10 - La noche del alcohol
Esa noche, en honor a ser la última antes de ir a la capital, Trisha tuvo la gran iniciativa de pedir unas cuantas botellas de algo que Rhett ya había bebido en el baile de Navidad: alcohol.
Alice también lo había probado estando con Charles y estaba segura de que no quería más, así que se refugió en su botella de agua, mirando con desconfianza cómo los demás se emborrachaban en cuestión de minutos.
Tina no estaba, habían hecho otra reunión —o había tenido el detalle de dejarlos solos—, así que los chicos tenían la casa para ellos.
Jake nunca había bebido alcohol, y con solo medio vaso pequeño ya estaba completamente rojo, dando vueltas y bailando por la habitación. Kilian no había bebido nada que no fuera agua, pero miraba divertido a los demás, se reía a carcajadas y daba saltos por las camas. Los que más bebieron fueron Trisha y Rhett, los únicos que ya lo habían probado antes.
Trisha no tardó en robar el iPod de Rhett y ponerlo en los altavoces de la habitación pequeña, es decir, de la que tenía para ella sola. Jake fue el primero en empezar a bailar como un loco —si es que a eso se le podía llamar bailar—, mientras que Trisha se limitaba a reírse como una histérica por cualquier tontería.
Alice estaba sentada en la cama, mirando la situación sin llegar a entender muy bien qué les pasaba. No dejaban de beber esa cosa asquerosa. Todos menos ella y Kilian, que se estaba quedando dormido en la alfombra, mirándolos.
Sí, el pobre Kilian se aburría rápido.
—¿Qué haces sentada? Ven a bailar con nosotros —le urgió Trisha, acercándose a ella y tratando de tirar de sus brazos para que se uniera.
—Creo que prefiero mirar —aseguró ella.
—Oh, vamos, no seas así —le dijo Trisha—. Mira a Jake.
Jake se había quitado la camiseta y la había lanzado a Kilian, que aplaudió mientras él lucía sus mejores pasos de baile.
—Jake me da miedo ahora mismo.
—Si bebieras, lo verías gracioso.
—¿Sabes? En mi zona nos hablaron de algo llamado inducción al consumo.
—Vale, lo pillo —Trisha levantó las manos a modo de rendición—. Oye, deberías ir a ayudar a tu novio antes de que se rompa la cabeza. Hace un rato que está en la cocina.
Alice se puso de pie, contenta por poder hacer algo, y se dirigió a la cocina, donde Rhett estaba inclinado sobre la nevera con el ceño fruncido.
—¿Qué haces? —preguntó Alice—. La bebida está en la encimera.
—Y por eso está caliente y asquerosa —señaló él.
—Pues bebe agua —Alice sonrió.
Él la miró con mala cara antes de suspirar y cerrar la nevera.
—Me ha entrado hambre —le dijo él—. Pero no hay nada. Literalmente. El estúpido del amiguito de Jake come como si fuera un pozo sin fondo. Solo hay verduras de Tina.
Alice se dio cuenta de que arrastraba un poco la voz. Ya estaba borracho.
Si no recordaba mal lo que había aprendido del alcohol, a esos tres les esperaba una mañana preciosa. Lo único que la preocupaba es que en veinticuatro horas estarían entrando en Ciudad Capital, y prefería que estuvieran completamente serenos.
—¿Qué tienen de malo las verduras? —preguntó ella, sonriendo un poco.
—¿A parte de ser asquerosas? —Rhett se acercó a ella y le pasó un brazo por el hombro. No era muy habitual en él ser tan cariñoso, pero Alice no se quejó en absoluto—. Oye, ¿te he dicho lo bien que te sienta... eso? ¿Qué...? ¿Eso es mío?
Alice se miró a sí misma. Le había robado un jersey rojo y rosa gigante.
—Mhm... no...
—Ya —él enarcó una ceja—. Puedes quedártelo. Te queda mejor que a mí.
—¿Y si te lo pruebas tú? Nunca te he visto con ropa de un color que no sea oscuro.
—Ni lo harás nunca. Eso no es para mí.
—¿Me estás diciendo que el jersey es feo?
—Te estoy intentando decir que hoy estás... preciosa —dijo, frunciendo el ceño—. Joder, qué cursi me estoy volviendo. Qué asco.
—A mí me gusta.
