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09: La falsa ciudad de estrellas

Antes de lo esperado, Kyoujuro se había encontrado intentando hacer una de sus posturas para atacar a aquel que había atormentado la existencia humana, pero en solo un chaqueó estaba cayendo desde los aires, notando que se había separado completamente de todos, hasta de Giyuu, y quedando finalmente colgando de alguna baranda de allí.

La velocidad con la que caía no le dejaba pensar en otra cosa que no fuera la mismísima muerte, sin contar que ya sentía cómo todos sus órganos se colapsaban. Tuvo que aguantar la respiración por momentos en los que se tambaleaba por el mareo tras haber quedado boca abajo. Su vista ya no era tan aguda, por lo que no podía observar con claridad los movimientos de los débiles demonios que se acercaban a él, pero igualmente su audición le seguía siendo fiel... Hasta donde podía, porque también era medio sordo. Al menos tenía el punto positivo de que su intuición casi nunca le fallaba.

—¡Esto debe ser una broma... Mínimamente me encerraron con 50 demonios! —expresó ligeramente paranoico.

Intentaba mantener la sonrisa y el ánimo, pero la simpleza de saber que estaba en un lugar extraño y no sabía el estado de ninguno de sus compañeros no ayudaba demasiado. Tuvo que mantener a raya su respiración, de una forma lenta y poco constante para no sentir el dolor en cada postura que usaba. Era simplemente escalofriante el notar que cada vez el aire se volvía más pesado para él. Aún así pensaba aguantar lo más posible hasta que viera una señal que le diera a entender que no se encontraba solo en esa sala.

Siempre solía mantenerse firme por los de su alrededor, ya que habían personas a las cuales salvar y conocía el dolor desgarrador de tener que perder a un ser amado... No se perdía solamente a esa persona, sino que consigo se iban millones de recuerdos que de a poco desaparecían. Su objetivo principal para ser un pilar era lograr ser alguien completamente fuerte y capaz de salvar a cualquier persona, para que sus conocidos no tuvieran que sufrir por una pérdida que podía marcarlos de por vida. Además, cualquier pensamiento negativo que tuviera en la cabeza intentaba no retenerlo durante mucho tiempo ni darle vueltas. Tenía bien en claro que a la depresión se llegaba de esa forma: cuando empieza a creer que está atrapado en un círculo vicioso en el que nada parece querer mejorar y piensa que simplemente vivir no es para él... Pero ¿cómo reaccionaría la gente a la que amaba con su muerte? ¿Qué tan culpables se sentirían? ¿Cuánto les dolería? No podía abandonar ese lugar, no sin haberse esforzado lo suficiente como para estar seguro de que su muerte realmente valdría la pena.

Debía de dar lo mejor de sí mismo porque su hermano, su padre, sus compañeros y la mujer que amaba siempre estaban ahí, viéndolo esforzarse y alentándolo a sus propias maneras para que siga adelante. Tenía que vivir porque le prometió a su padre que luego del entrenamiento de pilares volvería, pero también porque esta no deseaba que fuese la última vez que le dijera "te amo" a Shinobu. Debía vivir para darle las merecidas disculpas a su pareja y dejarle muy en claro que nunca fue su intención lastimarla. Era una clara falta de respeto corromper aún más a una mujer que solo deseaba lo mejor para él.

¡Tenía que encontrar a Shinobu para poder demostrarle cuan arrepentido estaba! Por ella el dolor no paralizaba en absoluto su cuerpo, porque tenía a alguien por quien vivir y para sacarle aún más de sus bellas sonrisas hasta que llegase la primavera de sus veintitrés preciosos años y el veneno la consumiera por completo, posiblemente en un hermoso kimono que sería el último regalo que llegaría a darle. Ese futuro, en el que pasa años a su lado y puede tomar su mano antes de que muriera. Quizás uno sin demonios y en el que podría llegar a tener un hijo, sin temor a morir y relatando historias para que todos recordaran a la grandiosa Kocho Shinobu, pilar del insecto.

Mas sus pensamientos positivos volvieron a detenerse, otra vez, ante el chirrido de un cuervo que se dispuso a volar encima de él y su sentimentalista corazón, luego de que le hubiera cortado la cabeza al último demonio allí con el mayor de sus esfuerzos antes de paralizarse por completo por caer en cuenta de que su dolor era ya técnicamente insoportable y se había expandido a cada órgano propio, haciendo temblar sus piernas y labios a la hora de escuchar al cuervo lanzar sus palabras:

"Kocho Shinobu ha muerto"

Se le zafó la katana que lo mantenía firme y ante tal injusticia cayó al suelo de tal forma que un grito de dolor escapó de sus labios de la forma más terrible posible.

«Así que de esta manera se sentía la furia de saber que alguien a quien amas ya no está ¿eh?» Él solo había experimentado tristeza la vez que su madre murió, pero ahora era mucho peor. Un ahogador arrepentimiento, las lágrimas destrozante y un dolor que le desintegraba cada parte vital de lo que le quedaba. Todo se derrumbaba como un muro que finalmente demuestra los peores horrores de un agonizante hombre que empezaba a sudar ante la sensación de pérdida. Su boca se quedaba abierta contra el suelo frío mientras la sangre brotaba de sus labios resecos, esos que perdían su color. Tenía miles de ideas en su cabeza, estaba tan activo mentalmente que olvidó que se estaba muriendo e imaginó tanto que parecía chistoso en un hombre tan alegre como él, quien siempre encontraba la forma de sobrevivir, incluso si fuera con las manos descubiertas y sin ser recibidos bajo ningún techo.

«Así que te fuiste a la ciudad de estrellas antes que yo... Cuando nos veamos allí dime algo, ¿ya no sufres? Debo ser muy egoísta al estar de esta manera por tu muerte. ¿Cómo pudo soportarlo Shinazugawa, cuando a él se le murió Kanae y tuvo que dejar sus arrepentimientos consigo por no haberle dicho cuanto la amaba?» Pensó con el poco de consciencia que le quedaba. Estaba a nada colapsar físicamente, tanto que perdía la consciencia por segundos, imaginando un sueño tan largo que luego volvía a abrir los ojos y únicamente se encontraba con el piso manchado de sangre, inmóvil y con un dolor tan agobiante que prefería morirse antes de seguir ahí, observando con sus ojos llorosos el suelo. Él solo quería morir en un lugar tranquilo, de una forma tranquila y al lado de Shinobu o el recuerdo más cercano de ella. Era un sentimental incluso en medio de sus fantasías intolerantes.

Era cierto, al fin y al cabo, el hecho que Sanemi marcó. La ciudad de las estrellas no es más que una idea negruzca para los que pierden a los que aman... Pero eso no le quitaba la belleza, porque allí es una zona de calma donde las personas ya no sufren. Shinobu estaba siendo feliz junto a su familia, pero aún así no provocaba que todo su dolor valiera la pena. Oh, estaba tan asustado que nada podía recomponer ese mal que sentía dentro de su corazón y provocaba que hiciera ruidos extraños mientras intentaba hablar. Estaba tan destrozado. Quería sostener la mano de alguien. Deseaba que lo consuelen y mimen hasta que partiera finalmente. En la realidad estaba intentando huir de la muerte, pero en la idea que recorría su cabeza se encontraba distrayendo a Muzan y salvando a muchos otros jóvenes más que tenían toda la vida para recorrer.

En su mundo de fantasía pensaba que no importaba cuanto debía sufrir, tenía prohibido detenerse solo por el dolor de tener su estomago perforado y posiblemente varias costillas rotas. O eso pensaba antes de encontrarse afirmándose con su katana al suelo mientras oía los gritos de Tanjiro y Giyuu. ¿Lo estaban llamando? Se encontraba tan perdido que no podía entenderlo del todo, sin contar que ya no podía ver. Su ojo derecho fue cortado, con el que mejor visión tenía, y con el izquierdo apenas podía distinguir una figura borrosa.

¿Dónde estaba Muzan? Había logrado cortarlo sin que se comenzara a regenerar con rapidez, pero luego se encontró inmovilizado por el cansancio de sus músculos y sin su ojo derecho. Oh, había huido... Por eso sus dos compañeros se estaban fijando solo en él mientras los de rango inferior comenzaban a desesperarse por buscar una solución para que Kyoujuro deje de desangrarse, pero no había realmente una.

En su fantasía al menos se sentía satisfecho por haber ganado un poco de tiempo, intentando seguirle el paso a Muzan con una de esas increíbles marcas que tanto deseaba obtener para celebrarlo como un logro. Al menos ahí era más feliz. Ahí luchó por lo que Shinobu no, aunque posiblemente no hubiera durado tanto tiempo.

—Rengoku, no puede ser...

—Chicos, lamento haber sido tan débil como para dejar que se escape —comentó con tranquilidad y una lentitud terrible—. Creo que el dolor está pasando...

—¡Eso puede ser bueno! Aún tienes tiempo, no vas a morir —mencionó, Tanjiro, confiado en su deducción, pero recibiendo una tranquila negación.

—Es todo lo contrario, pero no le temo a la muerte, dejé de hacerlo cuando me volví cazador de demonios. Mentiría si les dijera que quisiera vivir un poco más, realmente me quiero ir de aquí.

Giyuu con una ligera expresión de tristeza, le quitó la espada a Kyoujuro, sabiendo que sus huesos crujientes le estarían doliendo por la tensión y eso provocó que ese cuerpo débil cayera contra el de él. Le daba tanta nostalgia esa situación que era imposible describirlo, nunca sintió tan cercano a Kyoujuro como en ese momento, en el que dejaba que reposara la cabeza contra su hombro.

—Tomioka, creo que tú fuiste el amigo más honesto que he llegado a tener... Siento haberte causado tantos inconvenientes... Ay, pero déjame decirte que yo nunca te odié ni juzgué, siempre me pareciste un buen muchacho tan varonil como ningún... Otro.

Demostró una ligera sonrisa que destrozó aún más la estabilidad de Tanjiro, quien comenzó a derramar lágrimas de arrepentimiento por haber llegado tan tarde. Kyoujuro, a pesar de haberse fijado bastante en su amor, nunca pasaba de largo el hecho de que tenía un sucesor excelente que había sido capaz de dominar sus técnicas con esmero y paciencia. El cielo le había mandado un ángel tan puro como lo era aquel, quien hasta le recordaba a su hermano. Si de algo se arrepentía, además de no haberle dicho la verdad a Shinobu, era de no terminar de enseñarle todas las posturas a Tanjiro.

—Kamado, mi muchacho, ya no llores...

—¡Detente, Rengoku! Aquí están los equipos médicos, ellos podría mantenerte con vida... Hay probabilidades de que puedas vivir, así que deja de despedirte de nosotros, por favor.

Tanjiro conocía que las probabilidades eran tan bajas que por ello las lágrimas se derramaban por sus ojos, pero no podía dejar que su amigo y maestro perdiera las esperanzas por vivir aún teniendo una mínima posibilidad. Además, aquel hombre tenía familia, un padre y un hermano que lo estaban esperando, sosteniéndose de las honestas palabras del pilar. No podía dejar que él piense en negativo, no cuando aún nada ha terminado.

—Kamado, escúchame, una enfermedad me ha atormentado noche y día, no me he tratado por casi un año y a este punto me siento alguien desagradable, dejé morir a la mujer a quien amaba...

—Ella iba a morir de cualquier modo, Rengoku —interrumpió Giyuu.

—Podía... Podía llegar a haber una cura, si hubiera llegado a tiempo... No hubiera terminado así. Si soy capaz de salvar a 200 personas de un tren ¿por qué no pude hacerlo con la única mujer a la que amo? Hasta asesinaron... A Muichiro mientras estaba aquí. Estaba aquí —repitió como si esa últimas dos palabras no las hubiera dicho.

—De todas formas ya no están aquí, Rengoku, así que ¿por qué no piensas en ellos, lo que desearía para ti en este momento? No eres el pilar que conozco, Kyoujuro Rengoku se aferra a la vida ante cualquier circunstancia y vive en memoria de los que ya no están. Él olvida la angustia, el odio y arrepentimiento solo para mostrarle el mejor lado de sí al mundo. Aún no es tarde, al menos tienes una familia que te recibirá estés como estés... ¡No los abandones, no bajo el dolor de la culpa!

Era simplemente destrozante para Kyoujuro pensar en que toda la agonía que él cargaba debía de mantenerla consigo hasta que por fin salieran de ese sitio y pudiera ser atendido correctamente. Estaba en un lugar donde sus compañeros habían muerto y su positivismo se había escapado de una manera decepcionante para sus difuntos, pero ¿por cuánto tiempo iba a poder mantener la careta con un "estoy bien"? Estaba sin fuerzas y de manera egoísta quería morir, pero aún el dolor lo recorría, dejándole en claro que no iba a dejar a nadie o no de manera tranquila.

—Al menos no te cortaron al medio —dijo por lo bajo Giyuu, al ver las simultaneas heridas en el cuerpo del muchacho, quien hasta tenía una demasiado cercana al tórax.

—No entiendo qué dijiste —comentó Kyoujuro con una ligera carcajada un poco menos animada de las que salían usualmente de sus labios, pero tosiendo sangre ante sus palabras—. Por Dios... Ya déjenme aquí muchachos, Muzan aún está por ahí, va a matar a todos... Por Dios, déjenme, Muzan está...

—¡Por favor, háganse cargo de él! Es verdad que no deberíamos abandonar a un compañero, pero la ocasión no nos permite dudar demasiado. Solo... Solo lucha, Rengoku, da tu mayor potencial, por favor.

La figura de Tanjiro y Giyuu se fueron alejando, aunque la vista de Kyoujuro era lo suficiente mala como para poder terminar de verlos, además estaba tan mareado que podía jurar vomitaría en ese momento, de no ser que lo único que salía de su boca era sangre. ¿Cuán fuerte debía ser? Hasta las lágrimas se escapaban de sus ojos, incapaz de aguantar el dolor de su pecho que estaba sufriendo principalmente por su corazón. Siempre fue muy fuerte, deseó seguir con vida todo lo que pudiera y más por todos aquellos que dejaron este mundo a manos de los demonios, pero se había encontrado con el hombre que mató a alguien que consideraba como un segundo hermano para él, a su amada y a su madre. Era demasiado doloroso, no solo sus heridas sangraban sino que su corazón también.

¿Esa batalla terminaría algún día? ¿Podría mirar un amanecer sin necesidad de temer porque sea el último? ¿Sería capaz de volver con su familia, la que aún estaba con vida? Muchas dudas pasaban por su cabeza antes de terminar finalmente dormido en un sueño profundo, sin dolor ni pesares, solo siendo guiado por su mariposa hacia donde sea que pertenezca.

Al menos pudo ver una última vez a Giyuu y Tanjiro, comunicándole sus últimas palabras ¿cierto?

—¡Por favor pilar del fuego quédate con nosotros!

Pitidos ensordecedores pasaban por los oídos débiles del muchacho y esa bella mariposa volaba demasiado lejos de él como para ser capaz de perseguirla. Tenía el cuerpo de un niño. Seguro estaba visualizando lo que su alma inocente deseaba y perseguía con torpeza cada pequeña mariposa que volara a su lado mientras oía la voz agraciada de otra niña. Al darse la vuelta, simplemente lo que veía era increíble. Shinobu estaba observándolo con dulzura en su mirada, ambos siendo dos pequeños que se encuentran por primera vez en mucho tiempo y se alegran tanto por la presencia del otro que no hay espacio para sorpresa.

Ese era el sueño de Kyoujuro, encontrarse una vez más con su amada en un prado de flores, cuando aún eran almas inocentes y no tenían más pesar que algún capricho. Sí, nada de eso era real, pero no lo sabía y si lo supiera no le molestaría, siempre y cuando pudiera estar a su lado al menos unos minutos más, mirándola con esa pureza y ojos brillantes que no estaban contaminados en lo absoluto. Los sentimientos como mariposas revoloteando por su estómago lo hicieron reír muy fuerte a la hora de verla con toda su gracia infantil.

¡Tenía una compañera en su recorrido colorido! Se veía todo como el mismísimo paraíso, lleno de flores de todos los tipos y pequeños insectos inofensivos que revoloteaban con grandeza, distrayendo de vez en cuando al muy activo Kyoujuro, quien observaba todos los detalles apreciándolos absolutamente.

Eso fue con lo que siempre soñó y además estaba con su deseada chica así de viva, alegre e inocente. Y literalmente estaba tan feliz de encontrársela al menos en una ilusión que no dudó en abrazarla comentando lo mucho que la había extrañado mientras recibía un gesto igual de recíproco. Encantado por el nuevo mundo le contó todo lo que sabía como un niño, todo aquello que se le pasara por la cabeza, todo lo que habían vivido para que nunca lo olvidaran.

«Es bonita la ciudad de estrellas, aunque no sea más que una mentira»

•••

El viento soplaba con fuerza contra la ventana de la Finca mariposa, aquella donde se trataban a los heridos de la batalla contra Muzan que aún no habían sido capaces de recuperarse por completo. Aunque solo habían dos, un cazador que aún no recobraba la consciencia y otro que despertaba de vez en cuando, pero volvía a dormir por semanas y así, como si de alguna manera algo lo impulsara a salir de su trance, pero a su vez unos brazos lo tirasen hacia abajo, llevándoselo al lugar de quién sabe dónde.

Sanemi otra vez iba a visitar aquella habitación, allí dónde Kyoujuro estaba descansando una vez más. Y maldijo por lo bajo al ver que otra vez no había llegado en un momento donde recuperaba la consciencia, siendo que esa podría ser la última vez que podría ver sus ojos fosforescente. Aunque estaba casi seguro de que aquel hombre ya no tenía visión alguna y debía haber un motivo por el que solo despertaba por breves momentos para luego volver a irse. Él no quería seguir ahí. Pero lo estaban obligando a vivir con deseos sumamente egoístas.

Sanemi seguía creyendo que uno muere cuando lo olvida todo, absolutamente todo y ese hombre ya era básicamente un bebé, no tenía memoria alguna, sin contar que tampoco sabía hablar y se movía tan poco que parecía que no tenía ni idea de cómo funcionaba su cuerpo. No reaccionaba ante nada, ni ante un nombre ni ante su familia que esperanzados le hablaban sin recibir respuesta. Ni siquiera sonreía, así que no valía la pena.

—Buenos días, ¿es lo mismo de siempre? —preguntó al encontrarse esta vez con Nezuko, quien lo observaba con una sonrisa tranquila y asentía.

A veces se quedaban a cargo del muchacho Kanao, Aoi o simplemente Nezuko, quien parecía estar en deuda con aquel hombre, tal como su hermano también lo estaba. Y otras tantas veces también se encontraba la familia Rengoku como ahora se podía apreciar a su hermano, dormido sobre el abdomen de aquel hombre. Aún era muy temprano para despertar a ese niño.

—Increíble, este idiota simplemente no quiere vivir.

—No seas tan duro, Kanao dice que hace su mejor esfuerzo —reclamó la muchacha.

—Jamás lo entenderías, él realmente está sufriendo y ya no tiene voluntad. Deberían desconectarlo, es abrumador verlo así hasta para su propia familia. Solo viven con la ilusión de lo que nunca volverá.

—¿Por qué hoy estás tan negativo?

—Hay una gran diferencia entre negativo y realista. Pasaron seis meses, tú misma lo dijiste una vez: cada vez vuelve durante menos tiempo y si lo hace solo se queda mirándonos como si realmente no estuviera ahí. Rengoku ya se murió, no queda nada de él más que ese cascarrón vacío. Pero tal vez aún seas demasiado pequeña como para entenderlo.

Sanemi se había vuelto alguien un poco más alegre, quizás tranquilo a como solía ser, pero eso no quitaba el hecho de que seguía cargando con el sufrimiento desde varios puntos en algunos de los días pesados como esos, en el que otra vez se sentía decaído de ver al hombre más feliz de todos postrado en una cama sin voluntad para vivir. Probablemente seguía actuando tan duro como siempre a juzgar de la mirada lastimosa que le lanzaba la pequeña.

Se encontraba tan cansado de buscar un poco de esperanza en aquel... Ya no sabía por qué lo seguía visitando si sabía cuáles serían las respuestas. Incluso Aoi aclaró entre lágrimas que ya era un caso perdido, pero los Rengoku aún se oponen a cortarlo todo. ¿Cuál era la gracia en querer sufrir por voluntad propia? ¿Por qué se aferraban a aquello que ya no estaba? Sabía que todos tenían duelos diferentes, pero era suficiente, ya había pasado básicamente un año, era hora de soltarlo. Al final, hay que soltarlo todo, incluso lo que uno cree imposible.

—Solo venía a verlo un poco, lamento haber empeorado tu día con esas palabras, Nezuko. Eres fuerte al estar aquí y poner tus esperanzas —comentó acariciando la cabellera de la menor, como a veces solía hacer cuando él se sentía mal.

—Gracias, Shinazugawa, ojalá su día mejore.

«Sí, ya quisiera eso yo también»

Finalmente Sanemi salió de la habitación, sin siquiera notar el broche mariposa que el hermano de su compañero llevaba en manos. Se dispuso a dar un pequeño recorrido en esta, suponiendo que hacía varios meses que no la visitaba y la mayor parte de su tiempo la pasaba aislado de todos en el bosque, allí donde se encontraba su hogar. Sin quererlo recordó cada uno de los paseos que había dado por esta Finca y al ver su reflejo en uno de los espejos, algo lo sorprendió: nunca tuvo una expresión tan triste como ahora, en esa zona llena de recuerdos. No se había dado cuenta de ese hecho, de que se sentía tan mal que sus rasgos simplemente sobresaltaban y lo daban a entender.

Era un poco doloroso, simplemente estaba pensando en lo solo que se encontraba y nada más se provocaba un daño mayor él mismo, casi por inconsciencia. Quizás algo dentro suyo lo hacía desear tirar las flores que llevaba en mano a la borda y no volver a visitar el cementerio, pero hacía un año le prometió a las tumbas de sus difuntos compañeros que iría a visitarlos cada 5 de cualquier mes, lloviera, hubiera un tsunami, lo que fuese. Lo último que podía hacer era eso, devolverles el favor de siempre haber estado para él hasta en la última batalla.

—Lo lamento, Kocho, hoy no me quedaré mucho tiempo, pero mañana vendré a hablarte como recompensa y haré memoria de lo que hemos vivido —comentó al aire, sabiendo que completamente esa Finca era donde descansaba su amada.

Para cuando estaba de camino al cementerio, en un atajo que había tomado para recoger las flores que había reservado y llegar más rápido, se encontró con Giyuu, quien al parecer hacía lo mismo que él: ir a visitar a sus compañeros con algunos ramos de flores. Hizo un breve saludo con la mano al encontrárselo, sin saber qué palabras darle siendo que también había pasado un tiempo desde que no lo veía. Aunque tras ver su dificultad para llevar las flores, por no haber pedido una bolsa como gran despistado, se le ocurrió qué decirle.

—Tan menso como siempre, Tomioka, déjame ayudarte —exigió tomando algunas de los ramos del muchacho, teniendo mucho cuidado de no estrujar ninguno—. ¿Qué tal llevas tu brazo derecho? Debió haber sido difícil acostumbrarse.

—Es un poco complicado aún, me molesta no poder usar ambos brazos, pero creo que lo que más me molesta es no ser capaz usar mi espada.

—¿Aún sigues entrenando? Hombre, no seas tan paranoico, ya ha pasado. Por favor, relájate —pidió Sanemi esta vez con una preocupación mayor.

—Me siento vivo entrenando, sé que no hay nadie a quien deba salvar y que todas las memorias han sido vengadas, pero intento darle un sentido a mi vida.

Sanemi quedó sin palabras, atascados en esos ojos oceánicos que en algún momento se desbordarían. Cuando pensaba que podía ser el más jodido de la situación, veía a Giyuu y agradecía de no estar tan tocado como él. No es como si su vida hubiera girado en torno a los demonios, es decir, gran parte de esta sí, pero hasta se alegró de poder tener días en completa paz.

Quizás a Giyuu se le había hecho una costumbre el vivir de los demonios y no hay peor dolor que el acostumbramiento a algo que ya no existe.

—Shinazugawa, ¿has ido recientemente a visitar a Rengoku?

—Ahora que me lo preguntas, sí, aunque creo que no volveré, estoy un poco cansado de verlo como si se tratase de un muerto más solo que con aparatos conectados por todo su cuerpo que le dan un aspecto peor al de alguien sin vida.

—No lo sé, yo solo intento ir para no dejarlo solo, Shinobu me había pedido eso en nuestra última conversación, aunque no sé si estaba delirando porque fue luego de su muerte... Y es extraño, pero puedo recordarla de principio a fin. —Un ligero brillo pasó por sus ojos a la hora de hablar de Shinobu y el nudo se formó otra vez en su garganta, teniendo que asimilarlo con las palabras frías de Sanemi.

—Ella ingería veneno ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—Simplemente lo escuché unos días luego de la batalla. A lo que voy es que debió haber temido faltarle y que no tuviese un amigo que lo ayudara a cargar con la pérdida, aunque eso suena muy poco creíble suponiendo que tú eres quien no tenía a nadie.

—¿A qué quieres llegar?

—A que Shinobu aún se preocupaba por ti y la única amistad que tenías, la cual era con Rengoku.

Giyuu se detuvo en seco, en frente de la tumba de Shinobu, aquella que había sido improvisada porque nunca se halló su cuerpo. Sus ojos se exaltaron por unos momentos. A pesar de que la información no había sido la gran cosa, para él sí había significado algo más allá de lo que Sanemi pudo entender. Sin quererlo aplastó con un poco de fuerza las flores, causando que algunas cayeran al suelo.

Ahogó un quejido mientras miraba con dolor esa tumba. ¡Demonios, bendito estúpido que se sentía!

—¿Tomioka?

—No es nada, lo lamento. Espero que algún día Rengoku pueda morir y reencontrarse con ella.

—Hombre, ¿tú acaso estabas...?

—Guarda silencio, Shinazugawa, al menos por un minuto.

El tono de Giyuu esta vez sonaba adolorido, pero reemplazaba todo aquel sentimiento que pudiera manifestarse con silencio, uno que se lo otorgaba mayormente a la tumba donde descansaba la menor de las Kocho. Por primera vez Sanemi sintió que algo tuvieron en común, mas no lo dijo, suponiendo que no valdría de nada nombrar el tema.

La lluvia cayó sobre ambos, aquella que sabía algún día los iban a empapar y aún así se quedaron en ese cementerio durante horas, sin dirigir palabras alguna, porque de lo contrario molestarían a... A quien sea que descasara ahí y no tuviera que ver con sus compañeros. Solo se comunicaban a través de efímeros pensamientos y alguna que otras lágrimas que simulaba ser gotas de la lluvia que caía con fuerza a pesar de que ellos ni siquiera llevasen paraguas.

La ciudad de estrellas era la mentira más hermosa con la que alguna vez todos fueron engañados. Lo único que queda para reencontrarse con quien no está son los recuerdos o sueños, sueños eternos que permanecerían hasta que el cielo se rompiera en mil pedazos.

Y el cielo una vez se rompió en mil pedazos, la vez que una segunda oportunidad le fue ofrecida a aquellos amantes perdidos. 

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