🔸18🔸
DANIEL
Al principio de la secundaria, junto a Paulo; Matias y Emiliano, eramos los cerebritos de la clase y nadie nos daba ni la hora. Recuerdo todavía que nos denominábamos a nosotros mismos los "Cuatro Mosqueteros", algo que solo nos permitíamos decir en secreto ya que era vergonzoso decirlo en frente de las personas. A mediados de año, un rumor se corrió por la escuela, en donde todos decían que yo le había roto las piernas, en una lucha, a un alumno de otro colegio. Desde ese momento, todos los estudiantes del instituto comenzaron a temerme a mi y a mis tres amigos.
La verdad es que, un día, en una convención de anime, me en-listé a un concurso de videojuegos en donde debía pelear contra diferentes jugadores. Llegué hasta la última ronda y combatí contra un chico bastante bueno, pero yo fui mejor que él y le "rompí las piernas" a su personaje virtual. Gané el concurso y, cuando nos encontramos en el colegio días después, le contamos a Matías y a Paulo. Al parecer alguien escuchó y Emiliano fue tan oportuno que admitió que fue real, que "él mismo había estado ahí para presenciarlo", era una verdad mal interpretada.
No sé porque, pero decidimos utilizar eso para poder sacar provecho y popularidad. De un día para el otro, todos nos conocían en la escuela y yo era una especie de líder del grupo. Comenzamos a vestirnos "más rudos" con pantalones negros, chaquetas de cuero e íbamos al gimnasio para tomar más cuerpo. Seguíamos siendo los cerebritos, aprobábamos todos los exámenes con diez y eramos participes de la mayoría de las actividades extracurriculares que se hacían; de fiestas ni se hablaba, nuestros padres ni siquiera nos permitían estar fuera de nuestras casas a más de las diez de la noche. Durante los primeros tres años, todo era completamente normal, no peleábamos porque nuestro porte intimidaba a las personas y vivíamos tranquilos de que si nos enfrentaban, "ganaríamos".
A principios de nuestro cuarto año de secundaria, un tipo nuevo quiso pelear contra mi; yo tenía los humos por la cabeza y acepté. "El viernes, afuera del colegio, apenas terminen las clases". Mis amigos tenían miedo, nunca nos habíamos enfrentado a nadie pero ¿Ya había dicho que tenía los humos por la cabeza?. Estaba seguro que ganaría. Estaba loco.
Ese mismo viernes mis amigos casi me matan por haber aceptado y discutieron durante toda la mañana de si declinar la idea para que yo siguiera vivo después de aquello. Me negué, nuevamente, a no asistir o contar la verdad. Mi orgullo estaba en juego.
La campana de salida sonó y varias personas formaron una ronda al rededor nuestro para observar la paliza que debía darle al chico. Con una mirada intimidante, caminé en frente de mis amigos abriéndome paso entre las personas presentes. Le di mi mochila a Matías y me remangué la camisa hasta los codos y empuñé mis manos adelante de mi rostro, al menos para verme como alguien que sabía lo que hacía. El chico, un poco más bajo que yo, copió mis movimientos pero se tambaleaba de atrás hacia adelante.
_Vamos, a ver que tienes_ Dije esperando a que mi contrincante diera el primer golpe.
Efectivamente, dio el primer golpe justo en mi puño haciendo que este golpeara contra mi. Un "Uhhhh" se oyó entre los espectadores. Me detuve unos segundos para poder retomar mi consciencia, pasé dos de mis dedos por mi nariz confirmando que sangraba. "Ok, nadie toca mi rostro" pensé en mi mente y atiné a dar el segundo golpe justo en su sien. Él cayó al suelo, yo me subí sobre él para proporcionarle dos golpes más en sus costillas con mis manos cerradas. Seguí dándole golpes, todos me incitaban a continuar pero mis compañeros me tomaron de los brazos para que parase. Mi adversario se levantó y me empujó contra las rejas de entrada, dio tres golpes a mi rostro: uno en mi pómulo izquierdo, otro en mi labio inferior y un último en mi ojo derecho. Yo lo empujé a la acera, se raspó los codos pero eso no lo detuvo a seguir peleando.
_¡La directora está saliendo!_ Escuchamos la voz de una chica. Todos comenzaron a correr, pero nos atraparon a mi y al chico.
Luego de recibir el castigo correspondiente, nos dejaron en unos asientos afuera de la dirección mientras nuestros padres hablaban con ella. El pasillo solitario, en silencio, daba lugar a la incomodidad debida y comencé a observar cualquier cosa al azar. Sin darme cuenta, detuve mi mirada en frente mío, estaba la chica nueva del curso, Gisel. Ella leía un libro, sin prestar atención a nosotros dos.
_Hey, buena pelea_ Me dijo el chico a mi lado sacándome tema.
_Eres bueno_ Reí _Pero yo soy mejor_ Él asintió entre carcajadas. _Daniel_ Extendí mi mano para apretarla con la suya.
_Gabriel_ Estrechó la suya.
_Ambos son malos, pareciera que no tienen idea de como pelear_ Reprochó la chica de largos cabellos en frente nuestro.
_¿Qué dices? Esa pelea fue increíble_ Contesté yo _Igual, casi me rompes la nariz, me vas a tener que pagar la rinoplastia_ Bromeé a mi compañero.
Los padres de Gabriel salieron de la dirección llevándoselo, entre regaños, no sin antes de despedirse de mi. Mis padres aún seguían adentro y yo estaba completamente seguro de que no volvería a ver la luz del sol en mucho tiempo a no ser que sea para asistir al colegio.
_Tu gancho izquierdo fue impreciso, por eso le diste en la sien y no en la nariz_ Enarqué una ceja, estaba cuestionando mis golpes. Ella dejó de lado el libro, cerrándolo sobre sus piernas cruzadas _Y le pegaste en las costillas como si fueras un gorila ¿Quién demonios golpea así a otra persona?. Ni siquiera debes saber defensa personal ¿O me equivoco?_
_¿Cómo es que me viste?_
_Ventajas de tener perfil bajo, nadie me nota ni aunque este en frente suyo_ Ella se hundió entre sus hombros. _Nunca habías peleado contra nadie ¿Verdad?_ Frunció el ceño. ¿Qué podría decir? Si decía algo iba a mentir, yo no mentía, todo lo que los demás habían creído eran puras suposiciones. _Te he visto antes, tus dientes son perfectos y no tienes cicatrices en la cara. Si fueses un chico de peleas, tendrías antecedentes, al menos en tus manos. Pero al parecer, solo has tocado libros y carpetas_
_¿Qué dices niña?_ Me apoyé contra el respaldar y miré hacia otro lado. Ella volvió a su libro. _No me conoces, no tienes idea de que he hecho_
_A ver, según lo que he oído eres el chico malo de la clase. Pero lo único malo que veo en ti son las mentiras. Y si es que sabes pelear..._ Ella se levantó ante mi _... Ven y demuéstramelo_
Di una carcajada _No pelearía contra una chica_
_No me salgas con frases machistas_ Ella se cruzó de brazos.
Yo suspiré _Si eso quieres_ Me levanté del asiento. La miré desde arriba, le llevaré unos veinte centímetros de más. Quise realizar el mismo golpe de hace algunos momentos, pero ella tomó mi muñeca y la dobló hacia atrás mío haciendo presión en mi espalda.
_Si el chico hubiese sabido pelear, hubiera podido hacer esto_ Pateó mi canilla izquierda logrando que mi rodilla diera contra el suelo. _Ahora, ¿Tenía razón o no?_
_Ya... Si, tienes razón, esta fue mi primer pelea. Ya suéltame, niña_ Dije entre quejidos. Ella me hizo caso y volvió a su silla.
_No soy una niña, tengo la misma edad que vos_ Con su vista, de nuevo, en el libro terminó diciendo: _Será mejor que te cures esa herida en el pómulo, tal vez necesite sutura_
Sorpresivamente tenía razón, aunque aparentaba de menos años, ella iba a mi curso pero esperaba que hubiese sido adelantada algunos años. Me levanté y limpié mi pantalón en la zona de las rodillas. De pronto aparecieron mis padres.
_Daniel, hay que irnos. Espero que esta sea la última vez que me haces venir hasta aquí por una pelea. Es muy impropio de ti_ Mi padre me recriminó. Por detrás, escuché a la directora llamar a la chica nueva.
Los tres nos fuimos del instituto, como era viernes, y mis padres ayudaron con una pequeña cifra de dinero, la directora optó por que volviese a clases el lunes y que repensara mis acciones durante el fin de semana.
[...]
Nunca había conocido a alguien tan herido como Gisel, aquella chica de cabellos castaños, de un metro sesenta empecinada a estudiar y no hablar con nadie sobre nada. Recuerdo que hasta la compañera más sociable que tenemos, Chloé Bello, terminó por rendirse ante tantos casos de evasión hacia su persona. Su mirada siempre baja logró que los demás pensaran que ella ocultaba algo o, lo que todos asumían, que la culpa de la muerte de sus padres le carcomía.
Yo, en cambio, quise hablarle. Me parecía una chica bonita, mucho más real que cualquiera en la secundaria. Desde esa primera vez en la dirección, me decidí por conseguir que me dirigiera algo más que una mirada de "aléjate de mi" cada vez que la saludaba. Hasta que un día se dio.
Una profesora nos dividió en grupos, ella tuvo que estar con nosotros y no nos negamos, más porque obligué a mis amigos. A partir de ese momento comenzamos a hablar más seguido, se hizo cercana a mi y, aunque mis amigos lo desaprobaban, yo la incluía en todo lo que hacía. De un momento para otro nos hicimos mejores amigos y mi corazón se encariñó de más, casi erróneamente. Aquella alma frágil que portaba un cuerpo humano tan frío no podía ser tratado como cualquier otra persona y sabía que si hacía algo estúpido no habría vuelta atrás.
En sexto año, ya estaba decidido a demostrarle mis sentimientos de una manera pasiva y que fuese bien recibida; pero en ese momento apareció su "primo" Adrián. El cual, tampoco es su primo sino que es hijo de un amigo de su papá del cual jamás había oído. Eso logró que yo perdiera el control de todas mis acciones y entrara en pánico. La chica que tanto me gustaba estaba viviendo junto a un chico con el cual tenían demasiada química, parecían casi una pareja perfecta la cual todos aclamaban. Ya no le tenían tanto miedo a Gisel y hasta los invitaban a fiestas a los dos juntos. Él, con pocos meses de presencia, se estaba robando toda la atención que yo cultivé durante tres años y verlos pasar más tiempo juntos me mataba de la rabia. Pronto dejaron de prestar atención a lo que yo hacía, ese Adrián se estaba quedando con todo lo que tenía, algo debía hacer.
Me propuse a mi mismo no dejarla ir, ella debía ser mía de la forma que fuese y si no lo conseguía yo, nadie más podría. Por alguna razón, ella dejó de hablar con Adrián; estuvieron así cerca de un mes, llegó un nuevo chico: Héctor pero no duró mucho tiempo entre nosotros. Desapareció sin más, algo que preocupó a todos en el instituto, algo que a mi no me importó. Así, conseguí que Gisel se convirtiese en mi novia, fui su primera vez y llevábamos una relación estable. Me había vuelto el chico más feliz del mundo, la chica con la que soñaba era mi novia y mi competencia ya no le hablaba. ¿Qué mejor que eso no?. De todas formas, ella no sonreía, nunca logré sacarle más que una sonrisa forzada, pero ¿Qué más da?. Siempre había sido así con todos, es de esperarse que no cambie mucho.
