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21 - 'La exploración'

Era el día de la exploración.

Apenas eran las seis cuando Alice ya estaba junto a los coches con la ropa que, tal y como le había dicho Max, había encontrado en su cama la noche anterior.

Alice no conocía a nadie de los que la acompañaban, que eran tres personas —contando a Max—. Eso sí, era la más joven. Había un chico no mucho mayor que ella, no dejaba de sonreír y se llamaba Derek. También había una mujer de unos treinta y pocos años que no decía nada que no fuera estrictamente necesario. De todas formas, había ayudado a Alice a ponerse el cinturón correctamente, atado por la cintura y un muslo, que pesaba mucho más de lo que parecía. Se llamaba Ellen.

Alice se sintió culpable cuando esa mañana se puso el traje negro que le habían dejado. Se parecía demasiado al que utilizaban los soldados que habían invadido su zona. Seguía sin poder soportar los recuerdos. Puso una mueca al mirar hacia abajo, viéndose a sí misma.

—¿Estás bien?

La voz grave de Max hizo que diera un respingo y asintiera rápidamente con la cabeza. Él la observaba con una ceja enarcada.

—Es... la ropa —murmuró, avergonzada.

Se esperaba que Max le pusiera mala cara, pero él se limitó a suavizar su expresión y asentir una vez con la cabeza.

—El hecho de que lleves ropa similar no te convierte en una de ellos. Y yo nunca te pediría que mataras a alguien inocente, eso te lo aseguro.

Alice sonrió un poco, pero Max ya había vuelto a centrarse en sus cosas, así que no lo vio. Por algún motivo desconocido, esa pequeña conversación hizo que Alice se sintiera mejor. Mucho mejor.

Alice lo imitó cuando se subió al coche, ajustándose el cinturón, y se quedó en la parte de atrás con Derek. Ellen se dejó caer en el asiento del copiloto e informó a Max de no sé qué del inventario, a lo que él asintió y arrancó el coche.

—Espero que ya hayáis hecho las presentaciones —comentó Max, cuando ya llevaban cinco minutos de trayecto.

—Están hechas —le informó Ellen.

—¿Tienes buena puntería? —preguntó Derek a Alice, sonriente.

—Digamos que no soy un desastre.

—Es mejor que nada —sonrió él. De nuevo, le pareció simpático, aunque también le daba la sensación de que solo estaba siendo amable porque la veía nerviosa—. El último tirador era muy bueno, fue una lástima lo que le pasó.

Alice abrió mucho los ojos, asustada.

—¿Q-qué le pasó?

—Derek —advirtió Ellen.

—Perdón —él se calló cinco segundos, antes de hablar en voz tan baja que Alice apenas lo escuchó—. El muy idiota se metió solo en el bosque y no lo hemos vuelto a ver.

—¡Derek! —Ellen miró a Alice—. No le hagas caso. Solo bromea. El último tirador está en la ciudad, encargándose de unos trabajos pendientes.

Alice soltó una risita nerviosa. Esperaba que la versión de Ellen fuera la correcta.

Por un momento deseó haber cogido su iPod, pero probablemente a Max eso no le habría gustado mucho. Y, por el ambiente a su alrededor, dedujo que tampoco iban a poner música con la radio del coche.

Así que... un viaje largo y silencioso.

Genial...

Deseó que Rhett hubiera ido con ellos y, casi al instante en que pensó en él, se ruborizó y apartó la mirada a la ventana, intentando centrarse de nuevo.

Durante la mayor parte del trayecto el camino fue de bosque, y el coche no dejaba de dar tumbos de un lado a otro por los baches. Alice estaba empezando a marearse. Parecía que no iban a salir nunca de ahí dentro. Se arrepintió de haber elegido ese lado del coche cuando vio que, por el lado de Derek, había un río que, aunque no era muy ancho, era bonito. ¡A su lado solo había árboles aburridos, era injusto!

Mirando de reojo el río del otro lado, se preguntó qué se sentiría si se ponía a nadar en uno. Lo más cerca que había estado del agua eran las duchas, pero no podía compararse. Y había visto imágenes del mar, pero realmente no tenía una idea muy clara de cómo era. Siempre había querido visitarlo, pero ni siquiera sabía si estaba muy lejos de la ciudad.

El paisaje no tardó en cambiar, distrayéndola. El bosque empezó a hacerse menos espeso, los árboles más escasos, el río se desvió hacia otra parte y Alice sacó la cabeza por la ventanilla para observar mejor los edificios que se erigían delante de ellos.

