1 - Nada que perder
AVISO: A partir de aquí, la historia no está corregida. Eso quiere decir que vais a leer la versión borrador en la que seguramente haya faltas y cositas así. Sé que es un poco confuso porque algunos capítulos tienen título, otros no, los números están liados y tal... pero solo tenéis que leerlo todo seguido, está todo el contenido y en orden. Un beso bbs :)
La habían encerrado en la sala de actos.
Ya ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado. Le había dado la sensación de que habían sido varias horas. Y todavía no había visto a nadie.
Ni siquiera podía estirarse. Tenía las muñecas esposadas delante de su cuerpo, como si fuera a ser peligrosa si no la mantenían así.
Se preguntó si en ese momento Rhett y Tina estarían hablando con Deane, tratando de convencerla de que no la matara. Si Trisha estaría enfadada por no haberle dicho hasta ese momento que era una androide. Si Jake estaría triste porque se la habían llegado.
Era la primera vez que estaba completamente sola en la sala de actos. En cualquier otra situación, quizá habría aprovechado para investigar qué podía encontrar ahí. Pero... no en esa. En esa, solo podía mirar las ventanas y puertas preguntándose cuál sería la mejor forma de escapar, pero todas estaban vigiladas.
Apoyó la cabeza en la pared. Un pequeño latigazo de dolor le recorrió el brazo. La habían disparado cuando los de Ciudad Capital habían asaltado su ciudad, buscándola. Tina la había curado, pero seguía doliendo. Y lo haría por varios días.
Se preguntó qué diría su padre si la viera ahí apoyada en una pared sin hacer nada. Cómo le recordaría que él le habría recomendado que escapara antes. Si lo hubiera hecho, si no se hubiera quedado en la ciudad... ahora su vida no estaría en peligro, la ciudad no estaría destrozada y... Dean y Saud seguirían vivos.
Todo por ella. Todo por no haber escapado a tiempo.
Subió lentamente los escalones para llegar a la zona elevada donde se colocaban los guardianes en las reuniones y los juicios. Sin ser consciente de ello, se dejó caer en la silla de Rhett y recordó cómo lo había visto el primer día, apoyado ahí distraídamente con las botas en la mesa.
Si en ese momento le hubieran dicho cómo serían las cosas unos meses más tarde... bueno, probablemente se habría asustado. Muchísimo.
Apoyó los brazos en la mesa y hundió la cara en ellos, cerrando los ojos. Y esperando... esperando... no podía hacer otra cosa que esperar.
Solo quería que lo que tuviera que pasar, pasara de una vez.
Lo peor era estar sola. Poder pensar. Deseaba con todas sus fuerzas tener algo que hacer, algo que la distrajera de ese silencio tan sofocante. Pero no había nada. Estaba sola con sus propios pensamientos. Y lo odiaba.
Una hora más tarde, después de haberlo intentado por todos los medios posibles... por fin consiguió quedarse dormida.
***
—La odio.
Gabe le dedicó una sonrisa.
—Es tu madre.
—¿Y qué? Es una controladora compulsiva. Se cree que puede... darme órdenes.
—Bueno, vives en su casa.
—Genial, ahora hablas como ella —Alicia frunció el ceño mientras alcanzaba el encendedor y se encendía un cigarrillo.
Estaban los dos en la cama de Gabe. Los dos desnudos. Era curioso como la idea del sexo había cambiado entre su experiencia con Gabe y su experiencia con su primer chico.
—Siempre puedes venir a vivir aquí —ofreció Gabe.
—Sí, claro. Seguro que a tus padres les encantaría.
—Te escondería bajo la cama. Como a ET.
—A ET no lo escondían bajo la cama —ella empezó a reírse, divertida.
—Estoy casi seguro de que sí.
—Yo estoy casi segura de que no.
—Quizá deberíamos verla para comprobarlo.
—Creo que se me ocurre una idea mejor...
Alicia se dejó tumbar de nuevo, aplastando el cigarrillo casi sin estrenar en el cenicero, y recibiendo con ganas el beso de Gabe, que se...
***
Alice se despertó antes de que el sueño terminara.
Frunció el ceño, mirando a su alrededor, y vio que tres figuras se acercaban a ella entre los asientos del público. Su primer impulso fue salir corriendo, pero, entonces, vio quién era el del centro.
—Rhett —murmuró, antes de ponerse de pie.
Oh, por fin algo bueno.
Intentó tirar de sus muñecas para liberarse y poder abrazarlo, pero seguía estando esposada. Bajó los escalones rápidamente y se acercó a él, a punto de llorar de la emoción. Nunca se había sentido tan aliviada por ver a alguien, ni siquiera con Deane el día de la invasión de la ciudad.
Se detuvo delante de él y abrió la boca para volver a cerrarla. No sabía qué decir. Rhett estaba muy serio.
Oh, no. Eso no era una buena señal.
Él le puso una mano en el hombro mientras los otros dos guardias se quedaban al margen.
—¿Qué está pasando? —preguntó ella en voz baja.
Rhett no respondió, sino que buscó algo en su bolsillo. Ella tiró de sus muñecas, esperando la llave, pero se sorprendió al ver una jeringuilla llena de un líquido azul.
—¿Qué es...?
Notó otra mano en el hombro. De uno de los guardias. El otro sustituyó la mano de Rhett mientras él le daba unos golpecitos a la punta con un dedo, haciendo que saliera un poco del líquido azul. Alice intentó retroceder cuando vio que lo dirigía a su cuello, pero el agarre se lo impidió.
—Rhett, ¿qué pasa? —preguntó, asustada.
Él no la miró a la cara, se limitó a clavarle la jeringuilla en el cuello. Ella contuvo la respiración al notar el pinchazo, pero apenas un segundo más tarde, estaba profundamente dormida.
***
Alicia dejó que las cocineras le pusieran la comida en la bandeja y se dio la vuelta, buscando a Gabe con la mirada. Él estaba en una de las mesas del fondo, mirando pensativo por la ventana. Se dirigió hacia él con una enorme sonrisa.
Justo antes de caerse al suelo.
No era tonta, había notado el golpe intencionado en la pierna. Se miró a sí misma enseguida. Toda la salsa de la pasta le había caído en la camiseta, haciendo que quedara completamente roja. Al girarse, vio que Charlotte estaba de pie a su lado.
—Ups —sonrió ella.
No, no habían dejado de pelearse. Por muchos años que pasaran, probablemente no dejarían de hacerlo.
Pero Charlotte la había ignorado durante un tiempo, al menos. Por lo visto, volvía a tener ganas de pelearse. Quizá había cortado con su nuevo novio y ahora Alicia volvía a ser su juguete de entretenimiento favorito.
Su problema era que, ahora, Alicia sabía defenderse.
—No me mires así —sonrió Charlotte—. Ha sido sin querer.
—A ti sí que te hicieron sin querer.
Charlotte sonrió, sin parecer para nada sorprendida. En un solo movimiento, agarró su plato de pasta y lo vació lentamente en la cabeza de Alicia, que notó que los colores le subían a la cara cuando todo el mundo empezó a reírse de ella. Pero no estaba ruborizada de vergüenza, sino de rabia.
Se puso de pie lentamente, humillada, mientras Charlotte seguía pareciendo encantada con la situación y los demás se reían con ella.
—Mira qué preciosa estás —sonrió—. Ahora, unos kilos menos y estarías perfecta.
Oh, siempre atacaba lo mismo. Porque sabía que era lo que dolía.
Alicia se quitó salsa de la cabeza con una mano y, sin pensarlo, se la estampó a Charlotte en el pecho. Esta vez sí pareció sorprendida. Y enfadada, especialmente.
—Menudos modales —Charlotte clavó en ella una mirada maliciosa—. ¿Así te enseñó a ser tu padre antes de abandonaros?
Alicia ya estaba pensando en irse para evitar la pelea, pero se detuvo al instante, mirándola.
—¿Qué acabas de decir?
No podía creerse que estuviera haciendo una broma de eso. Era demasiado rastrero incluso para ella.
—Ya me has oído —Charlotte se acercó a ella, sonriendo aún más—. A lo mejor se fue porque estaba cansado de ver tu cara de...
No la dejó de terminar. Alicia le dio un puñetazo en la cara.
El puñetazo más satisfactorio de su vida.
Una parte de ella esperaba que Charlotte retrocediera, asustada, pero lejos de eso se abalanzó sobre ella de tal manera que las dos cayeron al suelo. Alicia notó arañazos, patadas, puñetazos y golpes varios, pero ella también se los proporcionó a la otra chica mientras rodaban por el suelo de la cafetería, tirándose del pelo con todas sus fuerzas, acompañadas de los gritos de todos sus compañeros.
Alicia notó que alguien la agarraba del brazo cuando se colocó sobre Charlotte, fuera de sí. No podía evitarlo. Quería hacerle daño. Verdadero daño. Volvieron a tirar de ella, esta vez de ambos brazos, y logró librarse de nuevo. Se giró y vio a Gabe, que estaba haciendo esfuerzos por sepa...
***
—¿Cuánto nos darán por ella?
Alice abrió los ojos. O eso intentó, porque por un momento pensó que se había quedado ciega.
No, solo tenía algo impidiéndole ver nada. Los tenía vendados. Al igual que una mordaza en la boca. Le dolían las comisuras de la boca, y no podía cerrar los dientes del todo. Pero lo que más la angustió fue lo difícil que era respirar de esa forma.
Intentó moverse y chocó con algo. No... con alguien. Y ese alguien la devolvió a su lugar bruscamente.
¿Qué estaba pasando?
Una parte de ella estaba a punto de entrar en pánico cuando notó que sus muñecas estaban mucho más apretadas. No podía moverse. Se sintió vulnerable y expuesta. Era... horrible.
Pero no era momento de entrar en pánico, sino de descubrir qué estaba sucediendo.
Por el movimiento y el ruido, estaba sentada en un coche. Movió el pie, intentando tocar el asiento delante o la zona delantera del coche para determinar en qué asiento estaba exactamente. Su pie chocó con el freno de mano. Estaba en el asiento trasero central. Y tenía una persona a cada lado.
—¿Y bien? —insistió la primera voz—. ¿Cuánto nos darán por ella?
—No lo sé —esa era la voz de Rhett. Mucho más fría que de costumbre.
Ella se quedó paralizada. Rhett estaba sentado junto a ella. Justo a su derecha. El que había hablado, desconocido, era el conductor.
Giró un poco la cabeza hacia la derecha y casi pudo notar su proximidad. Inconscientemente, levantó las manos hacia él, pero se las bajaron casi al instante. Y de forma muy brusca.
¿Qué hacía Rhett? ¿Dónde la llevaba? ¿Por qué la tenía así? ¿Qué...?
—¿Y por qué no la llevamos con Ciudad Capital nosotros mismos?
Oh, no.
Esa era la voz de Kenneth. Y estaba sentado a su izquierda.
¿Qué demonios hacía Rhett sentado en el mismo coche que Kenneth? ¿De qué estaban hablando? ¿De ella?
Alice notó que su respiración se aceleraba bruscamente cuando intentó tirar inútilmente de sus muñecas y empujar la mordaza con los dientes y la lengua. No podía respirar. Y hacía mucho calor. Se estaba asfixiando. No podía repirar.
Una mano se clavó bruscamente en su cuello, y ahí fue cierto que no podía respirar.
—Deja de moverte —advirtió Kenneth muy cerca de su cara.
Alice pudo notar la presión de sus dedos en el cuello incluso después de que la soltara, haciendo que tosiera contra la mordaza, con sus jadeos desesperados llenando todo el coche.
Y... nadie pareció oírla.
Ni siquiera Rhett, que se removió a su lado.
—Porque no —replicó Rhett.
—Pero...
—No has venido para molestar, soldado.
Kenneth no volvió a decir nada.
Alice sintió que la presión de su pecho aumentaba. Era obvio que escuchaban que apenas podía respirar, pero nadie le hizo caso. Nadie la ayudó.
Eso era una pesadilla, ¿verdad?
¿Cuándo iba a despertarse?
De pronto, el coche dio una sacudida y ella dejó de respirar, temblorosa.
—Ya hemos llegado.
Alice sintió que su cuerpo entero se paralizaba al escuchar esa voz.
Deane estaba sentada en el lugar del copiloto.
Rhett, Deane y Kenneth.
Giró la cabeza hacia donde sabía que estaba Rhett, pero él no hizo ningún gesto de reconocimiento. Ni siquiera intentó tocarla disimuladamente para que supiera que estaba de su lado.
¿Y si...?
No, Rhett jamás le haría daño. Rhett no era como los demás.
Pero, entonces... ¿por qué estaba en ese coche? ¿Por qué no la ayudaba? ¿Dónde la llevaba?
Alice escuchó, aterrada, las puertas del coche abriéndose. Intentó moverse, pero sus piernas apenas respondieron. Incluso su cerebro seguía medio entumecido. No sabía qué le habían dado, pero si lo que querían era que no se moviera... estaban haciendo un buen trabajo.
Alguien la agarró bruscamente del brazo y sintió ganas de gritar cuando notó el guante de cuero de Rhett en él. Él la estaba guiando. Todavía había esperanzas. Quizá tenía un plan para que huyeran de ahí.
—Ahí vienen —escuchó decir a Deane.
Alice tiró del brazo que Rhett sujetaba, consiguiendo que lo sujetara con más fuerza.
Intentó murmurar algo contra la mordaza, pero era inútil.
Se quedó quieta al escuchar un motor acercándose y se pegó a Rhett inconscientemente, asustada. ¿Quién se acercaba? ¿Qué querían? El motor se detuvo y ella sintió que su corazón se aceleraba cuando escuchó los pasos de varias personas acercándose a su pequeño grupo.
—Buenos días, Deane —dijo una voz que le resultaba familiar, pero no sabía ubicar.
—Buenos días —replicó ella, sonando como si sonriera—. Aquí tienes el androide.
La mano de Rhett tiró de ella unos pasos en los que hizo lo posible para no caerse con sus propios pies. Él la soltó y, durante un segundo, nadie la sujetó. Hasta que otra mano sin guante se clavó en su cuello.
—Ya veo —dijo la voz—. Y en buenas condiciones. Buen trabajo, Deane.
La mano en su cuello la apretó un poco para girarle la cabeza, como si la estuvieran revisando. Alice notó que la presión de su cabeza aumentaba por la falta de oxígeno.
Justo cuando creía que iba a tener que apartarse para poder respirar, escuchó un manotazo y la mano que tenía en el cuello desapareció.
—No la agarres así, maldito inútil —espetó la voz conocida.
Hubo un momento de silencio cuando Alice volvió a respirar por la nariz y notó una mano cálida en su hombro. Pero no reconocía el olor. Solo... era familiar. ¿Quién era ese chico?
La voz de Deane la sacó de sus cavilaciones.
—Quiero la recompensa.
—¿Quieres que te la dé yo personalmente en mi casita? —sugirió el tipo que la sujetaba, burlón.
Alice escuchó el bufido frustrado de Deane.
—Antes me amputaría un brazo —le aseguró.
—Tranquila, era broma —le aseguró la voz conocida—. No me van las amargadas. Nunca han sido mi estilo.
—Vete a la mierda y dame mi recompensa de una vez.
—Oh, claro. Estaré encantado de darte parte de lo que la Capital me dé por la chica.
—No es una chica —replicó Kenneth.
—¿No? —la voz conocida volvió a sonar burlona—. ¿Y qué es?
Esa vez, Kenneth pareció dubitativo.
—Es... una máquina.
—Y tú no eres un genio, por lo que veo.
—Cállate —le dijo Deane en voz baja.
Alice respiró agitadamente cuando la mano en su hombro se convirtió en un brazo entero que la apretó contra el cuerpo del tipo de la voz conocida, que se sacudía ligeramente, como si se riera.
—Menudo equipo tienes, Deane. Cara-cortada, Cara-orangután, tu cara de amargada...
—Tenemos un trato —lo interrumpió Deane, claramente molesta.
—Lo tenemos —afirmó la voz conocida.
—Esperaré noticias tuyas.
El corazón de Alice empezó a bombear sangre a toda velocidad cuando la obligaron a ir en dirección contraria a los pasos que oía alejándose. Uno de los que se alejaban era Rhett. ¿La estaba...?
No, era imposible. Era Rhett, no haría eso.
Alguien la colocó en un asiento de coche y se sentó a su lado, suspirando pesadamente. Tenía un olor peculiar. Lo había olido antes, estaba segura.
—Vamos —dijo la voz conocida—. No puedo esperar a llegar a casita y tirarme sobre la cama para no hacer absolutamente nada de provecho en lo que queda de día.
El coche volvió a vibrar con las risas de dos personas delante de ella. Volvía a estar en el asiento trasero de un coche, solo que esa vez solo tenía una persona al lado; el dueño de la voz que le resultaba familiar.
El cual, de alguna forma, supo que la miraba. Se tensó notablemente.
—Sigues igual de impecable que la última vez que te vi —le aseguró alegremente—. Bueno, has entrenado. Se nota. ¿Todavía tienes el revólver que te regalé? Espero que no se lo dieras a nadie más. Era un regalo de corazón.
Hubo un momento de silencio en que ella frunció el ceño a la oscuridad de la venda que le cubría los ojos. ¿El revólver...?
—Oh, claro —dijo él de repente—. Perdóname. A ver... vamos a quitarte esta mierda.
Alice notó que le quitaban la venda de los ojos y parpadeó varias veces por la cantidad de luz que le dio en la cara de repente. Le quitaron también la venda de la boca y se pasó la lengua por los labios resecos. Le dolían las comisuras de la boca.
—Mejor, ¿eh?
Levantó la cabeza y miró al dueño de la voz conocida.
Tardó unos segundos, pero enseguida se acordó de su única exploración, en la que había conocido a la gente de las caravanas y al androide —oculto, claro— que los gobernaba.
—¿Charles? —preguntó, con la boca seca.
—Me alegra que te acuerdes de mí, querida —él le pasó un brazo por los hombros, sonriente—. Yo me he acordado muy bien de ti.
Ella miró a su alrededor. Todavía estaba mareada por el líquido azul.
—¿Dónde...?
—Estamos en uno de mis coches.
Esa no era la respuesta que buscaba, y ambos lo sabían. Alice supuse que no iba a darle otra, así que se limitó a mirar a las dos personas que estaban delante de ella. La que conducía era una chica no mucho mayor que ella con el pelo oscuro y rapado por los lados, acompañada de un tipo de unos treinta años que canturreaba una canción que sonaba por los altavoces.
Y luego estaba Charles, mirándola con esa sonrisa despreocupada. Seguía teniendo esa belleza extraña y magnética de los androides.
Por un breve momento, se preguntó si ella la tendría. Lo dudaba. Nunca la había notado.
—¿Todavía estás mareada? —preguntó Charles tranquilamente.
—¿Cómo... cómo sabes...? —todavía le dolía la garganta.
—Oh, sé lo que te han inyectado. Lo llaman sedante azul. Es la única cosa que puede dormir a un androide, ¿lo sabías? Lo curioso es que solo lo tienen en la zona de los científicos. Me preguntó cómo habrá llegado a manos de Deane.
Le guiñó un ojo, divertido, pero Alice solo pudo sacudir la cabeza, perdida.
—¿Dónde vas a llevarme? ¿A...?
—Cuando lleguemos, pregúntame lo que quieras —él sacó algo del bolsillo de la gabardina. Un cigarrillo, como en su sueño, y se lo encendió, dándole una larga calada—. Ahora, disfruta del paisaje.
Alice estaba tan mareada que no supo ni qué había pasado cuando el coche se detuvo en medio de un campamento de caravanas del que no dejaban de entrar y salir personas de un lado a otro. Ni siquiera la miraban, como si el hecho de que una chica atada fuera por donde vivían fuera lo más normal del mundo.
Charles la condujo hacia la última caravana. Parecía algo vieja, pero era la única que tenía pintura encima de la capa blanca original.
Era más espaciosa de lo que parecía. La zona delantera estaba reservada para dos asientos y el volante, mientras que delante de ella tenía una pequeña cocina y una mesa con un sofá, un televisor a su izquierda, y, al fondo, una cama enorme y una puerta que supuso que llevaría al cuarto de baño. Estaba sorprendentemente limpia.
—Ven aquí —Charles cerró la puerta a su espalda y Alice miró a su alrededor. Por la ventana, vio que se había hecho de noche.
Ni siquiera se había dado cuenta de eso.
Charles se acercó a ella buscando en su bolsillo, a lo que Alice retrocedió, asustada.
—Relájate, querida —murmuró él despreocupadamente, y sacó una llave plateada de su gabardina—. Aquí está. Supongo que quieres librarte de las esposas, ¿no?
Alice asintió, dubitativa, y extendió las manos hacia él. Charles deshizo las esposas con un solo movimiento y las lanzó sobre la cama.
—Quién sabe si las necesitaremos más tarde —sonrió ampliamente.
Ella se llevó las manos a la cabeza, que le dolía, y vio que tenía las muñecas llenas de marcas rojas. Y ardían. Ardían mucho. Igual que las comisuras de su boca.
Charles, mientras, abrió la nevera, sacó una cerveza y se tiró en la cama, más cómodo que nunca. La miró mientras daba un sorbo a la cerveza.