El día de la graduación se avecinaba y todos estábamos ansiosos con los preparativos. Nuevamente sentí la pesadez de Gisel en tener que hacer algo conmigo, estaba peleada con su amigo, lo había echado de su casa y yo sabía muy bien donde estaba viviendo, algo que no le diría por su propio bien. A la semana siguiente, nos hablaron sobre la muerte de Héctor Bosio, todos quedamos atónitos, ni siquiera me imaginé que ese chico podía tener tal final, no era alguien de mal andar. Pero lo que más me dejó confundido fue que Adrián había vuelto a hablar con mi novia, estaba sentado en mi silla y Gisel no se molestó ni un segundo en quitarlo del medio; es más, cuando comenzó la hora de clase tuve que irme yo. Estaba enojada con él, hablaban con seriedad, seguía siendo mi Gisel para ese entonces.
A la tarde me dispuse a pasar por mi novia a su casa, quería que fuéramos a ver la ropa para la fiesta de graduación. Sin embargo, me sorprendí al ver a Adrián abriéndome la puerta, con el cabello mojado y como dueño de casa. Me alteré, ella no me había contado nada de una vuelta a la casa, debía informármelo, al menos comentarlo, era mi novia y tenía el derecho a saber. Ella apareció desde las escaleras, le recriminé su falta de información, ella se negó a mis derechos como pareja. Y aquí es donde todo mi mundo vuelve a caerse en mil pedazos, ella me dijo que lo nuestro no funcionaba, que era el único conforme con la relación y que debíamos terminar.
Mis manos temblaban, la impotencia me ganaba, el solo saber que era por el desubicado de su amigo me daban ganas de romper todo lo que se me cruzara. Ella no se merecía a alguien como él, yo era quien la amaba con locura y si no podría tenerla, nadie más lo haría, ni siquiera se lo permitiría al idiota de rulos. Intenté tomarla en un movimiento brusco pero Adrián se interpuso en mi camino, me golpeó y me echó de la casa. Claramente había cegado a mi amada chica.
A la espera del viernes, el jueves ya todos estaban listos, hablaban de sus atuendos, de sus parejas y de a que universidad irían. Mis amigos mostraban fotos de sus parejas, chicas de otro colegio que los acompañarían. Yo no prestaba mucha atención a nada solo veía que mi novia estaba sentada al lado de Adrián, mostrándose algunas fotos en el celular de ella y como él asentía o negaba. Y en un segundo casi infinito para mi, ella le sonrió tan abiertamente que no pude reconocer si era ella u otra chica. Sus dientes brillaban y ese mechón de cabello que tapaba su rostro fue apartado por Adrián para poder decirle algo a su oído. Justo ahí me di cuenta que la había perdido para siempre y que estaba totalmente equivocado, yo nunca pude ser para ella.
[...]
Esa noche me decidí, no tenía a mi chica para el baile, no estaba alegre de graduarme y ni siquiera sabía que demonio estudiaría en la universidad. Mi habitación era alumbrada por la hermosa luna, estaba en penumbras jugando con el arma de mi padre entre mis manos. Tan solo le quedaban cuatro balas, que le faltara una no sería malo. De mi mano izquierda, pasó a la derecha, mis padres estaban de viaje sabía que no volverían hasta el sábado por la mañana así que nadie me impediría hacerlo. Una lágrima rodó por mi mejilla y la sequé con mis nudillos ensangrentados de tanto golpear la pared. Mi corazón ardía tan fuerte que no me importó apoyar el cañón en mi boca. La última imagen que pasó por mi cabeza fue ella sonriendo, se veía tan bonita, lastimosamente yo no pude producirle tal sonrisa. El gatillo se disparó solo.
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