13 - 'El mecanismo de un beso'
Después de la clase Deane, Alice tenía la sensación de que podía dejar que la atrapasen los de la capital y ni siquiera le importaría lo más mínimo.
La última clase del día, la que tenían justo antes de comer, era la especializada. Es decir, si estabas en tecnología, tenías una clase específica, y si estabas en armas, como Alice, tenías otra distinta. Casi lloró de la alegría al llegar a la sala de tiro. Tenía el cuerpo entero manchado de barro seco y sangre en las manos. Estaba tan agotada que solo quería irse a dormir.
Rhett la miró de reojo cuando entró, pero no dijo nada.
Él fue muy distinto a como había sido con el otro grupo. Se comportó de una forma mucho más fría, habló menos, y no hizo bromas.
Ni siquiera crueles. Era preocupante.
El amigo de Shana, Tom, estuvo con Alice la mayor parte del tiempo, así que al menos se quitó de encima el peso de intentar averiguar qué tenían que hacer. Además, lo que estaban haciendo ese día Alice ya lo había practicado antes con Rhett, así que prácticamente fueron dos horas de repaso de contenido.
Al terminar la clase, todo el mundo se fue a la cafetería. Bueno, todo el mundo menos la pobre Alice, a quien le quedaba otra hora de divertidas clases.
Jake estaría orgulloso si viera cómo usaba la ironía.
Cuando se acercó a él, Rhett estaba apoyado en una de las mesas, descargando una pistola. Al oírla, la miró de arriba abajo y esbozó media sonrisa divertida.
—Por tu cara y tu ropa, deduzco que ya has empezado con Deane.
—Odio a esa mujer.
Rhett frunció el ceño.
—No digas eso aquí.
—Aquí nadie me oye —Alice se cruzó de brazos, los cuales seguían doliendo.
—Yo te oigo.
—¿Y qué? ¿Irás corriendo a gritárselo?
Rhett se apartó de la mesa y pasó por su lado para dejar unas cuantas cosas en la estantería. Le pareció ver una pequeña sonrisa divertida en su rostro.
—No, no lo haré —aclaró, borrándola por completo—. Pero eso no lo sabías. ¿No te han enseñado nunca a no fiarte de nadie?
—Si no me fiara de nadie, no habría venido nunca a esta ciudad.
—Como sea. No te queda otra que soportar a Deane unas cuantas horas al día.
Hubo un momento de silencio mientras él colocaba algunas otras cosas. Alice se retorció los dedos, impaciente... y no se pudo contener:
—Quiero volver a los principiantes.
Rhett se detuvo en seco y la miró, confuso.
—¿Cómo?
—Quiero volver —insistió, avergonzada.
—¿Tienes idea de la cantidad de personas que matarían por estar en tu lugar?
—Yo mataría para irme.
Él no dijo nada, pero pareció pensativo.
—Yo no puedo hacer nada —dijo, finalmente, volviendo a sus cosas.
—¿Nada? ¿En serio?
—Nada.
—Pero...
—¿Qué tal tu brazo? —cambió de tema rápidamente, poniéndole una pistola en las manos y saliendo de la sala. Alice lo siguió casi automáticamente.
—Sinceramente, ahora mismo me preocupan más mis piernas.
Él la miró con el ceño fruncido.
—¿Tan mal ha ido?
—Ese circuito no puede ser legal. Es imposible.
—Llegarás a entrenar tanto que serás capaz de hacerlo sin parpadear —le aseguró él.
—Ese día está muy lejos, te lo aseguro. ¡Y ni siquiera hemos empezado los combates! Van a matarme.
—No van a matarte, Alice.
—Ya lo creo que lo harán. Y tendrás que cargarlo en tu conciencia.
Él puso los ojos en blanco, deteniéndose delante de uno de los paneles.
—¿Por qué me pasasteis al grupo avanzado? —insistió Alice, molesta—. Ni siquiera hice la prueba. Además, debería ir primero con los intermedios.
—Yo no controlo eso, lo hace Max.
—¿Y tú no podrías ayudarme?
—Lo dudo.
Rhett se quedó mirándola al ver que no empezaba a disparar. Enarcó una ceja.
—¿Vas a tenerme aquí esperando todo el día?
—Puedes... ayudarme a que no se me dé tan mal —soltó ella de pronto—. Podrías... no sé... ayudarme en la parte de los combates... ¿no?
Dio un paso hacia él que Rhett retrocedió casi al instante, tensándose.
—Mi especialidad no es el combate.