—A mí no —dijo, enfurruñado.
Alice sonrió maliciosamente. Rhett entrecerró los ojos.
—¿Por qué sonríes ahora?
—Porque estás irritado.
—¿Y eso te hace sonreír? ¿Debería preocuparme?
—Es que irritarte es muy divertido.
Él pareció confuso unos momentos que Alice aprovechó para retroceder, ahora menos valiente. Rhett había entrecerrado maliciosamente los ojos y no estaba muy segura de si era mejor quedarse a disfrutar o salir corriendo, asustada.
Cuando intentó rodearlo para salir corriendo hacia el salón, Rhett se interpuso en su camino con la sonrisa aumentando.
—Así que te gusta cabrearme, ¿eh?
—Yo no lo diría así, pero...
Alice se alejó de golpe cuando notó que tocaba sus costillas, sorprendida por su propia reacción. Había sido una sensación extraña. Rhett frunció el ceño un momento, antes de echarse a reír.
—No me digas que no te gustan las cosquillas —dijo, riendo a carcajadas.
—¡No me hagas eso otra vez!
Se remató la camiseta hasta los codos, divertido, y se acercó a ella.
—Aléjate —le advirtió Alice, poniendo el sofá en medio—. O te daré otro puñetazo. He estado practicando.
—Tampoco creo que duela tanto —asumió él, burlón.
—¿Qué...? ¡Oye, la última vez no dejabas de quejarte!
—¡Esta vez te esquivaré!
—¿Sí? Pues acércate y te lo daré, listo.
—Muy bien, solo tienes que dejar de escaparte.
Y, mientras decía eso, consiguió alcanzarla. Alice intentó zafarse con tanto empeño, entre risas y retorcimientos, que terminó dándole un codazo con fuerza en el estómago. Rhett retrocedió, dolorido, sujetándose la zona afectada.
Para colmo, cuando Alice intentó ayudarlo, se acercó tan rápido a él que tropezó con sus propios pies y cayó de bruces contra su cuerpo, mandando el pobre Rhett al suelo de un duro golpe. Alice se quedó estirada encima de él, notando cómo su cara enrojecía a medida que los lamentos dolorosos de Rhett aumentaban.
—Madre mía, no me esperaba que realmente fueras a darme una paliza.
—¡Lo siento! —chilló Alice apresuradamente, poniéndose de pie con torpeza y ofreciéndole una mano—. Oh, no... dime que no te he hecho daño, por favor. ¡Ha sido sin querer!
—Tengo que admitir que me lo he ganado.
Rhett aceptó su mano y se puso de pie, todavía pasándose una mano por el pobre abdomen golpeado. Alice tuvo la tentación de acercarse a disculparse otra vez, pero se detuvo en seco cuando Rhett volvió a su sonrisita malévola.
—Sabes que si peleáramos de verdad seguiría ganándote yo, ¿no?
—¡Acabo de lanzarte contra el suelo!
—¡Pero ha sido sin querer!
—¿Y qué? ¡Te he lanzado al suelo, eso cuenta!
Alice intentó retroceder cuando vio que se acercaba a ella, pero no lo hizo a tiempo y, antes de que pudiera reaccionar, la había levantado sobre su hombro. Empezó a patalear, entre confusa, asustada y divertida, pero unos pocos segundos más tarde aterrizó en el sofá con un sonoro plof. Lo miró, confusa y pasmada a partes iguales.
—¿Qué...?
—Ahora yo te he lanzado al sofá. Estamos empatados.
Alice abrió la boca, indignada, cuando Rhett se dejó caer a su lado. Intentó lanzarle un manotazo, pero él le atrapó la mano sin mucho esfuerzo. Alice le puso mala cara cuando intentó tirar de ella, pero no la soltó.
—Suéltame, amargado.
—Oh, ¿la niñita se ha puesto de mal humor porque incluso borracho puedo con ella?
—La niñita te dará otro puñetazo como no la sueltes.
Rhett empezó a reírse, pero no la soltó.
—Bueno, yo quería portarme bien y simplemente hablar contigo, pero si dices cosas así haces que sea demasiado difícil.
Alice lo miró, confusa.
—¿Y de qué quieres ha...?
—Ven aquí.
Rhett tiró de su mano hacia él y colocó la otra en su nuca para besarla, para su sorpresa. Alice notó el sabor a alcohol en su boca, pero no le importó. Cerró los ojos, le puso una mano en el hombro, y se inclinó más hacia él, hasta que sus piernas se tocaron en el sofá. Le gustaba besar a Rhett. Nunca habría creído que algo tan... simple y humano pudiera gustarle tanto. Pero hubiera podido estar así toda la noche sin haberle importado.
Rhett bajó la mano de su nuca por la espalda, siguiendo la línea de la columna vertebral, y Alice sintió un nudo en el estómago cuando notó su mano en contacto con la piel desnuda de la parte baja de su espalda. Apretó la mano en su hombro y se inclinó aún más hacia él, saboreando el beso.
Estaba tan absorta que casi se enfadó cuando él se separó.
Ya estaba otra vez cortando la situación.
O... quizá no.
—Vamos a nuestra habitación —le dijo Rhett en voz baja.
Ella se quedó mirándolo, atónita y eufórica a la vez.
—¿Eh? ¿En... en serio?
—¿No quieres?
—¿Eh?
—Alice, reacciona.
—¿Eh?
Rhett empezó a reírse otra vez, esta vez con más ganas, y la pobre Alice sintió que su cerebro empezaba a funcionar otra vez.
—Sí, vamos —le dijo, con más urgencia de la que le gustaría.
Rhett dejó de reírse, pero seguía sonriendo cuando le enarcó ligeramente una ceja, como poniéndola a prueba.
—¿Estás segura? Podemos ir con los demás.
—No. Vamos a nuestra habitación. ¿O te da miedo?
—¿Miedo? Llevo meses preparado.
—¿Y a qué esperas, entonces?
Rhett se quedó mirándola un momento antes de esbozar una pequeña sonrisa divertida, ponerse de pie, y levantarla sin mucha dificultad sobre su hombro. Alice se quedó mirando el suelo mientras recorrían el pasillo y empezó a reírse.
—¿Esto es para que no pueda salir corriendo?
—Ni confirmo ni desmiento.
Ella empezó a reírse de nuevo, pero dejó de hacerlo cuando Rhett la metió en la habitación, la dejó en el suelo y cerró la puerta tras ellos.
Durante unos instantes, solo hubo silencio. No incómodo, ni tampoco extraño. Más bien... sabía a expectación.
Alice no sabía qué hacer. Simplemente se quedó mirándolo, con el corazón desbocado, mientras Rhett se mantenía a un metro de distancia, mirándola de arriba a abajo. Casi creyó que se había arrepentido y por eso no se acercaba, pero su lenguaje corporal indicaba más bien lo contrario; que solo quería acercarse.
Y, entonces, Rhett por fin se movió hacia Alice. Le sujetó la cara con ambas manos para darle un beso muy diferente a los que le había dado hasta ahora. Nunca se había fijado en eso, pero hasta ese momento sus besos habían sido calmados, controlados, como si él intentara no asustarla. Esa vez no fue igual. En absoluto.
Quizá Alice disfrutó de ese detallito mucho más de lo que debería, pero guardadle el secreto.
Ella reaccionó casi al instante, poniéndose de puntillas para facilitarle a Rhett el acceso a su boca. Ni siquiera se había dado cuenta de rodearlo con los brazos, pero de repente se encontró a sí misma tirando de su camiseta para acercarlo más a su cuerpo, cosa que él hizo sin siquiera titubear.
Rhett se detuvo un momento para mirarla y ponerle las manos en las caderas, asomando los dedos por debajo del jersey, sobre su piel. Nunca nadie le había tocado la espalda, por raro que sonara. Sintió un escalofrío, pero no desagradable. En absoluto. Y ahí se dio cuenta de que Rhett se había detenido, como si estuviera probando que quería seguir adelante.
Está claro que Alice sí quería, ¿no?
Colocó las manos en sus brazos inconscientemente, apretándolos con fuerza cuando Rhett empezó a subir el jersey por su torso, hasta sacárselo por la cabeza. A Alice no le importó en absoluto estar en sujetador delante de él, de hecho, solo quería quitárselo de una vez, como si fuera una molestia.
Ya se había olvidado de los demás por completo, y eso que hacían muchísimo ruido con la música y las risas. De hecho, se había olvidado incluso de Deane, de Kenneth, del padre de Rhett... de todo. De pronto, tenía la sensación de que lo único que existía en el mundo era esa habitación. Y que lo único que importaba era la persona que estaba dentro con ella.
Envalentonada, sintió que sus manos temblaban —quizá por la emoción, quizá por los nervios— cuando bajó las manos por el torso de Rhett hasta llegar al borde de su camiseta. Él lo entendió enseguida y se la quitó con un solo movimiento. Alice aprovechó y, tragando saliva, le pasó las puntas de los dedos por el abdomen, por el pecho, por la clavícula, la mandíbula, las mejillas... se detuvo cuando entrelazó los dedos en su nuca. Rhett la estaba mirando.
Aunque... no entendía muy bien su mirada.
—¿Quieres... quieres parar? —preguntó Alice, de repente algo insegura. ¿Había hecho algo mal?
Pero Rhett sacudió la cabeza y se acercó, pegando su frente a la de ella.
—Nunca me habían tocado así.
—¿Así...? ¿Así de mal?
—No —él sonrió, divertido—. Así de perfecto.
Alice sintió que su cara se volvía roja y se le aceleraba el corazón, así que buscó desesperadamente una forma de hacerse la segura; soltar lo que pareció una risita nerviosa.
—Madre mía, es verdad que te estás volviendo un cursi.
—Y es por tu culpa, así que no te quejes.
Volvió a besarla en la boca de la misma forma que antes y Alice se dejó, tanteando con una mano hacia atrás cuando Rhett empezó a empujarla ligeramente. Sus piernas chocaron con la cama y se dejó caer en ella, insegura, pero se sintió mil veces más convencida cuando Rhett subió a la cama con ella y los dos se tumbaron juntos, volviendo a besarse hasta que Alice sintió que se relajaba. Solo entonces él dejó de besarla en la boca para empezar a besarle la comisura de los labios, la mejilla, bajo la oreja, el cuello, la clavícula, el cuello de nuevo...
Ella estaba más nerviosa que nunca. De pronto, Rhett estaba en todas partes; su pecho sobre el suyo, sus caderas sobre las suyas, su pierna entre las suyas, su boca en su cuello... eso último le hacía cosquillas, pero no daban la misma reacción que las que le habían hecho las anteriores. Era una sensación muy, muy, muy distinta a cualquier otra que hubiera sentido jamás.
Alice se tensó por completo cuando notó que Rhett le pasaba las manos por la espalda, poniéndole la piel de gallina, y le desabrochaba el sujetador. Se lo quitó con una mano y lo tiró al suelo de la habitación. Cuando se detuvo y bajó la cabeza para mirarla, fue la primera vez que ella se sintió tan nerviosa que sintió la necesidad de cubrirse.
Rhett pareció entenderlo, porque no dijo nada, simplemente volvió a besarla en la boca, esta vez con mucha más suavidad, con mucha más dulzura, y lo hizo durante un buen rato, tanto que Alice terminó por relajarse por completo y apartando los brazos para pasarle las manos por la espalda.
Rhett volvió a bajar sus besos, y esta vez no se detuvo en la clavícula, y su mano ascendió por su cadera. Alice le pasó una mano por el pelo cuando notó un beso justo en medio de sus pechos, haciendo que su respiración se agitara.
Y fue entonces cuando se dio cuenta de que eso estaba mal.
—Rhett —murmuró.
Él levantó la cabeza al instante para mirarla.
—¿Quieres que pare?
—Yo... —ella no sabía qué decir—. Yo no... esto está mal. Estás borracho.
Rhett se apoyó en un codo para que sus caras quedaran a la misma altura.
—No lo estoy.
—Sí lo estás. Y no quiero que la primera vez que tú y yo... —se cortó a sí misma— No me puedo creer que sea yo la que esté diciendo esto, pero no podemos hacerlo. No quiero que la primera vez estés borracho. Quiero que estés sereno y lo hagas porque quieres.
—Créeme, Alice, no hay nada que quiera más en este mundo.
Él cerró los ojos un momento.
—Pero tienes razón.
Y se separó de ella, tumbándose boca arriba a su lado, mirando el techo. Alice se miró las manos, incómoda.
—Lo siento —murmuró.
—¿Por qué? —preguntó Rhett, mirándola.
—Por... esto. No debería haber dicho nada.
—¿Qué? —Rhett se incorporó sobre un brazo, mirándola—. Alice, no digas eso. Si no quieres, no lo haremos. No estoy enfadado en absoluto.
—¿No lo estás?
—Claro que no. Quiero que tú también lo disfrutes —él le sonrió—. Además, tenemos muchísimas noches por delante.
Alice pensó un momento en lo que le había dicho Ben sobre la estadía de Rhett, lejos de ella. Pero no quería sacar el tema en ese momento.
—Y mañanas, y tardes...
—Sí —él le rodeó el hombro con un brazo—. Ven aquí.
Alice obedeció con gusto y se aferró como solía hacer a él, como un koala. Rhett le dio un beso en la cabeza antes de taparla con la manta.
—Y relájate —añadió él.
—¿Que me relaje?
—Sé que piensas en mañana. Relájate. Todo irá bien.
—Sí —murmuró Alice tras unos segundos—. Todo saldrá bien. O eso espero.
—Si algo sale mal, volveremos al bosque. Tampoco es para tanto.
—O volveremos a nuestra ciudad, a echar a Deane de una patada en el culo. Y a Kenneth.
—Oh, a ese idiota tienes que dejármelo a mí. Me quedé con las ganas de darle un puñetazo.
Alice levantó la cabeza, divertida.
—Le diste un puñetazo, ¿ya no te acuerdas? En mi habitación.
—Eso no fue nada.
—¡Rhett, le rompiste la nariz!
—Sigue sin parecerme suficiente.
Alice empezó a reírse, pero se calló de golpe por un sonido intruso que de pronto se coló entre ellos.
La puerta se abrió de golpe.
Alice fue consciente entonces de que no llevaba sujetador, pero por suerte estaba cubierta bajo la manta. Rhett agarró un cojín y se lo puso en la ingle enseguida, aunque Alice no entendió muy bien por qué.
—¡Jake! —le gritó, tapándose hasta la barbilla.
—Habitación equivocada —murmuró, completamente borracho, antes de mirarlos mejor—. ¿Puedo quedarme un rato con vosotros?
—¡No! —Rhett le frunció el ceño.
—¿Por qué no? —Jake se encogió de hombros y entró de todas formas, cerrando la puerta tras él y sentándose en el lado de Alice con las piernas colgando, como si nada. Alice notó que su cara ardía, mientras miraba a Rhett en busca de ayuda.
—Oye, Jake —le dijo Rhett—. Ya íbamos a dormirnos, así que...
—No soy tonto —Jake lo miró, arrastrando las palabras—. Sé ver la ropa en el suelo. No quiero saber qué me encontraré bajo esa manta, así que no lo preguntaré. Pero creo, chicos, que alguien debería hablaros un poco del tema de las relaciones sexuales y de los métodos anticonceptivos...
Alice sintió ganas de hacer un hueco en la tierra y desaparecer para siempre.
—Bueno, es normal que queráis tocaros y todo eso que hacéis y que apesta —empezó Jake—. Pero tenéis que controlaros. Especialmente tú, Rhett. Sois muy jóvenes...
—Tengo 25 años —Rhett lo miró con mala cara—. Esa charla me la dieron hace ya tiempo, ¿podemos irnos a dormir?
—Pero... quizá Alice no lo sabe.
—No te preocupes, yo le enseñaré a Alice todo lo que tenga que saber del tema —aseguró Rhett.
—No sé si me siento cómodo con tus métodos de enseñanza...
—No recuerdo haberte pedido tu opinión, enano.
—¡Mi opinión es muy valiosa, soy su protector oficial!
—Jake, ¿puedes irte, por favor? —preguntó Alice, asomando solo los ojos—. Estamos muy cansados, de verdad. Mañana será un día duro.
—¿Estás segura de que no quieres que me quede vigilando al vaquero?
—Segurísima.
Jake dudó, claramente borrachísimo, mirando a Rhett con desconfianza, que seguía apretando el cojín contra su ingle.
—Está bien —accedió Jake, y clavó una mirada significativa en ella—. Pero si ese de ahí te da algún problema, solo tienes que gritar la señal secreta para que Kilian y yo vengamos a defender tu honor.
—¿Qué señal secreta?
—¿De verdad crees que hace falta que te la aprendas? —Rhett la miró con mala cara.
—Tu solo grita: PÁJARO VOLADOR y nosotros acudiremos.
—¿Por qué...? —empezó Alice.
—¿Qué más da? —Rhett señaló la puerta—. ¡Fuera!
—Está bien —Jake se puso de pie—. Pero que sepas que te vigilo.
Y, dicho esto, los dejó solos, cada uno más abochornado que el otro.
***
—Estamos dentro.
Alice contuvo la respiración, ajustándose el auricular. Sentado a su lado, Ben hizo lo mismo, mirando las pantallas, que mostraban la ubicación de los soldados. Rhett estaba en las puertas de Ciudad Capital. Ella respiró hondo.
—¿Va todo bien? —preguntó Alice en voz baja.
—Sí, va bien —dijo Rhett, y casi pudo adivinar que estaba sonriendo.
—Cálmate, Alice —dijo Trisha también a través del auricular—. Yo vigilo a tu Romeo, no te preocupes.
Ella no podía estar calmada. Desde el momento en que se habían ido él y Trisha, había sido consciente de que no lo estaría hasta que volvieran. No dejaba de repiquetear los dedos en la mesa, impaciente. Además, los demás estaban fuera de la sala, así que estaba sola con Ben y dos soldados suyos, que era peor.
—Informe —solicitó bruscamente Ben a través de su auricular.
Alice no tenía contacto con los mismos que él. Ella era la encargada de los que permanecerían fuera de la ciudad, liderados por Rhett y Trisha, que era con los únicos con los que podía comunicarse. Ben se ocupaba de los que estaban dentro.
—¿Cómo van los demás? —preguntó Rhett por el auricular—. ¿Ya están dentro?
—Sí —le informó Alice—. Van a empezar a buscar por el sótano del edificio principal.
—Si saben algo de Max, avísanos.
—Estoy aquí para eso —ella sonrió, nerviosa.
—Oye, Alice —le dijo Trisha—, ¿y si ahora escapo con tu novio?
—Te mato. Y a él.
—Era broma, mujer —empezó a reírse—. Además, no es mi tipo.
—Si yo no soy tu tipo, es que tienes mal gusto —refunfuñó Rhett.
—No es nada personal —aseguró ella—. Pero me gustan más bajas, con menos músculo y más tetas.
Hubo un momento de silencio en la radio.
—Entonces, debes estar enamorada de mí —sonrió Alice.
—Mhm... no estaba mal pelearme contigo, podíamos estar muy apretujadas.
—No sabía que te pegaras tanto a mí por eso, Trisha.
—Y por otras cosas que mejor no digo delante de Romeo.
—No me gusta el rumbo de esta conversación —protestó Rhett, y casi podía imaginárselo con un puchero.
—Eres demasiado inocente para mí, Alice —estaba segura de que Trisha sonreía—. Tranquilo, tipo duro, no te la robaré.
—Lo dices como si te tuviera miedo.
—Oye, si quisiera, lo haría. Justo después de patearte el trasero.
—¿Tú sola? No me hagas reír.
—¿Alice? —ella escuchó la voz de Ben, así que se quitó un auricular, dejándolos discutiendo solos—. ¿Va todo bien con ellos?
—Oh, sí —sonrió ella—. Todavía no han visto a nadie.
—Bien —Ben hizo un gesto a uno de los guardias, que salió de la sala—. Entonces, va todo como lo planeamos. Si no hay nadie en el sótano, tendrán que buscar en el primer piso. Eso será más peligroso.
—¿Qué pasa si los encuentran?
—En el mejor de los casos, los matan. En el peor, primero los torturan para sacarles información, los matan y también vienen a por nosotros.
Hubo un momento de silencio. Por una oreja, Alice no dejaba de oír que Trisha y Rhett se irritaban el uno al otro sobre a cuál de los dos se le daba mejor luchar.
—¿Puedo preguntarte algo, Alice? —preguntó Ben, quitándose los auriculares para mirarla.
—Claro, ¿qué ocurre?
Ella frunció el ceño cuando vio que él se quedaba muy serio.
—¿Por qué no me dijiste nada sobre tu condición?
Alice se quedó en blanco un momento. El mundo se detuvo.
—¿Qué?
—¿Crees que no sabía lo que eras? Lo supe desde el momento en que entraste por esa puerta.
Alice se quedó mirándolo, paralizada.
—Yo no...
—¿Alice? —escuchó que preguntaba Rhett al otro lado del auricular—. ¿Estás bien?
Durante un instante, Alice estuvo a punto de no decir nada, de hacerse la estúpida, pero algo en ella se desmoronó cuando vio la cara de Ben y se dio cuenta de que no había escapatoria. Era una trampa. No sabía cómo, pero estaba segura.
Todavía paralizada por el miedo, estuvo a punto de salir corriendo, pero Rhett seguía preguntándole qué le pasaba por el auricular, cada vez más asustado, y Alice solo fue capaz de formular dos palabras en voz tan baja que apenas se oyó a sí misma:
—Pájaro volador.
Rhett se quedó en silencio al instante. Uno de esos silencios tensos, casi asfixiantes, que preceden a los momentos de desesperación.
Pero Alice no pudo decirle nada más, porque Ben pulsó tranquilamente un botón y su auricular se desconecto.
—Oh, querida... debiste haber hecho caso a mi hijo y jamás haber venido aquí.
Alice apretó los puños cuando la puerta se abrió, dando paso a dos guardias vestidos de negro. Los soldados de Ciudad Capital.
No había plan. No había forma de escapar. Y, aún así, su cerebro intento maquinar alguna forma de eludirlos. La que fuera. Y no fue capaz.
Cuando el primer guardia se acercó, Alice consiguió asestarle un puñetazo en el estómago y pasar por su lado, dispuesta a salir corriendo, pero el otro la detuvo bruscamente, lanzándola al suelo. Alice se quedó en blanco por un momento al ver que era una mujer.
Oh, no. Giulia.
Cuando Alice abrió mucho los ojos, aterrada, ella le dedicó una sonrisa radiante, casi de satisfacción.
—No te haces una idea de lo que me alegro de verte, 43.
Alice se retorció, mirando a su alrededor, desesperada, pero se le cayó el mundo encima cuando le ataron las muñecas con unas esposas. Tiró tanto de ellas que empezaron a arderle las muñecas, pero no importaba. Tenía que escaparse. ¿Dónde estaban Jake y Kilian? ¿Y Tina? ¿Y si ahora que la tenían les hacían daño? Una oleada de pánico la inundó y empezó a retorcerse otra vez, logrando encajar una patada en la mandíbula del otro guardia, que retrocedió bruscamente, sorprendido.
—¡Serás...! —empezó, furioso, acercándose a ella.
Giulia lo detuvo antes de que pudiera hacer nada y le ató las piernas a Alice, que no dejaba de retorcerse en el suelo, desesperada. Incluso intentó morderle una mano cuando le puso la mordaza, pero fue inútil.
Cuando la tumbó de espaldas al suelo para apretarle las esposas, Alice notó que le ardían los ojos por la rabia al girarse hacia Ben. Especialmente cuando vio que él no parecía arrepentido en absoluto, sino más bien molesto.
—¿Y mi recompensa? —preguntó, mirando a Giulia.
—Ahora te la traerán.
—¿Quién?
—El líder en persona.
—¿El líder? Y una mierda. Dame ya mi dinero.
—Aquí está.
Alice se quedó helada.
No podía ser.
Esa voz...
Se dio la vuelta lentamente hacia la puerta, por donde un hombre trajeado, con pelo perfectamente peinado, un poco de barba y unos ojos fríos como el hielo, dejaba una bolsa de piel en la mano de Ben, sin dejar de mirarla fijamente, como si fuera un tesoro perdido.
Alice notó que había dejado de respirar y volvió a hacerlo, sin poder creerse lo que veía.
—Hola, Alice —dijo el hombre, acercándose para mirarla más de cerca—. Ha pasado un tiempo desde la última vez que nos vimos, ¿no crees?
—Deberíamos irnos, líder —le dijo Giulia, mirando las pantallas—. Sus amigos están viniendo a por ella.
—No te preocupes, Giulia. Solo celebraba el momento. Hay que apreciar las pequeñas victorias de la vida, ¿no crees, 43?
Alice parpadeó, deseando que fuera una pesadilla, o una broma de mal gusto. Lo que fuera. No podía ser él. Él no podía ser el líder de esa gente. No podía ser la persona que la había estado persiguiendo todo ese tiempo.
Porque... había creído que estaba muerto.
Pero no. Estaba sonriendo, mirándola.
Estaba vivo.
Y era su padre.
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