Por un momento, pensó que sería otra ciudad, mucho más avanzada, con muchos más edificios, mucho más altos. Pero, al acercarse, se dio cuenta de que la mayoría estaban medio derrumbados, de que casi todas las ventanas estaban rotas y de que las puertas estaban abiertas. Había coches aparcados en medio de las carreteras que Max tenía que esquivar estratégicamente, así como montones de objetos ennegrecidos por todos lados. Todo parecía viejo, sucio y usado. De hecho... ¿quemado? Había mucha madera ahora negra que parecía haber sido mejor en otro momento.

—¿Esto es...? —preguntó ella lentamente.

—Era —corrigió Derek en voz baja. Esta vez no parecía estar bromeando—. Una ciudad que no obedeció a Ciudad Capital.

Así que era eso de lo que hablaba Giulia cuando advirtió a Max ese día. Lo que hacían con los que no obedecían.

—¿Pueden hacer eso? —preguntó, perpleja—. ¿Nadie se ha opuesto jamás?

—Oh, lo han intentado. Pero los resultados nunca han variado mucho.

Alice miró a Max, que había apretado la mandíbula al escucharlos. ¿Era eso lo que les pasaría si no se entregaba? ¿Quemarían su ciudad también? ¿Por... su culpa?

No quiso volver a mirar el paisaje.

Le pareció que había pasado una hora desde que habían dejado la ciudad cuando el coche redujo la velocidad hasta detenerse por completo. Alice levantó la cabeza y se dio cuenta de que estaban en una zona cercana a otro bosque, pero esta más desierta, como si algo hubiese sido quemado ahí también solo que sin edificios de por medio.

Los demás salieron del coche, así que los imitó. El traje le impedía casi toda la movilidad, así que se sintió algo ridícula mientras seguía a Derek hacia la parte trasera del coche. Él subió sobre éste y empezó a pasar material a Ellen, que se lo fue guardando en el cinturón. Alice la miró con envidia. Ella también quería algo. Probablemente no lo usaría, pero se sentiría más segura.

Ilusionada, esperó su arma, pero esa ilusión se marchó cuando vio que Derek bajó del coche sin darle nada. Max apareció a su lado.

—¿No tengo arma? —preguntó, confusa.

—No una de estas —murmuró él.

—¿Y qué tengo que hacer?

Max clavó la mirada en ella. Se sintió aún más ridícula.

—Si uno de nosotros te dice algo, lo haces —le tendió el fusil que había sacado del asiento trasero del coche y Alice lo sujetó, algo nerviosa—. Si te disparan, defiéndete. Si nos disparan, defiéndenos. Y, si no pasa nada, que es lo más seguro, mantente al margen y no digas nada. No estorbes.

Ella se quedó mirándolo cuando le dio la espalda y tuvo la pequeña tentación de sacarle la lengua, enfurruñada.

De todas formas, se apresuró a cargar su fusil y asegurarse de que tenía el seguro puesto, como le habían enseñado. Había usado uno de esos con Rhett, así que sus nervios se redujeron un poco. Y eso que Max miraba de reojo lo que hacía con los ojos entrecerrados, como si quisiera asegurarse de que lo hacía bien.

Y, Alice, claro, estuvo a punto de dejar que el fusil cayera al suelo, pero lo recuperó enseguida, avergonzada, mientras Max suspiraba.

¿Por qué lo estaba haciendo tan mal? ¡Con Rhett lo hacía todo perfecto!

Bueno... casi todo.

Puso una mueca al recordar el labio que le había dejado la noche anterior.

Cuando estuvo lista, se acercó a los demás. Ellen le estaba diciendo algo a Max, que no parecía siquiera estar escuchándola y, sin embargo, asintió con la cabeza. Derek estaba unos pasos por detrás de ellos, y agarró del brazo a Alice cuando se adelantó, colocándola a su lado.

—Lo siento —dijo, abochornada.

—No pasa nada —Derek se encogió de hombros—. No es que sean muy claros con las instrucciones.

—Pues no —masculló Alice.

Derek sonrió.

—Yo también estaba nervioso en mi primera exploración. Tranquila, esta es muy sencilla —le aseguró—. Max no te habría traído a una exploración por la ciudad tu primera vez.

—¿Por qué no?

—Las ciudades están ocupadas por gente poco agradable.

—Ah —ella no entendió nada, pero asintió con la cabeza—. ¿Puedo preguntar... qué se supone que tengo que hacer?

—Tú quédate a mi lado en todo momento —le dijo él, sonriendo—. Solo es un intercambio con los de las caravanas.

—¿Cara... qué?

—Caravanas. Son los comerciantes oficiales de las ciudades, aunque no viven en ninguna. No dejan de moverse. Nunca se posicionan con nadie, pero si tienes algo que les interese... puedes cambiárselo por algo que te interese a ti.

Así que se vendían al mejor postor, ¿no? A Alice no le gustaron y ni siquiera los había conocido.

—Si actúan raro, que no te extrañe. Se dice que tienen muchos asuntos entre manos cuando no están ocupados con los intercambios.

Ella no entendió nada, así que solo lo miró con una mueca confusa.

—Ah —Derek la miró—, no creo que se dé la ocasión, pero... si ves que las cosas se ponen feas tu trabajo es cubrir a Ellen para que pueda ir al coche y avisar a los demás. Si no pasa nada, limítate a quedarte cerca de mí.

—Está bien —murmuró ella, un poco asustada.

—Y... ahí vienen —sonrió—. A por ellos.

Efectivamente, a más de veinte metros de distancia, a Alice le pareció distinguir unas figuras acercándose a ellos. Eran al menos cinco personas y al principio le dio la sensación de que iban de negro, pero cuando se acercaron vio que la mayoría llevaba ropa que estaba rota, vieja, grande o dada de sí. Por no hablar de la suciedad. Y eran todo hombres.

El que los encabezaba era un hombre que no debía pasar los treinta años, con el pelo castaño echado hacia atrás y barba corta. Era el más limpio y el más distinguible por su gabardina marrón. Tenía... aspecto atractivo. Mandíbula marcada, ojos claros y burlones, complexión atlética... no encajaba muy bien en su grupo.

—Charles —saludó Max fríamente.

—Max —él sonreía ampliamente, como si se lo estuviera pasando en grande—. ¿Te has traído a tu mujer y a tu hija para que den un paseo o qué?

Max no pareció reaccionar en absoluto mientras Alice fruncía el ceño. ¿Max tenía una hija? ¿Quién...?

—Ah, no, claro, murieron. Soy taaaaan torpe. ¿Y quienes son? —su mirada se clavó en Alice al instante y entrecerró los ojos con interés—. Mhm... estoy acostumbrado a intercambiar cosas con señores viejos y amargados, no con jovencitas con cara de susto. ¿Eres la nueva?

—Hemos venido por un intercambio, te lo recuerdo —Max, de nuevo, no pareció escuchar lo que había dicho.

Ellen sí, porque su cara delataba perfectamente lo que pensaba del tal Charles.

Alice se preguntó si debería mantener un semblante pasivo, aunque la verdad es que seguía nerviosa. Podía notar la mirada afilada del tal Charles clavada sobre ella, como si quisiera comprobar algo. Fuera lo que fuera, Alice no quería saberlo.

—Perdón por querer quitar la tensión en medio de todo esto —Charles se rio solo, moviendo los brazos como si espantara a una avispa. ¿Qué le pasaba?

—Estúpidos yonquis —susurró Derek.

Alice se quedó pensativa durante un breve momento. Había oído esa palabra. Estaba segura. Yonqui...

No, no lo había oído. ¡Lo había leído!

En su antigua zona, había encontrado un libro sobre comportamientos humanos escondido entre el resto. Supo que la matarían si la veían con eso, así que lo escondió al fondo de una de las estanterías y fue leyéndolo poco a poco durante sus ratos a solas. Tardó una eternidad en terminarlo, pero valió la pena

Y recordaba el capítulo de las adicciones. Drogas. Esa palabra había sido muy usada. Alice ya no se acordaba del nombre de ninguna droga, pero sí de que tomarlas estaba mal visto entre humanos.

Por lo tanto, quizá ese tal Charles tomaba drogas. Pero... ¿no se suponía que era malo para su salud? ¿Por qué lo hacía, entonces?

—¿Tienes mi material? —preguntó Max, haciendo que Alice volviera a centrarse.

—Tengo lo que me pediste —Charles no dejaba de sonreír—. Pero primero quiero ver lo que me pertenece.

Max lo pensó un momento y después miró a Derek. Él se dirigió al coche haciendo un gesto a Alice, que lo siguió. Derek sujetó una de las cajas grandes y cubiertas de atrás por un lado, mientras que Alice lo sujetó por el otro, colgando el fusil de la correa de su espalda, la cual seguía apretándole las tetas, para variar.

Los dos se dirigieron hacia el tal Charles, que ahora estaba unos pasos por delante de los suyos. Dejaron la caja en el suelo y Derek le quitó la lona que tenía encima para enseñarle a Charles su contenido.

A Alice le resultaba curioso estar justo al lado de ese hombre, y más cuando vio que la caja estaba llena de armas y munición. Charles se agachó, sentándose sobre sus tobillos, y lo revisó todo con una sonrisita, levantando algunas armas y dejándolas de nuevo.

Alice miró a Derek. Él tensó la mandíbula cuando Charles se puso de pie con un revólver en la mano. La revisó con los ojos y aseguró el cargador, sonriente.

—Mhm... no está mal —su mirada fue hacia Max—. Y está cargada.

—Falta mi parte —le recordó Max.

Charles se quedó mirándolo un momento, como si hubiera interrumpido algo, antes de suspirar y asentir con la cabeza.

—Sí, sí —hizo un gesto a los de su espalda con el revólver cargado, como si nada—. Dadle lo suyo.

Dos personas se adelantaron también y dejaron dos cajas más pequeñas delante de Max. Alice frunció el ceño cuando vio que eran pequeñas macetas con plantas, además de frutas y verduras. Recordó las palabras de Rhett. A ellos les faltaba comida y les sobraban armas. Tenía sentido que intercambiaran eso.

—Bien —Max asintió con la cabeza—. Trato hecho.

—¡Siempre es un placer hacer negocios contigo, querido Maxi!

Max no dijo nada más, hizo un gesto hacia Derek, que se acercó a ellos. Pero, justo cuando Alice iba a seguirlo, notó que algo, o más bien alguien, la agarraba del brazo.

Durante un momento vio que Derek, a su lado, hacía un gesto hacia su cinturón, quizá para agarrar su pistola, pero Charles ya había clavado la punta del revólver con el que había estado jugando... en la cabeza de Alice.

Había pasado tan rápido que Alice todavía no lo había asimilado cuando escuchó que quitaba el seguro. Se congeló en su lugar.

Miró a Derek, que se había quedado muy quieto, con los labios apretados. Deseó poder pedir ayuda, pero supuso que no sería una buena idea, así que se quedó callada.

—Quieta —advirtió Charles en voz baja—. Solo compruebo si el material que me habéis dado es de calidad.

Max no se movió en absoluto, tenía la mirada clavada en el revólver sin seguro que apuntaba hacia la cabeza de Alice. Ella buscó su mirada, aterrada, y vio que Max negaba casi imperceptiblemente con la cabeza, indicando que no se moviera.

Vale... e-eso... eso podía hacerlo. Quedarse quieta.

Lo peor es que no estaba asustada por morir, sino por... no morir.

Los androides no podían desactivarse de un disparo a la cabeza. Si apretaba el gatillo y Alice solo se quedaba inconsciente, sería su perdición. La descubrirían.

—Tranquilidad —Charles sonrió, divertido, y empezó a reírse como si no pasara nada—. ¿Por qué estáis tan tensos?

—¿Qué haces, Charles? —preguntó lentamente Max.

—¿Yo? —Charles se encogió de hombros, tirando de Alice hasta que estuvo a su lado—. Solo he agarrado a la novata. Tenía curiosidad.

—Suéltala —exigió—. Y esto no acabará mal.

—No tiene por qué terminar mal, Max —él se encogió de hombros, riendo de nuevo—. Dime, ¿el revólver está cargado del todo o solo tiene una bala?

Entonces, le brillaron los ojos como si hubiera tenido la mejor idea del mundo.

Oh, no.

Sin dejar de apuntar a Alice, empezó a reírse. Le pasó un brazo por el cuello y pegó su pecho a su espalda, casi como si la abrazada cariñosamente desde atrás. Alice estaba muy quieta. Casi congelada.

—Charles —advirtió Max, que había dado un paso hacia delante con una expresión mucho más tensa.

—¿Has oído hablar de la ruleta rusa, querida? —preguntó él, ignorándolo por completo.

Alice no dijo nada. Era incapaz de hacerlo.

—Te he hecho una pregunta.

—No —murmuró por fin.

—Claro que no —Charles empezó a reírse—. Es muy entretenido. Yo aprieto el gatillo y, si tienes suerte, no pasa nada. Si no la tienes... bueno, voy a tener que cambiarme de ropa.

—Si muere uno de los míos —advirtió Max—, tú también morirás.

Alice vio que Charles se quedaba en silencio un momento antes de soltar una risotada divertida.

—Es decir, que tiene unas cuantas balas —dedujo, señalando el revólver.

Sonrió ampliamente y, antes de que nadie pudiera reaccionar, clavó la punta de la pistola en la sien de Alice y apretó el gatillo.

Ella contuvo la respiración bruscamente, notando cómo su cuerpo entero se tensaba.

Pero... no pasó nada.

