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7 - Las cicatrices

Alice abrió los ojos lentamente, adormilada.

Estaba abrazada a alguien. Miró mejor. De hecho, Rhett estaba a su lado, estirado con cuidado de no tocarla y dormido, pero ella estaba abrazada como un animal a a la rama de un árbol.

Y, entonces, se dio cuenta de algo.

No había soñado nada.

Un momento...

¡No había soñado nada!

Estiró la mano para despertar a Rhett, sonriente, pero se detuvo al darse cuenta de que podía dejar que siguiera durmiendo un poco en lugar de molestarlo. Levantó la cabeza y vio que la única despierta era Tina, que estaba junto al río, limpiando la camiseta que había usado el día anterior. Alice decidió acercarse a ella, estirándose.

—Buenos días —la saludó felizmente.

—Oh, buenos días —pareció algo sorprendida por el repentino ataque de felicidad—. ¿Qué tal tu brazo?

—Bah, no es nada.

—¿Que no es...?

—Hoy no he soñado nada —le anunció alegremente.

Tina se quedó mirándola un instante, confusa.

—Oh, pues... me alegro por ti, supongo.

Alice metió las manos en el agua y se las pasó por la cara, limpiándosela y despertándose por completo. Cuando terminó, Tina todavía estaba intentando frotar la camiseta.

—Si lo haces así solo conseguirás romperla —dijo Alice, sin saber por qué.

Tina se giró hacia ella, confusa.

—¿Qué?

—Tienes que hacerlo en círculos —le dijo—. Mira, así... ¿ves?

Tina pareció sorprendida al ver que la mancha empezaba a desaparecer. Al final, Alice se encargó del resto de la camiseta mientras Tina la miraba.

—¿Cómo sabes hacer eso?

—No... no lo sé —admitió ella.

—Bueno, yo nunca había lavado nada en un río, así que ha sido bastante útil.

—Quizá en esa ciudad tengan algo que nos ayude a hacerlo.

—Sí... —Tina miró un momento al grupo—. ¿Rhett te ha hablado de ello?

—¿De su padre?

—Sí, de su padre.

—Mhm... no demasiado, ¿por qué?

Tina pareció algo incómoda.

—Quizá deberías preguntarle a él.

—¿Por qué? —Alice dejó de frotar, algo confusa.

—Su padre es... ¿cómo decirlo? Mhm...

—Espera, ¿lo conoces?

—Sí, ha venido alguna vez a la ciudad. Max y él no se llevan demasiado bien, pero hemos tenido que mandar soldados algunas veces, y...

—Espera, espera —Alice tenía tantas preguntas que no sabía ni por dónde empezar—. ¿Soldados? ¿Max? ¿Qué...?

—Lo entenderás mejor cuando lleguemos —le aseguró.

—Pero... Rhett me dijo que hacía mucho que no veía a su padre. ¿No lo veía cuando iba de visita a Ciudad Central?

—Siempre que se enteraba de que iba a visitarnos, se marchaba o encontraba algo que hacer para no verlo.

—Pero... ¿por qué?

—Cielo, su padre es... —Tina no parecía querer decir las palabras exactas en las que pensaba— ...difícil de tratar.

—¿Como Rhett? —ella sonrió, pero dejó de hacerlo cuando vio que Tina estaba muy seria.

—No, no como él. Rhett es un buen chico, aunque tenga algo de mal carácter. Solo tienes que aprender a conocerlo para darte cuenta de ello.

En eso, no le faltaba razón. Alice dirigió una mirada de reojo al aludido, que seguía durmiendo en su cama improvisada.

—Si tan mal se lleva con él... ¿por qué vamos a ver a su padre?

—Porque es la ciudad que queda más cercana, y tú necesitas que alguien te mire ese brazo urgentemente —le dedicó una pequeña sonrisa comprensiva—. No era el plan inicial porque Rhett no quería ver a su padre, pero... tuvimos que improvisar sobre la marcha.

—Por mi culpa —concluyó Alice con una mueca.

—No es culpa tuya que te dispararan. Y tú habrías hecho lo mismo para cualquiera de nosotros. No te tortures por eso.

Alice removió el agua con un dedo, pensativa, mientras notaba que Tina la miraba.

—¿Dónde íbamos a ir? —preguntó al final, con curiosidad—. ¿Cuál era el primer plan?

—Bueno... todavía hay unas cuantas ciudades a las que podríamos pedir ayuda.

—¿Ayuda para qué?

—Para rescatar a Max. Para negociar con Ciudad Capital y que dejen de extorsionarnos a todos solo porque pueden hacerlo...

—¿Crees que las otras ciudades te ayudarían?

Tina lo pensó un momento, estirando la camiseta.

—Los del dominio... puede que sí. Es a los que iba a pedirles ayuda. Los de Ciudad Jardín quizá también, igual que los de las Islas Escudo, pero los demás...

—¿Y cómo se llama la ciudad a la que vamos ahora?

—Colmillo gris —Tina sonrió de lado—, pero no te recomiendo decírselo a ninguno de sus habitantes.

—¿Por qué no?

—Es una burla. Su ciudad en realidad se llama Ciudad Este, pero... bueno... tienen fama de ser un poco agresivos. Y la ciudad está rodeada de montañas, así que...

—Colmillo gris —Alice sonrió un poco—. No es muy ingenioso.

—Si las ciudades tuvieran nombres complicados e ingeniosos, nadie se acordaría de ellos. Todo el mundo se acuerda mejor de las burlas.

Alice no se atrevió a preguntar nada a Rhett acerca de su padre, su conversación con Tina ya le había dado demasiado para pensar. De hecho, nadie dijo gran cosa. Se dedicaron a recorrer lo que quedaba de bosque durante toda la mañana para encontrarse con otra ciudad abandonada mucho más pequeña que la anterior, con muchísimos menos edificios, más viejos que los anteriores. Jake y ella iban por delante de los demás, con Kilian saltando felizmente por delante de ellos.

—¿Cómo era esto antes de que lo quemaran? —preguntó Alice, curiosa.

—Ruidoso, la verdad.

—¿Tú vivías aquí?

—¿Yo? Bueno... mi familia era de Atlanta.

—Ah. ¿Y eso qué es?

Jake sonrió, divertido.

—Pues era una ciudad.

—Ajá —Alice había estudiado eso en su zona, pero muy por encima y ya no se acordaba—. ¿Y ahora dónde estamos?

—Pues... en una de las pocas partes no-contaminadas del mundo. No hay muchas. Si no me equivoco, creo que solo hay tres habitables. No sé exactamente dónde está. Creo que entre Francia y Suiza... por ahí. Ahora no tiene nombre. Solo lo llaman tierra buena de vez en cuando, pero ya sabes... nadie quiere pensar en todo lo que se perdió.

—¿Rhett también es de At... lan... eso?

—No —Jake sonrió—. ¿No has notado su acento? Él era de Bradford.

—Ah... —Alice no tenía ni idea de qué hablaba—. ¿Y siempre has vivido con Max?

—Sí, igual que la mayoría de chicos que hay ahí.

Alice se mordisqueó el labio inferior, curiosa.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro.

—¿Por qué Rhett y Max se llevan tan mal?

Jake pareció tensarse un poco.

—Bueno, si ellos no te han dicho nada...

—Ellos no me dirán nada, ya los conoces, Jake.

—Está bien... pero no se lo cuentes a nadie.

Qué fácil de convencer era el pobre Jake. Alice casi se sintió culpable.

¡Pero no tanto como para no querer saberlo!

—No se lo diré a nadie —le aseguró.

Alice estaba ansiosa. Hacía muchísimo tiempo que quería saberlo y no se había atrevido a preguntárselo a nadie. Miró a Jake, que respiró hondo antes de empezar.

—Verás... antes, hace tres años... o cuatro, no me acuerdo, Rhett estaba al mismo nivel que Max. Se encargaba de todas las exploraciones, de los comerciantes... Max lo consideraba como un segundo hijo y esas cosas cursis y aburridas. Es decir, que llevaban genial.

Kilian saltó por delante de ellos y volvió a desaparecer, distrayendo por una momento a Jake.

—La hija de Max, que en esos momentos tendría quince años...

—¿La hija de Max?

—Sí.

—¿Está...?

—Déjame hablar. Sí, lo está, pero todavía no he llegado ahí. En fin, era muy buena en combate y esas cosas, pero era muy impulsiva. Y, si te soy sincero, a mí no me caía demasiado bien. Tenía demasiada... no sé cómo decirlo. Bueno, sí. Era una creída. Era como si los demás fuéramos unos inútiles a su lado. La cosa es que suplicaba a Rhett ir con él en todas las expediciones, pero él se negaba por respeto a su padre.

—Pero, si estaba en el grupo de avanzados...

—Pero Max era muy protector con ella. Además, dudo que ni siquiera quisiera saber nada de las exploraciones. Solo quería pasar tiempo con Rhett.

—Espera —Alice lo miró, sin saber por qué, pero preocupada—, ¿ellos dos...?

—¿Qué? ¡No! —Jake negó con la cabeza, calmándola—. Ella era la que estaba colada por él. Pero Rhett nunca le hizo demasiado caso, la verdad. No era como contigo. De hecho, más de una vez tuvo que ser bastante malo con ella para que se apartara, era muy...

—Jake —ella advirtió que se estaba desviando de la historia.

 —Ah, sí. Perdón. En fin, cuando ella, Emma, cumplió los quince, Rhett decidió llevarla a su primera exploración como regalo; iba a ser algo sencillo, solo tenía que intercambiar algo con los de las caravanas, que venden plantas y medicinas a cambio de armas. Rhett, Emma y los demás hicieron el intercambio, y todo fue bien hasta que tuvieron que cruzar una de las ciudades quemadas para volver. Se encontraron a los salvajes, claro.

—¿Y qué pasó? —preguntó Alice, al ver que se detenía.

Desgraciadamente, ya podía imaginarlo. Debía ser la fatídica historia que le había contado Trisha.

—Bueno... no lo sabemos del todo —murmuró Jake—. Rhett nunca habla de ello. Pero conseguimos que nos contara que mantuvieron a algunos prisioneros por si Max ofrecía algo a cambio de ellos. Rhett y Emma fueron dos de los prisioneros. Pero... bueno, en Ciudad Central tampoco es que haya gran cosa, ¿no? Ya lo habrás comprobado. Y nadie sabía qué hacer. Era todo un desastre. Max fue a buscarlos más de diez veces sin conseguir nada. Estaba desesperado. 

—¿Y qué pasó cuando volvieron? —preguntó ella, temiéndose el final.

—¿Volvieron? Alice... solo volvió Rhett.

Los dos se quedaron en silencio durante unos instantes. Alice recordó la mueca de Trisha cuando le contó la misma historia, solo que mucho menos detallada.

—Iba... —Jake lo pensó un momento—. Yo estaba ahí la noche en que llegó. No sé cómo lo hizo. Lo encontraron tirado en el suelo de la entrada de la ciudad. Al principio, pensamos que era posible que se hubiera desmayado al llegar, pero era imposible que... con esas heridas... eran horribles, Alice. Los salvajes son... horribles. Tienen muchas maneras de divertirse con la gente que consiguen atrapar. Por lo poco que escuché, habían intentado ver cuánto podía sangrar Rhett antes de morir.

Ella tragó saliva, incómoda por la conversación. Ni siquiera podía imaginarse la escena. O, más bien, no quería.

—Has dicho que era imposible que viniera por sí mismo —dijo—. Entonces, ¿cómo lo hizo?

—No se sabe. No habla de ese día. Nunca.

—Me extraña que nadie le haya preguntado.

—¿Después de ver cómo lo trata Max con el tema?

—¿A qué te refieres?

—Se llevan mal por eso, Alice. Max lo culpa de la muerte de Emma.

Ella negó con la cabeza. Se lo había imaginado.

—Los primeros meses fueron horrible —murmuró Jake—. Lo trataba... tan mal... y nadie se atrevía a intervenir. Le quitó casi todo lo que tenía en la ciudad; el sitio en la mesa de instructores, una habitación privada, el derecho a ir de exploraciones... y lo renegó al puesto de profesor de iniciados. Con el tiempo, Tina convenció a Max de que le devolviera algunas cosas, como la habitación y el sitio en la mesa, pero... dudo que jamás le deje volver a salir en alguna exploración.

—Pero... culpar a Rhett no solucionará nada.

—Eso díselo a alguien a quien se le acaba de morir la hija.

—¿Y Rhett nunca se ha defendido?

—No —Jake frunció el ceño—. Nunca.

—¿Por qué?

—No lo sé —Jake suspiró—. Quizá... porque él también se siente culpable, de alguna forma.

Estuvieron en silencio lo que quedaba de camino. Alice echó una ojeada a Rhett, que iba caminando el primero, mirando al frente con el ceño fruncido, como de costumbre. Sin poder evitarlo, miró su mano, donde el guante roto daba un poco de visión a las cicatrices. Aunque claro, la mayor era la de la cara.

Solo de imaginarse lo que habría sido estar en su piel durante esos momentos hizo que se le revolviera el estómago y volvió la vista al frente.

Al final, se hizo de noche antes de llegar a Colmillo Gris, así que, como cada noche —y esa sí sería la última—, escogieron una casa, hicieron un fuego y cada cual se hizo una cama improvisada alrededor del fuego tras comprobar que no había habitaciones.

Durante la cena, quizá las cosas habrían sido menos incómodas si Kilian no hubiera estado pegado a Alice de brazos y piernas con una gran sonrisa, ganándose varias miradas afiladas de Rhett.

—¿No puedes despegártelo? —protestó él al final, señalándolo.

—Eh... ¿Jake? —Alice lo miró en busca de ayuda.

—Solo quiere cuidar de ti —se encogió de hombros.

Trisha se lo pasaba en grande viendo la cara de amargura de Rhett.

Al final, Alice se quitó los brazos y las piernas de Kilian de su alrededor y el niño, lejos de estar enfadado por ello, se puso de pie de un salto y salió de la casa por una de las ventanas.

—Va a cenar —le dijo Jake.

—¿Es demasiado genial para cenar con los demás? —Rhett enarcó una ceja.

—Le gusta cazar. ¡Y deja de criticarlo!

—Pues suplica para que no lo encuentren sus amiguitos salvajes.

Fue como si Alice y Jake se acordaran a la vez de la conversación que habían tenido por el camino, porque agacharon las cabezas casi simultáneamente.

—¿Qué pasa? —preguntó Rhett, mirándolos con desconfianza.

—Oye —Trisha frunció el ceño, distrayéndolos de la conversación—, ¿quién me ha robado mi manta azul? ¿Tantas ganas tenéis de morir?

Esa noche hicieron inventario, prepararon sus cosas y cada uno se metió en su cama. El primer turno era de Rhett, así que miró su espalda durante unos minutos, antes de quedarse dormida. Parecía que habían pasado dos segundos cuando abrió los ojos de nuevo, viendo que Rhett despertaba a Trisha por el hombro.

—Te toca.

Trisha se incorporó lentamente, salió de la casa y se quedó sentada en la puerta con una escopeta en la mano, mirando a su alrededor con cara de sueño.

Alice había estado fijándose en lo que hacía cada uno durante su guardia; ella limpiaba sus armas, Trisha solía aprovechar para practicar los ejercicios que les habían enseñado en clase, Tina hacía inventario de sus cosas, Jake comía o canturreaba y Rhett se limitaba a pasearse por el campamento.

Justo cuando Trisha empezó a estirarse y cerró la puerta, Alice bostezó, preguntándose cuándo sería su turno.

Rhett, para sorpresa de Alice, se acercó a ella directamente, por lo que se apartó para dejarle lugar. De hecho, Rhett ni siquiera se había hecho una cama.

Cuando estuvieron los dos en la cama improvisada, él la miró.

—Lo siento, ¿te he despertado?

—No —ella se pegó como una lapa a él, que se removió (un poco menos incómodo que el día anterior, eso sí).

Lo miró fijamente unos segundos, dudando.

—¿Cómo te las hiciste? —preguntó directamente, en un susurro para no despertar a los demás.

—¿El qué? —preguntó Rhett sin abrir los ojos.

—La cicatriz. De la cara.

Durante un instante, temió haber sido demasiado brusca. Y le dio la sensación de que Rhett se había tensado.

Sin embargo, él se limitó a sonreír de lado.

—¿No te gusta o qué?

—Sí me gusta.

—Yo entero te gusto —sonrió con los ojos cerrados.

—Era curiosidad.

Él suspiró y abrió los ojos.

—¿Por qué preguntas eso?

—Ya te lo he dicho, curiosidad.

Él apretó los labios.

—No me gusta hablar de eso, Alice.

—Está bien...

Pero se quedó mirándolo fijamente. Al final, él suspiró, irritado.

—Los salvajes.

No quería ser morbosa, pero quería hacerse una idea de lo que una salvaje podía llegar a hacer.

—¿Cómo...?

—Sinceramente, apenas lo recuerdo —murmuró él—. Lo único que sé es que fueron ellos.

No parecía muy dispuesto a hablar más, así que ella insistió.

—Jake me ha contado lo de Max.

—Ya veo —él no pareció sorprendido.

—No le eches la culpa, yo he preguntado.

—Lo suponía. Lo que no entiendo es el por qué no me lo has preguntado a mí.

—Sabía que no me lo dirías.

—Sí te lo habría dicho —murmuró, sin mirarla.

—Nunca haces nada de lo que te digo.

—Lo hago cuando eres razonable.

—Entonces, lo de la cara...

Él suspiró, parecía empezar a enfadarse.

—Alice, te he dicho que no quería hablar de ello.

—Pero... ¡me acabas de decir que te lo pregunte a ti!

—¿Y qué? ¿No puedes dejarlo estar?

—Pero...

—Alice —sonó a advertencia.

—¡Solo quiero...!

—Muy bien, ¿qué quieres saber? —él la miró de pronto, enfadado, haciendo que ella se echara hacia atrás enseguida—. ¿El proceso en el que te cortan la piel? ¿Quieres saber lo que duele? Apenas me acuerdo, porque lo que sé es que quedé inconsciente del dolor.

Alice, parpadeó, sorprendida.

—¿Qué? No, Rhett, yo...

—Además, les gusta jugar con la comida. O lo que sea que fuera para ellos. Porque se esmeraron mucho en que no muriera desangrado. No. En su lugar, me cauterizaron las heridas. ¿Sabes lo que es eso?

—No, pero...

Estaba empezando a asustarse por lo agresivo que sonaba. Se echó aún más hacia atrás, alejándose de él.

—Pues si miraras mi espalda lo sabrías. O mi cara, por ejemplo. ¿Te crees que una cicatriz queda así por un corte? No. Queda así si luego le pones algo ardiendo encima.

—Rhett...

—O mejor, ¿por qué no hablamos de cómo sacrifican a personas humanas por puro entretenimiento? Y de una manera que parece gustarles especialmente, que es atarlos en un poste y quemarlos vivos. O, si no les apetece, simplemente cortándoles la garganta.

—Ya vale, Rhett...

—O de cómo te hacen cortes por todo el cuerpo para que no mueras desangrado, pero seas incapaz de moverte. ¿De cuál quieres hablar, Alice?

—Lo entiendo, ¿vale? No debí...

—No debiste preguntar, no.

—No quería que te pusieras así —dijo ella en voz baja.

—Te dije que no quería hablar del tema. Y tú has insistido. Porque quieres saber los detalles, ¿no? Ahora estarás contenta, espero.

—No quiero saber...

—Sé lo que quieres, como todos los demás. Los jodidos detalles. Como si saberlos fuera a servir de algo. Si lo que quieres es saber cómo se mata a una niña de quince años, o cómo se tortura al imbécil que la ha traído, entonces vete a ver una película gore y déjame en paz.

Rhett respiró hondo al terminar. Ella lo miró, en una mezcla de arrepentimiento y vergüenza.

—¿Qué? —preguntó él bruscamente.

Alice se había arrastrado tan lejos de él que ahora ni siquiera estaba metida en la cama, sino sentada en el suelo de la casa.

—No... no quería... —no supo cómo seguir, pero él debió entenderlo, porque clavó una mirada enfadada en ella.

—Bueno, pues lo has hecho.

—¡Ya te he dicho que no...! —se detuvo al darse cuenta de que había levantado la voz y decidió bajarla para no despertar a los demás, que dormían al otro lado de la habitación, lo suficientemente lejos para no oírlos si susurraban—. No quiero saber ningún detalle, Rhett...

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué preguntabas?

Alice negó con la cabeza. Le dolía que le hablara así. Y estaba enfadada consigo misma por haber insistido. Y un poco con él por reaccionar de esa forma. Era una sensación extraña.

—Porque... quiero... —no supo cómo seguir.

—Sí, sé lo que querías —replicó Rhett bruscamente—. ¿Ahora qué vas a preguntar? ¿Cómo murió esa niña?

—¿Qué? No, Rhett...

—No te preocupes, no serías la primera persona que lo dice como si yo hubiera querido que alguien muriera en esa maldita exploración.

—¿Cómo puedes pensar que yo diría eso? —preguntó, dolida.

—¡No lo sé, Alice! A lo mejor, si de vez en cuando me hicieras caso cuando te digo que no me preguntes algo, ahora no estaríamos discutiendo.

—Yo te he contado muchas cosas, Rhett.

—Porque has querido. No a cambio de que yo te contara los míos.

—Porque confiaba en ti, y sabía que no me juzgarías —ahora ella estaba enfadada, también.

—Eso no quiere decir que puedas obligarme a contarte cosas de las que no quiero hablar, Alice.

—¡Vale, pues siento haber preguntado! —susurró, irritada y avergonzada a partes iguales—. Lo siento.

Rhett la miró en silencio.

—¿Sabes? —Alice apartó la mirada—. Yo soy una pesada irritante, vale, pero tú puedes llegar a ser muy odioso.

—Pues genial —Rhett volvió a tumbarse, dándole la espalda.

Alice se quedó mirándolo un momento, molesta.

—¿Ves por qué no quería preguntártelo a ti? —preguntó.

—Entonces, no haberlo hecho.

Alice tiró de su hombro, obligándolo a mirarla.

—No, Rhett. Luego te enfadas porque no te pregunto las cosas, pero cuando lo hago reaccionas así, ¿qué esperabas?

—No todos los temas son válidos.

—Vale, pues dime qué temas...

—No me hables de esto —replicó él, mirándola fijamente—. Nunca.

Alice se quedó en silencio un instante, sorprendida por la intensidad del momento, antes de asentir.

—Está bien. No volveré a hacerlo.

—Bien —murmuró él.

—Bien —murmuró ella.

Alice se dio la vuelta, y se tumbó de espaldas a él, que se había quedado mirándola con la mandíbula tensa. Apenas habían pasado cinco segundos cuando escuchó que Rhett también se tumbaba, con sus espaldas pegadas la una a la otra. Ninguno de los dos dijo nada.

Alice se miró las manos un rato, enfadada consigo misma y con él por partes iguales. Estaba muy incómoda. No quería dormirse sintiéndose así.

—Lo siento —repitió ella, al final.

Rhett no respondió y le entraron ganas de abrazarse las rodillas.

Pero, apenas unos segundos más tarde, sintió un brazo por encima del suyo. Rhett estaba suspendido sobre ella, apoyándose en sus codos para mirarla.

—No lo sientas —murmuró de mala gana—. No debería haber reaccionado así.

—No volveré a preguntarlo —aseguró.

—No, tú... —Rhett suspiró—. Pregúntame lo que quieras, ¿vale? Menos de eso. Es demasiado...

Pareció que no sabía ni siquiera cómo describirlo, así que ella se apresuró a hablar.

—¿Solo me vas a poner esa condición? Creo que vas a arrepentirte en algún momento. Puedo preguntarte de muchos otros temas.

—Alice, hagas que me arrepienta tan rápido.

—Vale, vale. Los reservo para mañana.

Rhett la miró unos segundos antes de inclinarse hacia delante y besarla. Alice puso las manos en sus hombros. Estaba empezando a entender eso de los besos, le salían más naturales. Cerró los ojos cuando Rhett apoyó gran parte de su cuerpo en el suyo. Podía sentir su pierna entre las suyas, su brazo apoyado junto a su cabeza y su mano en su cadera, además de su pecho pegado al suyo. Alice sintió una especie de aleteo en la parte baja del estómago cuando él le acarició con el pulgar bajo el pliegue de la camiseta, justo en el vientre, enviándole cosquilleos por todo el cuerpo.

Se acordó sin querer de la época en que vivía en su antigua zona, donde nadie podía tocar a nadie y ella nunca se lo replanteó. Le parecía algo natural. ¿Quién le habría dicho entonces lo que podía provocar una simple caricia?

Rhett se separó cuando la escuchó suspirar y agachó la cabeza un momento, con los ojos cerrados. Alice sintió ganas de agarrarlo y hacer que se quedara, pero al ver que se separaba rápidamente de ella, decidió no seguir molestándolo. 

Rhett se quedó mirando el techo un momento, con la respiración agitada, como si hubiera recorrido corriendo la mitad de la ciudad.

—Deberías... dormirte —le dijo, sin mirarla.

Alice lo observó unos segundos mientras él tragaba saliva y se pasaba una mano por la cara. ¿Le afectaba eso tanto como a ella? ¿Por qué se apartaba siempre? 

Tuvo ganas de extender la mano hacia él, pero se contuvo, y para asegurarse de que se contendría toda la noche, decidió darle la espalda y quedarse dormida así.

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