo a ningún científico loco asomándose por la esquina de mi habitación. Creo que estamos a salvo.

Ella sonrió, negando con la cabeza. Sin embargo, la sonrisa no tardó en desaparecer.

—Pero... ¿qué pasa si ganamos?

—Podríamos robar alcohol a Charles y celebrarlo —bromeó Rhett.

—¿Alcohol? ¿En serio?

—La última vez que me emborraché lo pasamos bien, ¿no?

—Lo digo en serio —ella suspiró—. Es que... ¿cuál es el plan después de eso? ¿Seguir viviendo aquí hasta que muramos?

—Es una opción.

—Rhett, este lugar está bien, pero... —frunció el ceño, no sabía ni cómo decirlo—, ¿no te sientes como si no estuvieras en casa? ¿Como si estuvieras en un campamento de verano que nunca termina?

—¿Verano? Hay nieve ahí fuera.

—¡Céntrate en lo importante!

—¿Cómo demonios sabes qué es un campamento de verano?

—Vi fotos en la biblioteca. Responde a mi pregunta.

Él lo consideró un momento, poniéndose serio de nuevo.

—No lo sé —murmuró—. Puede no ser la mejor opción, pero... no hay muchas más alternativas.

—Podríamos... construir un sitio nuevo —ella se encogió de hombros—. Sería nuestro. Nuestra casa. Podríamos empezar todos de cero.

—Si te vas a poner a construir, yo veo más útil reformar Ciudad Central —bromeó él.

Ella se quedó mirándolo un momento.

—Alice, era broma.

—No. Es una buena idea.

—Suponiendo que ganemos y sigamos teniendo ganas de hacer algo productivo... ¿de verdad quieres volver ahí?

—Sí.

—Alice, volaron la ciudad. Es un nido de escombros y cenizas.

Alice agachó la cabeza.

—Ese ha sido el único lugar del mundo en el que me he sentido como si estuviera en casa.

Hubo un momento de silencio. No levantó la cabeza. No sabía qué decir. Rhett suspiró.

—Muy bien —dijo él—. Si mañana ganamos, seguimos quedando más de diez personas vivas y alguien decide que esto es buena idea, me comprometo a ayudarte.

—Esas son muchas condiciones —pero Alice ya estaba entusiasmada.

—No he dicho que fuera a hacerlo fácilmente —él enarcó una ceja—. Soy bueno enseñando a dar puñetazos, no restaurando una casa.

—Tampoco eres tan bueno enseñando a dar puñetazos.

—Fingiré que no has dicho eso.

—Podríamos hacernos una casa —Alice le sonrió de reojo—. Para los dos. Como la de la Unión.

—Gran ejemplo. El último recuerdo que tengo de esa casa es un pasillo lleno de sangre.

—Oh, vamos, ya me entiendes.

Rhett ladeó la cabeza.

—No estaría mal —dijo, al final.

—Y Jake, Kilian, Blaise, Eve y su hijo podrían venir con nosotros a...

—Eso ya está un poco peor.

Alice sonrió, divertida.

—Pues solo nosotros dos.

—Menudo paso en nuestra relación —murmuró Rhett—. ¿No debería pedirle el consentimiento a tus padres? Seguro que tu padre me diría que sí.

—Seguro que el tuyo también estaría encantado si nos viera viviendo juntos y felices.

—Sí, vive para nuestra felicidad.

—Igual que el mío.

Los dos sonrieron un poco. A Rhett se le borró la sonrisa paulatinamente mientras se apoyaba en la pared, pensativo.

—Uno de mis mayores miedos siempre ha sido parecerme a él —dijo en voz baja.

Alice lo observó en silencio. Él no la miraba. Tenía expresión algo triste. Le entraron ganas de abrazarlo, pero con Rhett era difícil saber si lo aceptaría.

—Y me aterraba aún más la perspectiva de tener un hijo y tratarlo como él me trataba a mí.

Ella no supo qué decir. Estiró la mano y la puso sobre la suya. Rhett la miró por fin.

—No te pareces en nada a ese hombre.

—Oh, nos parecemos —aseguró—. Somos igual de cabezotas.