Cuando volvió a respirar, tenía un nudo en la garganta. Y Charles estaba sonriendo. Derek, por su parte, parecía aliviado.

—Lástima —Charles por fin la soltó, pero no había dejado de apuntarla—. ¿Te importaría darme la mano, querida?

Alice miró a Max, que asintió con la cabeza, así que le dio una mano temblorosa. Seguía teniendo el revólver delante de los ojos.

Charles envolvió su muñeca con los dedos. Alice no entendió muy bien el por qué, pero él parecía divertido y curioso a partes iguales. Le dio la vuelta, dejando la palma al aire. Él tenía las uñas algo sucias. Las manos pequeñas y blancas de Alice, en comparación, parecían de porcelana. Vio que él pasaba el pulgar por el interior de su muñeca y frunció el ceño. ¿Qué intentaba hacer?

—¿Cómo te llamas, querida? —preguntó en voz baja, sin mirarla.

—Alice.

—¿Alice? —levantó la mirada y la clavó en ella con media sonrisa enigmática—. No. No lo creo.

Ella se tensó por completo, cosa que hizo que su sonrisa aumentara.

—¿En qué zona naciste?

Oh, no. Alice notó una gota de sudor frío bajándole por la espalda, pero no dijo nada. No podía hablar. Estaba ahogada en su propio terror.

—¿En la de los androides? —sugirió él, bajando aún más la voz para que solo Alice pudiera oírlo—. ¿Como una androide?

Alice negó con la cabeza, haciendo que sus ojos brillaran con diversión maliciosa.

—¿Te han dicho alguna vez que los androides están hechos para gustar, querida?

—¿Qué? —ella por fin reaccionó, confusa.

—Si vieras a un androide, lo encontrarías atractivo al instante. Y ni siquiera podrías explicar el por qué. Y es porque están hechos en base a los ideales de belleza de los humanos —él volvió a mirar su muñeca—. Es mucho más fácil hacer que un humano acepte tu presencia si se siente sexualmente atraído por ti, ¿no crees?

Ella no sabia qué decir. Su cerebro parecía haberse quedado en blanco. Estaba demasiado tensa.

—¿Te han contado alguna vez que cada creador deja su huella en los androides que crea? Es como un pintor con su firma. Para que se sepa que son cosa suya —Charles volvió a pasar el pulgar por su muñeca—. Algunas están bien escondidas. Hay creadores con un sentido del humor muy curioso. Una vez vi una marca entre las piernas de una androide. ¿En qué pensaría el creador? ¿Quién se suponía que tenía que ver eso ahí? A parte de mí, claro.

Alice lo miró con el ceño fruncido. No entendía nada.

—Otros son más tradicionales —aclaró él—. Ponen marcas casi imperceptibles por la mayoría de la gente en zonas como la nuca, el pie, la espalda... incluso en las muñecas.

¿Qué? Alice bajó la mirada hacia su muñeca y no fue capaz de ver nada, porque sus ojos se clavaron en la mano de Charles. No se había dado cuenta hasta ahora, pero cuando la miró desde más cerca le dio la sensación de que había algo extraño en ella.

Y, como un relámpago, el recuerdo vino a ella enseguida.

El de su zona. Ese chico perfecto. El que todos los padres adoraban y, un día... se había vuelto loco en el pasillo. 49.

Alice nunca había vuelto a saber de él... hasta ahora.

Era él. Era Charles. Recordaba su cara. Recordaba la forma de su mandíbula, por algún motivo. Muchas veces había cruzado los pasillos por su lado y lo había seguido con la mirada sin saber por qué, justo como le había pasado unos minutos atrás al volver a verlo.

Y esa mano... recordaba cómo a 47, justo antes de que invadieran su ciudad, le habían cortado una mano como castigo y lo habían dejado volver con los demás con la condición de que no volviera a cuestionar la valía de los padres. ¿Y si Charles no lo había aceptado y lo habían echado?

—¿Y dónde llevas la tuya? —preguntó Alice lentamente.

Charles sonrió, inclinándose sobre ella.

—Eres una chica lista. No cualquiera podría haber engañado a una ciudad entera. No está mal. Nada mal.

Alice intentó liberar su mano, pero él tiró un poco más de ella, sonriéndole.

—Ven a visitarme alguna vez y te enseñaré mi marca.

—No lo haré —le aseguró ella en voz baja.

—Te esperaré de todas formas —sonrió, la miró de arriba abajo y en un solo movimiento dio la vuelta al revólver para ofrecérselo—. Toma. Un regalo. Para que no te olvides de nuestro pequeño secreto. Y para que no te olvides de mí.