—Pero se te da mejor que a mí.
—Alice, no.
—Pero...
—Max no nos obliga a quedarnos a esta hora para practicar combate, sino para aprender a usar distintas armas.
—¿Y tú sólo haces lo que te dice Max?
Rhett entrecerró los ojos, eso había dolido.
—Colócate en posición —ordenó en voz baja.
—Tienes que ayudarme —repitió ella, suplicándole con la mirada.
Rhett había alcanzado ese punto en el que su paciencia empezaba a desaparecer, convirtiéndose en enfado. Solía pasarle a menudo cuando Alice estaba alrededor.
—Ninguno de los dos quiere estar aquí —le dijo, irritado—, ¿por qué no te colocas en posición y terminamos con esto rápido para que cada uno pueda seguir con su vida?
—Cuando me hayas ayudado, lo haré.
—Los dos sabemos que aquí yo pongo las normas, así que haz lo que te digo y deja de...
—Rhett, por favor.
—No.
—Sí.
—No.
—Sí.
—¡No!
—¡Sí!
Se quedaron mirando el uno al otro un buen rato, cada uno con los ojos más entrecerrados que el anterior, hasta que por fin él resopló.
—Eres exasperante, ¿te lo han dicho alguna vez?
—No sé qué es eso, así que no lo sé.
—¿Qué quieres? —preguntó él— ¿Que te enseñe a pelear?
Ella sonrió, entusiasmada.
—¡Eso sería genial para empezar!
—Y para terminar. No te acostumbres a dar tú las órdenes.
Se dio la vuelta y salió del edificio. Alice se apresuró a seguirlo, dejando el arma por el camino. Estaba más emocionada de lo que debería. En cuanto llegaron al campo de fútbol, Alice vio que se detenía y lo imitó. Rhett se giró hacia ella.
—No pienso tener piedad contigo por ser una novata —advirtió.
—Eso es lo que quiero.
—Bien, ¿ves eso de ahí?
Ella se giró y, casi al instante, él la hizo perder el equilibrio. Alice terminó tumbada boca abajo en el suelo con una mueca de perplejidad.
—Norma número uno —Rhett la rodeó se quedó de pie delante de ella—. Nunca dar la espalda al rival. Ahora, ponte de pie o esto terminará muy rápido.
Alice le puso una mueca, pero aceptó su mano para ayudarla a ponerse de pie y, acto seguido, se colocó en posición defensiva. Iba a ser una clase... interesante.
•••
Cuando esa noche llegó al dormitorio, apenas podía moverse. Lo único que había ido bien había sido la clase particular con Rhett, y eso que la había machacado aún más que Deane. La diferencia era que Rhett le gustaba y Deane no.
Como cada noche, se duchó antes de que los demás empezaran a hacerlo. Era la única forma de asegurarse de que nadie la viera. Pero esa noche decidió irse a dormir justo después. Estaba agotada.
Una parte de ella estaba tan exhausta que ni siquiera podía mantener los ojos abiertos, pero la otra no quería quedarse dormida. No estaba segura de si el sueño de la noche anterior había sido una pesadilla, pero no quería volver a pensar en él. Había sido horrible. ¿Eso era... sexo?
No tardaron en apagar las luces y ella se quedó mirando al techo. Al final, tras dos horas de silencio, asegurándose de que nadie estaba despierto, metió la mano bajo su colchón y agarró el aparato de música. Se puso las cositas que hacían ruido en las orejas y cerró los ojos para escuchar. Sin embargo... no se encendió.
Oh, no... ¿ya se había roto? Empezó a sacudirlo para ver si se arreglaba solo, pero no funcionó.
Y entonces se acordó de lo que había dicho Rhett. ¡Quizá se había quedado sin batería de esa!
Así que a las dos de la mañana se encaminó hacia las habitaciones de los guardianes.
Librarse de los guardias había sido sorprendentemente fácil, aunque encontrar la habitación no tanto. No podía equivocarse si no quería que la pillaran. Así que se dejó guiar por su intuición. El despacho de Max estaba en la planta más alta, así que la otra puerta debía ser la suya. En la planta baja había dos puertas y en la primera otras dos.
Al final, se arriesgó y se quedó en la primera. Golpeó la puerta de la derecha con los nudillos y esperó, preparada para echar a correr si la cara de Deane aparecía en medio de la oscuridad.
Sin embargo, fue Rhett quien abrió la puerta, medio dormido. Pareció despertarse de golpe al verla ahí.
—¿Qué demonios...?
—Aparta.
Ella pasó por debajo de su brazo y miró a su alrededor, buscando algo que coincidiera con la ranura de su preciado iPod. Empezó a rebuscar en las paredes en busca de un hueco como los que había visto en su zona.
Rhett, que seguía de pie junto a la puerta, la miraba con una ceja enarcada.
—Eh... ¿te puedo ayudar el algo?
Ella tocó las paredes con las manos, frunciendo el ceño.
—¿Estás sonámbula o qué? —masculló Rhett, cerrando la puerta.
—Dijiste que viniera si se quedaba sin batería.
Rhett clavó los ojos en el iPod que ella sostenía como si fuera su mayor tesoro y casi la asesinó con la mirada.
—¿Estás insinuando que te has saltado el toque de queda, has eludido a los guardias, te has arriesgado a encontrar mi habitación y ahora me molestas a las dos de la mañana... por un maldito iPod?
—Oye, no llames maldito a mi iPod, él no te ha hecho nada malo.
—Vale, me da igual. Tienes que irte de aquí. Ahora mismo.
—¡No hasta que encuentre el huequito perfecto para mi iPod!
—Alice, no puedes...
De pronto, él se quedó en silencio.
Demasiado en silencio.
Ella, que estaba agachada mirando detrás de un mueble, se dio la vuelta y se giró hacia él, que tenía la misma cara que habría puesto de haberle salido otra cabeza.
—¿Qué... te pasa?
—¿Qué haces en bragas? —preguntó él, alarmado.
Alice se miró a sí misma. Llevaba solo una camiseta y unas bragas rojas con puntitos de muchos colores distintos. Le gustaba mucho esa explosión de colores.
A lo mejor Rhett las veía feas y por eso se había enfadado. Debería haberse puesto otras.
—¿Está mal? —preguntó, confusa—. Las chicas de mi habitación van así.
—Eh... —se rascó la nuca, sin saber qué decir—. Um... supongo que no está mal, pero...
—Bueno, ¿cómo arreglo esto?
Ella le tendió el iPod. Rhett suspiró y, tras considerarlo unos segundos, lo aceptó.
—No hay que arreglarlo —aclaró—. Solo recargarlo
—Pues recárgalo, por favor.
—No es tan fácil. Tardará al menos una hora.
—¿Una hora? —abrió los ojos de par en par—. ¡No puedo estar aquí tanto tiempo!
—Sí, de eso me había dado cuenta. Te lo daré mañana.
Pero Alice se quedó ahí plantada, mirándolo. Rhett enarcó una ceja al ver que no se movía.
—¿Y ahora qué te pasa?
—No puedo dormirme sin eso —protestó.
—Bueno, pues vas a tener que hacerlo por una noche.
—Pero... —se interrumpió a sí misma al mirar a su alrededor—. Un momento, ¿por qué tu habitación es tan grande? ¡Solo es para una persona!
No era tan grande como la suya, pero Rhett estaba solo y ella dormía con otras veinte personas. Además, él tenía una cama mucho más grande y otros muebles que no había visto en su vida. Y una ventana con cortinas. Debía ser agradable que no te diera el sol en toda la cara cada mañana. O no escuchar ronquidos, voces, risas y gente paseándose hacia el cuarto de baño.
—Cuando dejes de ser una novata, ya tendrás tiempo de preocuparte de eso.
—Ya no soy una novata, ahora estoy en el grupo de avanzados.
—Esta mañana no lo decías con tanto orgullo.
—La única ventaja que tiene el hecho de que esté en el grupo de avanzados es que no puedas llamarme novata.
Rhett estaba agachado, conectando su iPod a una cosa de la pared. Le pareció que sonreía un poco, pero con él nunca era fácil saberlo.
—A lo mejor, cuando deje de ser alumna, puedo tener una casa con una habitación solo para mí —dijo ella alegremente—. ¿Te imaginas?
—¿Que si te imagino siendo tan buena que dejes de ser alumna? La verdad es que no.
—Eres muy malo —ella se cruzó de brazos.
—Claro que me lo imagino, algún día pasará —Rhett puso los ojos en blanco y la miró de reojo—. ¿Tantas ganas tienes que tener una casa para ti?
—Tengo ganas de tener una habitación para mí. Nunca he dormido sola. Creo que no me gustaría.
—A lo mejor yo podría ir a dormir contigo para que no te sientas sola.
—¿Harías eso por mí? —ella sonrió, ilusionada—. ¡Eres gran amigo, Rhett!
Él se quedó mirándola un momento y, para su sorpresa, pareció bastante ofendido, pero no dijo nada más.
—¿Qué es eso? —preguntó Alice, curiosa, cambiando de tema.
—La toma de corriente. Y no, no puedes tener una.
Alice frunció el ceño y se paseó por la habitación. Había bastantes cosas, pero no muy ordenadas, a su parecer. En realidad, todavía no se había encontrado a un solo humano ordenado. Quizá simplemente no era parte de su naturaleza.
Se detuvo ante lo que reconoció como una televisión. Rhett la había mencionado el otro día en el coche, ¿no? También había leído sobre el tema, pero se imaginaba que sería mucho más grande. ¿Cómo cabía ahí tanta gente fingiendo cosas? Si era diminuta.
La tocó con un dedo, curiosa, casi como si esperara que pasara algo. Pero no pasó nada.
—Dijiste que tenías gente que fingía aquí —le dijo a Rhett, señalándola—. ¿Dónde están?
—No viven en la televisión, Alice —aclaró, burlón.
—Ya decía yo que no podían ser tan pequeñitos como para vivir ahí dentro todos juntos...
—Si no pones una película de esas de ahí, no funcionará.
Alice se quedó mirando una estantería llena de cajitas rectangulares con diferentes fotos y dibujos, fascinada.
—¿Eso son películas?
—Se ponen ahí y se reproducen.
Se giró hacia él como si acabara de descubrirle el mundo entero.
—¿Puedo mirar una? —preguntó, emocionada.
—¿Ahora? Ni de coña. Quiero dormirme.
—Pues duérmete, ya la miraré yo sola.
—No puedo dormirme contigo paseándote... —la señaló, mirándola de arriba a abajo— ...así.
De nuevo, Alice se preguntó si el problema era el color de sus bragas.
—Así, ¿cómo?
—¿Qué más da? He dicho que no. Ni siquiera deberías estar aquí.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—Eres un aburrido.
Y consiguió justo lo que quería: que Rhett se enfurruñara.
—No soy un aburrido.
—Entonces, ponme una película de esas.
—¿Qué te ha dado con darme órdenes?
—¿Qué te ha dado con decirme a todo que no?
—No puedes quedarte aquí tanto tiempo. ¿Sabes lo que nos harán si nos pillan?
—¿Y cuánta gente tienes que te visite por la noche?
—Por ahora, tienes el honor de ser la primera.
—Entonces, déjame quedarme un rato. Vamos, por favor... no molestaré. No haré ruido. Solo quiero ver cómo son. Solo un ratito. Porfa. Porfa. Po...
—Como vuelvas a decirme porfa, no te cargo el iPod.
Él pensó un momento, analizándola como si no terminara de fiarse de ella. Finalmente, suspiró.
—Está bien —se resignó—. Elige la que quieras. Pero solo una.
Alice se sintió como si acabaran de decirle que podía hacer absolutamente lo que quisiera. Una oleada de ilusión le invadió el cuerpo cuando fue casi dando brincos hacia las películas esas.
—¿Puedo elegir cualquiera? —preguntó, repasándolas frenéticamente—. ¿En serio? ¿Cualquiera?
—Sí, cualquiera —murmuró Rhett, considerablemente menos entusiasmado.
Ella las repasó todas en tiempo récord. Eran muy distintas. No sabía qué se esperaba, pero la realidad era mucho mejor. Al final, la que más le gustó fue la que tenía una máscara rara y se la enseñó a Rhett, que estaba de pie con aspecto de estar replanteándose su vida.
Cuando vio cuál había elegido, puso una mueca.
—¿En serio? ¿Scream?
—Sí. Me gusta su máscara. Es... interesante.
—Mira que eres rara. Incluso con las películas.
—¿No te gusta?
—No es de mis favoritas, la verdad.
—¿Y por qué la tienes?
—Por si alguna vez viene una rarita que quiera ver películas de tipos con máscaras interesantes a las dos de la mañana.
Alice sonrió ampliamente cuando le quitó la película y la metió en algo que había justo debajo de esa televisión. El cuadrado negro parpadeó y Alice dio un paso atrás, aterrada.
—¡Ha hecho algo raro!
—Sí, se ha encendido —Rhett la miró, muy serio—. Ten cuidado, podría explotar.
—¡¿QUÉ?!
—¡Cuidado, escóndete, rápido!
Alice estuvo a punto de huir despavorida debajo de la cama, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que él estaba sonriendo.