—Si te consuela, a mí me gusta que seas cabezota...

—Gran halago.

—...aunque a veces me saques de quicio.

—¿Que yo te saco de quicio? —preguntó, enarcando una ceja—. ¿Hablamos de tus preguntas indecentes?

—No eran indecentes, era curiosidad.

—Me preguntabas literalmente todo lo que se te venía a la cabeza.

—¡Estaba aprendiendo!

—¿Qué es eso de juntar bocas? —él imitó su voz.

—¡No haberme puesto esas películas perversas!

—¿Esas películas eran perversas? —arrugó la nariz—. Menos mal que no tengo porno.

—¿Qué es...? —se cortó a sí misma al ver su sonrisa burlona—. No quiero saberlo.

—Oh, sí que quieres saberlo.

—No quiero.

—Sí quieres.

—¡Que no!

—Si me lo pides bien, te lo diré.

Ella había quitado su mano. Se cruzó de brazos, testaruda.

Sin embargo, unos segundos después, lo miró con mala cara.

—¿Qué es el promo?

—Porno —dijo Rhett, divertido.

—¿Qué es?

—Un animalito muy bonito —sonrió él, burlón.

Ella hizo un ademán de levantarse, enfadada, pero la detuvo por el brazo.

—Vale, vale. Es cine sobre sexo.

—¿Sobre... sexo?

—Sí.

—¿Y se ve... sexo?

—Ese suele ser el objetivo, sí.

—Oh.

Estuvo unos segundos considerándolo. Rhett entrecerró los ojos.

—No sé si quiero saber qué está pasando por esa cabecita perversa.

—¿No tienes... ninguna película de esas?

—¿Y tú para qué quieres eso?

—¡Es curiosidad!

—Lo que te faltaba. Ver porno.

—Si tú no me enseñas lo que es el sexo, tendré que aprenderlo de algún lado.

Sonrió, negando con la cabeza.

Entonces, Alice vio que su sonrisa iba transformándose en una expresión que no entendió muy bien. Ella lo observó con los ojos entrecerrados cuando vio que se quedaba mirándola fijamente.

—¿Qué he hecho ahora? —preguntó, enfurruñada.

—Nada.

—Mhm... —Alice no estaba muy convencida—. ¿Y por qué me miras así?

—Estaba pensando.

—¿En qué?

—En que mañana podríamos morir —dijo lentamente—. Sería una pena que murieras virgen.

Alice se quedó mirándolo con la boca abierta. Recordaba haber dicho eso en el pasado, pero nunca hubiera pensado que oírselo decir a Rhett fuera a hacer que se pusiera roja como un tomate. Ni siquiera sabía por qué se había ruborizado.

—¿Estás...? ¿Qué...? —de pronto, estaba muy nerviosa—. ¿Cómo...?

Rhett empezó a reírse, divertido.

—Hay que ver... tanto tiempo diciendo que querías hacerlo y, cuando lo insinúo yo, te pones roja y empiezas a balbucear.

—Yo... n-no... —ella se aclaró la garganta, avergonzada—. No estoy balbuceando.

—Sigues estando roja.

—¡No estoy...! —se cortó a sí misma al ver su sonrisa se ensanchaba. Se había ruborizado aún más—. No estoy roja, ¿vale?

—Es verdad. Ahora estás carmesí.

Ella agarró una almohada y se la tiró a la cara. Rhett la agarró, divertido.

Era extraño estar riendo ahí dentro con lo que pasaba ahí fuera. Por un momento, fue como si todo volviera a la normalidad. Como si fueran una pareja cualquiera. Y, aunque Alice estaba irritada con él, se había olvidado por primera vez en mucho tiempo de todos sus problemas.

—Me lo tomaré como un no —dijo Rhett, levantando la almohada.

—¡No es un no!

—¿Es un sí?

—¡No! —¿por qué estaba tan nerviosa?—. No lo sé. Cállate.

—Bueno —Rhett sonrió—. Por ahora, nos olvidaremos de eso.

Alice asintió un poco con la cabeza. Le había entrado el pánico solo de pensarlo. Y eso que había estado insistiendo durante mucho tiempo... Rhett tampoco parecía muy sorprendido. Quizá sabía que haría eso.

—De todas formas, ¿quieres quedarte aquí?

Ella se había calmado un poco. Asintió con la cabeza.

Rhett se apartó para dejarle sitio y Alice se tumbó delante de él. Hacía mucho tiempo que no dormían los dos solos. Se acurrucó en la almohada y sintió su brazo por encima de su cintura. Tenía su pecho en la espalda. Era agradable. Cerró los ojos cuando notó que Rhett apoyaba la cabeza al lado de la suya.

No hizo falta decir nada más. A pesar de que había creído que no podría dormir esa noche, estar con él la calmaba. Apenas unos minutos después de cerrar los ojos, se había dormido profundamente.

***

Alice levantó la cabeza cuando alguien se sentó delante de ella en la cafetería. Jake, Blaise y Kilian. La niña se sentó a su lado y los otros dos al otro lado de la mesa.

—¿Estás nerviosa? —preguntó directamente Jake.

Ella no supo qué decir. Todo el mundo la miraba significativamente, pero nadie se había atrevido a preguntarle nada del tema hasta ese momento.

—¿Vas a comerte eso? —Blaise sonrió inocentemente.

Alice le dio su postre y ella aplaudió felizmente.

Últimamente, daba su comida a todo el mundo. Esos días no había tenido mucha hambre.

—Estoy bien —le dijo a Jake—. Nunca es fácil enfrentarte a tu padre.

—Ah, claro, él fue tu creador —masculló Jake.

Ella lo miró un momento, pero apartó la mirada cuando notó que Kilian la observaba.

—Un creador es mucho más que eso —aseguró Alice en voz baja—. Es como si hubiera sido... mi padre de verdad.

—Pues tu padre de verdad o de mentira no me cae bien —le dijo Blaise secamente—. Deberíamos encerrarlo en una jaula por amenazarnos. Es lo que él nos hacía a nosotros.

—No me parece mala idea —dijo Jake.

Kilian asintió felizmente con la cabeza.

—Es una buena idea —Rhett acababa de aparecer y se sentó al otro lado de Alice—, pero hay un concepto un poco raro llamado civismo. Igual el término os suena de algo.

—A mí no me suena —dijo Blaise, confusa.

—Venga ya —Jake lo señaló con su cuchara—, ha amenazado a Alice, ¿cómo puedes estar tan tranquilo?

Alice y él intercambiaron una mirada. Ellos ni siquiera sabían que tenían un plan.

—Wow —Jake se cruzó de brazos—, ¿detecto algún secreto entre vosotros?

—Definitivamente —dijo Blaise, mirándolos.

—Chicos... —empezó Alice.

—Escúpelo —Blaise entrecerró los ojos.

—Tú come y calla —la cortó Rhett antes de girarse hacia Jake—. Y tú también. Aprende de tu amiguito el mudo.

—¡No es mudo, es reflexivo!

—Pero si nunca ha dicho nada.

—Porque no necesita palabras para expresarse —Jake entrecerró los ojos.

—¿Y qué está pensando ahora, entonces?

Jake lo miró de reojo. Kilian le dedicó una sonrisa.

—Piensa en lo idiota que eres —le dijo Jake a Rhett.

Él le sonrió irónicamente.

—Vamos, no os habléis mal —pidió Alice, suspirando—. ¿Por qué tengo que deciros yo siempre estas cosas?

—Eres la mamá del grupo —Blaise sonrió ampliamente.

—¿Qué? —ella frunció el ceño—. No lo soy.

—Sí lo eres —dijo Jake.

—¡No es verdad!

—Mamá —se burló Jake.

—Para ya.

—Mamá, mamá—Blaise le pinchó el brazo con un tenedor.

—¡Parad!

—La mamá del grupo —Rhett sonrió, divertido.

—Oh, ¿tú también?

—Si no puedes con el enemigo, únete a él.

—Genial, solo os ponéis de acuerdo para meteros conmigo —ella negó con la cabeza—. No sé si sentirme halagada o si tiraros comida a la cara.