Alice agarró el revólver, tensa, y él sonrió de manera significativa.

—Un placer conocerte, Alice. Un verdadero placer.

Y, dicho esto, se dio la vuelta sin siquiera preocuparse de que lo atacase por la espalda. Dos hombres agarraron la caja y lo siguieron. Alice se sujetó la muñeca inconscientemente.

—Vámonos de aquí —escuchó decir a Max.

En el coche, Alice no dejó de pasar la mirada por su muñeca, intentando ver cualquier tipo de marca, pero sin ser capaz de hacerlo. ¿La había engañado?

—¿Estás bien? —le preguntó Ellen.

—Sí —murmuró, no muy segura.

—Lo has hecho bien —le dijo Derek—. Mantener la calma en una situación así no es fácil.

—Eso es cierto —murmuró Ellen, mirándola—. ¿Qué te estaba diciendo?

—Yo... —lo pensó un momento—. No lo sé. Algo relacionado con visitarlo.

Tanto Derek como Ellen resoplaron. Max estaba muy silencioso.

—Todos los de las caravanas son unos babosos —murmuró Derek.

—Y unos adictos —añadió Ellen.

—¿Adictos a qué? —preguntó Alice, tratando de sacar la máxima información posible.

—No sé qué droga es exactamente, pero sé que la sacan de alguna planta de la zona —Derek se encogió de hombros—. ¿No has visto cómo tenían las uñas y los dientes? Charles es el único que no parece un yonqui. Ojalá no tuviéramos que hacer tratos con ellos.

—Necesitamos las frutas y verduras que tienen... o que roban —replicó Ellen.

—Si nuestra zona fuera más fértil no lo necesitaríamos —masculló Derek.

Nadie dijo nada más. Cuando llegaron a la ciudad de nuevo, Derek y Ellen cargaron todas las cosas en una caja y se dirigieron hacia la sala de armas. Alice estuvo a punto de seguirlos, hasta que vio que Max le hacía un gesto con la cabeza.

—Ayúdame con esto.

Le puso dos bolsas no muy pesadas en las manos y le dijo que lo siguiera, así que Alice lo hizo sin protestar. Solo llevaba unas horas con ellos, pero ya había aprendido a mantener la boca cerrada cuando estaba alrededor de Max, así que eso hizo mientras dejaba las cosas sobre la mesa de su despacho.

—Siéntate.

Alice se quedó parada un momento cuando vio que él había endurecido la mirada.

Oh, eso no tenía buena pinta.

Cuando se sentó, se sintió como si volviera a estar delante el jurado de la ciudad, completamente expuesta.

—Supongo que te sorprendió que te pasara al grupo avanzado sin previo aviso —comentó Max, pillándola desprevenida mientras se sentaba delante de ella.

De todos los temas de conversación que esperaba, ese era el último.

—Un poco —admitió, confusa, jugueteando con sus dedos por debajo de la mesa.

—Cuando llegaste aquí, honestamente, tenía pocas esperanzas puestas en ti. Tengo que admitir que me has sorprendido para bien.

Cuando la miraba así de fijamente, Alice se sentía como si Max supiera todos y cada uno de sus secretos y solo estuviera jugando con ella antes de echarla.

—Por eso te puse las clases extra con Rhett, para que te pusieras a la altura de los demás, especialmente en armas, que suele ser lo que más trabajo lleva perfeccionar —siguió—. Pero se te dio sorprendentemente bien. Cuando le preguntaba a Rhett si estabas progresando, siempre me daba buenas noticias. ¿Habías recibido clases antes de venir aquí?

—No...

—Me lo imaginaba —la miró un momento sin ningún tipo de expresión—. Así que te pasé a los avanzados para ver de qué eras capaz. He preguntado a tus instructores sobre tus progresos. Las opiniones han sido... variadas.

Como no dijo nada en unos segundos, Alice se vio obligada a aclararse la garganta.

—¿Variadas?

—Deane dice que eres una de las peores alumnas que ha tenido nunca... y Rhett dice que eres su mejor alumna con diferencia.

Max hizo una pausa, repiqueteando los dedos sobre la mesa. Alice intentó ocultar como pudo lo complacida que se sentía por lo último.

—Y como no sabía cómo tomármelo, pregunté a Tina. Me dijo que has estado ayudándola en el hospital y que está muy contenta contigo. Eso nos deja en un dos contra uno.

Alice asintió con la cabeza, ocultando otra vez lo agradecida que se sentía con Tina por apoyarla.

—Quería comprobar por mí mismo qué podías hacer, así que te pedí que vinieras conmigo —siguió él—. No esperaba que Charles reaccionara así. Los intercambios con las caravanas suelen ser muy sencillos. Y me ha sorprendido muy gratamente ver cómo has sabido mantener la calma en todo momento. Hay gente con mucha experiencia que habría sido incapaz de hacerlo.

Menos mal. Alice suspiró, aliviada.

—Pero sigo sin entender por qué Deane te considera tan poco apta para su clase.

Porque era una bruja asquerosa, quizá.

—Estos días he conseguido superar el recorrido —murmuró en su defensa.

—Sí, Deane tiene tendencia a omitir los detalles que no le interesan.

Por un momento, Alice tuvo la sensación de que Max estaba siendo... incluso simpático. Pero volvió a su semblante serio demasiado rápido como para poder mantener esa idea.

—¿Tienes idea de por qué habla tan mal de ti?

Supuso que comentar lo de sus celos por Rhett no sería muy lógico, así que fue a lo fácil:

—No se me da bien luchar.

Max dejó de repiquetear los dedos en la mesa.

—¿Ni siquiera con las clases extra?

Silencio. Alice lo miró por fin, tragando saliva. ¿Cómo sabía eso? Se suponía que solo lo sabían Rhett y ella.

—¿Crees que algo pasa aquí dentro sin que yo me entere? —preguntó Max lentamente.

A Alice le dio la impresión de que su voz de había endurecido. Toda la simpatía había desaparecido.

—Desobedecer órdenes directas de un guardián tiene consecuencias muy duras —le dijo en voz baja, claramente enfadado—. Incluso para otro guardián.

Oh, no... ¡Rhett!

—Yo se lo pedí —dijo enseguida—. Rhett ni siquiera quería ayudarme, pero le insistí tanto que no le quedó más remedio que hacerlo.

—¿Ah, sí? —preguntó él fríamente.

—Sí. Pero no... no volveré a pedírselo. Lo prometo.

Max no dijo nada, pero siguió mirándola fijamente. Alice notó que volvía a sudar, tensa.

Cuando pareció que había pasado una eternidad, Max se inclinó sobre la mesa, entrelazando los dedos de manera tan lenta que la puso aún más nerviosa de lo que ya estaba.

—He pensado que quizá no rindes bien porque no te alimentas lo suficiente. Quizá debería dejar que comieras con los demás a la hora que corresponde y anular las clases extra.

¡No, eso no!

—N-no creo que eso sea neces...

—Aunque también he pensado que tu baja rendición puede deberse a la falta de sueño.

Alice sintió que se quedaba sin palabras. Era imposible que supiera eso.

—¿Sabes a lo que me refiero, Alice?

—No —dijo ella rápidamente.

—¿Ah, no? Quizá te suene mejor ahora: ¿qué haces cada noche a las dos de la mañana?

Alice notó que se le formaba un nudo en la garganta.

—Yo...

—¿Tú, qué?

—Yo... salgo de mi habitación.

Max se quedó en silencio un momento. Ella tenía la cabeza agachada. De pronto, le entraron ganas de llorar solo al pensar en qué lío había metido a Rhett.

—¿Eres consciente de que está terminantemente prohibido salir de tu habitación después de que anochezca, Alice?

—Sí, pero...

—Pero, nada. Y mírame cuando te hablo.

Esa vez sí había sonado enfadado. Alice levantó la cabeza lentamente y lo miró.

—Por no hablar de lo prohibido que está visitar a un instructor en plena noche.

Ella sintió la tentación de agachar la cabeza. El nudo en la garganta se hizo más espeso. No se sentía capaz de hablar.

—No me importa lo que hagáis en plena noche los dos en esa habitación —aclaró Max con voz áspera—. No quiero volver a oír hablar de eso. No quiero volver a tener que escuchar a nadie diciéndome que te ha visto saliendo de tu habitación en plena noche para ir a ver a tu instructor, ¿me has entendido bien?

—¿Quién...?

—Quien me lo haya dicho no es asunto tuyo. Y te he preguntado si me has entendido, respóndeme.

—S-sí...

—Se han acabado las amistades con instructores o lo que sea eso —siguió Max, cada vez más enfadado. Alice sintió que se hacía pequeñita en su lugar—. Se acabaron las clases extra.

—Pero...

—No me interrumpas —advirtió Max señalándola y hablando muy lentamente.

Ella volvió a agachar la mirada inconscientemente.

—Te he dicho que me miraras cuando te hablo.

Volvió a levantar la cabeza, esta vez más enfadada que asustada.

—Se acabaron las visitas a cualquier habitación que no sea la tuya.

—¿Qué? Pero...

—He dicho que no me interrumpas.

—¡Me da igual! ¡Los demás no tienen la culpa de esto!

—No los estoy castigando a ellos, sino a ti —la miró duramente—. Y siéntate ahora mismo.

Alice se dio cuenta de que se había levantado y volvió a sentarse.

—No es justo —murmuró.

—Pocas cosas son justas en la vida —Max enarcó una ceja—. Si no eres capaz de seguir normas básicas, no me dejas otra opción que ser más estricto contigo. Y es lo que estoy haciendo. Tu castigo será no poder ver a tus amigos durante un tiempo.

—¿Qué? —casi chilló ella—. ¿Cuánto tiempo?

—El que yo decida.

—¡No pienso hacer eso!

Las palabras habían salido de su boca antes de que pudiera detenerlas.

Max apretó los labios con fuerza. Oh, no.

—¿Necesitas que los castigue a ellos para que te des cuenta de que no puedes hacer lo que quieras en mi ciudad?

—Esto no es justo —repitió como una niña pequeña—. No puedes prohibirme ver a alguien.

—Muy bien, Alice —y sonó como si finalmente hubiera perdido su poca paciencia—. Si alguien me avisa de que has estado hablando con alguno de los que no son de tu habitación, no te castigaré solo a ti. Castigaré a cada persona con la que hayas hablado. ¿Lo entiendes mejor así? ¿O tienes algo más que decir al respecto?

Alice apretó los puños por debajo de la mesa, pero se calló.

—Como puedes imaginarte —siguió él—, también te quedarás sin más exploraciones durante un tiempo. Cuando ese tiempo termine, ya veremos lo que hacemos contigo si sigues aquí.

—¿Si sigo aquí? —Alice entrecerró los ojos.

—Ya me has oído. Te recuerdo que todavía no formas parte de nosotros. Solo eres una invitada provisional. Y ya has roto la mitad de las normas que tenemos.

—Una invitada provisional —masculló ella, negando con la cabeza.

—Puedes olvidarte de cualquier tipo de privilegio a partir de ahora y, por supuesto, puedes estar segura de que voy a hablar también con Rhett.

—¿Qué pasará con él? —preguntó ella, asustada.

—No es asunto tuyo —replicó, tajante, señalando la puerta—. He terminado.

—Sí es asunto mío.

Max le echó una mirada que habría helado el infierno.

—Vete.

—No.

Sabía que solo estaba empeorando las cosas, pero no podía evitarlo.

—Lo único que he hecho desde que llegué aquí ha sido tratar de hacer todos mis ejercicios lo mejor que podía —le dijo ella, y notó que le temblaba un poco la voz—. No he hecho nada malo.

—Desde que llegaste aquí, no has hecho más romper una norma tras otra. No sé si eres consciente de que no estás en un maldito campamento. Esto es una ciudad. Y tú todavía no eres parte de ella.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Echarme?

Max apretó los dientes.

—Quizá debería hacerlo.

Silencio.

Se miraron el uno al otro. Alice no apartó los ojos, pero tenía ganas de hacerlo. Incluso con lo enfadada que estaba, se sentía intimidada.

Pero eso no le impidió hablar.

—Siempre os quejáis de que la gente que invadió mi antigua zona nos mató a todos, pero sabes que si me echas de la ciudad me moriré tarde o temprano. Son dos formas de matar distintas, pero en el fondo es lo mismo. ¿Qué diferencia hay entre tú y ellos?

Ni siquiera había sonado enfadada. Solo triste. Max no pareció muy conmovido. Simplemente, apretó la mandíbula.

—Como no te vayas ahora mismo, te aseguro que no serás la única a la que eche de la ciudad.

Alice se quedó mirándolo un momento, impotente. No podía creerse que todo hubiera sucedido tan deprisa y tan mal. Se puso de pie, enfadada, y salió de su despacho.

Nada más hacerlo, se encontró a Rhett apoyado al otro lado del pasillo. Él la miró un momento, tenso.

Todavía tenía una marca en el labio. A ella le entraron aún más ganas de llorar.

—¿Qué...? ¿Por qué tienes esa cara? ¿El cabrón te ha gritado?

—Entra —espetó Max desde su escritorio.

—Alice, ¿qué pasa? —insistió, ignorándolo.

—¡Rhett! —se escuchó su voz desde dentro del despacho, furioso.

Alice pasó por su lado, sin ser capaz de mirarlo a la cara. Antes de llegar al final del pasillo, escuchó la puerta del despacho de Max cerrándose con fuerza.


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