—¿Qué...? —ella miró a su alrededor, sin siquiera saber por dónde empezar.
—Vas a tener que pasar la noche aquí dentro, así que te aconsejo que te pongas cómoda o se te hará eterna.
—No quiero ponerme cómoda —empezaba a volver a estar lúcida—. Quiero... ¿dónde estoy?
—En mi humilde morada.
—¿Tú... qué?
—Mi caravana. Mi casa —puso los ojos en blanco—. Joder, ya se me había olvidado que esos imbéciles de los científicos no enseñan lo que son las expresiones, o el sarcasmo, o la ironía, o las...
—¿Por qué demonios estoy aquí? —lo interrumpió.
—Bueno, porque te han vendido —dijo él, dando otro trago y sonriendo, sin inmutarse.
Alice parpadeó, tratando de asimilarlo. Pero las palabras no tenían sentido. Era imposible. No, no podían...
Al final, solo pudo soltar una palabra:
—¿Qué?
—Te han vendido a mí para que me libre de ti. Ellos no pueden entregarte a Ciudad Capital o pensarían que te han estado encubriendo. Yo solo soy el intermediario.
Prácticamente estaba diciendo que la matarían al día siguiente, pero no pareció importarle en absoluto. Ella no supo ni cómo reaccionar.
—¿Vas... vas a entregarme?
—Por supuesto.
—¿A Ciudad Capital? ¿A los que invadieron nuestra zona? ¿A los que... asesinan a androides?
—Sí —no pareció muy afectado.
—¿Mañana?
—Sí.
Ella se miró a sí misma.
—¿Y no te preocupa que vaya a salir corriendo? ¿O que haya visto dónde vives?
—Ya te he dicho que mañana te entregaré. Probablemente, este sea el último sitio donde duermas en tu vida.
Ella se sentó en el sofá, con la mirada perdida. Su cerebro estaba entumecido, como si fuera demasiado por procesar. Y sentía que le escocían los ojos aunque no hubiera terminado de procesar lo que estaba sucediendo.
—Sigo pudiendo escaparme —dijo, tratando de convencerse a sí misma.
—Oh, no me digas.
—Podría hacerlo —insistió, y su voz empezó a temblar—. Yo... podría... podría ir a...
Pero no supo cómo seguir, y Charles sonrió casi con lástima.
—¿Dónde? ¿Con tus amigos? ¿Con el de la cicatriz?
Alice lo miró.
—¿Qué...?
—Querida, siento decírtelo así, pero te ha entregado. Deberías olvidarte de él.
—¿Cómo sabes...? —se dio cuenta de que eso no era lo que quería saber y rectificó—. ¿A qué te refieres?
—Mira —él se puso de pie, ya se había terminado la cerveza—, los humanos como él no desarrollan sentimientos muy fuertes por los nuestros.
—E-eso no lo sabes. Él no es... no...
—No es como los demás, ¿no? —Charles suspiró—. Sí, yo solía pensar como tú. Hasta que pasé un tiempo con humanos. Y me di cuenta de que no era cierto. Todos son iguales.
—No todos —le aseguró ella, tratando de sacar esperanzas de algún lado—. No todos lo son. No puedes saberlo.
—Claro que lo sé. Y tú también.
—Tú no sabes nada —repitió ella, notando que un nudo se formaba en su garganta.
Charles suspiró mientras se ponía de pie y agarraba una botella de la nevera, esta vez con un líquido anaranjado. Se sentó en la pequeña mesa, agarró dos vasos y vertió el líquido en ambos con agileza.
—Toma. Es tu última noche, pero eso no significa que no puedas pasarlo bien.
Ella aceptó el vaso sin saber muy bien por qué, sentándose delante de él.
—Como decía —Charles se tomó el suyo sin siquiera parpadear—, no deposites tu confianza en un humano, querida. Ellos pueden tenerte aprecio, pero nunca dejarán de verte como una máquina.
—No tiene por qué ser así...
—¿Ah, no? ¿No crees que habría intentado impedir que te entregaran si hubiera sentido algo por ti?
Alice apretó los dedos en el pequeño vaso, negando con la cabeza fervientemente.
—Él no ha podido hacerme esto. Yo... lo sé. Lo conozco. Nosotros... es... no...
—Lo ha hecho. Y créeme que sabía qué pasaría si te entregaban. No es la primera vez que me dan un androide.
Alice cerró los ojos cuando notó que le escocían.
—Yo creía que... que...
—¿Que te quería? —preguntó Charles.
Decirlo en voz alta hizo que ella se quedara paralizada, justo antes de beberse de un solo trago el líquido que le había dado Charles. Era alcohol. La primera vez que lo había probado había sido asqueroso. Ahora parecía una maravillosa distracción.
—Ah, querida... —Charles volvió a llenar los dos vasos, sacudiendo la cabeza—. No sabes cuánto siento tener que ser yo quien te abra los ojos. Después de todo, no me caes mal. Me gustas más que la mayoría de la gente que conozco.
—Apenas sabes nada de mí —dijo ella en voz baja.
—¿Y qué? Los dos somos androides lo suficientemente idiotas como para relacionarnos como humanos. Tenemos bastante en común, diría yo.
Alice no respondió. Volvió a beberse todo el líquido de golpe, apretando los labios.
Un rato más tarde, llevaba la mitad del cuarto vasito y estaba sentada en en sofá, con la mirada clavada en la misma zona que antes. Era como si... no pudiera sentir nada. No podía pensar. Solo miraba un punto fijo en silencio, como si se hubiera quedado dormida con los ojos abiertos. Eran tantas cosas...
Rhett la había traicionado.
Quizá en esos momentos estaban convenciendo a Jake y Trisha para que hicieran lo mismo.
Incluso a Tina. A Tina, que había estado de su lado desde que había entrado en la ciudad. Que la había ayudado tantas veces... y no había impedido que la vendieran.
Pero nada importaba... porque iba a morir.
Y ni siquiera estaba asustada.
Era ya su quinto vaso cuando notó que los ojos le escocían de nuevo.
—Creí que podría convencerles de que éramos mejores de lo que ellos creían —murmuró.
Charles había estado haciendo algo en la mesa, sentado junto a ella. Alice vio que había colocado unas cuantas líneas de polvo blanco con un trozo de papel. Aspiró una de ellas con la nariz con ese mismo papel y la miró.
—Toda su vida les han dicho que somos el enemigo —dijo, pasándose la mano por debajo de la nariz—. No van a cambiar ahora. Y menos por nosotros. Nos tienen miedo.
—Pero... ellos... yo creí que...
—Ahora ya no importa —Charles recogió el resto y lo metió en una bolsita—. Nada de eso importa.
—Sí importa —puso una mueca—. Importa demasiado, Charles.
—¿Quieres pasarte las últimas horas de tu vida lamentándote?
Alice se quedó mirando un punto fijo y, por primera vez en toda su vida... notó que algo caliente le caía por las mejillas.
Lágrimas.
Nunca había llorado. Jamás.
Ni siquiera sabía que fuera lo suficiente humana como para hacerlo. Ni siquiera lo había pensado jamás.
Se pasó un dedo por debajo de uno de los ojos y recogió una lágrima, mirándola sin ver nada.
—No llores, querida —le dijo Charles, suspirando—. No servirá de nada. Disfruta de tus últimas horas. Es lo mejor que puedes hacer.
Pero Alice no podía disfrutar. Otra lágrima cayó por su mejilla y resbaló hasta su cuello. Esa vez, no la detuvo.
—Yo... los... los quería —dijo, con voz temblorosa.
—Lo sé.
—Pensé que ellos me querían.
Le resultaba complicado respirar. Su garganta era un nudo de nervios, presión y tristeza. Su pecho se sacudió cuando soltó un sollozo y se pasó las manos por la cara.
No le gustó llorar, pero no pudo dejar de hacerlo.
—Yo solo... solo quería una familia.
Charles la observó unos instantes y apartó la mirada, poniéndole una mano en la muñeca, pero Alice apenas la sintió. No podía sentir nada.
—Quería una familia —repitió, con la voz ahogada por las lágrimas—. Quería no estar sola. Los quería mucho. A todos ellos. Muchísimo. Y ellos... solo me ven como una máquina. Es lo único que soy para ellos. Lo único que seré alguna vez.
Alice agachó la cabeza, llorando sin poder evitarlo. Le dolía el pecho cuando otro sollozo escapó de sus labios.
—El único ser humano que no me ha traicionado... el único que alguna vez me ha querido sin importarle lo que soy... está muerto. Y ni siquiera intenté impedirlo. Ni siquiera intenté ayudarlo. Solo... vi cómo lo mataban. Y no hice nada.
Los recuerdos de su padre fueron justo lo que necesitaba para terminar de destrozarla.
—¡No es justo! —y, de pronto, la rabia. Sin pensarlo, estampó el vaso de cristal en la pared de la caravana, haciendo que volaran cristales por todas partes—. ¡Yo no elegí esto! ¡No elegí ser así! ¡Nunca he querido ser diferente! ¡Lo único que he querido nunca ha sido encajar con ellos, entenderlos, hacerles ver que podemos convivir juntos! ¡Pero... no son capaces de verlo!
Se puso de pie y se llevó las manos a la cara. Ya no lloraba de pena, sino de ira.
—Nunca lo verán —dijo en voz baja, furiosa—. Nunca. Son... son...
Charles la miraba sin decir nada.
—¡Ojalá nunca hubiera llegado a esa ciudad! ¡Ojalá me hubieran matado en mi zona, junto con mi padre! ¿Por qué tenía que huir? ¡Si solo me hubieran disparado... nada de esto habría pasado! ¡Y seguro que a 42 le pasó algo horrible por mi culpa! Si no le hubiera dicho nada, ella no habría sufrido. No habría huido. Simplemente habría muerto. ¿Por qué demonios me empeñé en huir? ¡Yo la obligué a escapar conmigo!
Dio una patada al trozo de cristal más grande, haciendo que rodara por el suelo de la caravana.
—Esto es... es tan injusto —gimoteó finalmente, tapándose la cara con las manos.
Durante unos segundos, lo único que se escuchó en la caravana fue a ella sorbiéndose la nariz y a los cristales crujiendo bajo el peso de sus botas mientras no dejaba de ir de un lado a otro de la caravana.
—¿Has terminado? —preguntó Charles, tomando un sorbo de su bebida.
Alice soltó la risa más abatida que había soltado en su vida y se apoyó en la pared, mirándolo.
—Sí, Charles, he terminado. He terminado con todo.
Él se puso de pie tranquilamente.
—Entonces, creo que deberías descansar. Mañana será tu gran día de gloria.
—Mi gran día —repitió Alice con una risa amarga—. No sabes lo que les hacen a los androides defectuosos, ¿verdad?
Charles la miró en silencio.
—¿Y tú sí?
—A ti solo te echaron de la zona, Charles. Te cortaron la mano, sí, pero eso no es nada.
—¿Que no es nada? —él enarcó una ceja, burlón—. Vaya, ¿y qué les hacen a esos androides que sea peor que perder una mano? ¿Qué te harán a ti, querida?
Alice cerró los ojos un momento.
—En el mejor de los casos, me dispararan en el estómago y todo terminará rápido. Sin dolor. Sin sufrimiento. En el peor... van a desconectarme para ver qué errores ha tenido mi núcleo. Y van a quitármelo todo. Mis recuerdos, mis habilidades, mis emociones, mis... mis sentimientos. Todo.
—¿Eso es peor que perder una mano?
Alice sonrió amargamente, mirándolo.
—¿Qué te queda si te lo quitan todo, Charles?
—La vida.
—¿Y de qué sirve vivir sin emociones, sin recuerdos... o sin sentimientos? ¿Para qué vivir si solo eres un cuerpo vacío? ¿Es realmente vivir?
Soltó otra risa amarga.
—Eso lo solía decir mi padre. Que lo que diferencia a los humanos de los androides es que ellos tienen sentimientos, recuerdos, emociones... y ahora yo tengo miedo de perderlos. Cada vez estoy menos segura de cuál es la diferencia entre nosotros.
Su voz se fue apagando a medida que se daba cuenta de lo aterrador que era eso. Se lo quitarían todo. Todo.
Alice, casi automáticamente, volvió a la mesa y se sentó delante del vaso que Charles había usado. Lo llenó y se lo tragó todo de golpe, sin mirarlo.
—No dormiré —murmuró—. Quiero disfrutar de mis recuerdos durante un última noche. Incluso de los malos.
Charles se quedó mirándola unos segundos, dubitativo.
—Pues... haz lo que quieras, pero no te alejes de las caravanas. No quieres cruzarte con los salvajes tú sola, créeme.
—No te preocupes —Alice sonrió amargamente a su vaso—. No tengo ningún lugar donde huir.
Ni tampoco nada que perder.
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