Justo en ese momento, Max entró en la cafetería. Él nunca comía ahí, así que era extraño. Se detuvo junto a su mesa y miró a Alice fijamente.

—Vamos —le dijo, haciendo un gesto con la cabeza.

—Está comiendo —protestó Rhett.

—¿Tengo cara de que eso me importe? —le preguntó Max.

Alice no pudo evitar sonreír. Había tenido esa misma conversación con Rhett un año antes.

—Vamos —repitió.

Alice se puso de pie mientras los demás protestaban por no saber de lo que hablaban. Max no dijo nada en todo el camino.

Por supuesto, entraron en la sala donde Kai trabajaba. Él se puso de pie torpemente al verlos entrar. Tina estaba con él, mirando intrigada la pantalla.

—Creo que hemos avanzado —Kai sonrió, ilusionado—. Mucho.

***

A Alice le temblaba el cuerpo entero mientras se ataba el cinturón. Los demás la observan en silencio. El único que iba a salir con ella era Max. Los demás, tenían órdenes de permanecer en el interior a no ser que las cosas se torcieran. Las mismas normas se aplicaban en el otro bando. Nadie entraría en la ciudad, solo el padre John y su acompañante.

Estaban en el vestíbulo del edificio principal. Parecía incluso pequeño con tanta gente agrupada en él. Los únicos que se habían acercado de verdad a Max y ella eran los de siempre. Alice miró a Blaise y Jake, que tenían expresiones tristonas.

—Estaré bien —les dijo, atándose bien la bota e incorporándose—. En veinte minutos podremos ir a cenar todos juntos.

—¿Puedes prometerlo? —masculló Blaise.

Ella dudó un momento.

—No —dijo, poniéndole una mano en el hombro—. Pero, en el peor de los casos, sé que tú cuidarías de Rhett y Jake, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza, aunque sorbió por la nariz.

Después, miró a Jake y a Kilian. El último se había mantenido al margen, como de costumbre. Cuando vio a Jake con expresión preocupada, se le encogió el corazón. Era de las últimas personas que quería preocupar en el mundo.

—Nos vemos en un rato —le dijo en voz baja.

—Nos vemos en un rato —repitió Jake, sin mirarla.

Max le hizo un gesto. Era hora de salir. El padre John y su acompañante se estaban acercando.

Sin embargo, cuando se dio la vuelta, notó que la retenían del brazo. Rhett estaba delante de ella. Nunca le había visto una expresión tan seria.

—Si pasa algo... —Rhett se había acercado a ella.

—Sé que tú serás el primero en salir a defendernos —ella sonrió.

Rhett dudó un momento antes de agarrarla con una mano de la mandíbula y plantarle un beso en los labios. Cuando se separó, aunque solo habían pasado un puñado de segundos, sintió que el aire no le llegaba a los pulmones. Max se aclaró ruidosamente la garganta.

—¿No habéis tenido mejor momento para esto? —preguntó, mirándolos y sacudiendo la cabeza.

Alice lo miró por última vez y se dio la vuelta, subiéndose por completo la cremallera del mono. Max abrió la puerta y ella la cruzó.

En cuanto ésta se cerró a sus espaldas y se quedó sola con Max, fue cuando los nervios y el miedo empezaron a surgir de verdad. El padre John y Giulia estaban de pie en medio del camino, mirándolos.

—¿Llevas la pistola? —preguntó Max en voz baja mientras se acercaba.

—Sí —susurró Alice—. Pero espero no tener que usarla.

Max suspiró.

—Yo también lo espero —admitió.

Alice se detuvo inconscientemente. Max la miró, extrañado. Ella nunca había estado tan nerviosa. Estaba a punto de hiperventilar.

—Alice, no es momento de mostrar debilidad —le dijo él en voz baja.

—¿Y si... no sale bien? —preguntó ella en un susurro—. ¿Y si hago algo mal y todos terminan...?

Max suspiró y se aseguró de que la oscuridad los rodeaba y el padre John y Giulia no podían verlos. Se acercó a Alice y le puso una mano en hombro, haciendo que lo mirara.

—Escúchame —le dijo en voz baja—, te he castigado, te he gritado y me he enfadado contigo muchas veces, Alice, pero nunca ha sido porque hayas puesto en peligro a nadie.

—Hasta ahora —replicó ella, temblando.

—Mira, eres muchas cosas, pero no eres idiota —le dijo él—. Sabes lo que dices y sabes lo que haces. Si hubiera creído que alguien en esta ciudad estaba más capacitado para hacer esto, se lo habría pedido a él. Pero tú estás aquí. Y no es por nada.

Se separó y ella parpadeó, sorprendida.

—¿En... serio?

—No hagas que me arrepienta de esto solo por estar nerviosa —terminó.

Alice dudó unos segundos antes de esbozar una sonrisa nerviosa.

—¿Cómo consigues calmarme siempre hablándome así de mal? —masculló.

—Es un don —le pareció ver una sonrisa fugaz—. Ahora, cálmate. Te necesito centrada en esto.

Ella respiró hondo.

—¿Estás lista?

—Sí —dijo, mucho más segura que antes.

—Bien. Voy detrás de ti.

Alice se adelantó y empezó a andar hacia ellos. En el momento en que la luz los tocó, el padre John le dedicó una expresión sombría. En cuanto se detuvieron delante de ellos, vio que, de hecho, parecía enfadado.

—¿Dónde está el chico?

Alice evitó a toda costa girarse para asegurarse de que Jake no se había vuelto rebelado y salido del edificio. Rhett se habría ocupado ya de él. Ya estaría en la cafetería. Tenía que calmarse y centrarse. Max tenía razón.

Se limitó a sostenerle la mirada.

—¿Dónde está? —repitió él.

—Protegido —dijo—. Lejos de ti.

No pareció gustarle mucho esa respuesta. Nunca lo había visto especialmente nervioso, pero en esos momentos lo estaba. Cuando intentó aparentar calma con una sonrisa, vio que le temblaban las comisuras de los labios. Casi parecía que quería decir algo pero se contenía.

—Supongo que eso quiere decir que no quieres seguir en la vía diplomática.

Alice no respondió.

—Quieres la segunda opción, ¿no? La guerra.

—En realidad, quiero la tercera opción.

Eso pareció desconcertarlo.

—Creo que te dejé bastante claro que, sin el chico, no había trato.

—Lo dejaste muy claro.

—¿Y te atreves a venir aquí con...? —miró a Max con su máxima expresión de desprecio—, ¿con qué? ¿Mi sustituto? ¿Ya has encontrado un padrastro? Lástima que no vaya a durarte mucho.

—No necesitas un sustituto —le dijo Alice sin inmutarse—, porque nunca has sido necesario en mi vida.

El padre John ya había perdido la compostura. Se apoyó con más fuerza en el bastón, mirándola fijamente. Giulia tenía la mano ya en la pistola, esperando a una orden.

—Sabes que no tolero la insolencia, Alice —dijo él en voz baja—. No quieres jugar conmigo ahora mismo, te lo aseguro.

—Solo he dicho la verdad.

—Entonces, ¿esa es tu elección? —preguntó, furioso—. ¿Vas a matarlos a todos solo por ti y por el crío? Cuando te creé, intenté meter un poco de solidaridad en ti. Solidaridad que le faltaba a la estúpida de mi hija. Veo que no ha arraigado muy bien. Quizá, después de todo, no seáis tan diferentes.

—No somos diferentes, somos exactamente la misma persona. Solo que con una vida distinta.

Él dudó un momento. No estaba acostumbrado a que le hablara así. Se estaba enfadando más por momentos.

—Por eso los sacrificarás a todos, ¿no?

—No voy a sacrificar a nadie.

Max y ella intercambiaron una mirada. Giulia apretó la mano entorno a su arma, alarmada.

Entonces, Alice hizo un movimiento mucho más rápido de lo que se había esperado al entrenar un rato antes y sacó algo de su bolsillo. En menos de un segundo, lo sujetaba delante de la cara del padre John. Él parpadeó cuando el destello blanco lo cegó. Después, dio un paso hacia atrás, llegando a estar a punto de caerse con el bastón.

Al instante, Giulia hizo un ademán de sacar su pistola, pero se detuvo en seco cuando Max la apuntó con la suya, mucho más rápido. Alice había oído ruidos de armas apuntando en ambos lados de los muros. Todos los hombres del padre John la apuntaban. Todos los de su ciudad lo apuntaban a él.

Y ella no se había molestado en tocar su pistola.

—Max, no seas idiota —masculló Giulia, con la mano en su pistola.

—No lo seas tú y quita la mano de ahí —replicó Max.

Ella dudó un momento antes de hacerlo y mirarlos con los labios apretados.

El padre John miraba a Alice fijamente, entre confuso y sorprendido.

—¿Sabes qué es esto? —preguntó ella, dándole una vuelta a la linternita plateada entre sus dedos.

Él no respondió, pero por su expresión dedujo que sí que lo sabía.

—Resulta que hace unos días, en la biblioteca, encontré un libro muy interesante sobre el inventario de máquinas para cuidar androides que tenéis aquí —dijo ella, jugueteando con la linternita y mirándolo—. Al principio, dudaba que lo hubierais dejado atrás. Llegué a pensar que era antiguo y ya no servía de nada. Si hubiera sido importante, no lo habríais dejado ahí.

Hizo una pausa, deteniendo la linternita entre sus dedos.

—Pero... después me acordé de lo rápido fuiste viniendo al enterarte de que habíamos venido aquí. A esta preciosa zona.

—Estás cometiendo un grave error, Alice —le dijo él en voz baja.

—Y, tras pensarlo un poco —ella lo ignoró—, llegué a la conclusión de que nunca le diste demasiada importancia a la gente que vivía aquí con Max porque sabías que no conocían ese tipo de tecnología y era imposible que la llegaran a usar correctamente. Sin embargo, con un androide que conoce el funcionamiento de algunas de las máquinas y la ayuda de alguien que trabajaba en la Unión... ahí te empezaste a asustar, ¿verdad?

Ella apretó los labios y se metió la linternita en el bolsillo lentamente, mirándolo.

—Hiciéramos lo que hiciéramos, ibas a matarlos —dijo en voz baja—. Solo querías que Jake y yo saliéramos con vida.

Él no respondió.

—Porque tú destruiste nuestra ciudad, ¿no?

—Sí —ni siquiera parpadeó.

—Y nos dejaste ahí para morir —Alice lo decía precipitadamente—. No sé por qué lo hiciste si ahora me necesitas, pero ese era tu objetivo en ese momento, ¿no? Que muriéramos.

—Piensa lo que queiras.

—Y no sé que hiciste en nuestras memorias, pero no podemos recordarlo —dijo en voz baja.

El padre John esbozó una sonrisa amarga.

—Veo que, después de todo, sigues sin saber muchas cosas.

—Sé lo suficiente, John.

Por algún motivo que desconocía, ella supo que llamarlo así lo enfurecería. Tuvo el efecto deseado. Su mirada se volvió sombría.

—Alice... —él sonaba furioso. Había usado su nombre como advertencia.

—No me voy a entregar.

—Muy bien —para su sorpresa, él se había calmado—. Has llegado lejos, Alice, te lo concedo.

—¿Me lo concedes? —preguntó ella, casi divertida.

—Vamos a hacer un nuevo trato —replicó él—. Uno que nos beneficie a los dos, ¿qué te parece?

Ella entrecerró los ojos.

—Estoy deseando oírlo.

—No te haré nada. Ni a nadie de la ciudad. Tienes mi palabra.

—¿A cambio de qué?

—Del chico.

Ella negó con la cabeza, sonriendo.

—No lo necesito vivo para transformarlo, Alice —dijo él. Una amenaza.

Alice dejó de sonreír al instante y apretó los labios en una dura línea. El padre John dio un paso atrás, sorprendido, cuando ella se acercó y se plantó justo delante de él, furiosa.

—El momento en el que decidas dar un paso cerca de él, será el momento en que tengas una bala en el estómago —le dijo lentamente—, ¿lo has entendido bien?

Notó que Max la miraba de reojo y volvió a alejarse de John. Respiró hondo para calmarse. Eso todavía no había terminado.

—Vamos a hacer un nuevo trato —Alice repitió sus palabras—. Uno que nos beneficie a los dos. Pero esta vez lo diré yo.

—¿Tengo cara de querer seguir negociando nada contigo?

—Dile a Giulia que tire su pistola a mis pies.

Él dudó un momento antes de sonreír.

—¿Y por qué iba a hacer esa tontería?

—Porque eres un androide —le dijo lentamente—. Y eso con lo que te he apuntado ha registrado todos tus datos sobre creación de androides al ordenador que tiene mi amigo ahí dentro.

Él dejó de sonreír. Esta vez ni siquiera parecía enfadado. Se había quedado sin color en la cara. Giulia tampoco pareció muy divertida al ver la cara de horror de su líder.

—Veo que sabes de qué máquina hablo —murmuró Alice—. Si ahora hiciera un gesto... solo uno pequeño... él pulsaría un botón y todos esos registros desaparecían. No sabrías crear ningún otro androide.

El padre John no decía nada. Alice estaba segura de que estaba pensando a toda velocidad.

—La pistola —le recordó Max a Giulia.

Ella apretó los dientes cuando el padre John le asintió con la cabeza. Hizo un ademán de tirar la pistola al suelo, pero Max la detuvo. Ella lo miró, confusa.

—Mejor el cinturón entero.

Giulia parecía furiosa cuando lanzó el cinturón con todas sus armas al suelo. Alice se agachó tranquilamente y lo dejó detrás de ella, asegurándose de que no podrían alcanzarlo.

—Volviendo al tema del trato... —empezó ella— ahora, vas a alinear a tus hombres y a marcharte de aquí. Si vuelves a molestarme a mí o a Jake, o a cualquiera de los que me rodea, borraré toda la información que tienes sobre androides.

—Ya no la tengo —murmuró el padre John, furioso—. La tiene tu amigo en su ordenador.

—Ese es mi incentivo de que no volverás —le dijo Alice—. Comprenderás que no pueda fiarme mucho de tu palabra. En el momento en que esté segura de que nos dejarás en paz, te la devolveré. Si incumples el trato, lo borraré y el trabajo de tu vida se irá a la mierda. No creo que eso fuera a gustarte mucho.

El padre John tragó saliva.

—Muy bien —masculló—. Nos iremos.

—Eso no es todo —lo detuvo Alice.

Él ya se había dado la vuelta. La idea de perder todo su trabajo había hecho que ni siquiera lo pensara a la hora de rendirse.

—¿Qué más? —preguntó él en voz baja.

Eso no era parte del plan. Notó que Max la miraba, extrañado.

—Vas a soltar a todos los androides que tengas —le dijo Alice—. A todos. Y vas a proporcionarles un transporte seguro para que puedan venir aquí. Sanos y salvos. Todos y cada uno de ellos.

—Eso no...

—Y si tienes algún humano en contra de su voluntad, tendrá los mismos derechos que ellos.

—No voy a...

—No es negociable —le interrumpió Alice bruscamente.

El padre John apartó la mirada, apretando los dientes. Tardó unos segundos en responder. Giulia lo miraba fijamente, confusa. No estaba acostumbrada a perder.

Cuando él levantó la mirada, la miró con expresión de furia contenida. Alice se la sostuvo.

—Lo has hecho bien —asintió él con la cabeza, apretando los labios—. No puedo negarte eso.

—Gracias.

—Quizá sí que heredaras algo de mí, después de todo.

—¿Tenemos un trato o no?

El padre John sonrió amargamente y, sin dejar mirarla, se dirigió a Giulia.

—Informa a los nuestros del nuevo acuerdo, Giulia —asintió con la cabeza a Alice—. Tenemos un trato, hija.

Se miraron el uno al otro un segundo más antes de que él se diera la vuelta y se marchara apoyándose en su bastón.

Alice no se movió hasta que vio a la gente subiendo a sus coches, confusa. Entonces, cuando el último vehículo desapareció en la entrada del bosque, sintió que podía volver a respirar.

Lo habían conseguido. Habían ganado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro