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9 - El misterio del sótano

—Es una ciudad militar —les explicaba Rhett a Trisha y a Alice mientras iban los tres paseando por la ciudad—. Por eso solo hay soldados.

—¿Tampoco hay niños? —preguntó Alice, curiosa—. ¿O ancianos?

—Mandan a las personas demasiado mayores o pequeñas para luchar a nuestra ciudad. Por eso, ahí los entrenamos hasta que consideramos que están listos para venir aquí. Si es que alguna vez lo están —Rhett se detuvo—. Tú eras una de las candidatas, Trisha.

—Pues claro, soy genial.

—Viva la modestia —sonrió Alice.

—Ya están los demás para subestimarme, yo prefiero quererme a mí misma.

Alice puso una mueca. Igual debería pensar lo mismo de sí misma, aunque todavía no entendía mucho cómo funcionaba eso de los "complejos" o la "seguridad en uno mismo".

Siguieron andando por uno de los caminos que rodeaba los múltiples campos de entrenamiento. Todas las casas, entre ellas la de invitados en la que se alojaban, estaban al otro lado de un lago que estaba exactamente en el centro de la ciudad. El otro lado estaba reservado para las zonas comunitarias y de entrenamiento. Era increíble que le dedicaran tanto espacio solo a eso.

—¿Por qué te fuiste? —preguntó Alice, curiosa.

—No aceptan niños, ya te lo he dicho.

—Pero... eres el hijo del alcalde.

—No hacen excepciones —se limitó a responder él.

Trisha se había adelantado a ellos, metiéndose entre Kilian y Jake mientras los molestaba, a unos metros de distancia. Alice miró a Rhett con los ojos entrecerrados.

—Todavía no me has dicho cómo te fue con tu padre.

—¿A qué te refieres? —fingió confusión.

—A la conversación que tuviste ayer con él, Rhett. Lo sabes perfectamente. ¿Cómo fue?

—Bien, supongo —él apartó la mirada, algo incómodo.

—¿Solo eso?

—No hablamos de nada que no fuera Max, si es lo que estás preguntando.

Ella se quedó pensativa unos segundos.

—¿Él sabe que tú y yo...?

Dejó la frase incompleta a propósito, porque no estaba muy segura de cómo terminarla. Después de todo, no estaba muy segura de cuál era exactamente la relación que había entre ellos.

Suerte que Rhett no se pensaba tanto las cosas como ella.

—¿Que si le he contado que estamos juntos? —preguntó con media sonrisa.

—Eh... sí, eso.

—Alice, quiero que él sepa lo menos posible de mi vida —aseguró, esta vez mirándola—. Así que no, no lo sabe. Solo sabe tu nombre. Y me gustaría que siguiera así.

Hizo una pausa, torciendo el gesto.

—Aunque supongo que se lo imagina —añadió—. Sabe que no volvería a su ciudad a no ser que fuera por algo muy importante para mí, y volvimos por tu herida... si es un poco listo, habrá llegado a alguna conclusión.

Alice sonrió ligeramente y enganchó el brazo de Rhett con el suyo —el bueno, claro—, acercándose a él.

—Así que soy algo muy importante para ti, ¿eh?

—Tan importante como mi pistola.

Alice se separó de él, ofendida.

—¿Acabas de compararme con una maldita pistola?

—Oye —ahora Rhett parecía también ofendido—, ¡mi pistola es muy importante para mí!

—¡Pero es solo un objeto!

—Y tú solo eres una pesada. Deberías sentirte honrada con la comparación.

Alice se detuvo de golpe, ofendida, y le dio un puñetazo en el hombro. Para entonces, Rhett ya se estaba riendo a carcajadas, ignorando el golpe.

—Deberías haberte visto la cara —dijo, riendo y sacudiendo la cabeza.

—¡No tiene gracia!

—¡Solo era una broma!

—Pues tus bromas son estúpidas. ¡Como tú!

Rhett se llevó una mano al corazón.

—Dios mío, ¿acabas de llamarme estúpido? ¿Acaso has osado a hacerlo? ¿No te das cuenta de lo horriblemente ofensivo que es eso? ¡No puedes ir llamando estúpida a la gente solo porque sí! Dios mío, ¿y si alguien te hubiera oíd...?

—¡Deja ya de burlarte de mí! —Alice ya estaba roja de rabia.

Rhett seguía riendo, pero por lo menos se calló y le pasó un brazo por encima de los hombros.

—Era broma.

—Eso ya lo has dicho.

—Pero lo de que eres importante para mí no era broma —añadió.

Alice sonrió ligeramente, pero cuando la miró fingió que estaba ofendida otra vez.

El orgullo ante todo, claro.

***

La curiosidad la estaba matando.

Esa tarde, Rhett, Tina y Trisha estaban desaparecidos. Tenían una reunión con los guardianes de la ciudad —Ben, el padre de Rhett, incluido— para intentar convencerlos de que los apoyaran para ir a buscar a Max y enfrentarse a Ciudad Capital. Tina había puesto mala cara antes de irse, como si no estuviera muy segura de si iba a funcionar.

Sin embargo, de lo que sí estaba segura era de que no quería que Alice fuera con ellos.

—¿Por qué no? —había preguntado ella, enfurruñada.

—Acabo de darte el poco sedante de androides que he podido hacer y va a hacer efecto en cualquier momento —Tina puso los brazos en jarras, cosa que hacía siempre que hablaba a Alice como si fuera una niña pequeña (o a cualquier otra persona).

—¿Y qué? Solo estaré un poco adormilada, ¿no? Puedo ir igual.

—¿Un poco adormilada? Alice, vas a dormir al menos dos horas. Es un sedante muy potente.

—Pero...

—Te están buscando por todas partes por ser el androide que se fugó de la ciudad —añadió Trisha, mirándola con una ceja enarcada—. ¿En serio crees que la mejor idea del mundo es ir a hablar con los guardianes de una ciudad que ni siquiera sabemos si es de fiar?

Bueno, eso tenía cierta lógica. Así que le tocó quedarse.

Y Tina había dicho la verdad, porque se dejó caer en el sofá nada más se marcharon y se quedó dormida casi al instante. Tuvo que despertarla Jake dos horas más tarde, aunque los demás no habían vuelto todavía. Alice se frotó el brazo malo y se asomó para ver la herida, que apenas sentía, cosa que era un verdadero alivio.

Pero ahora no tenía tiempo para ver heridas. Ahora, tenía un objetivo. Un objetivo que llevaba atormentándola desde el día que habían llegado:

¿Qué demonios había tras la puerta del sótano?

Todavía escuchaba a Jake y Kilian jugando, correteando y riendo a carcajadas en la casa mientras ella se mantenía de pie delante de la puerta del sótano, abriendo y cerrando los puños. Estaba muy nerviosa y ni siquiera sabía explicar muy bien el por qué. Solo era una puerta. ¡Y solo le echaría un vistazo, no robaría nada!

¿Sería tan malo...?

No, no podía.

Peeeeeeeero...

No, la habían acogido. No podía hacerlo.

Peeeeeeero... si era solo una ojeadita rápida...

Aunque no estuviera bien...

Miró a su alrededor y volvió a contemplar la puerta. Se sentía como si fuera a tomar la decisión más importante de su vida cuando en realidad era una tontería. ¡Solo era un sótano! ¿Qué era lo peor que podía haber ahí abajo?

Finalmente, se encontró a sí misma, segura de que era una bobada, girando el pomo de la puerta. Para su sorpresa, la puerta se abrió al instante.

Lo primero que detectó fue el olor a algo característico. No supo qué era. Pero no era desagradable. Era... familiar.

Pasó una mano por la pared, buscando el interruptor, que encontró unos segundos después.

Se quedó contemplando la habitación que había delante de ella. Era una especie de estudio cuadrado, con solo luces. Ni un solo mueble. Podía escuchar el eco de sus pasos a medida que avanzaba, mirando las paredes blancas. Lo único destacable eran los cuadros colgados de las paredes, hechos todos con la misma técnica y color, y con una repetición continua...

...la de la cara de un niño pequeño de pelo oscuro y ojos claros, primero sonriendo, después serio, y enfadado, y alegre...

Alice reconoció la cara tan pronto como la vio, aunque ahora tuviera una pequeña diferencia, la de una cicatriz.

Entonces, si Rhett era el de las pinturas... ¿eran las pinturas de su madre? Había mencionado algo de ello.

Se acercó a la mayor, que fue la que más le llamó la atención. Era un cuadro simple, casi igual de grande que ella. Estaba hecho con colores muy claros. Reflejaba la mirada de un niño de unos diez años, mirándola directamente. El niño estaba serio, pero parecía calmado por algún motivo. Sus ojos reflejaban algo de malicia mientras jugueteaba con un palo en sus manos. Llevaba un polo rojo que le quedaba de maravilla, resaltando el claro de sus ojos verdes.

Se quedó mirándolo, embobada, encontrando todas las características comunes que tenía el Rhett pequeño con el actual. Le pareció increíblemente tierno.

—¿Qué haces?

Dio tal salto que temió haber roto algo a su alrededor. Se aseguró de que no era así y se dio la vuelta, encontrándose directamente con el padre de Rhett, que la miraba desde la pared que había justo al lado de la puerta, de brazos cruzados.

Parecía haber estado ahí un rato.

Ups.

—Yo... —no supo qué decir.

Oh, no. Necesitaba una excusa, rápido.

¡Pero es que su mirada intimidaba! Era como mirar a los ojos de un depredador al acecho. ¿Quién podía pensar con claridad en una situación así?

Ben dio un paso hacia ella, claramente poco contento.

—Tú, ¿qué?

Ella se quedó mirándolo. Era como una versión de Rhett, pero quitándole todo lo bueno y dejando todo lo malo. Dudaba que hacer lo mismo que hacía con Rhett para librarse de problemas sirviera esa vez.

Además, nunca había tenido una estrategia para librarse de los enfados de Rhett. Simplemente sonreía hasta que se le pasaba el enfado, cosa que solía funcionar bastante. No creía que con Ben fuera a tener los mismos resultados.

—Yo... —repitió, como una boba.

—Ahórrate las excusas —murmuró él.

Ella jugueteó con sus manos, aunque en el fondo intentaba aparentar seguridad en sí misma. No sabía mucho de Ben. Y todo lo que sabía, todo lo que Rhett le había contado, era malo. Ben se detuvo delante del cuadro que ella había estado mirando unos segundos antes y pareció quedarse inmerso en sus pensamientos.

Alice se permitió calmarse durante esos pocos instantes en que él estaba centrado en el cuadro, pero cuando se giró hacia ella de nuevo, sintió que todos los nervios volvían a ella.

Ben enarcó ligeramente una ceja, mirándola casi con curiosidad.

—Eres Alice, ¿no?

—Eh... sí.

—Bueno, era evidente —agregó, mirándola un segundo más, antes de centrarse de nuevo en el cuadro.

—¿El qué? —ella no pudo evitar sonar a la defensiva.

—Cuando le he preguntado a mi hijo por sus amigos, me ha hablado de todos menos de ti —dijo lentamente, mirándola para analizar su reacción—. De ti se ha limitado a decir que volviéramos al tema de Max. La última vez que me cambió de tema así, Rhett tenía catorce años y me había robado dinero para comprar su primera cerveza con sus amigos.

Alice ni siquiera recordaba lo que era cerveza, pero se esforzó en que su expresión no cambiara.

—Bueno, tú no eres cerveza, eso está claro —parecía una broma, pero su sonrisa no parecía sincera—. Pero voy a suponer que no eres solo una compañera más en su grupo. ¿Me equivoco?

Alice se quedó mirándolo. Era de esa clase de personas con las que uno no se atrevería jamás a intentar mentir. Así que no respondió. El hombre cambió su sonrisa a una más segura.

—Lo suponía. Además, suponía que no habría venido a la ciudad por cualquier persona. ¿Qué tal tu herida?

Alice miró su brazo, algo insegura.

—Ha mejorado mucho —le aseguró—. Es... mhm... gracias por dejarnos acceder al hospital.

Ben no dijo nada. No parecía alguien muy acostumbrado a los agradecimientos. Aunque Alice casi prefería que se quedara en silencio, claro. Quizá estaba dando la conversación por terminada y podría volver a casa.

—Debería irme —dijo ella rápidamente.

—No parecías tener tanta prisa mientras abrías la puerta.

—Yo... solo quería ver qué había —se sintió como una niña pequeña siendo regañada, otra cosa que solo conseguían Tina, Rhett y él.

—Cálmate. Nadie te va a castigar por eso —replicó—. Sabes qué son, ¿no?

—Cuadros —masculló ella.

Ben enarcó una ceja.

—Me imagino que sabes lo que es un cuadro. Me refiero a si sabes quién los pintó.

Ella miró el cuadro unos segundos, antes de asentir con la cabeza lentamente.

—De... su esposa, ¿no?

—Sí, eran suyos —dijo él, sin cambiar su expresión—. Antes de que muriera, claro. Ahora soy yo quien me encargo de ellos.

—Pero siguen siendo de ella —replicó Alice, sin poder contenerse.

Ese pequeño momento de rebeldía pareció hacerle gracia a Ben, que sonrió un poco más.

—Oh, claro que lo son. Y de Rhett, claro. Después de todo, él es el modelo. Intentó pintarme a mí unas cuantas veces, pero soy incapaz de hacer de modelo durante todo el tiempo que necesita un artista —la miró de nuevo—. ¿A ti te gusta pintar, Alice?

—¿A mí? No... nunca lo he hecho.

Dudaba que siquiera estuviera en su programa. Pero también había dudado de poder luchar, así que igual era buena pintando y no lo sabía todavía.

—¿Por qué no?

—Nunca me ha enseñado nadie. La gente parece bastante más interesada en que sepas luchar, no pintar.

—En eso tienes razón —murmuró él, sonriendo un poco.

—Además, en mi zo... —se cortó a sí misma bruscamente—. En mi ciudad nunca he visto a nadie pintando nada. Dudo que tuvieran incluso pinceles.

Lo miró, aterrada, esperando que pasara por alto que había estado a punto de decir que era de una zona distinta. Él no pareció darse cuenta del error.

—¿Y cuál es tu especialidad? Según lo que me han dicho, en vuestra ciudad tenéis ciertas... disciplinas en las que especializaros.

—Armas —dijo ella, sintiéndose un poco más segura por el cambio de tema.

—¿Armas? —pareció captar la atención de Ben—. Como Rhett.

—Él... era mi instructor.

—Ya veo —algo brilló en su mirada. Curiosidad—. Así os conocisteis. Espero que tengas paciencia, la necesitarás.

Alice no dijo nada, apretando los labios.

—¿Eres buena con las armas?

—Bueno...

—Deberías hacerme una demostración algún día. Quizá, después de todo esto, puedas quedarte aquí con Rhett.

Ella estaba empezando a preparar un rotundo no, pero se detuvo de golpe, mirándolo.

—¿Con... Rhett?

—¿No os ha hablado de lo que decidimos ayer? —preguntó Ben, completamente tranquilo a pesar de la expresión de ella—. Acordamos que, si todo salía bien, él se quedaría un año conmigo.

—¿Un año? Pero... eso es mucho tiempo.

—No tanto. Yo llevo muchos sin verlo. Seguro que en vuestra ciudad aguantan uno sin él.

Ella no supo cómo sentirse. Sabía que Rhett solo lo hacía por su propio bien, y que era lógico que un padre quisiera estar con su hijo, pero una parte de ella no podía dejar de sentirse como si quisiera impedirlo.

—¿No puede verlo en nuestra ciudad?

—Rhett no me verá en vuestra ciudad —dijo él, y por primera vez pareció un poco triste, apartando la mirada—. Alice, él y yo tenemos una relación un poco... complicada. He hecho lo que he podido estos años para acercarme a él, pero no ha querido saber nunca nada de mí.

—No creo que Rhett lo haga sin motivo —replicó ella, a la defensiva.

—Oh, no. Tiene un motivo —él suspiró, y a Alice le dio un poco de lástima—. Cree... cree que los abandoné. A él y a su madre.

—¿Por qué? —preguntó ella, en el mismo tono, cruzándose de brazos.

Ben respiró hondo y clavó la mirada en el cuadro antes de empezar a hablar.

—He trabajado en el ejército la mayor parte de mi vida. Estaba en un viaje cuando cayeron las bombas. Tuve suerte. En la zona en que estaba, esta, no llegó el impacto. Desgraciadamente, sí que llegaron a mi casa.

Alice intentó simular que conocía la historia, aunque Rhett nunca había dicho gran cosa de esa noche. Si es que había dicho algo.

—Todos quisimos volver en cuanto pudimos. Tardamos un día entero en llegar a lo que eran ya las ruinas de nuestras casas. La ciudad entera estaba en ruinas. Los refugiados estaban amontonados en los hospitales en mejor estado, que era insuficientes para tantos... y yo no sabía nada de mi familia.

»De hecho, tardé otro día en enterarme de que habían trasladado a los refugiados de esa zona al otro lado del condado. Cuando llegué al hospital, me dijeron que mi mujer estaba en mal estado, y que mi hijo estaba con ella, con una salud perfecta. Cuando Rhett nos dejó solos... los dos supimos qué hacer. No tardarían en mandar la otra tanda, y no podía pedir que trasladaran a una persona en tan mal estado. Era evidente que ella no... no podía sobrevivir al vuelo. Era imposible. En fin, tuve que mentir a Rhett para que se metiera en el avión en dirección aquí. No supo la verdad hasta que llegó. Creía que su madre se encontraría con nosotros al llegar. Pero... bueno, sabes cómo terminó eso, ¿no?

»Nuestra relación siempre había sido un poco conflictiva, pero a partir de ese momento, se volvió insostenible. Rhett no me dirigía la palabra. Me culpó de la muerte de su madre tanto tiempo que ni siquiera sé si llegó a dejar de hacerlo. Cuando quise darme cuenta, supe que si quería que fuera feliz, quizá su sitio estaba en otra parte, seguro del bosque... pero sin mí. Así que hablé con un viejo conocido, Max, que nunca ha tenido problema en acoger a los niños sin hogar para entrenarlos, y accedió. El día de la despedida ni siquiera me miró. Simplemente subió al coche y se marchó. Y esa fue la última vez que lo vi hasta ayer.

Alice tenía la mirada clavada en él. Podía sentir su pena en cada palabra. Tragó saliva, confusa por sus sentimientos contradictorios.

—Sé que no he sido el mejor padre del mundo, Alice —replicó él, mirándola—. Y sé que, probablemente, me estés odiando ahora mismo por lo que Rhett te habrá contado de mí, o porque parece que quiero separaros. Pero... sabes cómo son nuestras vidas. Prácticamente nos las jugamos todos los días. Y si esta es mi última oportunidad de recuperar a mi hijo, tengo que aprovecharla.

Ella se quedó mirando el suelo unos segundos, muda por la sorpresa. Finalmente, fue capaz de decir algo.

—Lo entiendo —dijo, finalmente.

Ben sonrió un poco, mirándola.

—Me alegra que lo entiendas. Ahora... espero que Rhett también lo haga.

Tras unos segundos de silencio en los que ambos pensaron en sus cosas, Ben suspiró.

—Espero que esta visita haya satisfecho tu curiosidad.

—Más que eso —aseguró ella en voz baja antes de mirarlo—. ¿Por qué no está en la reunión de los guardianes?

—Porque esas reuniones son eternas, aburridas e insoportables. Prefería dar una vuelta. Vengo mucho a ver estos cuadros. Lo que no esperaba era encontrar compañía.

Alice enrojeció un poco cuando le dirigió una breve mirada de reproche, pero él retomó el hilo de la conversación enseguida.

—Ahora, yo tengo trabajo que hacer y tú deberías volver a tu casa. No creo que tardéis mucho en ir a cenar.

Alice se despidió de él, algo incómoda, y subió las escaleras.

Un rato más tarde, estaban todos en la mesa cenando, y aunque ella se reía y participaba en la conversación, una parte de ella estaba pensando en Ben y en lo que le había dicho. Miró a Rhett, pensativa, y así siguió cuando todos se dirigieron a sus habitaciones.

Ella se había duchado la primera, y estaba metida en la cama mirando el techo como una idiota cuando él salió sin camiseta —cosa que agradeció para poder mirar con todo privilegio, aunque tenía la parte superior de la espalda cubierta de pequeñas cicatrices— y se puso a rebuscar en el armario algo que ponerse.

—¿Qué buscas tanto? —preguntó, mirándolo de arriba a abajo aprovechando que él estaba de espaldas a ella.

—Una camiseta que no sea amarilla o naranja. Odio esos colores.

—Eres aburrido incluso en eso —ella puso los ojos en blanco—. Negro, gris y azul oscuro. No sales de esa línea.

—¿Quieres que nos pongamos a hablar de tu ropa? Porque sería una conversación larga.

Alice miró su atuendo, ofendida. Llevaba una camiseta amarillo chillón con un sol sonriente en medio.

¡Era genial!

—A mí me gusta mi ropa —refunfuñó.

Rhett agarró una camiseta oscura y la lanzó a la cama. Mientras cerraba el armario, Alice no pudo evitar sacar el tema.

—Hoy... he hablado con alguien.

La frase quedó suspendida en el aire unos segundos en los que Rhett se detuvo en seco, de espaldas a ella. Alice observó su reacción atentamente, preguntándose qué diría.

Pero no dijo nada. Simplemente terminó de cerrar el armario y se dirigió a la cama para ponerse la camiseta, sin mirarla.

—¿Ah, sí? —preguntó él en voz baja.

—Sí. Hemos hablado un buen rato. De ti.

Rhett levantó la mirada lentamente para clavarla en ella.

—Dime que no has hablado con mi padre, Alice.

—No parecía tan malo...

Rhett cerró los ojos un momento, antes de clavar una mirada indescifrable en ella.

—No quiero que estés con él. Nunca.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

Ella parpadeó, sorprendida.

—¿Me estás dando órdenes?

—Sí.

—¿Tengo que recordarte que ya no eres mi instructor, Rhett? Aquí cada uno obedece las órdenes que quiere.

—Pues tómatelo como una sugerencia, pero no quiero que te acerques a él. Lo digo en serio.

—¿Por qué no? No me ha parecido mala persona.

Rhett la miró un segundo, antes de soltar un resoplido en forma de burla.

—No te ha parecido mala persona —repitió, como si le hubiera dicho que Deane era buena persona.

—Pues... no. Hemos hablado sobre ti, sobre tu madre, y...

—¿Sobre qué? —preguntó él, mirándola.

Alice dejó de hablar al instante.

—¿Sobre qué, Alice? —repitió, furioso.

—Yo...

—¿Te ha hablado de mi madre?

—Rhett... es su mujer.

—Era —replicó, mirándola fijamente—. Porque está muerta. Y por su culpa.

Ella pensó un momento lo que iba a decir.

—Quizá... quizá lo culpas a él porque...

—Oh, claro, ya veo lo que ha pasado —replicó Rhett, y parecía más enfadado que nunca—. Te ha contado la historia del padre desesperado por recuperar el amor de su pobre hijo perdido, ¿no?

—¿Qué? No. Simplemente me ha contado su versión de la historia.

—Pues su versión es una basura. ¿Sabes qué es lo único que le importa? Su maldita ciudad. Yo le importo una mierda.

—Rhett, no entiendo...

—Claro que no lo entiendes —replicó, agarrando su chaqueta bruscamente—. Ya vendré más tarde.

Ella se quedó mirando la puerta cerrada unos segundos, sorprendida. Después, se puso de pie y se apresuró a seguirlo. Lo encontró cerrando la puerta de la entrada. 

Tras unos segundos dudando, respiró hondo y abrió la puerta otra vez. Rhett estaba sentado en las escaleras del edificio, con los codos apoyados en las rodillas. Alice se quedó mirándolo un momento, dubitativa, y luego se sentó a su lado, con una distancia prudente.

—Sabía que no había sido una buena idea venir aquí —masculló él.

—Aquí tenemos una casa y comida —le dijo ella en voz baja—. Es mejor que dormir en casas abandonadas con alguien despierto para que vigile.

—Sí, pero... —Rhett negó con la cabeza—. No lo soporto. No puedo estar en la misma habitación que él. Yo... lo odio. Y odio todavía más que me use para que la gente sienta pena por él.

Hubo un momento de silencio. Alice se mordió el labio inferior y se arrastró un poco más cerca de él, poniéndole una mano en la rodilla.

—Rhett —dijo ella lentamente—, no he ido a hablar con él voluntariamente. Ha sido casualidad. Además... nunca lo escucharía a él antes que a ti. Deberías saberlo.

Él asintió con la cabeza lentamente. Parecía haberse calmado.

—Siento haberte gritado.

—Deberíamos dejar de pedir disculpas cada vez que nos gritamos el uno al otro —sugirió ella, sonriendo.

—No me importa pedirte perdón —él se arrastró hacia ella, pasándole un brazo por encima del hombro para apretujarla contra sí mismo—. Bonitas bragas.

—Son horribles —ella se miró a sí misma. Eran unas bragas negras, lisas, aburridas.

—A mí me gustan.

—Porque eres un aburrido, también.

Rhett enarcó una ceja.

—¿Ya empezamos?

—Te lo digo con cariño —aseguró ella, divertida—. Pero ¿podemos volver junto a esa preciosa chimenea? Te recuerdo el frío que hace. Y yo voy en bragas.

Él se quitó la chaqueta y se la puso encima de los hombros. Alice se la pasó rápidamente y se cubrió a sí misma hasta la mitad de los muslos. Él no parecía tener frío.

—Me gusta estar aquí —replicó Rhett.

—¿Congelándote?

—Ahí dentro, tengo la sensación de que Jake abrirá la puerta en cualquier momento y me lanzará un zapato a la cabeza.

—Dudo que lo haga. Creo que, en el fondo, le das miedo.

—Pues como a todo el mundo.

—A mí no me das miedo.

—Pero al principio te lo daba, asúmelo.

—En realidad, lo que sentía era curiosidad.

Rhett la miró, confuso.

—¿Curiosidad? ¿Por qué?

—Por... la cicatriz. Por tu actitud. Estaba acostumbrada a que las figuras de autoridad de mi vida fueran hombres bastante mayores que tú, muy serios, siempre perfectos... y tú eras todo lo contrario.

—No sé si sentirme halagado.

—Además, sentía otra cosa.

Rhett la miró al darse cuanta de que no iba a seguir hablando.

—¿Qué cosa? —sonrió—. ¿Odio?

—No. Era más bien... mhm... puede que me llamaras la atención.

Alice casi estaba esperando una réplica ingeniosa y burlona, pero Rhett se limitó a contemplarla con perplejidad.

—¿Me estás diciendo que te gustaba?

—¡Bueno, yo no sabía lo que era que alguien te gustara! Solo sentía curiosidad por saber más de ti, te miraba más de lo necesario... todo eso —enrojeció sin saber muy bien por qué.

Rhett sonreía, encantado, cosa que no esperaba en él.

—Así que te gusté desde el principio, ¿eh?

—Uf... lo que te faltaba para ser un engreído...

—Si te consuela, tú también me gustaste desde el principio. Y eso que parecías tan perdida como un pingüino en un garaje.

Alice resopló, apartándose un poco de él.

—Pero yo fui creada para eso —murmuró, frunciendo un poco el ceño—. Para parecerte atractiva. No es un gran consuelo.

—Pero ¿qué dices?

—Que los androides son atractivos a propósito, para que los humanos os intereséis por nosotros y pasemos desapercibidos. Cualquiera habría podido sentir atracción inicial por mí.

Hubo un instante de silencio en que ella notó que Rhett la miraba fijamente, perplejo.

—No lo he dicho como si fuera lo único que me gusta de ti, Alice. Es decir... es un buen añadido, uno genial, pero no lo es todo. Si fuera algo simplemente físico, no habría arriesgado mi puesto en la ciudad por estar contigo, ni me habría escapado contigo, ni habría venido a esta mierda de ciudad contigo.

Alice sonrió un poco, pero no dijo nada. Él debió entender que quería cambiar de tema, porque eso hizo, mirando a su alrededor como si acabara de olvidar la conversación que estaban teniendo.

—Cuando vivía aquí, esta solía ser mi parte favorita de la ciudad.

Alice miró a su alrededor.

—¿Por qué? No hay nada.

—Por eso. Nadie venía nunca. Podía estar solo.

—Pues estoy alterando tu soledad.

—No me molesta —aseguró, mirándola.

—Me tomaré eso como un halago.

Se quedaron un momento en silencio. Rhett se quedó mirando fijamente el camino vacío que tenían delante, húmedo por la llovizna que había caído unos minutos antes de que salieran de la casa. Pareció pensativo.

—La echo de menos —dijo, en voz baja.

Alice lo miró, sin comprender.

—A mi madre —aclaró Rhett, sin mirarla—. Yo... la echo muchísimo de menos. Ella sabría qué hacer en una situación así. Sabría... siempre fue la mejor para calmarnos a mi padre y a mí. Sin ella, no puedo estar cerca de él. Ojalá estuviera aquí.

Ella se quedó mirándolo en silencio. No sabía qué decirle. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

—Sigo sin poder creerme que esté muerta —murmuró Rhett.

De pronto, la miró, como si Alice pudiera hacer algo para solucionarlo. Ella apretó los labios.

—Ojalá pudiera decir algo que hiciera que te sintieras mejor —susurró.

—Quédate conmigo —pidió en voz baja.

Alice se acercó a él, que se había separado a medida que iba hablando, y lo abrazo con ambos brazos, apretando la cabeza en su pecho. Rhett tardó un poco en devolverle el abrazo, pero finalmente lo hizo. Alice cerró los ojos con fuerza antes de echar la cabeza hacia atrás para mirarlo.

—Yo también perdí a mi padre —dijo en voz baja—. Sé que no es un gran consuelo, pero... sé lo que se siente. Y sé que no hay nada que pueda decir para que te sientas mejor.

—Lo único que desearía es ser capaz de pensar en ella sin sentirme triste. Es... es como si todos sus recuerdos... incluso los felices... me dejaran un sabor amargo en la boca. Y no es justo.

Ella asintió con la cabeza.

—Suenas más inteligente de lo que eres cuando dices esas cosas —susurró, bromeando.

Él esbozó una sonrisa un poco triste.

—Acabas de cortar el momento emotivo.

—¿Prefieres que me ponga a llorar?

—No. Me gusta más tu sonrisa. Venga, vamos dentro.

—Estoy bien aquí.

—No, aquí estás temblando.

Así que los dos se pusieron de pie y volvieron a entrar a la casa.

Volvieron a la habitación y Alice le devolvió la chaqueta, que él dejó en el sillón del fondo. Ella se metió primero en la cama, y esperó impacientemente a que él hiciera lo mismo para rodearlo de brazos y piernas. Rhett ya se había acostumbrado tanto que ni siquiera hizo un ademán de apartarse.

Pero, cuando apagó la luz, Alice lo miró.

—Oye, espera. No me has dicho de qué habéis hablado hoy.

—Ah, sí... —él se pasó una mano por la cara—. Pasado mañana lo haremos.

—¿Haréis qué?

—Iremos a la ciudad. Ya somos un grupo lo suficientemente grande —aseguró Rhett, mirándola.

—¿Irás con ellos?

—Por supuesto.

—Pero... ¿y las otras ciudades?

—No hay tiempo. Y ni siquiera es seguro que nos apoyen. Quizá lo harían más si vieran que hemos conseguido rescatar a Max. Se darían cuenta de que los de Ciudad Capital también cometen errores. Y todos los que cometen errores pueden ser superados.

Alice se mordió el labio, insegura, y Rhett debió darse cuenta de ello, porque la miró.

—No es tan peligroso como parece. Yo ni siquiera entraré en el edificio —aseguró—. Soy de los que se quedarán fuera de la ciudad. Fue idea de mi padre.

Alice sintió ganas de abrazar a Ben al instante. Suspiró, aliviada.

—¿Y yo qué haré? Porque si me quedo aquí esperando, creo que me volveré loca.

—Tú te quedarás con Tina, Jake, Kilian... y mi padre. Creo que te asignarán una radio para que puedas comunicarte con nosotros.

—¿Podré hablar contigo?

—Eso creo.

—¿Podré irritarte?

—No —frunció el ceño.

—Me lo tomaré como un sí —sonrió ampliamente antes de apagar la luz—. Ahora sí, buenas noches.


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