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Capítulo 26

El ángel de piel oscura y larga gabardina se arrodilló junto a la pérgola, los invitados ya se habían marchado, y adentro la policía interrogaba a algunos miembros de la familia.

- Por amar a una mujer me equivoqué terriblemente, la dejé morir para que tu no la tuvieras, fui aún más egoísta que los hombres, ella te amaba, y cegado por mi dolor te encerré en este lugar, Gabriel, pero ni así pude apagar tu gracia, sentí envidia de su amor devoto hacia ti, y me obsesioné con demostrarles que los ángeles y los mortales pueden amarse. Ahora solo me queda liberarte, suplicar tu perdón, y subir al cielo para ser juzgado.

- Tú - el arcángel Ezequiel apareció junto a él y lo puso de pie, no quería verlo de rodillas - solo bastaba con que vieras dentro de ti y reconocieras el amor que ahí existía, si tú la amabas ya era suficiente, lo habías demostrado, pero todo estaba escrito así Julián, y mi misión de equilibrar la luz con tanta oscuridad acaba de terminar, esa oscuridad se ha marchado, y es hora de que continuemos.

El ángel de larga gabardina tocó la pérgola con uno de sus dedos, logrando que la misma de desvaneciera en miles de pétalos de luz, que formaron la figura de un hombre de ojos negros, alto y de ropas humildes, la pérgola continuaba allí de pie, pero lo que se encontraba en su interior había sido liberado.

- Tu arrepentimiento es sincero, y has descubierto la verdad Julián - la voz de Gabriel era como una melodía que calmaba las penas.

- Por favor, antes de seguir nuestros caminos, debo hacer algo - ambos se miraron, y en sus ojos encontraron las respuestas.

- Ve - Gabriel lo vio desaparecer.


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Sol estaba en esa cama de hospital, los médicos ya no podían hacer nada por ella, la habían intervenido en cuanto había llegado retirando la bala, pero ya se encontraba consciente y su corazón se apagaba, su tiempo se acababa y al fin conocía la verdad, esa joven de cabello oscuro que estaba a sus pies y aquel muchacho que llevaba el cielo en sus ojos se amaban de verdad.

Siempre había sido así, perdida en su enamoramiento no había querido verlo. Ahora podía escucharlo con claridad, era un sonido claro y fuerte, el de sus corazones que latían como si fueran uno, acompasados.

Estiben no podía con la amargura, las mujeres que lo amaban terminaban siendo desdichadas, había arruinado la vida de Tamara, ahora Sol, y de pensar que casi había perdido a Marisa, quería odiarse a si mismo.

Marisa, miraba el rostro del hombre que amaba, el que hacia solo unas horas atrás la había hecho mujer y plenamente feliz, podía ver en él todas las preguntas que se hacía, todos los miedos que tenía, estaba más segura que nunca del amor de ambos, pero si Estiben debía dejar de amarla para que Sol viviera, ella estaba dispuesta a aceptarlo.

- Iré a hablar con los médicos y a llamar a mi casa para saber si apareció Paulo - le dijo Estiben a Marisa rosándole la mano ligeramente bajo la mirada anestesiada de Sol.

- Marisa - en cuánto salió, Sol se quitó la mascarilla y la llamó - llévame a la capilla por favor, esta ha solo dos cuadras - la tomó de la mano - estoy muriendo, no quiero morir aquí - con la otra mano, Sol corrió un poco la tela del vestido que cubría el pecho de Marisa, vio allí junto al corazón una mancha con forma de pétalo, igual a la que tenía Estiben de nacimiento y había mirado miles de veces preguntándose que significaba, ya que toda marca en la piel nos quiere decir algo - por favor, tú eres el verdadero ángel, eres un ser puro.

- Bien, si es lo que quieres - Marisa no quería derrumbarse enfrente de ella, admiraba su fortaleza en ese momento, era como si la muerte no la asustara.


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Estiben caminó a lo largo de la recepción del hospital con el celular en la mano, la camisa blanca estaba llena de la sangre de Sol.

- Está bien, diré eso, pero van a tener que darme muchas explicaciones - la voz de Paulo se apagó del otro lado del teléfono al tiempo que dos policías entraban el hospital.

- ¿ Estiben Shenjei? - el joven afirmó con la cabeza - debemos hacerle algunas preguntas.

- ¿ Dónde están mis llaves? - cuando metió la mano es su bolsillo para sacar la billetera con sus documentos y no sintió la llave del auto tuvo un presentimiento - disculpen un momento - al asomarse a la puerta del hospital vio a su auto marcharse - ¡ Marisa! - corrió hacia la calle pero no la alcanzó y tomó un taxi que pasaba.

- ¿ A donde lo llevo? - Julián llevaba una boina en su cabeza.

- ¡Siga ese auto! - le ordenó Estiben viendo que los oficiales salían del hospital y le gritaban que volviera.

Marisa la ayudo a acostarse en el piso, frente al altar, sus ojos se ponían vidriosos y su piel estaba muy pálida, le acarició el cabello y apoyó la cabeza de ella en su regazo, trasmitiéndole calidez.

- ¿ Qué haces?, debe estar en el hospital, tienen que ayudarla - Estiben entró interrumpiendo el silencio.

- No alces la voz aquí - la voz de Sol resucitó un segundo - moriré, y quiero hacerlo aquí.

- Perdóname, estás así por mi culpa - Estiben se arrodilló a su lado.

- No tengo nada que perdonarte, tú te merecías ese sacrificio - apoyó la mano en su pecho, bajo la tela sabía que estaba la marca del destino, una insignia de amor - fueron puestos en el mismo tiempo para que entendiéramos la fuerza del amor, y de la pasión que existe en cada una de las cosas creadas por Dios - Sol, cerró sus ojos y murió, y su esencia se dejó envolver por aquella luz maravillosa de la que no quería escapar.

Estiben corrió hacía la puerta y salió a la noche desesperado, necesitaba aire. Cuando levantó sus ojos, vio pasar a Bladimir en un auto negro a gran velocidad huyendo, no dudó ni un segundo para subir a su auto y seguirlo.

Marisa llegó tarde para evitarlo.

- Suba señorita yo la llevo - el taxista se detuvo contra la acera, y ella no dudó en confiar en él, se dirigía hacia su destino.

Estiben aceleró, lo tenía en la mira, Bladimir ya se había percatado de su presencia, lo sabía por las maniobras que hacía sobre la carretera casi vacía. Ambos atravesaban la noche quebrando la oscuridad.

- He ido demasiado lejos - Bladimir se detuvo de pronto en medio de la carretera para que lo alcanzara.

- ¿ Qué hace? - Estiben intentó frenar - no puede ser - el freno no respondía.

Perdió el control del vehículo, chocando violentamente con el auto detenido para girar en el aire dos veces y quedar volcado a varios metros mientras el auto de Bladimir comenzaba a incendiarse.

El brazo derecho le dolía mucho, no podía moverse y sentía la sangre en su garganta. No podía respirar, sus ojos se cerraban.

Al abrirlos nuevamente se encontró en un parque con aroma a chocolate, sabor a menta y limón. Estaba sano y no tenía heridas.

- Estiben - Sol apareció repentinamente, completamente hermosa, con un largo vestido blanco y sus risos largos y brillantes hasta la cintura - aquí solo pueden venir los niños, pero como tu ángel, tengo permitido traerte en una situación especial, y esta la es...quiero despedirme de ti, eres maravilloso y siempre estaré contigo.

- Eres un ángel - afirmó Estiben, al fin entendía.

- Sí - dejó caer una hoja de su mano que formó pequeñas olas al tocar el suelo - debes irte ahora.

- Uno, dos, tres, ¡atrás! - el paramédico le dio otro choque eléctrico, hacía ya cinco minutos que intentaban estabilizarlo al logar sacarlo del auto, pero lo perdían, tenía varias fracturas y un sangrado importante en la cabeza que habían logrado detener.

- ¡ Estiben! - Marisa logró atravesar la barrera de policías, corrió todos los metros que la separaban de él, cada metro que ella recorría, era solo un paso para Sol que caminaba hacia a ellos con su largo vestido blanco y sus cabellos meciéndose en el viento - Estiben, reacciona - se arrodilló a su lado cuando los paramédicos dejaban de intentarlo, le quitaron el respirador y comenzaban a prepararlo para llevárselo - Marisa se desmoronó - no me dejes ahora, esto recién comienza, tú eres para mi - las lágrimas de Marisa cayeron sobre su pecho, Sol se inclinó y apoyó su mano sobre el corazón de Estiben, pudo sentir como poco a poco latía con más fuerza - ¿Estiben? - el muchacho respiró profundo y entre abrió los ojos.

Con sus ojos azules miró a Marisa, detrás de ella, Sol sonreía.

- Marisa - susurró - amo tu sonrisa - la joven no había dejado de sonreír desde que él abrió los ojos- ¿ sabias que si algo que amas se aleja, y luego regresa a ti nuevamente, significa que en verdad te pertenece? - Marisa le dio un leve beso en los labios, antes que los paramédicos la aparataran para subirlo a la ambulancia.

Sol los observaba feliz, aunque sabía que Estiben no la había visto y ya nunca lo haría, y que no recordaría su encuentro en el jardín de los sueños, ella igual estaba feliz.

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