Espera, ¿se estaba riendo de ella?
Puso los brazos en jarras, molesta.
—¡Lo que acabas de hacer es imperdonable! ¡Te has aprovechado de mi desconocimiento para burlarte de mí!
—Ya. Creo que lo superarás.
—¡Es imperdonable! —repitió.
—Siéntate donde sea —puso los ojos en blanco—. No va a explotar, era broma.
Alice le dedicó una última mirada molesta antes de mirar a su alrededor y optar por sentarse de piernas cruzadas al final de la cama de Rhett. ¡Incluso su cama era más cómoda que la de ella! Qué injusto era todo.
—No entiendo cómo estás tan amargado teniendo tantos lujos —murmuró.
—Fingiré que no he escuchado eso.
—Me encanta tu cama —le dijo Alice alegremente, haciendo que el colchón rebotara con su peso.
Rhett se quedó mirándola un momento antes de cerrar los ojos, sacudir la cabeza e intentar centrarse en lo que hacía, cosa que Alice no entendió.
Ese chico era muy extraño.
Al final, él se sentó en la alfombra, con la espalda apoyada junto a las piernas de Alice. Unas letras inundaron la pantalla y Alice se quedó mirándola con atención.
—¿Qué hace esa chica? —preguntó, confusa.
En realidad, hacía preguntas cada diez segundos. Le sorprendía que Rhett todavía no la hubiera echado.
—Hablar por teléfono —aclaró él.
—¿Qué es un teléfono?
—Lo que te habría pedido si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias.
—¿Eh?
—Sirve para hablar con gente a distancia.
—Oooooooh. ¿Y ahora qué hace?
—Correr.
—¿Por qu...?
—Mira la película en silencio o te echo.
—¡Pero el silencio no es divertido!
Rhett le dedicó una mirada molesta y ella se apresuró a callarse, mirando la película.
Pero, claro, el silencio no duró mucho.
—¿Por qué nadie mata a ese? —preguntó, sacudiendo el hombro de Rhett, que parecía llorar por dentro—. ¡Dile que pare!
—No pued...
—Ya no me gusta su máscara. Es de cobarde. ¡Debería enseñar la cara!
—Es una película, no le busques el sentido.
—Si no tiene sentido, ¿por qué la miramos?
—Porque tú no puedes dormirte —la miró con mala cara—. ¿Quieres callarte? No oigo nada.
Ella se calló. Al menos, otros cinco minutos más, después empezó a enfadarse por los sustos que daba esa película y porque ninguna de las víctimas supiera defenderse del enmascarado.
Llevaban solo treinta minutos cuando señaló a un chico que iba siempre con la protagonista.
—Ese es el enmascarado —dijo.
Rhett la miró con las cejas enarcadas.
—¿Cómo lo sabes?
—Instinto, supongo.
—Pues... enhorabuena, acabas de pillar a uno de los asesinos.
—¿Lo es? —sonrió ampliamente—. Bueno, podemos avisarla.
—Alice —replicó él lentamente—. Ella es solo una actriz, y todo eso es ficción.
—Me gusta que me llames por mi nombre —comentó ella alegremente.
Rhett pareció un poco más tenso después de esa frase.
—¿Quieres que vuelva a llamarte iniciada?
—No.
—Pues a callar.
—Vale.
—Eso es decir algo.
—Perdón.
Él suspiró, fastidiado.
Y pareció más fastidiado cuando ella volvió a señalar la pantalla.
—¿Por qué juntan sus bocas todo el tiempo?
Rhett se quedó un momento muy quieto, después la miró.
—¿Eh?
—¿Por qué lo hacen?
—¿Besarse?
—¿Se llama así?
—Lo hace... la gente que se gusta, supongo.
—Es inútil e innecesario.
—Eso lo dices porque no lo has probado —murmuró él.
—¿Y qué significa que te guste alguien? ¿Es como... si te cae bien?
Él se rascó la nuca, incómodo.
—No. A ver, gustarse es... como... mhm... —parecía incómodo, cosa que incrementó la curiosidad de Alice—. Cuando sientes atracción por otra persona, supongo.
—¿Y eso de besarse es para demostrarse que se gustan?
—Sí, supongo.
—¿Si me gustaras tendría que besarte?
—...
—¿Rhett?
—Si quisieras, sí.
—¿Y el sexo?
Él abrió los ojos de par en par.
—¿Qué...?
—En mi antigua zona nadie hablaba de eso —se encogió de hombros.
—¿Y qué demonios te hace pensar que puedes hablarlo conmigo?
—Me gustas mucho.
Él se quedó pasmado. Alice sonrió.
—Me entretiene mucho estar contigo —añadió.
—Ah —se llevó una mano al corazón, como si volviera a respirar—. Bueno, de todas formas, no podemos...
—¿Tú podrías explicarme... en qué consiste exactamente eso de tener sexo?
—Vale, se acabó la conversación.
Se puso de pie y apagó la pantallita, que quedó negra. Alice puso un mohín.
—¡No, espera, quiero saberlo!
—¿Y a mí qué me cuentas? Pregúntaselo a cualquier otro.
—Es que siento que contigo tengo más confianza.
—Pues qué alegría.
—¿Por qué no quieres hablar de ello?
—Porque no.
—Yo creía... bueno... creía que el sexo era un tema bastante común entre la gente.
—Pero hablarlo no es... —la miró con curiosidad—. ¿Cómo puedes no tener ni idea del tema? ¿Tú nunca...?
—¿Yo nunca, qué?
—Bueno, algún chico habría en tu zona que... ya sabes...
—¿Qué sé?
—Que si te has besado con alguien alguna vez —replicó, irritado—. Bueno, claro que no lo has hecho. Pero, al menos, habrás visto a alguien besándose.
—¿Eso de juntar las bocas?
—Sí, eso.
—No —frunció el ceño. La idea parecía una locura—. Mi padre no lo habría permitido jamás.
—No te estoy preguntando por tu padre, te estoy preguntando por ti.
Ella lo consideró un momento.
—Nunca he permanecido en la misma habitación que un chico, a solas, por más de diez segundos —dijo al final, mirándolo con una sonrisa—. Eres el primero.
Rhett no pareció muy relajado con la idea. De hecho, carraspeó, apartando la mirada.
—Es un honor —murmuró, negando con la cabeza.
—¿No has dicho que solo se hace con la gente que atrae? A mí nunca me ha atraído nadie.
—¿Nunca?
—Ni siquiera sé muy bien qué se siente cuando te pasa eso.
Rhett se quedó pensativo un momento.
—Bueno... te aseguro que cuando te pase, lo sabrás.
Se quedaron mirando el uno al otro unos segundos en que la habitación se llenó de silencio y Alice empezó a notar una extraña sensación de nervios invadiéndole el cuerpo. Jugueteó de nuevo con sus dedos, mirándolo con curiosidad.
—¿Tú has besado alguna vez a alguien?
Él abrió la boca y la volvió a cerrar, como si dudara sobre qué decirle. Al final, se limitó a asentir.
—¿Y cómo fue? —preguntó, curiosa.
—Vale, esto se está volviendo muy incómodo.
—Vamos, no me des la información a medias, es injusto. ¿Cómo fue?
—Pues... fue algo raro —murmuró—. Yo tenía doce años y ella catorce. Se chocó con mis dientes. Dolió bastante.
Alice se llevó una mano a la boca inconscientemente, casi analizando cómo se besaba sin que los dientes chocaran.
Pero ¿a ella qué le importaba? Ni siquiera iba a besar a nadie jamás.
—¿La edad influye en esas cosas? —preguntó.
—Más o menos. ¿Por qué estamos hablando de esto?
—¿Te has besado con más personas?
Él suspiró.
—Solo con otra.
—¿Y sentías atracción por las dos?
—Eh... no me acuerdo, la verdad.
—¿Has tenido sexo?
—Vale, se acabó —levantó una mano cuando ella abrió la boca de nuevo—. Vete ya a tu habitación.
Puso una mueca.
—¡Pero el iPod no se ha cargado!
—Me da igual. A dormir, ahora mismo.
—Está bien... pero, antes, respóndeme a lo último.
—¿Qué? —preguntó bruscamente él.
—¿Alguna vez has tenido sexo?
Rhett la miró unos instantes.
—¿Por qué demonios tienes tanta curiosidad sobre eso?
—Soy muy curiosa.
—No, eres muy pesada.
—¿Eso es un sí o un no?
Él suspiró. Alice levantó las cejas, intrigada.
—Sí —dijo él, finalmente.
—¿Y... cómo fue?
—Eso no es asunto tuyo --señaló la puerta—. Largo de aquí, y más te vale que nadie te vea.
—Pero...
Por la mirada que le echó, supo que ya habíatentado demasiado su paciencia, así que decidió marcharse.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro