Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22 - 'Las útiles tortugas'

—Eh, tú —Davy asomó la cabeza por la litera de arriba.

Alice pasó a la siguiente página del libro que él mismo le había dejado y fingió no oír nada. No estaba de humor para mantener una conversación neutral. Pero a Davy no pareció importarle.

—¿Es verdad que el otro día fuiste a una exploración?

Ella lo miró, suspirando. Últimamente no había hablado demasiado con nadie, ni siquiera con Davy, que era el único que le parecía simpático de su habitación. Shana y Tom la miraban como si fuera a atacarlos mientras dormían, Kenneth la insultaba cada vez que pasaba por su lado y los demás simplemente la ignoraban. Después de todo, seguía siendo la que todavía no sabía hacer nada de provecho en las clases de Deane. La rarita. La castigada. La nueva.

Su único consuelo hasta ahora habían sido Jake, Trisha, Dean y Saud, pero ahora ya no los tenía a ellos tampoco. Lo peor era cuando Jake se acercaba a ella antes de detenerse en seco al recordar lo que les había dicho Max y volvía cabizbajo con los demás.

Y Rhett... ahora ya apenas lo veía.

Ya no había clases extra en las que tomar un respiro de la presión de las clases de Deane, ya no podía ver películas con él por la noche, no podían echarse miraditas en la cafetería o en las clases generales...

Ya ni siquiera podía hablar con él de música. ¡Y tenía tantas canciones que quería enseñarle! ¡Aunque él las conociera perfectamente y solo fingiera no hacerlo para no romper las ilusiones de Alice!

Pero no, ahora él la ignoraba completamente. De hecho, todavía no habían hablado. En absoluto. Y habían pasado dos semanas.

El último momento en que él había parecido acordarse de la existencia de Alice fue en la clase del día anterior. A ella se le había caído el cargador de la pistola al suelo, provocando algunas risitas que se extinguieron al instante en que Rhett echó una ojeada furiosa a sus compañeros. En cuanto él recogió el cargador para ella y se lo puso en la mano, Alice tuvo la sensación de que tardaba más de lo normal en romper el contacto visual con ella.

—Ten cuidado —masculló, sin embargo, antes de volver a centrarse en los demás como si nada hubiera pasado.

Alice sabía que si la ignoraba era por Max, pero dolía de la misma forma. Lo echaba de menos. Especialmente a él. Mucho más de lo que esperaba poder echar de menos a alguien en algún punto de su vida. Alguna noche había pensado en ir a verlo, incluso... pero no podía arriesgarse a que los echaran a ambos de la ciudad.

De hecho, en varias ocasiones durante esas dos semanas se había preguntado cuál era el problema si la echaban de la ciudad. Después de todo... ¿ese no era el objetivo? Su padre le había dicho que fuera al este. Era el único lugar seguro para ella, ¿no?

Pero... ¿por qué sentía que se le formaba un nudo en el pecho al pensar en abandonar esa ciudad?

Como necesitaba mantener su mente ocupada —con urgencia— se había enganchado a leer los libros que Davy le prestaba a cambio de dos condiciones:

1- Por cada libro que le dejara, Alice tenía que prestarle el iPod durante una hora.

2- Si doblaba una página, ensuciaba o perdía el libro, amanecería muerta.

Sí, Davy era muy tranquilito para todo, pero cuando te metías con sus libros se volvía verdaderamente violento.

Además, él creía que Alice no sabía leer muy bien —como algunos niños de esa ciudad— así que se sorprendió mucho cuando se leyó uno de sus libros en dos días. Uno de más de setecientas páginas. Y es que la pobre Alice se había pasado tantas horas de su vida leyendo en la biblioteca de su antigua zona que no podía evitar leer a toda velocidad. De hecho, en ese momento estaba releyendo un libro de ciencia ficción porque ya había leído todos los demás.

Espera... Davy la estaba mirando en busca de una respuesta. ¿Qué había preguntado?

Ah, sí, lo de la exploración.

—Sí —dijo Alice torpemente, colocando un trozo de papel en la página en la que se había quedado antes de cerrar el libro—, fui con ellos.

—¿Y cómo fue?

Alice lo miró, confusa.

—¿El qué?

—Salir —aclaró Davy—. ¿Como es salir?

—¿Nunca has salido?

—No que yo recuerde. Llegué aquí siendo bastante pequeño. ¿Cómo es... el exterior?

Alice se acomodó sobre la almohada.

—Caluroso. Vacío. Triste.

—Sí, me lo imaginaba.

—No te perdiste nada importante —le aseguró Alice en voz baja.

—Todo el mundo quiere ser explorador, pero yo no —puso los ojos en blanco—. Con lo cómodo que es quedarte aquí leyendo... ¿para qué querrías ir a dar vueltas innecesarias por el exterior?

Y, tras eso, volvió a tumbarse felizmente en su cama.

Alice había descubierto unos días antes que a nadie le importaba el hecho de que tuviera un iPod o no. De hecho, cada cual tenía sus cosas que nadie tocaba. Así que se puso las cositas para las orejas y buscó la lista favorita de Rhett. Ella también tenía algunas favoritas, y se lo habría dicho de no ser porque ahora apenas lo veía.

Eso volvió a hacer que se sintiera como si estuviera al borde de un precipicio, sujetando solo la mano de Max, que podía soltarla en cuanto le apeteciera. Lo irónico era que esa era exactamente la forma en que se sentía en su antigua zona. Al borde del precipicio, siempre, con su padre como único punto de apoyo. Solo había cambiado la cara de la persona que le sujetaba la mano.

Estaba tan distraída que sus ojos empezaron a cerrarse incluso antes de que apagaran las luces. Fue entonces cuando vio a dos chicas acercándose a su cama. Rápidamente, se desperezó y las miró con desconfianza.

—¿Qué? —preguntó directamente, escondiendo el libro en su cajón.

—Eres Alice, ¿no?

—Sí.

—¿Te acuerdas de nosotras?

—No —ni siquiera las miró.

—¿Segura?

Alice levantó la mirada y enseguida las reconoció. Eran las chicas que se habían dedicado a meterse con Jake en su habitación unas semanas antes. Una de ellas era la que le había parpadeado de esa forma a Rhett en las pruebas.

Mhm... esa última era la que menos le gustaba.

Pero ¿qué hacían ahí? No era su habitación. Y desde que Max se había puesto tan estricto nadie iba de habitación en habitación con tal de no hacer que su enfado se vertiera en ellos.

—¿Podemos sentarnos? —preguntó la que recordó que se llamaba Annie.

Lo hicieron sin esperar respuesta. Alice las observó con desconfianza mientras se miraban entre ellas y sonreían. ¿Qué era tan gracioso? ¿Por qué no la dejaban en paz?

—Bueno, yo soy Annie y ella es Jenell, ya que no pareces acordarte —dijo la del pelo negro.

—Enhorabuena —murmuró Alice, desenredando las cositas de las orejas.

—No parece que tengas muchas ganas de hablar.

—Eres muy lista.

Annie y Jenell se miraron entre ellas. Se estaban quedando sin maneras de empezar una conversación.

Y ahí siguieron, sin moverse. En su cama.

—¿Puedo ayudaros en algo? —preguntó al final, cansada de ellas.

Volvieron a mirarse entre ellas y sonrieron. A Alice empezó a irritarle el haberse quitado las cositas de las orejas solo para ver como se reían y se miraban.

—Hemos oído lo que te pasó con Kenneth.

—¿Sí? —Alice se sentó, cansada antes incluso de empezar la conversación—. ¿Y qué habéis oído que me pasó con Kenneth, exactamente?

—Pues la verdad —dijo Jenell, como si fuera evidente.

—Que lo hicisteis —aclaró Annie.

—¿Qué...?

—¿Es verdad que te tiras también a Rhett? —preguntó Jenell—. Porque eso es muy fuerte. Y todo el mundo dice que Max te castigó por eso.

Alice frunció el ceño.

—¿Que si los... tiro?

—Que si te los tiras.

—¿Por dónde?

—¡Por tu cama!

—¿Por qué querría tirar a nadie por mi cama?

—Es una broma, ¿no? —preguntó Annie.

—Dicen que es de la zona de los raritos —comentó Jenell—. Igual... lo dice en serio.

—Bueno —Annie lo pensó un momento—. Ya sabes, si te los... llevaste al huerto.

—¿Para qué?

—Joder, chica, que si lo habéis hecho.

—¿El qué?

—¡Que si habéis tenido sexo!

Se escuchó por toda la habitación.

Todo el mundo se quedó mirándolas. Eso provocó una sensación incómoda y extraña en el cuerpo de Alice que no le gustó. En absoluto. Clavó una dura mirada en Annie, irritada.

—Lárgate de aquí. Y tú también. Las dos.

—Es que todo el mundo lo dice, ¿sabes? —sonrió ella—. Era solo curiosidad, no te enfades.

—He dicho que os marchéis —espetó Alice, volviendo a tumbarse.

—De todas formas —escuchó que decía Jenell—, con esa cicatriz a mí me daría mal rollo liarme con Rhett. Con Kenneth lo entiendo, pero... ¿con Rhett? Es un no definitivo.

—¿Por qué? A mí me gusta.

—¿Incluso con la cicatriz?

—¡La cicatriz le da el toque perfecto!

—¿Y el mal humor?

—Bueno... a veces me da miedo. Pero me gusta.

—Tienes unos gustos rarísimos —dijo Jenell, riendo.

—¿Vais a largaros de mi cama? —les preguntó Alice, enfadada, mirándolas de nuevo.

—Quizá —sonrió Annie—. ¿Qué pasa? ¿Te molesta que lo sepamos?

—Me molesta tu presencia.

—Pues lo siento mucho, porque vas a tener que aguantarla un poco más.

Alice sintió que todo el enfado acumulado de esos días empezaba a salir y se esforzó por no echarlas a patadas.

—Fuera... de... aquí...

—¿O qué? —sonrió Annie—. Ya sabemos que das pena en combate, además... espera, ¿qué es eso?

Annie fue a coger el iPod, lo que fue suficiente como para terminar con la poca paciencia que le quedaba a Alice. Le dio un golpe en el brazo, apartándola. Annie reaccionó enseguida poniéndose de pie, igual que Jenell. Alice también lo hizo, claro. Estaba furiosa.

Y, justo en ese momento, tuvo que aparecer la única persona que podía empeorar la situación: Kenneth.

—¿Qué pasa? —las miró con curiosidad.

Annie y Jenell se dedicaron una mirada significativa, pero Alice las ignoró para centrarse en el idiota que tenía delante, enfadada.

—¿Se puede saber qué les has contado a los demás de nosotros?

Él la miró de arriba a abajo, como si fuera un insecto que merecía ser pisoteado.

—La verdad, ¿qué querías que contara, Alice?

—¿La verdad? ¿Qué verdad?

—La única —él apretó la mandíbula cuando vio que gran parte de la habitación se centraba en ellos.

Al parecer, no le hacía mucha gracia que su mentira se descubriera tan pronto. Suerte que a Alice le daba absolutamente igual su opinión.

—¿Qué les dijiste? —repitió Alice, levantando la voz.

—Lo que pasó —Kenneth dio un paso hacia ella, sonriendo de manera altiva—. Que me suplicaste que llegara hasta el final, pero yo no quise y...

Alice había avanzado hacia él mientras hablaba y, sin siquiera pensarlo, le puso un brazo en la garganta y lo apretó contra su propia litera, haciendo que se tambaleara. El pobre Davy asomó la cabeza, alarmado, pero se calló al ver la situación. Y Alice apretó aún más el brazo, haciendo que Kenneth se pusiera rojo.

—Mentiroso —masculló ella, furiosa—. No te he hecho nada. Nunca. ¿Se puede saber cuál es tu problema conmigo? ¿Por qué no puedes dejarme en paz de una vez?

—Apártate —le advirtió él.

Alice sabía perfectamente que él podía liberarse cuando quisiera, pero le dio igual.

—¿Tenías que decírselo a Max? —Alice se tambaleó hacia atrás cuando Kenneth la empujó, pasándose una mano por la garganta.

—¿De qué hablas?

—¡De Max, idiota! —Alice retrocedió cuando vio que él se acercaba, igual de furioso que ella.

—Yo no le dije nada a Max —Kenneth se detuvo lo suficiente cerca como para tener que agachar la cabeza para mirarla de forma amenazante.

—¡Deja de mentir!

—No le dije nada, pero si volvieran a darme la oportunidad, lo haría.

—¿Por qué? ¿Porque no quise tener sexo contigo?

Kenneth se puso rojo cuando se escucharon risas en el fondo de la habitación.

—Zorra —masculló.

Alice supuso que era un insulto aunque se refiriera a un animal tan bonito como ese.

Especialmente cuando notó el puñetazo en la cara.

Ni siquiera había dolido por la adrenalina que estaba sintiendo en esos momentos, pero podía notar cada nudillo de Kenneth marcado en su mejilla y el ojo palpitándole como si fuera a salirse de su lugar. Retrocedió dos pasos, tambaleándose, antes de mirarlo con el corazón bombeándole a toda velocidad por la rabia.

Era la primera vez en su vida que iba a pelearse con alguien de verdad, sin que hubiera un instructor que pudiera pararlos. Y sabía que Kenneth podría destrozarla sin siquiera parpadear, pero estaba tan enfadada que su capacidad racional había desaparecido y solo quería golpearlo. Una y otra vez. ¡Todo había sido por su culpa! ¡Si él no le hubiera dicho nada a Max...!

La habitación se había quedado en silencio, pero éste se rompió cuando Alice le clavó un puñetazo con todas sus fuerzas a Kenneth en la garganta. Él retrocedió, tosiendo, y Alice siguió los consejos que había dado días antes Rhett a Jake. Al final, iban a servirle para algo.

Cuando Kenneth estuvo doblado sobre sí mismo, se volvió a acercar y consiguió tumbarlo al suelo de una patada en la ingle. Al verlo tirado en el suelo gimoteando con las manos en la zona afectada, tuvo la tentación de darle otra patada, esta vez en el estómago, pero se contuvo a sí misma y se limitó a dar un paso atrás, respirando con dificultad.

Casi empezó a reírse cuando vio que él miraba su tobillo. Iba a intentar tirarla al suelo. Kenneth podía ser todo lo bueno que quisiera en combate, pero su cerebro... bueno, no era tan complejo como para que Alice no pudiera seguirlo, la verdad.

Así que cuando vio que que iba a estirar la mano hacia ella, hizo lo que Rhett había bautizado como la técnica de la tortuga en sus clases extra.

Alice dejó que le agarrara el tobillo, pero tiró de él hacia atrás antes de que Kenneth pudiera intentar desequilibrarla. Y, en cuanto hubo perdido un poco la fuerza, ella se agachó y le agarró la muñeca con ambas manos, doblándole el brazo sobre la espalda y sentándose  sobre él con todo el peso de su cuerpo, impidiendo que se moviera.

La técnica de la tortuga, sí.

No sabía qué demonios era una tortuga, pero la técnica no estaba mal.

Cuando Kenneth tiró de su brazo para liberarlo, solo consiguió doblarlo más y soltó un quejido de dolor contra el suelo, intentando apartar a Alice de su espalda inútilmente.

—¿Vas a seguir diciendo mentiras sobre mí? —preguntó Alice.

—¡Zorra!

Alice, enfadada, le agarró la parte de atrás de la cabeza y le dio un golpe en la frente contra el suelo con la fuerza suficiente como para tener un buen moretón al día siguiente.

¡Se lo merecía!

—¡No me llames eso! —exigió, doblándole un poco más el brazo—. ¿Vas a seguir mintiendo sobre mí o no?

—¡No! —gimoteó él en voz baja.

Alice estaba a punto de sonreír, pero no lo hizo porque en ese momento alguien la agarró por los brazos y la levantó bruscamente por los aires. Asustada, empezó a patalear al aire intentando librarse, pero fue inútil.

—¡Suéltame ahora mismo! —exigió, furiosa.

La dejaron en el suelo y se giró en seco hacia quien fuera que hubiera interrumpido... aunque su nivel de enfado se redujo bruscamente para convertirse en miedo cuando vio que era Rhett.

Oh, no.

—¿Que te suelte? —repitió él, y sus ojos centellearon tanto que Alice dio un paso atrás—. Mantente ahí, iniciada. Y no te muevas.

Alice agachó la cabeza. Tenía las mejillas rojas y ya no estaba muy segura de si era por la agitación o la vergüenza. O una mezcla de ambas. Por su parte, Kenneth se había puesto de pie mientras todo eso pasaba y ahora miraba a Alice con expresión de querer matarla, cosa que hizo que su valentía decayera un poco.

De hecho, toda la gente que durante la pelea había estado gritando y riendo, de pronto parecía muy seria. Alice se pasó la mano por la cara y notó que le dolía justo debajo del ojo izquierdo. De hecho, no solo le dolía. Le palpitaba. Se le estaba hinchando. Oh, no. El puñetazo. Seguro que amanecía con un ojo morado.

—¿Se puede saber qué pasa aquí? —preguntó Rhett bruscamente, plantándose delante de Kenneth.

Pero el muy idiota lo ignoró, señalando a Alice.

—Cuando no haya nadie delante...

—Te agradecería que me miraras —lo cortó Rhett.

—...te juro que voy a hacer...

—Última advertencia, iniciado.

—...que desees no haber nacido, zorr...

Se interrumpió a sí mismo cuando Rhett hizo un movimiento tan rápido con la muñeca que Alice apenas lo vio. Sin embargo, sí que vio que la nariz de Kenneth empezaba a sangrar por tercera vez consecutiva en dos semanas.

Alice abrió los ojos como platos, pasmada, igual que Kenneth cuando se vio las manos manchadas.

—¿Vas a escucharme ahora? —preguntó Rhett sin siquiera levantar la voz.

—¡Me has golpeado! —chilló Kenneth con voz nasal por cubrirse la nariz—. ¡No puedes golpearme!

—¿Por qué? ¿Por ser un guardián? —Rhett puso los ojos en blanco—. No me obligues a hacerlo otra vez.

—P-pero...

—Y, ahora, vete con Max antes de que pierda definitivamente la paciencia.

Hubo un momento de silencio en el que Kenneth no pareció poder reaccionar, al menos hasta que Rhett le frunció el ceño.

—¡Ahora, iniciado!

—¡S-sí, perdón!

Y se marchó prácticamente corriendo, claro. Alice no podía culparlo.

—Ha sido culpa suya —le dijo Annie, en medio del silencio, haciendo que todo el mundo se girara hacia ella—. De Alice. Ella lo ha empezado.

Rhett se quedó mirándola unos segundos en silencio. Annie pareció haberse arrepentido de haber abierto la boca.

—Eres una iniciada —Rhett miró a su amiga—. Y tú también.

Ellas intercambiaron una mirada confusa.

—¿Y qué?

—Que, hasta donde yo sé, tenéis una habitación propia. ¿No es así?

—Eh... —Annie se quedó en blanco.

—íbamos a volver ahora mis... —empezó Jenell.

Pero no sirvió de nada. Rhett señaló bruscamente la puerta.

—La próxima vez tendréis una sanción cada una. Marchaos de aquí.

Hablaba tan calmado que daba miedo. Y las dos chicas se apresuraron a irse, también. Cuando se giró hacia Alice, ella sintió que la mezcla de sentimientos entre haberlo echado de menos y tenerle cierto temor se mezclaban en su interior y la confundían totalmente.

—Y tú... —se interrumpió a sí mismo al ver que todo el mundo los estaba mirando—. ¿Alguien más quiere una sanción o qué?

Todo el mundo se apresuró a volver a su cama. La habitación se quedó tan en silencio que Alice se sintió como si estuviera sola con Rhett. Todavía no se había movido, y le entraron ganas de arrastrarse hasta su cama cuando vio que él la volvía a mirar.

—¿Piensas quedarte ahí mirándome todo el día, iniciada?

Alice tuvo el impulso de decir que no era una iniciada, pero se limitó a dirigirse a su cama en silencio, tensa. Seguía notando sus ojos clavados en el perfil.

Y, cuando él se giró para marcharse, ella habló sin pensar.

—¿Puedo hablar contigo?

Él se quedó de pie un momento, tenso, y Alice volvió a tener la sensación de que todo el mundo la miraba. Pero se mantuvo firme.

Tras lo que pareció una eternidad, Rhett la miró por encima del hombro y asintió una sola vez con la cabeza, saliendo de la habitación sin esperarla.

Alice soltó un suspiro de alivio y se apresuro a ir tras él, alcanzándolo mientras bajaba las escaleras.

—¿Vas a...? —intentó preguntar Alice.

—Todavía no —le dijo Rhett secamente.

Ella se calló enseguida y bajó las escaleras siguiéndolo. Kenneth estaba fuera del edificio, esperando de brazos cruzados. Frunció el ceño al verlos llegar.

—Ve con Max —le dijo Rhett sin detenerse, haciendo que los dos tuvieran que apresurarse a seguirlo para escucharlo—. Dile que no se preocupe, que enseguida iré yo a explicarle lo que ha pasado.

—Pero...

—Creo —Rhett se detuvo y lo miró— que he dicho que fueras con Max.

Kenneth apretó los labios y se marchó, furioso. Rhett, por su parte, siguió andando y no se detuvo al llegar al hospital. Tina estaba con su bata, transportando una bandeja con tubos y líquidos de colores. Pareció sorprendida al verlos llegar.

—Ahora no —le dijo Rhett cuando intentó preguntar algo, y siguió andando.

Tina le frunció el ceño a Alice, que no supo qué decir. Rhett no se detuvo hasta que llegó a una de las puertas traseras de la sala. Entró en ella y cerró bruscamente cuando Alice se metió con él.

Era una sala cuadrada, minúscula, con dos contenedores cerrados. Él abrió uno, sacó una bolsa de hielo y se la lanzó a Alice, que la atrapó al vuelo y se la puso bajo el ojo izquierdo, dolorida.

Durante unos segundos, a su alrededor solo hubo un silencio muy tenso... y muy incómodo. Al menos para ella, que tenía la cabeza agachada, como una niña pequeña que había sido pillada haciendo una travesura.

Aunque casi prefirió el silencio a la mirada ardiente —en el peor de los sentidos— que le clavó Rhett al dar un paso hacia ella.

—¿Se puede saber...? —él hizo una pausa, cerrando los ojos—. ¿En qué demonios pensabas?

—Yo...

—No, mejor no respondas —le cortó él, furioso—. Está claro que no pensabas.

—Rhett, no ha sido...

—No ha sido culpa tuya, ¿no? Hasta donde yo sé, una pelea es entre dos personas, y ese chico estaba en el suelo cuando he entrado.

—¡Él me ha golpeado primero!

—¡Estabas encima de él, Alice! ¿Y si hubiera entrado Max y no yo?

—Pero... ¡se lo merecía!

—¡No me importa que se lo mereciera, no puedes meterte en peleas ahora! ¿No lo entiendes? Estás en el punto de mira de Max, si haces una tontería, no dudará en echarte.

—¿Y qué? —Alice negó con la cabeza, sin pensar lo que decía—. Tampoco soy muy útil aquí.

—Entonces, ¿qué? ¿Te meterás en peleas hasta que te echen? ¿Ese es el plan?

—¿Se te ocurre algo mejor?

—Sí. Comportarte como una adulta y no meterte en conflictos que no necesitas ahora mismo.

—Ya empezamos...

Rhett entrecerró los ojos.

—¿Como que ya empezamos?

—¿Puedes dejar de hablarme como si fueras mi padre? Si quiero meterme en peleas, lo haré. No eres nadie para decirme lo que tengo que hacer o lo que no. Ni siquiera sé qué hacías en nuestra habitación.

Hubo un instante de silencio en que vio que la expresión de él se endurecía, pero Alice se obligó a sí misma a no decir nada.

—¿Te crees que te lo estoy diciendo para molestar? —preguntó en voz baja.

—Sí.

—Lo hago porque...

—¿Por qué? —insistió al ver que no decía nada más.

Sabía que lo que siguiera a esa frase iba a gustarle, y realmente necesitaba que alguien le dijera algo que le gustara. Especialmente Rhett.

Pero él solo apartó la mirada, incómodo.

—Por nada. Tienes razón. Haz lo que quieras.

Pasó por su lado y salió de la habitación sin decir nada más. Tina se quedó mirándolos cuando Alice soltó un resoplido y se apresuró a seguirlo.

—Espera... —consiguió colocarse delante de él, deteniéndolo—. Lo siento, no quería decir eso. Bueno, sí que quería, pero no así.

—¿En serio te crees que te digo todo esto para molestar? —se detuvo en seco, mirándola—. ¿No ves que es para que no te echen?

—¡Pero no puedes decirme qué hacer y qué no!

De nuevo, se quedaron mirando el uno al otro unos segundos. Esta vez fue Rhett quien interrumpió el silencio, señalando la bolsa que tenía ella en la mano.

—No te he dado la bolsa de hielo para que no la uses —le dijo, recuperando un tono menos furioso.

Alice se la volvió a poner en la cara, incómoda.

—¿Vas a llevarme con Max? —preguntó al cabo de unos segundos.

—No —le aseguró Rhett, sacudiendo la cabeza.

—¿Y a Kenneth?

—Más le vale estar ya con él cuando llegue —Rhett frunció el ceño

—¿Le romperás otra vez la nariz si no está ahí? —bromeó ella en voz baja.

Por primera vez, pareció que él estaba a punto de sonreír, pero dejó de hacerlo enseguida, volviendo a la mirada severa.

—Sé que no soy nadie para obligarte a esto, pero... no te metas en peleas. Ni en discusiones. Ni en nada. No lo hagas, Alice.

—Pero...

—No —le detuvo—. Si Max se entera...

—¿Qué? —ella enarcó una ceja—. ¿En qué te afectaría a ti eso?

Rhett cerró los ojos un momento, como si lo que fuera que quería decirle le hiciera sentir muy incómodo. Alice casi había perdido la esperanza de que dijera algo cuando volvió a mirarla.

—No quiero vivir en esta ciudad si no estás tú —le dijo finalmente.

Alice se quitó el hielo de la cara, pasmada. No se esperaba algo bonito. Y menos de Rhett. Y se había sentido tan sola durante tantos días que esa pequeña muestra de afecto hizo que tuviera que tragar saliva para deshacerse del nudo de su garganta.

—¿En serio? —preguntó con un hilo de voz.

Rhett carraspeó, claramente incómodo.

—No te metas en líos —concluyó, con sus orejas enrojecidas.

Alice luchó por no sonreír. No lo consiguió.

—Vale.

—Me da igual que te provoquen.

—Ajá.

—Si lo hacen, aléjate de la situación.

—¿Y dónde voy?

—Conmigo.

—Seguro que a Max le encantará.

—A Max le pueden dar por...

—Rhett...

—Solo tienes que... aguantar un poco más —insistió—. Sé que es una mierda, pero no puedo hacer nada más. Si intentara hablar con Max probablemente solo conseguiría empeorar las cosas. Y si aguantas un poco... bueno, a lo mejor te hace exploradora oficial.

—Está furioso conmigo, no creo que lo haga.

—Aunque esté furioso no es ningún idiota. Sabe reconocer el talento de alguien. Y cuando te dije que eres mi mejor alumna no bromeaba, Alice.

De nuevo, era extraño que alguien le dijera algo bueno. Ella tuvo que contenerse para no dedicarle una sonrisa radiante.

—¿Y qué cambiará si me hace exploradora? —preguntó, un poco confusa.

—Para empezar, ya no serás mi alumna. Y yo no seré tu instructor. Max no podrá quejarse si... —él se cortó, algo avergonzado, y carraspeó—. Es decir, que podremos hacer lo que queramos. Y tendrás una casa.

—¿Una casa para mí?

—O... para los dos.

La frase quedó flotando entre ellos por unos segundos. Alice se había quedado mirándolo, pasmada, sin poder creerse lo que insinuaba. Rhett, por su parte, todavía tenía las orejas rojas.

—¿Quieres... vivir conmigo? —preguntó ella lentamente.

—Si tú quieres... a mí no me importaría.

—P-pero... si tú... ya tienes una habitación genial.

—¿Quién querría una habitación genial pudiendo...? —se calló de nuevo, enrojeciendo todavía más, y decidió cambiar el rumbo de su argumento—. Podría transportar mis cosas, no hay problema.

—¿Traerías las películas?

—Sí, claro.

—Entonces, vale.

—¿Entonces, vale? —repitió, ofendido—. ¿Y si te hubiera dicho que no? ¿Ya no me habrías querido?

—Claro que no, solo me interesan tus películas.

—Acabo de abrirte mi corazón y tu lo has pisoteado, que lo sepas.

—Si te hubiera pisoteado el corazón, estarías muer...

—Era... una... forma... de... hablar.

—Ah —esta vez fue su turno de avergonzarse—. Ya lo sabía, te estaba poniendo a prueba.

—Sí, seguro.

Él se contuvo para no sonreír y Alice sintió que era el momento de disculparse, así que lo hizo.

—Siento haberme metido en esa pelea —murmuró.

—No —Rhett pareció divertido, mirándola—. No lo sientes en absoluto, no mientas.

—Pues no —confesó en voz baja.

—La técnica de la tortuga, ¿eh?

—Tuve un buen maestro.

—Y yo una mejor alumna.

Rhett dio un paso hacia ella y, tras dudar un momento, le puso una mano en la nuca y la acercó para darle un beso en los labios. Los mantuvo apretados con fuerza contra los de ella el tiempo suficiente como para que Tina, que se acababa de acercar, se aclarara la garganta de manera ruidosa. Rhett se separó, relamiéndose los labios.

—Si te ignoro estos días —empezó él—, es porque...

—Es por Max, ya lo sé.

—Si hablo contigo solo empeoraré tus problemas.

—Tengo muchas canciones que quiero enseñarte —protestó—. Maldito Max.

Rhett sonrió y volvió a inclinarse hacia ella. Esta vez el beso no fue tan corto. Ni tan suave. Sabía a te he echado de menos. Alice ni siquiera sabía que pudiera identificar un sentimiento a través de algo tan simple como un beso, pero... ahí estaba.

Justo cuando levantó las manos para sujetarse a sus hombros, Tina se acercó y los separó, poniéndoles mala cara.

—¿Es que no se os ha ocurrido a ninguno de los dos que alguien podría entrar y veros? —protestó.

Pareció que Rhett iba a decirle algo —seguramente irónico—, pero Tina lo interrumpió al empezar a empujarlo hacia la puerta.

—¡Venga, vete a preparar una clase, o a molestar a otro! En bastantes problemas estáis ya metidos.

Al final, a Rhett no le quedó más remedio que salir del hospital sin decir nada más.

•••

Alicia estaba sentada en el muro de la entrada del instituto, con las piernas colgando, mirando la gente pasar. Hacía unos años, había descubierto que ahí nadie la veía. Era mucho mejor cuando nadie estaba pendiente de ella, cuando era como si se desvaneciera. Cambió la canción hasta que encontró una de Red Hot Chilli Peppers y empezó a tararearla mientras sonaba la sirena y la gente empezaba a ir a sus clases. Ella no iría. Tenía gimnasia y sabía lo que pasaría si se quedaba sola en un vestuario con Charlotte y sus amigas. Ya tenía suficientes malos recuerdos de esos como para añadir otro a la lista.

Bajó de un salto del muro y las plantas de los pies le dolieron unos segundos. Asegurándose de que nadie la veía, se metió en el edificio y cruzó varios pasillos hasta llegar a la puerta del tejado. Las únicas personas que había ahí solían ser parejas enrollándose en las horas de recreo. Por lo demás, estaban solo ella y su música.

Colocó su chaqueta en el suelo de grava y su mochila para hacer de cojín, y se tumbó boca arriba, mirando al cielo. Nada más cerrar los ojos, se sumió en una perfecta sintonía consigo misma.

Hasta que alguien le hizo sombra.

Abrió los ojos y vio a un chico de pie a su lado. Iba vestido con una camiseta oscura y la miraba con una sonrisa.

—¿No tienes clase?

—¿Y tú? —preguntó, a la defensiva.

—Sí —el chico se sentó a su lado, con toda confianza, como si se conocieran de toda la vida--. Pero no he podido evitar fijarme en el maquillaje negro, la ropa negra, las botas negras, el pelo negro...

—¿Algún problema con el negro?

—Debería preguntarte lo mismo. ¿Eres emo o algo así? ¿O solo te gusta parecerlo?

—¿Qué es una emo para ti? —preguntó Alicia, a la defensiva.

—Ya sabes, esas chicas que han tenido muchos problemas durante su corta vida, que se desahogan vistiendo de negro, siendo antipáticas con el mundo, tiñéndose el pelo, haciéndose perforaciones en el cuerpo...

—Muy agudo, pero no —ella negó con la cabeza—. No soy emo por ir de negro. Aunque debería decir que tu camiseta también es negra. Y tu pelo. Incluso tus ojos son oscuros.

—Buen punto —alargó la mano—. Me llamo Gabe.

—Alicia —respondió ella, todavía a la defensiva.

—Bueno, Alicia —Gabe sonrió—. Si no te importa, he oído que escuchabas uno de mis grupos favoritos, así que me gustaría quedarme aquí sentado contigo antes que volver con esa panda de mandriles.

Alicia sonrió un poco e, inconscientemente, se colocó el pelo detrás de la oreja.

—Vale, siéntate.

Gabe se acomodó a su lado.

—¿Me dejas uno?

Ella se quitó un auricular y le rozó los dedos cuando Gabe se lo puso, sonriendo un poco. Se miraron un momento. Era guapo. Alicia sintió que sus ojos se movían un momento hacia sus labios. Eran bonitos, también. ¿Cuánto hacía que no besaba a un chico? Desde lo de Erik, casi medio año atrás.

Quizá no debería fiarse tanto de una primera impresión, pero Gabe le transmitió confianza enseguida. Pasó de estar a la defensiva a sentirse completamente a gusto.

—¿Cuál es tu favorita? —Gabe señaló su móvil.

Alicia pasó algunas canciones hasta llegar a la suya, la que siempre tenía en la cabeza.

—¿Dani California? —Gabe sonrió—. Menudo cliché.

—¿Algún problema con la canción?

—Ninguno. Tú solo ponla.

Cuando ella obedeció, Gabe se apoyó en la pared con una sonrisa, rozando el hombro de ella con el suyo, y Alicia no pudo evitar sonreír.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro