17 - 'El circuito'
Deane se había despertado inspirada, y en el buen sentido. Eso sí que era raro.
Alice nunca creyó que una clase de Deane pudiera parecerle mejor que la anterior —más que nada, porque todas eran horribles—, pero en esa ocasión ocurrió. En lugar del recorrido, ese día quiso que dieran aún más vueltas al campo y que su entrenamiento se basara casi por completo en flexiones y abdominales.
Pensándolo bien, eso también era trabajo duro, pero al menos no era el dichoso y maldito recorrido de la muerte.
Además, en esta ocasión —por primera vez—, Alice no fue la única incapaz de terminar la clase sin descansar, sino que otras cinco personas se quedaron al margen durante los últimos diez minutos. ¡Por fin no era la única que hacía las cosas mal!
Shana fue una de las que se detuvieron junto a Alice, jadeando por el esfuerzo. Cuando Alice la vio, se aclaró la garganta, algo incómoda, intentando bajar la tensión de la situación.
—¿Es cosa mía o Deane cada vez es más dura con nosotros? —bromeó.
Shana tensó la mandíbula.
—El hecho de que no vaya a contar a nadie lo tuyo no significa que sigamos siendo amigas, Alice.
Y se colocó en la otra punta de la zona.
Alice se quedó descolocada unos segundos así que, cuando Deane les dijo que se pusieran en pareja con alguien para practicar combate, tuvo que apañárselas para encontrar a alguien. Especialmente cuando vio que Kenneth se acercaba a ella con una gran sonrisa.
Como un rayo de esperanza, vio que Davy, su compañero de litera, estaba también solo y se acercó a él rápidamente.
Davy era más bajo que ella, más delgado y con peor carácter. Era como una Trisha, pero en chico y en pequeñito.
Se ajustó las enormes gafas, mirándola con desconfianza.
—¿Quieres que entrenemos juntos?
—Si quieres, me alejo y dejo que Kenneth sea tu pareja.
—Vale, no. Quédate.
Alice, en el fondo, agradeció que le tocara con él, que no tenía la mitad de fuerza que Shana. Ella era capaz de mandarla diez metros hacia atrás de una patada.
Justo cuando Alice empezaba a estar de buen humor al ver que solo quedaban cinco minutos de clase... fue como si Deane se diera cuenta. Y estaba claro que cuando Deane detectaba algo de felicidad a su alrededor su primer instinto era erradicarla.
—Novata —gritó, y Alice supo al instante que se refería a ella—. Circuito. Vamos a reírnos un poco.
Alice se preguntó si podrían reírse cuando la lanzara una bola de barro a la cara.
Suspiró y se acercó al circuito con el chico al que habían asignado el otro lado. Tenía pocas esperanzas, pero empeoraron cuando vio que él ya había terminado mientras Alice seguía intentando cruzar las cuerdas a su ritmo, temerosa de caerse otra vez.
Deane, por su parte, la miraba desde abajo con una ceja enarcada.
—¡Vamos, no tengo todo el día, novata!
Alice, por un breve pero satisfactorio momento, estuvo tentada a dejarse caer sobre su cabeza.
Intentó balancearse pero, cuando estiró un brazo para alcanzar la otra cuerda, resbaló un poco hacia abajo y se aferró a la que ya estaba agarrada con más fuerza.
—¡Novata! —gritó Deane, y ya sonaba a advertencia.
Alice soltó todo el aire de sus pulmones y saltó hacia delante, pero sus manos no atraparon bien la cuerda y se resbaló los dos metros hacia abajo con la cuerda rasgándole las palmas. Aterrizó con un horrible golpe sordo, pero eso no fue lo que hizo que se quedara un momento en blanco por el dolor.
Fueron sus manos. Oh, no. Ardían. Y dolían. Pero ardían mucho más de lo que dolían.
No podía ni siquiera respirar cuando consiguió girar las palmas temblorosas hacia ella. Estaban rojas y manchadas de barro. Ardían muchísimo. Era insoportable, como si las tuviera metidas en una hoguera. Apretó los labios, intentando controlar las lágrimas de dolor.
—Mira tus manos —casi pudo adivinar que Deane estaba poniendo los ojos en blanco—. Eres un maldito desastre. Ve con Tina y que te arregle eso, novata.
Alice apretó los labios con fuerza al ponerse de pie con cuidado de no apoyarse en las manos. Le ardían como nunca. La zona que la cuerda había rozado ahora estaba todavía más roja, e incluso palpitaba.
Se dirigió al hospital con aspecto lamentable. Iba cubierta de barro seco cuando abrió la puerta con el codo, intentando contener las lágrimas de dolor otra vez.
Y la esperanza de que nadie la viera en ese estado se esfumó cuando vio que Tina estaba hablando con Jake. Él se sujetaba un trapo con hielo contra la costilla, sentado en una de las camillas. Ambos se dieron la vuelta al oírla llegar.
—¡Hola, Al...! Jooooder —Jake la miró de arriba a abajo—. ¿Qué te ha pasado? ¿Te has revolcado en barro para divertirte?
Alice le puso mala cara, pero se centró de nuevo cuando Tina se acercó casi corriendo con la cara crispada por la frustración.
—¡¿Qué te ha pasado en las manos?! —exclamó, alarmada—. Enséñamelas. Oh, Dios mío. Ven aquí.
Alice dejó que la guiara por la muñeca hacia la camilla de Jake. Se sentó a su lado y abrió las palmas para ella.
—¿Qué...? —Tina parecía desconcertada.
—Las cuerdas del circuito de Deane —adivinó Jake.
—Pues sí —murmuró Alice, que apretó los dientes cuando Tina le lavó la herida con agua fría.
—No es grave —le aseguró enseguida—, sé que duele, pero ahora te daré algo para que se calme.
—¿Y no necesito nada más?
—Bueno, tienes una mano mucho peor que la otra. Vas a tener que llevarla vendada dos o tres días.
—¿Vendada?
Oh, lo que le faltaba.
Tina no dijo nada, pero empezó a vendarle la mano desde la muñeca hasta los nudillos. Solo dejó los dedos al descubierto. Alice miró el resultado con una mueca, intentando flexionar los dedos. No lo consiguió.
—A Rhett no le gustará esto —canturreó Jake, divertido.
—Sí, ya verás cuando le diga que no puedo disparar... —murmuró Alice.
—Ahora que lo dices —Tina la miró—, ¿no tienes ahora tu clase con él?
Alice le enseñó la mano.
—Creo que entenderá el retraso.
No tardó en ir a clase de Rhett. Y llegaba diez minutos tarde.
La iba a matar, ¿verdad?
Tuvo que admitir que estaba nerviosa cuando llegó a la casa de tiro y empujó la puerta con la mano buena. Los disparos le indicaron que los demás ya habían empezado, y varias cabezas se giraron hacia ella cuando la escucharon llegar.
Entre ellas, la de Rhett.
Y... sí, estaba muy enfadado.
De hecho, se acercó a ella y se quedó mirándola de brazos cruzados, como siempre que hacía algo mal.
—¿Sabes qué hora es? —le preguntó directamente.
Al menos, estaban lo suficientemente lejos de los demás como para no aguantar risitas molestas. Aunque, bueno... Alice dudaba que se atrevieran a reírse de ella si Rhett andaba cerca.
—Sé que llego tarde —empezó, dubitativa.
—Sí, exacto. Y espero que tengas una buena excusa.
Ella levantó la mano en forma de buena excusa.
Rhett, que seguía mirándola como si hubiera hecho todo mal, cambió completamente su expresión a una confusa al verle la venda.
—¿Qué demonios has hecho?
—Ir a clase de Deane.
—¿Qué...? —frunció profundamente el ceño—. ¿Deane te ha hecho esto?
—Bueno, no exactamente... ha sido en el circuito.
—En las cuerdas —dedujo él.
Alice asintió. Rhett se quedó mirándola unos segundos, pensativo, pero no dijo nada al respecto.
—No puedo usar la mano —añadió ella—. Ni siquiera puedo doblar los dedos.
Él seguía pensativo, y un Rhett pensativo nunca aventuraba nada bueno.
—Muy bien, te has librado de esta clase —dijo al final, sorprendiendo a Alice—. Pero te quiero ver aquí a la hora de la clase extra, como siempre.
—Pero... ¿y qué hago ahora?
—Aprovecha para comer algo. Siempre te quejas de que no te dejo hacerlo, ¿no?
Se dio la vuelta y dio una palmada al aire, haciendo que todo el mundo —que los estaban mirando— diera un respingo.
—¿Se puede saber por qué demonios no escucho ningún disparo? —preguntó Rhett bruscamente, y su voz reverberó en la sala.
Alice salió de la sala cuando todo el mundo se puso a disparar a sus respectivos muñecos como si la vida dependiera de ello.
•••
Alice había aprovechado esas dos horas libres para comer y visitar la habitación de los principiantes, que en esos momentos no tenían clase. Les contó a Dean, Saud y Trisha lo que le había pasado a su pobre mano mientras Jake repartía las cartas.
—Pero... ¿tú estás bien? —preguntó Dean, preocupado—. ¿No te duele?
—No mucho, la verdad.
—La magia de Tina —murmuró Saud, asintiendo con la cabeza.
Trisha también sacudió la cabeza, recogiendo sus cartas.
—Siempre me he preguntado qué clase de pacto con el maligno ha hecho Tina para ser capaz de curar todo tipo de heridas.
—¿El maligno? —preguntó Alice, confusa.
—Max —aclaró Trisha, pero parecía extrañamente divertida.
—¿Max es el maligno? —repitió Alice, confusa.
Cuando vio que los cuatro empezaban a reírse de ella, puso una mueca, molesta.
—¡No os riais de mí, estoy malherida y sensible!
Al final, no se enteró de quién era ese maligno, pero se lo pasó bien con ellos. Siempre se lo pasaba bien con ellos.
Era una relación curiosa. Trisha se metía con Jake y, aunque él se enfadaba, luego terminaba olvidándose del tema como si no hubiera sucedido. Y lo mismo con Saud y Dean. Y parecían quererse mucho todos.
Alice seguía sin entender muchas cosas de los humanos, pero había dejado de hacerse tantas preguntas. Un poco de misterio siempre alegraba la vida de la gente. Además, según Rhett, eso de preguntar tanto la hacía sospechosa. Y probablemente tenía razón.
Cuando pensó en él, recordó que tenía su clase extra. Le faltaba un rato para empezar, así que se sentó en el campo de entrenamiento con los auriculares puestos y pasó un rato ahí, en la hierba, con el sol calentándole la piel y la música mejorando su humor.
Podría pasarse horas así.
Justo cuando iba por la décima canción, notó que alguien se colocaba delante de ella, tapándole el sol, y abrió los ojos. Rhett la miraba con una pequeña sonrisa.
—¿Disfrutando de tu rato libre?
Alice asintió felizmente.
—Podría hacer esto más a menudo.
Se esperaba que la riñera o le dijera que escondiera el iPod, pero se limitó a dejarse caer a su lado, con la espalda también apoyada en las gradas, y a quitarle un auricular para ponérselo él.
Rhett enarcó una ceja, sorprendido.
—¿Estás escuchando a los Beatles?
—¡Es que me gustan mucho! —exclamó ella felizmente, buscando la canción en el iPod—. Esta es la que más me gusta de las suyas.
—Hey, Jude —leyó Rhett—. ¿Qué hay de Yesterday, o de Let it be?
—Esas me ponen triste.
—Algunas canciones están hechas para ponerte triste, Alice.
—Mhm... a mí me gustan las que me inspiran.
Eso pareció captar su interés.
—¿Como cuál?
Alice sonrió, entusiasmada por poder hablar de esa música con alguien, y puso la canción que tenía en mente. La había escuchado en bucle muchas noches seguidas. Le gustaba mucho.
Rhett la escuchó, mirando el campo distraídamente, pero al final solo frunció el ceño.
—¿Cuál es?
—Piano Man, de alguien que se llama... Billy Joel. ¿Cómo puedes no conocerla? El iPod es tuyo.
—No, ese no —Rhett ladeó la cabeza, pensativo, y su expresión decayó un poco—. Fue un regalo.
Alice dudó visiblemente antes de preguntar. Estaba claro que no se sentía del todo bien con el tema.
—¿De quién? —preguntó al final, suavemente.
Rhett le dedicó media sonrisa algo amarga.
—De Max.
¿De Max? Pero... ¿no se llevaban mal?
Pero Alice no siguió preguntando. Solo se quedó ahí sentada, disfrutando el sol en su piel y la calidez del brazo de Rhett pegado al suyo mientras la canción sonaba por los auriculares.
Cuando terminó, abrió los ojos y miró a Rhett, él sonrió un poco.
—Sí, creo que a mí también me inspira.
Alice sonrió, entusiasmada.
—¡Puedo ponerte otra, como por ejemplo...!
—No, para —la detuvo, señalando su mano—. Quiero saber qué demonios te ha hecho Deane.
—No me ha hecho nada, ya te lo he dicho —ella recogió los auriculares, algo avergonzada—. Me lo he hecho yo sola.
—Es tu instructora, Alice, una de sus responsabilidades es impedir que te hagan daño.
—Te recuerdo que tú dejabas que me dieran palizas.
—Pero nunca permití que te hicieran daño de verdad. No tanto como para llevar vendas o no poder mover alguna parte de tu cuerpo.
Bueno, eso era cierto.
—Quería que cruzara esas... cuerdas estúpidas —murmuró ella de mala gana—. Y me he resbalado por el barro. Y porque soy torpe. Cuando he intentado agarrarme, no ha servido de mucho.
Rhett la observaba con aire pensativo, como antes.
—Así que el problema es que no te ha enseñado a cruzar las cuerdas correctamente —dedujo.
—Podrías preguntarme si estoy bien, ¿no?
—Se ve que estás bien.
—¡Eso no lo sabes!
—Alice, si no estuvieras bien, Deane ahora mismo no estaría comiendo tranquilamente en la cafetería, créeme.
Ella no supo qué responder porque no terminó de entenderlo, pero frunció el ceño igual.
—Podrías mostrar un poco de preocupación, entonces.
—Que te golpees no me preocupa mucho, es imposible que no pase —sonrió él—. Y cada fallo entrenando significa uno menos en una batalla real.
—Entonces, yo nunca tendré un fallo en una batalla real.
Rhett empezó a reírse.
Espera, ¿se había reído alguna vez?
Era muy guapo cuando se reía. Se le iluminaba la cara. Y se le achinaban un poco los ojos. Alice sonrió disimuladamente, disfrutando de las vistas.
Él sacudió la cabeza, ahora solo sonriendo, y le ofreció una mano.
—Enséñamela.
Alice lo hizo al instante, tendiendo su mano mala hacia él. Vio que Rhett la sujetaba con cuidado y revisaba el vendaje con los ojos. Intentó que doblara los dedos y Alice se sorprendió al notar que podía hacerlo mucho mejor que una hora antes.
Para su confusión, Rhett parecía satisfecho con el resultado.
—¿No deberías estar quejándote de que no puedo disparar?
—No. Esto es perfecto.
—Creo que no te entiendo.
—Vas a aprender a disparar y recargar con una sola mano. ¡Es perfecto!
—¿E-eh...?
Estuvo a punto de reírse con la esperanza de que fuera una broma, pero no lo era.
—Ya soy mala con ambas manos —le recordó.
—No eres mala —Rhett enarcó una ceja—. Eres mi mejor alumna.
¿Ella era...?
Se distrajo cuando vio que Rhett se ponía de pie y empezaba a encaminarse a la casa de tiro. Se apresuró a seguirlo, guardando el iPod en el bolsillo.
—Ve a la pared del fondo —le dijo él, sin embargo.
Lo esperó en la pared del final del campo, la que tenía muñecos pintados y había usado para practicar con el francotirador. Rhett no tardó en aparecer con dos pistolas, una para cada uno.
—Es más fácil de lo que parece —le aseguró— Y, teniendo en cuenta de que ya te han disparado una vez en el brazo...
—Me pilló desprevenida, ¿vale?
—...no te vendría mal aprender a disparar solo con una mano. Solo por si sucede otra vez.
—Te noto muy preocupado por mi seguridad.
—Digamos que... no quiero que mueras.
—Es un alivio.
—Por algún extraño motivo, me gustas más cuando eres sarcástica conmigo.
Espera.
¿Acababa de decir que le gust...?
—Imítame —interrumpió Rhett su inicio de pensamientos frenéticos.
Alice trató de volver a centrarse y observó lo que hacía. Rhett clavó una rodilla en el suelo y ella lo imitó. Por supuesto, tuvo mucha menos gracilidad que él.
—Se supone que llevarás la munición en el cinturón —le dijo Rhett, mirándola—. Ayúdate con la pierna y el suelo para apoyar la pistola así.
Alice observó sus movimientos y los imitó torpemente. Su otra mano se sentía inútil al estar, simplemente, apoyada en la rodilla.
—Cargador fuera —indicó él, haciéndolo—, munición, apoyas el arma en el suelo...
Iba demasiado rápido, pero Alice ya había aprendido a seguirle el ritmo. Muchas horas con él tenían esas ventajas.
—Y metemos el cargador con la bota —finalizó.
Él aseguró el cargador con el talón de la bota y se puso de pie con agilidad. Apuntó al objetivo como si fuera a disparar, pero no lo hizo. Solo la miró.
—¿A qué esperas?
La pobre Alice se había quedado mirándolo, embobada. Enrojeció de pies a cabeza al darse cuenta.
—Ah, sí, sí... perdón.
Se apresuró a hacer lo mismo. Casi se cayó de lado cuando intentó asegurar el cargador con el talón de su bota, pero Rhett la sujetó del hombro y la volvió a colocar. Después, ella se incorporó de un salto y apuntó al muñeco. Quitó el seguro y apretó el gatillo. La bala dio en el centro del estómago.
—Lo he hecho bien —sonrió, orgullosa y sorprendida.
—No, lo has hecho despacio —Rhett enarcó una ceja—. Otra vez. Y más rápido.
A veces, Alice podía olvidar lo exigente que era Rhett.
Repitió el proceso cinco veces hasta que él por fin opinó que estaba mejor. Después, Rhett le hizo los ejercicios de siempre para practicar puntería con todo tipo de armas. Alice ya se los sabía de memoria, así que no protestó al hacerlos.
Al terminar, se dio cuenta de que él la observaba con una pequeña sonrisa.
—¿Qué? —preguntó.
—No está mal.
—¿Crees... crees que lo he hecho bien?
—No. Simplemente no está mal. No te lo creas tanto —sonrió—. Ahora, ayúdame a limpiar las armas.
Oh, no. Eso no, por favor. Qué tortura.
—¿Limpiar armas? —repitió Alice con una mueca.
—¿Se te ocurre algo mejor que hacer solo con una mano?
Alice resopló, pero no le sirvió de nada. Lo siguió hacia la sala de tiros.
—También puedes irte con tus amigos —añadió Rhett—. No se lo diré a nadie.
—No —ella sonrió—. Me gusta estar contigo.
Rhett la miró unos segundos y, tras poner una fugaz mueca de sorpresa, se giró hacia delante y carraspeó ruidosamente.
•••
Tres días más tarde, Tina ya le había quitado la venda de la mano, así que Alice ya no tenía excusas para no realizar el recorrido. Y odiaba a Deane cada vez que lo hacía.
Ese día se cayó tres veces de la cuerda. En una de las ocasiones fue porque vio que estaba a punto de resbalarse y la soltó, no queriendo arriesgarse a terminar como la otra vez. Cuando estuvo en el suelo, puso una mueca y se incorporó lentamente, acariciándose el culo dolorido.
Deane, que ese día parecía tener problemas para disimular el odio que tenía hacia Alice —más que de costumbre— la miró como si quisiera golpearla.
—Eres pésima en esto —espetó, y todos las miraron, a lo que Alice se encogió un poco—. ¿Eres así de pésima en todo?
Deane volvió a girarse, dando por zanjada la conversación.
Pero... no.
Ese día Alice había tenido suficiente.
—¿Y tú? ¿Eres así de negativa en todo?
Casi al instante en que lo dijo, todo el mundo se quedó en completo silencio, observándolas.
Deane se giró lentamente hacia ella, pero Alice no se movió de su lugar. Le daba igual estar cubierta de barro. Le daba igual ser más pequeña que ella. Le daba igual que fuera su instructora.
No se merecía ser tratada así. Y no iba a permitir que siguiera haciéndolo.
—¿Qué has dicho? —preguntó Deane en voz tan baja que casi sonó como un siseo furioso.
—No he dicho nada. Solo te he preguntado si eres así de negativa en todo —Alice ladeó la cabeza—. ¿Tienes algún problema en el oído y no lo entiendes? ¿Quieres que te lo repita otra vez?
El pecho de Deane empezó a subir y bajar rápidamente cuando se dio la vuelta hacia ella, furiosa, y acortó la distancia entre ellas. Pese a que se plantó delante de Alice, furiosa, ella no se movió. Solo le devolvió la mirada.
—¿Todo esto lo dices porque sabes que Rhett hablará conmigo si me porto mal con su maldita alumna mimada? —siseó.
—¿Rhett... ha hablado contigo?
—Sí, novata. Y fue bastante claro en el aspecto de que, en cuanto te hirieras otra vez en mis clases, se encargaría de quitarme el puesto de instructora.
Alice no pudo evitar una mueca de sorpresa. Rhett no le había contado nada de eso. Aún así, recuperó la compostura enseguida y se cruzó de brazos.
—Es lo lógico —declaró.
—¿Disculpa?
—Quizá el problema no sea que yo soy una mala alumna, sino que tú eres una pésima profesora.
A Deane empezaba a palpitarle peligrosamente una vena del cuello cuando se inclinó hacia ella, furiosa.
—¿Te crees que porque te estés follando a un guardián tienes derecho a hablarme así?
—Yo no est...
—Me da igual que Rhett te proteja. Me da absolutamente igual. Vuelve a hacer un comentario así y te echaré de esta ciudad, ¿me has entendido?
Y fue en ese momento, en ese preciso momento... en que Alice por fin lo entendió.
Entendió el por qué la odiaba tanto.
—Espera, ¿estás celosa? —preguntó, pasmada.
La cara de Deane fue digna de ser enmarcada.
Primero, abrió mucho los ojos y se quedó pálida. Después, su cara se volvió completamente roja cuando dio un paso atrás, claramente dudando.
—Vuelve a tu maldito lugar —murmuró sin mirarla.
Alice decidió que había forzado demasiado la situación y volvió a su lugar bajo las miradas pasmadas de todos sus compañeros.
Un rato más tarde, llegó a su clase grupal con Rhett y practicaron con las pistolas reglamentarias. Ese día Rhett estaba especialmente empeñado en que lo hicieran rápido y bajo presión para acostumbrarse a ser eficientes en caso de haber algún problema en el exterior.
Así que, claro, no dudaba en gritar al oído de pobres e inocentes alumnos para meterles presión y que temblaran de pies a cabezas.
—¿Os creéis que ahí fuera os darán tiempo para recargar la pistolita? —espetó Rhett, mirándolos uno a uno—. No. Os van a intentar matar. Y, creedme, si sois así de malos lo van a conseguir.
Hizo una pausa y se colocó detrás de Tom, que se quedó lívido.
—Tienes cinco segundos. ¡Vamos!
Tom dudó durante una valiosísima milésima de segundo y Rhett se inclinó sobre él con el ceño fruncido.
—¡Venga, novato!
Tom dio un respingo y empezó a recargar a toda velocidad, pero el cargador se le cayó al suelo y rebotó sobre las botas de Alice.
Ella lo recogió, apiadándose del pobre Tom, pero cuando se lo ofreció vio que él la miraba con el mismo desprecio que había tenido Shana en los ojos desde que se había enterado de que era androide.
Al final, Tom se lo quitó de mala gana y consiguió disparar, pero no cumplió las expectativas y Rhett se lo dejó clarísimo durante casi un minuto entero de comentarios sobre lo pésimo que había sido el disparo.
Y... Alice supo que era la siguiente en la lista negra.
Rhett se detuvo detrás de ella. Curiosamente, su presencia tan cerca de su cuerpo era... agradable. Y eso que la situación era tensa. Era difícil de explicar.
—Cinco segundos —le dijo Rhett—. Cuando quieras.
Alice lo había hecho tantas veces en sus clases extra que ya estaba lista. Agarró el cargador, lo expulsó con un movimiento del pulgar, lo dejó caer en el suelo y, antes de que siquiera impactara contra éste, ya estaba colocando el cargador nuevo. Apuntó, quitó el seguro y disparó directamente al corazón del muñeco.
Hubo un momento de silencio. Miró a Rhett en busca de su aprobación. Él negó con la cabeza con aire divertido, como si ya lo esperara.
—Incluso la novata es mejor que vosotros —fue su conclusión.
Alice se lo habría tomado mal de no haberlo conocido tan bien. Se limitó a sonreír un poco y dejar que Rhett fuera a por su siguiente víctima, una chica a la que le temblaban las manos.
Rhett seguía igual de exigente cuando Alice llegó a su clase extra. Pero él no estaba preparando un arma. De hecho, las estaba escondiendo todas. Ella parpadeó, confusa.
—¿No hay clase?
—Sí la hay, no te hagas ilusiones —murmuró él—. Pero será distinta. Sígueme.
Lo siguió sin protestar, pero no pudo evitar preguntar cuando vio que estaban cruzando la ciudad.
—¿Dónde...?
—¿Cómo está tu mano? —preguntó él, interrumpiéndola.
—Bien. Ya no me duele.
—Perfecto.
Y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaban junto al circuito de Deane.
Oh, no.
—No quiero estar aquí —murmuró ella de mala gana.
—¿No dijiste que no podía cruzar las cuerdas? —Rhett la miró—. Pues hoy vas a aprender a hacerlo de una vez. Estoy harto de que llegues a mis clases cubierta de barro.
Se dirigió a la entrada del circuito y Alice lo siguió, pero no estaba muy convencida. Ya era bastante humillante tener que hacerlo delante de Deane, pero... delante de Rhett era mucho peor.
No quería parecer una inútil delante de él.
—No creo que puedas ayudarme en esto —le aseguró cuando vio que Rhett se quedaba mirándola, esperando.
—Hazlo y calla.
—Rhett, soy... muy mala, de verdad.
—¿Tan mala como eras en combate hace unas semanas? Porque te recuerdo que no sabías ni dar un puñetazo y ahora sabes bloquearlos a la perfección. Seguro que un día de estos me patearás el culo.
Alice miró la red, dudando. Era el primer obstáculo. Y se cernía sobre ella como un muro impenetrable.
—No me gusta decir las cosas dos veces, Alice —insistió él.
—Pero, si me caigo...
—Estaré justo debajo, me aplastarás y moriremos los dos juntitos, ¿contenta? Súbete de una vez.
Alice suspiró y dio un paso hacia delante. Rhett la siguió con la mirada mientras trepaba por la red y saltaba al otro lado. Ya tenía barro seco en los pantalones, así que no le importó mucho tener que agacharse y clavar las rodillas y los codos en el suelo para arrastrarse por debajo de la red hacia el siguiente obstáculo.
Rhett la seguía, andando a su lado. Observaba cada movimiento con suma atención. Alice se puso de pie y pasó las barras de la escalera horizontal con algo de lentitud, pero al menos las pasó. Al terminar, subió la rampa corriendo, se agarró al borde y se impulsó hacia arriba.
Y... ya estaba delante de las dichosas cuerdas.
Miró a Rhett con una mueca.
—Rhett, no sé si...
—Sigue el recorrido, Alice.
Ella puso una mueca, dubitativa, y saltó hacia delante. Se aferró de piernas y manos a la primera cuerda y se tambaleó peligrosamente. Acercó la mano a la siguiente cuerda, pero el chasquido de lengua de Rhett le indicó que ya estaba haciendo algo mal.
—Esta pierna —le sujetó el tobillo y lo movió—, tiene que pisar la cuerda. Rodéala con la punta de la bota.
Ella lo hizo, sintiendo como le caía una gota de sudor por el cuello.
—Cuando estés segura —murmuró Rhett—, pasa a la siguiente y haz lo mismo.
—Entonces, tardaré una eternidad.
—No es cuestión de hacerlo rápido —le dijo Rhett—, sino de llegar al otro lado sin caerte.
Era cierto que era mucho más lento pero más sencillo así. Estiró el brazo e hizo lo mismo con la otra cuerda. Sí, ¡era fácil!
Alice siguió con las cuerdas y, un minuto más tarde, por primera vez desde que había llegado ahí... consiguió llegar a la cuarta cuerda. Rhett estaba debajo de ella y sospechó que era porque la veía con posibilidades de caerse. No estaba del todo equivocado.
Cuando intentó llegar a la siguiente cuerda, notó que le resbalaba la bota y contuvo la respiración, asustada. Sin embargo, la mano de Rhett le rodeó el tobillo al instante y volvió a colocarla.
—Céntrate, Alice.
Ella tragó saliva y siguió el recorrido. Casi lloró de felicidad cuando llegó a la última plataforma. La bajó de un salto, emocionada, y miró atrás. ¡Era la primera vez que conseguía terminar ese estúpido recorrido!
Deseó que Deane estuviera ahí para restregárselo, pero seguía prefiriendo a Rhett.
Se giró hacia él, entusiasmada.
—¡Lo he terminado!
—Sí, no está mal para una rarita como tú.
—Oh, déjame en paz. Estoy emocionada. ¡Quiero volver a hacerlo!
Y lo hizo. Cuatro veces más. El pobre Rhett terminó harto de verla.
Las cuerdas siempre eran lo más complicado, pero terminó haciéndolo sola. Y sin comentarios de Rhett, cosa que le indicaba que lo hacía bien.
Al cabo de un rato, tomó un descanso sentándose al borde de la última plataforma. Rhett estaba apoyado con la espalda junto a sus piernas, de pie, mirando distraídamente a su alrededor.
—¿Se te daba bien esto cuando eras alumno? —preguntó ella, curiosa.
Rhett, que estaba ocupado fruncido el ceño a unos principiantes que se perseguían entre ellos en el campo de entrenamiento, asintió con la cabeza.
—Cuando te dije que era el mejor de mi clase no bromeaba.
—¿Y cómo sé que no exageras?
Rhett la miró con una ceja enarcada, ligeramente divertido.
—Porque te lo digo yo.
—¿Y si no me lo creo?
—Pues me temo que te quedarás con la duda.
—¿Por qué no haces tú el recorrido?
Rhett sonrió, negando con la cabeza.
—Primero, porque me da pereza —aclaró, volviendo a girarse hacia los principiantes—. Segundo, porque los instructores tenemos prohibido usar material de clase.
—¿Y las pistolas?
—Solo las uso cuando estamos a solas —le puso mala cara—. Así que no seas bocazas y no se lo cuentes a nadie.
Alice intentó no protestar. Con lo que le había gustado lo primero... ¿por que siempre tenía que arruinar las cosas bonitas con un comentario hostil?
—Malditos críos —masculló Rhett antes de dar un paso hacia los chicos que jugaban—. ¡Eh, vosotros!
Los principiantes se detuvieron al instante. Alice vio que se habían estado lanzando hierba arrancada del suelo. Parecieron aterrados al ver a Rhett.
Bueno, podía dar verdadero miedo si se lo proponía.
—¡El próximo que arranque una sola maldita hebra de hierba, se la comerá! —espetó, irritado—. ¿Lo habéis entendido?
Todos asintieron frenéticamente a la vez.
En cuanto se alejaron hacia los dormitorios, Rhett se apoyó de nuevo en la plataforma en los brazos cruzados.
—No sé qué haríamos sin tu amor en esta ciudad —murmuró Alice, mirándolo.
Él esbozó media sonrisa.
—¿Quién te ha enseñado a usar tan bien el sarcasmo?
—Jake.
—¿Y no te ha enseñado a cerrar la boca?
Alice puso los ojos en blanco descaradamente, para que lo viera. Él estaba sonriendo, también. Ella ya se había acostumbrando a esas formas de irritarla.
—Bueno, yo tengo clase —murmuró Rhett, centrándose de nuevo—. Y tú deberías aprovechar tu tiempo libre haciendo algo más productivo que estar sentada en una plataforma, ¿no crees?
—La plataforma es cómoda.
—Pero no ayudará a pasar bien por las cuerdas, así que levanta el culo de ahí.
—Mi culo está perfecto justo donde está, gracias.
—¿Quieres que me acerque y te baje yo?
Alice suspiró y se bajó de la plataforma. Rhett, por su parte, finalmente se fue a su clase.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro